CANTAR AL SEÑOR EN TIERRA EXTRANJERA ALGUNAS NOTAS SOBRE ESPIRITUALIDAD Y DIVORCIO

July 18, 2017 | Autor: Pablo Guerrero | Categoría: Pastoral Theology, Pastoral Care and Counselling, Pastoral care of divorced
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CANTAR AL SEÑOR EN TIERRA EXTRANJERA ALGUNAS NOTAS SOBRE ESPIRITUALIDAD Y DIVORCIO Pablo Guerrero Rodríguez, sj* RESUMEN El divorcio significa pérdida de esperanzas y final de algunos sueños; pero también puede significar una nueva vida, nuevas ilusiones y nuevos sueños. Constituye «tierra extraña» pero es una tierra en la que la tristeza, el dolor y la muerte no tienen la última palabra. La experiencia del divorcio, asumida, sufrida, llorada, reconciliada, liberada y fecundada por la esperanza, puede dar origen y/o alimentar una espiritualidad auténticamente pascual. El divorcio es tierra «extranjera», pero es una tierra en la que abrirse al futuro, a uno/a mismo/a y, por supuesto, a Dios.

ABSTRACT Divorce means losing hope and the end of certain dreams, but it can also mean a new life, new hopes and new dreams. It constitutes a «strange land» but it is also a land in which sadness, pain and death do not have the ultimate word. The experience of accepting, suffering, crying over and coming to terms with divorce, released and fostered by hope, can give rise to and/or encourage a truly paschal spirituality. Divorce is a «foreign» land, but it is also a land in which one can be open to the future, to oneself and, of course, to God. «Vosotros también tenéis una vida espiritual. Jesús siempre reconoce que las personas solo pueden comenzar desde donde están, lo que incluye sus circunstancias y sus relaciones actuales. Dios ha prometido fuerza a todos aquellos que lo pidan. Pedid con confianza, y se os da-

*

Provincial de Rumanía. .

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rá. Llamad, y se os abrirá, si no en la forma en que esperáis, puede que sí al menos de otra manera que refleje el amor de Dios por vosotros»1.

Hace unos años, publicaba en esta misma revista un artículo sobre la atención pastoral a personas divorciadas2. Este que presento ahora está escrito en la estela de aquel. Recogía entonces las palabras de J. Hosie relativas a que «divorcio significa derrota y fracaso. Pero también puede significar victoria y éxito. Pena y dolor, pero también curación, perdón y paz. Significa rechazo; pero también puede significar aceptación. Significa pérdida de esperanzas y final de sueños; pero también puede significar una nueva vida, nuevas esperanzas y nuevos sueños. En una palabra, el divorcio significa muerte, pero también puede significar resurrección»3. Ahora, como entonces, el objetivo que me propongo con estas líneas es realizar una humilde reflexión pastoral para que entre todos podamos facilitar que la vida, la misericordia, la liberación y la reconciliación de Jesús lleguen en toda su plenitud a los divorciados, que, como todo cristiano, están llamados a ser mediadores del Resucitado y de lo que caracteriza su modo de ser: el discernimiento, la decisión, el desenmascaramiento, la liberación, la reconciliación, la paz, el don de la vida. En el tiempo que nos toca vivir, al hablar de todo lo relacionado con la familia (como el divorcio, por ejemplo), creo que tenemos que huir de dos riesgos reales y presentes hoy en nuestra sociedad. De un lado, la ceguera culpable del apocalíptico, que no ve sino desgracias y maldades4.

1. 2. 3. 4.

CONFERENCIA EPISCOPAL DE NUEVA ZELANDA, What is the Church saying today about marriage and marriage difficulties? (17 de febrero de 2006). Para todos los textos citados de documentos de los obispos de Nueva Zelanda, cf. www.catholic.org.nz P. GUERRERO, «¿El abrazo que no llega? Atención Pastoral a católicos divorciados y vueltos a casar»: Sal Terrae 93 (2005), 965-974. J. HOSIE, Con los brazos abiertos. Católicos, divorcio y nuevo matrimonio, Sal Terrae, Santander 2001, 11. «En el cotidiano ejercicio de Nuestro pastoral ministerio, de cuando en cuando llegan a Nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y la vida cristianas y de la justa libertad de la Iglesia.

