Cambios socioeconómicos a partir de la década del ´70: los casos de Argentina y Chile

September 25, 2017 | Autor: Daniel Schteingart | Categoría: Economic History, Historia Argentina, Historia de Chile, Desarrollo Económico
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Descripción

Daniel Schteingart – DNI 31.925.673 – Política Latinoamericana – Cát. Toer – UBA – noviembre 2008

Cambios socioeconómicos a partir de la década del ´70: los casos de Argentina y Chile* Daniel Schteingart

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Introducción

Si observamos ciertos indicadores de calidad de vida en Argentina y Chile y su evolución desde 1970 hasta el presente concluiremos que sus trayectorias son bien divergentes. En el caso argentino, la mayoría de las variables socioeconómicas revela un estancamiento o retroceso desde entonces; en Chile, muchas de ellas muestran, a simple vista, una fuerte mejora. ¿Qué es lo que explica este contraste? ¿Son estas divergencias entre ambos países realmente tan acentuadas? ¿En qué aspectos no lo son? En este trabajo intentaremos, pues, comprender el por qué de estos rumbos, en líneas generales, contrapuestos entre ambos países y ver, también, en qué se han parecido. Decimos “en líneas generales” porque somos más cautelosos al hablar del “milagro” chileno que puso en marcha Pinochet y profundizó la Concertación. Es cierto que muchos indicadores muestran que la situación socioeconómica en Chile ha mejorado desde entonces, pero hay otros que relativizan tal afirmación. Cabe recalcar que nuestro punto de partida en el tiempo corresponde a lo que se llamó el auge del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) que, hacia los ´70, comenzó a sufrir transformaciones de raíz, para ser reemplazado por uno neoliberal. Más adelante profundizaremos sobre las características y las diferencias entre ambos modelos socioeconómicos. Por ahora, comenzaremos con la comparación de la evolución, desde mediados de siglo XX, de varias variables sociales y económicas entre ambos países para luego sí intentar explicar qué es lo que hay detrás de estos datos. Una lectura del desempeño de las principales variables socioeconómicas entre principios de los ´70 y la actualidad A continuación, compararemos el desempeño de los siguientes variables socioeconómicas: crecimiento del 1

PBI per cápita , tasa de mortalidad infantil, esperanza de vida, tasa de analfabetismo, IDH, distribución del ingreso, tasa de pobreza, tasa de indigencia y tasa de desempleo. Crecimiento del PBI per cápita Entre 1950 y 1973 –época de consolidación de la ISI en Chile- el PBI per cápita creció, como se ve en el gráfico I, pero lentamente. La tasa promedio anual de crecimiento del PBI per cápita fue de 1,16% (si *

Artículo elaborado para la materia Política Latinoamericana, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Segundo Cuatrimestre de 2008. ** Estudiante de Sociología (UBA). E-mail: [email protected] 1 A menos que se indique lo contrario, los datos son de elaboración propia en base a información de la CEPAL (http://websie.eclac.cl/sisgen/ConsultaIntegrada.asp?idAplicacion=6&idTema=151&idioma=e)

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excluimos el conflictivo gobierno de Allende, la tasa asciende a 1,51%), muy por debajo del promedio de otras regiones (por ejemplo, Europa Occidental y los países del Este asiático crecieron entre el 3 y el 4% anual 2) (Llach, 1997). Incluso, Chile creció más lentamente que la media latinoamericana, que era del 2,54% (2,29% si tomamos 1950-1970). Luego del golpe de Pinochet, la economía chilena fue muy inestable hasta 1985, año en el cual se inicia un fuerte crecimiento sostenido que se prolonga hasta nuestros días. Entre 1975 y 1983, la tasa de crecimiento per cápita anual, en promedio, fue de tan sólo el 0,12%, con períodos de fuerte caída (1973-75 y 1981-84) y de intenso crecimiento (1976-80 y de 1985 en adelante). Cuando Pinochet dejó el gobierno en 1990, el tamaño del PBI per cápita era apenas un 29,12% superior a 1973.

Gráfico I: PBI per cápita a precios constantes de mercado (dólares de 2000) en Chile. Elaboración propia en base a datos de la CEPAL.

Sin embargo, dejó una economía aparentemente “en marcha”, que los posteriores gobiernos de la Concertación apenas retocaron. El “éxito” del modelo neoliberal chileno parece mucho mayor si se incluyen los gobiernos democráticos iniciados a partir de 1990. Entre 1990 y 2007, el PBI per cápita creció a razón de 3,89% con sólo un año de crecimiento negativo (1999). Así, en 2007 el PBI per cápita era casi el doble de 1990; 2,5 veces mayor al de 1973 y 3,4 veces superior al de 1950. Si tomamos como inicio de la aplicación del neoliberalismo en Chile el año 1975, con la llegada de los Chicago Boys al ministerio de Economía chileno, el PBI per cápita en 2007 era 3 veces mayor. En suma, este indicador parece ser un caballito de batalla para los apologéticos del modelo neoliberal chileno. 2

No colocamos la cifra exacta dado que las cifras de Llach están tomadas de Maddison y las nuestras de la CEPAL, con lo cual es probable que haya un cierto desajuste.

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En cambio, la dislocación del modelo ISI y la instauración del neoliberalismo en Argentina tuvieron resultados muy distintos a los de Chile en materia de crecimiento del PBI. Entre 1950 y 1976 –este último año fue un punto de inflexión en el desmantelamiento de la ISI, con la llegada de Martínez de Hoz al ministerio de Economía del gobierno de facto- el PBI per cápita argentino creció a razón del 1,58% anual (cifra que se eleva a 1,86% si excluimos los años 1975 y 1976, de fuerte 3

crisis política, social y económica ). En el gráfico II podemos ver que este período estuvo signado por la imposibilidad de un crecimiento sostenido (lo que se conoció como stop and go), cuya causa principal la encontramos en la heterogeneidad 4

de la estructura productiva , que generaba un cíclico estrangulamiento de la balanza de pagos. El período 1971-76 fue, a grandes rasgos, de crecimiento nulo a la vez que la inflación crecía a ritmos vertiginosos. Tanto en Argentina como en Chile, cuando los militares llegaron al poder, la situación económica era bastante caótica. Si los diagnósticos, en ambos casos, de la crisis económica habían tenido puntos en común –excesiva influencia del Estado, demasiado poder de los sindicatos, inflación contenida, “aislamiento” del mercado internacional, etc.-, las aplicaciones de las políticas económicas llevaron a distintos resultados en uno y otro caso. En materia de crecimiento económico, el PBI per cápita argentino era un 4,10% menor en 1983 –año del retorno de la democracia- que en 1976. Pero no sólo eso: la estructura socioeconómica argentina había cambiado sustancialmente. Vuelta la democracia en 1983, la economía argentina no pudo nunca recuperar un sendero de crecimiento sostenido, a diferencia de Chile. Como se ve en el gráfico II, se alternan fases de aumento del PBI per cápita con otras de descenso. El resultado global es elocuente: el PBI per cápita argentino era, en 2002, un 6,60% menor al de 1983, (cifra que asciende a un 10,42% comparada con 1976 y a un 13,75% respecto a 1974, año más alto dentro de la ISI).

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Algunos autores, como Repetto (2001), consideran que el Rodrigazo de 1975 –una serie de medidas económicas de tinte ortodoxo- preanuncian el fin de la ISI. Sin embargo, como no se pudo aplicar con demasiada constancia fruto de las resistencias de distintos sectores, no lo consideramos como real punto de inflexión. Por cuestiones de espacio, quedará para otro trabajo la cuestión de si el Rodrigazo fue una medida extemporánea o si fue el resultado de las tensiones originadas a partir del Plan Gelbard de 1973. 4 Con este concepto nos referimos a la coexistencia de dos sectores productivos –el agrario y el industrialcon productividades y costos distintos. El sector agrario generaba las divisas necesarias para la importación de maquinaria necesaria para el desarrollo del sector industrial (Diamand, 1973 y Braun, 1975).

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Gráfico II: PBI per cápita a precios constantes de mercado (dólares de 2000) en Argentina. Elaboración propia en base a datos de la CEPAL.

Cabe recalcar que el nivel de PBI per cápita, en la ISI, era muchísimo mayor en Argentina que en Chile: en 1970, era de 6910 dólares en el primero y de 2474 en el segundo5; en 2002, en Argentina había caído a 6456 dólares, mientras que en Chile había crecido a 5061. Los siguientes gráficos muestran cómo Chile se acercó mucho a la Argentina en materia de renta por habitante.

