Cauces del conflicto, Caminos hacia la Guerra de Población Desmovilizada

May 23, 2017 | Autor: M. Rodríguez Urrego | Categoría: Subjetividad, Conflicto armado
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Descripción

Cauces del conflicto, Caminos hacia la Guerra de Población Desmovilizada. (Ponencia presentada al 13º Congreso de Antropología. Antropología y nuevas experiencias sociales. Universidad de Los Andes. Bogotá, Octubre 2009)

Marcela Rodríguez Urrego Secretaría de Gobierno

Resumen La aproximación institucional y de los medios de comunicación al tema de la vinculación al conflicto armado en la actualidad, afirma que el factor principal para la vinculación a los grupos armados es el "maltrato físico sexual y psicológico en la infancia". Sobre esta base, los procesos de DDR han constituido en su eje de intervención las actividades psicosociales, dejando de lado otros factores como la inserción política y la educación para la ciudadanía. Sin embargo, el presente análisis muestra además de este factor otros dos cauces básicos para la vinculación a grupos armados: contextos cuyos límites entre lo legal y lo ilegal son sumamente frágiles, ya sea por marginalidad geográfica o social, pero también por ámbitos morales en los que la inserción económica y la búsqueda de poder validan cualquier medio y, además, experiencias de marginalidad que llevan a un ejercicio reflexivo sobre la vivencia de un Estado amenazante y una sociedad excluyente, con base en el cual surge la preocupación por lo público y su organización.

Según las sicólogas que trabajan en su equipo, ¿cuáles son las principales causas que explican la vinculación a grupos armados al margen de la ley? Hay dos motivos principales. El primero es que la gran mayoría de las personas que ingresan a las autodefensas o la guerrilla han sido víctimas de maltrato en su niñez y adolescencia. Maltrato físico, sexual y psicológico. La segunda razón es que estas personas, antes de ingresar a los grupos subversivos, no veían un futuro claro y atractivo para sus vidas. También hay que reconocer que lamentablemente los paramilitares y la guerrilla son hábiles para vender su 'sueño', prometiendo beneficios económicos, poder y una causa justa (en opinión de ellos). Entrevista a Frank Pearl, Director Alta Consejería, “Un consejero que se atreve a perdonar”, El Tiempo, abril 2 de 2008.

Los conflictos armados irregulares despiertan -tanto en el ámbito de la investigación social como en el del sentido común- interrogantes sobre las razones por las cuales personas ponen en juego su vida y la de sus familias vinculándose a un grupo armado. ¿Se trata de dinámicas hobessianas inspiradas meramente por la codicia y el interés individual? O, por el contrario ¿juegan, en este vínculo,

consideraciones fundamentales sobre el bien común, lo bueno o el honor que impelen a la rebelión contra un determinado orden? O, como es más probable, ¿hay en cada caso combinaciones variables de éstas y otras razones? (Kalyvas, 2004). Las

consideraciones

actualmente

prevalecientes

en

los

medios

de

comunicación colombianos y en la institucionalidad estatal, tienden a esbozar un panorama unívoco del conflicto: con su degradación, las preocupaciones políticas de las organizaciones armadas desaparecen tanto de las dinámicas grupales como de las trayectorias individuales. Así, consideraciones generales sobre lo público serían sueños engañosos mientras que los factores definitivos para la vinculación estarían en el maltrato temprano y en la ausencia de perspectivas atractivas de futuro. ¿Qué tan pertinentes son estas construcciones discursivas a la luz de análisis empíricos? Este escrito aborda la vinculación a grupos armados centrando su atención en las interacciones sociales que alimentan tales dinámicas. Se busca así profundizar la comprensión del fenómeno construida comúnmente a partir del concepto de motivación1, el cual, según el Diccionario de la Real Academia Española refiere a motivo o causa de algo, y en el contexto atribuye una relación causal, mediada por la voluntad, entre un estado interno de la persona y una acción específica. La construcción del fenómeno enfatiza las dinámicas individuales y tiende a ocultar el hecho de que, como lo muestran algunas de las trayectorias de vida que soportan este escrito, quienes se vinculan a la guerra no lo hacen tras una deliberación sopesada sobre lo que ella significa para sus vidas sino que, o bien son arrastrados a ella por circunstancias fuera de su gobierno, o bien se encuentran en una atmósfera moral en la cual, lo que desde afuera puede entenderse como una decisión entre la vida y la muerte, adentro se vive como una opción pragmática, respaldada socialmente, hacia mejores condiciones de vida. En otras palabras, la "motivación" desconoce las trayectorias de vida y los habitus (Bourdieu, 1997) que coadyuvan a su construcción y oculta así las prácticas sociales en las que sujeto y deseo son construidos. Dadas tales dificultades, en esta aproximación utilizo la metáfora del cauce. Me parece sugerente pensar la guerra en términos de una cuenca hidrográfica: no toda el agua que está presente en la cuenca va a dar al río. Una parte importante mantiene el ecosistema funcionando y garantiza la nueva producción de agua, otra parte se empoza, otra se evapora, otra alimenta caudales subterráneos. Hay algunos micro cauces, que una vez se cae en ellos, llevan necesariamente al río. La aplicación de 1

En el contexto de las narrativas sobre el conflicto, la motivación es una narración post- que supone transparentes las dinámicas del deseo. Como lo ponen de relieve Castro y Díaz (1997) las motivaciones explicitadas por los excombatientes informan tanto como ocultan pues, en las narrativas, se conjugan los repertorios del contexto con los sesgos propios de la mirada del presente para, en términos freudianos, mantener ocultas tales dinámicas.

esta metáfora al conflicto supone privilegiar una manera de entenderlo: asumir que distinto a la ampliamente difundida idea sobre un conflicto alimentado por grupos minoritarios de personas violentas y marginales a la sociedad- el conflicto atraviesa la globalidad de la sociedad colombiana nutriéndose de recursos originados a lo largo y ancho del ecosistema. Con esta metáfora no pretendo desconocer el momento de agenciamiento individual que media en la vinculación al conflicto, sino resaltar frente a éste las dinámicas globales de la sociedad. El análisis que se lleva a cabo en este artículo parte de entrevistas a profundidad realizadas a 14 excombatientes (4 paramilitares, 9 Farc, 1 Eln), vinculados a los actuales procesos de DDR. El cuadro uno presenta una caracterización general de los informantes. Cuadro No. 1 Participantes en la investigación2 lugar operación La Gabarra – Meta

grupos participó

años permanencia

desmov.

BCB

1996

8

2004

Ph2 Ph3

30 Caquetá 40 sur del país, c. atlántica

BCB FARC? BCB

1997 1984? 1989

7 5 (farc); 15 (auc)

2004 2004

Pm4

35

Bogotá, llanos

Bloque Centauros y Bloque Capital

2001

3

2005

Fh1 Fh2

34 25

Tolima Tolima

Farc frente 21 Farc frente 21

1994 1999

12 8 (de ellos 3 infiltrado en ejército)

2006 2007

Fh3

25

Tolima/ Bogotá

Columna Cacica La Gaitana, FARC

2005

2

2006

Fh4

30

Bogotá

Farc, frente urb. Antonio nariño

2003

3

2006

Fm5

27

Vichada

Farc – frente 16

1999

4

2003

Fm6

22

Guaviare

Farc – frente 7º

2003

4

2007

Fm7

23

Caquetá

farc, apoyo logísitico, Caquetá

2005

1-2 años

2006

Fh8

44

Guaviare

Red narcotráfico Farc

1999

5 años

2004

Fh9

28

Todo el país

Farc –frentes 49, 13, 44, 53, 55, 14

1994

11 años

2004

Eh1

19

Chocó

Eln

2003

3 - 4 años

2006

Ph1

2

edad (entrevista) 36

vinculación

La identificación de los informantes se codifica así: la primera mayúscula da cuenta del grupo de origen así: P: paramilitar; F:farc; E:Eln. La segunda da cuenta del género del informante: h: hombre; m: mujer, la cifra final enumera a los participantes por grupo. El interrogante con que se marca la participación de Ph3 en las Farc, obedece a que su versión de la participación en este grupo no es fidedigna, a juicio de la investigadora.

