Casas Desantes, C. (2015) \"El tabaco, usos y objetos. Colecciones del Museo Cerralbo.\" Estuco. Revista de Estudios y Comunicaciones del Museo Cerralbo [Internet] nº 0, 24 de noviembre.

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Descripción

revista de estudios y comunicaciones del museo cerralbo

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Imagen de cubierta y contracubierta Pared estucada, Escalera de Honor. Museo Cerralbo (Fotos: Javier Martínez Milán).

Revista de estudios y comunicaciones del Museo Cerralbo

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Revista de estudios y comunicaciones del Museo Cerralbo

Dirección Lurdes Vaquero Argüelles Coordinación Rebeca C. Recio Martín Consejo de redacción Rebeca C. Recio Martín Cristina Giménez Raurell Carmen Sanz Díaz Cecilia Casas Desantes Pilar Calzas Cintero Lourdes González Hidalgo Elena Moro García-Valiño ESTUCO Museo Cerralbo c/ Ventura Rodríguez 17 28008 Madrid, España Teléfono: +34 915 47 36 46 Fax: +34 915 59 11 71 [email protected] Maquetación y diseño Javier Martínez Milán Con la colaboración de la Fundación Museo Cerralbo El Museo Cerralbo no se responsabiliza de las opiniones vertidas por los autores.

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Editorial Lurdes Vaquero Argüelles

Estudios

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Le Musée Cognacq-Jay, une vision sensible du XVIIIe siècle Benjamin Couilleaux El Cuarto del Mirador, punto de inflexión en la intervención de la recreación de ambientes de la planta entresuelo Julio Acosta Martín

El tabaco, usos y objetos. Colecciones del Museo Cerralbo Cecilia Casas Desantes

La colección de dibujo antiguo del Museo Cerralbo de Madrid Anna Reuter La decoración pictórica del pedestal para el cenotafio de la Reina Isabel de Braganza: una lectura iconográfica María Isabel Rodríguez López

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Cerámicas de La Moncloa de la época de los Zuloaga en el Museo Cerralbo Abraham Rubio Celada

Comunicaciones

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Restauración del templete del Museo Cerralbo Eduardo Barceló Pautas para la digitalización de negativos y transparencias sobre placas de vidrio y soportes flexibles Rebeca C. Recio Martín

Racimos de uvas de Miguel de Pret: dos bodegones y una atribución inesperada Cecilia Casas Desantes

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Normas para la presentación y aceptación de originales Submission and acceptance standards for original texts

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estudios

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EL TABACO, USOS Y OBJETOS.

Colecciones del Museo Cerralbo Cecilia Casas Desantes ~ Museo Cerralbo, Madrid

Introducción: el tabaco como droga El tabaco es una de tantas drogas que ha usado la humanidad a lo largo de su historia. Muchos psicoactivos de origen natural (alcohol derivado de la fermentación del azúcar, alucinógenos de origen fúngico, alcaloides de origen vegetal, etc.), han sido consumidos por el ser humano como parte de rituales sociales y religiosos, para lograr estados de conciencia alterada con diferentes propósitos, y para curar enfermedades y aliviar sus síntomas. Algunas de estas sustancias han sido usadas, más modernamente, como fármaco, si bien su carácter fuertemente adictivo pronto derivó en un consumo recreativo y social, posteriormente estigmatizado. Sin embargo el consumo de otras, como el alcohol y el tabaco, está permitido y aceptado socialmente, aunque con algunas restricciones, en ocasiones muy altas, dependiendo de cada país y cultura. En la actualidad hay un fuerte debate social sobre este tema: por una parte se explora la posibilidad de legalización de algunas drogas; y por otra, la regulación de sustancias aparentemente inofensivas, como la cafeína y el azúcar blanco. Como vemos, el uso y consideración social de este tipo de sustancias ha ido variando a la largo de la historia y del contexto sociocultural. Los estimulantes vegetales más conocidos son el café, el té, la yerba mate, el cacao, la guaraná, el tabaco, el betel,

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el cat, la cola y la coca. Basan sus efectos en su contenido en alcaloides, sustancias con una fuerte acción psicoactiva que pueden disminuir e inhibir el dolor, modificar el estado anímico y alterar la percepción, por lo que han sido y son muy usados en medicina. El tabaco es un producto más o menos manufacturado que proviene de una planta, la planta del tabaco. El género botánico Nicotiana L. pertenece a la familia de las Solanaceae, y fue establecido por Tournefort y validado por Linneo (Species Plantarum, 1753). Tournefort otorgó el nombre al género aludiendo a Jean Nicot, embajador francés en Portugal que habría protagonizado la introducción del polvo de esta planta en Francia. El género está formado por 67 especies, de las cuales algunas contienen alcaloides derivados del ácido nicotínico, lo que ha determinado el importante papel cultural de esta especie vegetal. Concretamente, N. tabacum es una hierba de grandes hojas lanceoladas que despiden un olor ligeramente acre y narcótico. La nicotina es un estimulante fuertemente adictivo. Tiene un efecto complejo sobre el sistema nervioso central, con síntomas como la taquicardia y el aumento de la presión arterial. Sin entrar en excesivos tecnicismos, su efecto en el cerebro se centra en las áreas que forman parte del sistema de recompensa, provocando una abundante liberación de dopamina. La dopamina es un neurotransmisor que juega un importante papel en el cerebro, incluyendo el comportamiento y la cognición, la actividad motora, la motivación y la recompensa, el sueño, el humor, la atención, y el aprendizaje. Se asocia comúnmente con el sistema del placer del cerebro, reforzando así ciertas actividades biológicamente necesarias, como la alimentación o el sexo. El cerebro identifica de esta forma la nicotina con la secreción de dopamina, y su consumo como algo necesario. Sin embargo, pronto las neuronas se adaptan, y la secreción de dopamina se limita y se hace dependiente del alcaloide. La necesidad de consumir mayores cantidades aumenta progresivamente en el usuario, que alterna episodios de estimulación con otros de depresión o cansancio, lo que le lleva a consumir de nuevo.

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Historia del tabaco en Europa El origen del tabaco se sitúa en la zona andina entre Perú y Ecuador, donde los primeros cultivos debieron de tener lugar hace entre siete mil y cinco mil años. La palabra tabaco provendría de vocablos derivados del árabe y utilizados en España e Italia desde la Edad Media para referirse a algunas plantas medicinales que causaban embriaguez al ser fumadas, pasando después a designar únicamente a la nueva planta traída de América. En el nuevo continente el tabaco se fumaba y se aspiraba por la nariz, se masticaba, se ingería, se untaba sobre el cuerpo, se usaba en gotas en los ojos y en enemas. Se trataba de un producto con una fuerte presencia en diversos rituales propiciatorios, se ofrecía a los dioses, y tanto hombres como mujeres lo utilizaba como narcótico. Los aztecas, además, ya añadieron a su consumo una dimensión social y de prestigio, centrada en el refinamiento de los objetos de fumador. Gonzalo de Oviedo y Velázquez, en la Historia General de las Indias, describiría la planta y sus usos en 1535. La variedad Nicotiana Rústica, que se cultivaba en México, este de América del Norte y actual Canadá, tenía un alto contenido en nicotina y era tan amarga que solo se podía fumar en pipa. Es el origen de famoso tabaco de Virginia y la razón por la cual en el mundo anglosajón, que acabó controlando su producción y comercio gracias a pioneros como Francis Drake y Walter Raleigh, el tabaco se fumase mayoritariamente en pipa. La variedad Nicotiana tabacum, más suave, era más usada en América Central y del Sur, y fue la adoptada y comercializada por los españoles. Por orden de Felipe II las primeras semillas de este tabaco suave se llevan a Europa en 1559, y son plantadas en los alrededores de Toledo gracias a Francisco Hernández de Toledo. El médico sevillano Nicolás Monardes fue en la época un firme defensor de las propiedades médicas de la planta. El ya mencionado embajador francés en Lisboa Jean Nicot se hizo con unas semillas de tabaco que plantó en el jardín de su embajada, y en 1560, envió a la corte de París tabaco en polvo para curar

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las jaquecas de la reina de Francia. Las recomendaciones de diversos médicos y su uso por personalidades notables hicieron que la nueva sustancia se extendiera por Europa y Rusia, y ya en el siglo XVII, por China, Japón y la costa occidental de África. Aunque ya en estas primeras décadas de su consumo diversas autoridades en todo el mundo criticaron y censuraron el uso del tabaco, prohibiéndolo e incluso imponiendo durísimas penas a su consumo, no constituyó un problema de salud hasta la Revolución Industrial, momento en el que comenzó la producción y comercialización masiva. Sus efectos estimulantes hicieron del tabaco un producto muy demandado tanto por las clases altas, como sustancia de consumo esencialmente social e intelectual, como por las clases obreras, que necesitaban mantenerse alerta durante larguísimas jornadas de trabajo en las fábricas. En la segunda mitad del siglo XIX, en el ámbito anglosajón, las hermanas Beecher destacan tres tipos de sustancias estimulantes adictivas que amenazan la paz y la estabilidad de la familia y el hogar: las bebidas alcohólicas, los compuestos opiáceos, y el tabaco (Beecher y Beecher Stowe, 1869: 139).

Tabaco, producción y consumo A lo largo de su historia, el tabaco no siempre se ha consumido de la misma forma, sino que el modo de uso fue variando según las modas vigentes y áreas culturales. Las formas de consumir el tabaco en Europa han sido esencialmente cuatro, variando según el siglo y el país: aspirado en polvo, mascado, fumado directamente en rollos o canutillos (el llamado también tabaco de humo) o fumado en pipa. El tabaco de mascar, se vendía en largos cordajes hilados, y se exprimía contra la cara interna de las mejillas. Típico de trabajadores fabriles, marineros y soldados, a los que dejaba las manos libres, quitaba el hambre y el dolor, era el menos popular dado el estrago que podía ocasionar en la boca del consumidor y que no se apoyaba en objetos suntuarios. Sin embargo, era universal y atemporal, y aún hoy se consume en los países nórdicos en forma de filtros bucales.

