Calidad de Vida: Un análisis de su dimensión psicológica.

July 25, 2017 | Autor: V. Pacheco Chávez | Categoría: Calidad de vida en salud
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Descripción

Revista Sonorense de Psicología 2000, Vol. 14, No. 1 y 2, 3-15.

Calidad de vida: un análisis de su dimensión psicológica Quality of life: an analysis of its psychological dimension Claudio Carpio1, Virginia Pacheco, Carlos Flores y Cesar Canales Universidad Nacional Autónoma de México, Campus Iztacala Grupo T de Investigación Interconductual Se caracteriza a la calidad de vida como un concepto que describe la resultante funcional del estado conjunto de las condiciones biológicas, socioculturales y psicológicas de los individuos, estado que a su vez define tanto el modo de ajuste a las situaciones en que el comportamiento, como práctica concreta, tiene lugar, así como los resultados o efectos que dicha práctica tiene sobre el entorno y sobre el propio organismo. Se reconoce el nivel mutidimensional del concepto y, con base en los postulados de la Psicología Interconductual, se deslinda analíticamente la participación conceptual, metodológica y aplicada del psicólogo en el estudio y en la promoción de la calidad de vida. DESCRIPTORES: calidad de vida, Psicología Interconductual, salud, bienestar. The quality of life is characterized as a concept that it describes the functional resultant of the whole state of biological, sociocultural and psychological conditions of individuals, state that in one’s turn defines the adjustment to the situations in that the behavior, as concrete practice, takes place, as well as the results or effects that this practice has on the environment and the organism itself. The multidimensional character of the concept is recognized and, with base in the postulates of the Interbehavioral Psychology, it is analytically delimited the conceptual, methodological and applied psychologist's participation in the study and promotion of the quality of life. KEY WORDS: quality of life, Interbehavioral Psychology, health, well-being.

Una de las preocupaciones más sentidas de los profesionales de la salud y la educación en los últimos años es la relacionada con la calidad de vida. Aunque con frecuencia se ha invocado este concepto para hacer referencia no al qué sino al cómo de la existencia humana, hasta ahora sigue existiendo un grado importante de confusión sobre cuáles profesionales han de estar involucrados en su estudio, su medición y, por supuesto, su promoción en las distintas esferas de la actividad del ser humano. En particular, destaca que los psicólogos hayan orientado sus esfuerzos a la creación de instrumentos de medición o evaluación de la calidad de vida sin estar

acompañados estos esfuerzos por una reflexión sistemática sobre los aspectos conceptuales en que se fundamenta su quehacer. Esta situación ha propiciado que exista una cantidad cada vez mayor de información cuya adecuada interpretación se dificulta precisamente por la carencia de un marco teórico general que dé sentido a dicha información y que legitime conceptualmente el quehacer del psicólogo en este campo. En virtud de lo anterior, en el presente trabajo se realiza una tarea de esclarecimiento conceptual que tiene como propósito delimitar la dimensión psicológica reconocible en el problema general de la

1 El primer autor dedica este artículo a mamá Chuchita, quien hace justamente un año le enseñó que un digno adiós es el modo más hermoso de culminar una vida plena de calidad auténticamente humana. La correspondencia relacionada con este trabajo se puede dirigir a: Escuela Nacional de Estudios Profesionales Iztacala, UNAM. División de Investigación y Posgrado. Av. de los Barios s/n, Los Reyes Iztacala, Tlalnepantla, Estado de México, C.P. 54090. e-mail: [email protected]

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calidad de vida. La finalidad última de esta labor es contribuir a evitar la reducción conceptual y metodológica de lo psicológico tanto a la dimensión de lo biomédico como al aspecto sociológico o cultural. Con base en la delimitación conceptual que se realiza, se propone un modelo general que postula los elementos conductuales que se deben considerar en el análisis psicológico de la calidad de vida. La naturaleza del trabajo, en consecuencia, se orienta no a los aspectos técnico-instrumentales del estudio de la calidad de vida sino, eminentemente, a los aspectos conceptuales más generales en que aquellos pueden fundarse. ¿Qué es la calidad de vida? Resulta imposible iniciar cualquier disquisición sobre la calidad de vida de los individuos sin antes mencionar que ésta se encuentra íntimamente ligada al desarrollo alcanzado por sus grupos sociales de referencia. Y en este sentido es indispensable apuntar que el grado de desarrollo alcanzado por una sociedad debe ser estimado atendiendo no solamente a los indicadores macroeconómicos que describen el estado general de la economía de una nación o grupo social, sino también, y de manera fundamental, en función del estado que guarda la existencia concreta de los individuos que la conforman. El acceso real que tienen las personas a la educación, a los servicios de salud, a una vivienda digna, al trabajo no enajenante y justamente remunerado, al esparcimiento y al deporte, a un ambiente limpio, a la seguridad en sus bienes y sus personas y al libre ejercicio de sus derechos civiles, constituyen una parte sustancial de los elementos que habrían de considerarse en el análisis del progreso social como contexto del desarrollo de los individuos. Naturalmente las condiciones objetivas de existencia social de los individuos derivadas de sus circunstancias económicas, políticas, culturales, laborales, ecológicas y legales, tanto como las condiciones biológicas asociadas a su estado nutricional, a sus estados de salud-enfermedad y a sus condiciones físicas generales, constituyen el marco de referencia en el que ha de ubicarse cualquier análisis de las posibilidades que tienen los individuos de alcanzar un grado razonable de calidad de vida. 4

