Castigo por saber, una resistencia al psicoanálisis

June 20, 2017 | Autor: Alberto Mendoza | Categoría: Sigmund Freud, Psicoanálisis, Resistencia en psicoanálisis
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Descripción



En la versión cinematográfica de Tim Burton, la Alicia de Lewis Carrol, regresa al país de las Maravillas cuando tiene 19 años, y la vida victoriana la está asfixiando más que nunca.


Castigo por saber, una resistencia al psicoanálisis
Terrible es el saber,

cuando el que sabe de ello

no aprovecha.

Bien lo sabía,

Pero lo había olvidado

Tiresias

El ansia de saber y la

curiosidad sexual parecen ser inseparables

Freud


Las personas que se acercan al psicoanalista, no saben, en la mayoría de los casos, cuál es la diferencia que hay con otras tantas teorías, técnicas y prácticas psi, o incluso con la religión y hasta la chamanería. Es más, no tendrían por qué saberlo. Ignorar la diferencia no supone, justamente, que se haga una diferencia entre la posibilidad o imposibilidad de que el proceso analítico se ponga en marcha y hasta se defina una cura. En un primer momento existe un paciente que ha perdido la paciencia porque en su vida algo no marcha, algo no es como ya había sido, y vive añorando que ese ayer se le convierta en presente, o cuando menos que alguien, por una gracia casi divina, le adivine que es eso que ha perdido, y le prometa que en un futuro, y si es posible futuro inmediato, recupere su muchosidad, como diría Alicia en el País de las Maravillas. Que regrese a sí ese mucho que le bastaba para ser vasto. Pero a veces esa creencia de haber perdido algo, que no lo hace ser el que ya fue, ni siquiera es un concepto propio. Son las ideas de los demás, para quiénes él ha dejado ser funcional, y no funcionar en esta época implica no existir; y sin embargo tiene una existencia, una existencia que no es reconocida por los otros, pero que a él le puede pesar porque está cargada de miradas que lo han dejado de ver como lo veían, y está plagada de palabras que lo re-definen, sin que quiere participar en este cambio de definición. El paciente llega al consultorio creyendo que tras la puerta debe haber alguien que seguro sabe de su dolor, dolor del cual el paciente sólo sabe que duele, pero que con urgencia debe ser erradicado, borrado, aniquilado, callado, o cuando menos adormecido, para que él pueda ser funcional. No hay de entrada una demanda de análisis, hay una urgencia de cura, de una cura en el sentido de un restablecimiento de aquello que se creyó salubre, cuando menos en un tiempo.
Pareciera más bien una coartada decir que al psicoanálisis los pacientes llegan cómo última opción, después de haber emprendido un arduo camino por otras terapias, hasta que no les queda más remedio que enfrentarse a lo duro del análisis. Sí esto fuera cierto, cuando menos en todos los casos, qué panorama más desolador para el paciente porque se estaría enfrentando con la posibilidad de abrir la última puerta de su vida psíquica. Sin duda alguna sería en verdad angustiante, jugarse a una mano la última carta. Y en este juego de sólo dos naipes habría de igual manera sólo dos caminos: o el paciente se brota, por toparse con el absoluto, con lo que no falla y ha emitido ya el fallo de que el psicoanálisis es la verdad, el camino y la vida (nadie llega al -Significante Nombre del- Padre sino es por –mi- el psicoanálisis); o bien el paciente deviene en analizante, que a la vez le hace saber, que con la imposibilidad de saber(lo) todo, su subjetividad se pone en juego, y que producirá nuevos significantes, que le harán moverse de lugar; si esto ocurre será el analizante perfecto, que a fuerza de saber que no hay otro camino, no "perderá" el tiempo en su análisis con aquello que llamamos palabra vacía, que nunca olvidará su cita, que no tendrá problemas cada que se le puntúan las traviesas pre(e)sencias de su significante. En suma: no fallará. Y parece que nos hemos entrampado, si no falla, este analizante, sería el sujeto de la ciencia, no del psicoanálisis. Entonces al psicoanálisis no se llega como último recurso, se llega a él quizá embarazado de conceptos que representen un obstáculo epistémico, que le permita conocer de su saber. Si el psicoanálisis es como lo propuso Freud una investigación en sí, entonces los diques para conocer y producir un saber impedirán el proceso, en tanto devenir. Y se llega al psicoanálisis quizá hasta con la esperanza de que no sea la última salida, sino a la mucho, quizá la penúltima, una penúltima salida que pudiera ser ética.
En igual estatuto, de coartada, podemos encontrar la frase que salva todas las imposibilidades de hacer que el dispositivo analítico camine: "el psicoanálisis no es para todos"; esto quiere decir que en algún momento se pensó que ¿el psicoanálisis era (es) para todos? Si fuera para todos, si fuera la panacea, ¿no acaso se estaría colocando en el lugar de la religión o de la ciencia? Como puede ser el psicoanálisis todo, si es justamente un resto. Un resto de la ciencia, un resto entre el Otro y el Sujeto. No será acaso que en la actualidad de la práctica psicoanalítica, en tanto clínica, se ha olvidado o deformado el concepto de resistencia, como maquillaje a la herida narcisista, infligida por el paciente que se niega a conocer su saber.