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De otro, la ceguera, también culpable, de aquel a quien todo le parece bien, de quien piensa que «toda opinión es respetable»... y que aquí lo importante es ser moderno y «ser guay». Necesitamos lucidez, es decir, capacidad crítica, y también necesitamos esperanza y saber mirar bien a la realidad. Ni amargura apocalíptica ni alegría «pánfila». Porque ni antes estábamos tan bien ni ahora estamos tan mal.

Abiertos con esperanza (y con dolor) al futuro «Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión». – Sal 137, 1

Estoy convencido, porque así me lo han mostrado muchas personas que han atravesado este proceso, de que la experiencia de divorcio, asumida, sufrida, llorada, reconciliada, liberada y fecundada por la esperanza, puede dar origen y/o alimentar una espiritualidad auténtica y profundamente pascual. Como también señalaba en el artículo citado, desde mi experiencia profesional, coincido plenamente con la opinión que defiende que «muy pocos, fuera de los que se han divorciado, pueden apreciar realmente que se trata de una de las peores experiencias que pueden sucederle a uno. El dolor que produce es perfectamente comparable al provocado por la muerte del cónyuge. Pero, además de este sentimiento, pueden producirse otros (fracaso, vergüenza, culpabilidad, rabia...) verdaderamente abrumadores. Los divorciados sienten como si se ahogaran

Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos fuese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres, pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquella lo dispone para mayor bien de la Iglesia»: JUAN XXIII, Discurso de inauguración del Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962, en línea, http://www.mercaba.org/JUAN%20XXIII/gaudet_mater_ecclesia.htm (Consulta el 26 de mayo de 2011).

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y como si nadie pareciera saberlo o preocuparse por ello»5. Se trata de personas que, por las circunstancias tan dolorosas que han atravesado, han sufrido su propio Getsemaní y su propio Calvario. Pero son también personas llamadas por el Señor de la Vida. Son personas que han «muerto», pero que también han resucitado. Y es que el divorcio puede constituir una puerta que atravesar, y no necesariamente un muro contra el que estrellar nuestra vida. No solo los sentimientos citados en el párrafo anterior son comunes en estas circunstancias. Otros sentimientos que aparecen a menudo en la experiencia de las personas divorciadas son la soledad y el abandono. Los amigos y la familia no saben bien qué hacer y, en muchos casos, se dividen, se retiran e incluso juzgan y condenan. En los momentos en que más necesitan ayuda se sienten más abandonados y vulnerables. No pocos creyentes perciben esta sensación de abandono e incomprensión también por parte de la Iglesia. Se sienten excluidos y estigmatizados por aquellos de quienes esperarían comprensión, cercanía y amor incondicional. No es extraño que se refieran a esta experiencia como a una situación de exilio. Comenzaba este apartado con el primer verso del salmo 137. Como señalan destacados exegetas, existen muchas posibilidades de que este salmo no sea, como anteriormente se creía, un canto de los desterrados. Parece tratarse, mas bien, de un canto/oración de los repatriados que, al contemplar de nuevo Jerusalén, recuerdan el pasado, los días felices pero también el dolor de la destrucción del Templo y el destierro6. Lo re5. 6.

J. HOSIE, op. cit., 21-22. «Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras. Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores alegría: “¡Cantad para nosotros un cántico de Sión!”. ¿Cómo podíamos cantar un cántico del Señor en tierra extranjera? Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha; que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías. Recuerda, Señor, contra los edomitas, el día de Jerusalén, cuando ellos decían: “¡Arrásadla! ¡Arrasad hasta sus cimientos!”. ¡Ciudad de Babilonia, la devastadora, feliz el que te devuelva el mal que nos hiciste! ¡Feliz el que tome a tus hijos y los estrelle contra las rocas!» (Sal 137).