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Datos tomados de la CEPAL, PBI per cápita en dólares a precios constantes de 2000.

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Gráfico III: Comparación del PBI per cápita a precios constantes de mercado (dólares de 2000) en Chile y Argentina. Elaboración propia en base a datos de la CEPAL.

Gráfico IV: Relación del PBI per cápita entre Argentina y Chile (PBI Argentina / PBI Chile). Elaboración propia en base a datos de la CEPAL.

Relación PBI per Cápita entre Argentina y Chile (1950-2007)

4,00 3,50 3,00 2,50 2,00 1,50 1,00 0,50 2005

2002

1999

1996

1993

1990

1987

1984

1981

1978

1975

1972

1969

1966

1963

1959

1956

1953

1950

0,00

Analizando el gráfico IV vemos que la relación entre los PBI per cápita de ambos países se mantuvo estable entre 1950-1970, siendo el de Argentina aproximadamente 2,5 veces mayor al de Chile. La crisis económica chilena se desató en 1971, mientras que la Argentina en 1975: ello explica que entre estos años la relación entre los PBI per cápita haya crecido hasta ser 3,60 veces en 1975. Sin embargo, a partir de allí,

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la relación se empieza a achicar sostenidamente (excepto durante la crisis económica chilena de 1981-85, que fue más intensa que la que sufrió Argentina entre 1981-82) hasta llegar a ser tan sólo 1,28 veces mayor en 2002. Entre 2002 y 2007, la relación vuelve a aumentar a favor de la Argentina, pero de manera muy suave. Hay otros indicadores que también confirman este diferente desempeño entre ambos países. Veamos los tres gráficos siguientes: Gráfico V: Esperanza de vida al nacer para ambos sexos en Argentina y Chile (1950-2010). Datos de la CEPAL.

Gráfico VI: Tasa de analfabetismo de la población de 15 años y más en Argentina y Chile (19702005). Datos de la CEPAL.

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Gráfico VII: Tasa de mortalidad infantil para ambos sexos por 1000 nacidos vivos en Argentina y Chile (1950-2010)

Para los tres indicadores (esperanza de vida al nacer, tasa de mortalidad infantil y tasa de analfabetismo) se observa que el rendimiento de Chile, desde 1970 en adelante, es mucho más satisfactorio que el de Argentina. Si en 1950 Chile la esperanza de vida era de casi 55 años (estaba octavo entre los países de América Latina en esperanza de vida, por detrás de Uruguay, Argentina, Paraguay, Cuba, Panamá, Costa Rica y Venezuela), en la actualidad es de 78,5 años, sólo por detrás de Costa Rica. En cambio, la esperanza de vida en Argentina era de 62,7 años en 1950 (sólo superada por Uruguay); actualmente, es de 75 años, cayendo al séptimo puesto (a la zaga de Costa Rica, Chile, Uruguay, México, Cuba y Panamá). En la primera mitad de la década del ´80 fue que Chile superó a Argentina en este indicador. El comportamiento de la mortalidad infantil fue, en ambos países, muy similar al de la esperanza de vida (de hecho, son variables que están emparentadas). Si en 1950, en Chile la mortalidad infantil era de 120 por mil, ocupando el octavo puesto en América Latina, actualmente es de 5 por mil, sólo por detrás de Cuba. En cambio, Argentina pasó del segundo puesto en 1950 (detrás de Uruguay), con 66 muertos por mil nacidos vivos al quinto en la actualidad, con 13 por mil (a la zaga de Uruguay, Cuba, Costa Rica y Chile). Como ocurre con la esperanza de vida, la mortalidad infantil pasó a ser menor en Chile que en Argentina en la primera mitad de los ´80. Veamos ahora el desenvolvimiento del analfabetismo en ambos países a partir de 1970. En este año, el 12,4% de la población mayor de 15 años en Chile era analfabeta, a la zaga de Uruguay, Argentina, Cuba y Costa Rica. En Argentina, por su parte, sólo el 7% de la población mayor de 15 años era analfabeta, sólo por detrás de Uruguay. En 2005, Chile sigue por detrás de Argentina en esta materia, pero la brecha ha disminuido sensiblemente: en el primer país, la tasa ha descendido al 3,5%, mientras que en el segundo al 2,8%, por detrás de Cuba y Uruguay. Es decir, la diferencia entre ambos países se achicó de 5,4% en 1970 a tan sólo 0,7% en 2005.

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Gráfico VIII: Evolución del IDH en Argentina y Chile (1975-2005). Elaboración propia en base a datos del PNUD.

Evolución de IDH en Argentina y Chile (19752004) 0,9 0,85 0,8

Argentina

0,75

Chile

0,7 0,65 0,6 1975

1980

1985

1990

1995

2000

2004

El índice de desarrollo humano (IDH), creado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a principios de los ´90, resume, básicamente los indicadores anteriores (más algunos otros que aquí omitimos)6. Como se puede ver, en 1975, Argentina le llevaba una distancia de casi 0,1 en el IDH, que en 2004 pasó a ser casi nula. En síntesis, podemos discutir si Chile realmente se “desarrolló” con el neoliberalismo7, pero es innegable que su rendimiento fue, al menos en términos de calidad de vida, mucho mejor que el argentino. No obstante, en otros aspectos, el desempeño de Chile no fue para nada satisfactorio, pareciéndose, por momentos al de Argentina. Tomaremos tres indicadores que muestran trayectorias más convergentes en ambos países: la distribución del ingreso, la pobreza y el desempleo. Veamos, primero, qué pasó con la distribución del ingreso en ambos países a partir del último tercio del siglo XX. Como se sabe, hay dos formas de medirla: una se calcula a partir de la distribución de los ingresos de cada uno de las familias del país. A partir de complejas cuentas matemáticas, se sacan coeficientes: uno de ellos es el de Gini, que oscila entre 0 –la riqueza se reparte exactamente igual para todos- y 1 –toda la riqueza se concentra en un solo individuo-. La otra forma es la distribución funcional del 8

ingreso, en el cual se calcula la participación de los salarios dentro del PBI . 6

El IDH tiene tres dimensiones: una económica, que se manifiesta en el PBI per cápita (con paridad de poder adquisitivo); una ligada a la salud (que se mide con la esperanza de vida y la tasa de mortalidad infantil) y otra a la educación (operacionalizada con la tasa de analfabetismo y escolarización). 7 Por ejemplo, para Gervasoni (2005), Chile está muy cerca de convertirse en un país desarrollado; en cambio, Caputo (2000) cuestiona esta afirmación. La concepción del desarrollo de ambos autores es bastante distinta; si para el primero, el PBI per cápita, la tasa de analfabetismo, la esperanza de vida, la tasa de mortalidad infantil o la cantidad de personas con acceso a Internet son variables que definen el desarrollo, para Caputo son más relevantes la composición de la estructura productiva y su capacidad de creación de empleo, la desigualdad social y la vulnerabilidad en el frente externo. 8 Según Schatan (2004), la masa global de salarios y la masa de excedentes de explotación de las empresas “representan alrededor del 80% del PIB, siendo los otros dos componentes la depreciación del capital fijo y los impuestos indirectos netos. Si bien los montos por depreciación podrían sumarse, al menos

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Gráfico IX: evolución del coeficiente Gini en Santiago de Chile (1958-2001). Elaboración propia en base a datos de Schatan (2004)

El gráfico muestra claramente que desde mediados de los ´70, con la puesta en práctica, por parte de la dictadura pinochetista, de las reformas estructurales –que estudiaremos luego- la desigualdad creció muy fuertemente, con un pico en el período 1987-90. Los posteriores gobiernos democráticos de la Concertación no han tenido mucho éxito en la disminución de la desigualdad, que aún sigue en niveles altísimos y muy por encima del período de posguerra.

en parte, a los excedentes de explotación, dado que significan una recuperación de capital invertido, cosa que los asalariados no pueden hacer con su propio capital invertido en, por ejemplo, su ropa de trabajo, preferimos, para efectos de la simplicidad del cálculo no introducir estas consideraciones, que llevarían como se verá - a incrementar la disparidad entre esos dos elementos principales. Por tal motivo, con base en los datos del Banco Central (…) se tomará el 80% del PIB como el 100% de la suma de dichos dos componentes”.

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Gráfico X: Evolución del Coeficiente Gini en Argentina (1974-2006). Elaboración propia en base a datos de Benza y Calvi (2005).