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En Europa se propagó desde los inicios de su llegada el tabaco en polvo, que ya se consumía con diversos aditivos en América del Sur, y al que se otorgaron propiedades salutíferas y la capacidad de eliminar los dolores de cabeza y la congestión. Al principio, el tabaco en polvo es una manufactura especialmente española. Es en Sevilla donde el tabaco americano se lava, muele, repasa y a veces perfuma con agua de azahar, resultando un producto fino, dorado e impalpable, apreciadísimo en toda Europa. Muy pronto aparecieron preparaciones especiales que pretendían imitarlo y hacerle la competencia, como el grueso y oscuro rapé francés o el groso florentín, granulado y perfumado. Y la moda cambió: la popularidad del rapé en el siglo XVIII fue tal que en Inglaterra incluso hizo peligrar la hegemonía de la pipa, y en España su venta y contrabandeo dio verdaderos quebraderos de cabeza a la Hacienda, que tanto beneficio sacaba del tabaco español. El rapé tuvo sus adeptos en España sobre todo entre las clases adineradas, mientras que los estamentos populares siguieron consumiendo diversos tipos de polvo, como el de palillos (más blanco y elaborado con las nervaduras y tallos), el de barro (aderezado con barros olorosos, el preferido por las mujeres), el cucharero (teñido con almagre), y el tabaco vinagrillo (aromatizado suavemente con vinagre) (Pérez Vidal, 1959: 83). Este tipo de tabaco se tomaba aspirado o más bien esnifado por la nariz, y para ello se usaba una tabaquera (fig. 1) de donde se inhalaba directamente, o bien se echaba un poco en la mano. La tabaquera era un objeto imprescindible para los consumidores: las clases populares usaban pequeños y humildes recipientes de madera, castaña o asta en forma de calabacita o cajita, con una boquilla que podía introducirse directamente en la nariz, o con orificios a modo de salero (Pérez Vidal, 1959: 137-148). Los adinerados usaban preferiblemente cajitas más o menos rectangulares, que podían ser de oro, de plata, de concha, de nácar, de porcelana, o incluso de metal común o madera, y podían decorarse, especialmente en la tapadera o en el interior, con pinturas en miniatura,

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micromosaico, esmaltes o nielados, grabados... Menos conocidos son los pequeños ralladores usados para raspar el polvo (de ahí el nombre rapé o rapadura) de las cuerdas secas que constituían el formato habitual de venta. Esto era mucho mejor que comprar el polvo ya preparado, ya que se sospechaba de peligrosas adulteraciones. Existían también otros accesorios como cubetas para rallar, alfileres para limpiar los orificios del rallador, cedazos para tamizar el polvo y separar sus diferentes calidades, cucharillas para llevar el polvo a la nariz, elementos de higiene como pañuelos y patas de liebre, y curiosos objetos personales que podían portar pequeñas dosis de rapé, como puños de bastón (Dunhill, 1995: 134-135). Leopoldo García Ramón en 1881 narra la codificada etiqueta de amistad que exigía ofrecer siempre a los presentes, aunque no consumieran, y el posterior ritual de golpecitos, cambiar de manos la tabaquera, tomar una pulgarada, estornudar, escupir y sonarse. Además, había que asegurarse de que no quedaba en la cara rastro alguno de polvo. Fig. 1.- Tabaquera, snuffbox o cajita de rapé de oro y micromosaico, realizada a principios del siglo XIX por el platero parisino Quinet y decorada en el taller romano de Barberi. Museo Cerralbo, n.º inv. 02405 (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo). Su consumo comienza a decaer a finales del siglo XVIII, pero a principios del siglo XIX consumirlo aún era de buen tono si el usuario en cuestión demostraba pulcritud y estilo. Este sería el caso del bello Brummel (1776-1840) que hizo del consumo de rapé un arte social y estético, o del disciplinado e insigne Napoleón Bonaparte. Durante el siglo XIX, el rapé fue poco a poco pasando de moda, aunque sin duda siguieron existiendo entusiastas consumidores, tanto hombres como mujeres, y se dice que los naturales de Galicia y el estamento eclesiástico

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«El fumador de pipa es una especie aparte, el socio de un club muy reducido, dueño de toda una serie de conocimientos específicos sobre el denominado «arte de fumar en pipa»»

siguieron siendo aficionados a este producto hasta bien entrado el siglo XX (Pérez Vidal, 1959: 85-86). Las hermosas tabaqueras, también denominadas cajitas de rapé, comenzaron a convertirse primero en puro ornato y afectación, y después, en auténtico objeto de colección, debido a lo primoroso de su factura y al elevado valor artístico y económico que algunas poseían. La forma más popular de consumir el tabaco en los países anglosajones, germánicos y en Rusia fue la pipa, debido a la proverbial acritud del tabaco de Virginia, perteneciente a las colonias inglesas de ultramar. Así, la pipa fue la manera clásica de fumar en estos países durante los siglos XVI y XVII, si bien en el XVIII fue algo arrinconada por la moda del rapé. La pipa se conocía en Europa desde la Antigüedad, aunque se usaba para fumar otras hierbas. En España la pipa cargada con tabaco apenas se conoce o arraiga en el siglo XVII, y progresa algo en el XVIII, a pesar del predominio del polvo. Su implantación es en las zonas rurales vascas y catalanas, donde llega a cuentagotas el tabaco de Virginia, que se fumará en pipa de arcilla (Pérez Vidal: 124). Sin embargo, en el siglo XIX, para las clases acomodadas españolas la pipa es casi un objeto de colección, como precisamente se comprueba en la colección del Museo Cerralbo, y un hábito de fumadores muy específicos, hombres intelectuales, burgueses o nobles, que se ha conservado minoritariamente hasta nuestros días. El fumador de pipa es una especie aparte, el socio de un club muy reducido, dueño de toda una serie de conocimientos específicos sobre el denominado «arte de fumar en pipa», cuyo dominio requiere años, inversión, cuidado y dedicación. En los años 80 del siglo XIX Leopoldo García Ramón (1881: 53-67) habla de la pipa como la mujer propia, que solo debe usarse en casa, nunca en público y menos mientras se va caminando por la calle, ya que requiere quietud y serenidad para ser disfrutada. El autor (García Ramón, 1881: 53-67) cita los materiales más apreciados en confección de las pipas en ese momento, que serían por orden: la arcilla blanca o Creme Gambier; la madera

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(sólida y adecuada para la caza y los viajes, mejor si es de brezo); la apreciadísima espuma de mar turca (Meerschaum o sepiolita ricamente tallada, que los franceses imitaron posteriormente creando pasta de sepiolita prensada); y la porcelana, con la que se fabricaban pipas poco agradables de fumar, pero delicadamente decoradas y supuestamente apropiadas para países húmedos y nublados. Los tubos mejores serían, según el autor, de cerezo de monte, jazmín, peral o manzano; y las mejores boquillas, las de ámbar, si bien comenzaba a imponerse en este momento la baquelita y también existían boquillas de madera dura. Como señala Armero (1989), experto en pipas de colección, en Europa es posible distinguir históricamente varios tipos de pipa, como las ya citadas de porcelana alemana, las larguísimas pipas a la inglesa, las pipas de tierra belga, las características calumet holandesas, las pipas de plata rusas, las rarísimas pipas de vidrio, las tapas de metal con cerquillo y bisagra características de los regimientos militares centroeuropeos... Además, las pipas pueden usarse con diferentes boquillas que se adapten a la comodidad del usuario, equilibrando el peso de la cazoleta en los dientes o difuminando el calor ardiente del humo sobre la lengua (Dunhill, 1995: 163). El fumador de pipa se divide a su vez en dos: el que fuma en húmedo, es decir, que escupe la saliva acidificada por la fumada y necesita para ello de contenedores y escupideras adecuadas; y el que fuma en seco, que procede a tragar dicha saliva. En el siglo XIX se diferencian también otros dos tipos de fumador en pipa: el que lo hace en público, práctica bastante denostada en Francia pero habitual en Inglaterra o en las famosas tabernas alemanas; y el que practica el hábito en la intimidad, como un buen entendido que desea potenciar al máximo su disfrute. La elección del tabaco para la pipa se convierte en un proceso semejante a la elección de un buen vino. Cargar la pipa constituye todo un ritual en el que hay que llenar el hornillo y prensar presionando con el atacador en un movimiento de torsión que permita la combustión y el tiro perfectos. La misión

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de todo buen fumador en pipa parece ser lograr el encalzonado o culotage perfecto para su amada pipa (García Ramón, 1881: 69-78), lo que consistía en usarla con unas determinadas pautas y ritmos que permitiesen que esta se curase y ennegreciese lo justo, de manera que proporcionase unas fumadas perfectas y maduras. En el siglo XIX existían diversos métodos para lograrlo, y se define incluso una profesión de encalzonador de pipas, ya que una pipa bien curada aumentaba muchísimo su valor y era muy apreciada. A este domado de la pipa debía seguir un correcto mantenimiento y limpieza de la misma, para que durase muchos años.

Fig. 2.- Encendedor perteneciente al juego de fumador de opio expuesto en la Sala Árabe del Museo Cerralbo. Se trata de una bolsita de piel terminada en una pieza metálica contra la que se frotaría un pedernal, produciendo chispa. Museo Cerralbo, n.º inv. 06779 (Foto: María Jesús del Amo, Museo Cerralbo).

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En el siglo XIX y gracias a la fascinación europea por lo exótico, se desarrolla el coleccionismo de pipas de otras culturas, como las africanas, chinas o japonesas, y se introducen formas de fumar en pipa típicas de otros países, como China y Turquía, y de las colonias europeas en el norte de África. Estas nuevas costumbres están relacionadas también con el consumo de otras sustancias diferentes al tabaco, como el opio o el cáñamo, si bien este último ya se conocía en Europa desde la Antigüedad. La pipa asiática de agua tiene dos versiones: la china, típica de los siglos XVIII y XIX, debe su nacimiento a la influencia de los mercaderes persas, y tiene una forma compacta, de petaca, muy apropiada para el transporte. Va acompañada de una serie de accesorios para su limpieza y carga, y como veremos, en el Museo Cerralbo se conserva un ejemplar. En el caso de Próximo Oriente, se le ofrecen al europeo curioso dos tipos de tabaco exótico: el chibuk, muy fuerte, y el suave narguileh (fig. 3 derecha) persa, cuya mejor versión se comercializa en Constantinopla. La pipa de agua puede ser usada por varios fumadores a la vez, y tiene un depósito que enfría el humo de la combustión y lo aromatiza con aguas de rosa, azahar y menta. El humo pasa después por unos largos y flexibles tubos acabados en boquillas que pueden estar ricamente decoradas e incluso ser intercambiables, lo que permite al fumador recostarse o cambiar de posición a su antojo (fig. 3 izquierda). El momento de fumar el narguileh se acompañaba además de té o café

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a la turca, reforzando así el carácter social de este hábito de consumo. En Europa hizo furor en cortes como la vienesa y fue un capricho practicado habitualmente por mujeres. Por supuesto, todo aquel aristócrata que visitaba la legendaria Constantinopla tenía una cita obligada con el narguileh. En cuanto al denominado tabaco de humo, es decir, aquel que se consumía aspirando los humos de la combustión directamente, sin la mediación de la pipa, España y sus dominios americanos tienen un papel fundamental en su difusión por Europa. Fumar (inhalar y exhalar el humo del tabaco) era una de las formas de consumo en América del Sur a la llegada de los primeros europeos, siendo la Apologética historia de las Indias de Bartolomé de las Casas, publicada en 1527, la primera obra europea que la describe. Rodrigo de Jerez, uno de los hombres de Colón, se convirtió en fumador, y a su vuelta a España en 1493 fue encarcelado por la Santa Inquisición debido a su demoniaca costumbre. Fue precisamente en España donde el tabaco de humo arraigó más, ya desde el siglo XVI. Al principio parece que el tabaco se envolvía en un canuto de hoja de maíz o de palma, o bien se enrollaba sobre sí misma una sola hoja de tabaco, siendo este formato mucho más escaso. A principios del siglo XVII, sin embargo, el cigarro va tomando su formato característico, con su alma por dentro y su cobertura de hoja entera de tabaco por fuera. Se fabrica ya en la Real Fábrica de Tabacos

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Fig. 3.- Retrato fotográfico a la albúmina realizado en Estambul en 1890, en el famoso estudio fotográfico Abdullah Fréres. Inocencia Serrano y su hija Amelia del Valle, vestidas a la turca sobre un diván, posan junto a una mesita con típicas tazas de café turco (zarf) y una pipa de agua de tipo narguileh, cuya boquilla sujeta Inocencia con su mano derecha. Museo Cerralbo, n.º inv. VH 0702. Esta fotografía formaba parte de la decoración del Salón de Confianza (Foto: Museo Cerralbo). A la derecha, boquilla de narguileh conservada en el Museo Cerralbo con n.º inv. VH 1070 (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo).