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cojo para el tema que nos ocupa, porque es un salmo en el que el autor deja aflorar muchos y variados sentimientos: amor profundo, tristeza, dolor, nostalgia, incomprensión, determinación, indignación, desorientación, deseos de venganza, ira... Es la oración de un pueblo que recuerda cómo en Babilonia se sentía ahogado, incapaz ya de cantar ni de manifestar alegría. Un pueblo en tierra extraña, que se siente solo, al que le habían separado de su suelo nutricio, a quien habían alejado de aquello que más amaba. Un pueblo, también, que desea venganza porque siente que ha sido tratado injustamente... Con frecuencia, en el uso pastoral y litúrgico de este salmo suelen omitirse los últimos versículos. Al tratarse de un salmo, es decir, de una oración, nos gustaría creer, como bellamente expresaba Alonso Schökel, que la parte final del salmo no constituye una auténtica querencia literal «pura y dura», sino más bien un desahogo de los sentimientos del autor. Una de esas «barbaridades» que a veces pensamos e incluso decimos, pero que quedan en eso: meras palabras, de las que luego nos arrepentimos. Es un salmo de memoria, de nostalgia por lo perdido, de dolor, de fidelidad...; pero creo que también es una oración abierta a un futuro nuevo, a una nueva vida. Expresa también sentimientos de esperanza y de espera en la salvación. Recuerdo amoroso en el corazón de los que han sufrido... Memoria, nostalgia, dolor, fidelidad, futuro, vida nueva... Sin duda, estas realidades están presentes en la experiencia profunda de quien que atraviesa la vivencia, en primera persona, de un proceso de divorcio. Vivir de una manera humanizadora este proceso, de una manera que transforme las heridas en cicatrices, requiere paciencia, aceptación (y también una cierta rebeldía), confianza, amor por uno/a mismo/a, esperanza, capacidad de sufrimiento, vivir sin rencor, abrazo... Vivirlo de una manera cristiana precisa, además de todo lo anterior, de otros dos elementos. El primero, la reconciliación. Reconciliación consigo mismo/a, con el/la otro/a, con las familias, con los amigos, con la Iglesia... y también con Dios. Reconciliación, que es esa capacidad de perdonar y recibir el perdón. Y es que la persona necesita perdonar. Perdonar a su ex-cónyuge,

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perdonarse a sí mismo/a, a las familias de ambos (que en no pocos casos contribuyen a empeorar la situación), a los «amigos», y también a la Iglesia, que no siempre acierta a manifestar una cercanía que transparente el amor de Dios. Pero también necesita recibir el perdón («perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»). Es un tiempo para el duelo... y el perdón7. El segundo elemento, quizá incluso más difícil, es el de ser capaces de «cantar cantos del Señor en tierra extranjera»; y es que el divorcio para ellos/as constituye, verdaderamente, una tierra extraña. Pero es una tierra en la que es posible abrirse al futuro, a la esperanza, a si mismo/a y, por supuesto, a Dios. Viviendo en tierra extranjera Para poder entender en profundidad lo que es la experiencia de «destierro» es preciso, creo yo, partir de la experiencia de «tierra», de «hogar»... Dos personas que se quieren (o se han querido) y que decidieron un día compartir su vida y su ser en un proyecto común han habitado una tierra hecha de respeto, de comunicación, de ternura, de complicidad, de intimidad, de superación de dificultades, de capacidad de riesgo, de placer, de aventura, de gozo profundo... Han sido capaces de inventar el milagro de un territorio en común. Me resulta de ayuda, para describir la tierra (la Jerusalén) que han compartido quienes han sido marido y mujer, recurrir a la etimología de las tres palabras con las que en nuestro idioma solemos referirnos a quienes deciden compartir su vida en alianza matrimonial8. 7.

8.

«Existe un auténtico proceso de duelo por el que habéis de pasar. También puede darse, junto con el dolor que sentís, un profundo enojo. Ambas cosas deberían encontrar una respuesta compasiva en la comunidad eclesial. La Iglesia está especialmente capacitada para ayudaros a afrontar vuestra ira y reunir el valor necesario para perdonar, porque sabe que el perdón –el amor reconciliador de Jesucristo– es el fundamento de su esperanza. La ira daña a quien está airado y, al igual que ocurre con el duelo, hemos de permitirle que sirva para sanar»: CONFERENCIA EPISCOPAL DE NUEVA ZELANDA, When Dreams Die (5 de julio de 1982). Remitimos también a las referencias de estos términos en el artículo de M. Dolores López Guzmán en este mismo número: «Mucho más que entregarse».