Evolución del coeficiente Gini en Argentina (1974-2006)

0,490 0,470 0,450 0,430 0,410 0,390 0,370 0,350

GBA

I-2006

II-2004

I-2003

II-2001

I-2000

II-1998

I-1997

II-1995

I-1994

II-1992

I-1991

II-1989

I-1988

II-1986

II-1982

Total

II-1974

Gini

0,550 0,530 0,510

Año

En Argentina, el aumento de la desigualdad es aún más dramático que en Chile, pues a principios de los ´70 la sociedad argentina era bastante más igualitaria que la chilena (en 1974, primer año del que se tiene rastro del Gini en Argentina, este coeficiente era de 0,35 contra 0,47 que tenía Chile). Como se puede observar, entre 1974 y 2002 hay una tendencia fuertemente alcista del Gini, con varios “picos”: 1982 –que coincidió con una severa crisis económica en Argentina-, 1989 –año de la hiperinflación-, 1995 –recesión por el “efecto Tequila”- y 2002 –crisis social, económica y política producto del agotamiento de la Convertibilidad-. Durante los ´90, la Argentina tuvo índices de desigualdad menores a los de Chile, pero el aumento creciente de ésta llevó a que en 2002 prácticamente coincidieran. En suma, en ambos países, entre 1970-2002 la desigualdad creció fuertemente; entre 2002-2006, disminuyó suavemente en sendos casos. Si analizamos la distribución funcional del ingreso, confirmamos que la riqueza tendió a 9

concentrarse desde los ´70 en adelante .

9

Para el caso de Chile, llegamos hasta 1993, pues las mediciones, que las hacía el Banco Central, dejaron de hacerse. En el caso argentino, hay dos series, una “máxima” y otra “mínima”, que surgen de la convergencia de distintas series (en Argentina distintas instituciones midieron, en distintas épocas, la distribución funcional del ingreso). La serie unificada fue realizada por Juan Graña (2007).

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Gráfico XI: Distribución funcional del ingreso en Chile (1970-1993). Elaboración propia a partir de datos de Schatan (2004).

Distribución funcional del ingreso en Chile: porcentaje de participación de salarios en el PBI 100,00% 90,00% 80,00% 70,00% 60,00%

Excedentes Explotación

50,00%

Remuneración Asalariados

40,00% 30,00% 20,00% 10,00% 0,00% 1970

1980

1990

1993

Como se puede ver, entre 1970-1990, disminuye la participación de los asalariados en el PBI y aumenta la explotación de los capitalistas. Si en 1970 la masa salarial era 1,1 veces la masa de excedentes, en 1990 la masa de excedentes es más de 1,3 veces la masa de salarios. Según Schatan (2004), el empeoramiento en la distribución del ingreso es aún mucho más grave si tenemos en cuenta que dentro de los “asalariados” aparecen los gerentes y ejecutivos de las empresas, con salarios muy elevados (que crecieron mucho durante el período) y que dentro de los “excedentes de explotación” aparecen los cuentapropistas,

muchos de

ellos microempresarios y trabajadores independientes de

escasa

10

remuneración .

10

En este trabajo, se realiza un profundo análisis de la distribución del ingreso que, aquí, por razones de espacio y simplicidad, no reproduciremos. En este artículo, el autor desagrega los datos en función de, entre otros, el nivel de educación, región geográfica, género, tipo de ocupación, teniendo una visión mucho más compleja que la aquí expuesta. Para el caso argentino, Benza y Calvi (2005), Lindemboim et al (2006) y Graña (2007) también descomponen los datos en función de otras variables, enriqueciendo mucho la descripción sobre la evolución de la distribución del ingreso.

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Gráfico XII: Distribución funcional del ingreso en Argentina (1935-2005). Tomado de Graña (2007).

Como se observa en el gráfico precedente, los salarios tuvieron una alta participación en el PBI durante los dos gobiernos peronistas (claramente por arriba del 40%), para luego oscilar entre un 30 y un 40% entre 1955 y 1970, volviendo a llegar a un alto nivel en 1974. A partir de 1975/6, se produce una drástica transferencia de recursos del trabajo al capital, cayendo la participación asalariada en el PBI a menos del 30% en 1976. Con algunas breves recuperaciones, nunca se volvió a alcanzar los niveles de la posguerra. En 1982, 1989 y 2002, la masa global de salarios llegó a niveles realmente mínimos. Esto –no casualmente- coincide con los picos del coeficiente Gini señalados más arriba. Es decir, la evolución de la distribución funcional del ingreso confirma la del coeficiente Gini: en ambos países se produjo un sensible aumento de la desigualdad a partir de los ´70. Sin embargo, en Argentina –que partía de un nivel relativamente igualitario- este retroceso fue mucho mayor al de Chile. Otras de las variables a analizar son la pobreza e indigencia. Cabe realizar una aclaración: en Chile, la pobreza medida por nivel de ingresos recién comenzó a hacerse en 1987, con la creación del CASEN (Caracterización Socioeconómica Nacional). Sin embargo, hay algunas conjeturas sobre el posible nivel de pobreza a principios de los ´70: en 1974 se elaboró un “Mapa de la Extrema Pobreza”, que definía la extrema pobreza, sobre todo, en función de la calidad de la vivienda (Repetto, 2001). Según este estudio, un 21% de la población chilena vivía bajo la extrema pobreza en 1970; en 1982, un nuevo “Mapa de la Extrema Pobreza” señalaba que este porcentaje se había reducido al 14%, en gran parte gracias al equipamiento de muchas viviendas. En cambio, para Raczynski (1986), esta medición de la pobreza oculta que, en realidad, debido al aumento del desempleo y la caída de los ingresos de un gran número de familias a partir de 1973, la pobreza en función de los ingresos aumentó en Chile. La indigencia (ingresos menores a la canasta básica de alimentos), según Raczynski, pasó del 10% en 1969 al 32% en 1983. Según Tironi

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(1990), la pobreza en Chile habría crecido de un 28,5% en 1970 a un 44,3% en 1980. Para Altimir (1987), en 1970, el 17% de los hogares chilenos era pobre y el 6,5% indigente, mientras que en 1987 esa cifra había subido a 38% y 14% respectivamente. En suma, pareciera entonces que la pobreza medida por ingresos creció fuertemente a partir de 1970 hasta llegar al cerca del 50% de la población a fines de la década del ´80. Posteriormente, como se ve en el gráfico XIII, la pobreza y la indigencia bajan sostenidamente, con mayor aceleración entre 1987-1994 que entre 1996-2003. Así, si en 1987 el 45% de la población era pobre y el 19% indigente, en 2006 esa cifra se había reducido a 13% y 3%, respectivamente. Es decir, en Chile, la pobreza disminuyó fuertemente en los ´90, no así la desigualdad. Gráfico XIII: Evolución de la pobreza e indigencia en Chile (1987-2006). Elaboración propia en base a datos del CASEN.

Evolución de la pobreza e indigencia en Chile (1987-2006) 50,0% 40,0% 30,0%

Pobreza

20,0%

Indigencia

10,0% 0,0% 1987 1990 1992 1994 1996 1998 2000 2003 2006

En Argentina, el desenvolvimiento de la pobreza y la indigencia desde 1974 fue muy negativo. Si en este año tan sólo el 6% de la población era pobre y el 2% indigente, a partir de entonces comenzó una tendencia alcista, con varios picos (que coinciden con los de desigualdad): 1982 (31%), 1989 (49%) y 2002 (55%). En los primeros años de los ´90, tras la estabilización económica post-hiperinflación, la pobreza llegó a menos del 20%, pero a partir del Efecto Tequila ya no bajó del 25% para luego dispararse con la crisis de 2001. A partir de 2003, la pobreza tendió a bajar para llegar a un 28% en 2006.

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Gráfico XIV: Evolución de la población pobre e indigente en el Gran Buenos Aires (1974-2006). Elaboración propia en base a datos de Calvi y Benza (2006).

Evolución de la población pobre e indigente en el Gran Buenos Aires (1974-2006)

En porcentaje

60,0% 50,0% 40,0% Pobreza

30,0%

Indigencia

20,0% 10,0% I-2006

II-2004

I-2003

II-2001

I-2000

II-1998

I-1997

II-1995

I-1994

II-1992

I-1991

II-1989

I-1988

II-1985

II-1982

II-1974

0,0%

La última variable que compararemos es la tasa de desempleo. Como se puede ver en el gráfico XV, en Chile, el desempleo fue muy reducido hasta el gobierno de Pinochet (entre un 4 y un 6% aproximadamente). La crisis económica desatada al final del gobierno de Allende, sumado a las reformas estructurales iniciadas en 1975, elevaron el desempleo muy por encima del 10%. Con la crisis económica de 1981-84, el desempleo llegó al 20%, para luego, con el período de crecimiento sostenido inaugurado en 1985/6, empezar a bajar hasta ubicarse, en promedio, en un 7% durante los ´90. (En el gráfico, la serie se corta en 2000, pero entre 2000-06, la tasa de desempleo se ha mantenido relativamente estable).