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de Sevilla, y poco después en la de Cádiz, conviviendo siempre con el hegemónico tabaco de polvo. Algo después aparecieron fábricas similares por toda Europa. Parece ser que ya en el siglo XVII se diferencia entre el cigarro y el cigarrillo, más pequeño, y envuelto en hoja de maíz o papel, por lo que también se denomina «papelote». En el año 1717 la corona española funda la Real Factoría de La Habana, implantando así un régimen de monopolio para la naciente industria cubana. A lo largo del siglo XVIII, los precios del tabaco se dispararon, y al final del siglo, como hemos visto al hablar del rapé, se produjo un cambio en los hábitos de consumo de tabaco. De nuevo, los grupos sociales con más renta acabaron por apropiarse del tabaco de humo, hasta entonces considerado como mercancía marginal. La Guerra de Independencia española, a principios del siglo XIX, pone a los ejércitos ingleses y franceses en definitivo contacto con los excelentes cigarros españoles, y así tras las Guerras Napoleónicas, el cigarro se convierte en el gran protagonista del panorama social decimonónico de la nueva Europa. En 1830 ya es considerado de buen tono entre los elegantes, y el más apreciado es sin lugar a dudas el cigarro habano. A mediados de siglo el cigarro se considera la etiqueta, la carta de presentación y el complemento del hombre elegante y del artista. También hacia 1830 se extiende en España el consumo de cigarrillos, cuyo formato había evolucionado lentamente desde el siglo XVII, muy especialmente entre las mujeres, y el «papel español para cigarritos», comercializado ya en libritos de vivos colores aromatizados con licor, comienza a ser conocido y apreciado en toda Europa. La guerra francoprusiana de los 70 los popularizó aún más entre las tropas europeas, y en los años 80 la maquinaria a vapor hizo posible su fabricación masiva. También evolucionan considerablemente los métodos de encendido de pipas, cigarros y cigarrillos. Tradicionalmente se usaba la yesca o las pajuelas, inflamadas gracias a la chispa que surgía al golpear un fragmento de pedernal (sílex) y un

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eslabón de hierro (fig. 2). Tampoco era un problema sacar una brasa de la chimenea, con unas tenazas, para encender un cigarro. Poco a poco van apareciendo conjuntos portátiles y algo decorados de eslabón y pedernal, los llamados yesqueros, e incluso el conocido como pedernal de rueda, precursor del moderno encendedor. En el albor del siglo XIX se inventan luminarias de bolsillo, todas ellas con base en reacciones químicas entre compuestos como el amianto, el ácido sulfúrico, o el azufre. También van apareciendo encendedores en los que la mecha sustituye a la yesca y el mineral cerio, al pedernal, así como pequeños lampantes de alcohol. En cuanto al conocido como fósforo o cerilla, también sufre una vertiginosa evolución, desde la cerilla instantánea, alojada en dispensadores automáticos, la cerilla de fricción y finalmente la cerilla de seguridad (safety match) en 1844. Los mecheros se diversifican y a los de fricción y percusión pronto se añadirán a principios del siglo XIX los modernos modelos catalíticos, a base de hidrógeno y platino y a finales, los de cordón impregnado de elementos químicos o petróleo y los modelos eléctricos. Los mecheros automáticos no llegarían hasta los años 20 del siglo siguiente. El higienismo pronto se hace eco de los peligros del hábito, pero ya es demasiado tarde para dar marcha atrás, la sociedad es profundamente adicta a la nicotina, y los adeptos al tabaco defienden acérrimamente su consumo, recomendando sin embargo una higiene básica del fumador: no fumar en la infancia ni la adolescencia, no usar pipa ajena ni hacérsela encender por un criado, no fumar más de 30 cigarros al mes, no fumar el cigarro ni el cigarrillo más allá del último tercio, para alejar el calor pernicioso de boca y lengua, para lo que a continuación se usaban boquillas especiales, y escoger siempre los mejores productos: por ejemplo, no usar papel de arroz y sí de trapo. Parte del triunfo del cigarrillo estribó precisamente en la creencia de que era más sano, ya que se fumaba menor cantidad de tabaco. Se inventa incluso el tubocigarrillo, sin papel, compuesto por dos tubos de vidrio. Sin duda, para evitar adulteraciones, lo mejor es la costumbre

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netamente española de liarlos en el momento a partir de una picadura de calidad, o de un tercio de cigarro picado, e incluso cargarlos después en una elegante pitillera. De nuevo los usos en torno al tabaco cambian radicalmente (García Ramón, 1881: 106-117).

Fig. 4.- Tarjeta postal ilustrada con la imagen de dos niños pequeños, con indumentaria muy cuidada, con sendos cigarrillos en las manos, a los que posteriormente se ha añadido el efecto blanco del humo. Imágenes como esta estarían en el límite entre el candor y el guiño cómico que hoy encontramos de mal gusto, como cuando se representaba a niños dándose un beso. Archivo Histórico Museo Cerralbo FF04896 (Foto: Museo Cerralbo).

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Desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, por tanto, el cigarrillo viene a compartir la popularidad del cigarro, que comienza a llamarse cigarro puro o puro. Y mientras la masificación de la producción contribuye a que todas las clases sociales tengan un fácil acceso al tabaco, las formas antiguas de tomarlo, como el rapé e incluso la pipa, van quedando relegadas en mayor o menor medida. No hay duda de que en este momento el fumar se ha convertido en un hecho universal, y no es difícil descubrir en esta época candorosas escenas de niños que fuman, que hoy nos parecen perturbadoras. Cada vez más mujeres fuman abiertamente, desafiando los roles impuestos a su género, reivindicando su libertad y haciendo ostentación de esta provocativa costumbre, no exenta de tintes eróticos. Lo hacen provistas de larguísimas boquillas para alejar su toilette de olores nefastos y preservar sus labios y cutis del pernicioso calor. Los hombres también usan habitualmente boquillas, tanto para cigarrillo como para cigarro puro. Se combina sin prejuicios el tabaco de humo con el tabaco de pipa, prescrito cada uno para diferentes horas del día, ocasiones y estados de ánimo, y no es extraño tampoco observar el uso de pipas pureras, denominadas también boquillas de cigarro y con un diámetro específico de cazoleta, en las que se fumaba el puro casi vertical evitando así la caída de la ceniza.

La colección del Museo Cerralbo Por tanto, el uso del tabaco se diversifica y adquiere, según su nicho y género de consumo, unas determinadas connotaciones socioculturales. Al mismo tiempo, cada manera de consumir el tabaco fue generando una idiosincrasia muy específica, y por tanto, un reflejo determinado en la cultura material. Aparecen así cajitas de rapé o tabaqueras, boquillas para

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cigarro, limpiapipas y atacadores, cortacigarros, ceniceros, encendedores y eslabones, ralladores para rapé, potes domésticos y bolsas portátiles para guardar la picadura de tabaco, maquinitas de liar, pitilleras en las que guardar cigarrillos ya liados, cartoncillos para guardar el papel de arroz, tenacillas y pinzas para sostener las colillas, pipas, pipas para fumar puros, fósforos, y un sinfín de objetos curiosos de sobremesa, incluyendo muebles expresamente pensados para el ritual del fumar (García Ramón, 1881: 150-161). Pero además, el hábito de fumar y su profunda consolidación social favorecen que incluso los ambientes domésticos se modifiquen para dar lugar a la aparición del fumoir o smokingroom (fig. 6 izquierda). En efecto, la creación de una estancia especial para fumar deriva de la molestia ocasionada por el enrarecimiento del ambiente con el humo y del excesivo olor que podía impregnar la indumentaria y el cabello de los presentes, así como todas las tapicerías de los muebles, las sedas de las paredes, las alfombras y los cortinajes, que podían incluso amarillear con el humo. La habitación entera podía quedar impregnada de olor a tabaco, cosa poco deseable en deferencia tanto a las damas de delicado olfato, como a los dueños del hogar y a los siguientes invitados. No era extraño, en Inglaterra, que los fumadores fueran relegados a la cocina o al exterior de la casa cuando deseaban disfrutar de su vicio, aunque el dueño les acompañase. De hecho, este es el origen del smoking jacket, una prenda doméstica y elegante, antecedente del batín, que se ponían los hombres ingleses después de cenar para proteger su ropa de diario de malos olores y quemaduras.

«Los objetos de fumador se convierten además en un objeto doméstico de lujo, ligado al placer que proporciona el tabaco como parte del descanso y el ocio masculino.»

Muy pronto, en esa nueva sociedad suntuaria y moderna que se desarrolla en la segunda mitad del siglo XIX, los espacios públicos como hoteles, bancos, balnearios, cruceros, trenes o restaurantes comienzan a reservar espacios específicos para el disfrute del tabaco. No se trata de una segregación del fumador, sino de una sala en la que se proporciona un ambiente de confort, elegancia y sociabilización para el

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consumidor de tabaco. También aparecen estas salas en los clubes y asociaciones de corte británico, e incluso clubes específicamente relacionados con el consumo del tabaco. Como trasladando al hogar las características de estos entornos exclusivos y masculinos, el fumoir doméstico suele tener puertas que se cierran para proteger la privacidad de las conversaciones, cómodos asientos, chimenea o calefacción, y una decoración adusta y varonil, con frecuentes toques de sensual orientalismo según el gusto del propietario. Masculinidad, intimidad, camaradería, intelectualidad, ritual y disfrute se unen en estos espacios dedicados al tabaco de humo, auténticas guaridas (den) para el hombre de la casa. Fig. 5.- Boquilla para cigarros realizada enteramente con ámbar y oro en la segunda mitad del siglo XIX. Porta el enlace «CI», quizá una referencia a Carlos María Isidro, surmontado por corona real y realizado en incrustación de brillantes y granates. Museo Cerralbo, n.º inv. 02195 (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo).

