CAPÍTULO V \"México: seres y significados de una proyección nacional\" de la tesis de Licenciatura en Historia \"“La creación de México. Una revisión historiográfica sobre la Independencia”, San Luis Potosí, CCSyH, UASLP, 2013

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Descripción

CAPÍTULO V México: seres y significados de una proyección nacional. “Guadalajara en un llano, México en una laguna”. (Manuel Esperón)

Planteadas las interpretaciones posibles sobre los procesos históricos considerados en el capítulo anterior y no pudiendo ser correctas todas a la vez, queda resolver cuál lo es. Para hacerlo, el análisis continúa siendo historiográfico, pero se suman dos perspectivas que permitirán tener un panorama más amplio sobre los objetos de estudio, que abarcan un proceso de Independencia y construcción nacional en un espacio determinado: la totalidad del virreinato de Nueva España y parte de la Capitanía de Guatemala. Las perspectivas u “observatorios” que aunaremos al “paisaje” del objeto de estudio son la ontología y la semiótica, lo que permitirá darle alcances interdisciplinarios, lo que en teoría debe superar el aporte que puede dar una sola disciplina, pues, como Einstein dijo a Heinsenberg en 1925 “El que se pueda o no observar una cosa depende de la teoría que se emplee. Es la teoría la que decide qué es posible observar.” 1 En este sentido es importante enfocarse en el lenguaje, pues ya lo decía Carr: el uso del lenguaje le veda la neutralidad al historiador.2 En tal análisis nos apoyamos principalmente de Umberto Eco, un semiólogo contemporáneo, mientras que la perspectiva ontológica está basada en Edmundo O’Gorman, quien para David Brading fue “El estudioso más agudo de la época”,3 y para Charles Hale fue junto con Daniel Cossío Villegas uno de los dos grandes historiadores mexicanos de mediados del siglo XX.4

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R. W. Davies, “De los archivos de E. H. Carr: notas preparatorias para una segunda edición de ¿Qué es la historia?”, en Edward Hallet Carr, ¿Qué es la historia?, Barcelona, Ariel, 2010, p. 58. 2 Edward Hallet Carr, ¿Qué es la historia?, Barcelona, Ariel, 2010, p. 94. 3 David Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano, México, Ediciones Era, [1980] 1998, p. 96. 4 Charles A. Hale, “Edmundo O’Gorman y la historia nacional”, Signos históricos, México, 2000, p. 11.

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V.1 La Ontología antisustancialista y el seguimiento de su validez historiográfica.

Si bien, el comentario de Hale no significa que el historiador estadounidense no critique a O’Gorman. De las páginas 23 a la 28 del trabajo antes citado, Hale realiza una interesantísima crítica al la historiografía realizada por O’Gorman; desestima la emulación del método ontológico por parte de historiadores no mexicanos, pues “el historiador extranjero de la experiencia nacional mexicana no tiene nada que contribuir en el mundo ontológico de Edmundo O'Gorman”, ni siquiera de mexicanos, puesto que en palabras del mismo O’Gorman, no tuvo alumnos (Ibid., p. 28). Además, la historia que hacía el americanista Edmundo O’Gorman fue “interrumpida en las décadas posteriores a los sesentas por el predominio de los pensamientos cientificistas, marxistas” (Luis Arturo García Dávalos, “La reinvención de la historia o las condiciones, posibilidades, y método de una historia enraizada en una filosofía: Edmundo O’Gorman por José Gaos”, Enclaves del pensamiento, México, Tecnológico de Monterrey, año 1, no 2, 2007, p. 99). Por razones como estas, a pesar de destacar el papel del trabajo de O’Gorman, Hale indica que “la "historia ontológica" de O'Gorman no se prestaba a la imitación, en su país o en el extranjero pues fue heredada de la Alemania de inicios del siglo XIX como reacción a las doctrinas francesas de la Ilustración (Charles A. Hale, “Edmundo…”, Op. Cit., p. 27). En esta tesis, no obstante, se intenta engarzar los aportes de varios historiadores extranjeros con los de varios historiadores nacionales, incluyendo a O’Gorman, cuya propuesta de investigación de historiología ontológica es la primera base de este capítulo. Con sus trabajos, este historiador historicista socavó los mitos nacionales en el centenario del Plan de Ayutla (1954), en el triunfo de la República (1967), e intentó hacerlo en el quinto centenario de la llegada de Colón a la tierra ignota posteriormente llamada América (1992), esto con base en un trabajo que había realizado anteriormente. Desafortunadamente O’Gorman no vivió hasta la época del llamado Bicentenario, pues de haber llegado a esta fecha, probablemente habría socavado los mitos de la Independencia. En su lugar, sin tanta experiencia como la del filósofo historiador, pero teniendo a la mano estudios de alto valor historiográfico que no pudieron estar en sus manos, traigo a la mesa de análisis algunos de sus aportes histórico-ontológicos, intentando así darle nuevos alcances a sus lecciones, pues “don Edmundo pensaba en una necesaria relativización de verdades que nunca llegan a ser absolutas. Decirlo es sencillo, pero la tentación positivista con frecuencia rebasa las muy antiguas contrapropuestas filosóficas que buscan vacunarnos contra esa debilidad humana.” (Federico Reyes Heroles, “O’Gorman: algunas lecciones del maestro hereje”, Históricas, México, UNAM, p. 14) La supervivencia política novohispana, de don Edmundo “no recibió la acogida debida en la década de 1970 debido al peso que tenía entonces en las universidades la versión positivista alternativa a la versión liberal: el materialismo histórico” (Guillermo Zermeño Padilla, “Apropiación del pasado, escritura de la historia y construcción de la nación en México”, en Guillermo Palacios (coord.), La nación y su historia América Latina siglo XIX, México, El Colegio de México, 2009, p. 109.) Es posible que por eso varios de sus aportes no hayan sido plenamente aceptados por los historiadores de herencia más positivista, al grado que Miguel Ricardo Nava Murcia recalcara que las ideas de O’Gorman no encontraron demasiado eco (“Deconstruyendo la historiografía: Edmundo O´Gorman y la invención de América”, Tesis para obtener el grado de maestría en historia, México, Universidad Iberoamericana, 2004, p. 88). Para el tiempo de O’Gorman el esencialismo dominaba, quizás aún lo hace, la historiografía nacional, Don Edmundo mismo “sostiene que sólo si se produjera una obra dentro de la corriente antisustancialista que fuese comparable a México a través de los siglos, podría efectuarse un cambio significativo dentro de la historiografía mexicana. Pero O’Gorman afirma, sin dar ejemplos, que a pesar del trabajo valioso que se realizaba en la historiografía mexicana de su tiempo, no había nada con esas características.” (Guillermo Hurtado, “Historia y ontología en México: 50 años de la revolución”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, UNAM, núm. 39, enero-junio, 2010, pp. 127, 128) Como resultado, la interpretación ontológica de la historia no ha tenido el impacto que se esperaría que tuviera, pues “El esencialismo había sido impulsado desde el poder, estaba en los murales de la Secretaría de Educación, en los discursos de los redentores periódicos, en nuestra literatura. [Si bien,] No se trata de un mal que aqueje en exclusiva a los mexicanos.” (Federico Reyes Heroles, Op. Cit., “O’Gorman…”, p. 15)

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Edmundo O’Gorman dedicó gran parte de su vida a escribir historiología, la cual indaga “sobre el logos mismo de la historia, es decir, su teoría y su sentido”, 5 así como a escribir una historia ontológica, es decir, una historia que busca conocer el ser del hombre, “pero no del “ser” en un sentido absoluto o metafísico, sino como vida que siempre está cambiando y que es consciente de que es vida”.6 Por lo que antes de entrar al estudio del ser de México, será útil ampliar más sobre la tarea ontológica de O’Gorman. Según Ricardo Nava, esta perspectiva “permite comprender la historia como la producción del ser de una determina entidad”,7 y en palabras de José Gaos la ontología de los entes históricos y no históricos surge al hablar del “ser” de América, “el ser americano”, donde el término ser es multívoco, es decir tiene un sentido preciso en función del contexto en que se concibe. Afirma que esto plantea el problema de las esencias históricas y la “historicidad” de las ideas.8 Lo que significa que los entes históricos no son ideales, cualesquiera que sean estos, O’Gorman indica que “no son lo que son en virtud de una supuesta esencia o sustancia que haría que sean lo que son. Con otras palabras, su ser no les es inherente”. Este historiador inicia su historia ontológica con La idea del descubrimiento de América (1951) y La invención de América (1958, ampliado para 1961) que no podían existir sin Crisis y porvenir de la ciencia histórica (1947). Posteriormente, participa en el volumen 4 de México: 50 años de Revolución (1960) donde aplica a México su ontología antisustancialista de la historia de América.9 Luego, en 1961 O’Gorman publicó La

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Álvaro Matute, “La genealogía de un historiólogo”, Letras libres, México, Vuelta, versión digital; Luis Arturo García Dávalos, “La reinvención…” Op. Cit., p. 101. 6 Charles A. Hale, “Edmundo”, Op. Cit., p. 14. 7 Miguel Ricardo Nava Murcia, “Deconstruyendo…”, Op. Cit., p. 86. 8 Luis Arturo García Dávalos, “La reinvención…” Op. Cit., p. 111. 9 Álvaro Matute, “La genealogía…”, Op. Cit., p. 124.

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supervivencia política novohispana, texto en el que el objeto de su interpretación ontológica tiene una mayor afinidad con el objeto de estudio de esta tesis. Esto no implica que la crítica ontológica que realiza O’Gorman sea sencilla de extrapolar o aplicar a la Independencia, pues en 1955, ya habiendo escrito ontología histórica, O’Gorman dio por sentado el lugar común que hemos venido criticando al mencionar: Podemos decir que todo empieza en Dolores, con el grito de Hidalgo, pero, dejando aparte o a un lado los adjetivos que inmediatamente fluyen cuando habla uno de ese acontecimiento y de ese héroe, tratemos de pensar, de analizar lo que en el fondo hay de ese grito, es decir, preguntémonos qué programa es el de la independencia. Yo creo que esta pregunta se ha hecho mil veces: qué programa tenía la independencia, ha sido contestada y ha sido contestada bien, diciendo que el programa de la independencia era, pues, en lo primitivo y esencial romper con España, independizar a México, separar a México de España y esto, pues, es tan obvio que no requiere mayor explicación.10 Probablemente para entonces O’Gorman no pudo ver que si no hubo descubrimiento de América, tampoco pudo haber Independencia de México. Con la influencia de otros escritos de este historiador posteriores al anteriormente citado, el problema a analizar, es decir, la posibilidad de que México se independizara de España, se vuelve un problema de ser. Es por eso que este capítulo no sólo se analizará tal problema desde un punto de vista ontológico, también se revisarán conclusiones similares a las que llega O’Gorman al respecto, aunque provenientes de investigaciones que nada tienen que ver con la ontología, lo que además de reforzar el análisis, probarán que es posible contribuir con la lectura ontológica de la que Edmundo O’Gorman fue pionero, mediante los aportes realizados por

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Edmundo O`Gorman, “La marcha de las ideas liberales en México”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. México. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas. 2001 (1955), pp. 81-94.

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historiadores mexicanos y extranjeros. Con lo que además, se refutarán algunas de las deducciones que realiza Charles Hale.11 V.1.1 Aportes sobre el ser de México en La supervivencia política novohispana. Desde la perspectiva de O’Gorman, el problema central de la historiografía mexicana ha sido conceptual y ontológico, y éste ha sido definir el ser de México, por eso no es extraño que esta tesis esté envuelta en ese problema. Una de las grandes conclusiones de O’Gorman al respecto, tanto en el plano historicista como en el ontológico es la siguiente “México no tiene historia sino que es su historia. No tiene esencia, sólo existencia.” Es decir, que las entidades históricas son mutables, por lo que sólo serían místicas y eternas en la mente de quienes las piensan.12 Por eso O’Gorman explica la historia del país a través del “forcejeo por encontrarle un fundamento histórico a nuestra individualidad, a fin de poder cobrar conciencia de lo que somos”. Aunque la nación mexicana emergió de la Nueva España y de Chiapas, lo mismo que ésta apareció en la escena histórica “en virtud de otra serie de acontecimientos y situaciones que tuvieron lugar, siglos antes en el antiguo Anáhuac” y más allá del territorio meshica. Sin embargo, la disputa por el futuro de la nación mexicana alcanzó la lectura de su pasado, pues, aunque es imposible modificar el pasado, no es tan difícil modificar la lectura que de éste se hace. De manera que durante el siglo XIX se popularizaron dos tesis que pretendieron construir Méxicos radicalmente distintos: Las dos tesis son la liberal: que expresa que nuestro México es el mismo que el de los meshicas, cuya integridad subsistió a pesar de los cambios provocados por tres siglos de dominación española y la conservadora,

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Mencionado en la nota 2 de este capítulo. Guillermo Hurtado, “Historia y ontología…”, Op. Cit., pp. 124, 126.

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no menos ingenua que la anterior, pues expresa que nuestro México es Nueva España tras un cambio de nombre luego de pasar su mayoría de edad. Posteriormente, la obra México a través de los siglos sintetizó ambas tesis con lo que creó una unidad mística entre tres entidades estrechamente vinculadas, pero claramente diferenciables: el Imperio Meshica, el virreinato de la Nueva España y la nación mexicana, nuestra patria. Es contra estas tres tesis, que suponen que México tiene una esencia imperecedera e inmutable, que O’Gorman combate en La supervivencia política novohispana. Después de todo, dar por ciertas estas tesis implicaría aceptar que “México es una entidad ya hecha y constituida con antelación a toda su historia y, en cuanto a su ser al abrigo de lo que le haya acontecido o pueda acontecerle”, lo que equivale a suponer que México es ahistórico, mítico o de naturaleza divina. Si bien, a la nación mexicana no le es ajeno ni el mundo prehispánico ni Nueva España, estos dos últimos son cada uno “dotadas de un ser distinto”, por lo que, el Estadonación mexicano “está tan lejos de ser el de Moctezuma como el de don Antonio de Mendoza o de cualquier otro de los virreyes”. Así que para mayor exactitud histórica hay que reconocer el vínculo entre las tres entidades, pero “al mismo tiempo admitir su diferencia entitativa”.13

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Edmundo O’Gorman, La supervivencia política novo-hispana. Monarquía o República, México, Universidad Iberoamericana, 1968, pp. 7-9, la idea del trabajo de Riva Palacio como síntesis se desarrolla, analiza y matiza en Edmundo O’Gorman, “La Revolución Mexicana y la Historiografía”, Seis estudios históricos de tema mexicano, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1960, pp. 203-220. La idea de O’Gorman es planteada desde otra perspectiva por Javier Ocampo, discípulo de Gaos (Javier Ocampo, Las ideas de un día. El pueblo mexicano ante la consumación de su Independencia, México, CONACULTA, 2012, p. 349). Véase también Guillermo Hurtado, “Historia y ontología…”, Op. Cit., p. 126; Eric Van Young, Economía, política y cultura en la historia de México. Ensayos historiográficos, metodológicos y teóricos de tres décadas, México, El Colegio de México / El Colegio de Michoacán / El Colegio de la Frontera Norte, 2010, p. 487; así como François-Xavier Guerra, “Introducción”, François-Xavier Guerra y Antonio Annino, Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 8. Luego de la tercera tesis sobre el ser de México, la Revolución impactó en la concepción de México y se buscó una definición de México que permitiera cumplir la agenda revolucionaria. La “caracterización del mexicano como un “haz de posibilidades” que surgió tras la Revolución recuerda las descripciones del

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Si México no es Nueva España ni Meshico, México se gesta en las entrañas de Nueva España, aunque no sin la influencia de otras entidades. Así, en el caso de Nueva España, su existencia implicó la participación de Castilla, Tlaxcala, además de otras entidades políticas americanas. México es una nueva entidad que no puede confundirse con alguna otra entidad anterior que haya ocupado el espacio que lo contiene parcial o totalmente. Más importante aún, México tampoco es el resultado de una exigencia fatal, ni necesariamente tenía que producirse como se produjo, pues la historia no es “un proceso de índole mecánica, excluyente de la libertad”. Lo que sucedió entre el final del siglo XVIII e inicios del XIX permitía la posibilidad de la prolongación de la existencia de Nueva España, así como la posibilidad del surgimiento de un nuevo y distinto ser “cuya actualización traería por necesaria consecuencia la extinción del otro”. Entonces, “México es lo que es, por que ha sido la realización de una entre otras posibilidades históricas, lograda gracias al esfuerzo y a las virtudes de hombres eminentes”, así como de hombres y mujeres de todas las clases que así lo hicieron posible.14

mexicano realizadas por Emilio Uranga y los demás miembros del grupo Hiperión, quienes sostenían que al mexicano no había que definirlo de una manera sustancial o esencial, sino accidental y existencial, y a pesar de que Octavio Paz con El laberinto de la soledad, Emilio Uranga con su Análisis del ser mexicano y Leopoldo Zea con su Conciencia y posibilidad del mexicano formularon doctrinas ontológicas sobre la Revolución Mexicana que son profundamente existencialistas; “todos ellos afirmaban que a partir de la Revolución el mexicano había logrado reconocer ciertas características ontológicas distintivas, cierta forma peculiar de existir, que antes de la Revolución había estado oculta por culpa de las ideologías inauténticas adoptadas por los intelectuales y las clases dominantes. Aunque esta posición no afirmara en sentido estricto que lo que se había exhumado fuese la esencia de México, era suficientemente cercana a dicha posición para que fuese reinterpretado de esa manera. Y esa interpretación también la rechazaría O’Gorman” (Guillermo Hurtado, “Historia y ontología…”, Op. Cit., pp. 127, 128, 131). Recientemente, Alfredo Ávila ha hecho una revisión similar a la que aquí se cita de O’Gorman, confirmando su análisis: “Entre esos pre-juicios o supuestos no cuestionados sobre los cuales se han construido muy importantes relatos historiográficos, destaca el escondido en el nombre mismo con el que conocemos el periodo 1810-1821: la Independencia de México. Se trata, en efecto, de una denominación engañosa, pues hace suponer la existencia de una entidad (pueblo o nación) llamada México previa a estos años, sujeta o domeñada por otra entidad conocida como España.” (Alfredo Ávila, “Para una historia del pensamiento político del proceso de Independencia”, en Alicia Meyer (coord.), México en tres momentos: 1810-1910-2010 Hacia la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana. Retos y Perspectivas, Volumen I, México, UNAM/Espejo de Obsidiana, 2007, p. 255). 14 Edmundo O’Gorman, La supervivencia…, Op. Cit., p 9-11.

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De entre estos, los caudillos y teóricos de la insurgencia lucharon por una entidad carente de dimensiones, y de nombre propio, o bien contradictoria en sus dimensiones e identidad, lo que indica la ambigüedad del ente “por cuya libertad, primero, y por cuya independencia, después, se luchaba”, esta entidad por la que cada uno luchaba era propia y hasta cierto grado común con otros insurgentes porque les era cercana. Pero aún no existía más que en la individualidad de sus mentes. Estos problemas “revelan la dificultad inicial en concebir una nación todavía inexistente en la realidad de la historia”. 15 Tras mencionar algunos otros sucesos y características de la insurgencia, O’Gorman explica que Los Tratados de Córdoba indican que el Imperio Mexicano surgía como “una nueva entidad política, pero no como una entidad histórica nueva.” 16 Esto implicó que tras ser derrotado el Imperio, para que triunfara la posibilidad republicana de nación fue necesario “desconstruir a la nación”, de modo que se interpretaron los sucesos “relativos a la adopción de la monarquía de manera que aparecieran privados del significado que se les concedió cuando ocurrieron”. Es decir, fue “mediante una ficción” que el Imperio apareció como un fracaso político nulo por ser ilegal y más importante aún, “como algo en realidad inexistente en cuanto que no tuvo ni podía tener el sentido de haber constituido a la nación, o para decirlo en nuestro términos, de haberla dotado de un ser”. Además, la posibilidad republicana necesitaba presentar un alegato justificativo de su existencia; y este fue el Acta constitutiva. Tanto la monarquía como la república “fueron posibilidades auténticas en cuanto encarnaron tendencias de realidad innegable”, dos distintas corrientes de actualización del ser nacional. De modo que, una cosa era negarle a la tradición monárquica sus posibilidades 15

Ibid., pp. 88, 89. Por ejemplo, sería útil saber qué entendía por nación Morelos, el siervo de la nación o Rayón, el ministro universal de la nación. 16 Ibid., p. 91.

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históricas y ontológicas y otra que se hubieran borrado de la faz de la nación y dejaran de ser una amenaza al proyecto republicano recién creado. Como “Las diversas posibilidades de ser de un ente siempre le son por necesidad igualmente extrañables, y aunque se acabe por preferir una sobre otra, la exclusión nunca es absoluta”, da lugar a porosidad.17 De esta manera, aunque la posibilidad republicana prevalecía, la posibilidad monárquica pervivió en el Estado mexicano durante las cuatro décadas siguientes. Sea lo anterior una diferencia de ser o una diferencia en el ser de una comunidad imaginada (afirmar una cosa o la otra excedería los límites y posibilidades de este trabajo), debe recordarse que “las entidades históricas […] no deben concebirse a modo de una cosa o sustancia material hecha y constituida de una buena vez y para siempre y respecto a la cual su historia sólo sería una serie de accidentes que “le pasan”, pero sin afectarla en su ser”. Por lo tanto, asignar un ser erróneo a México podría falsear enormemente su historia y las interpretaciones que hacen los historiadores, por lo tanto es importante preservarnos de “confundir el ser del México actual, ya con el ser de su antiguo homónimo, ya con el de la Nueva España” y distinguir cada uno de los Méxicos.18 V.1.2 Otros aportes que diferencian México de Nueva España. “la Nación no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto” (Cintio Vitier)

Otros autores también critican el entendimiento de México como “sujeto único” (que va del México-Tenochtitlan o de Nueva España hasta el país de la actualidad). Por diversas metodologías, estos autores han llegado a conclusiones similares a las que llegó O’Gorman.

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Ibid., pp. 12, 14, 18, 19, 20, 22-24. Ibid., pp. 7, 8, 9. De esta forma, sería una proyección anacrónica si imaginamos el México actual sólo como el territorio continental y no lo pensamos con su territorio marítimo y sus islas. 18

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Por ejemplo, en 1987, Guillermo Bonfil Batalla, a pesar de que en su libro explícitamente habla de la continuidad del México Profundo, el cual identifica con Mesoamérica; reconoce que el México nación se basó en un modelo occidental ajeno al México-Tenochtitlan, pues el México nación se construyó como “un México ajeno a la realidad de México”. Además, llegó a plantear el problema en términos ontológicos: “La independencia creó un nueva entidad sociopolítica, México” (también se propuso “Anáhuac”); aunque desafortunadamente no inciden en su tesis.19 Posteriormente, Enrique Florescano afirmó en un texto publicado en el 2002 que Nueva España “era una sociedad estructurada en reinos y ciudades, en estamentos y corporaciones unidos por vínculos tradicionales hacia la patria, la religión, el rey y las leyes del reino.” Posteriormente se fundó el Estado mexicano con lo que “se creó simultáneamente un sujeto nuevo de la narración histórica: el país integrado por todas sus partes”, con lo que, formada por la unión voluntaria de individuos iguales, “Esta entidad […] se convirtió en el nuevo sujeto de la historia, y su aparición modificó la idea del pasado y la concepción de la nación.” De allí se desprende que México se fraguó como un nuevo tipo de nación. Es decir, México y Nueva España no son iguales.20 Rafael Barajas Durán afirmó en un libro bajo la coordinación de Florescano, que “El concepto que hoy tenemos de lo mexicano es relativamente reciente”, que éste fue 19

Guillermo Bonfil Batalla, México profundo. Una civilización negada, México, Debolsillo, 2005, pp. 104, 149, 227 y Javier Ocampo, Las ideas de un día…, Op. Cit., p. 112, 347-349. Las afirmaciones de Bonfil recuerdan a la aseveración de O’Gorman de que “América no tiene individualidad histórica porque desde el siglo XVI está ligada a Occidente, “pero la unión fue mística… y no se puede retroceder”.” (citado en Álvaro Matute, “La genealogía…”, Op. Cit.) “Cem Anáhuac era el territorio conocido por los meshicas. De cem, totalmente, y Anáhuac, rodeado de agua: “tierra totalmente rodeada por el agua”.” (Felipe Garrido, La patria en verso. Un paseo por la poesía cívica en México, México, Universidad Autónoma de Nuevo León/Instituto Nacional de Bellas Artes/Jus/, 2012, p. 10) 20 Enrique Florescano, “El conflicto entre el Estado-Nación y la memoria étnica durante el siglo XIX”, en Héctor Mendoza Vargas, Eulalia Ribera Carbó y Pere Sunyer Martín (Eds.), La integración del territorio en una idea de Estado. México y España, 1820-1940, México, Instituto de Geografía, UNAM/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Agencia Española de Cooperación Internacional, 2002, pp. 275, 277 (Las cursivas son mías).