1. Pobreza extrema y violencia social: “nací pa’ la guerra” “…siempre tuve guerra desde que nací, en mi hogar hubo guerra, en la calle hubo guerra, guerra contra el frío, guerra contra el hambre, guerra contra otras personas que querían hacerme daño, siempre estuve rodeado de guerra.” (Fh3)

Una parte importante de las trayectorias de vida recabadas (Fm5, Fm6, Fh3, Ph1) permite entrever situaciones de pobreza extrema en la infancia (dificultades de alimentación y ausencia de estudio para todos o algunos de los menores, obedeciendo, entre otras razones, a requerimientos de mano de obra para la manutención de la familia). Asociada a tal situación de necesidad crítica encontramos maltrato o descuido familiar recurrente, que llevan a una victimización de los entrevistados. El caso de Sandra es ejemplar. Procedente de una familia del Guaviare, en una zona de producción cocalera, forma parte de una familia de cuatro hijos y madre: “ (mi familia) era muy inestable porque mi mamá no se pudo querer con mi papá entonces nos dejó solos. Yo tenía tan sólo tres años de edad. Mi mamá consiguió padrastro y era un hombre remalísimo…le pegaba mucho a ella, intentaba violarnos a nosotras. Entonces, yo viví fue de casa en casa. Casi no viví mucho tiempo con ellos. Yo vivía con mi abuelita, que con mi madrina, que con la vecina…toes’ así me crié fue lejos de ellos” (fm6)

La base económica de la familia era la producción de hoja de coca: “lo que se ganaba, medidamente, alcanzaba para lo que era la remesa y para los animalitos, cuidar los animales, las acres, pa’ el arroz, todo”. Desde los cinco años empezó a trabajar en los cultivos por lo cual no pudo estudiar: “¿raspando? Uj, como desde los cinco, seis años ya nos llevaban a practicar. De ahí en adelante empezábamos a quedarnos al suero, todos a trabajar. Las que no iban a raspar y se sentían mal, entonces se quedaban haciendo de comer, pero todo mundo tenía que trabajar y si no, no lo dejaban en paz. O nos castigaban.” (fm6)

Las carencias económicas y afectivas dentro de la familia se suman a un entorno agreste, en el que los conflictos se abordan buscando sumisión incondicional o aniquilación del otro. Un momento de la vida de Juan David (Fh3) da cuenta de ello. Hijo mayor de una familia nuclear con cuatro hijos y a cargo de los quehaceres de la casa, mientras sus padres trabajan, vive en un ambiente familiar marcado por un patriarcalismo a ultranza (acompañado de consumo de alcohol) y pocas oportunidades de jugar o pasar el tiempo con pares. El aislamiento social al que es sometido, es justificado por su padre por un deseo de “distinción” del entorno: que sus hijos “(no anden) gamincitos, mocositos, sucios por ahí, dejados, porque los papás no andan

pendientes... , nosotros teníamos que ser niños de bien”. (Fh3). A los 10 años, después de una golpiza por parte de su padre, uno de los vecinos del barrio le ofrece a Juan David apuñalear al papá fingiendo un atraco: “pa’ que no sea tan lepra, pa’ que no le pegue a su mamá, yo sí he visto como les da de duro, los entra a pata y todo”. (Fh3) En el contexto esbozado, la oferta de vinculación armada es omnipresente. El ingreso a pandillas o "bandolas" es una estrategia de seguridad y protección fundamental para sobrevivir en el barrio. Según lo cuentan Juan David y Ezequiel, el vínculo es también la entrada al consumo de psicoactivos, dinámicas delincuenciales (atracos y asaltos) y, una estética peculiar: uno no piensa en nada, no piensa sino en la droga, en pasarla rico, de farra en farra, y que sus ADIDAS. En ese tiempo, de 50000, el que se pusiera sus ADIDAS era un “chayan” (ph1). El ingreso temprano a pandillas marca también una ruta progresiva de vinculación a diferentes grupos armados: tanto Juan David como Ezequiel pasan a los 14 años de las pandillas al sicariato y de allí consecutivamente a otros grupos armados: bandas delincuenciales, ejército nacional, paramilitares o FARC. Las distancias cronológicas y geográficas entre estas trayectorias apuntan a cierta estabilidad social del fenómeno. Ezequiel crece en Manrique, Medellín y deserta del BCB en el 2004 a sus 35 años; Juan David crece en Guacamayas, Bogotá y se entrega con la columna móvil, Cacica la Gaitana de las milicias bolivarianas de las FARC en el 2006 a sus 23 años. En el mismo registro podemos leer la experiencia de Sonia, quien a pesar de haber crecido en una zona de tradicional control guerrillero y haberse desmovilizado de las FARC, tuvo su primer vínculo armado, a los 13 años, con los paramilitares: “porque como ellos mantenían en el pueblo y eso… y armados y una, pues los miraba bonitos”.(Fm6) El caso de Clarisa hace palpables importantes diferencias de género en estos contextos: su madre la abandonó a los tres meses de edad y desapareció para siempre, tras lo que quedó a cargo de su padre: “como hasta los 10 años, él me dejaba por ahí con cualquiera que me criara” (fm5). En todos estos años el maltrato fue el rasgo distintivo de su relación con madrastras o quien estuviera a cargo de ella: golpes, malas palabras, fracturas. A los doce años, empieza a trabajar como empleada doméstica, repitiéndose en sus diferentes trabajos una misma pauta: acoso sexual por parte de patrones y maltrato de patronas. Después de recorrer el mundo y vivir diversas decepciones amorosas, decide irse al Vichada: “porque me dijeron que por allá se trabajaba bueno y se pagaba bueno…decían que una cocinera allá, eso le pagaban cantidades, y eso es verdad. Donde es zona roja pagan muy bien. No, y a mí se me agrandó el corazón

y como estaba lastimada y mal y llevada … pues me fui pa’llá, pa’l Vichada. Allá donde está esa gente, en esos pueblos de zonas rojas, hay muchas reglas y normas que la persona que no la cumpla en el pueblo tiene que pagar una sanción. Entonces, cuando yo llegué allá, tenía como que 18 años, hasta bonita yo, llegué allá y no, pues las viejas del pueblo me cogieron la mala de una vez. Claro, una mujer nueva que llegue, los hombres del pueblo, pues claro… y de una vez me eché de enemiga a una vieja. Eso me la montó, me la montó y me la montó hasta que…ella vino y me vino a golpiar y nos salimos agarrando, y yo la rompí feo, creo que la alcancé a joder por aquí. No sé, no sé, el caso fue que llamaron al comandante de ahí del pueblo… Entonces a mi me dijeron que yo tenía que pagarle la operación a ella, o si no que tenía que ver cómo iba a pagar eso. Y yo ¿de dónde? una operación tan cara, entonces el comandante de ahí me dijo: ‘bueno, vamos a hacer una cosa, si usted quiere yo le pago todo eso, pero usted tiene que irse a trabajar en una finca de nosotros pa’ pagarle esa plata’. Yo pensé que todo eso era cierto: ‘una finca, pues yo voy, trabajo unos meses y ya, salgo de eso’. (Fm5)

La “finca” a la que iba era el frente 16 de las FARC en el que permaneció 4 años como combatiente, desmovilizándose en el 2003 en una incursión del ejército. Los contextos de las trayectorias aquí esbozadas presentan, además de la pobreza extrema y el maltrato o descuido recurrente de la infancia, otros rasgos comunes: 1. En todos los casos, los patrones familiares son extremadamente autoritarios por lo que los infantes carecen espacios para la expresión de sus necesidades y malestares. Como consecuencia de ello encontramos la dificultad manifestada por estos entrevistados para establecer lazos de confianza y lo que Estrada y otros (2006) identifican como factor de vinculación de niños, niñas y jóvenes al conflicto: la búsqueda muda de espacios de protección; 2. Los relatos evidencian que la situación de desprotección y/o maltrato de los infantes está inscrita en una vida familiar en extremo precaria: carencia de recursos materiales y de redes sociales e institucionales de apoyo. 3. El entorno presenta múltiples ofertas para la acción armada (pandillas, grupos delincuenciales, grupos armados en el marco del conflicto) que en el contexto se presentan más que como opciones, como mecanismos importantes para la sobrevivencia y protección. 4. La vinculación a ejércitos irregulares (voluntaria o forzada) puede entenderse como un escalón de una caída en cascada en la cual, el ingreso no es la peor de las opciones, pues brinda elementos de cohesión, respaldo y protección; 5. Vínculos a diversos grupos armados tornan deleznables las diferencias discursivas o ideológicas que articulan el sentido de la acción armada a tiempo que el dominio de la técnica los reemplaza: “ser profesional (de las armas)”(ph1), “ser el más malo de todos” (fh3).

2. Cultura de la ilegalidad En el análisis de las trayectorias de vida recabadas se identifica otro conjunto que tiene como elemento aglutinador la manifestación en ellas de un difuso límite

entre lo legal y lo ilegal, aunque esta característica es compartida por algunos de los casos anteriores, los perfiles de quienes se agrupan aquí no están marcados por limitaciones económicas excesivas: hubo acceso a educación secundaria y en algunos casos universitaria, y es posible concluir de sus narraciones que en el momento de la vinculación existía un camino hacia la inserción laboral estable. En 4 de estos 8 casos la vinculación se realiza ya entrada la vida adulta. También llama la atención el hecho que en cinco casos se trata de contextos urbanos, relativamente integrados en las dinámicas económicas nacionales. 2.1

“A



lo

que

me

gustaba

era

la

plata”.