Los objetos de fumador se convierten además en un objeto doméstico de lujo, ligado al placer que proporciona el tabaco como parte del descanso y el ocio masculino. Fue muy frecuente que constituyeran auténticos regalos masculinos aristocráticos, como es el caso de la boquilla regalada al marqués de Cerralbo por don Carlos de Borbón y AustriaEste, más conocido como Carlos VII, aspirante carlista al trono de España, del que don Enrique fue representante político y amigo personal. Sus valiosos y simbólicos regalos fueron

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expuestos en una sección especial de la Vitrina de Joyas, ubicada en la sección de las Galerías entre el Salón de Baile y la Biblioteca (fig. 5). Sin duda un lugar de honor para una pieza de excepcional gusto y calidad. Otro buen ejemplo de esta costumbre de regalar objetos de fumador es el que encontramos en la correspondencia del marqués de Cerralbo, que el 10 de agosto de 1883 escribe una carta desde Biarritz a Juan Catalina García, arqueólogo, historiador, senador isabelino e ilustre amigo, contándole entre otras cosas que vienen de Suiza, y describiendo, justo antes de despedirse, una pipa que muy bien pudo acompañar a la carta a modo de regalo personal, enviándose todo como paquete postal: «la pipa es de madera y espuma de mar de la mejor clase, y muy bien trabajada»1. Uno de los tipos de pipa más valorados del momento, un buen regalo para un apreciado amigo.

El tabaco en el Museo Cerralbo No es fácil rastrear el hábito de fumar en las estancias del actual Museo Cerralbo, testimonio fiel de las costumbres de la aristocracia madrileña de fines del siglo XIX y principios del XX. El Palacio, que se termina de construir en 1893, y por tanto se enmarca en un momento de gran popularidad del tabaco de humo y de la pipa, se articula en dos pisos bien diferenciados. En el Piso Principal se dispone un auténtico Museo, fruto del diseño y la museografía del Marqués, que se ha conservado hasta nuestros días gracias a la labor fotográfica y al temprano Inventario (1922-1924) de Juan Cabré Aguiló, que permitió su escrupulosa recuperación desde principios del siglo XXI2. En este Piso Principal las estancias son auténticos decorados temáticos proyectados y dispuestos para el lucimiento de la colección de don Enrique, y se disponen, sucesivas, sorprendiendo con un torrente de preciosos objetos y decoraciones suntuosas al invitado que acude al Palacio para disfrutar de una velada literaria, un baile, una cena de gala, o simplemente, para visitar el ya entonces conocido como Museo del marqués de Cerralbo.

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Fig. 6.- A la izquierda, smoking room de estilo oriental de la Halton House de Buckinghamshire, construida entre 1881 y 1883 para Alfred de Rothschild por el arquitecto W. R. Rogers. Fotografía de H Bedford Lemere, 1892, perteneciente a English Heritage NMR (© Historic England Archive). A la derecha, Sala de Columnitas del Museo Cerralbo en la actualidad (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo).

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Entre estas salas hay algunas que destacan especialmente por su posible relación con el fumar, si seguimos las indicaciones realizadas por el arquitecto Robert Kerr, que en su Gentlemen´s Home de 1865 describe entre otros muchos ambientes cómo debe ser el smoking-room de un caballero (fig. 6 izquierda) que se precie: alejado del resto de habitaciones, pero con un confort tal que permita conversar y alojar otros atractivos que no sean el mero tabaco (biblioteca, juegos de mesa, escritorio…). La primera es la Sala Árabe, que de hecho sería ideal por su estilo orientalista, según los convencionalismos decorativos de la época expuestos por Cruz Guáqueta en 2007 al analizar el estilo del fumoir decimonónico. Forrada de kílims turcos y yeserías de estilo islámico, en la que entre un sinfín de armas y objetos africanos, del pacífico, o armaduras japonesas, en origen poseía un cómodo diván de estilo turco enfrentado a la ventana que da al Jardín, resultando un espacio de gran comodidad. Destacaba sobre una mesita una pipa china de agua, con todos sus complementos, y sobre otra, un expositor de cazoletas para fumar opio en pipa, con un cajoncito en el que se guardan los instrumentos necesarios para cargarlas, encenderlas y limpiarlas (ver fig. 2). Esto ha hecho pensar a quien no conoce el Museo en profundidad que el Marqués o algún miembro de su familia pudiera consumir opio, tal y como era habitual en el ámbito anglosajón en

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este siglo. Pero no olvidemos que estamos hablando de un objeto de colección expuesto en una sala para su observación y disfrute, no para su uso, y que este hábito es muy poco probable dado el carácter austero, recto y conservador de todos los miembros de la familia. Otra sala que llama poderosamente la atención es la Sala de Columnitas (fig. 6 derecha), también con vistas al Jardín, de estilo fuertemente masculino y barroco, en la que se expone una curiosa y creativa museografía de pequeña escultura sobre columnas en una mesa central. Perimetralmente se dispone una sillería de comodidad, pudiendo alojar esta sala a unas diez personas sentadas. ¿Podría ser este el fumoir para invitados del Palacio? Es difícil de imaginar, ya que tanto en esta sala como en el Salón Billar, en el que era habitual cerrar las puertas, y que también presenta cómodos asientos con peldaño para observar el desarrollo del juego de billar, la presencia de objetos de gran valor, concretamente pinturas, contradice esta teoría. Resulta extraño que el Marqués permitiera que se concentraran nubes de maloliente humo que pudiesen amarillear sus cuadros de Arellano, Pacheco, Camilo, Ranc, Van Dick o Procaccini, o que una quemadura pudiera arruinar las tapicerías de sus cuidados bancos. En las fotografías de época con invitados, ninguno está fumando cigarro, pipa ni cigarrillo. No descartamos que el Marqués permitiera fumar en ellas a alguno de sus invitados, por pura deferencia, pero sí se descarta que fueran salas específicamente concebidas para fumar, ya que don Enrique tenía un avanzado concepto de la conservación preventiva en su pionero Museo. Sin embargo, el análisis de los objetos expuestos en el Despacho y Biblioteca de Piso Principal nos habla de otra realidad. No olvidemos que el consumo de tabaco se consideraba un estimulante de la actividad intelectual. Así lo expresa el ya citado García Ramón (1881: 11): «Me sentía con fuerzas para escribir horas enteras sin comer, sin beber, llevado en alas de la fantasía». Si bien el Marqués tenía

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Fig. 7.- Retrato fotográfico de Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, realizado por el estudio de Johannes Jaeger, en Estocolmo, durante el viaje familiar llevado a cabo en 1875, a los pocos años de contraer matrimonio con Inocencia Serrano y Cerver. El Marqués ronda en esta fotografía los 32 años, pese a lo que posa con la autoridad y decisión que su posición social conlleva. Archivo Histórico Museo Cerralbo FF02827 (Foto: Museo Cerralbo).

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Fig. 8.- A la izquierda, imagen actual de la Biblioteca del Museo Cerralbo, desde el asiento de la gran mesa central, sobre la que podemos apreciar una purera (Cat. 1) y un encendedor junto a objetos de escritorio como portaplumas, un reloj calendario, y un elegante tintero. A la derecha, una vista actual del Despacho anexo a la Biblioteca. En la mesita de la derecha, junto al escritorio, se observa un cuidado conjunto de ceniceros (Fotos: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo).

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otras estancias privadas que le sirvieron como escritorio alternativo, no es menos cierto que realizaba frecuentemente estas tareas en su bien nutrida biblioteca, y que sus habituales colaboraciones con otros arqueólogos, políticos e intelectuales hacían necesaria una estancia de trabajo que pudiera recibirles y alojarles cómodamente, y don Enrique habría necesitado ser un buen anfitrión que pensase en todos los detalles. Y es por esto que sobre la mesa de trabajo de la Biblioteca reposaba una purera con depósito para cerillas, lista para convidar a cualquier invitado a un excelente cigarro habano (Cat. 1); mientras que sobre la mesa del Despacho, una pequeña colección de ceniceros, uno de ellos con cortapuros (Cat. 5), parecen dispuestos a recoger la ceniza de ilustres fumadores. En cuanto a los artilugios para obtener fuego, los escasos encendedores existentes en la colección transmiten una idea más decorativa y coleccionista que auténticamente funcional (Cat. 8). Lo más probable es que se usaran diversos tipos de cerillas, como demuestra la presencia de cerilleros fabricados en la época, sencillos, ingeniosos, y de aparente uso cotidiano (Cat. 9). Sus invitados también podían servirse

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de un cenicero en el Aseo de la Galería III de este Piso Principal, sin duda todo un detalle de comodidad para con los asistentes a bailes, cenas y reuniones. No podemos afirmar ni desmentir que el marqués de Cerralbo fuese fumador. Lo cierto es que si lo era, su costumbre no debía ser algo muy característico o reseñable de su polifacético carácter, ya que este hecho no ha trascendido en retrato, reseña personal ni descripción alguna de la que tengamos noticia. Sin embargo, resulta bastante probable que el Marqués fuera un fumador social o de etiqueta, es decir, una persona culta y educada que, sin consumir tabaco a diario, era capaz de cumplir con los rituales protocolarios del convite y la fumada de buenos cigarros entre caballeros. Por el contrario, en el Entresuelo se ubican las habitaciones privadas o de recibir, de las que solo algunas han llegado hasta nuestros días. Se han perdido las alcobas, los retretes, las cocinas, los guardarropas y cuartos de lavar y planchar, que no se consideraron dignos de formar parte del Museo que disponían los legados de don Enrique de Aguilera y Gamboa y de su hijastra Amelia del Valle y Serrano. Las estancias de recibir o de mayor representatividad, como salones y comedores, sí que fueron descritas y sus objetos inventariados en 1927, tras la muerte y legado de Amelia. Es precisamente en estos ambientes vividos donde el inventario deja translucir la existencia de objetos de fumador, en concreto ceniceros ubicados en lugares concretos de la vivienda en los que el descanso después de la comida, el convite de invitados o el trabajo intelectual favorecían el consumo de tabaco. Hay que decir que Inocencia Serrano y Cerver, esposa del Marqués, y su hija Amelia, eran dos mujeres que aunaban conservadurismo e inteligencia, y no ha quedado testimonio alguno de que consumieran tabaco en ninguna de sus preparaciones. El higienismo de la época aconsejaba a las damas alejarse de este pernicioso vicio que amarilleaba el cutis y los dientes, si bien es verdad que la medicina de la época también recetaba los cigarrillos de alcanfor (para refrescar la mente y como tónico pulmonar) o de cáñamo (para relajarse y paliar

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el dolor). Además, ya hemos mencionado las escandalosas connotaciones de mujer liberada que tenía el fumar a finales del siglo XIX: es muy probable que Inocencia y Amelia simplemente tolerasen educadamente la presencia de humo de tabaco, de ahí la necesidad, en todas las casas elegantes de la época, de un fumoir. Por tanto, suponemos que este ajuar de fumador estaba destinado a los señores de la casa y a los invitados. Así, en el Salón Confianza, en el que se recibiría a visitas de cierta intimidad que acudirían a merendar o a jugar a las cartas, se registran nada menos que seis ceniceros, uno de ellos con un busto de Bismarck y decorado con fajas de cigarros habanos, detalle este todo un clásico del coleccionismo del fumador, además de un también típico cortacigarros en forma de revólver. En el Comedor de Diario se detalla la existencia de otros seis ceniceros, tanto de metal como de loza vidriada. Son muy escasas las piezas descritas que finalmente formaron parte de las colecciones del Museo, entre ellas dos curiosos ceniceros de loza con forma de periódico. Hay que decir, además, que en la documentación de la herencia de los fallecidos Inocencia y Antonio del Valle, su hijo, en favor de Amelia del Valle3 en el año 1900, dotada de una enumeración ordenada de estancias y su contenido, se describe en el Entresuelo derecha, junto al Salón Confianza, una habitación denominada explícitamente «Billar», en la que junto con otro mobiliario existía una mesa de billar de caoba, tacos con su soporte y bolas. El billar fue en estas décadas frecuentemente asimilado con el fumoir, y sin duda esta sala sería un lugar ideal para la reunión de caballeros más allegados a la familia, en un ambiente mucho más íntimo que el que podría ofrecer el Salón Billar de Piso Principal. Curiosamente, esta estancia cambiaría de uso inmediatamente, ya que no aparece con esa denominación ni ese contenido en el Inventario realizado en 1927. Seguramente el fallecimiento de Antonio, el joven caballero de la casa, en el año 1900 tuvo su reflejo en los ambientes domésticos con la desaparición también de este Billar.