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En primer lugar, esposo/a. Proviene del verbo latino spondeo, que significa «prometer solemnemente, comprometerse, empeñar la palabra, asegurar, garantizar, salir fiador de alguien». El matrimonio es promesa y compromiso. Es «darse palabra». Esposo es la persona en quien confío y de quien me fío. Porque amar es confiar. En segundo lugar, cónyuge. Proviene del verbo latino coniugo [cum-iugo] que significa «juntar, reunir, uncir con el mismo yugo». Cónyuge es la persona con quien comparto el yugo. Porque amar es trabajar (y es que, como decía Ignacio de Loyola: «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras»). Finalmente, consorte. Proviene también del latín consors, -rtis [cum sors], que significa «co-partícipe, co-propietario, aquel/la que comparte la suerte, la fortuna, el destino...» Consorte es la persona con la que queremos compartir nuestra suerte, nuestro destino, nuestra esperanza. Porque amar es esperar. Esta es la tierra que han habitado. Y de esta tierra han tenido que partir. Las consecuencias del divorcio son sumamente dolorosas y afectan a todas las áreas de la vida de la persona: personal, familiar, económica, social, etc.9 Por supuesto, también afecta al ámbito de la creencia y de la espiritualidad... El divorcio es cambio y pérdida, como lo es cualquier crisis. Y también, como cualquier crisis, constituye una oportunidad. Es un proceso, no precisamente breve y sometido a la constante tentación de «cerrar en falso» las heridas. Un proceso que, por muy «civilizado» y «consensuado» que sea, nos saca de nuestra vida diaria, de nuestra tierra conocida. Un proceso que deja huellas profundas y cicatrices, cuando no heridas que no acaban de cerrase. Un proceso presidido a menudo por una tristeza profunda, ya que una relación ha terminado, y con ella se ha perdido no solo un/a compañero/a, sino que también se han perdido sueños, amigos, ciertas seguridades, puede que parte de nuestra identidad... Cualquier divorcio es difícil y doloroso para los dos miembros de la pareja. Sea quien sea quien lo solicite, sean cuales sean las razones que se aducen10.

9.

Hablaremos siempre de un modo general. Es evidente que, en realidad, hay tantos divorcios diferentes como personas que se divorcian. No todo lo que se señale en estas páginas será válido para toda persona que esté en (o haya atravesado) un proceso de divorcio. 10. «Debemos evitar el falso concepto de que el divorcio es siempre escogido como una solución fácil. La separación y el divorcio marcan la muerte de un sueño, y los sue-

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Por un tiempo al menos, la persona se encuentra en una tierra que no le es conocida y que, en ocasiones, experimenta como tierra hostil. Una tierra habitada con ira hacia uno mismo y hacia el otro, al culparle/se de la ruptura y del daño causado a tantas personas. Una tierra también habitada por el temor y la preocupación con respecto al futuro, por la inseguridad sobre la posibilidad de construir una nueva vida. Se trata de una tierra habitada por la culpa, justificada o no. Una tierra no exenta de deseos de venganza, de querer hacer sufrir al otro. Una tierra donde los celos y la inseguridad sobre el atractivo y la valía personales también pueden estar presentes (¿quién soy yo?, ¿soy atractivo/a?, ¿puedo vivir solo/a?). Una tierra donde queda afectada nuestra identidad personal y familiar. Se deja de ser esposo/a, se pierde una cierta identidad de familia... Y con la pérdida de la identidad como esposo/a, podemos sentir que perdemos una parte de nuestra personalidad. Se habita en una tierra en la que queda afectada también nuestra forma de ver el mundo y nuestro futuro, que pasan a ser vistos a través de unas gafas que oscurecen y distorsionan todo cuanto nos rodea. Es una tierra en la que anidan los sentimientos de fracaso por no haber podido evitar los problemas o «salvar» el matrimonio... Una tierra vivida en soledad, en la que las personas han de tomar decisiones importantes sin poder contar con el consejo y el apoyo del ser querido. Una tierra donde crece el miedo al futuro y a tomar decisiones equivocadas. A menudo, el divorcio es la primera decisión importante que una persona toma por sí sola. Se trata de una tierra en la que se experimentan problemas económicos y problemas con la familia. Y es que un divorcio afecta a todos los miembros de la familia (sea la de origen, la política...), en mayor o menor grado. Y afecta de un modo especial a los hijos11.