En las historias de vida de Jerónimo y María (Fh4 y Pm4) se entreven elementos que podrían garantizar a futuro una adecuada inserción social y cierta proyección y estabilidad laboral y económica. No obstante, la razón de la vinculación a un grupo armado se narra como la búsqueda de recursos económicos. La promesa de un acceso expedito a ellos obvia la reflexión sobre el riesgo que tal decisión pueda implicar para la vida. Sobre su situación familiar, Jerónimo comenta: “la situación económica de mi familia siempre ha sido bastante buena. Mi papá fue empleado estatal, mi mamá fue maestra, los dos son pensionados. El factor económico de mi familia nunca fue problema”. (Fh4)

Siendo de provincia llegó a Bogotá a estudiar derecho, alcanzando a cursar ocho semestres. Se vinculó a las FARC porque andaba en las malas: “Mi historia es como muy particular, porque yo en ningún momento me he inclinado, o sea, mis inclinaciones políticas o ideológicas no comparten mucho con las FARC. O sea, no soy socialista… a mi me inclinó fue más el factor económico. Cuando yo entré al grupo estaba en una situación económica bastante difícil… me ofrecieron ir a trabajar con el grupo y no lo pensé dos veces.” (Fh4)

Su formación académica le permitió avanzar en la jerarquía: “Yo alcancé a cursar hasta octavo semestre de derecho, a ser como una especie de abogado de oficio de los milicianos de la red urbana. Yo era el que los sacaba … si tenían algún inconveniente policial, yo los sacaba de las estaciones. Visitaba los presos políticos. Después fui ejerciendo una jerarquía dentro de la organización, justamente por eso, por mi nivel educativo, pertenecí a los cuadros directivos de la red urbana, y como última medida antes de desmovilizarme, pertenecí a una célula urbana que hacía infiltraciones y labores de inteligencia… Yo estuve infiltrado dentro del Congreso de la República… tuve vinculación directa con muchos personajes de la vida pública… por vigilarlos, por saber qué hacían…” (Fh4)

Su desvinculación se da al enterarse que “yo tenía ya orden de captura vigente, y yo, a una cárcel no iba a parar, y menos por una cosa que no es mi ideología”. (fh4) Destaca en esta trayectoria el que a pesar de ser una persona con posibilidades de ascenso social por su “nivel académico”, y los recursos familiares a

disposición, circunstancialmente, en un momento de escasez y sin mediar consideraciones políticas, toma la vía de la ilegalidad para acceder a recursos económicos. Decisión que más adelante echará atrás por el carácter disuasivo de un aparato de justicia en funcionamiento (“orden de captura vigente”). El caso de María ilustra dinámicas similares. La vinculación se narra como la combinación de una carencia circunstancial –amenaza de pérdida del trabajocombinada con sentido de oportunidad. Ella creció en una familia recompuesta (seis hermanos) de escasos recursos, en la que confluyeron los hijos de uniones previas de padre y madre más dos hijos de la relación. Su padre era policía, su mamá realizaba oficios domésticos en diferentes hogares. De su infancia recuerda escenas de violencia del padre hacia la madre y, de arbitrariedad hacia los menores de la familia. A pesar de las precariedades de una madre victimizada, ella se constituyó para María en un referente de protección. Las limitaciones económicas, no trajeron consigo hambre y quienes quisieron estudiar, terminaron el bachillerato, aunque apoyándose en recursos conseguidos por ellos mismos. En su vida adulta, María trabajó durante 10 años en un almacén de fotografía, estando en el último periodo a cargo del mismo. En las noches estudiaba administración de empresas en una universidad nocturna. Su vinculación se da en el momento en que la pérdida del trabajo surge como una amenaza. Estuvo vinculada al Frente Capital encargado de las finanzas del Bloque Centauros. Su vínculo ocurrió por medio de una compañera universitaria que empezó a invitarla los fines de semana a recoger “cosas” a los llanos: “yo no me daba cuenta, ella se quedaba en el carro y yo solo tenía que bajar y recoger un paquete que tiraba en la parte de atrás... Después de cada fin de semana, cuando regresábamos, ella me tiraba dos millones…Me gustaba la plata, pues porque uno podía sobrevivir y estar bien. Todo lo que se recogía en los San Andrecitos era para nosotras y uno lo cambiaba por lo que quería. Al principio se siente muy bacano pues porque la plata era solo por ir a recoger ropa, pero con la medida del tiempo uno se va dando cuenta qué era lo que estaba recogiendo y de eso no queda nada, esa plata es como de humo, como si el viento se la llevara” (Pm4)

María afirma haber visto en el Bloque otras diez “niñas” (“y no eran de las más feas”) de su misma universidad vinculadas a tareas de finanzas. “A todas ellas las mataron, todas quisieron hacer la vuelta y no la supieron hacer”… (pm4). El caso de María, sus compañeras y Jerónimo permite entrever cómo el acceso a educación superior no se constituye en un factor protector frente a ofertas desde la ilegalidad: la promesa de dinero rápido es aquí la clave para la vinculación al engranaje de la guerra. En las narrativas, el ingreso se presenta sin tintes trascendentales: se trata de una opción pragmática cuyas consecuencias no se prevén ni, posteriormente, se enjuician.

2.2 La fascinación por la guerra: “yo era feliz dando chumbimba” Los casos de Marcelo, Daniel y William ilustran espacios de superposición entre lo ilegal y lo legal, pero en ellos la gratificación no es de orden económico, sino que se encuentra anclado en la simbólica de las armas, el poder y la pertenencia a un grupo. Marcelo creció en el Bagre, Antioquia, con su familia ampliada. Aunque su madre era de escasos recursos, en la familia donde se crió no le faltó nada. Se distinguió por ser buen estudiante y colaborador: “yo siempre era muy centrado, trataba de hacer mis cosas bien. Trataba de ser el mejor del salón y siempre lo logré” (Ph2). Terminó el bachillerato a los 15 años, e inmediatamente prestó su servicio militar como bachiller. Una hernia le impidió realizar su sueño de ser militar, una lesión en el pie el de ser futbolista. Entre los 16 y los 20 años realizó diversos trabajos, entre ellos como ayudante de oficina siendo despedido por consumo excesivo de alcohol. Por esa época llegaron los paramilitares a ocupar el pueblo trastornando las dinámicas locales: “era un pueblo sano, porque uno ahí se acostaba a la hora que quisiera, tomaba trago con sus amigos, salía para sitios de diversión. Y en el momento en que ellos llegan, tratan como de imponer condiciones. Usted solo tiene que… tomar trago hasta que ellos dijeran… no podía ir a sitios de diversión cada vez que uno quisiera. Y sobre todo eran amenazantes en todo momento, por el hecho de tener armas … Una vez mataron un amigo delante de mi, le metieron quince tiros arrodillado y casi me vuelvo loco. Entonces les cogí repudio, fastidio y miedo a la vez, pero igual conmigo no se metieron.” (Ph2)

El repudio y fastidio que narra Marcelo acompaña el nacimiento de una nueva alternativa para los jóvenes: el vínculo con los paramilitares: “Yo tenía un amigo que era un amigote, y se desapareció de la nada (sic), y entonces la gente empezó a especular que ‘se fue para los paracos.’ Yo le tenía un miedo a los paracos, mejor dicho, mucho miedo. Por que ellos mochaban orejas con aretes (risas). Mochaban pelos con carnecita en los hombres que tenían el pelo largo. Y entonces había un comandante en el pueblo, incluso permanentemente me decía que me fuera a trabajar con él y que me pagaba 500 mil pesos. Yo sabía que no era cierto porque para uno ganarse 500 mil pesos, tenía que ser un comandante de zona o ser uno urbano y a mi, de salida, no me iban a mandar a lo urbano. Bueno, el amigo mío como a los ocho meses me llamó. Y le dije ‘oiga hermano…¿usted dónde está? la gente está diciendo que usted es paraco’. Me dijo: ‘no hombre, la gente sí habla y si fuera así, ¿qué?’ Entonces con esa frase comprobé que sí … Al otro día llegó. Sentí que desconfiaba de mí, pero ahora entiendo que las cosas tienen que ser así. Cuando llegó, claro, hablamos… nos pusimos a tomar trago y llorando me dijo, ‘si usted se quiere ir pa’ los paracos, piénselo dos veces, porque las cosas no son tan fáciles como la gente cree. Ahí es demasiado difícil. Demasiado difícil.’ (Ph2)