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Antonio del Valle y Serrano, fumador y coleccionista En esta revisión documental sobre los ambientes originales del Palacio relacionados con el tabaco, hemos de citar las estancias del Piso Entresuelo directamente relacionadas con Antonio del Valle y Serrano, hijastro del marqués de Cerralbo, y fumador. Hijo de Inocencia Serrano y Cerver y su primer esposo, Antonio del Valle Angelín, nació a mediados del siglo y falleció en el año 1900. Fue compañero de estudios universitarios de don Enrique de Aguilera, su futuro padrastro, a quien unía una franca amistad y la afición a la literatura, al coleccionismo numismático y los viajes. Al igual que su madre, Inocencia, y su hermana, Amelia, compartió y contribuyó a la visión filantrópica de don Enrique: una magna colección en un edificio construido ex profeso, un Museo que después sería donado al Estado. Primer marqués de Villa-Huerta desde 1886, además de escritor aficionado, fue un apasionado coleccionista de recuerdos de viaje, entre los que no faltaron algunos ejemplos extranjeros de tabaco. Hay que pensar que entre 1890 y 1900, todo este ala del Piso Entresuelo constituía los apartamentos privados del señorito Antonio, el joven soltero de la familia, que contaba, en el sótano inmediatamente inferior, con su propia cocina y su propio servicio doméstico. En diversos proyectos de estos ambientes de habitación aparecen estancias como la alcoba, uno o varios despachos, una biblioteca, y un baño. En un plano de los años 80, titulado «3er Proyecto» (N.º inv. 29468), el lugar que ocupa el actual Salón Rojo aparece perfectamente delimitado y descrito con la inscripción «fumadero», identificándose así la necesidad doméstica de poseer una estancia en la que el señorito Antonio pudiera fumar conforme a las costumbres de la época. Es muy probable que el propio Antonio interviniese en aquellos proyectos y pensamientos sobre lo que iban a ser sus estancias personales, en las que podemos entrever un pequeño reflejo de su personalidad, ya que la familia acostumbraba a hacer planes en equipo, y tanto él como su hermana habían tenido un papel crucial en

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Fig. 9.- Retrato fotográfico de un joven y elegante Antonio del Valle y Serrano, realizado en el estudio de Johannes Jaeger, Estocolmo, en 1875. Destaca el llamativo estampado de su corbata y el alfiler prendido en la misma, así como el cuello «de pajarita». Su rostro es pensativo y con un toque melancólico. Se trata de un retrato realizado en la misma sesión que el de la fig. 7, en la que también se retrataron Inocencia y Amelia. Archivo Histórico Museo Cerralbo FF02874 (Foto: Museo Cerralbo).

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Fig. 10.- Paquetito de papel de periódico en el que se envolvieron varios ejemplos de tabaco, con cigarros puros y tabaco prensado. Lleva la inscripción manuscrita a tinta: «tabaco ruso y sueco comprado por / mi en Edinburgo 1874» y constituye un excelente ejemplo de recuerdo de viaje coleccionado por Antonio del Valle, y además, un testimonio de su interés por el tabaco. Museo Cerralbo, n.º inv. VH 7250 (Foto: Museo Cerralbo).

la adquisición del solar en el que se estaba construyendo el edificio. De acuerdo con las indicaciones de Robert Kerr (1865: 173-174), la guarida masculina debería situarse alejada del resto de las dependencias domésticas, incluso en un pabellón en el jardín, combinando el placer de fumar con la práctica de otras actividades como la lectura, el juego o el coleccionismo. Gracias a la documentación de la herencia realizada por Inocencia y Antonio en favor de Amelia del Valle en el año 19004, se sabe que una vez diseñados, construidos y decorados los ambientes definitivos, el Salón Rojo (denominado Despacho) pudo ser su sala de estar y recibir, y el actual Salón Amarillo (denominado Comedor), su comedor, ubicándose en ambas estancias diversos escritorios5. En los salones Rojo y Amarillo, con vistas al Jardín, había en el momento del Inventario de 1927 un total de cuatro ceniceros6. En cualquier caso, en ambos documentos, de 1900 y 1927, se conserva la memoria de Antonio del Valle en dos ambientes domésticos: el descrito como Gabinete del marqués de VillaHuerta, ubicado en el Ala de Verano del Piso Entresuelo, con

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un balcón a la calle Ventura Rodríguez; y el denominado Cuarto del marqués de Villa-Huerta, en las galerías del mismo piso, con balcón al patio interior. En ambas habitaciones hay testimonio de su uso como dormitorio, con la presencia de cama en ambas y en la segunda, con la mención expresa de un lavabo. En el Inventario de 1927 y a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte, aún hay constancia de objetos de fumador, como un cenicero de metal blanco y una cajita para cerillas, que parecen estar asociadas a una labor intelectual privada, con la presencia de estantes para libros, escritorios y objetos de escritura (tintero con portaplumas, plegaderas, pisapapeles…). Además, como buen caballero decimonónico coleccionista y fumador, Antonio del Valle fue reuniendo a lo largo de su vida una pequeña colección de pipas. En el inventario general de sus bienes, realizado a su muerte7, se describe una colección de pipas y boquillas, que es valorada en la nada despreciable suma de 150 pesetas. Amelia, su heredera, guardó con cariño todos los recuerdos de su amado hermano, entre ellos su colección de recuerdos de viajes, que a su vez quedan reflejados en el propio legado testamentario que realizó en 19278. Es curioso que se refiera a la colección de pipas como «colección de boquillas de diferentes países» y sumamente interesante que mencione dónde se habían guardado durante los últimos 27 años: en los dos cajones de aquel mueble lavabo, en esa alcoba particular, «cuarto de invierno», ubicada en las galerías del Piso Entresuelo. Este carácter de recuerdo de viaje queda ejemplificado en el hecho de que algunas de estas interesantes pipas presentan inscripciones, en concreto nombres de ciudad, que nos dan idea de su lugar de compra, por el propio Antonio o por alguien que se la obsequiase como presente. Además, cinco de las pipas añaden un año, 1897. Las ubicaciones que podemos rastrear se ubican entre el norte de Italia y la parte oeste de Austria, Suiza, Francia y Holanda. De hecho, en el Archivo Histórico Museo Cerralbo se conservan etiquetas

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de hotel y equipaje de dos viajes, que coinciden con los nombres registrados en estas pipas: en el de 1896-97, Roan, Florencia y Siena; y en el de 1897, Roan, Orleans y Zug. Curiosamente casi todos estos destinos se encuentran muy cercanos a balnearios de renombre en la época. La fecha de estos viajes y recuerdos también resulta muy significativa: en 1896 se registra el fallecimiento de Inocencia, la marquesa de Cerralbo. Esto nos hace pensar que al menos parte de esta colección podría constituir el resultado de viajes de Antonio, solo o con su hermana Amelia, durante su luto por su madre, en los que además pudieron visitar diversos balnearios. Otras pipas podrían haber sido adquiridas por don Enrique para su hijastro y amigo, como regalo personal, a lo largo de los casi 30 años de excelente relación paterno-filial y gracias a los frecuentes viajes que realizó por motivos científicos y políticos. De las pipas coleccionadas por Antonio ninguna parece haber sido usada para fumar: de hecho, parece patente que muchas de ellas son meramente decorativas. Por ejemplo, las pipas alemanas de porcelana eran ya en aquella época más un precioso objeto de colección, que una pipa realmente funcional, que no usaría nadie que no fuera un anciano tirolés. De esta tipología conservaba Antonio seis cazoletas muy bellas, todas ellas con motivos muy significativos relacionados con la naturaleza y la historia suiza y tirolesa (Cat. 17). Además de esta colección de pipas de pequeña entidad pero gran interés, nos ha dejado la que casi con total seguridad es su boquilla para cigarrillos privada, personalizada con su inicial, guardada en un estuche forrado al interior con terciopelo, todo ello con evidentes huellas de uso muy frecuente (Cat. 11). Su salud fue algo precaria, falleciendo décadas antes que su padrastro y su hermana, y solo cuatro años después de su madre, y se sabe que recurría a la homeopatía para aliviar sus dolencias. Por lo menos, nos queda así constancia de que consumía los cigarrillos con una excelente boquilla de ámbar y espuma de mar, como dictaban las normas higiénicas de la época. Sobre si consumía o no cigarrillos comerciales, ya muy habituales en su época, una posible pista nos la da su

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sencilla tabaquera de piel (Cat. 7), decorada con una corona de marqués: Antonio debía comprar picadura de calidad y liar sus propios cigarrillos, disfrutando de ese ritual elegante y en la época casi exclusivamente masculino como quien descorcha un vino de buena añada o elogia los caballos de un amigo. Fig. 11.- Ejemplo de pipa de estilo alemán y tirolés, datada entre 1820 y 1860, realizada en madera y porcelana de Sajonia. En esta imagen podemos ver todas las partes constitutivas de este tipo de pipas, de las que Antonio solo coleccionó las cazoletas. Science Museum, Londres, A636780 (© Science Museum, London, Wellcome Images).