Por calidad de vida nos referimos aquí al modo en que las distintas condiciones biológicas y culturales se conjugan con los aspectos psicológicos para definir un modo particular de existencia práctica de los individuos concretos. Con lo anterior deseamos establecer que la calidad de vida puede ser concebida como la resultante funcional del estado conjunto de las condiciones biológicas, socioculturales y psicológicas de los individuos, estado que define el modo en que éstos se ajustan a las situaciones cotidianas en que su comportamiento, como modo de existencia práctica, tiene lugar, así como los resultados que dicho ajuste tiene sobre el ambiente y sobre el propio organismo. Y en este punto es necesario dejar en claro que hablar de efectos sobre el ambiente (físico y social) y sobre el propio individuo (sea en términos biológicos o sociales) implica la posibilidad de que éstos sean tanto benéficos como perniciosos. De hecho, la naturaleza de estos efectos es lo que en un momento dado puede permitir hacer valoraciones precisas de la calidad de vida. Evidentemente, calidad de vida no es un concepto unidisciplinariamente delimitado, es decir, no restringe sus ámbitos de significación a las categorías y lógicas analíticas de una sola ciencia o tecnología. Por ello, no puede ser únicamente el análisis biomédico el que pueda determinar si un individuo, en función de su estado general de salud, se encuentra en condiciones óptimas o no de existencia. Del mismo modo, no es mediante el uso exclusivo de indicadores socioeconómicos o demográficos relativos a los niveles de ingreso, condición laboral, nivel de estudios, estado civil, tipo de vivienda, servicios disponibles, propiedades u otros de este tipo como puede establecerse con exactitud la calidad de vida de los individuos. Por supuesto, tampoco es mediante las pruebas tradicionales de inteligencia, personalidad, actitudinales o proyectivas las que a nivel psicológico puede determinar la calidad de vida de persona alguna. Con base en la definición general y tentativa que hemos adelantado, queda claro que disciplinas tan diversas como la biología, la ecología, la antropología, la economía y, por supuesto, la psicología encuentran en el concepto "calidad de vida" materia de trabajo, de análisis y, por supuesto, de aportación conceptual y metodológica. Sin embargo, con el pro-

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pósito de que las contribuciones de cada disciplina sean fructíferas en el estudio y la promoción de la calidad de vida, es necesario realizar un trabajo de delimitación conceptual de las dimensiones justas que a cada una de ellas corresponde a efecto también de evitar confusiones categoriales y analíticas perniciosas. A continuación, avanzamos en esta tarea de esclarecimiento de las dimensiones analíticas que es posible reconocer en el estudio de la calidad de vida y, especialmente, nos dedicamos a la caracterización de los aspectos psicológicos que competen a nuestra disciplina, para de ello derivar cuales han de ser las funciones que el psicólogo puede desempeñar legítimamente en este campo. Calidad de vida: un concepto multidimensional Las condiciones socioculturales de cada persona contribuyen de un modo determinante a delimitar el universo real de objetos, personas y circunstancias específicas con las que cada individuo puede entrar en contacto cotidiano. Asimismo, las condiciones biológicas (los estados de salud-enfermedad, los padecimientos crónico-degenerativos, los impedimentos o restricciones físicas, los estados nutricionales, etc.) contribuyen, también de un modo decisivo, a determinar los modos en que cada persona interactúa con los objetos, eventos y personas que configuran las situaciones en las que se comporta. Sin embargo, ni las condiciones socioculturales ni las condiciones biológicas agotan en si mismas los determinantes de los ajustes específicos de cada individuo a su entorno ni de los resultados que éstos tienen tanto sobre el ambiente como sobre el propio organismo. Los factores de orden psicológico son, en este contexto, los elementos que completan el rango de variables a considerar en el análisis del ajuste individuo-entorno y de los resultados sobre uno y otro, es decir, de la calidad de vida. La participación del psicólogo como científico del comportamiento en el análisis del ajuste individual a las circunstancias específicas del entorno, así como de los resultados que este ajuste tiene sobre el ambiente y sobre el propio organismo demanda, para ser fructífero, un alto grado de claridad conceptual sobre la dimensión exacta que a esta disciplina corresponde, distiguiéndose de las disciplinas biomédi-

ca y sociocultural. Avancemos en esta delimitación. Con propósitos estrictamente expositivos, es posible ubicar en dos grandes dimensiones analíticas a las distintas aproximaciones a la definición, medición y promoción de la calidad de vida. En un primer grupo, correspondiente a la dimensión biomédica, se pueden ubicar las propuestas que concentran su atención en el individuo como organismo y sus condiciones biológicas de existencia y operación. En términos de sus propósitos básicos, las aproximaciones biomédicas tienen como preocupación fundamental procurar las condiciones necesarias para la preservación de la salud biológica, concebida ésta como ausencia de enfermedad. Los servicios de atención a la salud, tanto preventivos (primer nivel) como remediales (segundo y tercer niveles) representan los modos de organización social de intervención biomédica en la preservación de la salud, la prevención de la enfermedad, la cura y la rehabilitación. En una segunda dimensión se ubicarían los orientaciones conceptuales que abordan la calidad de vida como una cuestión estrechamente vinculada con los aspectos culturales que condicionan las circunstancias sociales regulatorias de la vida humana en sus distintos momentos de desarrollo histórico. En este segundo grupo se reconocen los intentos por especificar las condiciones de vida colectiva propicias para la preservación de los ambientes (físicos y sociales) en que tiene lugar la vida de los grupos, no como individuos sino como colectividades culturalmente preservadas. Las legislaciones sobre protección del ambiente, sobre las condiciones laborales, sobre los derechos humanos, sobre la educación pública, sobre salud reproductiva, etc., son algunas de las formas en que se ha concretado la preocupación por el bienestar social en esta segunda dimensión de abordaje de la calidad de vida. Ahora bien, es fácil advertir que tanto la preocupación por la salud biológica de los individuos, en tanto organismos cuya operación está condicionada por la evolución de la especie en la filogenia, como el interés en el análisis y modificación de las prácticas colectivas, culturalmente determinadas por condiciones social e históricamente construidas, constituyen dimensiones analíticas no contrapuestas pero si distintas en la naturaleza lógica de su estructura categorial y, por ende, de sus referentes concreto-empíricos. 5