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“vislumbrado por primera vez a fines del siglo XVIII” por habitantes “de una entidad que ya no existe: el virreinato de la Nueva España”. Sobre lo anterior recalca que si bien “la República Mexicana tiene su origen en esta colonia española, es necesario tener siempre presente que México y la Nueva España son entidades diferentes desde el punto de vista económico, político, cultural, social e incluso geográfico.” Esta aseveración coincide con la ontología o’gormaniana pues para realizar esta afirmación Rafael Barajas contó con una gran cantidad de información que así le indicaba. Sin embargo, a pesar de llegar a una conclusión ontológica tan acertada, Rafael Barajas parte de premisas esencialistas, las mismas contra las que O’Gorman combate; lo que se puede ver en varias aseveraciones de su texto, como en la que afirma que en Nueva España ya existía la “esencia de las diversas entidades de lo mexicano”, presuposición que, a pesar de lo que dice anteriormente, lo conduce a escribir que “México se independiza de España”, que es la lectura de la Independencia que se critica en esta tesis.21 En el 2003 se publicó un libro, que si bien es dedicado a España, algunas de sus principios también pueden ser aplicados a México, puesto que la memoria actual de la sociedad mexicana, tal como la española tiene la característica de no ser inclusiva, ya que no se ha construido desde una pluralidad de perspectivas, pues a pesar de su diferente devenir político respecto a la democracia, la memoria política de estos países es unidimensional desde el siglo XIX.22 En este libro, el historiador Juan Sisinio Pérez Garzón realiza una crítica antisustancialista a sus colegas, menciona que

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Rafael Barajas Durán, “Retrato de un siglo. ¿Cómo ser mexicano en el siglo XIX?”, en Enrique Florescano (comp.), Espejo Mexicano, México, CONACULTA/Fundación Miguel Alemán /FCE, 2002, pp. 118, 130 (Las cursivas son mías). 22 Juan Sisinio Pérez Garzón, “Los historiadores en la política española”, en José Carreras Ares y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons Ediciones de Historia S. A., 2003, p. 129.

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el hecho de nombrar, por ejemplo, España o Andalucía, o Europa, o África en toda época histórica va más allá del anacronismo, se trata de un ejercicio de autoridad social y política, porque estamos avalando unas entidades políticas contemporáneas y unas perspectivas de organización social a las que otorgamos existencia inmemorial y les concedemos una ontología incuestionable. 23 Es un interés similar el que impulsa a José Álvarez Junco a denunciar que si queremos proporcionar una explicación de la realidad que se aproxime mínimamente a lo científico no debemos generalizar y hay que tener cuidado al proyectar identidades en grupos o personas; podemos hablar de los hombres o mujeres de tal pueblo, de los vasallos del conde X o del rey Z, mucho antes de ocurrírsenos mencionar que eran “aragoneses” o “españoles”.24 Lo que colaboraría a evitar las interpretaciones esencialistas. Ya en el 2008, Héctor Aguilar Camín afirmó que México no tiene treinta siglos, sino que sólo va a cumplir dos siglos, pero es heredero de varios siglos de historia europea y americana. Afirmación de influencia antisustancialista que coincide con su afirmación de que Nueva España es la “matriz de la nación mexicana”,25 que implica que México nació independiente, como, según menciona Sergio Cañedo, ya lo había arengado en 1846 Vicente Chico Sein, quien “revisó la historia de México como una nación independiente, que data desde la primera república en 1824”.26 Sin embargo, el que Aguilar Camín mencionara que “Necesitamos no el aislamiento, sino la ampliación de nuestras fronteras mentales, hacia adelante y hacia atrás”, bien puede ser aplicada a él mismo, pues la lectura de La supervivencia política novohispana no le sugirió la eliminación de fórmulas

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Ibid., p. 110. José Álvarez Junco, “Historia e identidades colectivas” José Carreras Ares y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons Ediciones de Historia S. A., 2003, p. 61. 25 Héctor Aguilar Camín, La invención de México. Historia y cultura política de México 1810-1910, México, Planeta, 2008, pp. 53, 123. 26 Sergio Alejandro Cañedo Gamboa, “The first Independence Celebrations in San Luis Potosí, 1824-1847”, en William H. Beezley y David E. Lorey (Eds.) ¡Viva México! ¡Viva la Independencia! Celebrations of September 16, Wilmington, Scholarly Resources Inc., 2001, p. 83. Aunque Sergio Cañedo recalca que el punto de vista de Chico Sein debe leerse como el de un republicano, en el que el origen de México sería sólo el origen de la República (Comunicación personal del 7 de junio del 2012 en San Luis Potosí). 24

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ambiguas y esencialistas que se cuelan en La Invención de México cuando trata la Independencia.27 Para el 2009 Guillermo Zermeño, quien cita a La supervivencia política, explica que desde que México nace a la historia como nación (1821), “hizo hablar al pasado “no mexicano” –esto es, al pasado precolombino y virreinal– de otra manera”. De manera que, al convertir a los cronistas españoles e indígenas en “historiadores mexicanos”, la historiografía nacional “se funda en un anacronismo”, por lo que “Estrictamente hablando no hay historia de México mientras no exista México como nación”.28 Ese mismo año Elías José Palti llega a una conclusión en términos ontológicos, pero respecto a la nación argentina que se parece a lo que se ha expuesto en este capítulo, pues indica que ““la nueva entidad” llamada pueblo argentino (que no existiría antes de mayo)” no es “un fatalismo geográfico o natural” sino “el resultado contingente de un curso determinado por la serie de sus accidentes”.29 Si México y Nueva España a todas luces son diferentes entidades, es necesario profundizar en algunas de estas diferencias con el fin de debilitar la tesis esencialista que permea en buena parte de la actual historiografía y comprobar la existencia de las múltiples entidades que se traslaparon y sustituyeron mediante una construcción legal, territorial, social e identitaria. V.1.2.1 La búsqueda ontológica en la construcción territorial.

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Héctor Aguilar Camín, La invención…, Op. Cit., p. 186. Exhortación, por cierto, válida en cuanto a la posibilidad de integrar la ontología antisustancialista, que a priori rechazó Hale, a la historia profesional contemporánea. 28 Guillermo Zermeño Padilla, “Apropiación…”, Op. Cit., p. 82. 29 Elías José Palti, “La nación argentina entre el ser y el acontecimiento. La controvertida plasmación de una visión genealógica del pasado nacional”, en Guillermo Palacios (coord.), La nación y su historia América Latina siglo XIX, México, El Colegio de México, 2009, pp. 30, 31.

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Comencemos con Nueva España, cuya extensión no fue fija, sino que varió a través del tiempo; mientras que su división territorial era un intrincado de varios sistemas de jurisdicción que se solapaban unos con otros. Estaban la división administrativa-religiosa y la administrativa-judicial, los grandes nodos de ésta última estaban en las Audiencias, subdivididas a su vez en gobiernos, corregimientos y alcaldías mayores. Y a partir del siglo XVIII surgieron las Intendencias, un tipo de división administrativa-fiscal, que pretendía modificar y corregir el estado de cosas anterior, imponiendo alguna uniformidad en la gran variedad de jurisdicciones. Cada uno de los tipos de administración, no sólo no coincidían entre sí, sino que variaban con el tiempo.30 Las Intendencias se implantaron en Nueva España por la ordenanza del 4 de diciembre de 1786, éstas tomaron el nombre de la que fue su capital respectiva, por lo que en este caso las ciudades capitales emanaron identidad al territorio que abarcó su Intendencia. Con esta ordenanza, Nueva España quedó dividida provisionalmente en doce Intendencias, de las cuales, la de México era “General de Ejército y Provincias” y tenía como función coordinar y regular todas las intendencias “de Provincia” del virreinato. México, Guadalajara, Puebla, Veracruz, Mérida, Oaxaca, Guanajuato, Valladolid, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango y Arizpe eran las doce intendencias en que se dividía Nueva España previo a la consumación de la Independencia, que también contaba con dos 30

Edmundo O’Gorman, Historia de las divisiones territoriales de México, México, Porrúa, 1968, pp. 4-6, 8, 9; François-Xavier Guerra, “Las mutaciones de la identidad en la América hispánica”, en François-Xavier Guerra y Antonio Annino (coords.), Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 188. Un ejemplo de cambios es que en materia de justicia y en grado de apelación, Nuevo México dependió un tiempo de la Audiencia de México y desde el XVIII, como Nueva Vizcaya, de la de Guadalajara (Chantal Cramaussel, “Tierra adentro y tierra afuera, el septentrión de la Nueva España”, México en el mundo hispánico, Volúmen I, México, El Colegio de Michoacán, 2000, p. 70). Las Intendencias vincularon los cabildos con la administración central mediante una estructura jerarquizada y burocrática (Argelia Zavala de Loera, “El proyecto del camino mixto San Luis Potosí-Tampico 1824-1855”, Tesis para obtener el grado de nivel licenciatura, San Luis Potosí, UASLP, 2011, p. 36), con lo que las Intendencias novohispanas pudieron haber formado un papel determinante, tanto en la formación de las fuerzas centrífugas y centrípetas que actuarían en la primera mitad del siglo XIX.

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Provincias Internas (las de Oriente eran: Gobierno del Nuevo Reino de León, Gobierno de la Colonia del Nuevo Santander, Gobierno de la Provincia de Coahuila, Gobierno de la Provincia de Texas; y las de Occidente eran: Gobierno de la Nueva Vizcaya, Gobierno de las Provincias de Sonora y Sinaloa, Gobierno de las Provincias de Nuevo México) y tres gobiernos (Tlaxcala, Vieja California y Nueva California). Además Nueva España también se dividía en catorce partidos.31 En 1803 Estados Unidos había comprado Luisiana a Francia y sin embargo, a finales de 1810 esta nueva república ya se había extendido sobre tierras Españolas aledañas al río Misisipi. Por eso, España comisionó a Luis de Onís para esclarecer los límites con el país pigmeo al que se refirió el Conde de Aranda, sin embargo, debido a la falta de información, éste recurrió a un mapa francés en su Memoria. Luego de que los estadounidenses tomaran posesión de parte de Florida, que había formado parte de la Capitanía General de Cuba, y la devolvieran en dos ocasiones, finalmente, el Tratado Adams-Onís de 1819 reincorporó Florida a los Estados Unidos y confirmó Texas como posesión española, aunque los estadounidenses la reclamaban como suya.32

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Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., pp. 19-21, 24, 25 y Argelia Zavala de Loera, “El proyecto…”, Op. Cit., p. 37. Las Californias quedaron excluidas de las Intendencias y todas las Provincias Internas de Oriente cayeron “en el distrito de la Intendencia de San Luis Potosí; las dos primeras sólo sujetas al comandante en lo militar; en las dos restantes, el comandante también era Intendente”. Además, el Gobierno de la Nueva Vizcaya y Sonora y Sinaloa, formaban parte de la Intendencia de Durango y Arizpe, respectivamente. (Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., pp. 21, 24). Los catorce partidos eran las anteriormente llamadas provincias: 1.- Reino de México, con cinco provincias mayores. 2.- Reino de Nueva Galicia, con tres provincias mayores, 3.- Gobernación de Nueva Vizcaya, con dos provincias mayores, 4.Gobernación de Yucatán, con tres provincias mayores, 5.- Nuevo Reino de León, 6.- Colonia del Nuevo Santander (Provincia de Tamaulipas), 7.- Provincia de los Tejas (Nueva Filipinas), 8.- Provincia de Coahuila (Nueva Extremadura), 9.- Provincia de Sinaloa (Cinaloa), 10.- Provincia de Sonora, 11.- Provincia de Nayarit (Nuevo Reino de Toledo), 12.-Provincia de la Vieja California, 13.- Provincia de Nueva California y la 14.Provincia de Nuevo México de Santa Fe; que era como se dividía la Nueva España antes del sistema de intendencias (Ibid., pp. 14, 15). Hay que tener en cuenta que “antes del siglo XIX el estatuto de las Provincias Internas no se hallaba claramente definido. Por supuesto, dependían del gobierno virreinal de México, pero en grado diverso a los territorios de la Audiencia de Guadalajara o de Guatemala.” (Alfredo Ávila, “Para una historia…”, Op. Cit., p. 255). 32 José Omar Moncada Maya, “La construcción del territorio. La cartografía del México Independiente, 18211910”, en Héctor Mendoza Vargas, Eulalia Ribera Carbó y Pere Sunyer Martín (Eds.), La integración del

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Mientras tanto, la Constitución gaditana había incorporado una nueva concepción del territorio, así como nuevas formas de organizarlo y ordenarlo. Con esta Carta, los ayuntamientos siguieron subordinados a una instancia de control territorial superior, pero esta vez sería a la diputación provincial. También desapareció legalmente la figura del virrey, que se convirtió en el capitán general de Nueva España y jefe político de México, dejando así de tener injerencia legal en Guadalajara, San Luis Potosí, las Provincias Internas de Oriente, las Provincias Internas de Occidente y Yucatán, que establecerían su propio jefe político y diputación provincial.33 Las primeras diputaciones se establecieron en 1814. Menciona Hira de Gortari que “Sabemos poco de ellas y en muchos casos parece que su funcionamiento fue de corta duración”, pues se cancelaron con la abolición de la Constitución y sólo reanudaron sesiones hasta los años veinte. Por el tiempo que existieron, estas debían estar sujetas a las autoridades hacendarias y a los jefes políticos, que era el “agente directo del gobierno en las provincias, presidente de la diputación y del ayuntamiento de la capital provincial, con poder sobre la administración municipal”.34 Bien puede decirse que estos fueron las últimas modificaciones jurisdiccionales en Nueva España, pues el “Plan de Iguala” declaró la Independencia de un ente geográfico territorio en una idea de Estado. México y España, 1820-1940, México, Instituto de Geografía, UNAM/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Agencia Española de Cooperación Internacional, 2002, p. 122 y Robert J. Ward, “Los Estados Unidos y sus intereses en las colonias españolas: La Nueva España”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 4, 1972, p. 63-93 (versión digital). 33 Hira de Gortari Rabiela, “La organización político-administrativa del territorio en las Constituciones de 1812 y 1824: Nueva España y México”, en Héctor Mendoza Vargas, Eulalia Ribera Carbó y Pere Sunyer Martín (Eds.), La integración del territorio en una idea de Estado. México y España, 1820-1940, México, Instituto de Geografía, UNAM/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Agencia Española de Cooperación Internacional, 2002, p. 154; Alfredo Ávila y Luis Jáuregui, “La disolución de la monarquía hispánica y el proceso de Independencia”, Erik Velázquez García, et. al., Nueva Historia General de México, México, El Colegio de México, 2010, p. 369 y Annick Lempérière, “De la república corporativa a la nación moderna. México (1821-1860)”, en François-Xavier Guerra y Antonio Annino (coord.), Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX Siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, pp. 321, 322.. 34 Hira de Gortari Rabiela, “La organización…”, Op. Cit., p. 156.

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(América Septentrional) y los “Tratados de Córdoba” firmados el 24 de agosto de 1821 por Iturbide y Juan O´Donojú le dieron continuidad, apropiándose el Imperio Mexicano del territorio de la extinta Nueva España mediante el uti posidetis juris (cuanto poseías poseerás) y dividiéndola en 21 provincias.35 Con la derrota del Imperio a manos de los republicanos, el Acta Constitutiva de la Federación Mexicana firmada el 31 de enero de 1824 planteó una nación mexicana compuesta casi del mismo territorio que abarcó el Imperio, de manera que entonces México se compuso “de las provincias comprendidas en el territorio del virreinato llamado antes Nueva España, en el que se decía Capitanía General de Yucatán, y en el de las comandancias generales de Provincias Internas de Oriente y Occidente”. Este documento declaró que la nación mexicana no podía ser patrimonio de alguna familia pues es una nación libre e independiente de España y de cualquier otra potencia. Así, la federación se formó de 17 estados independientes, libres y soberanos en cuanto a su administración y gobierno interior; y dos territorios sujetos a los supremos poderes de la Federación y por lo tanto ya no eran sólo entidades administrativas, sino 17 entidades políticas.36 Tras este documento surgió la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, en la que según el artículo 5°, México estaba conformado por los siguientes estados: Chiapas, Chihuahua, Coahuila y Tejas, Durango, Guanajuato, México, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, Puebla de los Ángeles, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora y Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz, Xalisco, Yucatán y el de los Zacatecas, así como por los 35

Agustín de Iturbide, et. al., “El Acta de independencia del Imperio Mexicano, pronunciada por su Junta Soberana congregada en la capital de él en 28 de Setiembre de 1821”, Bicentenarios.es, (versión digital). Este documento fue firmado por otros 35 individuos además de Iturbide. Se encuentra un interesante análisis sobre este documento en Guillermo Zermeño Padilla, “Apropiación del pasado, escritura de la historia y construcción de la nación en México”, en Guillermo Palacios (coord.), La nación y su historia América Latina siglo XIX, México, El Colegio de México, 2009, pp. 82, 83. 36 Soberano Congreso Constituyente Mexicano, Acta Constitutiva de la Federación Mexicana, (versión digital).

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territorios de la Alta California, el de la Baja California, el de Colima y el de Santa Fe de Nuevo México. Esta Constitución estuvo vigente once años y a pesar de que en ese tiempo también se expidieron leyes que modificaron la división territorial allí establecida, el sujeto República Mexicana siguió existiendo.37 Más allá de que Nueva España y México estuvo organizado en diversos números de entidades, Nueva España y México tuvieron extensiones territoriales diferentes. A través de su existencia, Nueva España excluyó e incluyó territorios. Chiapas fue parte integrante de este virreinato hasta 1543, cuando pasó a ser administrada por la Audiencia de los Confines y luego por la Capitanía de Guatemala. Luego, en 1821 la Soberana Junta Provisional Gubernativa del Imperio Mexicano tomó a la provincia de Chiapas como adherida al Imperio, más tarde, en enero de 1822 las demás Provincias de la Capitanía de Guatemala estaban unidas al Imperio Mexicano.38 Tanto Chiapas como las demás provincias que pertenecieron a la Capitanía de Guatemala terminaron separándose de México en junio de 1823, debido a la finalización del Imperio Mexicano, mientras que tal finalización impulsó a que las demás partes integrantes del Imperio se reorganizaran con el Acta Constitutiva de la Federación con el

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Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., pp. 66, 67, 70. También fijaba que una ley constitucional determinaría el carácter de Tlaxcala, ya que los habitantes de Tlaxcala no querían depender de Puebla y argüían que para finales de la Colonia no pertenecía a la Intendencia de Puebla. Por eso en el Acta Constitutiva, a Tlaxcala se le considera Estado, pero no en la Constitución. (Ibid., p. 68). 38 Ibid., pp. 6, 38, 39. Pedro José Lanuza, un diputado Guatemalteco intentó mostrar en un impreso la legitimidad, no del Imperio, sino de la elección de Agustín de Iturbide como emperador de México. Lanuza llama en esta reflexión a Agustín “nuestro emperador”, mediante la misma induce a los hijos de Anáhuac a no ser perjuros, ya que se ofreció la corona a la dinastía de España pero con esto la nación no contrajo obligación alguna con los Borbones; la razón, se les invitó, pero “las ofertas graciosas producen su efecto cuando se aceptan, no cuando se hacen”. Aún si la nación estuviera obligada, la conducta de España la ha puesto en el caso de no obligarle el cumplimiento del tratado. La nación podía poner al frente de ella al que mejor le parecía, alegó Lanuza. A pesar de las discusiones que surgieron tras el modo de la elección, para Lanuza el modo en que fue coronado Agustín es la más viva expresión de la voluntad del pueblo, lo que legitima su elección. Por lo tanto, para él, cualquiera que dudase de que esto era legítimo se convertiría en enemigo de la nación (Pedro José Lanuza, Legitimidad para la elección de nuestro emperador, disponible en línea en Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica, versión digital).

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fin asegurar el sistema federal.39 Sin embargo, tras un breve periodo de independencia, tras examinar un plebiscito, la Junta Suprema Provisional de Chiapas llevó a cabo la declaración solemne de unión de Chiapas a la República Mexicana el 14 de septiembre de 1824, si bien, Chiapas no existió legalmente sino hasta que la Constitución le dio carácter de estado.40 Por su parte, las Provincias Internas pertenecieron al Virreinato, aunque un tiempo fueron independientes de éste por lo dilatado de la distancia y la dificultad de gobernarlas desde “la metrópoli de México”.41 De modo que en los siglos más recientes Chiapas formó parte de la Capitanía de Guatemala, del Imperio Mexicano y de la República Mexicana, pero no de Nueva España. Además, el virreinato de Nueva España y la Capitanía de Guatemala, eran entidades con ser propio que fueron replanteados en una entidad única: el Imperio Mexicano; que luego se separó en la República Mexicana y la República de Centroamérica. Posteriormente, también adquirirían una breve independencia Yucatán y Texas. Con el tiempo, el territorio que abarcó el Imperio Mexicano perdió su integridad territorial y se transformó lentamente en siete repúblicas coexistentes y varios territorios norteños que se 39

Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., pp. 41-44, 50. O’Gorman menciona que “La emancipación de lo que durante la Colonia se llamaron Capitanías Generales de Yucatán y Guatemala, no fue, como para el caso de México, el resultado de una lucha armada con que estas provincias hubieran sostenido contra el gobierno español. Yucatán y Guatemala proclamaron su independencia como consecuencia de la caída del poder español en Nueva España, y así a los esfuerzos de los insurgentes mexicanos, deben aquellas provincias su emancipación.” La unión de Yucatán a México “se verificó en el mismo momento en que la provincia se declaró libre de España”. Posteriormente las Provincias de Guatemala se independizaron unas para con otras, lo que construiría las nuevas naciones de El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Belice, Honduras, Nicaragua; en un proceso de múltiples independencias debidas a fuerzas centrífugas. 40 Ibid., pp. 58, 59, 67, 68. 41 Catherine Héau-Lambert y Enrique Rajchenberg S., “La identidad nacional. Entre La patria y La nación: México, siglo XIX”, Cultura y representaciones sociales. Un espacio para el diálogo interdisciplinario, Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Vol. 2, No. 4, p. 48. En la Real Cédula del 22 de agosto de 1776 se expidió el nombramiento de Comandante General de las Provincias Internas independientes del Virrey a don Teodoro de Croix se justifica esta nueva división territorial porque era difícil gobernarlas desde “la metrópoli de México”. (O´Gorman cita en Historia de…Op. Cit, p. 16, de Rómulo Velazco Ceballos, “Bucareli. Su administración”, La administración de don Antonio María Bucareli y Ursúa, tomo II, p. XXV, México, Archivo General de la Nación, 1936).