Conclusión La huella del tabaco en nuestra civilización, en los últimos cuatro siglos de historia, ha sido enorme. No solo ha tenido un gran impacto en la economía de los grandes estados coloniales, y en sus políticas territoriales, sino que además ha jugado un papel fundamental como producto de consumo cotidiano, al igual que otras sustancias estimulantes que se vieron rápidamente inmersas en la economía-mundo, como el café, el té o el chocolate, que pronto formaron parte de la sociedad de la Vieja Europa. El tabaco, como hemos visto, fue variando en su presentación, rutas comerciales, consideración social y forma de consumo. La moda se apoderó de los rituales y la parafernalia que acompañaban al tabaco; los modales cortesanos contrastaban con los de la gente común, pero

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todos ellos, hombres y mujeres, si su bolsillo se lo permitía, podían consumir tabaco en diferentes presentaciones. El siglo XIX es un siglo de cambios, en el que se asiste al declive del tabaco esnifado y la pipa encuentra un duro adversario, el tabaco de humo, materializado en el cigarro y el cigarrillo. Los usos cambian y el tabaco se asocia a la elegancia austera, intelectual y comedida del caballero decimonónico. El consumo de tabaco, esta vertiente tan íntima y a la vez tan pública de la vida cotidiana, ha dejado en el Museo Cerralbo, casa-museo de referencia en el panorama español e incluso europeo, una huella apenas perceptible, casi silenciada al desparecer los espacios de habitación de la familia. Sin embargo, es posible rastrear, a partir de inventarios, planos y documentación, objetos relacionados con el tabaco que no han llegado hasta nuestros días, pero que existieron y tuvieron una funcionalidad en la vida diaria de la familia Cerralbo y VillaHuerta. El palacio hoy, convertido en museo que reproduce fielmente la disposición que de sus colecciones hizo el marqués de Cerralbo, se nos presenta vacío de voces, aséptico en sus olores, un espacio respetuosamente preservado para la ciudadanía. Pero hace 100 años estas mismas salas albergaron bailes, tertulias, visitas guiadas, cenas y reuniones políticas y científicas cuyos ecos en la actualidad solo podemos imaginar. Las nubes de humo del tabaco, y aún el picante olor del rapé del bolsillo de algún religioso, tuvieron sin duda un papel en estos acontecimientos sociales, y también en algún momento de reflexión y disfrute en solitario. El carácter diplomático, abierto y educado de Enrique de Aguilera, con sus amplísimas relaciones políticas, intelectuales y amistosas, pudo apoyarse en el tabaco como embajador y garante de convenciones sociales. La personalidad de Antonio del Valle, caballero romántico y moderno a la vez, nos ha dejado, por otra parte, el testimonio de un fumador que disfrutó coleccionando recuerdos de viajes y fragmentos de historias, y que escribió y leyó durante horas con la estimulante compañía de sus cigarrillos. Gracias a todos estos

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pequeños relatos hemos intentado aproximarnos al papel del tabaco en nuestro pasado reciente, y a su reflejo en los interiores domésticos y en la cultura material, pero también en la historia de una familia9.

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catálogo

Por motivos de representatividad y espacio presentamos una selección de piezas entre las muchas existentes en las colecciones del Museo Cerralbo asociadas al tabaco. Es posible acceder a todas ellas, y también a una mayor variedad de imágenes de las aquí presentadas, en el catálogo digital de la Red de Colecciones de Museos de España CER.ES, así como en el propio Catálogo General del Museo Cerralbo, también digital, con acceso a ambos desde la página web del Museo Cerralbo, mediante la búsqueda por campos o búsqueda avanzada, consignando «Objetos relacionados con el tabaco» y «Objetos de fumador» en el campo «Clasificación Genérica».

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Cat. 1. Tabaquera

N.º Inv.: 03330 Plata Estampación mecánica Segundo cuarto del siglo XIX Córdoba (España) Medidas: An.: 10 cm.; Al.: 1,6 cm.; F.: 5,5 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Contenedor de formato rectangular y aplanado con esquinas redondeadas, con tapadera articulada mediante bisagra y cierre por encaje. Presenta decoración de fajas de estampado mecánico de tipo vegetal y geométrico (rameados, ondas, ovas, tramas de rombos…) en disposición simétrica. En el interior de la tapa, larga burilada, y en la pestaña de apertura, marca de localidad (Córdoba), del artífice, Francisco González, y del contraste Marcial de la Torre. Esta última marca está incompleta, faltando la parte cronológica, lo que nos impide datar la pieza con más exactitud. La platería cordobesa era de amplísima difusión por todo el país, presente en todo tipo de comercios especializados y mercados. En el exterior de la tapadera aparece una cartela romboidal con las iniciales «JC» invalidadas, lo que parece indicar

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que la pieza tuvo un uso continuado o tuvo más de un dueño, quizá incluso protagonizando el cambio de costumbres de consumo de tabaco y conteniendo primero rapé y después cigarrillos recién liados. No sabemos si esta tabaquera fue una herencia familiar atesorada por el Marqués o algún miembro de su familia y después expuesta en la librería giratoria del Despacho del Piso Principal como un bello objeto de colección, o fue adquirida en el mercado de antigüedades.

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Cat. 2. Cenicero

N.º Inv.: 02562 Porcelana, fibra textil Moldeado, vidriado, Calcomanía Segunda mitad del siglo XIX Schwazer Majolika und Steingutfabrik (Schwaz, Tirol) Medidas: D.: 13,5 cm.; Al.: 2 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Recipiente abierto y bastante plano, de forma circular con fino pie anular. La fluida superficie del anverso presenta un retrato femenino que, gracias a la inscripción del reverso, podemos identificar con Philipine Welser, la esposa morganática del príncipe Fernando II del Tirol, sobrino de Carlos V, que renunció por ella a sus derechos dinásticos. Su famosa historia de amor, su pertenencia a la familia Welser, prestamistas de Carlos V con derechos sobre Venezuela, su figura como coleccionista y cocinera y su devota defensa de la Contrarreforma hicieron de ella personaje destacado en el acervo nacionalista tirolés. De hecho, la fábrica de porcelana de Schwaz se encuentra a pocos kilómetros de Innsbruck, donde habitó el matrimonio. La atribución a dicha manufactura se realiza gracias a la marca de reverso, estampillada en relieve:

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«26 / Schwaz / 1». Una segunda marca, pintada en color tostado, debe referirse al decorador de la pieza: «HV» o «AH» enlazadas. Los dos orificios del reverso y la pequeña cuerda de suspensión nos hablan de una pieza con categoría de souvenir decorativo, usada en el palacio Cerralbo, concretamente en el Despacho del Piso Principal, como objeto de sobremesa para dar servicio a los fumadores.

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Cat. 3. Cenicero

N.º Inv.: 03573 Metal blanco Conformado Siglo XIX Medidas: L.: 10 cm.; An.: 9 cm.; Al.: 3,8 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Recipiente con base plana y forma acorazonada, paredes bajas y labio doblado hacia el exterior. De la escotadura de su perfil parte una voluta de sección circular, que puede servir también como asidero para desplazar el objeto de una superficie a otra, que acaba a su vez en un soporte para cigarros de forma ovalada, con sección de media circunferencia. No presenta marcas y su estilo atemporal y discreto hace difícil una datación más aproximada. No sería extraño que su forma de corazón hiciera alusión a los palos de la baraja francesa, ya que la relación de los objetos de fumador con el juego es muy habitual. En ese caso, formaría parte de un conjunto de cuatro piezas: diamante, corazón, pica y trébol. El diseño está cuidadamente estudiado para poder dejar un cigarro lejos del contacto con las cenizas ya desprendidas en la cazoleta. Sin embargo, hay

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un solo soporte, lo que nos indica un uso privado o al menos, individual, destinado a un fumador solitario o a una sala en la que cada caballero se sienta a cierta distancia de los demás y usa su propia parafernalia de sobremesa.

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Cat. 4. Cenicero

N.º Inv.: 03586 Metal, cristal Conformado, prensado 1875-1922 Fabricación posiblemente italiana Medidas: An. Máx.: 13,5 cm.; D.: 13 cm.; Al.: 3 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Recipiente de cristal verde transparente, de formato circular aplanado y base lisa, con montura de metal color bronce en la boca. Sobre esta, plancha de metal calada simulando unas letras rubricadas, con la inscripción en italiano «Venezia», que permitiría posar los cigarros y cigarrillos alejados de la ceniza contenida en el depósito. Venecia fue una ciudad clave en la vida de la familia Cerralbo, ya que en ella residía don Carlos de Borbón y Austria-Este, aspirante carlista al trono de España, del que como ya hemos dicho, Enrique de Aguilera y Gamboa era representante político y amigo personal. Las visitas al palacio de Loredán, su principesca residencia en la hermosa ciudad italiana, eran frecuentes. Al igual que se adquirieron en Venecia hermosas lámparas de cristal de Murano y preciosos objetos de sobremesa

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decorados con la técnica del micromosaico, este cenicero, moderno, elegante y de líneas muy puras, también cautivó la mirada del Marqués y fue escogido para dar servicio a los caballeros en el Despacho del Piso Principal.

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Cat. 5. Cenicero cortapuros

N.º Inv.: 03587 Cristal, metal blanco Moldeado, conformado 1875-1922 Medidas: An. Máx.: 15,5 cm.; D.: 13 cm.; Al.: 6,5 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Recipiente de cristal incoloro, de formato circular, base con motivo soliforme radiado, perfil ovoide aplastado y montura de metal blanco en la boca. La montura presenta un cortapuros con forma de boquilla y pistón de corte, y perfectamente enfrentado a este, un soporte para cigarros de forma ovalada, con perfil de media circunferencia. La pieza carece de marcaje, pero sin duda tiene un estilo que podríamos encuadrar bien en el eclecticismo modernista de fines del siglo XIX, bien en las líneas depuradas del modernismo más geométrico de principios del siglo XX. El cortapuros era un accesorio imprescindible para cualquier buen fumador de cigarros, que sabía que esta operación previa a la fumada no debía realizarse con los dientes o con cualquier instrumento aleatorio. El corte debía formar una «V» en la punta del cigarro. Había cortapuros de

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bolsillo, de sobremesa, y por supuesto también otros que se integraban en conjuntos o como este, que se incluían en objetos multifuncionales: cenicero, soporte, y cortapuros.

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Cat. 6. Purera

N.º Inv.: 02553 Madera, metal, marfil, papel, lija Marquetería Segunda mitad del siglo XIX Fabricación probablemente francesa Medidas: Al.: 19,5 cm.; An.: 20,5 cm.; F.: 16 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Elegante mueble contenedor de sobremesa con apertura tanto superior, mediante una tapadera, como frontal, mediante dos hojas. En su interior se despliega un expositor con abrazaderas cilíndricas para los cigarros. En el frente presenta a la derecha una bocallave (unos buenos cigarros eran bienes que debían guardarse bien) y en la parte inferior un cajoncillo con tirador, con un compartimento para fósforos y un rascador, además de otro compartimento que podría alojar un cortacigarros compacto o incluso un cenicero. La decoración es de gran belleza, con reminiscencias mudéjares y renacentistas, a base de ajedrezados y motivos vegetales estilizados compuestos con marfil y metal. La base presenta un recubrimiento de papel estucado en negro y gofrado con un

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motivo vegetal, para evitar ralladuras sobre el mobiliario, y una pequeña etiqueta de precio, probablemente en francos («2ff3»). Se trata de un pequeño mueble contenedor con todo lo necesario para satisfacer a un exigente fumador de puros.