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Gráfico XV: Evolución de la tasa de desempleo en Chile (1966-2000). Elaboración propia en base a datos del Banco Central de Chile.

Evolución del desempleo en Chile (1966-2000) 25,0% 20,0% 15,0% 10,0% 5,0%

2000

1998

1996

1994

1992

1990

1988

1986

1984

1982

1980

1978

1976

1972

1970

1968

1966

0,0%

Hasta mediados de los ´70, Argentina fue un país con pleno empleo (cifras menores al 5% en general). A partir de las transformaciones operadas con la Proceso de Reorganización Nacional (como se autodenominaron los golpistas argentinos), hubo cambios significativos dentro del mercado de trabajo, sobre todo, debido a la expulsión de mano de obra del sector industrial, a la estratificación salarial y al aumento del cuentapropismo (Benza y Calvi, 2005 y Palomino y Schvarzer, 1996). Ello en parte explica que, más allá del deterioro económico, no haya aumentado el desempleo: muchas personas se “refugiaron” en el cuentapropismo. Sin embargo, en los ´90, el desempleo se disparó, en parte porque el gran crecimiento de los despidos –también motivados por el achique del sector público- terminó por saturar el cuentapropismo, que dejó de ser rentable. En los ´90, el desempleo también creció por el aumento de la productividad (dado que menos trabajadores son necesarios para producir la misma cantidad de bienes) y de la tasa de actividad. Este último fenómeno ha tenido dos explicaciones: los neoliberales adujeron que, dada la estabilización económica, ahora más personas se lanzaron al mercado de trabajo pues el salario no se les licuaría. Otras investigaciones afirman que ante el deterioro de la situación de los jefes del hogar, los demás integrantes de la familia se lanzaron a la búsqueda de empleo. Si en Chile el desempleo “explotó” en los ´80 debido a los efectos de las drásticas reformas económicas, en Argentina ocurrió en los ´90, década en la cual Chile había logrado disminuir el desempleo a menos del 10%. Sin embargo, en este último país, el desempleo sigue siendo relativamente elevado, si lo comparamos con las cifras del período de la ISI.

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Gráfico XVI: evolución del desempleo en Argentina (1974-2006). Elaboración propia en base a datos de la EPH.

Evolución del desempleo en Argentina (19742006) 25,0% 20,0% 15,0% 10,0% 5,0% II-2006

I-2003

I-2002

I-2001

I-2000

I-1999

I-1998

I-1997

I-1996

1994

1992

1990

1988

1986

1984

1981

1974

0,0%

En resumen, del análisis de los indicadores anteriores podemos tener algunas conclusiones: las condiciones de vida en Argentina, en prácticamente todos los aspectos, se han deteriorado a partir de mediados de los ´70: el PBI per cápita se ha mantenido estancado, la desigualdad del ingreso, la pobreza, la indigencia y el desempleo crecieron; si bien el IDH creció, lo hizo a un ritmo relativamente lento. En cambio, en Chile, los resultados no son tan claros. En muchos aspectos, la calidad de vida de los chilenos ha mejorado desde entonces: la mortalidad infantil ha disminuido a tasas muy rápidas, y la esperanza de vida ha aumentado velozmente; se ha reducido fuertemente el analfabetismo; la economía ha crecido a altas tasas en los últimos veinte años. Sin embargo, la desigualdad creció significativamente desde 1970 y aún no se han logrado fuertes mejoras al respecto; por otro lado, si bien la pobreza viene disminuyendo desde 1987 y ahora está en tasas relativamente bajas para lo que es América Latina, no hay que olvidar que en los ´70 y los ´80 aquélla creció fuertemente. Recién hacia 1998 volvió a alcanzar los índices de 1970 (si es que tomamos las cifras de Altimir). En cuanto al desempleo, más allá de que en Chile se ha podido 11

disminuir en los ´90, comparado con los ´80, el nuevo piso es más alto que en los años ´60 . Ahora bien, ahora estamos en condiciones de indagar acerca de la pregunta central de este trabajo: ¿por qué el rendimiento dispar de ambos países desde mediados de los ´70? ***

Los treinta años que siguieron a la segunda posguerra fueron denominados “años dorados”, y no injustificadamente: en muchos países –sobre todo, en los de Europa, EEUU, los de América Latina, los del Este asiático y Oceanía- se conjugaron diversos factores que permitieron un “círculo virtuoso” en el proceso de acumulación capitalista: entre otros, crecimiento del PBI per cápita, aumento de la productividad, 11

Hay otros indicadores que se podrían analizar, como la evolución del salario real, la precarización laboral, la composición del PBI, etc., pero que por razones de espacio dejaremos de lado.

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crecimiento de los salarios reales, mayor integración social, fuerte mejora de los niveles de vida . En los países desarrollados se extendió un “Estado de bienestar”, con fuerte injerencia en los procesos económicos y con mayores atribuciones sociales que los modelos de Estado capitalista que habían existido hasta ese momento. En América Latina, la versión vernácula del Estado de bienestar fue el Estado ligado a la industrialización por sustitución de importaciones (ISI), también intervencionista, pero en un marco distinto al de los países desarrollados. Tanto Argentina como Chile vivieron un período de ISI, impulsada a partir de la crisis del ´30 y consolidada a partir de 1945. Sus principales características eran el carácter cíclico del crecimiento económico, producto de una estructura productiva desequilibrada y supeditada a sus restricciones externas; una intensa conflictividad social por la apropiación del ingreso (que tanto en Argentina como en Chile llegó a niveles dramáticos a principios de los ´70); la orientación de la gran mayoría de la producción hacia el mercado interno; una fuerte presencia del Estado en la economía, ya sea regulando el comercio exterior (por ejemplo, mediante el uso de barreras arancelarias o derechos de exportación), el tipo de cambio y la tasa de interés, otorgando subsidios a tasas de interés real negativas, creando empresas públicas o 13

monopolizando los servicios públicos; una relativa igualdad e integración social

y, entre otras cosas, una

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“hegemonía política compartida” , en tanto las relaciones de fuerza entre los diversos actores sociales era más o menos pareja. Hacia fines de los ´60, el modelo de acumulación de posguerra fordista comenzó a mostrar signos de agotamiento en los países centrales (caída de productividad, descenso de la tasa de ganancia, “indisciplina” sindical, etc.) que fueron agravados por la crisis del petróleo de 1973 (López y Díaz Pérez, 1990). Si en América Latina, durante los ´70, la crisis no se hizo del todo evidente, fue porque el endeudamiento con el exterior (en un contexto de fuerte liquidez internacional) oxigenó un tanto nuestras desequilibradas economías. Sin embargo, la crisis estallaría en los ´80, período en el cual las condiciones internacionales cambiaron fuertemente, sobre todo debido a la severa iliquidez internacional y el alza en las tasas de interés. Es en este marco en el que se dieron los golpes militares en Chile y en Argentina. A diferencia de la dictadura brasileña de 1964-85, que se propuso profundizar el modelo de desarrollo industrialista iniciado desde los ´30, los golpistas chilenos y argentinos procuraron una transformación estructural de ambas sociedades. Ambas dictaduras no fueron sólo militares, sino que fueron cívico-militares, es decir, contaron con una base social de apoyo: en ambos casos, buena parte de la clase media y el empresariado vio con buenos ojos que alguien “pusiera orden” una situación que se encontraba desbordada, en Chile, por la polarización de la sociedad durante el gobierno de Allende y, en Argentina, por la creciente espiral de violencia política entre 1973-1976, con la presencia de grupos guerrilleros como Montoneros o ERP. Sin

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Los países del bloque socialista también mejoraron sus niveles de vida, pero con un modelo socioeconómico, obviamente, no capitalista. 13 Tironi (1997) utiliza el concepto “arreglo democrático” para referirse a esta mayor integración social en un contexto de democracia política. En el caso argentino, esta expresión es más relativa pues, si bien se dio un proceso de mayor igualación social, los sucesivos golpes de Estado alteraron la institucionalidad política. 14 El término es utilizado por Castellani (2002), refiriéndose al caso argentino, pero también es extensible al chileno, donde existió un modelo de política a “tres bandas” (derecha, centro e izquierda) en la cual ninguna era realmente hegemónica sobre las demás.