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El nivel de análisis e intervención biomédica se refiere a la operación de organismos cuya estructura y función se determina en un plano filogenético que no reconoce la singularidad de los individuos. Por su lado, el nivel sociocultural de análisis se remite a los productos y prácticas colectivas, poblacionales, que tampoco atienden conceptualmente a la especificidad de los individuos particulares. En contraste con las anteriores, la psicología es una disciplina que, independientemente de los matices y diferencias que pueden tener sus distintas formulaciones teóricas y metodológicas, siempre tiene como referente empírico último de sus conceptos precisamente a la práctica concreta de los individuos singulares. Por este motivo, y toda vez que los hechos en ciencia están epistemológicamente condicionados por las categorías y lógicas conceptuales propias de cada disciplina, resultaría impropia cualquier forma de reduccionismo que implicara la pretensión de explicar la dimensión psicológica de la calidad de vida con base en las categorías, conceptos, teorías y métodos de cualquier otra disciplina, sea ésta de naturaleza biológica o cultural. Innegablemente, el comportamiento de los hombres está condicionado por la biología de su cuerpo, e incuestionablemente las prácticas culturales históricamente construidas que son colectivamente compartidas por los miembros de los distintos grupos sociales enmarcan y significan el desarrollo psicológico individual. Sin embargo, el comportamiento psicológicamente determinado, aún cuando supone un organismo biológico y un entorno cultural, no puede ser descrito como invarianza funcional del philum ni como práctica poblacional. El comportamiento psicológico constituye la operación de un organismo biológico funcionalmente ajustado a las circunstancias culturalmente construidas, pero, y esto es fundamental, la adecuación funcional del comportamiento individual no evoluciona ni en la filogenia ni en la historia social del grupo sino en la ontogenia, es decir, en la historia singular de cada individuo, singularidad histórica que genera precisamente la individualidad y especificidad de lo psicológico como práctica individual ontogenéticamente construida. En este contexto, es posible reconocer como dimensión psicológica fundamental de la calidad de vida precisamente las prácticas individuales, especial6

mente aquellas que: a) Están asociadas a la preservación de la salud biológica, ya sea como prevención de la enfermedad o como prácticas favorables a la curación y a la rehabilitación. b) Están asociadas con la preservación de los ambientes físicos y sociales que delimitan las prácticas colectivamente compartidas como cultura (educación, trabajo, arte, ciencia, etcétera). Como consecuencia de lo antes expresado, podemos establecer que el análisis de la dimensión psicológica de la calidad de vida se asocia críticamente con el estudio de los modos en que los procesos de configuración histórica del comportamiento psicológico resulta en formas efectivas (competencias) de satisfacción de los requerimientos funcionales que los ambientes culturalmente construidos imponen a los individuos sin que esto conlleve la pérdida de la salud biológica ni la alteración del bienestar social. La naturaleza multidimensional del concepto calidad de vida, es decir, la existencia de factores de naturaleza sociocultural, biológica y psicológica en su configuración, implica, entre otras cosas, lo siguiente: a) La calidad de vida no es una cuestión agotable por el análisis psicológico. b) La calidad de vida supone tanto la salud biológica como el bienestar social. c) La dimensión psicológica de la calidad de vida se concreta en la práctica individual a manera de competencias funcionalmente pertinentes para la promoción de la salud biológica y el bienestar social. Ahora bien, estas implicaciones de la naturaleza multidimensional de la calidad de vida no implica, ni con mucho, que hay que renunciar a la especificidad conceptual y metodológica del análisis psicológico sino que, por el contrario, obliga a un mayor refinamiento analítico a fin de esclarecer qué toca al psicólogo y qué a los otros profesionistas. En particular, se hace necesario avanzar en la recuperación no reduccionista de lo biológico y lo social en el análisis de lo psicológico. La especificidad de lo psicológico en el análisis de la calidad de vida Como ya hemos establecido, en el estudio y teorización acerca del comportamiento psicológico

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humano es necesario tomar en consideración las propiedades biológicas (anatómicas y fisiológicas) del individuo, así como las características del entorno social en la que los éstos viven y evolucionan. No obstante, es de fundamental importancia ubicar correctamente estas dos dimensiones y su participación en la estructuración del comportamiento psicológico y su desarrollo a efectos de evitar cualquier forma de reduccionismo conceptual que cancele el análisis propiamente psicológico. De aceptar que la manera en que los individuos interactúan con los objetos, eventos y otros organismos e individuos de su ambiente está determinada exclusivamente por la estructura biológica y sus formas de operación, condenaríamos a la psicología a ser una disciplina subsidiaria de la fisiología, de su conceptos, de sus métodos y sus problemas. La situación sería similar si se considerara que el desarrollo psicológico es simplemente la reproducción ontogenética del desarrollo social humano, ya que así se reduciría a lo establecido en los modelos de las ciencias sociales. Alternativamente, sostenemos que las operación biológica del organismo y su descripción por las ciencias correspondientes, tanto como las características culturales de los grupos sociales, como son descritas por las disciplinas que estudian lo social, constituyen las dimensiones analíticas limítrofes del análisis psicológico (Kantor, 1978; Ribes y López, 1985). Lo psicológico, tal como lo entendemos en el presente trabajo, corresponde a un nivel de descripción, análisis y explicación de la realidad, cuya especificidad está dada por el tipo de eventos y propiedades que selecciona y abstrae como su objeto conceptual de estudio, así como por los modelos de representación que elabora para dicho objeto. Naturalmente, esta especificidad conceptual impone la necesidad de especificidad también en lo metodológico y en el universo empírico seleccionado para la investigación de lo psicológico (Carpio, 1989). Así, lo psicológico, como cualquier otro objeto conceptual de estudio científico, constituye una abstracción de propiedades, eventos y relaciones de la realidad sin describir ningún concreto particular. En rigor, la representación científica de lo psicológico mediante modelos y teorías, aunque se elabora necesariamente a partir del contacto con objeto y