No obstante la advertencia, la idea de formar parte de los paramilitares empieza a abrirse espacio. El detonante de su vinculación al Bloque Central Bolívar fue una pelea con su tía. A los 20 años, en 1997, se vinculó, operando la mayor parte

del tiempo en el Caquetá. La narración de su movilización por tierra hacia el sur con otros comilitantes da una idea de la atmósfera festiva que rodea la vinculación: Ph2:…”Nos dijeron, ‘bueno, ustedes van para el Caquetá. Es un poco difícil, el que no quiera ir salga al frente y diga, yo no quiero ir.’ Y habían varias mujeres conmigo y ellas, todos arrancamos. Llegamos a Circasia. Después llegamos a un pueblo que se llama Piamonte. Nos dijeron ‘bueno, relájense el día de hoy y mañana se van.’ Esa noche tomamos trago, las peladas… bueno, a las tres de la tarde nos formaron y nos dijeron. Éramos 50, que iban a cargo de un compañero mío y yo. Mr: ¡Ah!, tu ya estabas de ¿qué es eso? ¿encargado? Ph2: Pues sí… creo que era de los más experimentados, la idea era que ellos llegarán conmigo al Caquetá. Pero no era comprometerme a que se hicieran las cosas, que no se fueran a devolver porque ya una persona que ha estado tres, cuatro años peleando ¿a qué se va a devolver? Y después de venir uno de entrenamientos duros… Bueno, nos formaron, nos dieron de a 160 mil pesos a cada uno. Al compañero y yo nos dieron 200. Nos dieron teléfonos, ‘bueno, ustedes llegan al Caquetá y llaman a esta persona. Lleguen, demórense 15, 20 días pero lleguen. El que se devuelva se muere.’ Sí, y todos íbamos motivados, llegamos a Medellín, en Medellín le celebramos el cumpleaños a una compañera y entonces yo les dije, ‘bueno, váyanse como puedan pero lleguemos allá’. Mr: ¿Se iba cada uno por su lado? Ph2: Sí. Éramos como tan evidentes que cuando llegábamos al terminal ya la gente decía ‘uy son paracos’. Y los conductores ‘bueno, yo se pa’ donde van ustedes, yo los llevo’. Nosotros teníamos un grupo de seis… Mr: Pero no iban armados… Ph2: No. Mr: y ¿cómo se daba la gente cuenta? Ph2: no se, por la recocha y veníamos como, unos se depilan los brazos, y el caminado. No falta el que diga, ‘bueno, yo soy paraco’, no falta. Nos montamos 6 en un bus, después se montaron como 7, finalmente nos reunimos como 40 en ese bus. Todo el mundo manejaba su discreción. ‘Usted ¿para dónde va?’. ‘Ah, vamos a jugar un partido de fútbol.’ Y arrancamos. Venían una gente de Urabá que también se montaron en ese bus. Iban para el Caquetá. Entonces empezaron, empezamos a preguntarnos entre nosotros mismos. ‘Usted, ¿qué hace?’ ‘ah, nosotros somos futbolistas y ¿ustedes?’ ‘Futbolistas’ ‘¿Para dónde van?’ ‘para allí, y ¿ustedes?’. ‘Para allí’. No faltó el que dijo, ‘ustedes ¿quiénes son?’ ‘Paracos y ¿ustedes?’ ‘Nosotros somos paracos y para ¿dónde van?’ ‘para el Caquetá y ¿ustedes?’ ‘Para el Caquetá’. Bien y se forma la recocha en ese bus y bacano y pa’ los paracos…”

El atractivo de los demarcadores simbólicos del ejercicio militar (“para mi las armas y el uniforme era como mi hobby”) pesa más que su propia experiencia sobre lo amenazante del control paramilitar (“mochaban orejas con aretes, pelos con carnecita”) y la advertencia de su amigo: “Ahí es demasiado difícil”. El relato de la movilización hacia el sur refleja fugazmente el impacto de la opción paramilitar en muchos jóvenes y el complejo entramado simbólico en el que el irse a los paracos es una opción real no obstante el peligro que acarrea. La historia de Daniel muestra otras facetas del atractivo aunque su llegada al grupo ocurrió por reclutamiento forzado siendo menor. Nacido en Pereira, en una familia con escasos recursos económicos, Daniel no conoció a su padre biológico y se crió en parte con el segundo esposo de su mamá. Aunque en la familia había disputas, no hubo violencia física. A pesar de haberse criado en invasiones, ni el estudio ni la

comida, ni el afecto y apoyo materno faltaron a él o a su hermana en la infancia. No obstante ser buen estudiante (“yo tengo hasta diplomas de excelencia y todo”) y tener un relativo buen soporte familiar, a los 12 años Daniel empieza a recorrer el mundo. Su vinculación forzada al Eln se realizó en un viaje que hacía como ayudante de camión en la carretera que va entre Cartago y el Chocó. “Nos pararon, había un retén ‘bueno, ¿usté qué?, ¿usté qué hace o qué?’ me dijeron a mi y a la mula se la llevaron… el peor error fue haber dicho que yo mantenía en una ciudad y en otra ciudad. ‘usté tan chino?’ le dije: ‘sí’, ‘!ah, es que usted está sin oficio!, aquí lo ponemos a trabajar, véngase pa’cá papito’. El de la mula intentó hablar por mi, allá me dejaron. Los primeros dos días sí fueron terribles, ¡uy!, eso fue un sacrificio. Allá sí me tocó comer mierda por no decir más, allá sí le enseñan a uno a ser hombre. A lo último ya, me propuse yo, ‘juemadre yo ya no vuelvo salir de acá, si salgo me muero, ya tengo que olvidarme de mi familia, tengo que olvidarme de todos’. Y sí, me propuse eso y me quedó la mente en blanco. Ya me gustaba estar allá, me metí en una ideología áspera allá, que el gobierno son las ratas que están contra nosotros, que no más roban a los pobres pa’ darle a los ricos. Bueno, en fin, yo me metí una psicología áspera. Y yo me daba, ¡uy! yo daba, yo era feliz dando chumbimba. Yo cogía ese fusil, pero al final yo era un niño y no sabía nada de guerras, pero yo era feliz, yo cogía ya a los 17, a los 16 ya, digamos ya era la más lacra de allá. Cuando había combate yo era el primero que iba pa’ delante, hijuemadre… Allá me tenían miedo. La misma gente de ahí… Me fascinaba, me iba solo, mantenía yo solito. Me tenían miedo, hasta que hubo combates y recuperaba yo fusiles y todo eso, me ascendieron a mi… comandante de tercera escuadra, un cargo no tan alto, pero… (Eh1)

La relación especial que Daniel establece con su comandante “Yo mantenía pa’rriba y pa’bajo con él” le da acceso a un régimen disciplinario especial, en el que resalta la asociación entre rango militar y ganancia personal: E1h: “el marica me consentía mucha cosa a mí, con mujeres allá, para permisos… yo salía al pueblo era a tomar, ya mantenía con mi platica, porque (al principio) yo allá andaba era pelado, no tenía ni pa’ un par de medias, pero yo ya empecé a ganar, yo ya cogí rango allá. yo siempre lo que me resbuscara pa’ mí, era pa’ mi.” Mr: ¿Y cómo te rebuscabas? E1h: Combates. Gente que llevaba plata, soldados y todo eso. Yo me les bajaba fusiles, yo me escogía mis armas, me las llevaba porque ya tenía permiso. Las vendía en el pueblo, gente que pagaba 500, 600 por un arma y yo ´véngale pues, y quédese callado que yo no le he vendido nada. Si no, lo mando a quebrar, malparido´ le decía. Entonces la gente los pasaba de una chan chan, me iba pa’l pueblo tomaba 2-3 días y me llegaba allá otra vez al cambuche.”

A los 17 años su situación de salud se torna crítica por las secuelas de un combate. Va a un hospital de Cartago desde donde puede restablecer el contacto con mamá y hermana. Como la situación económica de ellas era precaria, entonces, él decidió llevarlas consigo: “… yo me las llevé pa’ San José del Palmar a ellas dos, me las llevé y el comandante me dijo ‘yo no lo quiero a usted más en el monte, …quédeseme acá’. A ese cucho yo lo quería como mi papá, lo quiero todavía como mi papá, ese cucho me dejó ahí… me puso unos cargos, empecé a ganar plata como un hijueputa. Pa’ que. Sí, yo me ganaba en un día $100.000 - $200.000, sí, me iba bien. Eran como sobornos, cobraba vacunas y todo eso. Yo me conocía todas, todas las ollas, todavía me las conozco. Pero hubo gente que me sirvió mucho a mi, que me pagaban las vacunas y todo eso, que yo, me faltaba algo, ‘mijo tenga

esto’, ‘mijo vea haga esto’, ‘haga lo otro’…era gente del mismo pueblo que, que tenían sus ollas de coca, eran dueños de hectáreas, y tenían sus cambuches… bueno, la fabricaban. Entonces caía, la ayudaba a vender. Ese pueblo fue como mi familia por no decir más. Ellos me estimaban a mi, me cuidaban, pa’ una cosa, pa’ la otra, yo no hacia sino comer. Me conseguí un local, me conseguí un equipo, monté un chochal, un chongo, por allá le dicen un chongo. Contrataba mujeres, las contrataba por 3 días $50.000, me fue super bien allá. Tenía mi cucha a un lado, mi cucha se cuadró un man por allá en una finca. Entonces yo dije ‘yo no me meto en su relación cucha’. Al fin y al cabo, se fueron pa’ una finca. Y él es el hermano de uno de los duros de Cali …. Entonces yo empecé bien, empecé bien a echar pa’lante. El negocio ya era mío, el trago era mío, yo tenía ya 2 millones en trago, me fiaban al frente. Eso era, me gustaba, me fascinaba esa vida así: le pasaba la plata al patrón de una, bueno bajaba a Curundó, ya sacaba de ahí la droga, compraba a los soldados, tenía comprada la policía. Todo, por eso cuando yo salí de allá fue custodiado, cuando me entregué salí fue custodiado.” (Eh1)