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anexaron a Estados Unidos. En total, los territorios llegaron a pertenecer a nueve distintas naciones.42 No obstante, O’Gorman “no apostaría por la fijeza del ser geográfico, sino por la movilidad del ser histórico. La ontología tradicional no lo llevaría a encontrar la respuesta. Tenía que apoyarse en una ontología que buscara el ser en la historicidad”.43 Lo que significa que a pesar de ser importante, el cambio de extensión territorial no define el ser. Más importante aún que la diferencia en la extensión territorial entre Nueva España y la República Mexicana, hay otra que remarca el ser de cada una y las muestra como dos entidades netamente diferentes. Por parte de la primera, las bases de la división territorial virreinal fueron, tanto la aceptación de las entidades precortesianas, como la forma de penetración militar de los españoles o las capitulaciones. De manera que en Nueva España la división territorial alcanzó su reconocimiento en la costumbre y la ley. Además de que la administración del virreinato podía concebirse sin necesidad de una división del territorio, ya que bastaba la enumeración de las cabeceras con la lista de los pueblos, villas y rancherías sujetos a ellas para definir los límites de las unidades administrativas.44 Ya con

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Si trasladamos la diferencia en territorio entre Nueva España y México al código de la matemática tendríamos dos “puntos” ubicados en cuatro dimensiones: anchura, profundidad y altura, así como la dimensión tiempo. A pesar de que pudieran interceptarse en algunas dimensiones, la cuarta dimensión impediría que tuvieran el mismo valor, pues aunque hablemos del mismo punto relativo a un ente, el punto tendría un valor cuádruple sincrónico que diacrónicamente tendría variaciones sistemáticas. Esto implica que aun cuando el punto a tenga el mismo valor en el eje x, en el eje y y en el eje z en un momento t y en un momento Δt; una ecuación que podría ser resuelta con at, podría no ser solucionada con a(Δt); puesto que no comparten la totalidad de sus valores. Cuánto más si se trata de el punto a y el punto a’. Bajo ese modelo, con más razón, no siendo puntos, sino extensiones territoriales; México y Nueva España serían similares, pero no lo mismo. 43 Álvaro Matute, “La genealogía…”, Op. Cit., (versión digital). 44 Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., pp. 3, 10, 11, 12; Horst Pietschmann, “Los principios rectores de organización estatal en las Indias”, en François-Xavier Guerra y Antonio Annino (coord.), Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 63. Por eso en aquella época ninguna línea divisoria era precisa, lo que provocó que el libro de O’Gorman sobre las divisiones territoriales “esquiva[ra] por completo el aspecto geográfico propiamente dicho”. Aún hacen falta investigaciones que clarifiquen “la cuestión de límites y descripción de líneas divisorias” (Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., pp. XI, XVI, 8) ya que no todos los historiadores coinciden con la delimitación territorial que O’Gorman hace de Nueva España. Lecturas distintas se encuentran Matthew

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la Independencia, el 17 de noviembre de 1821, la Junta Provisional Gubernativa decretó la división territorial del Imperio Mexicano, una monarquía constitucional que fue derogada el 8 de abril de 1823. La división del Imperio Mexicano tampoco fue política, sino administrativa y militar, tal como las de Nueva España. En el Imperio, Iturbide instituyó las Capitanías generales de provincia en 1821, que fueron cinco además de la de Yucatán, que ya existía.45 Mientras que la República, que sustituyó al Imperio, sí estaba conformada por sujetos o entidades políticas. Así que en el virreinato, “la ley sólo consagra, por motivos administrativos y de buen gobierno, una situación de facto”; mientras que en la República, “las entidades se crean o desaparecen por ministerio de la ley” puesto que “la división del territorio republicano […] encontró simple y exclusivamente su origen en la ley” fijada en los sistemas constitucionales.46 Por lo tanto, 1) La territorialidad se entiende de manera distinta en el Virreinato que en la República y 2) En la República no puede haber federación previa a la Constitución, por lo tanto, México existe como la suma de sus partes contratantes (estados y territorios) no antes de la Constitución. Otro de los indicadores relacionados con el cambio de ser entre Nueva España y México está en el hecho de que en México hubo precisamente una continua búsqueda de Restall, “Bajo el dominio de Su Majestad el Rey El mito de la completitud”, Los siete mitos de la conquista española, México, 2005, Paidós, p. 115; Hira de Gortari Rabiela, “La organización…”, Op. Cit., p. 156 y Jaime E. Rodríguez O., “La crisis de México en el siglo XIX”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 10, 1986, pp. 85-107, versión digital. Hay historiadores que incluyen Filipinas dentro de Nueva España, como lo hizo Rodríguez en la obra citada y otros que no. Si bien nominalmente la administración de la Capitanía de Filipinas dependía de Nueva España, como lo indica María Cristina Barrón, autores como los siguientes separan a Nueva España de Filipinas en la práctica. Martín González de la Vara, “Confines políticos, centros comerciales y puntos de unión del imperio español con referencia especial al septentrión novohispano”, México en el mundo hispánico, Volumen I, México, El Colegio de Michoacán, 2000, p. 83 y María Fernanda García de los Arcos, “Las relaciones de filipinas con el centro del virreinato”, México en el mundo hispánico, Volumen I, México, El Colegio de Michoacán, 2000, pp. 51, 53, 54, 55, 56, 58. 45 Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., p. 38. 46 Ibid., pp. 3, 4.

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ser tras el rechazo a lo hispánico. Muestra de esto se da de forma temprana, con el Acta Constitutiva, que cambió varios nombres: Valladolid, Arizpe, Santander, Galicia y Mérida por Michoacán, Sonora, Tamaulipas, Jalisco y Yucatán; lo cual, según Orozco y Berra, se hizo por un pensamiento corriente en la época con el que se intentaba regresar las cosas a la época previa a la conquista. También en la periferia norteña la toponimia evidenció un claro propósito de desligarse del pasado virreinal, aún cambiándose nombres de santos, por los de héroes de la independencia como San José del Parral, San Bartolo, Aguayo y la villa de Pitic, por Hidalgo del Parral, Allende, Ciudad Victoria y Hermosillo. 47 Entonces, contando con estas evidencias territoriales de la diferencia entre México y Nueva España ¿por qué es común unirlas en una sola? En la difusión de los mapas es posible hallar algunas razones de esta tradición, pues con el avance de las ciencias geográficas, el país entero fue ubicado “dentro de una red de paralelos y meridianos abstracta y atemporal” que de proyectarse más allá de la existencia de México, “sutil y transhistórica” se proyectaría un territorio que no existe (Un ejemplo de esto se ve en el Anexo 2). De esta manera, con la aplicación geográfica de la ciencia, México aparecía más como una “nación descubierta” que como una “nación creada” (hay que recordar que un mapa no sólo representa la realidad, también puede modelar lo que pretendía representar). Esta percepción de México, ahistórica pero matematizada y renovada técnicamente, colaboró con la naturalización de la nación, como lo menciona Raymond B. Craib. Después de todo, el observador de los mapas pudiera pisar las mismas coordenadas que los 47

Ibid., pp. 58, 59 y David Piñera Ramírez, “La frontera norte de la independencia a nuestros días”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 12, 1989, pp. 27-50 (versión digital). Este subtema territorial está más desarrollado en Gerardo Morales Jasso y Belén Benhumea Bahena. “¿A cuál México nos referimos en la Independencia?”, II Congreso Internacional sobre reflexiones críticas de la Independencia y la Revolución: “Luchas revolucionarias en América Latina y el Caribe”, Universidad Autónoma de Chapingo / Universidad Autónoma de Guerrero / Academia de Historia Regional de Texcoco / Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe, Texcoco, Estado de México, 14 de octubre del 2011.

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conquistadores habían recorrido tiempo atrás. Proyección que creó la ilusión de un México que se remonta tan hacia el pasado como la existencia del territorio. Por ejemplo, en un mapa de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, García Cubas incluyó imágenes de las Pirámides de Papantla, Mitla, Uxmal y Palenque, lo cual tenía “un doble fin: en principio, relacionaban explícitamente al México contemporáneo con su lejano pasado prehispánico, con lo que mostraban al país como un ente supuestamente unificado, de larga historia y con una compleja tradición cultural”.48 Esta construcción espacial de México llevada a cabo durante el siglo XIX y reforzada en el XX y XXI impactó en las representaciones de mexicanos y extranjeros, de modo que aún sin pertenecer a la época, se fueron insertando modelos de México en América, el cual no era un problema principalmente geográfico, sino histórico, ya que la visión geográfica reforzó una visión esencialista que la historia no pudo corregir. Es decir, ambas han caído en uno de los errores discursivo de la metonimia: sustituir continente por contenido. Lo que debería sugerir, tanto para la ciencia del tiempo como para la del espacio, trabajar de forma

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Raymond B. Craib, “El discurso cartográfico en el México del Porfiriato”, en Héctor Mendoza Vargas, México a través de los mapas, México, Instituto de Geografía/ UNAM/ Plaza y Valdés editores, 2000, pp. 133, 134, 135 y Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 242. “Si los mapas de García Cubas construyeron un macro espacio unificado de la nación mexicana, los planos de la propiedad privada ofrecían una visión de un microespacio administrado de acuerdo con las ideologías económicas y políticas predominantes.” Lo que no obstruyó la proyección trashistórica (Raymond B. Craib, “El discurso…”, pp. 140, 149.) Además, artistas como José María Velasco influyeron en las versiones populares de la geografía propia, así como los planos catastrales (William H. Beezley, La identidad…, Op. Cit., pp. 13, 14). Para estudios en los que se encuentra información sobre cómo “las cartas generales de la República sirvieron para relacionar entre sí a la historia, la geografía y a las personas” que habitaban el país (Raymond B. Craib, “El discurso…”, Op. Cit., p. 137) véase Héctor Mendoza Vargas, México a través de los mapas, México, Instituto de Geografía/ UNAM/ Plaza y Valdés editores, 2000; Héctor Mendoza Vargas, Eulalia Ribera Carbó y Pere Sunyer Martín (Eds.), La integración del territorio en una idea de Estado. México y España, 1820-1940, México, Instituto de Geografía, UNAM/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Agencia Española de Cooperación Internacional, 2002 y William H. Beezley, La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX, México, El Colegio de San Luis / El Colegio de Michoacán / El Colegio de la Frontera Norte, 2008, pp. 39-41.

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interdisciplinaria y generar un concepto como el de cronotopo,49 un concepto que deberá ser congruente con que sólo tras las Independencias surgieron los nuevos Estados a través de nuevas configuraciones territoriales (con mayor o menor éxito), por lo que en el sentido moderno, ningún país hispanoamericano se independizó. Los Estados se formaron a partir de la Independencia de las provincias, audiencias y capitanías. V.1.2.1.1 De la toponimia y la etnicidad a las diversas territorialidades multiétnicas. Si bien, el análisis anterior coincide con la ontología antisustancialista de O’Gorman al concluir que México surgió después de lograda la Independencia; es posible encontrar otros Méxicos que existieron antes de la Independencia y posterior a ésta. Pilar Gonzalbo establece dos Méxicos polares: Cuando hablamos de México podemos referirnos al país, nuestro país actual, o a la que ha sido y sigue siendo su capital. Los términos se confunden cuando se acepta una fecha como la correspondiente a la conquista de México, de modo que esta fecha, como sucede con casi todas, es una convención arbitraria que sólo de manera simbólica representa lo que realmente fue la conquista: el 13 de agosto de 1521 cayó en poder de Hernán Cortés la capital del señorío mexica. Los meses anteriores, cuando ya algunos pueblos se habían sometido, y los años siguientes, durante los que prosiguió el avance de los conquistadores, parecen olvidados, así como el inmenso territorio de lo que sería el virreinato queda reducido a MéxicoTenochtitlán, la gran ciudad, la cabecera del poder azteca, pero que era apenas una mínima parte de las tierras que meses y años después ocuparían a golpe de espada y con la cruz en alto los soldados y los frailes castellanos.50 Como ya se mencionó en el capítulo 2, México-Tenochtitlan y su espacio de influencia no se extendieron por Nueva España, sino que con la llegada de los españoles, surgió otro México ya no dominado por los meshicas, que sería la “antigua México” que John Harris

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Este concepto proviene de la literatura, por lo que no se aplica a lugares y tiempos reales, pero como la historia y la geografía trabajan con lugares y tiempos reales, podría haber complicaciones si sólo tomamos prestado el término. Si bien es necesario un concepto como éste, adaptar el de la literatura o crear otro es un punto que requeriría una posterior discusión. Véase Mariana Terán Fuentes, “La voz “¡Viva la América!” en el movimiento insurgente”, Legajos, México, AGN, no. 2, octubre-diciembre 2009, pp. 83-102 que se opone a la interpretación de la máscara de Fernando. 50 Pilar Gonzalbo Aizpuru, “La vida en la Nueva España”, en Pablo Escalante Gonzalbo, et. al., Historia Mínima de la vida cotidiana en México, México, El Colegio de México, p. 51. Esta cuestión es ahondada en la ponencia Gerardo Morales Jasso y Belén Benhumea Bahena, “¿A cuál…”, Op. Cit.

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identificó en su paisaje “Ancient Mexico” de 1705 con la ciudad de México, de extensión espacial similar a Tenochtitlán (Anexo 4). Sin embargo, durante casi todo el siglo XVI esta ciudad fue conocida más por su nombre náhuatl de Tenochtitlán que por la etnia meshica que la habitaba, por eso sorprende que en un mapa de 1506 en la península de Catigara y a lado de Veragua, Francesco Roselli haya escrito la palabra “México” y no Temistitan, Tenustitan o Tenochtitlán, como era común llamarlo.51 La que era anteriormente la capital meshica se convirtió en la capital del reino de Nueva España, ciudad cuya traza albergaba por ley únicamente a españoles, habitando los indígenas fuera de ésta (en los barrios). La ciudad de México se convirtió en un símbolo de arrastre e imitación cercana no sólo con las provincias del reino, pues “El peso cultural de la ciudad de México no tiene entonces equivalente, después de Madrid, en todo el mundo hispánico”.52 Como el Virreinato de Nueva España se dividió en dos audiencias o reinos: el de Nueva Galicia (la Audiencia de Guadalajara) y el de México (audiencia de México); esta última a inicios del siglo XIX estaba compuesta de cinco partidos mayores: el del reino de Michoacán (Valladolid), el de Antequera (Oaxaca), el de Puebla de los Ángeles, el de Tlaxcala y el de México y a su vez, esta última provincia se subdividía en las provincias menores de México: la ciudad y su distrito, “Teotlalpan, Meztitlán, Xilotepec, Pánuco,

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Gustavo Vargas Martínez, “La Nueva España en la cartografía europea, siglo XV-XVI”, en Héctor Mendoza Vargas, México a través de los mapas, México, Instituto de Geografía/ UNAM/ Plaza y Valdés editores, 2000, pp. 19, 24, 27. Lo que apuntaría a la necesidad de estudiar cuándo y por qué se dejó de usar uno en vez del otro. Al respecto véase Javier Ocampo, Las ideas de un día…, Op. Cit., p. 81. 52 Sobre la traza véase Edmundo O’Gorman, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de México”, Seis estudios históricos de tema mexicano, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1960, pp. 25, 29; François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, México, Editorial Mapfre/Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 108. Se presenta un caso ejemplar de lo que menciona Guerra, realizado por Revillagigedo en Ernesto Lemoine Villicaña, “José María Cos. Nuevos datos para su biografía”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 5, 1976, pp. 7-35 (versión digital).

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Matalcingo, Zultepec, Texcuco, Chalco, Suchimilco, Tlaluic, Coyxca y Acapulco”. Luego, con las Intendencias, también surgió la de México y las anteriores provincias pasaron a llamarse partidos.53 Así, en la historia de Nueva España contamos con varios Mexicos: la ciudad, la provincia menor, la provincia mayor, la Intendencia y el partido; los cuales no existieron ni en el mismo espacio ni en el mismo tiempo, pues unos fueron más longevos que otros. Ya para finalizar el gobierno español, para la segunda década del siglo XIX la insurgencia popular en el centro de Nueva España tuvo diferencias ideológicas respecto a otros territorios periféricos, los cuales normalmente tenían un organización más laxa, una diferenciación menos jerárquica y en algunos casos, menos tiempo de haberse establecido en sus pueblos. Así lo reconoce Eric Van Young, al diferenciar la “región donde floreció la tradición política nahua fundamentada en el altépetl” que estaba a poca distancia de la ciudad de México y lugares tan cercanas como las zonas altas situadas inmediatamente hacia el norte y el noreste de la capital o bien la costa occidental, es decir, en medio de lo que consideraríamos como Mesoamérica (un modelo que por cierto no existe sino hasta 1943), lo cual nos da una idea de la diferencia cultural en el mismísimo centro político de la Nueva España respecto a la realidad indígena.54 Lo que refuerza la idea de que los diversos Méxicos novohispanos compartían características culturales similares de mexicanidad, pero sus notables diferencias, los hicieron entidades insertas una en la otra, es decir, distintas. Luego de la Independencia, el nombre del reino independizado remitía inexorablemente a España. Como el nuevo ser, o entidad, no podía ser el nuevo viejo ser (Nueva España), había que conferirle a esta entidad un nuevo nombre y nuevo ser. Por eso 53

Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., pp. 14, 15. Eric Van Young, La otra rebelión La lucha por la independencia de México, 1810-1821, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 87, 88. 54

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mediante el Plan de Iguala se proclamó la independencia de Nueva España, pero llamada transitoriamente América Septentrional. Ya que el nuevo país debería tener un ser que generara mayor identidad que esta designación meramente geográfica, los Tratados de Córdoba expresaron que la América Septentrional se llamaría en los sucesivo Imperio Mexicano. De aquí se desprende que México como país no fue la entidad que se independizó, sino Nueva España, llamada entonces América Septentrional.55 El gobierno de Iturbide retomó la lectura criolla insurgente del ser mexicano, por lo que el Imperio Mexicano no tuvo como antecedente directo el pasado mexica sino las interpretaciones criollas que de éste se hicieron. El pasado prehispánico sintetizado en lo mexicano, es decir, lo perteneciente a Anáhuac y lo náhuatl, parecían ser símbolos de fácil apropiación en la entonces América Septentrional, por lo que colaboraron en abrirle senda a un nuevo ente político, mantener la unidad y generar la nueva identidad dentro del nuevo gobierno. Además fue sencillo nombrar al nuevo gobierno Imperio Mexicano, ya que se retomó la identidad con la que algunos de los insurgentes (Congreso de Chilpancingo) se habían autonombrado, que a su vez se remitía al otrora glorioso “Imperio Mexica(no)”. 56 Es

55

Es necesario hacer notar que anteriormente, la designación meramente geográfica de la “América Septentrional” ya había surgido en el siglo XVIII (Antonio Rubial García, “Nueva España: imágenes de una identidad unificada”, en Enrique Florescano (comp.), Espejo Mexicano, México, CONACULTA/Fundación Miguel Alemán /FCE, 2002, p. 89) Por ejemplo, en la Historia general de la América Septentrional, publicada en 1746 por Lorenzo Boturini y en la Constitución de 1812. Aunque, a pesar de que para la realización de la Historia, Boturini recopiló testimonios sobre la Nueva España prehispánica, se limita al Altiplano mexicano de habla náhuatl, aun cuando ya existieran las villas de Albuquerque (1660), Monclova (1680), Linares (1716) y San Antonio (1718). En cambio, en la Constitución de 1812 se establecía la América Septentrional española de forma meramente geográfica, pues comprendía Nueva España con la Nueva Galicia y Península de Yucatán, Guatemala, Provincias Internas de Oriente, Provincias Internas de Occidente. Sin embargo, el significado de “América Septentrional” plasmado en la Constitución gaditana denota realidades distintas a las que significó Agustín de Iturbide. Para otra perspectiva que aunar, véase el análisis de Anderson sobre la oposición entre nuevo y viejo (Benedict Anderson, Comunidades imaginadas…, Op. Cit., pp. 260, 265, 266.) 56 El caso del Virreinato de Perú fue distinto, ya que al independizarse no necesitaron recurrir a otro símbolo distinto del de “Perú”. Aunque lo inca sería un símbolo análogo al meshica del caso novohispano-mexicano, no se vieron en la necesidad de recurrir a éste puesto que la idea de “Perú” no remitía a España al grado en que lo hacía “Nueva España”. Sobre el caso peruano véase Mark Thurner, “La invención de la historia

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así que, un texto pionero en la identificación de Nueva España con México es el Acta de Independencia, un texto fundacional. Al contrario de lo que ésta sugiere (que revive y restaura al Imperio Mexicano), el Acta no independiza México, sino que da existencia al Imperio Mexicano, pues antes de que éste existiera, Nueva España o la América Septentrional fue la entidad que se independizó de España. Es decir, los que se independizaron de España eran españoles, ex súbditos del rey que posteriormente se convirtieron en ciudadanos pertenecientes a una nueva nación claramente diferenciables de la España peninsular, aunque no totalmente desligada de ella. Por eso, Blas Pavón, contemporáneo de 1821 mencionó “Las palabras del Acta de Independencia habrían sido lógicas si el Acta hubiera sido redactada por aztecas, sólo así. Firmada por hijos de españoles, aquello era una monstruosidad. Mal nacimos, arrepentidos de nuestros padres.”57 Por lo tanto, a pesar de que en el artículo 76 del Título IV de la Constitución de 1824 se hace implícito que la República Mexicana es la continuación del México meshica, sólo tras la Independencia se formó México, por lo que a menos que nos refiramos a la capital del virreinato, a la provincia o al partido, no hubo Independencia de México. Recordemos que estas no eran unidades políticas sino administrativas, y sólo cuando surgió el Estado podemos encontrar los estados y los departamentos “México”. A pesar de que en cada una de estas entidades “México”, la ciudad de México fungió como capital, como “continente” ninguno fue igual al otro en contenido, temporalidad y extensión territorial. Lo que, a pesar de sus similitudes y continuidades, las convierte en nacional en el Perú decimonónico”, en Guillermo Palacios (coord.), La nación y su historia América Latina siglo XIX, México, El Colegio de México, 2009, pp. 135, 145, 146. 57 Javier Ocampo, Las ideas de un día…, Op. Cit., pp. 53, 61, 344. Confróntese con Alfredo Ávila, “El nombre de “México””, Histórica, crítica, política. Bitácora de Alfredo Ávila, WordPress.com, 19 de noviembre del 2012, disponible en línea con Christon I. Archer, “México en 1810: El fin del principio, el principio del fin”, en Alicia Meyer (coord.), México en tres momentos: 1810-1910-2010 Hacia la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana. Retos y Perspectivas, Volumen I, México, UNAM/Espejo de Obsidiana, 2007, p. 34.

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entidades diferentes. Así, la República Mexicana es, desde 1824, un Estado formal en vías de consolidación que se transformó durante el Porfiriato en un Estado moderno. De entre estas entidades llamadas México, la más dilatada en temporalidad ha sido la ciudad de México, que inició como la ciudad meshica y fue la capital de un Virreinato, de una provincia, de una Intendencia, de una Audiencia y, tras la Independencia, fue capital de dos Imperios y la República en sus formas centralistas y federales. Su importancia simbólica como la ciudad más grande e importante de América llegó no sólo hasta Guatemala, también a territorios más sureños pues Simón Bolívar quien deseaba que los reinos y provincias americanas fueran sustituidos por “grandes Estados supranacionales que pudieran estar en un pie de igualdad frente a Estados Unidos”, alguna vez sugirió que México fuera la capital del Estado supranacional que agruparía a toda la América hispánica. Esto muestra su fuerza como proyecto integrador, que sin embargo, hubiera sido tan débil en territorios más meridionales, como lo era entonces Madrid para la América hispánica.58 No obstante, existe un México que no coincide con los anteriormente mencionados, sobre el que tratan Catherine Héau-Lambert y Enrique Rajchemberg, quienes diferencian entre el México nación y el México patria. Ellos dan datos sobre viajeros del siglo XIX que consideraban que fuera de Anáhuac entraban a otros países (aquí en el sentido de pays). Tal idea surgió de la percepción que las élites liberales arrastraban de que los territorios fronterizos del Septentrión mexicano eran desiertos vacíos e inhóspitos, poblados de indios bárbaros y carentes de todo valor. De modo que el norte de México estuvo excluido en el

58

Brian R. Hamnett, “Ideologías, partidos y otras organizaciones políticas, 1820-1870”, en Josefina Zoraida Vázquez y Manuel Miño (Coords), Historia General de América Latina. La construcción de las naciones latinoamericanas, 1820-1870, vol. VI, Madrid, Ediciones UNESCO/Editorial Trotta, 2003, p. 112.

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siglo XIX de la representación territorial de la nación. 59 De allí entendemos que la Gaceta Imperial menciona que Iturbide logró que en siete meses el águila mexicana volara “libre desde el Anáhuac hasta las provincias más remotas del Septentrión”, lo que implica que Anáhuac estaba acotado en la imaginación de esos tiempos a un espacio más pequeño que el de la América Septentrional.60 Contrario al norte, que era temido por ser desierto; para los habitantes de la República Mexicana de principios del siglo XIX, el Sur asustaba por su exuberancia tropical, de modo que el Istmo de Tehuantepec formaba una especie de frontera interna. La mano del Estado parecía debilitarse más allá del último reducto austral de los estados de México, Puebla y Michoacán.61 “De esta manera, a las fronteras más o menos nítidas que se fueron perfilando con respecto a los países extranjeros, se agregaron fronteras internas que demarcaban el espacio del dominio real, no formal, y del apego a la tierra propia donde sus habitantes podían ser considerados hermanos.” El “neoaztequismo patriótico”, en construcción desde el virreinato, fue excluyendo la periferia novohispana delimitando así diferencias y definiendo

59

Catherine Héau-Lambert y Enrique Rajchenberg S., “La identidad nacional...”, Op. Cit., pp. 42, 46, 54 y Catherine Héau-Lambert y Enrique Rajchenberg S., “¿Wilderness vs desierto? Representaciones del septentrión mexicano en el siglo XIX”, Norteamérica, México, UNAM, Vol. 4, No. 2, 2009, p. 26. Para 1810 las densidades de las provincias del norte “oscilaban entre el 0,0 h/Km 2 de Texas y el 0,3 2 h/Km de Nuevo México, frente al 12,9 habitantes/Km2 de México o el 15,3 h/Km2 de Puebla.” (Ángeles Mosquera Vázquez, “Política, economía y frontera. Los proyectos de colonización del primer periodo del parlamentarismo mexicano (1821-1824)”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, Morelia, Universidad Michoacanda de San Nicolás de Hidalgo, No. 44, p. 38). Mismo Tadeo Ortiz llamó país a las Californias (Ernesto de la Torre Villar, “La política americanista de fray Servando y Tadeo Ortiz”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 8, 1980, pp. 67-84, versión digital). 60 Javier Ocampo, Las ideas de un día…, Op. Cit., p. 77. 61 Octavio Augusto Montes Vega, “Plazas cívicas y jardines públicos: representación espacial del poder local”, Espaciotiempo: Dossier 5 Sociedad y Territorio, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Año 3, No. 5, 2010, p. 44 y Catherine Héau-Lambert y Enrique Rajchenberg S., “La identidad nacional…”, Op. Cit., p. 54.