eventos concretos, trasciende la singularidad propia de lo concreto. Por esta razón, aunque ningún psicólogo puede negar la relevancia de la estructura anatómica y de la fisiología de los organismo que estudia (y en el caso del ser humano, de los factores sociales), sus modelos representacionales no los reconoce sino como fronteras analíticas. Pongamos como ejemplo de lo anterior que ningún físico teórico ignora que los seres humanos poseemos dos piernas, dos brazos, dos ojos, etc. Sin embargo, si el físico ha de describir a cualquiera de nosotros seguramente hablará de materia, masa, estructura atómicas y cuestiones por el estilo, sin referirse a nuestros ojos, piernas y brazos. Y esto es así no porque no vea nuestra conformación anatómica, sino porque nos está describiendo conforme a las categoría de su disciplina, de las cuales no forman parte aquellas que emplean el anatomista o el fisiólogo. De la misma manera, para un teórico de la economía política, sin ignorar que en las fuerzas productivas participan hombres concretos e individuales en relaciones que él describe como trabajo, no le es necesario recurrir a las características personales de ningún individuo particular para describir o explicar la contradicción que se da entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción como condición de las revoluciones sociales. El psicólogo, por su parte, que tampoco ignora la existencia del sistema nervioso, pulmones, estómago y demás componentes anatómicos del organismo humano, y que tampoco desconoce la existencia e importancia de las relaciones sociales normativas de la vida humana (trabajo, moral, derecho, arte, religión, etc.), no puede incorporar estos elementos en sus modelos y conceptos tal cual sin riesgo de perder la especificidad conceptual que justifica su existencia como disciplina relativamente independiente. Así pues, debe ser claro que en el nivel de representación científica mediante modelos, conceptos y teorías, lo psicológico no es reductible a lo biológico ni a lo social (Ribes y López, 1985). Ahora bien, los modelos de representación científica de lo psicológico, como los de cualquier otra disciplina científica, deben procurar los conceptos que den cobertura a sus condiciones limítrofes, en este caso a lo social y lo biológico. Esta recuperación de las condiciones limítrofes es 7

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fundamental en el caso de la psicología por cuando menos dos razones: a) En primer lugar porque, independientemente de la aproximación teórica que se adopte en la definición de lo psicológico, se coincide en considerar al individuo como eje de conceptualización. b) Siendo el individuo el eje de conceptualización es imprescindible contar con una teoría que describa el curso que sigue la estructuración de los procesos psicológicos que se postulan y la manera en que éstos se peculiarizan para constituir, en su unicidad, al individuo mismo. Estas razones, obviamente, apuntan a la necesidad de construir teorías del desarrollo psicológico y de su individuación (personalidad) como complementos de la teoría básica de proceso (véase Ribes, 1990). En lo que sigue, nos concentraremos en lo relativo a la teoría del desarrollo como marco de la recuperación conceptual de los factores sociales y biológicos en el análisis psicológico. ¿Cómo recuperar lo social y lo biológico en el análisis psicológico? Desde la perspectiva interconductual, lo psicológico es concebido como la interacción que se establece entre el organismo completo y aspectos específicos del medio ambiente, estructurada con base en la historia ontogenética y modulada por factores situacionales, organísmicos, sociales e históricos específicos (Kantor y Smith, 1975). La interacción que aquí denominamos conducta psicológica supone la operación biológica del organismo como condición que posibilita un determinado espectro de ajustes reactivos del organismo a los objetos y eventos de estímulo, sin determinar una relación invariante entre estos dos componentes interactivos, como sí ocurre en el ámbito biológico. La operación de células, tejidos, órganos y sistemas que describen las ciencias biológicas posee la característica de ser relativamente invariante entre los organismos de la misma especie, en tanto que dicha operación está determinada por la evolución filogenética y las propiedades físicoquímicas de la condición estimulante. Por el contrario, en la interacción psicológica, el que opera es el organismo todo, es decir, en la fase de respuesta psicológica entra en 8

juego el conjunto de órganos y sistemas de operación biológica configurados de una determinada manera dependiendo no solo de las propiedades físicoquimicas del estímulo sino fundamentalmente de la historia interactiva (ontogenética) del organismo y los factores situacionales que contextúan la interacción con el estímulo. El concepto de sistema reactivo, como denominan Kantor y Smith (1975) a estas configuraciones reactivas en la interacción psicológica permite cancelar el reduccionismo de las funciones psicológicas a las biológicas y al mismo tiempo permite comprender la plasticidad de la interacción psicológica respecto a la biológica. En términos biológicos, la pérdida del órgano implica necesariamente la pérdida de la función correspondiente; sin embargo, a nivel psicológico la ausencia de un determinado órgano es eventualmente suplida por la operación de otros que con su participación generan configuraciones reactivas funcionalmente equivalentes (como ejemplo de esta plasticidad considérese el desarrollo lingüístico en personas sordomudas). Evidentemente, lo anterior no supone en ningún sentido que la fase reactiva en las interacciones psicológicas sea independiente de la operación biológica. Muy al contrario, la supone pero no se reduce a ella. En el otro extremo, es conocido que alteraciones orgánicas (por ejemplo la llamada trisomía 21, asociada al síndrome de Down) limitan severamente el establecimiento de múltiples interacciones que socialmente son esperadas como parte del desarrollo "normal". Establezcamos, entonces, que la dimensión biológica de operación del organismo constituye la base de operación psicológica en tanto la materia prima de los sistemas reactivos funcionales en las interacciones psicológicas. También dejemos establecido que los sistemas reactivos no son "algo" que ya esté en el organismo, sino que se conforman históricamente y por ello son diversificados entre individuos y corresponden al tipo específico de interacciones que éstos establecen con el ambiente. Finalmente, dejemos constancia de que la conformación de los sistemas reactivos no se concibe en la perspectiva interconductual como si fuera exclusivamente dependiente de las propiedades "naturales" de los objetos estimulantes y sus contextos, sino que también