A los 18 años se entregó, pues, por uno de sus contactos militares, se enteró que le habían detectado el alias. Estuvo varios meses en hospitales psiquiátricos por crisis paranoide debida a las secuelas de la guerra. En el momento de la entrevista tenía 19 años. Su testimonio permite entrever una superposición entre las acciones militares de un grupo irregular y las acciones de rebusque privado. La frontera entre lo militar ideologizado e institucionalizado y las prácticas económicas privadas es débil y porosa: “yo ya empecé a ganar, yo ya cogí rango allá”. Las tareas que asume Daniel como personal de soporte de su grupo en el pueblo, explicitan variedad de frentes: vacunas a la producción de alcaloide, provisión de servicios sexuales, provisión de psicoactivos legales (licor) e ilegales a miembros de la fuerza pública, transporte y comercio de droga…etc. Estas combinaciones hacen surgir varios interrogantes: ¿son manifestaciones de la degradación del conflicto?, ¿son características de los grupos irregulares o de regiones de reciente frontera agrícola? o ¿pueden, por el contrario, encontrarse en todos los grupos en pugna y en diversas regiones? La historia de Maria y lo que deja entrever de sus 10 compañeras universitarias permite evidenciar cómo a la dimensión de sufrimiento y pérdida que asociamos a la guerra se une otra, de ganancia y oportunidad, que no debe desconocerse al buscar la comprensión de dinámicas subjetivas en el conflicto. Por su parte, el caso de Argemiro, ilustra cómo la noción de ilegalidad adquiere sentido solo dentro de los márgenes de un ejercicio estatal de poder. Se trata de un miembro de una etnia originaria del Amazonas en proceso de aculturación, dedicado gran parte de su vida al comercio: compraba cacharros y los vendía en Perú o Brasil, trayendo mercancía de vuelta. En ese trasegar descubrió la posibilidad de comerciar la pasta de coca, con lo que le iba bien económicamente, pudiendo mantener a su familia sin problemas (en esa época, mujer y cuatro hijos). Conociendo sus habilidades, las FARC lo vincularon a su red de tráfico de coca, “yo les dije, ´sí, claro´, siempre y cuando haya buena platica…” Allí estuvo vinculado durante cuatro años. A diferencia

de las narraciones anteriores no se percibe en la historia de Argemiro la idea de trasgresión de un orden estatuido. Sabemos que, en zonas de frontera, la presencia del Estado es débil y no logra convertirse en referente de las transacciones sociales ni potenciar procesos de introyección de la norma. Esta es leída en muchos casos como manifestación de un poder exógeno y por demás arbitrario. El comercio de cacharros, de coca y el vínculo al patrón Farc, se presentan en el testimonio de Argemiro como oportunidades económicas en línea de continuidad. Finalmente, el caso de William presenta un curioso extremo de ausencia de norma. Se trata de un joven problemático, quien se define a sí mismo como “caspa”, a pesar de no pasar angustias económicas y tener suficiente apoyo afectivo: “Yo era un niño muy consentido… (en la infancia no hacía) nada, jugar, recochar con carros. Cuando me daba piedra los quebraba. Cuando no tenía me iba por allá a montar a caballo con, mi abuelo, por allá en el río, pasaba muy bien.” (ph3)

A los doce años se fue la primera vez de la casa, para la costa. Más adelante lo hizo definitivamente porque “no me gustaba ser pobre, quería plata, no me gustaba que los h.p. profesores me dijeran que por qué venía sucio”. Entre los 12 y los 18 años se dedicó a la delincuencia. A los 18 años se vinculó al ejército de donde desertó llevándose el arma que pudo vender por 5 millones a las FARC, pero se salió porque le prometieron una plata que no le pagaron3. Posteriormente pasó a los paramilitares, experiencia que recuerda como grata: “me gustó… me gustó viajar, viajé por mucha parte. (…) cuando las autodefensas no estaba combatiendo, estaba viajando, y salí a Brasil, estuve en Ecuador, en San Andrés Islas, conocí cosas que no conocía… iba con los de finanzas, protegiéndolos, yo era el escolta, y pasaba bueno” (ph3)

Se entregó porque estaba cercado militarmente, y entregó, por plata, armamento del Cacique Nutibara. Por esta razón, aunque quiere regresar a la guerra, pues considera que el programa de reinserción lo engañó, no puede hacerlo pues sobre él pende una amenaza de muerte de este Bloque. La narración de William se distingue de las otras por la profusión de escenas de violencia y venganza de las que fue protagonista desde que estaba en la escuela y del detalle con que las narra. En su narración, límites y normas se presentan como amenazantes, mientras que él se lee a sí mismo como víctima de otros. El retrato de sus padres los presenta como incondicionales. Ante demandas de profesores y vecinos por mal comportamiento su mamá decía “(por algo será que) el toma sus actitudes porque aquí en la casa es muy serio, muy tranquilo”. (ph3). Su dificultad para aceptar límites puede asociarse a un contexto familiar de excesiva permisividad.

3

Esta parte de su testimonio es incongruente con la de otros excombatientes de las Farc.

2.3 Referentes de institucionalidad La debilidad de los procesos civilizatorios endógenos a la que hemos hecho alusión, se acompaña también de las prácticas estatales desde las que se construyen referentes de legalidad e institucionalidad. En las narrativas de los excombatientes, las fuerzas armadas y policía nacional constituyen un lugar de referencia importante. Por un lado, por su condición de garantes del orden establecido y, en algunos casos, por su carácter de enemigos militares. Es importante explicitar que de los diez entrevistados varones solo dos de ellos no estuvieron vinculados al ejército nacional. Situación que evidencia el hecho de que la vinculación al ejército es una de las más extendidas experiencias de estado para la población colombiana, pues en principio cubre por lo menos a la mitad de la población: los varones. Ahora bien, aunque el servicio militar ha mostrado en otros contextos ser un eje importante de la construcción de ciudadanía y de legitimidad del Estado (Levy, 1997), las narrativas de los entrevistados parecen apuntar en la dirección contraria. De los 8 entrevistados vinculados al ejército, dos de ellos lo hicieron como soldados bachilleres, siendo ellos los únicos que no reportan haber sufrido experiencias de maltrato dentro del mismo. Además, del total de los 14 entrevistados (hombres y mujeres) solo dos de ellos no narran experiencias de victimización por parte de la policía o el ejército. Sin embargo, mi énfasis en este punto se centrará no, en las experiencias individuales con la fuerza pública, sino en la imagen de institucionalidad que se asocia a ejército y policía en las narrativas de los entrevistados. El ejército se plantea en algunas de las entrevistas (las de quienes reportan privaciones económicas relevantes en la infancia) como una deseada opción laboral por la estabilidad económica que brinda y la proyección a futuro que permite. También como una forma de “ajuiciarse”: “voy a guerrear por mi país, si este ejército no me cambia, no me cambia nada”, afirma Juan David (Fh3), al haber regresado al hogar materno tras sus experiencias de pandillas, delincuencia, sicariato y drogadicción extrema -y antes de entrar a las Farc. En tanto enemigo militar, consideración presente solamente en los testimonios de excombatientes de las Farc, el ejército constituye un polo extremo con relación al cual se articula la identidad fariana. Así, frente el carácter asalariado de la vinculación a la guerra en el ejército, se puede percibir cierto desprecio: “ellos lo hacen (vincularse a la guerra) es solamente por plata” (fm6); (en el ejército) “son personas que están es por un sueldo, están asalariadas, personas que trabajan y portan un arma y es porque les paguen” (fh2). Otro punto de comparación es la disciplina que se presenta como inferior o deficiente comparada con la de las Farc: “un guerrillero mata a otra persona

y eso es el delito más grandísimo del mundo, eso fue lo peor que se hizo…pero eso no lo ven igual en el gobierno… a ellos (los del ejército) no les dicen nada” (fm6). Los excombatientes paramilitares, por su lado, destacan la similitud entre el ejército y los paramilitares: “lo más parecido al ejercito militar de Colombia, son las autodefensas… para nadie era un secreto que ellos trabajaban juntos…por ejemplo, hay que hacer un operativo contra la guerrilla y se unían soldados y paracos y era un solo ejército. El uniforme que usaban, la comida que se comían y sobre todo porque en las autodefensas la mayoría de los comandantes habían sido militares, por eso hay como esa similitud.” (Ph2)

Por otro lado, el ejército se percibe con una institucionalidad comparativamente mayor que redunda en seguridad para el soldado: “En el ejército lo tratan a uno como lo tienen que tratar: rudo, como a un hombre porque eso no es un convento. Pero entonces ahí tiene uno mucha ventaja de que ahí ya no lo pueden matar a uno y toda esa vaina, ¿si ve? O sea, es todo lo contrario con la vida delincuencial …porque ya ahí tiene uno sus barreras, sus límites, sus obligaciones, no solo con uno sino con toda una nación, porque uno está representando una nación. Mientras que si está uno en la vida delicuencial no piensa uno sino en el bien propio y a uno no le importa nada ni nadie, y no hay leyes que lo acobijen a uno.” (Ph1)

Como lo ilustra el testimonio anterior, el ejército se articula como referente institucional de “toda una nación” y, a pesar de los puntos de vista encontrados, unos y otros coinciden en identificar en él un depositario de institucionalidad (“son la ley”. Ahora bien, es notorio también, para todos los entrevistados, que el vínculo entre ejército y paramilitares es un hecho, ¿cómo se vincula entonces tal noción de institucionalidad con estas prácticas? Al respecto, Marcelo da cuenta de una situación en la que su grupo se encontraba localizado en la cabecera municipal de San José del Fragua, Caquetá: “Vivíamos en un barrio como si fuéramos el ejército, en camuflado… Hicimos unas trincheras pero eran muy comprometedoras para el comandante de la policía de San José. Dijo ‘no, colabórenme, quítenme esas trincheras porque me hacen una visita y me embalan’. Efectivamente al otro día llegaron los narcóticos y nos tuvieron que mover, ya no volvimos a San José”. (P2h)