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otredades, pues el territorio es un constructor de identidad y alteridad, ya que la representación territorial permite distinguir entre el compatriota y el forastero. 62 Lo anterior es visible en las distinciones “tierra adentro” y “tierra afuera” que dividían Nueva España en función de la cercanía a la población del Altiplano Central, lo que hacía que Zacatecas formara parte de la llamada “tierra adentro” 63 y que existiera lo que Heau-Lambert y Rajchemberg consideran como una concepción de extensión de la patria que no coincide con la del territorio sobre la cual se extiende formal y legalmente el Estado.64 Por lo tanto, durante el siglo XIX, no sólo existían algunos de los México arriba mencionados, también existían representaciones de México en las que el territorio encontrado más allá del paralelo 24 y del Istmo de Tehuantepec estaba excluido de la representación territorial de la nación. Como la guerra de independencia se libró ideológica y militarmente en el centro de Nueva España, para existir México se extendió hasta los confines de Nueva España. Y, sin embargo, en la actualidad aún pervive la visión restringida de un territorio encogido: “Mesoamérica es la patria.” El México nación y el México patria, tuvieron durante todo el XIX, y aún en la actualidad, distinta extensión.65 El México patria coincide más o menos en espacio con el México profundo y el México imaginario de Bonfil Batalla, que tienen dimensiones mesoamericanas y por lo tanto también niegan otras civilizaciones. Estos tres, forman parte de una enorme diversidad nacional enmarcada por el salto del nombre etno-topográfico “México” a una comunidad nacional multiétnica que también está imaginada, pero limitada espacialmente 62

Ibid., pp. 52, 54, 55. Véase también Catherine Héau-Lambert y Enrique Rajchenberg S., “¿Wilderness…”, Op. Cit., p. 16. 63 Chantal Cramaussel, “Tierra adentro…”, Op. Cit., p. 69. 64 Catherine Héau-Lambert y Enrique Rajchenberg S., “La identidad nacional…”, Op. Cit., p. 45. 65 Ibid., pp. 52, 53.

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por la ley, por lo cual, “la conquista de México” implica la conquista de una importante ciudad del siglo XVI y no uno de extensión similar al de la nación del siglo XXI. Lo que hace del México nación, una síntesis no homogénea de muchas nacionalidades y símbolos polisémicos que han jugado en exclusión de otras.66 Por lo tanto, la diversidad en el Estado-nación mexicano bien puede comprenderse como lo expresa Lesley Byrd Simpson, quien en su libro pretende hacer evidente “al lector por qué existen muchos Méxicos, porque existen, pongamos por caso, cincuenta grupos lingüísticos distintos entre los indígenas, o por qué para los yaquis de Sonora resultan completamente extranjeros los mayas de Yucatán”.67 Sin embargo, en gran parte de su libro Muchos Méxicos, habla más bien de las muchas Nueva Españas, o mejor dicho las diversas realidades novohispanas, que a pesar del intento de los Habsburgo por hacer monolítico a este reino, permaneció con sus repúblicas de españoles y sus repúblicas de indios, sus indios de repartimiento y los de mano de obra libre, sus esclavos y sus cimarrones, con sus influencias del clero secular y la diversidad de regulares. Nueva España resultó ser una copia tan fiel a la España original, como el contexto, el clima y la riqueza de las nuevas tierras permitieron, puesto que el poblamiento mismo de América, se realizó a través de

66

Guillermo Bonfil Batalla, México profundo…., Op. Cit.; Mónica Quijada, “¿Qué nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario hispanoaméricano”, en François-Xavier Guerra y Antonio Annino (coord.), Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX Siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 291 y Héctor Aguilar Camín, La invención…, Op. Cit., pp. 53, 54. El mismo Bonfil Batalla mencionó “Al morir el indio como categoría colonial surgirán en todo su vigor todas las múltiples entidades étnicas que representan una de las riquezas potenciales más preciosas de América Latina.” (Natividad Gutiérrez Chong, “Los pueblos indígenas en los nacionalismos de independencia y liberación: el colonialismo interno revisitado”, en María Luisa Rodríguez-Sala, et. al., Independencia y Revolución. Contribuciones en torno a su conmemoración, México, Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Investigaciones Sociales, 2010, p. 143), por lo que paradójicamente para comprender el pasado indígena debe desindigenizarse, pero no para occidentalizarse aún más, sino para permitir expresar su propia etnicidad ya no desde el punto de vista del colonizador que sin diferenciar sus particularidades le apellidó indígena aún sin conocer su nombre. 67 Lesley Byrd Simpson, Muchos Méxicos, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1976, p. 24.

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instituciones europeas, en este caso, españolas, aunque respetando muchas de las costumbres de los indios. Posteriormente, Simpson describe los muchos Méxicos: el militar, el liberal, el conservador, el indígena; y con firmes pinceladas, se ve la división de la sociedad mexicana que se nutre en el presente de las particularidades que existieron en Nueva España, así como una lucha por construir una nueva entidad. Además, Simpson describe las diferencias topográficas y climáticas en el territorio que ocupa México; en suma, analiza México como una unidad geográficamente diversa, accidentada y difícil de comunicar, que da lugar a distintas formas de adaptación al medio, a múltiples diferencias de parte de sus habitantes al afrontar los problemas existentes en el diverso territorio que México conjunta; lo que genera diferencias no sólo en la densidad poblacional en el territorio, sino en las actividades económicas practicables, así como otros múltiples matices. He de mencionar que en su texto, Simpson lo plasma así, excepto porque se remonta a tiempos anteriores a la existencia de México sin explicar que no está narrando la historia del Estado-nación, sino la historia de la arena que hoy día es el continente de México, así como la historia del contenido de ese continente. Comienza su texto indicando que “En un antiquísimo pasado ―hace tanto tiempo que sólo astrónomos y geólogos osan computarlo― la corteza de México experimentó una gran convulsión.” Con lo que trata sobre “El proceso geomorfogénico de México” en una época en que México no existía, avalando así la existencia del Estado nación mediante una proyección atemporal de su territorio.68 Por eso no extraña que en su texto, en general de buena calidad historiográfica, confunda el México que conquistó Cortés con el México que visitó en el siglo XX y asevere que tras destruir el régimen azteca, “Cortés fundaba el México moderno”. Sin 68

Ibid., p. 14.

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embargo, lo que fundó, en nombre del rey, fue, y su texto mismo lo retoma, “La Nueva España del Mar Océano” según lo menciona en su Segunda Carta de Relación, y para lo cual deseaba reedificar la ciudad de México.69 La perspectiva ontológica presentada en este capítulo no anula lo presentado por Simpson en su libro, pero, le matiza sus imprecisiones retóricas al diferenciar Nueva España de México y México Tenochtitlan del Estado-nación mexicano; además de que convierte a los muchos Méxicos de Simpson, así como los respectivos Méxicos de Bonfil Batalla en partes integrantes del ente México, es decir, los presenta como recortes imaginarios de México, cada uno con características particulares y por lo tanto, con diferencias ante las demás partes que forman un México de una vasta diversidad. Por lo tanto, ninguno de los Méxicos de Bonfil o de Simpson son aquí considerados como entidades, pues son unidades retóricas que resaltan la diversidad de México; pero sí se consideran como entidades a la ciudad, la provincia, el estado y la nación. Sin detenernos en el Valle de México y en Nuevo México, ninguno de las anteriores entidades México existió en idénticos espacios ni periodos. Cada uno de los Méxicos mencionados en este capítulo son una realidad intersubjetiva distinta de las otras. Cada México emanó a través del tiempo distintos significados e identidades, ya fueran inclusivas o exclusivas. La “mexicanidad” más primigenia emana de los descendientes de los meshicas, así como de la ciudad de México, mientras que la mexicanidad apropiada por los criollos novohispanos surgió como un símbolo descollante (entre muchos otros) en oposición a la 69

Ibid., pp. 35, 38, 41. Simpson mismo acepta en las páginas 44 y 45 que Cortés comenzó la labor de constructor de Nueva España, aunque unas páginas atrás mencionara que de México. Esto se explica por que como muchos otros autores, no diferencia entre México y Nueva España. En el caso de este autor, ver la historia de México a través de un mapa le ayudó a entender la historia del país mediante sus diferencias geográficas, pero también colaboró en que proyectara la idea de México más allá de donde era históricamente correcto.

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hispanidad que estaban rechazando, lo que resultó en que mediante una movilización multiétnica, un nuevo México se expandió sobre Nueva España, la cual a su vez se había expandido sobre diversas etnias aliadas, enemigas y desconocidas para los meshicas. Así se construyó un México marcado por sus ambigüedades, que renegaba de parte de sus antecedentes indígenas y de sus antecedentes españoles.70 Esto respalda la postura que plantea que rastrear en cualquiera de los Méxicos una especie de quintaescencia mexicana que data de la época precolombina a la actualidad es una exageración falaz por idealización. A pesar de ser un momento conspicuo, no es posible entender la historia de México a partir del encuentro entre “dos civilizaciones”, ya que es una postura bastante reduccionista.71 Con lo que es inevitable llegar a la conclusión de que México-Tenochtitlán, Nueva España y México son entidades distintas una de la otra y que los México ciudad, estado, provincia, partido, departamento y Estado son también entidades distintas que tienen el mismo nombre, pues la nación mexicana no es un pueblo de meshicas. Es un México distinto al de estos.72

70

María del Rosario Peludo Gómez, “Enemigos de la patria y guerras inevitables: El discurso de la identidad nacional en México y España”, en Viejas y nuevas alianzas entre América latina y España: XII Encuentro de Latino Americanistas españoles, Santander, Consejo Español de Estudios Iberoamericanos, 21 al 23 de septiembre de 2006, (versión digital). Peludo indica allí mismo que en eso se diferencia México de la España de la Península Ibérica, pues “los españoles delimitaban el núcleo originario español, esencial y atemporal […] Antes de la llegada de los españoles no existía en México un núcleo originario de nacionalidad tan definido y legitimado como en España con los celtíberos.” La autora explica que “Para los españoles estaba muy claro que, a pesar de que podían reconocer las aportaciones de los romanos o los musulmanes, ambos eran pueblos extranjeros que habían invadido el suelo patrio. Para los mexicanos, y a pesar de que los más liberales lo defendieron en numerosas ocasiones, este discurso suponía la negación de sí mismos, lo que no ocurría en el caso español. La llegada [de] los españoles no podía ser interpretada como la irrupción de los grandes enemigos de México; para buena parte de los mexicanos ilustrados, incluso para los liberales, los españoles les habían “salvado” de ser indígenas” (Ibid). 71 Luis Villoro, “El sentido de la historia”, Historia ¿para qué?, México, Siglo XXI editores, 1980 [2000], p. 40. 72 Respecto a la provincia-intendencia y el partido-provincia, véase Edmundo O’Gorman, Historia de…, Op. Cit., p. 21. Para una síntesis de lo que presenta O’Gorman véase Gerardo Morales Jasso, “Cambios en la división territorial mexicana en la primera mitad del siglo XIX” y Gerardo Morales Jasso, “Cambios en la división territorial mexicana a partir de la Constitución de 1857”, disponibles en línea.

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V.1.2.2 Aportes de una ontología antisustancialista a la historia. Tal como en el proceso descrito por O’Gorman en La invención de América,73 tras la Independencia de España, los americanos tuvieron que replantear su propio ser. Si bien, algunos ya lo estaban haciendo anteriormente, en los territorios anteriormente delineados por los virreinatos, capitanías, provincias, ayuntamientos y pueblos se plantearon proyectos de seres semicontinentales, regionales o localistas. Conforme la población se alineaba a éstos, hubo proyectos de ser que fueron derrotados. En cada caso, una vez que el nuevo ser fue aceptado por los representantes del pueblo, se comenzó a formar el Estado, y se dio inicio a la consolidación así como modernización del mismo; y paralelamente, a la conformación de la nueva nación. Es la crítica ontológica antisustancialista, aplicada a la Independencia y a la formación del Estado-nación, la que nos permite comprender, parafraseando a O’Gorman, que: “Pensar en [una independencia de México] sólo sería posible como un hecho en sí, y como algo que sólo puede ser [independizado] porque se tiene conciencia previa de su existencia; y esto implicaría la creencia en un ser de [México] ya plenamente constituido y predeterminado”.74 Idea con la que coinciden incluso historiadores como José Valero, quien en 1967 reconoció que “en 1810 no se contaba en la Colonia con un concepto a priori de México como nación […] ya que la patria mexicana tal como ahora la entendemos fue el resultado de un proceso lento de integración nacional”. Por eso postula que en “los 73

Donde explica que en el Medievo muchos europeos creían que sólo había tres continentes, pero tras tener noticias de un cuarto continente hasta entonces ignoto para ellos, le asignaron ser. Ese “nuevo mundo” fue nombrado América, lo que formó parte del proceso de darle ser a esta entidad continental que ya estaba previamente habitada. Con un agudo análisis O’Gorman demostró que la realidad era más compleja que un “descubrimiento de América” (fórmula similar a “la Independencia de México”), y que era mejor describir el proceso como una “invención de América” (cuya fórmula equivalente a la Independencia postulada en el presente trabajo es “la Creación de México”). Edmundo O’Gorman, La invención de América. Investigación de la estructura histórica del nuevo mundo y del sentido de su devenir, México, Fondo de Cultura Económica, 1995. 74 Miguel Ricardo Nava Murcia, “Deconstruyendo…”, Op. Cit., p. 91.

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trescientos años de dominación española hubo acontecimientos que poco a poco fueron forjando el perfil y la fisonomía del nuevo país México”, aunque, sin duda los acontecimientos que forjaron el nuevo país también se dieron en Inglaterra, Estados Unidos y Francia.75 Entonces, la frase “la Independencia de México”, que hemos venido criticando a lo largo de este trabajo, bajo una mirada ontológica es vista como una fórmula que supone la existencia de México previa a la Independencia, cuando en realidad hubo un cambio de sujeto o entidad política. Si bien, tal cambio no evita que existan continuidades: Como la crisis de legitimidad en España no fue social ni cultural, sino política, el ente destruido y el ente creado fueron también políticos. No se destruyó lo social ni lo cultural con la creación de la nueva entidad. El cambio de ente político tuvo que ver con otras mutaciones, pero, además de la influencia de otros países, hubo una supervivencia política, social y cultural novohispana en México; como también pudo haber una supervivencia cultural filipina en México o una supervivencia cultural novohispana en Filipinas. A pesar de las continuidades, los pueblos de la América hispánica comenzaron a forjar su ser de forma que los diferenciara del ser español, con lo que se dieron a la tarea de reforzar identidades que respaldaran la construcción de los nuevos Estados-nación. Estas identidades generalmente apelaron a lecturas criollas sobre el pasado prehispánico que dieron base a los nuevos seres nacionales, pero no retomaron tales identidades sin modificarlas. Por eso no podemos encontrar al ser nacional mexicano, argentino o ecuatoriano previo a la Independencia de la América

75

Valero aún arrastraba concepciones tradicionales como que la prisión de Fernando en 1808 sirvió de pretexto para iniciar la guerra independentista en la Nueva España. (José Valero Silva, “Proceso Moral y político de la independencia de México”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 2, 1967, pp. 71-96, versión digital).

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hispánica. Los fenómenos de otredad y asimilariedad, de inclusión y exclusión sobre lo europeo e indígena invalidan la concepción ontológica esencialista. Es así, como la historia de México no puede explicarse con determinismos. Luego de las reformas borbónicas y el fin del virreinato se plantearon diversas posibilidades de futuro, y de entre todas estas, la posibilidad mexicana republicana y federal fue la que triunfó, aunque en el proceso perdió la posibilidad de estar unido a Centroamérica, Texas, Nuevo México y California. Nótese que la propuesta presentada en este trabajo no implica volver a separar terminantemente el virreinato del Estado independiente y volver a la barrera casi impermeable que había antes de los estudios de Brading, ya que el siglo de Brading (17501850) es una temporalidad fructífera que se coloca en el límite poroso de la Independencia, la cual separa entre Nueva España y México. Más bien, lo que aquí se propone es retomar la propuesta de Gaos de distinguir entre la Hispano-América única y la plural.76 También, la interpretación antisustancialista nos recuerda que tal como no es lo mismo la historia de Roma a la historia de Italia, no es lo mismo la historia de Nueva España a la de México; pues Nueva España era cerrada étnicamente entre castellanos, mulatos, “indígenas” y mestizos, aunque no mutuamente exclusivos entre ellos; mientras que México incorporó a franceses, estadounidenses y a muchos otros extranjeros que por mestizaje, establecerse en el país u otra razón, formaron parte de México. México tuvo el mismo árbol de ascendencia en muchos puntos que el de Nueva España, pero no en todos; fue otro país y otra soberanía, lo que los hace similares y a su vez diferentes en tiempo, espacio y existencia; por lo que México no es etéreo ni ahistórico (más que en la

76

Sobre el siglo de Brading véase Eric Van Young, Economía…”, Op. Cit., pp. 258, 267 y sobre la propuesta de Gaos véase supra., nota 3, p. 1.

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imaginación de quienes ven en México una ontología sustancialista como la que critica O’Gorman. Por último, como las Independencias fueron compartidas por varias entidades que después se transformaron en otras tantas; estudiar únicamente el territorio novohispano que quedó confinado a los actuales límites de México también nos brinda una mirada sesgada, ya que excluye el territorio que actualmente ocupan los estados sureños de Estados Unidos de América, así como a Chiapas, que pertenecía a la Capitanía de Guatemala y no a Nueva España. Con lo que se añade un nuevo punto a la primera propuesta o prescripción mostrada en esta tesis: En vez de estudiar las fracciones de las entidades que antecedieron a una entidad posterior, lo recomendable es estudiar las entidades tal como eran y se entendían en el tiempo en el que existieron, con sus propias relaciones políticas, económicas y culturales; con sus propios proyectos a futuro, algunos triunfantes, otros derrotados. Y con el fin de que la historia sea más cercana a la Historia (diferencia que se expuso en la Introducción), hay que evitar estudiar entidades del pasado en función de entidades del presente, es decir, evitar excluir a Guatemala del análisis de la Independencia, para el caso novohispano-mexicano; así como excluir a Filipinas y las demás posesiones de la Corona española del estudio de la crisis monárquica que fracturó la monarquía española. De esta manera, Chichén Itzá no formaría parte del México prehispánico, sino que formaría parte de la prehistoria de México. “La prehistoria” sería un término relativo a las entidades estudiadas y se procedería a hacer una historia de la existencia. Lo que los hechos y procesos anteriores a la existencia de la entidad historiada pero que tuvieron que ver con su

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existencia, serían parte de su prehistoria, entendiéndose prehistoria como la historia de la preexistencia de una entidad.77 Hasta aquí los aportes de una ontología antisustancialista post-O’gormaniana, pues tiene algunas limitaciones de las que el mismo O’Gorman dotó (entre ellas, las que menciona Charles Hale, citadas al inicio de este capítulo) y si no fuera por las aportaciones de otra ciencia, sería difícil de imitar.78 V.1.2.2.1 Límites y posibilidades de la ontología O’gormaniana. O’Gorman estableció que el ser de los entes históricos “no es sino el sentido que les concede el historiador en una circunstancia dada o, más claramente dicho, en el texto del sistema de ideas y creencias en que vive,”79 que “ni las cosas, ni los sucesos son algo en sí mismos, sino que su ser depende del sentido que se les conceda dentro del marco de referencia de la imagen que se tenga acerca de la realidad en ese momento”.80 Esto implica que “O’Gorman entiende que el pasado no tiene una existencia en sí, sino que es un elemento constitutivo del presente y, consecuentemente, del ser”; que es el sujeto, quien “desde el presente, se forma una idea del pasado”.81 Este tipo de aseveraciones serían las que los detractores del historicismo y de una historiología antisustancialista podrían usar para invalidar las conclusiones que han surgido 77

E. H. Carr relacionaba la prehistoria con el tiempo en el que el hombre pertenecía más a la naturaleza que a la historia (Edward Hallet Carr, ¿Qué es…, Op. Cit., p. 214). Desde nuestra perspectiva, toda cultura, por más primitiva (a sabiendas de que esta palabra es usada comparativamente y desde una perspectiva parcial) que ésta sea, crea tradiciones; y por lo tanto, tiene historia, con lo que el significado de prehistoria muta y, por tal razón no sería recomendable dejar de estudiar el “México virreinal” por estudiar “el territorio actualmente ocupado por México” pues tal alternativa presenta el problema de que se estudiarían las entidades existentes en un periodo histórico en función de las entidades que resultaron de su desaparición, lo que en teoría falsearía el estudio de las entidades desaparecidas y les daría una importancia que no depende de sí mismas, sino de otra entidad que entonces aún no existía. Lo correcto sería estudiar las entidades existentes en un periodo histórico en función de sí mismas y de las relaciones que tenían con otras entidades con las que coexistía. 78 Véase la nota 2 de éste mismo capítulo. 79 Cita de O’Gorman en Federico Reyes Heroles, “O’Gorman…”, Op. Cit., p. 15. (versión digital). 80 Cita de O’Gorman en Miguel Ricardo Nava Murcia, “Deconstruyendo...” Op. Cit., p. 55. 81 Álvaro Matute, “La genealogía…”, Op. Cit., (versión digital).

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en lo que va de este capítulo. Pues la historia ontológica antisustancialista tendría la esencia del presente en el que es realizada, lo que terminaría invalidándola por anacrónica. Es posible eliminar tal incongruencia con otros conocimientos distintos a los historiográficos y ontológicos. Aquí hemos de recurrir a la semiótica, pues, aún sin saberlo O’Gorman, su ontología tiene afinidad con la semiótica, ciencia que iniciaron Charles Sanders Pierce y Ferdinand de Saussure, y que no se difundiría en México sino hasta tiempos muy recientes. Si releemos el primer párrafo de este subtema desde la semiótica encontraremos un inusual cruce entre el referente (el ente) y el sentido (significado), lo cual no es válido desde la ciencia de los signos. Si bien la ontología estudia la realidad, sea abstracta o tangible; la semiótica estudia los signos con los que se representa esa realidad para los usuarios de los signos y pone al descubierto como los signos modifican la percepción de la realidad y son modificados por la percepción de la realidad, mas no modifican la realidad misma. Si en la afirmaciones arriba citadas O’Gorman estuviera mezclando dos “universos”, al clarificar el último, es decir, el de los signos, y demostrar su especificidad y diferencia con el otro, podríamos eliminar la contradicción arriba expuesta. Partiremos de que “enfrentar algo como un “hecho” es ya admitir que ese algo no es independiente de nuestro concepto de “hecho”. Si suponemos que los hechos son independientes de nuestras ideas previas acerca de ellos, cometeríamos el error del empirismo extremo, pero la historiología tampoco reduce los hechos a los conceptos que los describen; por lo que O’Gorman también se opone al idealismo, pues como Gaos, aprendió que aunque los hechos sean objetivos, nuestra percepción y los conceptos sobre los hechos le añaden cierto nivel de subjetividad, sabía que hay que analizar la relación entre los hechos y nuestras ideas previas sobre ellos, lo que nos permitirá obtener “un

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criterio para discernir entre la adecuación y la inadecuación —verdad y falsedad— de nuestros juicios”.82 Es precisamente esta tarea, esbozada por los historicistas de forma presemiótica, que se pretende abordar con apoyo de la semiótica en lo sucesivo, pues si perseguimos que las interpretaciones históricas sean precisas en el nivel ontológico, sólo podemos hacerlo a través de signos, y allí entramos en el campo de acción de esta disciplina. V.2 Otro observatorio disciplinario: la semiótica. “Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le jardin du Centaure de madame Henri Bachelier como si fuera de madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?” (Jorge Luis Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”)

Si con un breve análisis semiótico en el primer capítulo se encontraron algunos problemas sobre las fórmulas usadas para representar el proceso de la Independecia; este apartado pretende añadir otra arista a ese análisis, sumada a los elementos que se han puesto sobre la mesa hasta ahora. Sin embargo, al ser una ciencia compleja, la semiótica requiere de una contextualización, para no encontrarnos “en una situación peculiar, pero no desconocida, de estar operando con un concepto complejo antes de definirlo”.83 En lo sucesivo se usarán los siguientes criterios gráficos para el resto del presente capítulo: cuando un objeto vaya entre barras dobles (//casa//) deberá entenderse como el objeto no lingüístico en cuanto objeto y cuando el objeto vaya entre una barra (/casa/) se estará representando la palabra que nombra al objeto correspondiente. V.2.1 ¿Qué es la semiótica? Algunos presupuestos básicos. 82 83

Luis Arturo García Dávalos, “La reinvención…” Op. Cit., pp. 109-110. Eric Van Young, Economía…, Op. Cit., p. 362.