ños mueren cuando la esperanza ya no tiene sentido. El resultado es la aflicción. Por otra parte, quienes iniciaron el matrimonio como un compromiso de por vida constatan cómo la solemne promesa se ha roto, por lo que es inevitable que surjan sentimientos de culpa. La aflicción y la culpa entran en conflicto en la personalidad de la persona separada o divorciada, dando lugar a una soledad que para algunos resulta insoportable. La situación se resume en que una persona se ve separada de otra a la que había aceptado como pareja de por vida y con la que había esperado y proyectado compartir el reto de vivir juntas. Ambas personas siguen viviendo, pero su vida en común ha muerto» (CONFERENCIA EPISCOPAL DE NUEVA ZELANDA, When Dreams Die).

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Se trata de un territorio confuso en el que también se recuerdan los buenos momentos... Esos momentos en los que casi hemos podido tocar las estrellas. También, en no pocas ocasiones, es tierra habitada por un cierto alivio, por una cierta calma y tranquilidad... Y también puede estar habitada por la conciencia profunda y auténtica de haber tomado la decisión correcta. A menudo es territorio que necesita un abordaje terapéutico, centrándose, sobre todo, en temas de separación-individuación, dolor-duelo, desarrollo personal, trabajo intrapsíquico, exploración de problemas en la familia de origen y, frecuentemente, aprendizaje de cómo volver a ser soltero/a. Es una tierra en la que la persona deberá enfrentarse, probablemente, al tema del fracaso y de la frustración12, algo que no es sencillo, máxime en nuestra falsa cultura del éxito. Fracaso que es conmoción interior, sacudida, alteración, debilitarse, hacerse trizas... La terapia, frecuentemente, debe ser considerada un proceso a largo plazo. A nivel general, podríamos decir que aquellas personas que han evitado «trabajar sus problemas» tienen muchas posibilidades de que estos se repitan, así como sus historias personales13.

11. «El divorcio es una experiencia dolorosa para los miembros de la pareja, pero es, asimismo, un tiempo muy duro para los niños. En opinión de Tayber (1992), la tristeza es la reacción primaria en estos niños. Es común que estos niños experimenten sentimientos de rechazo, y este sentimiento, como es sabido, constituye una de las antesalas de padecer baja autoestima, depresión y problemas en el colegio. También son frecuentes en estos niños sentimientos de enfado, impotencia y soledad. Temor acerca del futuro y desorientación en sus relaciones con otras personas constituyen una experiencia común». Cf. P. GUERRERO, «Los niños y el divorcio»: Padres y Maestros 278 (2003), 26-30. 12. En castellano, el verbo «fracasar», proviene del verbo italiano «fracassare», que significa «destrozar, hacer trizas». Asimismo, este verbo italiano proviene del latino «quassare», que significa «sacudir violentamente, agitar, conmover, alterar, debilitar». Por su parte, la etimología de la palabra «frustración» se corresponde con el latín «frustratı˘o, -ōnis», que significa «engaño, fraude, burla, vana esperanza, resultado contrario a lo que se esperaba» (el correspondiente verbo latino es «frustrare» que significa «engañar, burlar, hacer estéril, anular»). 13. No faltan personas que tienen la creencia interna de que «el único error que he cometido fue escoger a la persona que escogí como pareja». Estas personas evitan enfrentarse con sus propios problemas y proyectan todo el problema en su «ex». La experiencia nos dice que el olvido, la proyección y/o la negación no son buenas herramientas terapéuticas.

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Con frecuencia, el antiguo «modo de vida» es rechazado, y se producen cambios de trabajo, de residencia, reincorporación al mundo laboral, etc.14 Ambas personas deben encarar sus nuevas vidas como personas que ya no están casadas. A menudo, deben enfrentarse a la soledad, a la depresión, a la introspección... y tienen que tomar decisiones en relación con determinados cambios en sus vidas. Si hay hijos, también deberán enfrentarse a problemas ralacionados con la custodia, a la adaptación a un hogar monoparental, a la aparición de terceras personas (el «novio de mamá», «la novia de papá»). Estos problemas pueden complicar y prolongar la «estancia en tierra extranjera». Es tierra extraña, qué duda cabe, pero es una tierra en la que la tristeza, el dolor y la «muerte» no tienen la última palabra. Porque, sin duda, es una tierra habitada por Dios.