Entonces ¿de dónde podría provenir la resistencia de las "personas" a iniciar un proceso psicoanalítico?, ¿por qué en muchos casos el psicoanalista, en tanto parte del proceso, sólo se queda en un primer tiempo, como terapeuta?
El proceso hist(é-ó)rico de la "resistencia al psicoanálisis"
Desde los inicios de su descubrimiento, Freud se enfrentó a fuertes resistencias por parte de la comunidad científica, a la cual trataba de convencer del valor de su disciplina científica que sirve para "indagar procesos anímicos difícilmente accesibles por otras vías…(además de ser) un método de tratamiento de perturbaciones neuróticas, fundado en esa indagación" (Freud, 1920). Clarificó que la hostilidad de ciertos grupos al psicoanálisis, no son sino una reacción a la herida narcisista que provoca el saber que no se es más el dueño de sí, que el yo no capitanea los procesos anímicos.
Pero no sólo se trata de una oposición a su corpus teórico, Freud también comprobó que se presentaban ciertas situaciones que impiden el avance de la cura analítica, que no se logra si no se puede llegar a lo inconsciente. En sus primeros trabajos, que apuntaban a tratar de volver consiente lo inconsciente consideraba que se podría vencer a la resistencia con su propia interpretación, es decir que empataba a la resistencia con la represión. De ahí pasaría a tratar de conceptualizar a la resistencia como parte, manifestación, y condicionante de la transferencia. Freud en Más allá del principio de Placer, nos advierte: "hay que estar preparados para abandonar un camino que se siguió por un tiempo, si no parece llevar a nada bueno. Sólo los creyentes que piden a la ciencia un sustituto del catecismo abandonado echarán en cara al investigador que remodele o aun rehaga sus puntos de vista". Y él vuelve a reformular su teoría sobre la resistencia, que de ser una sola, pasó a ser reconocible en cinco instancias. En Inhibición, síntoma y angustia, sostiene que hay tres resistencias del yo: de represión, de transferencia y de beneficio secundario del síntoma. Una del ello: la compulsión a la repetición, ligada a la pulsión de muerte, al igual que la resistencia del superyó, el sentimiento de culpa inconsciente y la necesidad de castigo. Cuando escribe Análisis terminable e interminable, una década después, agrega otra resistencia al ello, la viscosidad de la libido.
A partir de estas propuestas los psicoanalistas habrían de tomar diferentes caminos en su trabajo con las resistencias. Los psicoanalistas del Yo, con Ana Freud de la mano, justamente buscaron en las resistencias yoicas el origen del impedimento de la cura analítica. Con Melanie Klein se dejaron de lado las resistencias para apuntalar el trabajo analítico a la necesidad de hacer interpretaciones sobre las fantasías "inconscientes profundas" y la relación trasferencial con el analista desde el primer encuentro entre ambos. Se niega así el espacio, o cuando menos se le ignora, a la presencia de las resistencias. Lacan en su retorno a Freud, habrá de concluir que resistencia sólo hay una, la del analista. Esta se engendra en la práctica analítica. Por tanto, bastaría, como en sus inicios lo plantea Freud, sólo que en otra posición, con que el analista "trabaje" su resistencia a escuchar en su propio proceso analítico o de control. Ambas posiciones, tanto la del klenismo como la del lacanismo, nos suponen un reduccionismo que diagnostica como unívoca a la resistencia, y por lo tanto se está dejando de lado una veta muy rica para trabajar con lo inconsciente.
No hay saber sin castigo
Una madre sospecha que busca ayuda para ella, cuenta que su hijo sufre esquizofrenia, o cuando menos lo que comúnmente se identifica como tal; le han recomendado que acuda con algún especialista para que lo atienda, para que le confirmen o le nieguen lo que ella supone. La mujer se niega y argumenta: "qué tal si me lo curan de eso y me lo descomponen de otro lado". Luego comenta que en su familia hay cosas que sería mejor no dejar saber jamás. Un analizante durante su cura se detiene, dice que de eso no puede hablar, que "lo está viendo" pero cree que si habla de ello sufrirá más, que el sufrimiento será menos si no lo habla. Ambas viñetas dan cuenta de la resistencia que provoca el saber, como si en ambos casos, el conocer la fuente del dolor que los aqueja (si tal fuera posible) estuviera ligado necesariamente a un castigo.