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Ceci n’est pas une pipe (René Magritte).

“Todo hecho semiótico es, por definición, un proceso de comunicación”, pero la semiótica es una ciencia autónoma que no sólo “estudia la vida de los signos en el seno de la vida social”,84 es una práctica analítica que se enfoca en el fenómeno de la significación y “estudia todos los fenómenos culturales como si fueran un sistema de signos”, formaliza distintos actos comunicativos y elabora categorías como las de código y mensaje que comprenden, sin reducirlos, diversos fenómenos identificados por los lingüistas como son la lengua y el habla, describiéndolas a través de modelos explicativos (Anexo 5).85 La semiótica explica lo que puede hacer un texto pero no lo que realmente ha sido, pues “se ocupa de la obra solamente como mensaje-fuente, y por lo tanto como idiolectocódigo que sirve de punto de partida para una serie de posibles elecciones interpretativas”. Lo que realmente ha sido una obra o texto lo puede explicar una crítica como narración de una experiencia de lectura.86 Por lo tanto, al estudiar signo, mensaje y código, la semiótica es “la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para aseverar algo”, incluso “todo lo que puede usarse para mentir”. Todo mensaje reposa en una convención, y solamente podremos entenderlo reconociendo la convención. Un código es esa convención cultural y su estructura es determinada por la cultura en todos sus niveles. “La estructura sintáctica del código precede a la individualización de los elementos pertinentes del significado”, incluye un repertorio que es la lista de signos, que se articulan siguiendo las leyes de un código subyacente; por lo que no es el sistema semántico el que genera la estructura sintáctica del código, “sino

84

Herón Pérez Martínez, “Introducción”, En pos del signo Introducción a la Semiótica, El Colegio de Michoacán, 1995, pp. 19, 20, 33. 85 Umberto Eco, La estructura ausente. Introducción a la semiótica, México, Debolsillo, 2005, pp. 187, 279, 397. 86 Ibid., pp. 145, 146, 163, 333, véase también Ibid., pp. 209, 290, 298, 390.

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que sucede lo contrario, y nos vemos obligados a considerar la existencia del mundo en los términos impuestos por el sistema de reglas generativas del código.” En síntesis, como el idioma y su sintaxis (relación de los significantes entre sí) forman parte de la cultura, la semiótica es coherente con el postulado de que todo está mediado por la cultura, incluido el código, que es una estructura intersubjetiva que se apoya en la sociabilidad y en la historia; es un sistema de expectativas y de hábitos adquiridos por lo que puede ser un idioma, un ideolecto científico o incluso un estilo artístico.87 Los códigos están conformados por mensajes, y los mensajes por el objeto de estudio de la semiótica, que son los signos. La semiótica es la ciencia de los signos y sus fundadores son Charles Sanders Peirce en Estados Unidos y Ferdinand de Saussure en Suiza. De hecho, el maestro de Saussure, Michel Breal, creó la semántica. Como la semántica es la “ciencia del significado”, le interesa “denotación, connotación, denominación, designación, significación, sentido, referencia, campos semánticos, etc.”; lo que hace de la semántica parte integral de la semiótica. Pues, el “significado” es un proceso de índole lingüística y el “signo” es un fenómeno más general que no se agota en el signo lingüístico; como se verá a continuación, el signo envuelve al significado.88 V.2.1.1 El signo, sus componentes y una de sus clasificaciones. El signo hace las veces de un dato ausente; no es una cosa petrificada, sino una relación; algo que está en lugar de otra cosa, generalmente de una realidad física, aunque también puede estar en lugar de otro signo. La actividad humana convierte en signos a las realidades objetivas así que cualquier objeto puede funcionar como signo de otro; y entonces, es

87 88

Herón Pérez Martínez, “Introducción”, Op. Cit., p. 235. Ibid., pp. 28, 30.

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susceptible de las reglas de la semiótica. Como el caso en el que la realidad física se sustituye con los movimientos fónicos.89 El signo, que está en lugar del referente, está constituido por la relación entre un significado, un significante y un interpretante. El referente designa eso a lo que los signos nos remiten, así como sus cualidades, procesos y otras relaciones, es la realidad extrasemiótica a la que se refiere el signo y no debe confundirse con el significado, que es una unidad cultural.90 El significante es el medio o vehículo que sirve para comunicar el significado, lo que hace la significación; y el significado corresponde al concepto o idea contenida en el signo y que, en el caso de un sonido, “no podría ser aprehendida directamente por un equipo de grabación (a menos que éste se halle dotado previamente de un sistema de descodificación semántica)”.91 Los significantes pueden “ser observados y descritos prescindiendo en principio de los significados que podemos atribuirles” y los significados varían “según los códigos con los cuales leemos los significantes”.92 Lo que coincide con la idea de Eric Van Young, de que “el significado es una propiedad correlativa, la comprensión de una cosa en función de otra”.93 Existe una estrecha relación entre significante y significado, 94 es el principio de conmutación, que dicta que en el uso sígnico “a toda transformación del significante le 89

Fernando Carlos Vevia Romero, Introducción a la semiótica, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2000, p. 87 y Joseph Courtés, “Cuestiones previas y perspectivas”, Análisis semiótico del discurso. Del enunciado a la enunciación, Madrid, Gredos, 1997, p. 55. 90 Ibid., pp. 68, 69. 91 Ibid., pp. 26, 92 y Herón Pérez Martínez, “Introducción”, Op. Cit., p. 33. 92 Umberto Eco, La estructura…, pp. 289, 290. 93 Eric Van Young, Economía…, p. 446. 94 Hjemslev sustituye el significante por la expresión y el significado por el contenido, distinguiendo así, la sustancia de la expresión y la forma de la expresión. Las proposiciones hjemslevianas tienen la ventaja de que nos recuerda “que la expresión (o el significante) y el contenido (o significado) no pueden ser aprehendidos, al menos en el marco de las ciencias del lenguaje, sino como forma, ya que la sustancia parece depender de otras disciplinas, pues a diferencia de la lingüística o de la semiótica, se inscribe en el campo de otras ciencias

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corresponde una modificación correlativa en el plano del significado, y a la inversa: no es posible cambiar el significado si no hay una modificación correspondiente en el plano del significante”. Aunque, no siempre existe entre significante y significado una relación biunívoca, pues existe la sinonimia y la homonimia; en la primera “un mismo significado puede expresarse gracias a significantes diferentes” (aunque difícilmente dos palabras pueden ser mutuamente sustituibles en todos los contextos posibles) y en la segunda un mismo significante se encuentra asociado a diferentes significados.95 El interpretante, en la semiótica propuesta por Carlos Vevia Romero, es el ser humano.96 Aunque en otras propuestas semióticas, que aquí seguimos, el ser humano sería el intérprete y el interpretante sería la mediación que tiene el significante con el significado. De modo que el interpretante “es el significado de un significante, considerado en sus naturaleza de unidad cultural, ostentada por medio de otro significante para demostrar su independencia (como unidad cultural) del primer significante.”97 El interpretante es importante en la semiosis, pues allí es donde “se da la intencionalidad. El signo lleva intencionalidad por el hecho de pedir ser interpretado de tal o cual manera.” 98 Ahora bien, hay distintas formas de clasificar los signos, pero para la finalidad de esta investigación nos conformaremos con una tipología peirciana más o menos sencilla: un

humanas –tales como la filosofía, la psicología, la sociología, la etnología, la historia o la arqueología–, que son aproximaciones de la sustancia a situarse del lado de la ontología” (Joseph Courtés, “Cuestiones…”, Op. Cit., pp. 28-30, 37). 95 Ibid., pp. 26, 92. En los textos académicos, cuando se recurre a códigos en los que existen casos de sinonimia y homonimia el contexto debe desaparecer la ambigüedad de la interpretación semántica. 96 Fernando Carlos Vevia Romero, Introducción…, p. 132. 97 Umberto Eco, La estructura, Op. Cit., p. 326. 98 Mauricio Beuchot, “Las categorías ontológicas en Pierce”, Razón y Palabra. Primera Revista de América Latina Especializada en Comunicación, febrero-abril 2011, Atizapán de Zaragoza, versión digital. El proceso en el cual una cosa funciona como signo es el de la semiosis (Herón Pérez Martínez, “Introducción”, Op. Cit., p. 23).

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signo puede ser un “ícono”, un “símbolo” o un “índice”.99 Los indicios “son signos que dirigen la atención sobre el objeto por medio de un impulso ciego, pero fundándose siempre en códigos y convenciones comunicativas”, por ejemplo, la huella que indica que pasó alguien por allí o bien, los síntomas que indican que una persona alberga un determinado virus.100 Los íconos son reproducciones miméticas, presentan una semejanza percepcional con la realidad; de modo que en un mapa y una fotografía, la iconicidad es maximizada, mientras que en la caricatura y el croquis es minimizada. Por último, está el símbolo, que es un signo arbitrario realizado por una convención social. Unos de los símbolos son las palabras, pues la palabra /perro/ y la palabra /dog/ no tienen parecido con el perro, ni indican una relación que los dirija a un perro, como lo haría un índice.101 Cada uno de estos tipos de signos proyectan distintos ideas sobre la realidad, por lo que hay que tener en cuenta que las transformaciones proyectivas “son las que dan origen, entre otras cosas a las correspondencias de perspectiva”, por lo que las proyecciones tienen diversos grados de fidelidad. También debe tomarse en consideración que Existen diferentes tipos de proyección y cualquier proyección es falsificable. El intérprete ingenuo lee cualquier proyección como huella [un tipo de índice], es decir como la transformación directa de las propiedades de una cosa real, mientras que en realidad, la proyección es siempre el resultado de convenciones transformativas por las que determinados rastros sobre una superficie son estímulos que incitan una TRANSFORMACIÓN HACIA ATRÁS. 102

99

Peter Pericles Trifonas, Barthes y el imperio de los signos. Encuentros contemporáneos, Barcelona, Gedisa, 2004, p. 84. Si bien, Eco critica con justas razones la tipología que se usa en el presente análisis, (Umberto Eco, Tratado de Semiótica General, México, Debolsillo, 2005. pp. 260-318) y presenta una tipología de modos de producción de signos, usar esta última requeriría de un análisis semiótico aún más justificado teóricamente. Además, al menos aplicada al estudio de caso presentado en las páginas subsiguientes, su clasificación parece no aportar algo distinto que la clasificación aquí adoptada. 100 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 282, 283. 101 Para explicar mejor la diferencia entre ícono y símbolo, un dibujo de un murciélago es un ícono de un murciélago, pero no un ícono de Batman; un símbolo de Batman es un determinado ícono de murciélago que en virtud de una convención, es reconocido como tal. 102 Umberto Eco, Tratado…, Op. Cit., p. 361.

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Volviendo a los signos, cada uno de sus tipos pueden ser denotados o connotados, y el significado denotativo es la inmediata posición en el sistema semántico que el código asigna a un término en una cultura determinada, lo que puede llamarse: sentido (el lugar de una palabra en un sistema de relaciones que ésta contrae con otras palabras en el vocabulario). Mientras que “cuando el destinatario no resuelve la ambigüedad del mensaje o no sabe realizar los actos de fidelidad necesarios para hallar los códigos del emitente (por diferencias de conocimiento […])” que es cuando el destinatario se refiere “a códigos privados e introduce connotaciones aleatorias”. Por ejemplo, indicar que un importante logro deportivo “es un hecho histórico” denota un evento importante que no tiene parangón en lo que anteriormente había sucedido. Aunque para los historiadores profesionales la historia ha dejado de denotar lo importante y “un hecho histórico” les denota cualquier hecho que haya sucedido tanto en el pasado lejano como en el pasado inmediato. Lo “histórico” tiene una denotación para ciertos usuarios del signo que no tiene para otros. Así que, para que un tipo de usuarios del signo comprenda el significado que denotan los usuarios que tienen otro código, necesariamente tiene que connotarlo. Para que este proceso sea más sencillo el contexto ha de predisponer al destinatario a concentrar su atención en determinados elementos de un cuadro aún más grande y así, orientar el significado. Debe tomarse en cuenta que no siempre connotar es desviar del significado intencional. El signo tiene dos funciones: la función primaria del signo es la que denota y las secundarias las que son connotadas, por ejemplo, la silla denota sentarse, un trono es un

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tipo de silla, por lo que la función primaria de trono es sentarse y la secundaria es realeza, por lo que siendo más poderosa la connotación de trono, denota realeza.103 A partir de lo anterior, es importante: primero, no confundir denotación con connotación, y segundo, no confundir el significado denotativo con el referente. Respecto a lo primero, podemos decir que “el ácido ascórbico es un compuesto químico”, pero significar que es un compuesto químico es una connotación imprecisa; al no saber cuál compuesto químico es, es una denotación nula.104 En segundo lugar, el significado es semiótico, mientras que la realidad comprobable a la que se refieren en última instancia los signos, es decir el referente, no corresponde a la semiótica, y al ser extrasemiótica “depende del dominio filosófico, ontológico o ético”. Si el significado se identifica con el referente se produce una “ilusión referencial”, un error que provoca un efecto de sentido de realidad tanto al leer un libro de Julio Verne como cuando se lee a Eric Hobsbawm. Si bien, existe relación entre el sistema semiótico y los referentes, ésta se encuentra en un plano metasemiótico que corresponde al contrato veridictorio existente entre el emisor y el destinatario del mensaje. “En todos los casos […] la realidad es de un orden distinto al de las imágenes que pueden serle asociadas”. Toda figura que represente a los objetos del mundo lo hace “según una red de lectura que cada individuo ha interiorizado

103

Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 95, 96, 239, 296. Este ácido es la Vitamina C. (Umberto Eco, La estructura ausente. Introducción a la semiótica, México, Debolsillo, 2005, p. 99). La historia es una ciencia particular, ya que en sus narraciones puede desconocer un hecho o proceso con gran detalle, para luego seguir con otro proceso mejor conocido. Lo que implica que se intercalan connotaciones imprecisas con denotaciones más específicas. En cambio, en ciencias como la física, en las que el conocimiento es acumulativo, sólo hay connotaciones imprecisas en el límite del conocimiento físico, donde se plantean nuevas preguntas. Como se verá más adelante, tanto en la historia como en la física, las connotaciones imprecisas pueden crear la urgencia de resolver nuevas preguntas o bien, crear lugares comunes, por lo que hay que tener mucho cuidado con estas. 104

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progresivamente desde su más tierna infancia, según un código cultural más o menos sofisticado”, más o menos vinculado a información y a carencias de la misma.105 Los referentes tienen leyes autónomas, porque existen independientemente de la lengua y no necesariamente como los describe la lengua, pues si ésta tiene como función, entre otras cosas, la de dar a conocer el mundo, articularlo, instaurando así entidades distintas, entonces ya no es posible sustentarse en el referente para definir los signos, puesto que dicho referente es, al menos en gran parte, el resultado de la actividad lingüística. Si decimos “al menos en gran parte” es, evidentemente, para tener en cuenta, por ejemplo, el hecho de que un mismo reportaje periodístico es traducible a diferentes lenguas: la posibilidad de su traducción es un argumento en favor de la existencia de un referente correspondiente. Pero, al mismo tiempo, sabemos muy bien que las dificultades encontradas prácticamente en toda traducción surgen del hecho de que, al pasar de un universo sociocultural a otro, las categorizaciones lingüísticas no son necesariamente homologables, superponibles a fortiori […].106 Como a la semiótica no le interesan los objetos reales, sino lo que está en lugar de estos, sea imagen acústica, visual, o cualquier otro signo; la semiótica no puede abordar la cuestión de la verdad, pero sí la de la veracidad. La existencia de un signo implica que por una u otra razón, el referente está ausente y requiere de representación. La cultura es la que otorga el significado, por lo tanto los sistemas de representación son autónomos e independientes del referente, “pueden desarrollarse independientemente de toda realidad, como lo muestran, por ejemplo, el discurso poético u onírico”. Por eso, “la semiótica descarta toda definición sustancial del sujeto y del objeto” y que se sustituya el significado por el referente. En su lugar está la unidad cultural con la que la sociedad comprende el referente. Por ejemplo, a mayor 105

Joseph Courtés, “Cuestiones…”, Op. Cit., pp. 64, 65, 67, 76, 81. Sobre el contrato veridictorio debe tomarse en cuenta, por ejemplo, que “El signo “en vivo” que aparece en la televisión está en función de sus condiciones de empleo, por sí solo no es una garantía de verdad. Del mismo modo cualquier otro signo que haya emanado de un referente al que queramos acceder. La creencia o el consenso de que un signo es verídico, es de naturaleza meta-semiótica, pues nada en el plano semiótico permite garantizar su legitimidad (es decir su relación, no con el significado, sino con el referente)” (Ibid., pp. 61, 62). 106 Ibid., p. 78. No se excluye la posibilidad de que un signo pueda fungir como referente, en cuyo caso se generarían resultados metasemióticos.

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conocimiento sobre una //roca// y sus propiedades, la unidad cultural /roca/ puede representarla mejor. De hecho, la semiótica no analiza la //roca// como lo hace el geólogo, sino que utiliza el universo de las convenciones culturales, desde las de un niño hasta los de un geólogo para analizar la unidad cultural /roca/ y sus posibilidades de significación en un texto.107 Si bien, la semiótica estudia los códigos en cuanto a fenómenos culturales y por lo tanto no toma en cuenta al referente (objeto de estudio de ciencias como la física y la biología); el referente es introducido en el cuadro de la semiótica por la circunstancia; que “se presenta como el conjunto de la realidad que condiciona la selección de códigos y subcódigos ligando la descodificación o su propia presencia”. De modo que “la circunstancia, entendida como base “real” de la comunicación, se convierte continuamente en un universo de signos, con los que va siendo individualizada, valorada, discutida, mientras que por su parte la comunicación, en su dimensión pragmática, va produciendo comportamientos que van contribuyendo a cambiar las circunstancias”, o al menos, su percepción. “El significado no se puede individualizar más que por medio del contexto y con el auxilio de la circunstancia de comunicación.”108 V.2.1.2 Enfrentarse al problema de la ambigüedad sígnica desde la historia. “El lenguaje es al mismo tiempo el medio de nuestra comprensión de las vidas pasadas y el lente deformado a través del cual las vislumbramos”. (Eric Van Young)

Ya hemos comprendido la vida de los signos como frágil, “sometida a la corrosión de las denotaciones y de las connotaciones, bajo el impulso de circunstancias que debilitan la potencia significativa original”. Lo que sucede debido a que los signos tienen alto grado de

107

Ibid., pp. 80, 81, 111 y Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 242, 292, 293, 326. Ibid., pp. 97, 128, 412, 413. La pragmática se encarga de estudiar las relaciones entre los significantes y los usuarios. 108

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entropía (estado de desorden dentro del sistema de probabilidades existentes en la interpretación del texto), lo que aumenta el ruido entre emisor y destinatario y puede crear anfibologías. Esto sucede tanto con mensajes abiertos, como son los estéticos, y con mensajes cerrados, como son los científicos. Un mensaje que está abierto a la multiplicidad de códigos “se nos presenta como una forma vacía” de todo sentido, tengan o no los significantes una organización precisa, pues cuánto más abierto sea el mensaje a diferencias descodificaciones, tanto más influenciada está la selección de código y de subcódigos por las predisposiciones ideológicas del destinatario y por las circunstancias de la comunicación. En cambio, cuando los significados son delimitados, el código es más comprensible, por lo tanto las alternativas de interpretación son más reducidas y la comunicación es menos complicada.109 Al usar el código y hacer contribuciones a la historiografía, la historia transforma el código. La historia usa principalmente juicios semióticos (del tipo “todo hombre no casado es soltero”) y juicios factuales (del tipo “Luis es soltero”) que dicen lo que no prevé el código. Estos últimos son los que aportan algo nuevo y al enriquecer el código (cuando se admiten como verdaderos independientemente de si el juicio es verdadero) se transforman en juicios semióticos; en los cuales se apoyarán los siguientes juicios factuales que las investigaciones den a conocer.110 No sólo en la historia, sino en cualquier disciplina científica, los términos usados para crear los juicios que darán a conocer los mensajes deben ser como los términos del metalenguaje: “unívocos en lo posible, es decir, admitir

109

Ibid., pp. 52, 54, 413. Un modelo comunicativo de proceso “abierto”, “en el que el mensaje varía según los códigos, los códigos entran en acción según las ideologías y las circunstancias, y todo el sistema de signos se va reestructurando continuamente sobre la base de la experiencia de descodificación que el proceso instituye como “semiosis in progress”” (Ibid., p. 409). 110 Umberto Eco, Tratado…, Op. Cit., pp. 238, 239 y Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 134, 135.

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sólo una acepción, cualquiera que sea el contexto de su empleo”; 111 pues en la elección de sentido de un mensaje o un texto, intervienen su organización misma, las ideologías y factores extrasemióticos como las circunstancias podrían hacer que a falta de delimitación sígnica, el mensaje adquiriera otros significados. 112 Lo cual no es muy difícil que suceda, pues, “La multiplicidad de códigos y de subcódigos que se entrecruzan en una cultura nos demuestran que incluso el mismo mensaje se puede descodificar desde distintos puntos de vista y recurriendo a diversos sistemas y convenciones.” Además, recurriendo casi al mismo punto de vista y bagajes culturales, se pueden realizar dos lecturas de un mensaje dado, una en la que se lean los signos denotativamente y otra en la que un cambio de la lectura de la denotación a la connotación de un sólo signo puede crear cadenas connotativas que alejen el significado de la intencionalidad original del mensaje. Por tales razones, sería provechoso que los historiadores cuidaran de no connotar ideas erróneas y distintas a las que se tiene la intención de significar. Para lo cual hay que tener cuidado con la posible red de significaciones que denotarán y connotarán las palabras del texto en el destinatario, examinar los signos del mensaje y comprobar si muestran el sentido que se tenía la intención de que tuvieran. Para hacerlo, pueden auxiliarse de la semiótica, que “sabe que el mensaje crece [y aunque] ignora como lo hará”, delimita un campo de libertad entre el mensaje-significante, que no cambia y los mensajes-significado que ha originando, “más allá del cual no pueden pasar las lecturas”. Para reducir la entropía debe partirse de la premisa de que la información consiste más en lo que puede decirse que en lo que se dice, posteriormente fomentar que el código 111 112

Joseph Courtés, “Cuestiones…”, Op. Cit., p. 97. Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., p. 131.

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quede claro mediante limitar las posibilidades de combinación de los elementos sígnicos en juego y el número de los que constituyen el repertorio, y mediante proponer definiciones más precisas de las palabras usadas. Incluso si se requiere construir nuevas palabras arbitrariamente para representar una unidad cultural carente de signo, se debe perseguir acotar las posibilidades de sentido y mediante esto recortar la brecha del espacio liminal; pues “la multiplicidad de códigos y subcódigos que se entrecruzan en una cultura nos demuestran que incluso el mismo mensaje se puede descodificar desde distintos puntos de vista y recurriendo a diversos sistemas y convenciones”. También es indispensable prestar atención al contexto, ya que de alterar uno de sus elementos los demás elementos pierden todo su valor. “Los significantes adquieren significados adecuados solamente por la interacción contextual, a través de la cual los significantes “se reaniman por medio de clarificaciones y ambigüedades sucesivas”; remiten a un determinado significado y presentan otras posibles interpretaciones. Otro elemento que hay que vigilar en la lectura de textos es la ideología desde la que se parte. Ésta es un conocimiento que está organizada en campos semánticos y funciona como catalizador semántico. Como lo hace la circunstancia, también la ideología orienta los acontecimientos semióticos y forma parte de la estructura bajo la cual se leen los signos (pero a diferencia de la circunstancia, la ideología “no es un residuo extrasemiótico, sino la misma estructura del código). Incluso si los textos historiográficos no se decodificaran desde una convención cultural ajena a la academia, sino desde los mismos sistemas semánticos creados por los historiadores intervendrá la ideología. Ya que los signos (primero) y los significados recibidos con base en el bagaje del receptor (en segundo lugar), condicionan la interpretación del discurso; no se puede hacer una lectura de un

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mensaje sin ideología, pues los códigos mismos connotan ideologías a las que están adheridos en su origen o en el momento de su afirmación más característica. Como el lenguaje condiciona y los códigos son sistemas que funcionan como visión del mundo o interpretación parcial de este, es decir como un modelo; es necesario revisarlo al aumentar el conocimiento histórico, por lo que en algún momento deben introducirse nuevas atribuciones de sentido y una correspondiente reestructuración semántica del código historiográfico. Tal como la obra de arte nos obliga a pensar la lengua de modo distinto y a ver el mundo con nuevos ojos, al tiempo en que se propone como innovación se vuelve en modelo; renovar los mensajes informativos historiográficos crea un “movimiento continuo por el cual la información modifica códigos e ideologías y se traduce en nuevos códigos y en nuevas ideologías” a través de juicios metasemióticos “que someten a examen los códigos connotativos” (Anexo 6). El examen debe mostrar que la información es verídica y apegada al sistema codificante, que en este caso es el español, luego un código historiográfico académico que no es ajeno a otras disciplinas y por lo tanto debe reducir la posibilidad de que personas sin bagaje historiográfico realicen lecturas aberrantes del mensaje. Por eso, una verdadera crisis y superación de las tradiciones que se encuentran en las ciencias, estaría incompleta si no va acompañada de una recodificación y resignificación de los mensajes científicos; es decir, de una reestructuración del campo semiótico.113 Pues, acaso “¿no es propio de todo discurso con vocación científica, atribuir a cada término utilizado una sola acepción” y aumentar la precisión de sus códigos?114

113 114

Ibid., pp. 51, 53, 57, 126, 139, 140, 156, 157, 162, 177, 179, 288, 298. Joseph Courtés, “Cuestiones…”, Op. Cit., p. 14.