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se reconoce su conformación con base en las dimensiones normativas que como convenciones conductuales han desarrollado los grupos humanos, por ejemplo, la lectoescritura y otras formas de lenguaje (al respecto, véase a Mares y Rueda, 1993). Esta precisión es fundamental por que contribuye a la delimitación conceptual de la dimensión social como componente de lo psicológico humano y su desarrollo. A este respecto, conviene establecer en principio que debido a que los sistemas reactivos se configuran y desarrollan con base en la interacción del organismo con el medio ambiente y sus diversas condiciones estimulantes, es claro que la comprensión del establecimiento y desarrollo de los sistemas reactivos solo es posible atendiendo a las características del ambiente. La característica fundamental y definitoria del ambiente que enfrenta el infante desde que nace es su naturaleza social. Esto significa que las propiedades funcionales del ambiente son determinadas no solo por las propiedades físicoquímicas y los parámetros espaciotemporales de los objetos y eventos que en éste acontecen, sino básicamente por la práctica convencional de los grupos respecto de dichos ambientes. La convencionalidad no se refiere a acuerdos legislativos que establezcan determinadas funciones a los elementos de estímulo y respuesta, sino que describe el carácter arbitrario y compartido de la funcionalidad de estímulos y respuestas. La arbitrariedad se expresa en la relativa independencia de las morfologías de estímulo y respuesta respecto de las propiedades físicoquímicas de la situación interactiva (vgr. las distintas morfologías lingüísticas). Precisamente, la incorporación de los individuos a esas prácticas convencionales constituye el proceso de socialización o "humanización" de su comportamiento, paralelo a la progresiva trascendencia de las invarianzas reactivas biológicamente "programadas" en la filogenia de la especie humana; el paso inicial de este proceso es, probablemente, el descrito por el curso de la adquisición de los sistemas reactivos convencionales, como cuando se aprender a ver, escuchar, hablar, etcétera (Ribes, 1990). De esta manera, aunque podemos establecer que los factores sociales se incorporan inicialmente en la estructuración de lo psicológico humano en la forma de sistemas reactivos convencionales (y las

potencialidades interactivas que ello conlleva), esto no agota la recuperación de lo social como condición limítrofe y participante de lo psicológico humano. Existen cuando menos otras dos dimensiones en la que podemos ubicar a lo social en el análisis de lo psicológico: a) En términos de los criterios de adecuación, efectividad, pertinencia, congruencia y coherencia (Carpio, 1992) que los grupos sociales imponen al comportamiento del infante a lo largo de su desarrollo. b) En lo relativo a la dimensión valorativa del comportamiento como práctica moral efectiva, es decir, en términos de las creencias acerca del comportamiento humano. En la primera de estas dos dimensiones debe incluirse el conjunto de expectativas y demandas que el grupo social tiene respecto a lo que el individuo "debe" poder hacer o decir en cada momento de su desarrollo y en situaciones específicas. De hecho es en esta dimensión en la que el grupo social establece los criterios de desarrollo a los que un individuo debe ajustarse (conductual, cognoscitiva, afectiva y culturalmente hablando) para ser calificado como miembro "normal" del grupo mismo. Esta dimensión adquiere "realidad psicológica" en la forma de criterios de logro que el grupo social establece en cada situación interactiva en la que participa el individuo. Tales criterios varían en tipo y complejidad (algunos de ellos van desde la mera adecuación de la conducta alimenticia conforme determinados horarios, hasta la realización de tareas que involucran competencias conductuales tan complejas como las previstas en algunas situaciones escolares). En la segunda dimensión mencionada están presentes los criterios de valor (positivo, negativo, normal, anormal, aceptable, reprobable, deseable, indeseable, etc.) que el grupo social emplea para la calificación del comportamiento de un individuo miembro. En este terreno es factible ubicar buena parte de los llamados problemas psicológicos que la psicología clínica tradicional y el psicoanálisis han adoptado como materia de trabajo (véase Ribes, 1993; Ribes, Díaz González, Landa y Rodríguez, 1990). La "realidad psicológica" de las creencias en esta dimensión está dada en los valores morales regulatorios del comportamiento de los individuos en ámbitos tan diversificados como los 9

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roles sexuales, los hábitos de higiene, las relaciones familiares, etcétera. Con estos elementos, podemos argumentar ahora que es posible considera la participación de las condiciones biológicas y sociales en las interacciones psicológicas en una dimensión más justa, sin reduccionismos biologicistas o sociologistas. Ahora bien, hasta este punto hemos planteado que las interacciones psicológicas del ser humano son posibilitadas por su estructura biológica y moldeadas con base el carácter social del ambiente al que enfrentan desde su nacimiento. También hemos sostenido que dadas estas dos dimensiones limítrofes, el comportamiento psicológico (y, en particular, los sistemas reactivos y las competencias) se configura en un proceso histórico de contactos con el ambiente, en el que existen tanto criterios de logro, adecuación, pertinencia, etc., como creencias valorativas del comportamiento mismo. En este sentido, se deriva que el ambiente se estructura con base en criterios sociales que adoptan la forma de creencias, expectativas y demandas del grupo social respecto del comportamiento de sus individuos miembros. En virtud de que el comportamiento no "emerge" naturalmente ajustado a los criterios que hemos enunciado, los grupos sociales diseñan estrategias para que dicho ajuste se consiga de mejor manera. Algunas de tales estrategias se institucionalizan a modo de programas formales educativos, de rehabilitación, prevención, etcétera. Sin embargo, algunas otras se dan de un modo mucho más informal y, en consecuencia, más variables y con un menor grado de control formal por parte del grupo. Estas últimas estrategias son establecidas normalmente en las fases más tempranas del desarrollo de los individuos y tienen lugar en los ambientes de crianza no formales: el hogar. La importancia que tienen las interacciones primeras en la estructuración de los sistemas reactivos, los estilos de interacción y la adopción de criterios valorativos en el desarrollo psicológico ha sido enunciada por diversas aproximaciones teóricas y metodológicas en psicología. Pese a ello, la manera en que las interacciones familiares durante la crianza afectan el desarrollo psicológico es una cuestión relativamente poco estudiada (véase Parke, 1980). Por esta razón, en lo que sigue nos concentraremos en el 10