Verdaderamente ha resucitado «No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso. Más bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo. Enséñame que perdonar es lo más grande del fuerte, y que la venganza es la señal del débil. Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para triunfar del fracaso. Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme. Y si la gente me ofende, dame valor para perdonar. Señor, si yo me olvido de ti, no te olvides tú de mí». – M. Gandhi

El saludo pascual en las iglesias orientales es un diálogo en el que uno de los interlocutores proclama: «¡Cristo ha resucitado!», y el otro le responde: «¡Verdaderamente ha resucitado!». Es proclamación, es asentimiento y es profesión de fe. Pero, ante todo, es alegría compartida tras haber contemplado la vida y la muerte de Jesús y haber recibido el regalo de la

14. Para comprender mejor este camino a recorrer me resulta muy esclarecedor el excelente artículo de J.R. SHAPIRO, «A Brief Outline of a Chronological Divorce Sequence»: Family Therapy XI (1984), 269-278.

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resurrección del Señor. Es la alegría de quien ha descubierto que la vida no termina; que lo que termina es la muerte. Es el júbilo que grita: «¡Gracias, Señor, porque has muerto, pero no estás muerto!»; el júbilo de quien vive en primera persona el hecho de que Cristo resucitado viene con el «oficio de consolar» (Ignacio de Loyola). Como les ocurrió a los apóstoles aquel primer día de la semana15: ellos reciben la consolación y son enviados a consolar y a curar. La espiritualidad pascual constituye el corazón de nuestra fe. La Iglesia es fundada en el anuncio del Señor Resucitado. Esta espiritualidad se renueva día a día, cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía. Pues bien, esta conmemoración pascual es también imagen de cómo es nuestra vida y a qué estamos llamados («si el grano de trigo no muere...»). Nuestra vida es también paso de la muerte a la vida. Y no me refiero solo al final. Nuestra vida está llena de pequeñas muertes (y a veces no tan pequeñas). Se nos muere la juventud (y esto no hay «botox» que lo impida), y nos nace la sabiduría y la madurez. Se nos mueren ilusiones y sueños (porque, diga lo que diga la televisión, no podemos tenerlo todo en la vida), pero se nos afianza la esperanza. También se nos muere a veces nuestra autoimagen, pero puede nacer en nosotros una nueva imagen basada en la humildad, es decir, en la verdad. Se nos mueren también (gracias a Dios) algunas falsas imágenes de Dios: el dios sádico, el dios que solo parece preocuparse de un mandamiento (y que descuida sospechosamente otros, sobre todo los que tienen que ver con la justicia), el dios manipulable, el dios juez implacable (el que

15. «Sería bueno responder a la manera de Jesús. Cuando Jesús se apareció a los discípulos aquel primer día de la semana, tuvo la ocasión ideal para ponerles en su sitio. Le habían negado, le habían abandonado. Pero les saludó diciendo: «Paz a vosotros»; y agregó: «como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn. 20,20-21). Al aceptarlos, a pesar de su fracaso, les permitió salir al mundo como sus mensajeros. Jesús fue enviado por el Padre para sanar, para levantar y ayudar a otros a crecer. Sus seguidores también deben ser sanadores compasivos. El ministerio de Jesús se caracterizó por un amor que permitió a la gente despertar a su verdadero potencial. Su presencia alentó en ellos confianza; su comprensión y compasión levantaron sus corazones en esperanza, y así ocurrió la curación»: CONFERENCIA EPISCOPAL DE NUEVA ZELANDA, Healing Love. In support of Married People and Divorced Catholics (1 de enero de 1988).