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Por eso, no basta con criticar discursos ambiguos para comprender la complejidad de la historia nacional y de la de la humanidad, se requiere dejar de mencionarlos, pues aún “debajo de muchas aparentes visiones innovadoras persisten los lugares comunes de una periodización atávica o consideraciones interpretativas tradicionales”, vinculadas a estereotipos y prejuicios.115 Por eso hay que tener cuidado con las ideas simplistas y aún más con las abiertamente falaces, las cuales refuerzan, aún entre los historiadores, imágenes simplificadoras del pasado que coinciden con las representaciones sociales vulgares de una gran parte de la sociedad, ya sean de abolengo o de formación contemporánea; para lo cual habrá que cambiar significantes y deslindar interpretantes, como con el mensaje de la “Independencia de México”.116 Sin embargo, surge un problema que podría invalidar todo el proceso recorrido en esta tesis, que se aborda a continuación. V.2.2 ¿La semiótica pone en jaque a la historiografía? “la actividad de nuestra razón consiste en buena parte… en el análisis de conceptos que nosotros ya poseíamos respecto a los objetos” (Umberto Eco).117

En la Introducción de esta tesis hemos opuesto la tradición a la historia, pues la primera olvida y crea, ya que es un tipo de reflejo opaco de la perspectiva del presente en que es recordada; mientras que la segunda intenta no olvidar ni crear. Ambas son representaciones de la realidad y no la realidad en sí. Y como las reglas de la semiótica que se han presentado hacen parecer imposible que la realidad extrasemiótica se pueda estudiar en ausencia empírica de esa realidad, al parecer no sólo permite precisar el conocimiento de la 115

José-Carlos Mainer, “Años de fe: la reconstrucción de la historia de la literatura (1968-1975)”, en José Carreras Ares y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons Ediciones de Historia S. A., 2003, p. 267. 116 Juan Sisinio Pérez Garzón, “Los historiadores…”, Op. Cit., p. 128 y Ramón López Facal, “La enseñanza de la historia, más allá del nacionalismo”, en José Carreras Ares y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons Ediciones de Historia S. A., 2003, p. 233. 117 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., p. 133.

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historia, también presenta elementos para respaldar la visión posmoderna hacia la historia y hacerla ver como simple literatura.118 Pues recordemos que los signos no modifican al referente, ni lo pueden reconstruir, por eso el semiólogo no usa signos para estudiar al referente, sino al mensaje, al signo o al código, de modo que “los fenómenos genéticos y neurofisiológicos no son materia para el semiólogo, mientras que las teorías informacionales de la genética y de la neurofisiología sí lo son”. El principio de la semiótica es que con signos no se puede aspirar a la realidad extrasemiótica. Para Eco, “la cultura y la historia pueden ser consideradas fenómenos de comunicación, relaciones entre mensajes y códigos que los hacen posibles”. Parafraseándolo, la historia se funda en los códigos historiográficos existentes, pero en realidad se apoya en otros códigos que no son suyos (pertenecen a la cultura). Como la semiótica nos permite saber que la realidad no está moldeada por el ojo o la mente, sino que éstos sólo pueden moldear la percepción de la realidad, la historia no modifica a la Historia.119 Usar en español la misma palabra para designar ambos fenómenos genera confusión, quizá sólo a partir de una propuesta de cambio de código podría generarse un nuevo significante para la Historia o para la historia; este podría ser un cambio radical (historia-storia) o uno más moderado (Historia-historia), como el que se ha seguido a lo largo de este trabajo. En el que se debe entender historia como historiografía (y ésta no como historia de la historia, sino como escritura de la historia), es decir, como un modelo realizado con signos que representa a la Historia, que es la realidad extrasemiótica.120

118

Carlos Antonio Aguirre Rojas, Antimanual del mal historiador O ¿cómo hacer hoy una buena historia crítica?, México, Los libros de Contrahistorias. La otra mirada de Clío, 2004 (2002), p. 48. 119 Umberto Eco, Tratado…, Op. Cit., p. 42 y Umberto Eco, La estructura…, Op Cit., pp. 322, 223, 407. Ha de entenderse que “la cultura influye en la representación de la historia y al revés” (Peter Pericles Trifonas, Barthes…, p. 37). 120 Ibid., p. 58.

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A diferencia del semiólogo, la misión del historiador no es ir únicamente del signo al significado, ni estudiar las posibilidades significativas de los signos o conocer lo que pudo haber sucedido, ni entender el significado que para el presente tienen los referentes del pasado; su misión principal es conocer lo que sucedió y las significaciones que tuvo en su momento, es decir: la semiótica se mantiene en los sistemas de representación, en los simulacros de lo real, pero a la historia no le interesa estudiar a los seres de papel, a la historia le interesa la realidad extrasemiótica (el referente), aunque esté ausente y el único medio de comprenderla sea el signo, algo que parece imposible desde la semiótica, pues el significante más fiel no equivale al referente.121 Entonces, ¿es la historia, como las artes, una forma vacía y por lo tanto abierta a múltiples interpretaciones? Usando la semiótica presentaremos a continuación elementos para salir de esta crisis. A diferencia de la semiótica, la historia no estudia exclusivamente signos, los usa para entender la realidad, como lo hace el médico, que trabaja con síntomas y hojas de historial médico para tratar un paciente-referente con un alto grado de eficacia; o como lo hace el astrónomo, para quien el Universo es el referente, pero lo conoce a través de signos como fotos, análisis de refracción y longitud de onda emitidas por estrellas, que interpretados de forma adecuada pueden permitirnos hacer un modelo de lo que es el Universo, lo que contiene o de qué está hecho, aunque sea imposible conocerlo en su totalidad. En todos estos casos, la experiencia “real” que el historiador, el médico o el astrónomo pueda tener respecto al referente, está mediatizada por el recurso a unas unidades culturales dadas y su visión del mundo es posible por las unidades culturales que

121

Joseph Courtés, “Cuestiones…”, Op. Cit., p. 82 y Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 293, 320, 366.

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encuentra a su disposición.122 Si estos ejemplos son insuficientes, podríamos profundizar en uno, el Sol, del que carecemos de contacto empírico, pero mediante señales y símbolos decodificados a través de ciertos paradigmas, se ha concluido que está formado por hidrógeno y helio. Como se descubrió que cada elemento es capaz de emitir o absorber radiación electromagnética en frecuencias características que corresponden a las transiciones de electrones entre los niveles de energía del átomo; con la información referente a los elementos conocidos se formó un código en el que determinada reacción a la radiación implicaba la presencia de un elemento dado. Posteriormente, se tomó la luz proveniente del Sol como señal (recordemos que la señal tiene un bajo nivel de entropía), se colectó y decodificó su información en aparatos especializados, de modo que las señales finales presentadas al investigador pasaron a ser signos (con alto nivel de entropía y altamente susceptibles al ruido) de las unidades culturales correspondientes a los elementos que componen el Sol. Mediante tales métodos, a pesar de no experimentar el Sol en forma directa, los astrónomos usaron relaciones en diversos canales, principalmente índices (de los signos peircianos, los que tienen menos mediación con el referente) y señales para transformar un tipo de datos a otros con un alto grado de correspondencia. 123 Si bien la

122

Umberto Eco, Tratado…, Op. Cit., pp. 89. Umberto Eco presenta ejemplos parecidos al anterior en Tratado…, Op. Cit., pp. 57-79. Tras la exposición semiótica de este descubrimiento, se puede ver una breve historia de este descubrimiento realizado por Anders Jonas Angström respecto al hidrógeno y en 1868 por Pierre Jansen respecto al helio en Elías Trabulse, La ciencia en el siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 21, 22 y la explicación físicoquímica del mismo se muestra a continuación: Las frecuencias características que emiten o absorben los elementos corresponden a las transiciones de electrones entre los niveles de energía del átomo. Cuando un elemento en fase gaseosa recibe energía calorífica, se promueven esas transiciones electrónicas y sus átomos arrojan fotones de cierta frecuencia que constituyen las líneas de su espectro de emisión característico. Si ese mismo elemento en estado gas, recibe radiación electromagnética, absorberá energía a las mismas frecuencias del espectro visible a las que emite, dejando líneas oscuras en el espectro continuo, que se convierte en el espectro de absorción. De modo que el espectro de absorción y el espectro de emisión son respectivamente como el negativo del otro y representan códigos para identificar elementos químicos. Aplicado a los elementos del Sol o de otras estrellas se colecta la luz que de estos proviene por telescopios y de ahí se hace pasar por un espectroscopio para detectar el espectro de absorción y comparar la posición de las líneas con varios espectros de emisión conocidos y así identificar los elementos presentes. Así fue como Pierre Janssen, 123

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semiótica debe mantenerse fuera del mundo referencial, la historia, la astronomía y otras disciplinas que son tanto semióticas como extrasemióticas, no siendo inmunes al mito referencial, pueden generar cierta correspondencia entre índices y señales con los referentes ausentes que estudian, pues construyeron métodos, modelos, signos y otros referentes que sirven como herramientas para comprender las fracciones de la realidad que estudian.124 En ese sentido, la historia debe apoyarse de la semiótica, pero no debe adscribirse al universo de las convenciones culturales para estudiar la Historia. En tanto sea posible la historia debe hacer uso de los referentes y de métodos extrasemióticos, pero conscientes de que la ilusión referencial (la lectura y especialmente el diálogo es una forma de dar a los destinatarios la impresión de que ellos son algo así como testigos de lo que se narra) puede hacer que confundamos significado y referente. El ejemplo anterior indica que la historia, al ser un mensaje referencial se opone al mensaje estético, que favorece la contribución personal del destinatario. Para evitar tal cambio de significado, el texto histórico debe ser moderadamente redundante, con lo que reducirá considerablemente la ambigüedad y eliminará la tensión informativa que favorece un texto que tiene riqueza de significados, además, a sabiendas de que los signos no denotan directamente a los objetos reales, debe estar apoyado por la circunstancia.

físico francés detecto en 1868 una nueva línea desconocida hasta el momento, la cual corresponde con el helio, elemento aun no descubierto en la Tierra (Debo la descripción en terminología física al maestro en ciencias Roberto Eduardo San Juan Farfán quien además tuvo la gentileza de encontrar una obra en que basar esta descripción: Pierre Jansen en Chang Raymond, Química, China, Ed. McGraw Hill Interamericana, 2007, p. 252–259). De esta manera, a través de varias mediaciones, las líneas espectrales están en lugar de algo, y ese algo son los elementos que componen al Sol. 124 Los ejemplos médicos, astronómicos e historiográficos usados en este capítulo se encuentran en los límites de la semiótica, tanto en el umbral superior como en el inferior. De alguna manera algunos signos, con un método correcto y bajo un interpretante “fiel” al referente pueden usarse para transitar hacia el lado derecho del triángulo de Odgen y Richards (Umberto Eco, Tratado…, Op. Cit., pp. 31-54). Debido a que tales fenómenos son límite, requeriría de más investigaciones semióticas sobre estos casos, tanto con las tipologías sígnicas de Pierce y Saussure como las de la teoría de producción de signos de Eco, estas últimas aquí ignoradas por requerir de mucho más espacio para desarrollarlas y no tener un impacto en las conclusiones que presenta esta tesis (Ibid., pp. 227-418).

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La historia que acota significados y sigue las premisas anteriores no estará en el plano de la literatura fantástica; la que estará en el plano de esta última será la tradición, que también juega con la riqueza, sea emotiva o no, de los signos. Pues, a pesar de que, tanto historia como la literatura fantástica simbolizan y crean narrativas ajenas a la reconstrucción entática; se diferencian en que a la novela le importa el significado, mientras que a la historia como a la astronomía, le importa el referente. Esta diferencia se marca más entre historia y poesía, ya que la última, convierte “en ambiguos los signos para obligar al referente a recuperar la riqueza perdida por medio de la irrupción de varios significados presentes a la vez en un mismo contexto”.125 Por lo tanto, en la historia, el referente ausente está mediado por signos, pero el que la historia sean sólo signos, no equivale a que la historia sea sólo literatura; puesto que el cotejo de fuentes previo a la escritura de la historia, la crítica intertextual, el aparato crítico y las citas de expertos, instituciones y revistas acreditadas, mediados por métodos y teorías siempre en revisión, fortalecen el contrato veridictorio, tal como lo hacen en los manuales de física o astronomía, respaldados por sus propios métodos y modelos. Como el físico, el historiador crea con signos modelos tan perfectos como lo permiten su conocimiento, su metodología y las preguntas que hacen, modelos que tiendan a ser lo más parecido posible a la realidad, teniendo en cuenta que ésta es inexperimentable en su totalidad, pues el historiador debe ser consciente que “la traducción verbal de un ademán no revelará, seguramente, toda la riqueza semántica de ese ademán”.126 Aun si se pintara, fotografiara o filmara se producirían pérdida de referentes y significados para siempre, lo que obstaculizaría la comprensión de lo que sucede a través del tiempo pero no la haría 125

Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 166, 246 y Joseph Courtés, “Cuestiones…”, Op. Cit., p. 60. Ibid., p. 75. E. H. Carr tiene una crítica que llega a una conclusión similar en Edward Hallet Carr, ¿Qué es la historia?, Barcelona, Ariel, 2010, pp. 149-151. 126

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imposible. Sí a esto se suma la ideología, que influye “en la percepción y, por tanto, en la lectura y escritura de la historia” causando inestabilidad “en las relaciones significadosignificante planteadas dentro de sus representaciones textuales de la cultura”, la comprensión de la Historia resulta más difícil. Sin embargo, como ya se vio con el ejemplo de los elementos del Sol, la mediación a través de signos no evita cualquier posibilidad de cerrar la interpretación, sólo la pospone o dificulta; por lo tanto, por el hecho de ser sólo signos, no podemos considerar a la historia como una mentira.127 Tal como la física tiende a la Física, la historia tiende a la Historia, ambas como partes y formas de lo real.128 Pero mientras la física se proyecta desde el presente, tanto al pasado como al futuro para descubrir y predecir estados y propiedades de la materia y de la energía en cualquier espacio; la historia tiende a esa realidad en devenir que se extiende desde el pasado hacia el cambiante presente en todo el espacio, pero que sólo puede ser conocida a través de proyecciones a la inversa, siempre desde un presente hacia el pasado, siempre mediada por los signos que utilicemos para comprenderla, la ideología que los respalde y la perspectiva desde la que formemos las preguntas. Por lo tanto, para que la historia verdaderamente tienda a la Historia, es necesario que las historiadores sean conscientes de la fenomenología y epistemología desde la que parten. Pues el discurso de la historia apela a la verdad empírica, pero su escritura misma no la incluye, sino que la evoca. ¿Y si por una u otra razón la evocara mal? Como el observador reconstruye la idea de lo que ve a través de códigos, con los cuáles da sentido a lo que percibe, el modelo que forma o acepta tendría errores. A pesar de que pareciera que el modelo explicara la realidad e incluso fuera posible que la predijera (lo 127

Peter Pericles Trifonas, Barthes…, Op. Cit., p. 55. Son “partes” al tener existencia y “formas” ya que parten de un determinado esquema de fragmentación del conocimiento heredado de la Ilustración. 128

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cual sí sería comprobable empíricamente) podría limitar la comprensión de la realidad. Por ejemplo, el modelo de Ptlolomeo podía predecir dónde se encontrarían los planetas desde la perspectiva del observador en la Tierra, pero dar por sentado su correspondencia con la realidad detuvo el avance de la astronomía (aunque esto no detuvo el avance de los astros mismos, es decir, los referentes). Con el modelo ptolemaico-platónico las investigaciones sobre los astros debían entrar en la lógica del círculo, pues se tenía la idea de que éste era el movimiento perfecto y los astros, por un capricho demiúrgico, debían ser perfectos. Por lo tanto, aunque los planetas no parecían entrar totalmente en la lógica circular, el movimiento de los astros debía ser circular y geocéntrico, por lo que crearon los epiciclos como explicación del comportamiento errático de algunos cuerpos celestes. La ideología y símbolos que creó y recuperó esta cultura dio forma a un modelo que “explicaba” el universo, el modelo se convirtió en un artificio doctrinario que rechazaba la posibilidad de otra interpretación de movimiento de los astros errantes. En su búsqueda por entender el cielo, el mensaje se había convertido en un instrumento ideológico que ocultaba todas las demás relaciones, haciendo la función de falsa conciencia. A pesar de poder predecir eclipses y otros fenómenos astronómicos, el mensaje esclerotizó la percepción, pues en vez de comunicar, ocultó las condiciones materiales que debía expresar, con lo que anquilosó la percepción de quien en él se guiara. Para explicar la percepción del comportamiento errante de los planetas debía criticarse el código en el que estaba escrito, así como el modelo. Cuando esto por fin sucedió, no fue la realidad la que cambió a heliocéntrica y elíptica, sino los preceptos de base del modelo astronómico. Al cambiar los signos y los significados que constituyeron el modelo a través de nuevas preguntas y respuestas, y al aceptarse el nuevo modelo por su mayor correspondencia con la realidad percibida y analizada, implicó la creación de un

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código que sustentaba el modelo y lo reproducía haciendo que las personas percibieran y comprendieran la realidad de forma distinta, con un grado mayor de precisión. Sería hasta tiempo después que tal percepción sería hallada veraz empíricamente. He allí la diferencia de entender el movimiento de los planetas como Aristarco, Ptolomeo, Platón, Kepler, Copérnico, Galileo o un astrónomo contemporáneo. Por lo tanto, si uno desea que la realidad embone en una teoría podría pasar lo que pasó con el entendimiento sobre el universo hasta el Renacimiento. Aún si se le llamara sistema geocéntrico al sistema planetario, o si se le llamara órbita circular o elíptica a la de los planetas, tales etiquetas sólo cambiarían la concepción que se tiene de la realidad, pero no cambiaría la realidad misma; y una vez que superamos una concepción falsa y se tiene una concepción más apegada a la realidad, podremos encontrar, con nuevas preguntas, nuevas respuestas que permitirán que nuestro modelo del universo o del átomo, de la célula o de los efectos de la contaminación en el planeta, de la historia de México o de la de cualquier otra entidad, sean cada vez más cercanos a la realidad. Pero, si como en la economía, se parte de premisas aceptadas, pero falsas (como que el mercado se autoregula y todos los consumidores tienen conocimiento justo del universo de productos que lo componen, bien puede ser que estemos ante incógnitas que nunca serán resueltas, pues no pueden ser respondidas con ese modelo, que a pesar de ser medianamente funcional y explicar-fortalecer un modelo de mercado, también oculta en su esquema doctrinario tanto otras preguntas, como otras respuestas, 129 y “Hasta que no se demuestre de manera incontrovertible que A es científicamente verdadero, A continua siendo una típica y conocidísima formula ideológica”, siendo la ideología “la forma más natural que los 129

Joyce Appleby, Lynn Hunt, Margaret Jacob, La verdad sobre la historia, Barcelona, Editorial Andrés Bello, 1994, pp. 118, 119, 132; R. W. Davies, “De los archivos…”, Op. Cit., pp. 71, 72 y Edward Hallet Carr, ¿Qué es…, Op. Cit., p. 206.

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sistemas semánticos asumen, a falta de leyes sintácticas”. Criticarla representaría la segmentación “ideologica” de la sustancia del contenido”, o una redefinición de los signos, así como de los interpretantes.130 En los modelos siempre existe la posibilidad de que algo esté siendo evocado erróneamente, por eso, siempre es un buen momento para poner en crisis los modelos, criticar los paradigmas y la correspondencia incólume que se supone existe entre el modelo y la realidad a través de los signos. En esto, la semiótica sirve de herramienta: ayuda a desmitificar, a poner en evidencia un “uso retorico fosilizado” en un sistema semántico, ayuda a disminuir entre emisor y receptor tanto el espacio liminal como el ruido, y a que seamos conscientes de la alta entropía de los signos. 131 Apoyada en otras ciencias, ayuda también a aumentar la fidelidad del modelo a la realidad mediante el cambio de código, pues “algunas palabras vivas se enriquecen con el progreso de la civilización y de las ciencias y una nueva idea pide un nuevo término”.132 Como lo muestran los ejemplos aquí usados, es posible accesar a la realidad, pero de forma parcial; y como la realidad está velada por múltiples filtros psicológicos, culturales o físicos; hace falta un entrenamiento para traspasarlos y poder representar fielmente las fracciones de la realidad en que nos enfocamos. Ya que la Historia no se escribe a sí misma, sino que son los humanos quienes escogen qué historiar, se producen pérdidas de referente y de significado “desde el inicio de la escritura, en virtud de la[s] cual[es] la veracidad de la historia se ve reemplazada por el velo del lenguaje”, lo que hace imprescindible “abrir la historia a los problemas de la 130

Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., p. 163. Peter Pericles Trifonas, Barthes…, Op. Cit., pp. 160,161. 132 Cita de D. J. G. de Magalhaes en María Ligia Coelho Prado, “Emblemas de Brasil en la historiografía del siglo XIX: monarquía, unidad territorial y evolución natural”, en Guillermo Palacios (coord.), La nación y su historia América Latina siglo XIX, México, El Colegio de México, 2009, p. 298. 131

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lectura de sus textos y las influencias de éstos”; pues lo que conocemos sobre un evento del pasado está filtrado a través de su escritura, y como se dice más arriba, se apoya en otros códigos que no son suyos,133 por lo que el código historiográfico está “obligado continuamente a revisar sus propias reglas para adecuarse a la función de significación de significantes de otros códigos” como el antropológico, el político, el sociológico y el biológico, así como los nuevos hallazgos historiográficos. 134 Ya que el historiador no transforma el pasado al representarlo, sólo transforma su modelo y al hacerlo corresponde su respectiva transformación en el código propio del modelo; subsecuentes estudios deben validar o refutar la supuesta fidelidad referencial de los estudios históricos precedentes, o por lo menos deben destacar las discrepancias encontradas entre distintas interpretaciones o modelos; pues ambas, la ciencia y la ideología, se trasmiten por signos. Entonces, no se trata de deslegitimar la historiografía, como lo hacen los posmodernos, sino de desnaturalizar el escrito histórico. Esto se refiere a desautomatizar el lenguaje, pues este nos ha acostumbrado a representar determinados hechos de acuerdo con determinadas leyes de combinación y siguiendo unas formulas fijas. Si un autor emplea otro tipo de signos u otras palabras (o bien las mismas pero en forma distinta) para describir una cosa que siempre hemos visto y conocido, y nuestra primera reacción es de espaciamiento, es decir, a penas somos capaces de reconocerla, se crea una sensación de extrañeza y posteriormente se procede a reconsiderar el mensaje “mirando la cosa descrita de otra manera, como es natural, también los medios de representación y el código a que se refiere.135 De no proceder de esta manera, es probable que en los futuros estudios sean confundidos el referente con el significado denotativo e incluso con el significado connotativo del signo que lo representa. Fenómeno que puede indicar un error de lectura, ya sea por parte del destinatario o de parte del emisor; ambos susceptibles tanto a deformar los 133

Peter Pericles Trifonas, Barthes…, pp. 31, 69, 70. “Ninguna representación, sea en imágenes visuales o en palabras, puede recuperar la esencia de una cultura y el significado de su historia, porque la pérdida de significado siempre está presente en el origen de la experiencia.” (Ibid., p. 71.) 134 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., p. 333. 135 Ibid., pp. 153, 154.