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Cat. 7. Tabaquera

N.º Inv.: 27064 Piel, metal, esmalte Curtido, fundido, esmaltado 1886-1900 Medidas: Al.: 14 cm.; An.: 9 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Sencillo contenedor con forma de bolsillo con fuelle que se inserta a su vez en una cubierta con escotadura en la boca, conformando así un envoltorio seguro para la picadura de tabaco, cómodo de guardar en el bolsillo interior de la chaqueta o la levita. Realizado en piel de color claro y con un excelente estado de conservación, en una esquina del dorso presenta una corona de marqués metálica con decoración esmaltada, sin duda una alusión a su propietario, Antonio del Valle, marqués de VillaHuerta desde 1886. Esta personalización de los accesorios masculinos resultaba muy habitual, y se aplicaba especialmente en los objetos más relacionados con la personalidad, con el estatus o con la idea de gentleman: objetos de fumador, relojes, puños de bastón, objetos de escritorio, y joyas. Esta sencilla tipología de tabaquera fue

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fabricada en diversos materiales, desde el cuero a la hojalata, y siguió en uso hasta el siglo XX, tanto para guardar la picadura de tabaco por los fumadores acostumbrados a liar sus propios cigarrillos, como para proteger los cigarrillos ya liados.

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Cat. 8. Encendedor

N.º Inv.: 02430 Metal Moldeado, grabado, dorado Hacia 1850 Ed´Argy (Bélgica) Medidas: L.: 7,2 cm.; An.: 2,3 cm.; Al.: 1,5 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Instrumento de forma alargada y extremos redondeados, que posee un gran compartimento con tapadera articulada, en el que se almacenarían pequeñas cápsulas sulfurosas, y un compartimento más pequeño con quemador, enfrente del cual se acciona un pequeño tornillo. La decoración es delicada, a base de rayado, cartelas mixtilíneas rodeadas de flores, y motivos heráldicos. Se trata de un encendedor de fricción: para obtener una llama, se colocaría una cápsula en el quemador; al girar la rueda, bajo la cápsula se produciría una chispa que inflamaría el compuesto químico. Justo bajo esta pequeña llama, una abertura romboidal en la base de la pieza proporcionaría el oxígeno necesario. Fabricado en Bélgica por Ed´Argy, cuya marca ostenta en el dorso, este pequeño ingenio también tuvo patente en

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Francia e Inglaterra, como indica la inscripción «EN FRANCE, ANGLATERRE ET BELGIQUE». Los sistemas de producción de llama evolucionaron vertiginosamente en el siglo XIX, y muchos fueron sucesivamente descartados y superados. En este caso, su antigüedad, rareza y la necesidad de recargas nos hablan de un curioso y llamativo objeto de colección, más que de un mechero que efectivamente se utilizase por parte de la familia Cerralbo para encender cigarros. Esto se confirma si pensamos que su lugar de ubicación es la Vitrina de Joyas de la Galería Primera del Piso Principal, junto con placas Weedgwood, marfiles, joyas, relojes y refinadas menudencias de todo tipo.

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Cat. 9. Cerillero

N.º Inv.: 03108 Metal Esmaltado Último tercio del siglo XIX Fabricación francesa Medidas: Al.: 9 cm.; An. Máx.: 12 cm.; F.: 6,7 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Ingenioso artículo compuesto por una base rectangular con cubeta interior con paredes inclinadas y arista central, de modo que las cerillas siempre se quedan en el centro y colocadas horizontalmente, y una parte móvil en forma de pájaro, todo ello fabricado en metal esmaltado en color siena tostado. Este dispensador tiene depósito de patente francesa, como muestra la inscripción «DEPOSÉ» que presenta en el frente. Al oscilar hacia adelante, la cerilla queda encajada en el pico bífido del mismo, y al oscilar hacia atrás, la cerilla sale del recipiente. El usuario no tendría más que tomarla y prenderla en el rascador estriado ubicado en el lomo del animal. Se trata de un objeto de sobremesa esencial para el fumador, para evitar tener que hurgar con los dedos en una exigua cajita de cerillas. De esta forma los caballeros

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se servirían de manera elegante y no exenta de cierta comicidad. Sabemos que, originalmente, este cerillero se encontraba en la Biblioteca del Piso Principal.

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Cat. 10. Caja de cerillas

N.º Inv.: VH 7461 Papel, lija Impresión, fototipia 1886-1900 Hijos de A. Garro, Cascante (Navarra) Medidas: L.: 6 cm.; An.: 4 cm.; Al.: 1 cm. (Foto: Museo Cerralbo)

Caja con depósito de abertura redondeada, y tapa de doble solapa. En los lados largos, diversas inscripciones alusivas al fabricante, y en los cortos, el rascador para los fósforos. Curiosamente, en la tapa y en la base porta retratos de personajes famosos para coleccionar, fácilmente separables de la cajita una vez gastado su contenido. Presenta en la base el retrato de Antonio del Valle, ya en posesión del título de «marqués de Villa Huertas» [sic], y en la tapadera, un actor caracterizado como Orfeo y un paisaje con un puente. Ángel Garro y Cía fue la primera fábrica de cerillas fosfóricas de España, en funcionamiento entre 1835 y 1908 en Cascante, Navarra. Estas cajas en concreto pertenecerían a una etapa avanzada de la producción, habiendo sido condecorados con la Orden de Carlos III y siendo proveedores de la Casa Real, como rezan

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las abundantes inscripciones. Se conserva otra prácticamente idéntica y es de suponer que Antonio y su hermana Amelia guardarían estas cajitas de fósforos con gran cariño, quizá como recuerdo de la figura de insigne fumador de Antonio.

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Cat. 11. Boquilla

N.º Inv.: VH 6916 Espuma de mar, ámbar, resina, terciopelo, cuero, metal Tallado mecánico, forrado y estampado 1870-1900 Fábrica Au Pachá, Ginebra (Suiza) Medidas: Estuche: L.: 12,5 cm.; An. Máx.: 3,5 cm. Boquilla: L.: 11 cm.; An.: 1,2 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Instrumento alargado fabricado en tres secciones, con materiales de alta calidad, como el ámbar y espuma de mar, acompañando a la resina sintética de la sección central. Esta boquilla podía ser para cigarrillos o para cigarros, dependiendo de su diámetro o «cepo». Conserva su estuche de piel original, con cierre de resorte articulado por dos bisagras y forrado al interior de terciopelo color rojo, con la marca del fabricante impresa en oro en el interior de la tapa: «FABRIQUE DE PIPES / AU PACHA / GENÉVE / 7 RUE DU MONT-BLANC 7». Si bien no coincide a la perfección con ninguno de los modelos de la lámina 16 del catálogo de 1880 de Au Pacha (casa fundada en 1856), y que alcanzaban precios de hasta 40 francos suizos, sí que resulta muy similar. También conforme a este catálogo, esta boquilla ha sido personalizada con una inicial en

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relieve, lo que suponía en 1880 un sobrecoste de 15 francos. La inicial es una «V», quizá de VillaHuerta, en referencia al marquesado ostentado por Antonio del Valle y Serrano, el propietario, o más probablemente a su primer apellido. La casa Au Pachá ofrecía surmontar las iniciales con coronas a petición del cliente, y quizá el hecho de que esta inicial no vaya acompañada de una corona de marqués nos esté indicando una fecha anterior a 1886, año de obtención de su título nobiliario.

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Cat. 12. Pipa

N.º Inv.: VH 1086 Madera, espuma de mar Tallado, torneado Último tercio del siglo XIX Fabricación probablemente centroeuropea Medidas: L.: 27 cm.; Al.: 6 cm.; An.: 2,5 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Pipa con cazoleta cilíndrica ligeramente acampanada, con la parte inferior compuesta de espuma de mar y la inferior realizado con una sección de rama, quedando la corteza natural con estrías, y un pequeño pie moldurado. La caña de la pipa se ha realizado con otra rama más joven, quedando la corteza y los nudos en la superficie. La boquilla es de madera más oscura y dura, y posee un cordel de fibras vegetales. Se trata de una pipa de excelente factura, realizada con los materiales más apropiados según los expertos fumadores del momento: sepiolita, espuma de mar o meerschaum, el material de lujo para pipas por antonomasia, magistralmente empleado en Alemania y Austria, y la noble madera. Su longitud, además, ayudaría a alejar el calor malsano de los labios y la boca, y su ligereza la haría muy confortable de

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usar. Sin embargo, esta pipa no ha sido usada ni mucho menos encalzonada, como todas las de la colección de Antonio. Existe una inscripción manuscrita a lápiz en el interior de la cazoleta: «20», quizá su precio de compra. También hay una inscripción manuscrita a tinta, «Bremen» sin duda un recuerdo del lugar donde esta pipa fue adquirida, constituyendo la pipa un recordatorio del hermoso viaje realizado en familia.

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Cat. 13. Pipa

N.º Inv.: VH 1073 Pasta, corcho, madera. Molde bivalvo, torneado Último tercio del siglo XIX Fabricación francesa Medidas: L.: 14,5 cm.; Al.: 5 cm.; An.: 4 cm (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Pipa con cazoleta en forma de cabeza masculina joven, no identificado, con un tocado de ala estrecha y cinta que cae hacia el lado derecho. Se trata de una imitación de espuma de mar mediante un novedoso proceso francés que permitía abaratar los costes respecto a otras producciones europeas: se hacía una pasta con picadura o desechos de sepiolita y en vez de tallarse, se moldeaba en molde normalmente bivalvo, como muestran las rebabas de esta pieza. Debido a estar fabricada mediante este novedoso procedimiento que tanto benefició a la industria francesa de la pipa, la pieza presenta marca de depósito de patente francés «Brevete / SGSD». La cazoleta no tiene agujero, por lo que en realidad esta pipa no es funcional, probablemente se trata de un souvenir o artículo para coleccionistas. Además, en el nudo

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rectangular del cuerpo de la pipa podemos leer la inscripción manuscrita a tinta: «Macon», lo que nos remite a la localidad francesa de Maçon, donde vivía el poeta Alphonse de Lamartine y donde podía visitarse su casa natal. Es probable que Antonio, amante de la literatura y de tomar recuerdos significativos y especiales en sus viajes, quisiera visitar la villa que vio nacer al insigne escritor de Viaje a Oriente o Historia de Turquía. Además, Antonio era un gran admirador de la sociedad y la historia reciente de Francia, de la que Lamartine, como Stendhal o Dumas, fue un observador y narrador privilegiado.

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Cat. 14. Pipa

N.º Inv.: VH 1089 Madera, metal, fibras textiles Tallado, fundido, repujado, pintado, torneado, torsionado Último tercio del siglo XIX Manufactura húngara Medidas: L.: 16 cm.; Al.: 11 cm.; An.: 3 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Esta curiosa pipa, muy ornamentada con metales coloreados incrustados y anillos colgantes, presenta una cazoleta metálica recubierta de madera y con tapadera apuntada con articulación de bisagra y cierre de presión, además de un elegante cordón verde con dos borlas. Esta tipología exacta de pipa y desde luego un ejemplar de gran parecido es recogido por Racinet en 1888 (Racinet, 1888: lám. 437), siendo descrito como una pipa típicamente húngara, pero de marcado carácter oriental e influencia del Imperio Otomano. Son muy significativos en su identificación el recubrimiento de cuero, las incrustaciones y los anillos colgantes, el colorido cordón, así como su tapadera cónica. Destaca también su fabricación aparentemente artesanal y tradicional, no industrializada, ya que se trata de una tipología de gran arraigo popular,

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no a «la moda del siglo». Significativamente, presenta una inscripción manuscrita a tinta: «Gratz», en referencia a la ciudad austriaca de Graz, en aquella época, perteneciente al Imperio Austro-Húngaro. Se sabe que la familia estuvo de viaje por esta zona a mediados de los años 70 del siglo XIX, ya que existe un delicioso conjunto de retratos realizados en un famoso estudio de Budapest, de gran calidad, y también de nuevo en 1889-1890, durante su gran viaje a Turquía.