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embargo, las medidas que tomarían ambas dictaduras beneficiarían sólo a una parte de su base social –los grandes empresarios- y perjudicarían a buena parte de ella, como por ejemplo, a los pequeños y medianos empresarios ligados al mercado interno. Por ello, con el correr de los años, los sostenes cívicos de los gobiernos militares fueron más que nada los grupos empresariales más beneficiados con las políticas de reforma –por ejemplo, los ligados al mercado mundial o al sector financiero-. En ambos casos, los principales perdedores fueron los trabajadores: como vimos más arriba, la participación de los salarios en el PBI cayó fuertemente en ambos países, aumentando el excedente capitalista. A esto hay que agregar que la productividad laboral creció en ambos países, sobre todo debido a las medidas de apertura económica que favorecieron la modernización tecnológica –más que nada en Chile-, con lo cual la tasa de explotación creció aún más.

Los golpistas argentinos del ´76 ya no creían que el “populismo” peronista –expresión política de la industrialización sustitutiva- pudiera servir de barrera de contención contra la “subversión”, sino que, más bien, la fomentaba. Por ello, a diferencia de golpes militares anteriores –como el de la Revolución Argentina de 1966-, el diagnóstico ahora era mucho más radical: para vencer al “enemigo comunista”, era necesaria no sólo la represión, sino la transformación estructural del modelo “populista” de acumulación consolidado a partir de 1945. Los ideólogos del Proceso de Reorganización Nacional sostenían que la ISI había creado excesivas expectativas y demandas de los sectores populares, creando así las condiciones para la crónica inestabilidad política y el desarrollo de la “subversión”. Por ello, para los golpistas del ´76, el “reordenamiento” de la sociedad argentina se debía dar en dos planos: por medio de la “lucha antisubversiva”, es decir, de la represión a la “subversión” y a través de la “normalización” económica, o sea, la transformación “irreversible” de la estructura económica argentina (Canelo, 2006). Como sostiene Tironi, el programa económico de la dictadura pinochetista, sobre todo a partir de 1975, “se justificó en un diagnóstico apocalíptico del desarrollo económico chileno durante el segundo tercio de este siglo, según el cual un estancamiento crónico había desembocado en grados insostenibles de conflicto social y pobreza” (Tironi, 1997: 67). Es decir, más allá de las particularidades de cada caso, tanto en Argentina como en Chile, los golpistas encontraron las causas profundas de la inestabilidad política en el paradigma industrialista mercado-internista. En ambos casos, se culpó al modelo sustitutivo de ineficiente, inflacionario y condenado al estancamiento. Si bien ambas dictaduras intentaron transformar la estructura socioeconómica de ambos países, los resultados fueron bien distintos, condicionando de distinta manera las acciones de los posteriores gobiernos democráticos. En Chile, luego de la “fase reactiva” de 1973-1975 (así llamada por Tironi) en que el gobierno pinochetista se focalizó en la represión y persecución sobre todo a militantes de Unidad Popular, a partir de 1975, con la llegada del neoliberal De Castro al ministerio de Economía, comienza el proceso de transformación estructural de la sociedad chilena. El equipo económico de Pinochet afirmaba que los males de la economía chilena (que, a su vez, había derivado en una “excesiva” politización) no se remontaban al gobierno de Allende sino al modelo ISI (Casas, 1991). El diagnóstico resumido en un documento conocido como el “ladrillo”, apuntaba a la “enorme” intervención estatal (proteccionismo, sobrerregulación, ineficientes actividades económicas) que eran causa de la inflación, escasa competitividad y atraso. Así, a partir del ’75 se aplicaron medidas que “revolucionarían” la sociedad chilena (según Vergara (1982), se trata de una

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“revolución” en el sentido de transformación social profunda, pero si lo vemos desde un lógica de clases, sería más bien una “contrarrevolución capitalista”), tales como: a) la reducción de los aranceles de importación desde un 500% (de los más elevados del mundo) al 10% (único arancel para todos los productos); b) la disminución de la inversión pública (a favor de la privada) y el recorte del gasto público; c) la privatización de gran parte de las empresas del Estado (aunque siguió estatizado el cobre y el petróleo, el primero el principal recurso de exportación); d) la disminución del empleo público; e) eliminación del control de precios; f) la liberalización del capital financiero (que favoreció, según Vergara, la especulación); g) el igual trato a la inversión extranjera; h) la modificación del sistema impositivo, por uno más regresivo que gravaba más al consumo; i) la descentralización del sistema educativo y de salud; j) la privatización del sistema provisional, en el que se pasaba del régimen solidario de reparto a uno de capitalización individual. Sin embargo, se mantuvo muy regulado el mercado laboral: el Estado mantuvo una política salarial restrictiva y hasta ’79 prohibió la negociación colectiva. En ’79, el gobierno sacó un Plan Laboral que, si bien garantizaba el derecho de huelga, apuntaba a la fragmentación y debilitamiento sindical (negociación con la empresa y no por rama de actividad, ni mucho menos desde una central de trabajadores, o bien, el Estado era “neutral” en el conflicto entre capital y trabajo). De esta manera, la economía chilena ingresó en una fase de estabilidad y auge (disminución de la alta inflación en parte por el ajuste en el gasto público) a partir de 1976. Sin embargo, en 1981 entró en una profunda crisis económica, motivada en parte por la caída de los precios del cobre y por la imposibilidad de los agentes privados de pagar la deuda -contraída en el exterior durante esos años- (recordemos el contexto de alza de las tasas de interés en el mundo) que explica ese 20% de población desocupada señalado más arriba. Finalmente, en parte gracias a la solidez fiscal conseguida, el Estado pudo estatizar una parte de la deuda privada y hacia 1985-86 se retomó la senda del crecimiento y el desempleo disminuyó. No obstante, la crisis indujo a Pinochet a tomar distancia del neoliberalismo ortodoxo y a traer un nuevo equipo de técnicos más “pragmáticos”. El caso argentino presenta varias diferencias con el chileno, que quizás explican parte de los rendimientos divergentes de ambos países. El PRN puso en marcha medidas similares a las que estaba aplicando Pinochet en Chile, como por ejemplo, una reforma financiera en 1977 y una apertura comercial en 1978: la primera, al liberalizar las tasas de interés y al permitir que agentes privados pudieran operar en el sector financiero, favoreció la inversión especulativa en detrimento de la productiva (en tanto la rentabilidad del sector financiero pasó a ser mayor que la del industrial, que durante los treinta años anteriores había sido el eje dinámico de la economía). La apertura comercial, además, también supuso un golpe fuertísimo al sector manufacturero, pues muchas industrias (sobre todo PYMEs) no pudieron hacer frente a la competencia y cerraron, expulsando mano de obra hacia otras actividades. Por otra parte, la política económica de la dictadura implicó una transferencia de ingresos del trabajo al capital, al impedir toda acción sindical y al congelar nominalmente los salarios en 1976 en un contexto de alta inflación. Estas consecuencias –caída del salario real, desindustrialización- no sólo se dieron en Argentina, sino que en Chile, a grandes rasgos, también. Sin embargo, una diferencia no menor entre ambos países es el papel que llegó a tener la industria en el auge de la ISI: en Argentina llegó a componer el 33,2% del PBI en 1976 (fuente: Fundación Norte y Sur) mientras que en Chile el 26% en 1973 (fuente: Banco Central de Chile). Por otro lado, Argentina conoció un desarrollo de industria pesada mucho mayor que en Chile. De todos modos, las dictaduras en ambos países fueron antiindustrialistas: en 1983, la industria argentina componía el 30,1% del PBI; en Chile,