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textos históricos al leerlos “por medio de unas claves libres o aberrantes”, como a descubrir filológicamente sus claves exactas. México no cabe en un libro, ni siquiera es posible reconstruirlo con miles de libros, pues es imposible reconstruir el referente con signos. Y a diferencia de una mesa, un mono de plastilina, o un hueso, que son susceptibles de reconstrucción por un carpintero, un artesano o la capacidad regenerativa del cuerpo de un ser con vida; México es una realidad histórica más compleja, cuyos sucesos, procesos y relaciones referenciales son imposibles de reconstruir, sólo pueden ser proyectadas; pero en vista de las problemáticas comunes al universo sígnico, es necesario dudar incluso del contrato veridictorio mismo, y por lo tanto de la representatividad del mensaje, que bien puede ser historia o tradición. Es por eso que también criticamos aquí la fórmula “reconstrucción histórica”, pues, al ser icónica, aspira a ser reconstrucción únicamente como metáfora y la historia no es una metáfora de la realidad (simbólicamente rica), sino un modelo de la realidad (simbólicamente acotado). 136 Ya que se ha establecido un código que es común al autor de estas líneas y al destinatario y que se ha resuelto, al menos funcionalmente, que el problema de la mediación con la realidad y la ausencia del referente no impide representatividad histórica, se procederá a demostrar que el mensaje de “la Independencia de México” genera significados ambiguos. V.2.3. Por una proyección nacional pertinente: Examen semiótico. El México del pasado sólo es conocido a través de signos. La misma palabra “México” es un signo, por lo que en esta sección /México/ será analizado como símbolo, con el fin de averiguar qué incluye y qué excluye /México/ en la idea /la Independencia de México/. También son criticables algunos mapas, pues estos delimitan en modelos a los 136

Ibid., pp. 302, 361.

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geosímbolos, que son marcadores espaciales, signos en el espacio que reflejan y forjan una identidad. “Los geosímbolos marcan el territorio con símbolos que arraigan las iconologías en los espacios-lugares. Delimitan el territorio, lo animan, le confieren sentido y lo estructuran.”137 Según Thongchai, los mapas funcionan como modelos en lugar de representaciones. Claro está, tal afirmación no la hace desde la semiótica. Aún así, nos plantea el problema de ¿qué es un mapa semióticamente?138 Es una convención iconográfica que establece una relación entre la imagen icónica y la imagen abstracta de un país o región como entidad geográfica.139 He de añadir que no todos los modelos son signos, pero todos los modelos forman parte de códigos ya que todos los modelos, igual que toda otra cosa, sólo puede ser representada por signos, y un modelo o un signo puede ser entendido a través de otro modelo o signo. Por lo tanto, así como las palabras son signos con respecto a la realidad, signos con respecto a nuestros pensamientos y al mismo tiempo signos de la realidad exterior; un mapa es, depende del nivel desde el que se le examine, un objeto, una representación y un modelo. Hemos de advertir que debido a la cantidad de información procedente de la semiótica y la complejidad de su idiolecto, no se realiza un completo análisis semiótico, el cual requeriría mucho más espacio que el aquí presentado. Lo que se presenta a continuación no es semiótica pura. Como iniciado en esta disciplina sólo se usa la semiótica como una técnica operativa con el fin de discutir parte del código historiográfico “por obra de nuevos mensajes, nuevos juicios factuales o nuevos juicios semióticos”. Por lo tanto, quedan fuera de este análisis, elementos de la semiótica pura como los códigos tonales (la

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Cita de Bonnemaison en Catherine Héau-Lambert y Enrique Rajchenberg S., “La identidad nacional…”, Op. Cit., p. 55. 138 Raymond B. Craib, “El discurso…”, Op. Cit., p. 132. 139 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 188, 197.

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entonación que transmite “tensión”, “fuerza” u otra emoción, sea honesta o fingida; por demás innecesarios respecto al objetivo perseguido), así como otras metodologías que usa la semiótica.140 V.2.3.1 El sintagma /la Independencia de México/. Si el signo “es una realidad que está en lugar de otra realidad”,141 en el sintagma /la independencia de México/, el signo México debe exactamente hacer referencia a la realidad histórica que se independizó de la monarquía española.142 Pero la fórmula retórica /independencia de México/ está vinculada a posiciones ideológicas que identifican la independencia con la previa existencia de México. Una determinada manera de usar un lenguaje se identifica con determinada manera de pensar de la sociedad. Lo que es una “modelización del mundo muy precisa, realizada y explicada por medio de modelos estructurales”. Si individualizamos “estos códigos, cuando existen, la semiótica, como práctica del análisis de los mensajes obtenida por medio de la hipotizacion de códigos (aunque sean débiles y provisionales),” resulta moverse “en el universo de las ideologías, que se reflejan en los modos preconstituidos del lenguaje.”143 V.2.3.1.1 /México/, /Nueva España/ e /Independencia/ El sustantivo /México/ –como cualquier otro símbolo–es una convención y pertenece a la cultura; por lo que no es estático, sino que es un símbolo vivo que muta junto al devenir humano y las reestructuraciones de sus convenciones. Siguiendo a Eco en otro terreno, no se puede sostener la unión entre el significante /México/ y la unidad cultural México. Esta unión es totalmente arbitraria, lo que hace que ambos órdenes sean independientes. Pero

140

Ibid., p. 232, 402 y Herón Pérez Martínez, “Introducción”, Op. Cit., p. 23. Fernando Carlos Vevia Romero, Introducción…, Op. Cit., pp. 26, 27, 31. 142 Ibid., p. 42. 143 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., p. 176. 141

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incluso cuando consideramos /México/ con independencia de su significado no podemos prescindir del hecho que tenga aquel significado. “Para indicar este significado como unidad cultural he de usar otro significado verbal (semiosis ilimitada) y no salgo nunca del círculo de la lengua. No puedo nombrar las unidades culturales a no ser a través de unidades lingüísticas y no puedo individualizar unidades lingüísticas independientes más que como vehículos de unidades culturales. De esta manera, y en una forma práctica, la lengua se presenta como un código en el que el plano del contenido resulta inseparable del plano de la expresión.”144 Así que la forma en que entendemos //México// está mediatizada por el recurso a las unidades culturales México.145 Por ejemplo, ¿qué significa /México antiguo/? Este sintagma opone un México a otro más nuevo, si hablamos de la misma oposición de Nueva España versus España, a partir de la oposición Nuevo México versus México, el único México antiguo sería nuestro México. Si esta expresión no se refiere a otro México, sino al nuestro, pero en otro tiempo, ¿cuál es el límite?, ¿representa a México-Tenochtitlán?, ¿o la triple alianza?, ¿o sólo a los meshicas?, ¿o también a olmecas y mayas? Aquella expresión y otras como /antiguos habitantes de México/ o /los mexicanos de entonces/ podrían expresar una especie de continuidad inalterable al referirnos a los más antiguos pobladores de un territorio que es común y convencional en el presente, pero que no lo fue en todo tiempo pasado. Tales fórmulas parecen inocentes pero tienen un gran impacto en la configuración de una idealización de la continuidad ya que equivalen a decir: “los mismos que se han mantenido a lo largo de la historia”, como si no hubiera habido cambios o si esencialmente

144 145

Ibid., pp. 324, 325. Ibid., p. 183.

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fueran lo mismo; lo que especialmente para ciertos momentos cae en la categoría de proyecciones anacrónicas que aquí se ha venido denunciando.146 Sí /México/ es polisémico y puede representar diversas unidades culturales, para que en la comunicación de los mensajes que lo incluyen se disminuya el ruido, es necesario no hacer un uso indiscriminado del signo /México/ y precisar a cuál //México// nos referimos. Cuando se lee /México/ o /Nueva España/, se evoca a estas, pero en realidad no la vemos ni sentimos, al ya no existir //Nueva España// y al ser imposible experimentar //México// en toda su extensión territorial. Los significantes sólo nos estimulan a formar una estructura mental que tiende a significar una proyección de la idea del referente.147 La expresión /México/ es polisémica y representa una unidad cultural muy definida que tiene lugar en un campo semántico sobre distintas entidades históricas, por lo que puede denotar una institución, un territorio, una nación; pero también un estado, una provincia, etc.148 Según estas respectivas denotaciones, puede connotar un tipo de gobierno, una especie endémica, una comunidad imaginada, una determinada carga impositiva y una época distinta, entre otras cosas. Al ser dado un mensaje en medio de un contexto, el destinatario construye un código propio con base en el código del mensaje del emisor y el significado de /México/ puede convertirse en el significado connotativo de un significado denotativo subyacente; o bien realizar una connotación mediante un alejamiento sustancial del significado denotativo.

146

Pilar Maestro González, “El modelo de las historias generales y la enseñanza de la historia: límites y alternativas”, en José Carreras Ares y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons Ediciones de Historia S. A., 2003, pp. 196, 197, 201. 147 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., p. 191. 148 Ibid., p. 98.

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Para evitar tal desviación, el contexto debe ser el suficiente para garantizar la orientación de la información hacia la denotación intencional del mensaje.149 Entender /México/ como símbolo no petrificado, implica que /México/ tiene un significado en el presente que posiblemente no haya tenido en el pasado: lo que actualmente serían connotaciones del signo México, en el pasado fueron quizá sus denotaciones y viceversa. Como /güey/ que pasó de connotar algo ofensivo a algo amistoso. Con nuevos consensos, los signos pierden la denotación que tenían en determinado momento y las viejas denotaciones pasan a ser connotaciones. Por ejemplo, actualmente la ciudad de México puede (no necesariamente) ser una connotación de /México/ como en /fui a México/; pero a fines del XVIII e inicios del XIX esa debió ser su denotación, David Brading indica que se usaba “mexicano” para los habitantes de la ciudad de México y en ocasiones para quienes hablaban mexicano, es decir, náhuatl.150 Si un texto que denota la ciudad se leyera como si denotara al país, es seguro que su significado se verá falseado y adquirirá uno que no corresponde al del tiempo que se hace referencia. Como en el sintagma /la Conquista de México/, que aunque debería denotar /la Conquista de México-Tenochtitlan/; gracias a la ideología que considera como unicidad mexicana lo que existe desde antes de la Conquista hasta ahora, actualmente es común la denotación /la conquista de los mexicanos por los españoles/, y con ésta la existencia de connotaciones de fuerte identidad como /nos conquistó Cortés/, incluso en territorios que geográficamente nada tuvieron que ver con el imperio azteca y que fueron conquistados por rivales de Cortés, como Nuño de Guzmán. 149

Ibid., p. 63. David Brading, “La ideología de la Independencia mexicana y la crisis de la Iglesia católica”, en Alicia Meyer (coord.), México en tres momentos: 1810-1910-2010 Hacia la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana. Retos y Perspectivas, Volumen I, México, UNAM/Espejo de Obsidiana, 2007, p. 362. 150

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La distancia conceptual, espacial, ideológica y temporal existente entre el México meshica y el México Estado-nación es enorme e insalvable, por lo que si se hace referencia a /la Conquista de México/ y el interpretante es un mapa mental del territorio que actualmente ocupa el país, estamos significando un //México// equívoco. El //México// al que se debería referir /la conquista de México/ sería la conquista de una región en el altiplano central. Como ya se vio, en el caso de la historia de este país, la palabra México ha adquirido connotaciones retóricas que se han ido utilizando cada vez más como denotaciones y /México/ ha adquirido homonimia.151 Por lo tanto, la semiótica resulta una herramienta pertinente para evitar que el destinatario connote con /México/ un significado cercano a su experiencia personal (equivalente a la extensión del México actual) o una equivalencia institucionalizada acríticamente; alejándolo así de la experiencia denotativa en su posibilidad referencial; y que con tales cuidados, la realidad del pasado que proyectemos al presente o viceversa esté exenta de significados anacrónicos, es decir, significados que no sean congruentes con la realidad histórica que se representa.152 Por eso, si recibimos un sintagma con el signo /México/ y sabemos que se trata de un territorio (connotación imprecisa), pero el autor no hace saber cuál (denotación nula), nos encontraríamos en una situación de posesión imperfecta de los códigos por parte de un grupo. Como el destinatario construye un código propio con base en el código del mensaje del emisor, el significado que el primero le dé a /México/ puede convertirse en el significado connotativo de un significado denotativo subyacente; o bien connotarlo mediante un alejamiento sustancial del significado denotativo original causado por la falta 151

Para reducir la tendencia al ruido de la homonimia se puede recurrir a incluir redundancia, y usar por ejemplo /Méshico/ e /Imperio Mexicano/. 152 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 63, 64.

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del contexto mínimo necesario para que esa desviación sea frenada o limitada. 153 La homonimia de /México/ implica que no especificar a cuál nos referimos en un mensaje dado, se fomenta el ruido y el ensanchamiento del espacio liminal entre el emisor y el receptor (que se debe a la diferencia conceptual dada en la traducción del mensaje por cada intérprete debido al distinto bagaje cultural), por lo que el polisémico símbolo /México/ será comprendido por el destinatario según la entidad referente que proyecte a través del significado, así como según el contexto, o bien, la falta del mismo.154 La homonimia se encuentra en el plano de la expresión, mientras que la sinonimia en el plano del contenido, lo que da la posibilidad de que al menos uno de los homónimos /México/ pueda ser sinónimo de /Nueva España/. Para dilucidar si un determinado signo /México/ es sinónimo de /Nueva España/ existen las pruebas de conmutación (se cambia el significante para comprobar si cambia el significado contextual) y las pruebas de sustitución (se cambia el significante para comprobar si el significado no cambia).155 Realizar este ejercicio en un sintagma comprueba que /México/, /Nueva España/, /Imperio Mexicano/ y /República Mexicana/ no satisfacen una prueba de equidad de valores; por lo que ni siquiera son sinónimos. Basta mencionar que el país México no se independizó de España, pues no fue parte de España, mientras que sí lo fue Nueva España; la cual no era la provincia de México, ni la intendencia de México, estas últimas sólo fueron una parte importante de Nueva España, pero no sus equivalentes.

153

Ibid., p. 63. A partir de lo anteriormente dicho es poco recomendable, por ejemplo, comparar en un escrito, los casos de México y la región andina, puesto que, aunque ambos nos remiten al plano ideológico, el signo México es de distinta naturaleza que el de los Andes, ya que este último es primeramente de naturaleza geográfica y México no es sólo una expresión geográfica, sino una expresión política y cultural que nos remite a una cantidad más amplia de significados. 155 Joseph Courtés, “Cuestiones…”, Op. Cit., pp. 22, 24 y Umberto Eco, La estructura…, p. 96. 154

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A pesar de que cada uno de los signos /México/ comparten marcas semánticas entre sí y con /Nueva España/ (como las marcas de espacio territorial), no muestran equivalencia entre sí, por lo que la sinonimia entre cada uno de estos sólo puede ser parte de la retórica (en el sentido peyorativo del término) y de la poesía, en el que una frase puede estar bien construida sintácticamente, pero que evoque algo irreal, como el que un espacio que garantizaría la muerte de las personas (el espacio sideral) sea el lugar perfecto para que habiten los amantes. Entonces, /México/ y /Nueva España/, no sólo no serían sinónimos, en ciertos contextos pueden llegar a ser antónimos complementarios (la negación de uno implica la afirmación del otro),156 por ejemplo significar /mexicanos/ por /novohispanos/ genera una incongruencia de sentido en un nivel que a su vez genera una afluencia de significaciones en otro. Como menciona Francisco Colom, al hacerlos metafóricamente equivalentes se adquiere la capacidad de […] forzar la interacción entre significaciones discordantes dentro de un marco conceptual unitario. La intensidad de esa potencia depende del grado en que la metáfora consiga superar la resistencia psíquica provocada por la tensión semántica. Cuando esa superación se logra, una metáfora transforma una falsa identidad en una analogía pertinente y emotiva. Si no tenemos cuidado con el uso de signos como el de México, como metáfora, sería una figura retórica cuyo “significado deseado es el opuesto al que expresan las palabras” usadas. Lo que implicaría que México fuera una ironía; ubicándonos en el terreno de la literatura y no en el de la ciencia.157 Como sucede con el sintagma /México independiente/, que al no ser /México/ y /Nueva España/ sinónimos, se convierte en una fórmula de reiteración innecesaria (Anexo 7). 156

Ibid., pp. 92, 103. Francisco Colom González, “La imaginación nacional en América Latina”, Historia mexicana, vol. 53, número 2, octubre-diciembre 2003, p. 333. 157

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Si representamos la Independencia a través del interpretante “la Independencia de México”, las denotaciones y connotaciones serán distintas que si lo unimos a Nueva España. Como es imposible que tanto México como Nueva España se independizaran de España, sólo una debería haberlo hecho. Al poner /Independencia/ en relación con /México, el sintagma /la Independencia de México/ connota que /México existe antes de la Independencia/, a pesar de que el Estado y la nación mexicana son posteriores al inicio y conclusión de la Independencia del gobierno ibérico. Lo que indica que /se independizó Nueva España/. Aún así, este sintagma podría connotar apreciaciones como /la rebelión del reino/, que habría que matizar, ya que no se rebeló todo el reino, lo que es más no se rebeló todo el reino para lograr la independencia, lo que denota que /la rebelión, en tanto unidad, no fue independentista/, contrario a lo que denotaría /la lucha por la Independencia/. Menos debatible sería el sintagma /la lucha de la Independencia/, que es una fórmula de caracterización y connota que en el periodo así llamado hubo una lucha que, lo hayan buscado o no quienes tomaron parte en ésta, logró la Independencia. Como se ha visto en este breve examen, el sintagma /Independencia de México/ es también polisémico, pues puede denotar, tanto que un ser llamado México se independizó, como que un ser llamado México posee la característica de ser independiente. En este caso, como alternativa para dirigir la denotación, para denotar que Nueva España se independizó sería recomendable colocar /Independencia/ y para denotar que México es independiente, se puede usar /independencia/. V.2.3.1.2 Hipótesis de uso de la lengua. No desconocemos ni olvidamos selectivamente que la virgen de Guadalupe es proclamada patrona de la nación mexicana en 1737 con motivo de la erradicación de una peste y que Benedicto XIV llamó a Nueva España el “Reino de México” cuando le otorgó el patronato

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sobre Nueva España, que Juan de Eguiara y Eguren fue autor de la Biblioteca Mexicana (1755) un diccionario bibliográfico de autores “de nación mexicana”, que hubo un IV Concilio Mexicano en 1771 que discutió la religiosidad indígena, que las goletas de la Real Armada Sutil y Mexicana exploraron las costas de Vancouver y Alaska en 1792, que en 1799 se publicó la Carta esférica que comprehende las costas del Seno Mexicano, considerada como la mejor de la época, que Alejandro von Humboldt llamó a Nueva España, México y mencionó que “México es el país de la desigualdad”, que en 1818 Tadeo Ortiz caracterizaba el movimiento como mexicano en Río de la Plata, ni que Simón Bolívar también habló de México.158 En cambio, sí desconocemos qué denotan estos usos. No parece difícil que estos casos sean resultado de artificios retóricos, tropos como la metonimia y la sinécdoque. 159 La primera implica cambiar en una frase continente por contenido (o viceversa), como en “las bicicletas también tenemos derechos”, o “esa acción es una afrenta contra el trono” y la segunda implica cambiar las partes por el todo o el todo por las partes, como en “contamos con cien cabezas de ganado” o “él fue a pedir la mano de su novia”. La existencia de tropos como estos genera la posibilidad de que se pueda explicar la existencia de signos /México/ previos a la existencia de //México//. Siendo México una parte importante del todo novohispano, pudo haberse tomado como su equivalente de forma 158

Estos ejemplos son citados respectivamente en los siguientes textos: José Valero Silva, “Proceso Moral y político…”, Op. Cit., versión digital; Dorothy Tank de Estrada y Carlos Marichal, “¿Reino o colonia? Nueva España, 1750-1804”, Erik Velázquez García, et. al., Nueva Historia General de México, México, El Colegio de México, 2010, p. 311; David Brading, Los orígenes…, Op. Cit., p. 25; Rafael Barajas Durán, “Retrato de un siglo. ¿Cómo ser…”, Op. Cit., p. 123; Michel Antochiw, “La visión total…”, Op. Cit., p. 85; Héctor Aguilar Camín, La invención…, Op. Cit., p. 101; Ernesto de la Torre Villar, “La política americanista…”, Op. Cit., versión digital; y David Brading, Los orígenes…, Op. Cit., p. 75; Josefina Zoraida Vázquez, “Una difícil inserción en el concierto de las naciones”, en François-Xavier Guerra y Antonio Annino (coord.), Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 272. Ha de compararse el texto de José Valero con el de Mariana Terán Fuentes, “La voz “¡Viva la América!”…” Op. Cit., p. 86. 159 William H. Beezley, La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX, México, El Colegio de San Luis / El Colegio de Michoacán / El Colegio de la Frontera Norte, 2008, p. 12.

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metafórica. Además, no hay que olvidar la fuerza simbólica e icónica que tenían los meshicas y su magna ciudad, entonces convertida en un México español; ni que los meshicas conocían gran parte de la costa de lo que hoy llamamos Golfo de México, pues Cortés le pidió a Moctezuma que le pintaran toda la costa. Con lo que le pintaron ciento cuarenta leguas, desde el Pánuco hasta Tabasco.160 El estudio realizado en este trabajo nos indica que es posible que tales expresiones fueran tropos que irían estableciendo, en ciertos campos semánticos, similitudes entre México y Nueva España. Como las anteriores, las referencias a lo mexicano previas a la existencia del Estado, deben ser analizadas por otros estudios para esclarecer su significado. A su vez, al hacer referencia a la historia de México, debemos evitar tomar el continente por el contenido o viceversa, pues da lugar a expresiones como “los quinientos años de historia de México”. V.2.3.1.3 Algunos mensajes historiográficos con ruido. Un mensaje no se altera sólo controlando las fuentes de emisión o cambiando el mensaje, Umberto Eco indica que se puede alterar el proceso de comunicación actuando sobre las circunstancias en que va a ser recibido el mensaje.161 En un nivel de sentido de mayor profundidad no son correctos algunos mensajes historiográficos, pues connotan ruido, como “Una vez que México obtuvo su independencia”,162 “la lucha armada fue producto del campo mexicano”163 y “áreas del centro de México, a fines del periodo colonial y principios del nacional”.164

160

Víctor Manuel Ruiz Naufal, “La faz del terruño. Planos locales y regionales, siglos XVI-XVIII”, en Héctor Mendoza Vargas, México a través de los mapas, México, Instituto de Geografía/ UNAM/ Plaza y Valdés editores, 2000, p. 34. 161 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., p. 413. 162 David Brading, Los orígenes…, Op. Cit., p. 58. 163 Eric Van Young, La otra…, Op. Cit., p. 883. 164 Eric Van Young, Economía,…, Op. Cit., p. 63.

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Hay que tener cuidado con la lectura de fórmulas como las anteriores que simplifican ilegítimamente la realidad y son usadas por varios historiadores. 165 Es necesario dar una correcta diferenciación entre lo “novohispano” y lo “mexicano”, pues si, al referirnos al momento de la insurgencia popular o al siglo XVIII, cambiamos /Nueva España/ por /México/ y /novohispanos/ por /mexicanos/; el significado será radicalmente distinto. Lo revisado hasta aquí no debe confundirse con un simple problema semántico, es en todo sentido semiótico y al mismo tiempo es un problema de lucha contra la ideología tradicional y a favor de la conciencia histórica. Si los profesionales de la historia no lo tomáramos en cuenta, correríamos el riesgo de realizar juicios factuales como el siguiente “Para un Estado que en septiembre de 1821 lograba su soberanía no era fácil incorporarse al concierto de las naciones”,166 presuponiendo así, la existencia del Estado Mexicano antes de la Independencia. Lo curioso de este mensaje del cual es coautora Josefina Zoraida Vázquez, es que dos años antes había publicado un mensaje que no parece formar parte de su más nuevo juicio, sino, contradecirlo; ya que escribió que “Los seis y medio millones de habitantes del territorio novohispano que se convirtió en Estado independiente en 1821 constituían un conjunto heterogéneo unido por la experiencia histórica y la religión, en el que sólo una minoría hablaba castellano.” 167 Una interpretación que no solo no contradice para nada lo que se ha esgrimido en el presente trabajo, sino que coincide con lo que 165

Existen muchas más, como “la lucha anticolonial de México”, “la lucha de México contra España”, “la lucha de la sociedad mexicana por su independencia”, “la era borbónica en México”, “la insurgencia popular del centro de México”, “México colonial”; incluso como las que indican que llevamos 200 años de vida independiente, frase que indica que sólo desde hace dos siglos somos independientes y que no aplica a un Estado sino a cada persona que habita el Estado en cuestión y presume que desde 1810 somos independientes, pero ¿quiénes?, ¿cuáles mexicanos? ¿Los que tienen 200 años de vida?, ¿quiénes viven desde Yucatán y Chiapas hasta Baja California Norte y Sur?, o ¿los que habitan también en Texas, Arizona, Nuevo México y California, entre otros territorios que dejaron de pertenecer a México? 166 José Antonio Serrano Ortega y Josefina Zoraida Vázquez, “El nuevo orden, 1821-1848”, Erik Velázquez García, et. al., Nueva Historia General de México, México, El Colegio de México, 2010, pp. 397. 167 Josefina Zoraida Vázquez, “De la Independencia a la consolidación republicana”, en Pablo Escalante Gonzalbo, et. al., Nueva Historia Mínima de México Ilustrada, México, El Colegio de México, 2008, p. 324.