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Cat. 15. Pipa

N.º Inv.: VH 1090 Madera Tallado, torneado 1890-1897 Fabricación probablemente francesa Medidas: L.: 21 cm.; Al.: 9 cm.; An.: 3,5 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Pipa de aspecto muy rústico, con la cazoleta trabajada sobre la sección de una rama, vaciada y pulida en el labio pero conservando la corteza exterior, y el tubo realizado sobre una rama de otra especie, más fina y rojiza, dejando los nudos de otras ramitas patentes en la superficie. La boquilla es de madera dura y oscura. Es probable que esta pipa no responda realmente a una tipología «pastoril» o «campesina» sino que intente dar una imagen romántica de la rusticidad, de esa Arcadia tan idealizada en Francia desde el siglo XVIII, pero con una estética muy pensada y cuidada. Presenta una inscripción manuscrita a lápiz en la base de la cazoleta que reza «rohanne / 1897», y que se refiere probablemente a Roanne, en el Loira francés, junto a Lyon, más que a Rohan, en la bretaña francesa. Roanne no solo estaba en el

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camino natural a Suiza e Italia, y muy cercana a balnearios de importancia como Vichy, sino que además allí vivía el pionero arqueólogo Joseph Déchelette, con quien tanta relación científica, personal y epistolar mantendría el marqués de Cerralbo en su etapa de arqueólogo pionero, varios años después. Déchelette dio nombre al Museo de Bellas Artes y Arqueología de Roanne, fundado en 1844, del que fue conservador hasta su muerte en la Gran Guerra. Podemos pensar que, con motivo del paso de la familia por esta ciudad en 1897, fuera adquirido este bello regalo o recuerdo de viaje, un añadido para la colección de Antonio del Valle.

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Cat. 16. Pipa

N.º Inv.: VH 1087 Concha, hueso, yeso, metal Agujereado, estampación mecánica Último tercio del siglo XIX Medidas: L.: 24,5 cm.; Al.: 6 cm.; An.: 5 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Pipa cuya cazoleta es un hermoso ejemplar de caracol marino bulgao o Cittarium pica, muy apreciado en Europa gracias a su superficie de nácar con estrías anaranjadas y marrones. El interior de la concha se ha rellenado con yeso, lo que la hace bastante pesada. La caña por su parte está realizada con dos huesos largos y huecos diferentes. El enmangue es metálico, con estampación geométrica, y no hay boquilla. Se trata de una pipa decorativa o para coleccionar, ya que el peso del extremo distal es excesivo para la longitud y fragilidad de la caña. Presenta una inscripción manuscrita a lápiz: «Ostende», en referencia a la ciudad belga de las provincias flamencas occidentales. La estación balnearia de Ostende fue muy famosa entre la aristocracia europea desde mediados del siglo XIX. Además, en 1866 se firma en ella, a

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instancias del general Prim, el Pacto de Ostende, germen de la revolución liberal «La Gloriosa» de 1868, que derrocaría a Isabel II. Antonio del Valle manifestó un gran interés por la historia de su tiempo y por las revoluciones liberales, desde la Revolución Francesa. Una ciudad sin duda llena de referencias históricas que la familia Cerralbo no dudaría en visitar y disfrutar, llevándose como souvenir esta hermosísima pipa.

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Cat. 17. Cazoleta

N.º Inv.: VH 1078 Porcelana, fibras textiles, Moldeado, policromado, vidriado, multicocción, torsionado 1890-1897 Fabricación probablemente alemana Medidas: Al.: 9,5 cm.; An.: 6,5 cm.; Prof.: 4 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Cazoleta de pipa estilo tirolés, de cinco piezas, a la que faltaría el depósito inferior, la caña y la boquilla, además de su montura metálica con tapa. Conserva en cambio el cordón verde y rojo de sujeción. La cazoleta está adornada con un prótomo de ciervo con collarín verde, entre cuyos cuernos se representa una escena polícroma. Los personajes representados son Guillermo Tell y su hijo, en el momento posterior al famoso episodio de la manzana, como reza la inscripción «Tell und Sohn». Tell ha metido dos flechas en su ballesta, la segunda, que tiene en su mano, es para matar al gobernador en caso de herir a su hijo. Tell es un personaje legendario de la independencia suiza, basado en leyendas y noticias de los siglos XV y XVI que narrarían unos hechos ocurridos supuestamente en torno al año 1300. Sin embargo muchos especialistas

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han puesto en duda la historicidad del personaje, señalando la raíz folclórica de la narración y diversos paralelos europeos. A pesar de todo, durante el siglo XIX su figura fue un referente cultural obligado en Suiza, al que se dedicaron incluso óperas de gran éxito. La pieza presenta una inscripción manuscrita a tinta negra: «Morat / 1897», que nos proporciona el lugar y fecha de su adquisición. Curiosamente, Morat es una ciudad suiza donde se realizaron importantísimos descubrimientos arqueológicos, lo que habría llamado la atención del Marqués y su familia.

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Cat. 18. Pipa

N.º Inv.: VH 1088 Gres, madera, corcho, metal, fibra vegetal Moldeado, pintado 1896-1897 Fabricación: Gazet (Marsella, Francia) Medidas: L.: 20 cm.; Al.: 6 cm.; An.: 3 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Pipa con cazoleta en forma de mano enguantada que coge una copa, decorada con filetes dorados. La caña es de madera, enmangada mediante una pieza de corcho, con cerquillo metálico y boquilla de madera dura y oscura. También presenta un cordel de hilo verde de dos cabos torsionados, con una borla. El material en el que está realizada parece ser un gres de color rojizo, pero tampoco es descartable una resina sintética. En la cazoleta podemos observar una inscripción estampada a tinta dorada que reza: «BONNE / ANNÉE», es decir, «Feliz Año», lo que nos indica con bastante probabilidad que fue adquirida alrededor de las fechas entre Navidad y Año Nuevo. La base está parcialmente rota, con una inscripción estampada en dorado, incompleta: «GAZET / MARSE(…)». Al estilo de la famosísima marca Bonnaud, también de Marsella, esta pipa está

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fabricada por la firma Gazet, y según podemos leer en la etiqueta escrita a tinta en el interior de la cazoleta, se vendía por 1,30 francos. Además, en la caña aparece la inscripción a lápiz «orleans 1897», sin duda una referencia, de nuevo, al lugar de adquisición de este recuerdo de viaje, y al año en que se visitó este lugar.

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Cat. 19. Pipa de agua

N.º Inv.: VH 1084 Vidrio, fibras vegetales, corcho, madera Soplado, trenzado, tallado Último tercio del siglo XIX Fabricación probablemente europea Medidas: Al.: 11,5 cm.; An. Máx.: 8 cm.; D.: 2 cm. (Foto: Á. Martínez Levas, Museo Cerralbo)

Pipa de agua incompleta, a la que le falta probablemente la boquilla. Consta de cuerpo de vidrio soplado con pie circular y plano, nudo y recipiente globular que se desarrolla en dos bocas estrechas y circulares, una alta, en la que se acoplaría la boquilla, y otra a un nivel más bajo, en la que se encaja la cazoleta. Todo el cuerpo de vidrio está recubierto con un hábil trenzado de finas fibras vegetales que forman retícula en los cuerpos y un entramado más cerrado en pie y boca. La cazoleta es de madera, acampanada y recta, con una pieza troncocónica de corcho para su enmangue, atravesada por un fino tubo de vidrio. Se trata de una pipa de tipología bong, que sigue en uso en la actualidad, perfeccionada a finales del siglo XIX a partir de modelos asiáticos y africanos, y pensada para fumar cáñamo, tabaco y otras

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sustancias vegetales. El recipiente se llenaba de agua y el fino tubo de vidrio del quemador quedaba bajo el nivel de esta. Al aspirar fuerte, el humo sube en forma de burbujas, se acumula y finalmente se inhala por la boquilla superior. Toda resina o impureza quedaba en el agua, que también enfriaba el humo, por lo que se suponía una forma más sana de fumar. Esta pipa es demasiado sencilla para provenir de un centro productor como Murano, y parece más bien inglesa, francesa o turca, destinada a satisfacer las ansias de orientalismo y experiencias del inquieto hombre decimonónico.

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NOTAS

4/ Ibídem. 5/ En los años 90 del siglo XIX el edificio se benefició de una ampliación que aumentó cada planta con un ala que, teniendo vistas al jardín, limitaba al fondo con la calle Juan Álvarez Mendizábal. Estas estancias se convertían así en las más alejadas e independientes de la casa, sin embargo, la documentación conservada transmite que sería Inocencia, la marquesa de Cerralbo, la que haría uso de ellas. 6/ CABRÉ AGUILÓ, J. Testamentaria de la Sra. Marquesa de Villa Huerta. Inventario del piso entresuelo de la Casa-Palacio, Ventura Rodríguez N.2., 1ª Copia. Salón Encarnado y Salón Amarillo. [Ejemplar manuscrito] (Archivo Museo Cerralbo).

1/ Reg. 42, Archivo Histórico Museo Cerralbo. 2/ CABRÉ AGUILÓ, J. Inventario de las obras de arte […] del Museo del Excelentísimo Sr. D. Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, 15 de febrero de 1924 [Ejemplar Manuscrito]. Archivo Museo Cerralbo. 3/ Liquidación, cuenta y partición de los bienes relictos al fallecimiento de la Excelentísima Señora Marquesa de Cerralbo, dada en Madrid a 20 de junio de 1900. Archivo Histórico de Protocolos, Comunidad de Madrid, Tomo 40343, folios 3259-3561.

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7/ Inventario general valorado de los bienes que pertenecieron al finado don Antonio María del Valle y Serrano, Marqués de Villa-Huerta. Folio 3435. Documento incluido en la Liquidación, cuenta y partición de los bienes relictos al fallecimiento de la Excelentísima Señora Marquesa de Cerralbo, dada en Madrid a 20 de junio de 1900. Archivo Histórico de Protocolos, Comunidad de Madrid, Tomo 40343, folios 32593561. 8/ Copia del Testamento abierto otorgado por la Iltma. Señora Doña Amelia del Valle y Serrano, Marquesa de Villa-Huerta, en Madrid a 6 de enero de 1927 ante don Luis Gallinal y Pedregal. Cláusula 14 (Archivo Museo Cerralbo). 9/ Quiero expresar mi sincero agradecimiento a Lourdes Vaquero, Rebeca Recio y Pilar Calzas por sus pistas, sugerencias y datos, y en definitiva, por todo su apoyo e inestimable ayuda.

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