Desde la Gabarra, Ezequiel cuenta: “…nosotros sabíamos que la ley eran ellos y que había que hacer lo que dijeran: ellos a veces nos decían ‘hoy, no queremos ver a ninguno en el pueblo’. Nos tocaba salir del pueblo. Porque no faltaba por ahí el lamparoso que cogía la pistola y andaba con ella aquí por fuera y entonces eso es una mala imagen para ellos, qué tal que de pronto esté una persona grabando por ahí, entonces por eso es que nos sacaban a nosotros de ahí”. (P1h)

Estos testimonios muestran a la autoridad estatal enfrentada a la presencia notoria de otros actores armados en el territorio bajo su responsabilidad. Las interacciones no permiten determinar acuerdos explícitos por los cuales los paramilitares tengan garantizada su presencia en la zona, ni si los representantes del

estado tienen órdenes expresas de permitir o desconocer la presencia paramilitar. En ninguno de los dos casos se presenta por parte de la autoridad un intento serio de hacer valer la ley, el problema se reduce a que la infracción no sea visible “no sea que me hagan una visita”; “que haya alguien grabando por ahí”; que se genere “una mala imagen”. Las interacciones se orientan en el “todos sabemos, pero que nadie se de cuenta”. Una situación vivida por Juan David (Fh3) siendo miembro del ejército es aleccionadora al respecto: (estando en el ejército) … “yo tenía tan metida en la cabeza la milicia que yo decía: ‘no, yo tengo que hacer respetar este pueblo y si aquí hay paracos, hay lo que sea hay … ¿si?. Porque lo que el comandante me inyectaba era eso: otra persona que tenga un armamento, un camuflado diferente al Ejército Nacional de Colombia ya es el enemigo, hay que atacarlo, hay que combatirlo, hay que dar hasta nuestra vida. Entonces uno con esa milicia siempre, y en cierta ocasión estoy en el pueblo, observo un tipo misterioso, lo voy a requisar, no se deja ¿si?, entonces le apunté el fusil en la cabeza y le dije: ‘bueno, ¿que tiene eso hermano?’. El man se asustó, se puso contra la pared, yo lo requisé, el me decía ‘no, yo soy primo, todo bien’, que ‘déjeme sano que yo soy primo’, yo: ‘primo de quién, yo a usted no lo conozco’, no, que ‘yo soy paraguayo’, … y yo ¿qué? ‘pero, ¿cuál paraguayo?. A mi que me importa de donde sea usted’ ‘hermano, yo soy paraco, ¿cómo así?’, y yo: ‘¿cómo, cómo así que ud, es paraco, tiéndase ahí marica’. Y lo tendí contra el piso. Claro, el hombre llevaba dos granadas a los lados, una pistola y relajado por el pueblo armando la de él. Yo contento, porque yo dije ¡uy!, un logro, vea, cogí un man de estos y no tuve necesidad de matarlo ni nada, sino que lo llevo es a entregarlo pa’ que pague por lo que ha hecho y va armado … ¿si me entiende? Y yo contento, eso me las di de Rambo. Paré una camioneta en el pueblo: ‘quihubo hermano, hágame un favor, mónteme este man y vamos es pa’ la base’ y tan, lo montamos y lo subimos escoltándolo hasta arriba y el man asustado. Cuando llego allá y el teniente estaba sentado en la oficina: ‘permiso para hablar mi teniente, mi teniente buenas tardes, el soldado tatata se presenta con la novedad de que en el pueblo encontramos un miliciano, quien sabe quien será este man, no da identificación de nada y dice que es primo, y que es paraguayo que yo no se que, vea lo que le incauté’. Tun y le puse las granadas y el revólver del hombre, y el teniente se quedó mirándome y con una mirada así como de ironía y rabia, me dijo: ‘devuélvale el armamento a ese muchacho, y déjelo ir’. Uy, eso a mi me dio como un golpe tan duro, yo decir pero, mi esfuerzo no vale, o sea lo qué yo hice no vale, entonces ¿para qué me entrenaron a mi? ¿para qué estoy yo? ¿si este es el ejército del pueblo, en qué estamos?” (F3h)

En este situación Juan David infringe un acuerdo tácito al tomarse en serio las palabras de su comandante: “otra persona que tenga un armamento, un camuflado diferente al Ejército Nacional de Colombia ya es el enemigo, hay que atacarlo, hay que combatirlo, hay que dar hasta nuestra vida”. Infracción inocente que sorprende tanto al paramilitar como al teniente. Juan David actúa llevado por el interés de hacer realidad la misión que le plantea la institución, una misión que ni la institución ni su contexto toman en serio. En el abismo entre el discurso y la práctica, quien está fuera de lugar es quien desconoce tal divorcio. La idea de legalidad predominante en este contexto gira no alrededor del respeto a la ley (la Constitución o el Estado de Derecho) y la contribución a la realización de su finalidad. Se trata, por el contrario, de guardar las apariencias para

que parezca que la ley se está cumpliendo o mejor que no se está incumpliendo. El resultado de esta inversión es que desde la misma instancia encargada de defender el derecho, lo que se instaura es la defensa de la ley del más fuerte, sin que entren en consideración procedimientos constitucionales: “Uno dice, definitivamente todo esto es un monopolio del más fuerte …Todo se mueve según como se mueva el más duro… En esas guerras que los paramilitares combatían junto a nosotros, nos uníamos y entre todos combatíamos a la guerrilla…los paramilitares hacían lo que nosotros no podíamos hacer que era coger los milicianos en los pueblos, encerrarlos, torturarlos ¿si?. Recuerdo, en muchas ocasiones me tocaba a mi, con mi fusil, ¿si?, con las armas del pueblo cubrir a los paramilitares, cuidarlos, que no les fueran a hacer nada mientras ellos mataban a los milicianos. ¿si? Con esos cuchillos mataganado los empezaban a torturar, les chuzaban las piernas de abajo hacia arriba, y les hacían unas preguntas de sus comandantes y de su gente, y ellos contestaban con ese temor de que ya se veían muertos y de que ya. Algunos daban la versión que tenían que dar para salvar su vida, pero ni eso les servía, después de eso los decapitaban y los echaban al río y ahí se desparecían esos cuerpos. Para mi era duro saber que yo tenía que custodiar a uno de otro grupo, para que matara a otro de otro grupo. Entonces siempre era como una mezcla tan rara. Entonces yo decía… ¿de qué sirve ser uno un soldado de la patria si lo hacen hacer cosas que no debe hacer uno?” (F3h)

Quiero resaltar en el anterior testimonio la expectativa de coherencia entre deber ser y acción estatal que plantea Juan David: “¿de qué sirve ser uno un soldado de la patria si lo hacen hacer cosas que no debe hacer uno?”. No obstante la irregularidad de las prácticas estatales, la diferencia entre los grupos armados estatales y los irregulares está en el carácter legal de los primeros, pero se trata de una legalidad vacía: apego a la letra y distancia de su espíritu, como lo muestra la siguiente afirmación de Marcelo: “La diferencia (entre ejército y otros grupos armados) no es mucha, porque los grupos ilegales matan, secuestran, torturan, trafican con droga y el ejército también hace lo mismo. Lo que pasa es que en el ejército no se ve tanto porque se supone que el ejercito es legal. Entonces yo no veo mucho, cual es la diferencia.” (p2h)

De esta manera, lo difuso entre prácticas institucionales y privadas de las que da cuenta la experiencia de Daniel, en el “teatro de operaciones” se muestra también como característica de los miembros del ejército, quienes se articulan y conviven con prácticas ilegales, a pesar de ser portadores de la idea de legalidad. “… ese era mickey, yo mantenía con ese soldado pa’rriba y pa’bajo. Yo le conseguía un kilo de marihuana y me lo vendía. Yo pensaba, porque yo sacaba de Cartago, entraba a Curundó droga, eh, droga no, armas, entraba granadas, pistolas, de todo. Entonces el primer retén era el más duro que era el de la policía. Pero a la policía yo los tenía más comprados que quien sabe que. Yo compraba 2 kilos de marihuana y 8 gramos de perica. Entonces yo ya sabía, bueno, entonces pasaba, tran, la chiva, ‘quibo parcerito’ le decía a los tombos … ‘aquí les traigo un encargo’. Les pasaba la bolsita, ‘ah, quihubo’. Entonces ellos se quedaban requisando allá los maletines y yo bajaba común y corriente con mi equipaje, y ellos se quedaban con eso. (…) me daban $5000 $6000 por haber traído… Los maricas no sabían quién era yo. Bueno, yo bajaba, me esperaba, tomaba

gaseosita, esperaba que bajara la chiva, me volvía y me subía, ‘hablamos pues, que me voy es a traer un mercado allá en Curundó’. Listo, bajaba yo. El primer retén del Ejército, ‘quihubo’, uno que le decían la muerte, ‘quihubo muerte necesito plata, que estoy mal’, ‘bájese, bájese’, ‘no tengo plata pa’ coger la otra chiva’, ‘váyase, váyase’ entonces me bajaba, despachaban la chiva, la requisaban como un hijueputa, yo me quedaba cuadrado por allá, y yo bien marcado ahí, pues. Entonces les pasaba el encargo a ellos, me pasaban $15000, yo le perdía como $20000, pero yo le ganaba plata entrando todo eso… ya el tercer retén yo me conocía toda esa gente, tenía o no tuviera, no me requisaban.” (E1h)