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menciona Graciela Velázquez Delgado: que los reclamos políticos americanos “iniciaron un proceso de independencia y posteriormente dieron pie a la formación de Estadosnaciones”. Lo cual entra en conflicto con lo que recientemente mencionaron Antonio Serrano y Josefina Zoraida Vázquez.168 Con todos estos ejemplos no se desacredita a los historiadores citados ni a sus textos, al contrario, el que a veces los investigadores escriban ideas que no son consecuentes con sus propias investigaciones se debe a que un intérprete puede poseer dos o más códigos que funcionan al mismo nivel alternativamente, lo que crea la posibilidad de que se usen lugares comunes como interpretantes de los signos que ellos mismos están utilizando. 169 La finalidad de esta ejemplificación es reestructurar los códigos de base historiográficos y las reglas para producirlo; y sumar otras perspectivas analíticas.170 V.2.3.1.4 Corolario historiográfico-semiótico. “[Se trata] del reencuentro de un sujeto histórico concreto con los objetos vistos desde aquel sujeto, rescatado desde la perspectiva de una “conciencia histórica”. (Andrés Roig) 171

Con el fin de replantear parte de la historia de México y de la Independencia, el análisis semiótico presentado confirmó mediante otra metodología, que el sintagma /independencia de México/ no debe significar que México se independizó; y que, por ejemplo, debemos sustituir el sintagma /independencia de México en 1810/ por uno que refleje la realidad histórica y el acomplishment semántico de la palabra independencia, y que /Nueva España/ no debe ser sustituido por /México/.

168

Graciela Velázquez Delgado, “La ciudadanía en las Constituciones mexicanas del siglo XIX: Inclusión y exclusión político-social en la democracia mexicana”, Acta Universitaria, septiembre, año 18, Guanajuato, Universidad de Guanajuato, p. 42. 169 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 63, 64. 170 Ibid., p. 307. 171 Citado en Luis Arturo García Dávalos, “La reinvención…”, Op. Cit., p. 114.

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Teniendo en cuenta que los muchos //México// que existen y han existido, no hay una sola respuesta a la pregunta “¿a cuál //México// nos referimos en la Independencia?”, puede ser que quien lo diga se refiera a: 1) Una proyección del presente al pasado en la que /México/ se refiere equívocamente al //México// actual, de donde se desprendería la idea de que los “héroes” insurgentes lucharon por el //México// de la actualidad que ya incluye Chiapas y carece de Texas, Nuevo México y California. 2) Una proyección que confunde //Nueva España// y //México// porque vemos a //México// como causa de la Independencia y no como su consecuencia. 3) Cualquiera de los //México// que no coinciden con la extensión territorial del país y que existieron antes de la Independencia y antes de la creación del Estado Mexicano imperial y luego, el republicano. De entre estas tres respuestas, los historiadores tendríamos que entender las primeras dos como mensajes con ruido, pues ninguna entidad “México” existente al filo de la Independencia corresponde al país actual. Si deseamos que el destinatario lea el mensaje con fidelidad, los códigos deben de ser claros y tender a la menor cantidad posible de ambigüedades, para lo cual es deseable volver menos complicada la comunicación mediante reducir las alternativas de interpretación. V.3 Consideraciones ontológico-semióticas. “[…] primero existe una realidad exterior, y el hombre al tratar con ella, actúa mediante signos, es decir, se descarga de ese contacto directo que tienen los animales, precisamente porque maneja signos, porque maneja la realidad como signos. Sólo entonces podríamos preguntarnos si podemos aislar las características del signo” (Fernando Vevia). 172

La ontología usada en este capítulo critica la inalteridad esencialista de la historiografía tradicional. Esta ontología nos hace conscientes de que las entidades son percibidas, lo que puede dar lugar al error de percibirlas de forma errónea o incompleta; sumado al error de 172

Fernando Carlos Vevia Romero, Introducción…, Op. Cit., p. 128.

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significarlas erróneamente. Si se ha caído en ambos tipos de errores, subsanar uno, no subsana ambos. Para eliminar los errores semióticos y los ontológicos debe modificarse su significación y su percepción; sea que la percepción haya originado el signo, o que la lectura del signo haya originado la percepción, que de todas formas, es y será reproducida mediante signos. Con el análisis realizado en este capítulo: se ha estudiado al referente ausente, evocado por convenciones sígnicas,173 y se ha planteado la posibilidad de regular los significados y significantes de los signos asociados a la Independencia; con lo que se han descartado dos de las tres posibles conclusiones a las que se llegó en el capítulo anterior, quedando sólo la primera.174 México y Nueva España no sólo tienen distintos significados, son unidades culturales que se refieren a distintas entidades. La abstracción que generalmente se realiza para unir Nueva España y México, en parte por la continuidad de habitantes y de capital, y en parte por la similitud territorial ha fomentado el ruido formado en la comunicación del polisémico signo /México/, creando una abstracción con la que se entiende //Nueva España// y //México// como si fueran la misma entidad. Por lo tanto, hay que tener cuidado de no confundir las entidades que participan en un proceso histórico con otras entidades similares, ya sea en tiempo o en espacio. Por ejemplo, poner cuidado al proyectar seres como el mexicano, hondureño, argentino o ecuatoriano de una época a cualquier otra. Hay que diferenciar cada uno de los //México// que han existido, tanto los que sólo han sido unidades administrativas y territoriales, como los que fueron y son entidades

173 174

Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., p. 332. Véase supra., p. 229.

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políticas. Ninguno de los //México// que estuvimos considerando existió en espacios ni periodos idénticos al otro y cada //México// emanó, a través del tiempo, distintos significados e identidades más o menos incluyentes o excluyentes, por lo que no debemos proyectar el ser, la nación, el territorio y el Estado mexicano a épocas en las que no era una realidad. Tal como lo dice Barajas Durán, “El gentilicio de mexicano deja de ser una mera construcción ideológica al término de la guerra de independencia, cuando Iturbide proclama el Imperio mexicano.”175 El sujeto que se independizó fue //Nueva España// y del que se independizó fue de //España//. Con el hecho de existir //México//, la nueva entidad, sólo debía continuar siendo independiente. Por lo tanto, //México// es un “sujeto” que apareció como ente político después de la Independencia. Por eso, si el sujeto del relato es México será distinto el significado que si el sujeto es Nueva España. El modo en el que evaluemos las evidencias adquiere una importancia decisiva. Ya expresada la necesidad de que la historia sea escrita con precisión ontológica y semiótica, no podemos significar “la transición mexicana de la Colonia a una nación independiente” e interpretar que “la historia de México inicia con la conquista de Tenochtitlán” o más atrás aún, con su fundación;176 como si el mundo mesoamericano fuera nuestro antecedente, no todo éste, más difícil aún, un solo pueblo llamado a posteriori mesoamericano. Esta concepción de México como nación existente antes de la llegada de los españoles a América y no sólo equiparable a la actual nación, sino esencialmente idéntica a esta; desvirtúa la historia de las diferentes naciones que habitaron el territorio que actualmente llamamos México. Tales mensajes indican que //México// es eterno y que sin

175 176

Rafael Barajas Durán, “Retrato de un siglo. ¿Cómo ser…”, Op. Cit., p. 126. Eric Van Young, La otra…, Op. Cit., p. 37 y Héctor Aguilar Camín, La invención…, Op. Cit., p. 40.

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importar los hechos de políticos, élites, criollos, castas ni mestizos, //México// iba a existir irremisiblemente, quizá sólo por el hecho de que ahora existe. Sin embargo, //México// no es eterno. Incluir todos los hechos pasados referidos a los grupos humanos que habitaron el territorio y referirnos con ello a la historia de México sería predestinarnos como nación, lo que es un abuso ideológico, ya se haga desde antes de 1542 o bien desde 1810, pues //México// recorrió una accidentada senda para constituirse como Estado y como nación desde las primeras décadas de su existencia. La historia de //México// no puede ser sino independiente y por lo tanto, significar “la independencia de México” no es hacer referencia a un evento, sino a una característica de //México//. V.3.1 /México/: Un símbolo polientático. Hablar o escribir /México/ sin contextualizar a cuál nos referimos probablemente remitirá al destinatario a una entidad política nacional actual y a partir de la entidad interpretada, será remitido a una unidad geográfica. Es decir, que la extensión territorial del //México// actual, o bien, cualquier otro significado de este //México// nacional sea proyectado en algunos de los otros //México// que han existido y aún existen, lo cual es un anacronismo. Por lo que a la pregunta de qué es México, la respuesta correcta es: //México// “es lo que los mexicanos decidamos que sea”, pero como no se puede definir //México// con /México/, a partir de su existencia como entidad, /México/ es un signo en semiosis infinita.177 Y como definir implica limitar, es necesario limitar los significantes y significados con los que los historiadores van a trabajar, para que no dirijan al lector a la idea de un ente distinto al que se desea representar. Si /México/ y /Nueva España/ son sinónimos, estos podrían ser sustituidos uno por el otro en cualquier contexto y el resultado sería el mismo. Pero lo anterior no es posible, pues no sólo estamos hablando de un cambio de nombre, 177

Guillermo Hurtado, “Historia y ontología…”, Op. Cit., pp. 128.

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sino de un cambio de ser. //Nueva España// dejó de ser y comenzó a existir //México//. Además, habiendo varias entidades //México//, no podemos entender /México/ como un signo monosémico (si así se entendiera fusionará en el pensamiento lo que en el tiempo y el espacio pertenece a distintas realidades). Usado en distintos contextos, /México/ se referirá a diferentes entidades homónimas que habría que precisar. De modo que descubrimos /México/ como un símbolo, no sólo polisémico, sino polientático; puesto que remite no sólo a varios significados, también a diferentes referentes entáticos homónimos que no son piezas acabadas de una vez y para siempre. V.3.2 La identidad y su relación con la ontología y la semiótica. “La afirmación reiterada de la frase ‘yo soy francés’ es vacua a menos que se le conecte con alguna noción de qué significa ser francés. A su vez, tal significado puede tornarse políticamente significativo sólo si es compartido por un cierto número de personas con una organización efectiva” (John Breuully).178

Al ser las entidades //México//, instituciones formadas por seres vivos; tienen devenir e identidad propia, pues la memoria de sus integrantes crea mutaciones en su identidad. En términos ontológico-semióticos se puede definir a la identidad como el sentido que se confiere la propia entidad.179 El sentido no es propio de los entes, pues un objeto en sí, no tiene sentido sino existencia y al existir adquiere significado para alguien, sólo cuando el ente es pensante es cuando el sentido implica identidad. Y como las identidades culturales son de enorme maleabilidad, movilidad y fluidez; no existen como entes objetivos. 180

178

Citado en Elías José Palti, “La nación…”, Op. Cit., p. 27. No se descarta con esto una definición de identidad vinculada a las prácticas, el lenguaje, las tradiciones, entre la tensión entre el yo y los otros; así como los conflictos entre todo lo anterior que luego es conceptualizada, sino que estas definiciones de identidad se adscriben a la arriba desarrollada (Constanza Toquica, “¿Historia literaria o literatura histórica? Entrevista con Antonio Rubial”, Fronteras de la historia, vol. 5, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), Bogotá, 2000, pp. 123, 124) 180 José Álvarez Junco, “Historia…”, Op. Cit., pp. 53 y 58. 179

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Al historiar no reproducimos entidades, sino sus sentidos, entre los que está su identidad. Por lo tanto, no debemos extrapolar o sustituir identidades por otras, ni confundir la entidad o referente //México// con las identidades de quienes lo forman, ni éstas con los modelos de sentido que usan los historiadores para comprender los referentes que estudian. Por lo tanto, debido a que sabemos que la ruptura política fue afectada por una crisis identitaria que se agudizó con el cambio de entidad y que comprende las identidades que retomaron o crearon los miembros de Nueva España y México alrededor de la frontera porosa de la Independencia, y como también sabemos que la identidad está indisolublemente ligada a la territorialidad; el proceso estudiado adquiere dimensiones complejas que son de difícil comprensión a menos que el modelo que formemos para acercarnos a él refleje la complejidad de la realidad que desea comprender. 181 Por lo tanto, sólo el hecho de tomar un marco de referencia geográfico tiene consecuencias políticas que permiten concluir que hablar de México virreinal como sinónimo de Nueva Epaña es un evidente abuso conceptual. Es un discurso que impacta ideológicamente y proyecta la identidad del presente hacia diversos pasados en donde no tienen correspondencia. Por ejemplo, Rafael Barajas considera que “la conciencia patriótica de Clavijero es aún imprecisa”, pues a pesar de presentar su Historia antigua de México (1780) como “una historia de México escrita por un mexicano”, se refiere a los españoles diciéndoles “mis nacionales”, además de usar el término “mexicano” para referirse a los indios clásicos y no

181

La identidad relacionada con la territorialidad trae nuevas preguntas a colación. Ahora bien, ¿hubo crisis identitaria cuando parte del Estado de México cambió a Guerrero, D.F., Morelos, Hidalgo? ¿Hubo crisis identitaria cuando Texas, Nuevo México, California y franja de Nueces dejaron de pertender a México?, ¿cuándo todo Chiapas pasó de Guatemala a México?, ¿cuándo parte de Zacatecas formó el estado de Aguascalientes?, ¿cuándo partes de San Luis y de Zacatecas pasaron de un estado al otro? Responder tales preguntas nos ayudaría a tener una idea de la crisis identitaria que pudo o no haber existido en las clases altas y bajas durante la frontera porosa novohispana-mexicana.

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a los indios contemporáneos.182 En cambio, se debe considerar que el que Clavijero no proyecte identidades y alteridades tal como lo hacemos nosotros, no significa que su conciencia patriótica sea difusa: pues querer encontrar nuestra racionalidad en la de otros es forzar un argumento. Clavijero fue un precursor en la mexicanización de lo criollo y la criollización de lo mexicano, fue un precursor de la idea criolla de México, pero sin duda no fue el precursor del México Estado-nación; sino que los precursores del Estado-nación, retomaron elementos mexicanistas relacionados con Clavijero. Así lo muestra Guadalupe Jiménez en “La insurgencia de los nombres”, un texto sobre la guerra de Independencia que, como el presente estudio, propone una historia precisa conceptualmente, y en el que se alude que Muchos errores, hay que subrayarlo, se han originado en el desconocimiento del lenguaje utilizado por los rebeldes y en lo particular de su uso de sustantivos; distorsión que se esfuerza por el desconocimiento de fuentes primarias. Solamente podemos recuperar la memoria de los nombres utilizados por las insurgencias si volvemos a este tipo de fuentes, esto es, a la correspondencia, testimonios, proclamas, decretos y prensa insurgente así como a los testigos de la época, quienes hablaban un lenguaje perdido hoy en un fárrago de anacronismos.183 Por eso, Jiménez pone atención en los nombres que se daban los insurgentes y los nombres que daban a su país: Al inicio de la insurgencia, en los periódicos Despertador Americano y el Ilustrado Nacional conviven, “América” (la patria criolla por excelencia), “americanos”, “México” y “Mexicanos” (aunque al principio se refiere como tales a los habitantes de la ciudad de México). Más tarde, con el “Acta solemne de la Declaración de la Independencia de la América Septentrional” del 6 de noviembre de 1813 “Anáhuac y la América Septentrional se conjugan sin dar nombre aún a la nueva nación”.

182

Rafael Barajas Durán, “Retrato de un siglo. ¿Cómo ser…”, Op. Cit., pp. 118, 119. Guadalupe Jiménez Codinach, “La insurgencia de los nombres”, en Josefina Zoraida Vázquez (coord.), Interpretaciones de la Independencia de México, México, Nueva Imagen, 1997, p. 106. 183

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De hecho, de 1810 a 1815 se usan indistintamente, aunque no necesariamente esto indica que significaran lo mismo, “América”, “América Septentrional”, “América Mexicana”, “México” (en referencia a la capital), “Anáhuac” y, “República Mexicana” y “Estados Unidos de México”.” Poco a poco, “América”, como país, empieza a convivir con Anáhuac y con el Águila Mexicana”; pero los insurgentes no logran bautizar el país que desean independizar. Ya para 1816 José María Liceaga se firma como “Capitán General de los Exércitos de la República y Presidente del Supremo Gobierno Mexicano” y la insurgencia define las banderas y símbolos de “la América Mexicana”. Pero “la nomenclatura republicana no se generalizó por aquellos años”, sólo la continuaron Xavier Mina y Servando Teresa de Mier, quienes siguieron utilizando en sus proclamas el nombre de “República Mexicana”. De manera que para 1820 Vicente Guerrero habla del “suelo mexicano” y de la “causa mexicana”, a la vez que se nombra “Capitán General de las [fuerzas] americanas”.”184 El proyecto de Iturbide creó el Imperio Mexicano, “pero no creó una nación mexicana o hizo que sus residentes del país independiente leales a una nueva nacionalidad mexicana”.185 Con el tiempo, la identidad que se expandió fue la mexicana, pero gracias al proyecto trigarante, con la que los novohispanos se deshicieron de su anterior entidad y encontraron en México una identidad más adecuada y envolvente para la nueva. Por lo 184

Ibid., pp. 115, 116, 119. Jiménez indica que el país fue “bautizado por ajenos” en la Gaceta de Texas del 25 de mayo de 1813 y en su secuela El Mexicano, del 19 de junio de 1813, “los editores William Shaler, agente del ejecutivo estadounidense y José Álvarez de Toledo, cubano, exdiputado de Cádiz, utilizan el nombre de “Estados Unidos de México” para referirse al reino de la Nueva España”. Al parecer, estos fueron los únicos que escogieron un término sin mezclarlo con otro (Ibid., p. 117). Sin embargo, Virginia Guedea muestra que desde la “Declaración de independencia de la provincia de Texas” del 6 de abril de 1813 ya se hablaba de la República Mexicana (Virginia Guedea, “La primera declaración de independencia y la primera constitución novohispanas, Texas, 1813”, en Marta Terán y José Antonio Serrano Ortega (eds.), Las guerras de Independencia en la América Española, Zamora, COLMICH/INAH/UMSNH-IIH pp. 52, 53.) 185 William H. Beezley y David E. Lorey, “Introduction”, en William H. Beezley y David E. Lorey (Eds.) ¡Viva México! ¡Viva la Independencia! Celebrations of September 16, Wilmington, Scholarly Resources Inc., 2001, p. ix.

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tanto, es un error creer que los insurgentes tenían una crisis identitaria por no significar su /México/ lo mismo que para nosotros. El problema de los insurgentes sí es una crisis de identidad, pero reducir su problema a lo anterior es simplista ya que su problema de identidad está basado en la crisis a la entidad en que vivían y la superposición de una nueva entidad sobre la anterior. En otras palabras, al encontrar que //Nueva España// connotaba ideas negativas; para cambiar el significado, cambiaron el significante y cambiaron el referente. En las primeras décadas de existencia de México era obvio que sus habitantes se identificaran con la sociedad novohispana, pero no con la Nueva España misma. Con el paso del tiempo y con la muerte de las personas que pertenecieron a ambas entidades, la identificación entre novohispanos y mexicanos, así como lo fue entre criollos y meshicas, sería cada vez más selectiva; pero aún ahora que tenemos otra identidad, lo meshica y lo novohispano evocan alteridades muy propias.186 Así, los símbolos de un periodo de crisis y formación, tanto de entidades como de identidades no deben leerse como mexicanos, sino como criollos, católicos, novohispanos o mexicanistas. Había símbolos compartidos por los criollos, por grupos indígenas, por habitantes de regiones, pero leer estos necesariamente como mexicanos a pesar de ser anteriores a la Independencia, es evitar mirar estos símbolos como elementos pedagógicos apropiados de diversas identidades virreinales con el fin de dar sentido a la mexicanidad. 187 V.3.3 Nuevas posibilidades del historicismo O’gormaniano.

186

Edmundo O’Gorman, La supervivencia…, Op. Cit., p. 72. Ana Buriano C., “La construcción historiográfica de la nación ecuatoriana en los tiempos tempranos”, en Guillermo Palacios (coord.), La nación y su historia América Latina siglo XIX, México, El Colegio de México, 2009, p. 167. Por ejemplo el águila y el nopal, que han emanado significados sincrónicos que retoman una tradición o la cruza de varias, es decir de la diacronía; y con el devenir, estos significados, también han mutado. De la misma manera lo hizo la virgen de Guadalupe, y el arte hecho en Nueva España y México durante los siglos XVIII y XIX, que para nosotros iconiza lo mexicano, se haya hecho intencionalmente o no con tal propósito (Confróntese con Rafael Barajas Durán, “Retrato de un siglo. ¿Cómo ser…”, Op. Cit., p. 130). 187

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La comprensión de la historia en su propia complejidad, sólo podrá ser posible si se cultiva la interdisciplinariedad, que a su vez facilita que la historia sea despojada de la tradición, con lo que podrá salir de su sujeto más recurrente, la nación. Nutrir la historia con ontología y semiótica nos permite corregir la apreciación de O’Gorman y definir que el ser de los entes históricos es, independientemente del sentido que le conceden en su tiempo. Es así que el pasado no es un elemento constitutivo del presente, es el sentido dado en el presente al pasado el que es un elemento constitutivo del presente. Debido a que O’Gorman desconocía la semiótica, no distingue propiamente entre ser y sentido. Su historicismo es revitalizado una vez que se valida su lectura ontológica y se corrige la cuestión del sentido. Entonces, los historiadores historicistas que sustituyeran la pérdida de signos y referentes propia del paso del tiempo con el enriquecimiento de significados propio de la tradición, harían interpretaciones presentistas en su definición más peyorativa, lo cual no es lo que hace O’Gorman, que busca encontrar el sentido de América más allá de lo que ocultó la tradición de su descubrimiento.188 Tras comprender esto, el historicismo de O’Gorman ya no aparece como anacrónico, sino como antecedente mismo de análisis ontológico-semióticos, y se entiende que los planteamientos que despliega en textos como La invención de América, “no pudieron ser leídos hasta que no cambiaran los códigos de lectura, al menos en el caso mexicano, de cierto sector de la comunidad de historiadores”, pues en O’Gorman encontramos “planteamientos, análisis y propuestas quizá muy incipientes, que sólo pueden comprenderse hoy”.189

188

Peter Pericles Trifonas, Barthes…, Op. Cit., p. 43. Miguel Ricardo Nava Murcia, “Deconstruyendo…”, p. 144. Op. Cit., Si bien, es demasiado exagerado de parte de Nava suponer que sólo hasta estos años podamos comprender la obra de este historiador, sí ha aumentado considerablemente la comprensión de su obra, de modo que es posible que contrario a lo que 189

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V.3.4 Nota en tono semiótico sobre la tesis. En términos semióticos, en este capítulo y el anterior se ha implementado un código de base y se ha provisto de información basada en éste, o códigos de enriquecimiento; lo que permite que el relato de los acontecimientos dado en los capítulos dos y tres, tenga la función de bandas de redundancia que permiten disminuir el ruido y el espacio liminal que inevitablemente existe entre emisor y destinatario.190 En otras palabras, sabiendo que cada lector de este texto presentará un distinto bagaje, los capítulos dos y tres sirven de bandas de redundancia, para reducir aún más la entropía, allí donde sea posible que el lector haya connotado la información, alejándose del objetivo denotativo de la misma. Al partir del hecho de que los significantes retomados de las obras de los historiadores significan con cierta fidelidad los procesos referentes, para siempre perdidos; no podemos acercarnos empíricamente a muchos referentes del pasado, por ser inexistentes, pero sí podemos acercarnos a los signos que están en el lugar de aquellos. Por eso, y para homologar las fuentes, en este trabajo sólo se incluyeron modelos del referente y no se tomaron en cuenta los índices (como los documentos de archivo) y los referentes que sobrevivieron al proceso representado (como los restos arqueológicos). Una vez explicado este asunto, podemos llegar a las conclusiones finales de este trabajo.

mencionó Charles A. Hale (véase la nota 2 de este mismo capítulo), la historia que hacía O’Gorman sí se preste a imitación y a ser actualizada mediante adaptación. Tan es así, que Aguilar Camín imita la historiología de O’Gorman en La Invención de México y aquí se pretende hacer, desde otra perspectiva y con algunas adaptaciones, para esta tesis: “La creación de México”. 190 Umberto Eco, La estructura…, Op. Cit., pp. 293, 320, 321, 366. La redundancia implica que múltiples significantes están asociados a un significado (Joseph Courtés, “Cuestiones…”, Op. Cit., p. 25).

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