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el sector manufacturero representaba el 20% del PBI en 1985. Es evidente que en ambos casos la apertura comercial fue un factor importantísimo que explica este comportamiento. En suma, el cierre de industrias 15

generó la expulsión de mano de obra a otras actividades . El debilitamiento estructural de la industria fue otro duro golpe al poder de los sindicatos: como sostiene Villarreal (1986), las actividades manufactureras, dadas las condiciones de trabajo, fortalecen la solidaridad entre los trabajadores, a diferencia del sector de servicios, en donde se trabaja en establecimientos de menor cantidad de personas y, por ende, prima una actitud más “individualista”. Por su parte, en Chile, el modelo estuvo ligado a las exportaciones de productos primarios y de bienes industriales ligados al sector agropecuario (por ejemplo, la industria del pescado). En un contexto de modernización tecnológica favorecida por la apertura, estas actividades se volvieron muy eficientes, asegurando parte del dinamismo de la economía chilena. Hay una diferencia que me parece que es fundamental para explicar el contraste en los resultados de ambos países: la dinámica política de los regímenes militares. En el caso chileno, Pinochet logró 16

concentrar el poder en su figura, pudiendo tomar decisiones sin mayores obstáculos ; en cambio, en Argentina existieron fisuras al interior de las FFAA: por un lado, existió un ala “liberal” (cuya cabeza era Videla) más cercana a los lineamientos ideológicos del ministro de economía Martínez de Hoz, que era un liberal tradicional enemigo del modelo de industrialización sustitutiva. Pero también había una corriente más industrialista –uno de sus referentes era Massera- y más opuesta a las políticas económicas aplicadas con Martínez de Hoz (Canelo, 2006). Obviamente, entre ambas facciones había diferencia de intereses (por ejemplo, por el control de las empresas públicas). En el caso de Chile, muchos militares se opusieron, con éxito, a la privatización del cobre –fomentada por los Chicago Boys- dado que las partidas asignadas a Defensa dependían del rendimiento de las empresas estatales ligadas al cobre, pero no pudieron frenar las demás reformas. También existen otros factores que pudieron haber influido: por un lado, en Argentina, la dictadura no se prolongó durante tanto tiempo como en Chile. La democracia política supone una mayor existencia de demandas por parte de los actores sociales que en regímenes autoritarios: pero si las condiciones estructurales son deficientes, como la de la Argentina de 1983, esas demandas quizá puedan agravar esos problemas. Es decir, para llevar a cabo las reformas, que afectarán a grandes sectores de la población, el contexto autoritario permite acallar las disidencias. No obstante, como veremos luego, situaciones críticas como las hiperinflaciones, también favorecen un mayor margen de acción al gobierno. Por otro lado, en Argentina las reformas durante el PRN no fueron tan profundas como en Chile: se abrió la economía y el mercado financiero pero el tamaño del Estado creció (contra las indicaciones neoliberales) y se protegió sobremanera a los grandes grupos económicos (mediante distintas medidas como regímenes de promoción industrial, sobreprecios, estatización de la deuda externa, subsidios cruzados, etc.). Como sostiene Novaro, refiriéndose al menemismo, pero igualmente válido para el PRN, “en primer lugar, una cosa era que los empresarios abogaran por la competencia de mercado, la apertura al mundo y el achicamiento del Estado, y otra que aceptaran que la competencia se abriera en las actividades

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Por ejemplo, en Argentina, entre 1974 y 1983, el volumen físico de la producción industrial cayó 9,6%, los obreros industriales ocupados fueron un 33,7% menor y el salario real descendió un 19,6%, lo cual supone un aumento de la productividad por obrero del 37,6% y un crecimiento de la explotación del 69%. La participación de los asalariados en el PBI cayó del 45% en 1974 al 22% en 1982 (Basualdo, 2006). La industria pasó de absorber el 36,8% del empleo en 1970 a tan sólo el 26,5% en 1985 (Damill y Frenkel, s/d). 16 En esto fue clave la creación de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), que dejaba los servicios de inteligencia en manos de Pinochet, en lugar de en las diferentes ramas de las FFAA (Tironi, 1997).

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en que medraban de mercados cautivos (gracias a altísimas barreras aduaneras), o que el Estado suprimiera subsidios que los beneficiaban (créditos que la inflación licuaba, excepciones impositivas, etcéteras), o que eliminara gastos que algunos de ellos recibían como rentas garantizadas a través de obras y contratos públicos sobrevaluados (…) No era tan fácil eliminar de un día para el otro los rasgos especulativos, rentísticos y predatorios de los recursos públicos que caracterizaban los comportamientos empresarios (igual que los del resto de la sociedad), y que venían obstaculizando la conformación de un capitalismo dinámico (…)”(Novaro, 2006: 218-219). Así, a diferencia de Chile, no se logró constituir un “capitalismo competitivo”. Insistimos: no es para nada menor la diferencia entre las lógicas políticas de cada uno de los procesos. La concentración del poder 17

en la figura de Pinochet seguramente le haya permitido llevar a fondo las reformas ; en Argentina, las fisuras internas de las FF.AA. impidieron que el Estado tuviera mayor autonomía frente a las presiones de los grandes grupos económicos. Otra diferencia entre ambos regímenes militares fue que Pinochet transformó la estructura del Estado. Como sostiene Repetto, “si el centralismo de las decisiones constituía la señal de identidad del Estado chileno hacia principios de los ´80, su descentralización político-administrativa serviría a los efectos de reproducir en clave geoestratégica su concepción del poder” (Repetto, 2001:78). Es decir, en Chile Pinochet achicó el Estado en el sentido de disminuir el gasto público y de traspasar facultades a las municipalidades o regiones. Sin embargo, el centro de las decisiones seguía estando en el poder central. Esto quizá haya contribuido, junto con una burocracia capacitada, a un modelo de Estado más eficiente que el que intentará construir Menem en los ´90 en Argentina. En suma, ambas dictaduras transformaron estructuralmente ambas sociedades, pero si en el caso chileno quedó un capitalismo más “competitivo”, en Argentina persistió un capitalismo prebendario y oligopólico, en el cual los grandes grupos económicos hacían lobby sobre el Estado para obtener rentas extraordinarias. Con un agravante: en 1983, la economía argentina era mucho más frágil que en 1976: la deuda externa había crecido por ocho –en parte, para sostener el ya descripto modelo de valorización financiera-, la inflación era superior al 100% anual, el poder de los grandes grupos económicos ahora era mucho mayor, limitando la autonomía del Estado, a la vez que el contexto internacional era fuertemente desfavorable –por la suba de las tasas de interés y por el deterioro en los términos del intercambio-. Así, el gobierno democrático de Alfonsín tuvo márgenes de maniobra muy acotados ante la nueva coyuntura: el Estado se vio obligado a emitir para financiar su déficit (que también era cubierto con mayor deuda). La emisión sin respaldo, más el carácter estructuralmente oligopólico de la economía argentina, fueron factores fundamentales de la alta inflación que primaron durante casi toda la década del ´80. En 1988, ante la escasez de recursos e impotente ante las presiones corporativas, –por parte de los sindicatos que, más allá 18

del debilitamiento sufrido durante el PRN, aún conservaban cierto margen de maniobra -, sobre todo por

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Por poner otro ejemplo, la dictadura chilena privatizó muchísimo más que la argentina, que tan sólo pasó al sector privado algunas empresas periféricas; en Chile, el empleo y el gasto público disminuyeron fuertemente mientras que en Argentina no fue así. 18

Parte del carácter “combativo” de los sindicatos durante el gobierno de Alfonsín no sólo está asociado a cuestiones económico-corporativas, como la recomposición del salario, sino políticas. La mayoría de los sindicatos, en Argentina, eran peronistas, mientras que el gobierno de Alfonsín era radical, tradicional adversario del peronismo (Portantiero, 1986). En un contexto de crisis al interior del PJ tras la derrota en 1983, los sindicatos fueron los principales portavoces de la oposición. Como veremos a continuación, no es un dato para nada menor que quien haya llevado a cabo la segunda oleada de reformas en Argentina haya sido un peronista como Menem y no un radical.