análisis del ámbito familiar como el procurador de las condiciones que "interfasan" los elementos sociales de regulación del comportamiento y el desarrollo psicológico mismo. La familia como locus del desarrollo psicológico Concebimos a la familia como una especie metafórica de interfase entre lo social y lo psicológico porque es en el seno de ésta donde tiene lugar el proceso inicial de socialización (humanización, podríamos decir) de los nuevos miembros de nuestra especie, es decir, de su incorporación a las prácticas convencionales que dan significado humano a su existencia y comportamiento (Bronfenbrener, 1980; McGuillicudy-De Lisi, 1980). En este sentido, la familia es una especie de "representante" del grupo social ante el infante y en la que recae la función socializante de éste, siendo responsable por su adecuada formación e integración a las formas socialmente aceptadas y significativas de comportamiento. Desde luego, por familia debe entenderse no al grupo de personas con relaciones filiales que las legislaciones civiles reconocen como tales, sino a aquellos encargados del cuidado y atención del menor y con quienes éste establece sus primeras interacciones. De este modo, la familia no está definida psicológicamente por las relaciones de consanguinidad sino por las relaciones de intercambio y afectación recíproca que se establecen para que el proceso de socialización tenga lugar. Tales relaciones de intercambio y afectación recíproca constituyen de hecho la estructura funcional del ambiente en el que los infantes empiezan ha desarrollar el conjunto de competencias conductuales que los habilitan como miembros del grupo social. Esquemáticamente, podemos decir que los encargados del cuidado del infante, en quienes recae la función socializante, desarrollan una función estructurante o mediadora de las relaciones del infante con el medio ambiente (Power y Parke, 1981). La función mediadora del (los) adulto (s) y los otros individuos significativos en las relaciones familiares, consiste no solo en arreglar las condiciones físicas y sociales en las que se desenvuelve el

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infante, sino fundamentalmente en establecer los criterios funcionales a los que se subordina la organización de los intercambios adulto-infante en el contexto familiar. Como lo hemos expuesto antes, la normatividad y convencionalidad de la vida social se expresa en las relaciones familiares en la forma de expectativas y demandas respecto del comportamiento de sus integrantes (entre ellos, obviamente, el infante), así como en forma de criterios de valoración moral de dicho comportamiento. Es con base en tales elementos que el grupo familiar impone criterios de: a) Ajuste, que se refieren a la distribución en tiempo y espacio de la reactividad del niño en relación con las regularidades espaciotemporales de las condiciones estimulantes, por ejemplo, la imposición de ciclos de alimentación, sueño, higiene, y otros ritmos conductuales. b) Efectividad, referidos a los cambios práctico-efectivos que el infante debe conseguir en el ambiente como resultado de su actuación en éste, por ejemplo, la manipulación y alteración de objetos, la producción de sonidos diferenciados del habla humana, la producción de grafismos, etcétera. c) Pertinencia, vinculados a la correspondencia entre la emisión de determinadas formas de comportamiento en los momentos y lugares considerados adecuados, por ejemplo, reír o llorar en determinadas situaciones y no en otras, hablar con "respeto" a los mayores, orinar y defecar en el cuarto de baño, etcétera. d) Congruencia, relacionados con la correspondencia funcional entre el decir y el hacer del individuo con el hacer y decir de los otros miembros del grupo social de referencia. e) Coherencia, asociados a la consistencia funcional entre distintos segmentos o momentos del decir como práctica desligada de la situación concreta en que se habla. La imposición de estos criterios en la interacciones del infante con el ambiente y con los adultos, debe quedar claro, no se da en un orden lineal del más simple al más complejo, sino de manera variable dependiendo de la circunstancia en que se interactúa con el infante. Esta variabilidad hace que en las distintas situaciones (o contextos) de interacción adultoinfante se promueva el desarrollo de formas conductuales diferenciadas para satisfacer o cumplir con los

criterios establecidos (competencias conductuales), lo cual lleva a postular el desarrollo psicológico humano no como un proceso lineal en el que se transita de las formas más simples a las más complejas de comportamiento, sino como un desarrollo desigual y ramificado de competencias conductuales que conforman el repertorio interactivo del individuo. El concepto de competencia conductual se refiere a la organización funcional de distintas morfologías de respuesta en relación con criterios de logro establecidos en la situación interactiva (véase a Ribes y López, 1985), y su evolución a lo largo de distintos niveles de complejidad funcional conformaría propiamente el desarrollo psicológico humano. Así, la imposición de los criterios que hemos enunciado antes constituyen los elementos respecto de los cuales los ambientes de interacción y la interacción misma entre el adulto y el infante se organiza, y mediante el enfrentamiento de dichos ambientes estructurados es que el individuo va desarrollándose psicológicamente. Ahora bien, la participación del adulto y demás miembros de la familia no se restringe al establecimiento de tales criterios, sino que contribuyen a diseñar y operar las condiciones que favorecen que el infante desarrolle las competencias conductuales necesarias para su cumplimiento. La contribución del adulto en la conformación de tales condiciones promotoras del desarrollo psicológico se puede dar dentro de un amplísimo rango que va desde su planeación bajo asesoría profesional hasta la participación irreflexiva y coyuntural. Los factores que participan en la determinación del modo en que los miembros de la familia se involucran y participan en la estructuración de las condiciones promotoras del desarrollo psicológico infantil son tan diversos como el nivel escolar, cultural y económico de los adultos, sus creencias y expectativas sobre la familia y los roles que deben desempeñar sus integrantes, su sensibilidad al comportamiento infantil, las prácticas de crianza culturalmente difundidas y aceptadas, etc. (McGuillicudy-De Lisi, 1980; Belsky, 1981; Pedersen, 1981). Evidentemente, los criterios de logro que la familia establece, así como las competencias y habilidades requeridas, y entrenadas, para satisfacer estos criterios se asocian críticamente con las posibilidades 11