Tanto en el caso de las dinámicas de vinculación motivadas por la búsqueda económica, como en aquellas asociadas a los demarcadores simbólicos de la guerra, se puede percibir una frontera porosa entre el orden legal y la ilegalidad. En las narrativas de los entrevistados tal porosidad es característica del orden de la guerra y no solo de los grupos armados irregulares. Aunque los entrevistados narran a las fuerzas estatales como “la ley”, sus prácticas no parecen diferenciarse de las de los grupos armados irregulares. La preocupación por la legalidad aparece como una preocupación formal desprovista de espíritu. De esta manera puede aventurarse la hipótesis de que el orden de la guerra más que reforzar la noción de legalidad y fortalecer los procesos civilizatorios debilita a una y a otros. 2.3.1. Participación en la guerra y los programas sociales: “Para que me ayudaran un poquito…” En la misma dimensión que la referencia de institucionalidad se puede entrever la experiencia de Adriana. El programa de desmovilización representa un camino de acceso a beneficios sociales que de otra manera están vedados. Adriana tiene en la actualidad 23 años, nació en el Tolima y desde los 7 años se trasladó con su familia al Caquetá, a una zona semiurbana de presencia guerrillera. Se trata de una familia estable con seis hijos. Su padre se dedicaba a la producción agrícola y derivaba sus principales ingresos de la producción de coca. La situación económica de su familia de origen es calificada por Adriana como estable. Su papá (“el desde toda la vida ha estado con esa gente”) y su hermano fueron milicianos de las FARC, se vincularon al programa dos años antes de la entrevista. Cuando Adriana terminó el bachillerato en el 2000, conoció un miliciano de las FARC de quien se enamoró y con quien viajó a Bogotá: “El se vino y se metió al programa pero como yo en ese tiempo no era nada ni nada, solamente andaba con él, pues nada, yo me metí fue a los desplazados para que me ayudaran un poquito…él, después de que se vino conmigo, pues mandó a traer la familia de él, la mujer…entonces yo quede sola y no es que me fuera muy bien, por eso fue que me toco devolverme para allá” (fm7)

Al regresar, pensando que las FARC sabían que ella había acompañado al desertor, quiso señalizarles que no tenían que temer nada de ella, por lo que les ofreció su colaboración. Realizaba diversas tareas: refaccionar ropa militar de lo que derivaba su ingreso e “informarles a ellos cuando había alguien extraño”. A pesar de la vinculación de su padre, Adriana nunca se enteró de lo que era la guerra: Vine a saber de eso fue en el 2004, porque me tocó, no porque quisiera, porque la verdad nunca he estado de acuerdo con esa gente, ni con la política de ellos, sino que fue como prácticamente un compromiso que me tocó hacer a mí para volver allá.” (Fm7)

Después de que parte de su familia se vino para Bogotá, ella decidió seguirlos: “ví que era lo mejor que podía hacer, encontré un amigo, me apoyó que de pronto me ingresaran al programa y pues, aquí estoy.” En la actualidad tiene una situación económica favorable pues además del apoyo del programa, hace negocios llevando mercancía entre Bogotá, el Huila, donde viven sus padres, y el Caquetá y proyecta montar una heladería en un pueblo pequeño con el apoyo del programa. Este testimonio permite resaltar la construcción de identidad que activan los programas estatales: “desplazado”, “desmovilizado”, como camino adecuado para el acceso a “beneficios”. Llama la atención también el contraste entre su “bienestar” actual como “desmovilizada”, a su anterior experiencia como “desplazada”: “no es que me fuera muy bien, por eso fue que me tocó devolverme para allá”. Sobre la dinámica del conflicto vemos cómo, a pesar de su cercanía al mismo por los vínculos familiares, aunque Adriana no está de acuerdo con ellos se ve obligada a hacer “un compromiso” para mantenerse en la zona de influencia. Obligación que, por otro lado, reporta acceso a trabajo y recursos económicos. En tanto habitantes de grandes urbes con un comparativamente alto nivel de ingresos e ilustración se tiende a desconocer lo reciente e inconcluso de procesos civilizatorios (en el sentido de Elias) endógenos y de la consecuentemente débil introyección de normas y leyes. Los testimonios que agrupo en este conjunto nos recuerdan este proceso en ciernes y difieren de los anteriores en que en éstas no se encuentran carencias extremas en la infancia, ni maltrato o abandono infantil recurrente. Además, analíticamente se puede distinguir, entonces, entre las dinámicas orientadas por la codicia de aquéllas orientadas por la sed de aventuras, a tiempo que se abre un espacio en el que se puede ver al Estado como constructor de formas de ciudadanía. 3. Violencia política y exclusión social: “si hay por quien luchar” Edgard, Juan y Sandra (a quien ya hemos introducido arriba) tienen en común, que a pesar de haber dejado las FARC, creen todavía en la justeza de sus ideales.

Aunque sus caminos para llegar a la guerrilla fueron diversos, sus experiencias directas o indirectas de un entorno político violento y de ausencia de igualdad pues articula la desigualdad en términos de problema público y no busca solamente una salida individual (un leit motiv claramente político) los llevaron a contemplar la opción de participar en un grupo armado. Sonia, quien a los doce años había estado vinculada a los paramilitares vio que eso “estaba muy feo, entonces ya me quise salir y no me dejaron.” Por ello desertó, vinculándose posteriormente a las Farc. Su convicción de haber participado en una guerra justa se origina en haber sido víctima de fumigaciones indiscriminadas por parte del estado. “Nosotros teníamos de donde comer, nosotros teníamos yuca plátano, chonque, tabena, todo. Todos estábamos bien, teníamos la coca con qué sobrevivir, porque allá uno vive es de la mercancía, de la coca. De esa yerba vive uno y es la realidad del campesino. Nosotros teníamos todo y cuando empezaron las fumigaciones quedamos totalmente pobres y si desayunábamos en la casa no podíamos almorzar porque no había con qué. Tocaba ir a donde los vecinos a matarse uno trabajando de niño para poder conseguir la comida. Entonces yo miré que en realidad era algo absurdo que hubiera un gobierno: no hacía sino acumular plata pa’ ellos y tener bien a los hijos y a la familia de ellos y a uno, no. Uno de pobre vivía en el campo, vuelto mierda y aguantando hambre. No podía estrenar ropa ni siquiera los diciembres, porque no había plata. Es que no, no se conseguía. Fuera de eso, todos los cultivos se dañaron. Cuando la fumigación llegó no solamente daño el cultivo sino se dañó semilla. Y donde no hay semilla pues no se puede volver a sembrar…Nosotros quedamos pobres fue en un contar. Eso fue fumigar y empezó todo el desastre pa’ nosotros. Las aguas se contaminaban. Los pollos, las gallinas todos resultaban con virus, porque pues ellos vivían en un hábitat natural para llegar una clase de líquido que no conocían. Pues nos afectó a todos. Incluso mi hermana la mayor abortó gemelos por culpa de la fumigación. Entonces yo me veía muy mal, yo dije un gobierno así, que no ayuda a nadie, bien pobres que estábamos, mi mamá con un marido que le daba en la cabeza todos los días, que se me quería era joder a mi y a todos… pues no sé, me entré en shock y no tenía por quién luchar. Por nadie, entonces dije, no, pues sí hay por quien luchar pues tocaría en alguna guerra. Entonces yo dije, no yo me voy pa’llá y nos fuimos… Luego hicimos un grupo como de cuatro y nos fuimos pa’llá.” (Fm6)

La trayectoria de Sonia permite enfocar un contexto plenamente rural en una zona de reciente colonización, en el cual la producción cocalera se presenta como el único camino para el acceso a recursos económicos. El escaso soporte estatal contrasta, en estas zonas, con su dimensión amenazante. Con la fumigación no solamente se ataca la “mercancía” de la que se origina el dinero, sino la base misma de la sobrevivencia: el agua, los cultivos, la misma procreación. La presencia estatal de las fumigaciones que tiene una cierta calidad impersonal se ve reforzada por la presencia de la tropa que al comportarse como ejército de ocupación limita la construcción de la idea de nación: “el ejército hace cosas muy tremendas, y se cubren las espaldas echándole la culpa a la guerrilla. Como ellos entran allá a los pueblos de los

viejitos y golpean a los campesinos a que desocupen esa área, porque nosotros nos dábamos cuenta, llegaba el ejército y se iba, nosotros llegábamos allá a ver qué había pasado. Los viejitos partidos, vueltos nada, les habían quemado la casa, vueltos nada. Entonces actuaban mal. Como siempre la población es la que paga los problemas del conflicto armado. No, eso del ejército no debería ser así, ellos no deberían meterse con los campesinos que hay en el área porque ellos no tienen la culpa de que la guerrilla esté metida allá.” (f5m)