El castigo por el saber lo tenemos presente en el mito cristiano del paraíso. Adán y Eva son expulsados porque conocen que hay un fruto que no se puede comer, lo comen y ahora que lo han comido saben que están desnudos; ese saber les acarrea un castigo. En la versión de Esquilo del mito de Prometeo, este dios por desafiar al Padre es sometido por Fuerza y Violencia al castigo sin fin de ser comido en sus entrañas. Prometeo, sería el creador de la humanidad, los hombres, gracias a él se distinguieron de las demás bestias no sólo por "poseer" el fuego, sino que además por saber qué hacer con él, es decir tuvieron en sus manos el arte.
Uno de los mitos fundacionales del psicoanálisis, el de Edipo, también da cuenta de que existe un castigo para quien quiere saber. El hijo de Layo y Yocasta, rescatado y protegido por Polibio, rey de Corinto, decide dejar esa ciudad, en búsqueda de la certeza sobre su origen. El camino que toma le lleva a cumplir la funesta profecía que pesaba sobre él: dar muerte al padre y yacer con la madre. Muchos años después de salvar a Tebas de la Esfinge, y tomar por esposa a Yocasta, con quien procreó cuatro hijos; azota la peste a la ciudad sobre la cual reinaba. Atacaba por igual a hombres, animales y plantaciones. No había ciencia, religión o plegaria que hiciera retroceder al mal que les aquejaba. Por eso Edipo, presto para atender los lamentos de su pueblo, "ansioso y angustiado", manda a su cuñado (y tío) a consultar al oráculo para conocer qué hacer para salvar la ciudad. Lo que habrá de escuchar después no le agradará. No le gustará conocerlo de boca de Creón, ni de Tiresias. Yocasta, madre y esposa de Edipo, trata de convencerlo de que frene su búsqueda por ese saber que le atormenta. "Lo mejor es vivir sin preocuparse, cada uno como pueda. Además, ¿por qué angustiarte por bodas con la madre? ¡Muchos las tienen: en sueños se unen maritalmente con sus madres!", le dice cuando un mensajero de Corinto, llega para anunciar la muerte de Polibio. A Edipo ninguna palabra lo consuela, ya no se trata de la ciudad y de los otros, sino de él: "No quedo convencido, si no aclaro hasta no saber la verdad". Antes de suicidarse Yocasta sentencia a Edipo a no indagar más: "Te doy lo que es discreto, te digo lo mejor". El viejo pastor habrá de confirmar lo que Edipo ya sabía: él es asesino de su padre, y esposo de su madre, cuyo cuerpo ahora contempla inerte, le arrebata dos broches de oro que tenía entre sus ropajes para clavárselos mil veces en los ojos, al tiempo que se lamentaba: "¡Ojos, no veréis más ni el mal que sufro, ni el crimen que cometo! ¡Dormid la muerte de la noche eterna y las tinieblas podrán defenderos de ver lo que no quise ver jamás y tampoco aquello que tan anheloso ver ansiaba!"
El paradigmático caso Juanito, quizá el primer control o supervisión, escrito por Freud, revela de igual manera que no hay saber sin castigo, o que cuando menos existe la posibilidad del castigo sea el cerco para el saber. El interés de Juanito por saber de su sexualidad no se limita al campo teórico, le incitaba trocarse. "Teniendo tres años y medio le sorprendió su madre con la mano en el pene, le amenazó: 'Si haces eso llamaré al doctor A… para que te corte la cosita, y entonces, ¿con qué vas a hacer pipí?'" Y es justo con esta respuesta, dice Freud, como "adquiere" el "complejo de castración", que le posibilita una vida como neurótico. Todo deseo por conocer, desde el psicoanálisis, es un deseo por conocer de la sexualidad. Juanito lo demuestra, su sexualidad lo convierte en "un pequeño investigador (…que obtiene) descubrimientos conceptuales exactos". Podemos destacar que al igual que como ocurre con Edipo, con Juanito hay una amenaza de la madre para que no le abandone en el lecho. Debemos recordar que el niño, de para entonces cuatro años y medio, pide dormir con Maruja de catorce años, una adolescente que ocasionalmente juega con él. Ante este pedido resuena la amenaza (otra vez) de la madre: "- '¿De verdad quieres dejar a mamá para dormir abajo?' -Juanito: 'Mañana temprano volveré para tomar café y estar contigo.'- La madre: 'Bueno. Pues si de verdad quieres irte de mamá y papá coge tu ropa y vete. Adiós'. Casi al cumplir cinco años el pequeño Juan, cae inmovilizado víctima de una fuerte angustia, que asocian a una fobia a los caballos. Independientemente del desarrollo del caso, Freud reconoce el peso de las palabras que la madre le infligió: si te sigues tocando la cosita, te la vamos a cortar. Juanito, un niño investigador, encuentra en su deseo de saber sobre su sexualidad un acto punitivo: la castración.
Dignificar las resistencias
En el presente ensayo hemos tratado de señalar al terror que produce el castigo por saber, como una de las vías que toma la resistencia para "impedir", se diría en primera instancia el proceso analítico. Pensar el miedo a manera de esta manera, nos obligaría, desde la teoría freudiana, a considerarlo como una manifestación fenoménica de las resistencias del ello.
De igual manera apostamos por la dignificación de las resistencias, y no la instauración del reino de la resistencia, que se salva con el propio análisis y la supervisión. No hay que olvidar que la resistencia genera transferencia.

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