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que tienen los individuos de ajustarse a las situaciones cotidianas de su existencia de un modo tal que los resultados de esos ajustes no afecten negativamente la salud biológica propia o de otros, y que tampoco alteren las condiciones que definen su bienestar social. De un modo más preciso, cuáles son los elementos que se integran psicológicamente en el proceso que resulta en una determinada calidad de vida es la cuestión que abordamos a continuación, presentando para ello un modelo general que pretende reconocer tanto los procesos como los resultados conductuales que se relacionan directamente con la preservación de la salud y la promoción del bienestar social. Calidad de vida y práctica individual: un modelo conductual Los elementos y procesos conductuales que deben considerarse en el análisis de la dimensión psicológica de la calidad de vida involucran la interacción de los siguientes elementos: a) La historia interactiva del individuo b) Las competencias conductuales disponibles c) Los estilos interactivos d) Los criterios de ajuste que imponen las situaciones interactivas. Estos elementos se integran en un proceso general que tiene como resultado efectos sobre los ambientes sociales y sobre el propio organismo, efectos que pueden alterar positiva o negativamente a uno y otro para redundar en la preservación de la salud y de los ambientes socialmente significativos. Por supuesto, los resultados de este proceso general, en el caso negativo, pueden resultar en el deterioro o pérdida de la salud y el bienestar social. A continuación se especifican con más detalle los elementos mencionados y sus modos de interrelación. La historia interactiva es la colección de interacciones pasadas de un individuo con aspectos específicos de su entorno. Es en la historia de interacciones donde se configuran dos elementos comportamentales fundamentales para nuestros propósitos analíticos: las competencias conductuales y los estilos interactivos. Las competencias conductuales describen la adecuación morfológica de la actividad de los individuos a las circunstancias particulares de una situación 12

en la que se impone un criterio de logro que éstos deben satisfacer. Las competencias conductuales constituyen en este sentido las formas efectivas de comportamiento que desarrollan los individuos para satisfacer los requerimientos funcionales del ambiente. Las competencias pueden ser de orden intrasituacional efectivas (instrumentales), extrasituacionales (lingüísticas o sustitutivas referenciales) o transituacionales (abstracto-genéricas). Para el caso específico de la calidad de vida, las competencias pertinentes se concentran en los siguientes ámbitos básicos: a) La prevención de la enfermedad (competencias de autocuidado, higiene, hábitos alimenticios, hábitos de sueño, evitación del consumo de sustancias tóxicas, etcétera). b) La adherencia a tratamientos (competencias vinculadas al seguimiento de prescripciones médicas, realización de rutinas rehabilitados, seguimiento de dietas, etcétera). c) La prevención de accidentes (seguimiento de reglamentos de seguridad, uso de equipos protectores en ambientes de riesgo, etiquetación de substancias nocivas o letales, etcétera). d) La protección de ambientes físicos (competencias proambientales tales como separación de residuos, uso apropiado de insecticidas, de plaguicidas, de abonos, uso apropiado de equipos de combustión, resguardo de residuos contaminantes, etcétera). e) La preservación de ambientes sociales (seguimiento de reglamentos y legislaciones civiles, protección de ambientes públicos, acatamiento de medidas de seguridad vecinal, etcétera). f) La promoción de interacciones sociales en los ámbitos familiares y de pareja (competencias de comunicación, solución de problemas, resolución de conflictos, planeación de actividades grupales, etcétera). g) La promoción de cambios sociales benéficos para la colectividad (competencias de liderazgo, de organización de actividades grupales, de análisis de soluciones, etcétera). Por su parte, el concepto de estilos interactivos se refiere a los modos consistentes y relativamente invariantes de interacción de los individuos con circunstancias funcionales específicas (Ribes, 1990). La invarianza de la manera en que los individuos hacen contacto inicial con las propiedades fun-

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cionales de las situaciones en las que interactúan está determinada también por y en la historia interactiva de los individuos y contribuyen a determinar el modo en que, al interactuar, los individuos producen efectos sobre el ambiente y sobre sí mismos, efectos que a su vez pueden contribuir a deteriorar o mejorar la calidad de vida del propio individuo y de otros. La definición de los estilos interactivos no se refiere a lo que tradicionalmente se ha llamado rasgos de personalidad, sino a la estructura contingencial de la situación que el sujeto enfrenta de un modo invariante. Los estilos interactivos más relevantes al ámbito de la calidad de vida son los siguientes: a) Toma de decisiones. Situación con dos o más situaciones incompatibles o imprevisibles. b) Tolerancia a la ambigüedad. Situación con una demanda explícita pero incompatible con la consecuencia. c) Tolerancia a la frustración. Situación en la que la consecuencia es menor, más demorada, perdida o costosa de lo esperado. d) Persistencia o logro. Situación con requerimientos conductuales progresivamente más elevados. e) Flexibilidad al cambio. Situación con demandas cambiantes de manera impredecible. f) Tendencia a la transgresión. Situación con opciones de respuesta, con una permitida y una no permitida, pero ambas con la misma consecuencia. g) Curiosidad. Situación con opciones de respuesta que aumentan dependiendo de la actividad del individuo. h) Tendencia al riesgo. Situación con opciones de consecuencia constante y consecuencia variable. i) Dependencia de señales. Situación con opciones y consecuencias señaladas. j) Responsividad a nuevas contingencias. Situación con contingencias agregadas. k) Impulsividad-autocontrol. Situación con opciones constantes de respuestas y consecuencia, con señales agregadas de consecuencias impredecibles. l) Reducción de conflicto. Situación con opciones de respuesta inevitable, pero con señalizaciones contradictorias. Los criterios de ajuste que se imponen en las situaciones interactivas los hemos descrito antes y a ello sólo agregaríamos que son precisamente éstos los que determinan cuáles competencias son funcio-