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parte de los grandes grupos económicos, el Estado argentino se declaró en moratoria ante los acreedores externos, quedando así sin posibilidad de financiamiento. En este contexto de severa crisis fiscal y económica, se fueron difundiendo, con bastante éxito, las ideas del Consenso de Washington (CW) de que eran necesarias reformas estructurales que pusieran fin al populismo económico y al excesivo estatismo, 19

únicos causantes de aquélla (Bresser Pereira, 1991) . Estas ideas ya eran familiares: habían sido aplicadas con relativo éxito en Chile y no distaban demasiado del plan original de Martínez de Hoz. Sin embargo, ahora el contexto era distinto en América Latina y, sobre todo, en Argentina. La hiperinflación de 1989 sería un punto de inflexión, dado su efecto disciplinador sobre amplios sectores sociales y la visión de la sociedad argentina como caótica. A partir de la “híper”, el discurso neoliberal, patrocinado desde los organismos multilaterales de crédito, los círculos gobernantes de los países acreedores, en algunos grandes grupos 20

económicos

y en el entorno de los economistas, mostrándose a sí mismo como “científico”, “neutral”,

“técnico” o “a-político” (Beltrán, 2005) penetraría en la opinión pública: las reformas eran tanto “inevitables” como “necesarias” para poner fin al “caos” económico. Sin embargo, en Argentina, la aplicación de estas medidas, como había pasado durante el PRN, se terminaron subsumiendo a los intereses de los grupos económicos dominantes (Castellani, 2002). Cuando Menem asumió en 1989 heredó una economía en llamas. La principal prioridad del nuevo presidente fue la estabilización económica (sobre todo de una inflación tan alta que hacía imposible cualquier tipo de actividad duradera a mediano y largo plazo). Para ello, según Torre y Gerchunoff, se implementaron reformas estructurales que, dada la emergencia económica, no se caracterizaron por su 21

calidad. Al contrario, las primeras reformas del menemismo (-algunas privatizaciones , como los teléfonos y 22

la aeronáutica- o la apertura comercial ) se hicieron muy drásticamente, sin atender al mediano y largo plazo. Por ejemplo, se vendieron empresas estatales a precios muy favorables para los compradores (con la posibilidad de pagar con bonos de la deuda argentina en su valor nominal), y a ello se sumó que los entes reguladores tardaron varios años en ponerse en marcha (Abeles, 1999). De esta manera, las privatizadas gozaron de ganancias extraordinarias durante este período, pues operaban en mercados monopólicos sin regulación. Aquí tenemos otra diferencia con Chile: en este último país, las privatizaciones no se llevaron a cabo en un contexto de crisis hiperinflacionaria y bancarrota del Estado, lo cual seguramente haya permitido una mayor calidad de las mismas. De todos modos, sería interesante preguntarnos por qué, si en Chile las reformas se dieron en un contexto autoritario, sin posibilidad de control institucional, no se dieron las desprolijidades que sí existieron en Argentina. Habría que estudiar este punto.

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El CW estaría constituido por diez reformas que llevarían al crecimiento económico y al bienestar social: 1) disciplina fiscal; 2) eliminación de subsidios; 3) reforma tributaria; 4) tasas de interés positivos y determinados por el mercado; 5) tipo de cambio competitivo y también determinado por el mercado; 6) apertura comercial; 7) eliminación de restricciones a las IED; 8) privatización de empresas públicas; 9) desregulación de las actividades económicas; 10) inviolabilidad del derecho de propiedad (Bresser Pereira, 1991). 20

Nuevamente, la cita de Novaro nos parece excelente para describir la hipocresía del gran empresariado argentino que abogaba por la liberalización, a la vez que por el mantenimiento de privilegios. 21 Cabe recalcar que, en Argentina, el estado de las empresas públicas hacia finales de los ´80 era crítico: muchas de ellas habían sido “vaciadas” en los años anteriores –sobre todo, de la dictadura-, eran corruptas e ineficientes y tenían una maquinaria obsoleta. Ello contribuyó a que el discurso privatizador tuviera más raigambre en la opinión pública. Por ejemplo, en el caso de los teléfonos, era muy difícil obtener una línea y la instalación podía demorar varios años. 22 La apertura económica que realizó el PRN no había sido total; además, el gobierno de Alfonsín había vuelto a aumentar los aranceles. Así, si en 1967/70 el promedio de los aranceles era de un 80%, en 1982 había caído a un 22%, para subir a un 37% en 1985/87 y finalmente caer a un 10% en 1991 (Fuente: Novaro, 2006).

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La hiperinflación, como en los ´70 la “subversión”, creó una sensación de caos social. Como señala Novaro (2006: 217): “En tanto la hiperinflación tenía efectos insoportables, en términos de empobrecimiento generalizado y de aguda incertidumbre, generó un consenso de fuga: cualquier cosa que se hiciera para terminar con ella se justificaba”. Así, no importaba que el gobernante tuviera atribuciones extraordinarias y concentrara el poder: lo importante era encontrar una salida. Ello en parte explica por qué Menem tuvo éxito en poder tomar decisiones sin mediarlas por el Parlamento u otras instituciones: ejemplo de ello son los decretos de necesidad y urgencia, que fueron utilizados en niveles récord por el nuevo presidente. Las reformas que llevaría a cabo Menem tendrían ciertas similitudes con las llevadas a cabo por Pinochet: la concentración del poder político. Pero, nuevamente, ¿por qué tuvieron resultados tan dispares? Es una pregunta que podría motivar una investigación aparte. Por otro lado, si bien la hiperinflación potenció el mayor poder del Ejecutivo, las reformas ejecutadas por Menem también fueron posibles gracias a la peculiar coalición político-social que estableció: por un lado, con los grandes grupos económicos, mayores beneficiarios del modelo menemista; por otro lado, por provenir Menem del Partido Justicialista, tuvo una importantísima base de apoyo popular. Como afirmábamos anteriormente, la relación con los sindicatos seguramente hubiera sido mucho más conflictiva a la hora de las reformas si el gobierno hubiera sido radical. Como sostienen Torre y Gerchunoff, en un electorado de “izquierda” es más tolerable que su candidato de “izquierda” aplique políticas de “derecha”, a que lo haga un candidato de “derecha” (y viceversa) (Torre y Gerchunoff, 1996). Las negociaciones entre Menem y los líderes sindicales, más el poder de la simbología peronista permitieron que los sindicatos no fueran un estorbo a la hora de la aplicar reformas que terminarían por perjudicar su poder. Sin embargo, hacia 1991 no se había logrado aún la estabilidad económica: la inflación seguía siendo alta y la economía continuaba en recesión. En este contexto, en marzo de 1991, el Congreso promulgó la Ley de Convertibilidad, impulsada por el cuarto ministro de economía de Menem, Cavallo. La Convertibilidad terminó fijando la paridad 1 peso = 1 dólar y “prohibió cualquier emisión monetaria sin el respaldo de divisas en las reservas del BCRA” (Torre y Gerchunoff, 1996: 745). El gobierno prefirió renunciar al uso de instrumentos claves de política económica, como la emisión o la modificación del tipo de cambio, para hacer más creíble su compromiso con la disciplina fiscal y monetaria. Ahora, la cantidad de circulante estaba ligado al nivel de reservas del BCRA. Éstas tenían tres fuentes: las exportaciones, los ingresos de capitales externos y el endeudamiento. La política aperturista y sobrevaluada del menemismo acarreó un saldo negativo de la balanza comercial durante casi toda la década, pues crecieron muchísimo las importaciones. Por lo tanto, el nivel de circulante (y, por lo tanto, el dinamismo de la economía) dependían, o bien del crédito externo, o bien de los ingresos de capitales (ya sea por medio de inversión extranjera o repatriación de capitales nacionales fugados). En suma, el nivel de actividad quedaba sumamente supeditado al frente externo. El Plan de Convertibilidad tuvo sus éxitos en el corto plazo: la inflación comenzó a caer gradual, pero sostenidamente, y la economía se fue estabilizando. Además, ante la recesión en los países desarrollados, fue más fácil pedir préstamos en la banca internacional, con lo cual ingresaron capitales externos. La economía se reactivó pero, a diferencia de Chile, no se utilizaron dichos fondos tanto en inversión productiva como en consumo o inversión financiera (Ffrench Davis, 1997). Por ello, si bien entre 1991 y 1994 el PBI creció a una tasa anual del 7,7%, este crecimiento estuvo motorizado por el consumo o por las importaciones de maquinarias y equipo (Gerchunoff y Torre, 1996). Es decir, existió cierta inversión productiva –las importaciones de maquinarias y equipos en muchas empresas, como por ejemplo teléfonos, faxes y computadoras-, pero fue mucho menor que el consumo o la inversión financiera. Buena parte de la