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da más importancia al sábado y a la sumisión), el dios «facilón» (que me lo fabrico a mi medida), el dios intransigente (¿no seremos nosotros los que somos intransigentes?)... Pero vamos descubriendo, poco a poco, el verdadero rostro de Dios: aquel a quien Jesús llamaba «papá»; el Dios que «pierde el sentío» por sus hijos; el Dios que perdona setenta veces siete (es decir, siempre); el Dios que deja a los noventa y nueve «cristianos de toda la vida» y se desvive por encontrar al que está perdido; el Dios que conoce el barro de que estamos hechos; el Dios que tiene hambre y sed; el Dios que está enfermo y en la cárcel, que está desnudo... Y a veces se nos muere un amor (que no «el» amor). Puede que por nuestra culpa, por no haberlo cuidado lo suficiente, por no haber sido lo bastante generosos, por no haber respetado, por no haber sabido y/o querido buscar ayuda. Puede que sin culpa por nuestra parte... Y si esto ocurre, es responsabilidad nuestra lo que nace de esta situación. Porque las cicatrices nos recuerdan dónde hemos estado, pero no tienen que dictar adónde vamos. Puede ser momento para dejar entrar aire nuevo en nuestras vidas, como le ocurrió a la Iglesia con el Vaticano II16. Puede ser momento para constatar que el «fracaso» bien procesado nos abre a la esperanza y nos hace mejores personas. El divorcio, encarado de manera cristiana, puede ser paso de la muerte a la vida, de una manera de mirar el mundo y a uno mismo, a otra manera distinta; de un modo de vida a otro; de tener unos sueños a soñar con «unos cielos nuevos y una tierra nueva». No debemos cometer el error de considerar a las personas separadas y divorciadas como una especie de «categoría diagnóstica». No se trata de

16. «A quien me pregunta por qué soy un hombre de esperanza, a pesar de la actual crisis, le respondo: Porque creo que Dios es nuevo cada mañana. Porque creo que está creando el mundo en este mismo momento. [...] Soy optimista porque creo que el Espíritu Santo es siempre el Espíritu creador que ofrece cada mañana, a quien sabe acogerlo, una libertad nueva y una gran dosis de alegría y de esperanza. [...] Yo creo en las sorpresas del Espíritu Santo. Juan XXIII fue una de ellas. El Concilio, otra. No esperábamos ni al uno ni al otro. ¿Quién se atrevería a decir que la imaginación y el amor de Dios se han agotado? Esperar es un deber, no un lujo. Esperar no es soñar, sino el modo de transformar un sueño en realidad. ¡Felices los que tienen la audacia de soñar y están dispuestos a pagar el precio necesario para que su sueño tome cuerpo en la historia de los hombres!» (Cardenal Suenens)

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personas que hayan de limitarse a recibir ayuda. Ellas mismas tienen un papel que desempeñar en la vida de la comunidad, y son ciertamente muchas las personas que, a partir de su propia experiencia de sufrimiento, pueden acompañar a otras que tratan de superar sus dificultades matrimoniales. Quienes han vivido el dolor de una ruptura matrimonial están llamados a compartir su valor y su fe con quienes se encuentran en una situación similar17. Son personas que, como María Magdalena, los de Emaús y los discípulos «encerrados por miedo a los judíos», pueden recibir la paz, la misión y el Espíritu del Señor.

Una historia para terminar... Se cuenta el relato de tres peregrinos que, yendo de camino a Tierra Santa, se quedaron aislados del resto de la caravana en la que viajaban, debido a una tormenta de arena. Se encontraron solos en medio del desierto sin más provisiones que una simple manzana. Cada uno de ellos rezó a Dios. El primero pidió que Dios transformara esa manzana en mil, para que tuvieran comida suficiente para el resto del viaje. El segundo le pidió a Dios que hiciera que esa manzana que tenían creciera y se hiciera lo bastante grande como para alimentarles durante mucho tiempo. El tercero rezó así: «Señor de la vida, haznos pequeños para que esta manzana que nos has dado en tu bondad pueda servirnos de alimento en nuestro camino». El divorcio, como toda experiencia crítica en nuestra vida, puede ser ocasión para que, en lugar de pedir que se realicen cambios en la «manzana» (cambios que, sin duda, también serán necesarios), seamos conscientes de los cambios que necesitamos realizar en nosotros mismos. Probablemente, solo así podremos responder «a la manera de Jesús» y descubrir que, si seguimos a un Resucitado, ninguna tierra nos es del todo «extraña».

17. Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL DE NUEVA ZELANDA, When Dreams Die.

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