Calderón, argonauta de espumas locas

June 24, 2017 | Autor: M. Paredes | Categoría: Filología, Literatura, Humanidades
Share Embed


Descripción

Calderón, argonauta de espumas locas Melvin Javier Paredes, Ph. D. El poeta Leonel Calderón (Jinotepe, Nicaragua, 1942), en su aclamado libro Ceremonias sobre el cuerpo de Cassandra (2008), “surca raudo las aguas del azul Mediterráneo / en busca de las musas del inmortal Homero” (p. 21). Quiere su aventura reencantarse con las epopeyas de La Ilíada y La Odisea, escuchar la lira de oro del panida ciego, con versos de nácar, perla y seda. Calderón recorre líricamente la anatomía de la preciosa Cassandra, es decir, la magnífica cultura griega, cuyos ecos aún inspiran a los poetas, y les hace cantar igual, al sufrimiento, que a la vida y al amor. Antes Rubén Darío ofició de Hierofante, con cortejo de inmáculas vestales, doncellas consagradas al servicio del templo. Apolo le prestó luz y armonía, y Orfeo el ritmo de la música. No obstante, el jinotepino advierte una escisión en nuestro Rubén: la del fauno lascivo ante Afrodita, y la del pecador arrodillado, contrito ante la Cruz de Cristo (p. 23). El poeta de Jinotepe logra escabullirse –no sabemos cómo– en el ceremonial de la noche, donde oficia la escultural Afrodita, ejemplar de “las más bellas mujeres de toda la Hélade” (p. 27). Ve el rostro de la bella Helena de día y de noche, la siente, mira y sueña. Goza con “el rítmico andar [de] pura cadencia” (p. 29). Llega a decirle: “a mi barro lo incendias con tu sangre”, llamarada que podría volver a arrasar a Troya nuevamente. Pero humildísimo, pide ser iniciado “en los sacros misterios de Afrodita” (p. 30). Se topa con Cassandra, la bellísima troyana y amada pitonisa, con “el caro don de mirar el porvenir” (p. 64), objeto de burlas y desaires. Troya cae como ella anunció, pero el poeta enamorado le rinde tributo con su canto. Pide a Ariadna que le conceda el hilo del amor, el hilo mágico para vencer al minotauro: “Yo, Teseo de tu amor / a una isla encantada / te llevaré feliz en mi regazo” (p. 65). Ve pasar a una muchacha preciosa en El Rosario, Carazo, con los atributos de Penélope, Helena, Circe, Afrodita, Démeter, Vesta y Pandora, todas juntas, y embelesado, siente que camina por “las calles famosas de Atenas” (p. 77). Quiere ser mágico cisne, para que Leda le proteja con sus blancos, cálidos y lúbricos brazos” (p. 79). Dice que la musa del místico templo, la que inspira a los tristes Aedas, le tomó amorosa, “y dulce y muy suave me abrazó feliz” (p. 81). Convoca a la dueña de su corazón a viajar por Grecia, a contemplar “devotos y místicos / el templo sagrado levantado en Delfos”, a sentir el encanto sublime de la fuente Castalia, “cuyas mágicas aguas beben aún los poetas” (p. 83); y por supuesto, el imponente Monte

Olimpo, morada eterna de los dioses. Por mar seguirán a Mileto, a Jonia, la tierra de Tales, a Samos, la tierra de Pitágoras, a Quíos y a Lesbos, la isla de la poetisa Safo (p. 84), sugiriendo que sus lectores (as) se unan al viaje. Decide visitar a los filósofos, y Pitágoras le enseña que el número es inmutable y eterno (p. 99), por quien los misterios órficos y el culto a Dionisio fueron enseñados a pocos discípulos (p. 98). Heráclito describe la invisible corriente del tiempo que no cesa (p. 101). Influido por el arpegio místico, el poeta enlista los ríos famosos y los grandes maestros que han bebido de sus aguas y sabiduría, desde Gautama hasta el español Machado. Siente empatía por el río Sena, donde amaron hasta la extenuación poetas como Rimbaud, Verlaine y Baudelaire (p. 103). En el poema “Parménides”, la diosa dice al filósofo “verdades que hasta este momento nadie conoce”. Le enseña que “es el Ente del todo semejante / a esfera circular y brillante” (p. 107). Continúa con Sócrates, el que “enseñaba a encontrar a los hombres / la voz de su clara conciencia” (p. 111), el cisne que cantó para morir (p. 113). El aristócrata Platón estudió a la sombra de Parménides y Sócrates, “las ideas, lo inmortal del alma / la caída trágica del alma en la ruda materia” (p. 116). Menciona la oscura caverna de la que “uno de los encadenados logra liberarse / Y sale a la clara y feliz superficie” (p. 117). Siglos después, “en caverna más densa y oscura vivimos nosotros” (p. 119), porque “el hombre ha olvidado la altura de su origen Divino” (p. 120). Lamenta Calderón: “es el hombre (la mujer) inútil cansancio / esfuerzo fugaz y efímero / otro Sísifo” (p. 122). Está consciente que “los placeres terrenales parecen dar gozo, pero son fugaces y a la postre dolorosos”, lo que ya señala el Avatar Krishna al Príncipe Arjuna en el Bhagavad Gita. Como Tántalo, padecemos terrible sed. Abundan las tierras feraces, aun así, “el escuálido pueblo padece el tormento del hambre” (p. 125). Recuerda la codicia del rey Midas, a quien le anuncia la visita de las lúgubres parcas (p. 127), para llevarlo “a lo más negro y más hondo del Hades”. Orfeo, poeta y músico, valiente argonauta, predicó “lo profundo de los grandes Misterios Órficos”, pero “las ménades crueles lo hicieron pedazos”. Anhela nuestro poeta volverse humilde discípulo suyo, y aprender los secretos del ritmo, la cadencia del canto y el verso, los metros, las sílabas y las notas (p. 133). El exultante poemario de Calderón, en apretada síntesis, homenajea a Odiseo, a la exploración humana en vuelo místico de permanente ascenso o extenuante recorrido. El

fino poeta Khalil Gibrán, por extrañezas de la vida, lejano coterráneo de Calderón, escribió: “Cuando llegues al final de lo que debes saber, estarás al principio de lo que debes seguir”. Managua, 8/10/2015

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.