nalmente pertinente en cada situación con la que los individuos interactúan. La tabla 1 presenta de manera esquemática las relaciones derivadas de la interacción de los criterios de ajuste o de logro y las competencias funcionalmente pertinentes en los distintos ámbitos de relevancia para la definición de la calidad de vida. La correspondencia funcional de las competencias con los criterios en cada ámbito definiría la mejor calidad de vida, mientras que la ausencia de correspondencia establecería las condiciones definitorias de una pobre calidad de vida. De acuerdo con lo que se establece en la tabla 1 de correspondencias, la calidad de vida valorable como positiva o buena es aquella que implica tanto la preservación y/o promoción de la salud biológica como la preservación de las condiciones sociales características del bienestar social. Estos resultados del ajuste del comportamiento individual a las situaciones en que éste tiene lugar, depende críticamente de que en tales situaciones el sujeto despliegue las competencias funcionalmente pertinentes a los criterios de ajuste o de logro que en tales situaciones se establecen. En sentido contrario, la falta de correspondencia entre las competencias disponibles con el criterio de logro que se impone en las distintas situaciones que los sujetos enfrentan, implicaría la no satisfacción de tales criterios y, en consecuencia, un ajuste no funcional entre comportamiento y situación, lo que a su vez redundaría en una pobre calidad de vida debido a los efectos nocivos que sobre el entorno o sobre las condiciones biológicas del organismo tendrían los ajustes no funcionales. A manera de conclusiones preliminares A lo largo de este trabajo hemos establecido que el concepto de “calidad de vida” es multidimensional y con ello hemos querido establecer que la naturaleza de los factores que en ella participan van desde los biológicos hasta los de orden sociocultural, pasando naturalmente por los de corte psicológico. En virtud de este carácter del concepto, se estableció también que ninguna disciplina particular puede agotar el análisis de sus determinantes y, en consecuencia, definir por si misma los mecanismos de promoción y de evaluación correspondientes. 13

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Tabla 1. Correspondencias.

Ámbito ---------------------------------- Competencia ----------- Criterio de logro Prevención de enfermedad...................... Situacional ..................... A, E, P Adherencia a tratamientos ..................... Extrasituacional .............. A, E, P, Cgr Prevención de accidentes ....................... Situacional ...................... A, E, P Protección de ambientes físicos ............ Extrasituacional ............... A, E, P, Cgr Preservación de ambientes sociales ...... Transituacional ................. P, Cgr. Coh Promoción de interacciones sociales .... Extrasituacionales ............. P, Cgr, Coh Promoción de cambios sociales ............ Transituacionales .............. Cgr, Coh A=ajustividad, E=efectividad, P=pertinencia, Cgr=congruencia y Coh=coherencia.

A pesar de lo anterior, a lo largo del ensayo se enfatizó la importancia que tiene la delimitación de la dimensión psicológica de la calidad de vida, concretándose ésta en los procesos de estructuración ontogenética de las competencias y los estilos interactivos que determinan el ajuste efectivo del individuo a las situaciones que imponen un criterio de logro específico. En particular, se subrayó que los ajustes funcionales de los individuos a su entorno producen efectos sobre el entorno y sobre ellos mismos, resultados que pueden ser promotores de la salud biológica y del bienestar social, o bien perniciosos a estos dos aspectos de la vida humana. Una vez analizado el modo en que el ámbito familiar procura las condiciones iniciales de entrenamiento de las competencias pertinentes en distintos ámbitos relevantes a la calidad de vida, se describieron precisamente tanto los ámbitos relacionados con la calidad de vida y las competencias funcionalmente pertinentes a ellos, así como los estilos interactivos relacionados. Con base en lo expuesto, es posible concluir de un modo preliminar que no existen estándares universales e invariantes de calidad de vida, sino que éstos son relativos a las condiciones sociohistóricas particulares de cada grupo social que enmarca el desarrollo psicológico individual; por ello, reafirmaría que calidad de vida puede entenderse como la resultante funcional del estado conjunto de las condiciones biológicas, socioculturales y psicológicas de los individuos, estado que define el modo en que éstos se ajustan a las situaciones cotidianas en que su comportamiento, como modo 14

de existencia práctica, tiene lugar, así como los resultados que dicho ajuste tiene sobre el ambiente y sobre el propio organismo. Naturalmente no deseamos concluir sin antes apuntar que las funciones del psicólogo en el ámbito de la calidad de vida, aunque han de concentrarse en el análisis de los modos de configuración ontogenética de las competencias y los estilos interactivos pertinentes a los ámbitos relevantes a la preservación de la salud y el bienestar social, no pueden ampararse en una impensable e imposible neutralidad ideológica. Antes bien, consideramos que en su ejercicio profesional y científico el psicólogo ha de comprometerse con aquellos para quienes la calidad de vida es tan sólo una cuestión que se discute en las universidades y los claustros académicos. Y, por supuesto, que este compromiso va en el sentido de conseguir que la calidad de vida sea, algún día, una realidad compartida por la mayoría de las mujeres, los hombres y los niños de nuestros países hoy tan carentes de una digna calidad de vida. Referencias Belsky, J. (1981). Early Human experience: A family perspective. Developmental Psychology, 17, 1, 3-23. Bijou, S. y Baer, D. (1980) Psicología del desarrollo infantil. México: Trillas. Bronfenbrener, U. (1980). Estructuras interpersonales como contextos de desarrollo humano. En: The Ecology of human development. Experiments by nature and design. Cambridge: Harvard University Press.

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