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población accedió a electrodomésticos fabricados en otras partes del mundo –sobre todo, en el Este Asiático- y viajó por el exterior. Por otro lado, si bien en 1994 fue casi nula, la inflación acumulada desde la implementación de la Convertibilidad fue cercana al 50%, generando un severo atraso cambiario que, sumado a la apertura comercial, perjudicaba a los sectores productores de bienes transables –sobre todo, los ligados a la industria-. La otra cara de esta nueva estructura de precios relativos fue la mayor rentabilidad del sector terciario y financiero, en desmedro del industrial. El modelo de la Convertibilidad se mantendría hasta 2001, pero para esa época ya estaba completamente agotado, debido sobre todo a que la Argentina tenía severas dificultades para competir debido a la sobrevaloración del tipo de cambio. El panorama se agravó cuando Brasil –principal socio comercial de Argentina- devaluó en 1998/9, 23

disminuyendo las compras de productos argentinos y volviéndose mucho más competitivo . Por otro lado –y esto también ocurre en Chile-, un modelo centrado en las exportaciones permite una baja mucho mayor de los salarios, dado que ahora éstos son un mero costo, y no un componente de la demanda –como ocurre en una estrategia mercadointernista-. Ello en parte explica que, en Argentina, los salarios prácticamente no aumentaran en los ´90, a pesar de que la productividad laboral hubiese aumentado un 40% -gracias, sobre todo, a la modernización tecnológica permitida por la apertura-. Así, el modelo ligado a las exportaciones supone implícitamente el aumento de la explotación y, por ende, explica parte del aumento de la desigualdad funcional del ingreso. Otra de las diferencias entre ambos países fue que Chile, desde Pinochet, favoreció un modelo centrado en las exportaciones, en parte, debido a una moneda devaluada; en cambio, como vimos, en Argentina, durante el PRN y la Convertibilidad, la sobrevaloración del tipo de cambio debilitó el poder de exportación y favoreció las importaciones, generando nuevos desequilibrios en la balanza de pagos, muchas veces solucionados transitoriamente con nuevos endeudamientos. Poco después que Menem asumiera, Pinochet dejaba el poder en Chile, tras haber perdido el plebiscito de 1988 por escaso margen, en el cual el pueblo chileno decidía si quería que el dictador continuara en el poder por ocho años más o si se llamaban a elecciones. Así, en 1990, Patricio Aylwin, demócrata cristiano pero con el apoyo de los socialistas, llegaba al poder, pero en condiciones muy diferentes a las de Menem: como señalamos más arriba, la economía chilena estaba “encaminada”, con fuerte crecimiento del PBI y muy ligada al comercio mundial. El principal desafío del nuevo gobierno no era sanear las cuentas públicas, sino reponer los costos sociales de las reformas ejecutadas con Pinochet. Uno de los legados de la dictadura chilena fue que generó una renovación en parte de los dirigentes de los partidos políticos (Isern Munné, 2006): así, si durante el gobierno de Allende, socialistas y democristianos disentían constantemente, ahora tendían al consenso. La transformación ideológica de parte de la izquierda chilena favoreció este corrimiento hacia el “centro” político, en parte debido a la caída de la URSS, al “éxito” del modelo chileno y a la toma de conciencia de que la democracia puede servir para proteger libertades individuales. Por su parte, parte de la derecha chilena también se renovó, defendiendo los derechos humanos y tomando mayor distancia del gobierno pinochetista. El partido “Renovación Nacional” representa a esta derecha aggiornada y más dialoguista, mientras que la Unión Democrática Independiente (UDI) representa a la derecha más intransigente y autoritaria. Sin embargo, la mayoría de la 23

Pongamos un ejemplo: si Argentina, al principio de la convertibilidad, producía un bien X a 10 dólares, como durante un tiempo siguieron subiendo los precios, en la segunda mitad de los ’90 este bien salía ahora 15. Si Brasil, por su parte, producía el mismo bien a 10 dólares, con la devaluación el precio en dólares disminuyó a, supongamos, 7. De esta manera, los productos argentinos se volvieron mucho menos competitivos frente a los brasileños. No obstante, cabe aclarar que esta es una tendencia general; hay varias ramas de la economía argentina que no sufrieron directamente este fenómeno.

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clase política chilena, a partir de los ´90, no cuestiona los lineamientos básicos del modelo socioeconómico impuesto con Pinochet. Por otro lado, existe la convicción de que deben primar las instituciones por sobre los gobiernos. Este pensamiento contribuye a consolidar el modelo chileno, ya que lo vuelve más difícil de modificar. Como señala Isern Munné, las reglas del juego en Chile no pueden ser alteradas ni por un presidente ni por un gobierno, sino que deben someterse a la negociación con otras fuerzas. Para ciertos autores, como Isern Munné o Gervasoni, esta estabilidad institucional también es explicativa del “éxito” chileno pues las reglas son iguales para todos –no hay favoritismos- y se genera la previsibilidad necesaria para atraer inversiones que sostengan el crecimiento. En cambio, para estos autores, el fracaso de las políticas de reforma en Argentina se explicaría por la falta de controles institucionales, por la cultura política tendiente al disenso en lugar de al consenso y por la excesiva delegación de poder en el Ejecutivo. Si bien estos factores no son menores, no hay que dejar de lado las relaciones de fuerza estructurales presentes: ¿cómo reaccionarían los grandes grupos económicos argentinos ante una efectiva aplicación de la “seguridad jurídica”, en la cual se debería eliminar todo trato preferencial con el Estado? Un último factor que puede explicar la divergencia de trayectorias es la calificación del personal estatal: según Repetto, en Chile se ha podido desarrollar una burocracia capacitada, y las políticas sociales en los ´90 han sido más coherentes que en Argentina, donde éstas han sido mucho más fragmentarias y atravesadas por una lógica más prebendaria (Repetto, 2001). Conclusiones Este trabajo intentó describir la evolución (o involución) de determinadas variables socioeconómicas a partir de 1970. Si en este año, Argentina era un país mucho más próximo al desarrollo que Chile, en la actualidad, la tendencia es más bien inversa. La pregunta disparadora fue qué ocurrió en cada país para poder explicar semejante fenómeno. Seguramente, no haya una única causa. A lo largo de este trabajo, hemos visto diferentes factores que posiblemente hayan influido en los rendimientos divergentes. A modo de síntesis, podemos mencionarlos: a) La centralización del poder de Pinochet, a diferencia de las fisuras al interior de las FFAA en Argentina, que permitió llevar a cabo las reformas sin medias tintas y con mayor autonomía respecto de las presiones de ciertos grupos económicos. En Argentina, el PRN, en la práctica, no intentó ni recomponer la ISI ni consolidar, efectivamente, un nuevo modelo de acumulación estable. Así, quedó un modelo “trunco”, con fuertes incoherencias (Estado grande, apertura económica, vulnerabilidad externa, falta de seguridad jurídica, etc.). b) Las reformas en Chile no se dieron en un contexto de hiperinflación, como ocurrió con la segunda oleada de reformas en Argentina (la primera fue la que puso en marcha el PRN), lo que probablemente haya implicado reformas más “prolijas”. c) Chile mantuvo un tipo de cambio devaluado, que favoreció la exportación y la inversión, mientras que Argentina conservó una moneda sobrevaluada, que incentivó la importación y el consumo. d) Tras la restauración de la democracia, la clase política chilena consensuó los lineamientos generales del modelo socioeconómico. Por otro lado, se generó una cultura política de mayor creencia en las instituciones.

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e) Chile transformó su Estado con éxito, en parte, debido a coordinaciones de políticas y un personal apto. En Argentina se intentó transformar el Estado de manera similar a Chile (mediante la descentralización político-administrativa), pero con muchas más falencias (falta de idoneidad del personal administrativo, partidas presupuestarias a las provincias y municipios en base al alineamiento con el poder central, etc.). Seguramente, deben existir otros tantos factores que explican las trayectorias divergentes entre ambos países. Sería muy interesante, para trabajos futuros, ahondar en ellos. Por último, cabe hacer una mención al comportamiento de las variables socioeconómicas en los últimos años: si bien se nota una recuperación en Argentina tras la crisis de 2001/2, no se han transformado realmente las estructuras sociales, económicas, políticas, institucionales y culturales que permitan retomar la senda del desarrollo sostenible en el tiempo. Tras una reducción considerable de la pobreza en los primeros años del gobierno de Kirchner (que bajó de más de un 50% en 2003 a un 26% en 2006), el aumento de la inflación –no reconocido oficialmente por el gobierno- derivaría en que la tasa de pobreza haya vuelto a crecer por arriba del 30%. Probablemente, la desigualdad también haya aumentado en los últimos dos años, más allá del importante crecimiento económico (de alrededor del 8% anual). En Chile, en cambio, se mantienen las tendencias de los ´90 pero más atenuadas: crecimiento sostenido del PBI –a tasas más moderadas- (alrededor del 5% anual), a la vez que la pobreza ha caído, entre 2000 y 2007, de un 18% a un 13%. Queda como interrogante, para el futuro, si el modelo chileno es capaz de reducir las fuertísimas desigualdades existentes de tal modo que se asegure una mayor integración social.

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