Para Juan quien se vinculó a las FARC a los 20 años, permaneciendo allí durante 12 años, el ingreso a las FARC lo asocia a la inestabilidad económica de su familia en la infancia que le permitió entrever la igualdad como un ideal: “Me llamaba la atención la lucha, la lucha armada que se hablaba allá en los grupos. El grupo donde yo estaba se hablaba que la lucha armada, que vamos a tomarnos el poder, que vamos a buscar una igualdad social. Y yo decía uyy sí, bueno, igualdad social, bueno, porque yo veía que en el colegio, allá en el colegio mío había estratos, habíamos estratos. Mínimo el más bajo era yo porque yo creo que yo era el cero (risas) Y había estrato tres, cuatro. Y yo veía que los profesores siempre con los de estrato tres y cuatro, eran los niños queridos, y los amiguitos. y juepucha y vaya y cágela uno, que era el estrato cero y vea lo que le mandaban: tres días de sanción y que la mamá firmara. Entonces yo decía, ‘pues pongamos igualdad, si el es hijo del señor de la tienda y yo soy el hijo del señor que volea pala en un lote, que nos traten iguales, que tengamos la igualdad de estudio’... Al pobre que porque es pobre tienen que mirarlo por encima del hombro. Entonces cuando empecé en el grupo, decía yo, vamos a luchar por eso, vamos a buscar eso, que seamos todos iguales, que todos tengamos, que si alguien tiene un café con leche para el desayuno, que la otra familia también lo tenga. Pero no, eso no se pudo lograr allá, las ideas y todo lo que llevaba uno en la cabeza se estrellaron.” (Fh1)

Edgard (hermano 9 años menor que Juan, quien entró a las Farc a los 17 años, sin saber de la militancia de su hermano) se caracteriza por su mirada pausada y su hablar reflexivo, fue un alumno esforzado y con buenos resultados en el colegio, quien entiende su militancia en las Farc como una opción política: “La vinculación mía fue como algo raro. Es que en ese momento yo sentía que no estaba de acuerdo con las leyes del estado, pero no sabía cómo coger eso. Si yo en ese momento hubiera tenido el conocimiento que tengo en estos momentos, yo no me hubiera ido para el grupo y hubiera peliado políticamente de una vez. Pero yo dije, si es que no se puede peliar políticamente porque es que lo callan y analizando los videos del genocidio de la UP yo decía: ‘que voy yo a buscar que me maten, mejor voy y me armo y ahí sí peleo’. Entonces fue como esa iniciativa de me voy para el grupo y tengo un arma y voy a tratar de tomar poder allá y mover las cosas como se tienen que mover. Va pa’ esa. Yo era consciente en ese momento de que ya el grupo se estaba deteriorando… Entre como guerrillero de base. En base dure un año, catorce meses, duré en base. Mientras que de pronto me gane muchísimo la confianza de varios comandantes y de pronto por la responsabilidad que tenía y con el criterio que yo decía las cosas. Más de una vez me ganaba sanciones también porque había cosas que yo tampoco estaba de acuerdo en el grupo y yo les decía. Algunas veces me tocaba cargar leña y abrir chonta por hablar lo que no tenía que hablar. Por ese mismo sentido era que me estaban cogiendo el cariño que me tuvieron y en el momento en que me vieron como con esas ganas y esas ganas como de la lucha, fue entonces cuando me dijeron que si les iba a colaborar y me iba con el ejército. Lo primero que yo le dije al comandante fue ‘bueno, y ¿es que usted me quiere sacar de aquí? Porque, pues dígame hermano’ ‘no, dijo, yo quiero que usted vaya al ejército, que usted reciba un entrenamiento militar, que capte todo lo que pueda de

allá y aparte de eso nos puede facilitar información’. Entonces fue cuando yo pregunté el tiempo límite, yo dije ‘¿cuánto tiempo es?’ me dijeron que tres años. Ahí fue cuando me entró como el miedo de en tres años yo puedo cambiar mucho los ideales y puedo estar pensando en ganar plata y quedarme también con un arma en la mano. Yo decía: ‘si confían en mí es por algo y han visto algo en mí que se puede echar para adelante’. Salí y estuve aproximadamente dos meses en la casa, mientras hacía la presentación al ejército. Me presenté y me aceptaron… Estuve tres años. Después de que salí del ejército tuve responsabilidad por parte de inducción política y parte militar: manejo de explosivos, cursos de (incomprensible) y armamento de apoyo y fui y participé en la primera escuela de entrenamiento que tuvo el Comando Conjunto Central en el Tolima. En esa escuela estuve aproximadamente un año. (Fh2)

La Juan y Edgard son de origen huilense, su familia es retratada por los dos como “muy unida”, habiendo logrado incluso procesar de manera conjunta el riesgo que suponía el que los hijos estuvieran en ejércitos enfrentados, pues otro de los hermanos fue soldado profesional. Tanto Edgard como Juan en la actualidad se encuentran activos en espacios de acción comunitaria y política. Su salida de las FARC obedeció a cuestionamientos en torno a la estrategia de guerra de este grupo. En sus narrativas, el ideal de igualdad social y reconocimiento están intrínsecamente vinculados a su experiencia armada. En los dos casos, la vinculación se asocia, también, al cierre de los espacios políticos con la aniquilación de la Up y anudado a la tradición en Colombia del asesinato por fines políticos. La asociación de la participación en el conflicto con nociones de justicia y equidad aparece en el corpus solamente en personas que estuvieron vinculadas a las Farc. Se pone en evidencia con ellas la existencia de móviles políticos en el marco del conflicto y también el papel de las prácticas estatales como activadoras del mismo.

4. Conclusiones La incursión realizada en las trayectorias de vida de quienes se vinculan al conflicto deja entrever tres cauces hacia la participación armada. El primero de ellos lo constituyen contextos de pobreza extrema y violencia social acompañados de victimización en la infancia fruto de un maltrato o descuido recurrente, que está en correspondencia con la lectura oficial que se propaga desde la institucionalidad y de la que hacen eco los medios de comunicación. Además, encontramos, como situación preponderante, contextos en los que los límites entre lo legal y lo ilegal son sumamente frágiles. Esto se da en situaciones de marginalidad geográfica y escasa integración a la nación, pero también en espacios sociales relativamente integrados aunque caracterizados por ámbitos morales en los que la búsqueda de inserción económica o de poder justifican el uso de cualquier medio. En algunos de estos casos, resalta, además, el papel de la simbólica de las

armas: para tres de los entrevistados el gusto por las armas, el uniforme y el reconocimiento asociado a ellos desdibuja los límites entre lo legal y lo ilegal y desata un goce que se ve reafirmado en el peligro de la propia vida y en el sometimiento a otros por el miedo. Por otro lado, los testimonios de todos los entrevistados dejan entrever el papel de instituciones y políticas estatales (como el servicio militar, la participación en el ejército y la participación en programas de atención diferenciales) en la construcción de referentes de legalidad vacíos: apegados a la letra de la ley pero alejados del espíritu, con lo que la noción de legitimidad de los entes estatales se torna difusa. Finalmente, otro cauce lo constituyen las dinámicas de victimización desatadas desde el Estado y la sociedad y que desatan reflexiones que justifican la rebelión como camino para obtener un lugar social y la participación en la definición de lo público. El discurso hegemónico sobre la vinculación al conflicto invisibiliza los dos últimos cauces centrando su acción en la resocialización individual de los excombatientes considerados como víctimas pero dejando de lado la participación política y la formación para la ciudadanía. A mediano plazo, tal escogencia puede fortalecer el desdibujamiento de los factores políticos que están a la base del conflicto y junto con otras situaciones (como el pago a los excombatientes para la participación en operativos) ampliar el imaginario de que la vía de las armas reporta beneficios económicos justificables. Queda además la pregunta sobre si los elementos autoritarios de socialización que marcan la participación en el ejército se constituyen en limitantes para la ampliación de la ciudadanía.

Referencias Bourdieu, P. (1997), “La ilusión biográfica”, Razones Prácticas. Sobre la teoría de la acción”. Barcelona: Anagrama. ___________ (1994), “Structures, Habitus, Power: Basis for a Theory of Symbolic Power” en Dirks, N., Eley, G. y Ortner, S. eds., Culture, Power, History. A reader in Comtemporary Social Theory. Princeton: Princeton University Press. Castro, M &. Díaz, C (1997), Guerrilla, reinserción y lazo social. Bogotá: Almudena. Estrada, A., González, C., Diazgranados, S. & Toro, M. (2006), “Atmósfera sociomoral y atención de los menores desvinculados del conflicto armado en Colombia”. Revista Infancia, Adolescencia y Familia. I, 2, 223-246. Kalyvas, S. (2004), “La ontología de la ‘violencia política’: acción e identidad en las guerras civiles”. Análisis Político. 52, 51-76. Levi, M. (1997), Consent, dissent and patriotism. Cambridge: Cambridge University

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