Buscando el eco de la voz y del amor del Redentor Pastores y creyentes ante la Humanae vitae 40 años después: perspectiva pastoral

July 18, 2017 | Autor: Pablo Guerrero | Categoría: Moral Theology, Pastoral Theology
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Descripción

Pastores y creyentes ante la “Humanae Vitae”. Sal Terrae, 2008 (1125), 555-567

Buscando el eco de la voz y del amor del Redentor Pastores y creyentes ante la Humanae vitae 40 años después: perspectiva pastoral Pablo Guerrero Rodríguez S.J.1

“No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas. Pero esto debe ir acompañado siempre de la paciencia y de la bondad de que el mismo Señor dio ejemplo en su trato con los hombres. Venido no para juzgar sino para salvar, Él fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas. Que en medio de sus dificultades encuentren siempre los cónyuges en las palabras y en el corazón del sacerdote el eco de la voz y del amor del Redentor”. [HV 29]

He tenido la suerte y, ¿por qué no decirlo?, el desafío, tanto de acompañar a jóvenes estudiantes de teología en su reflexión sobre los aspectos pastorales de la moral como de escuchar en el confesionario y en el despacho a varones y mujeres sinceramente empeñados y comprometidos en seguir al Señor desde la fidelidad a la Iglesia. Detrás de estas páginas están estas personas que viven, se preguntan, oran, luchan, se desconciertan, se desaniman, se ilusionan y, sobre todo, intentan poner, día a día, su confianza en el Dios de la vida2. También, detrás de estas páginas están las palabras de la Humanae vitae (HV) con las que comienzo este artículo. El lector se encontrará con un intento de acercamiento pastoral desde un enfoque que algunos han dado en llamar “benignidad pastoral”, enfoque atacado tanto por quienes defienden una interpretación rigorista de la moral como desde los que defienden posiciones más cercanas al relativismo moral. Para éstos se trata de un excesivamente prudente, tímido y poco valeroso modo de afrontar los problemas y para aquéllos una manera muy discutible de “descafeinar” la moral cristiana. En definitiva, para ambos se trataría de una manera insuficiente (aunque bien intencionada) de enfrentarse a los problemas morales de nuestro tiempo. Como el lector se imaginará, no estoy de acuerdo con estos “reproches” ya que silencian el esfuerzo sincero de muchas personas por articular fidelidad con creatividad, norma con conciencia, etc. Constituye, el enfoque presente en estas páginas, una humilde aportación en el camino de un necesario lenguaje pastoral-catequético-moral construido en clima de libertad, en diálogo, respetuoso con el pasado y, a la vez, creativo, dinámico y autocrítico. Se trata de trabajar en y por una Iglesia en situación de enseñanza, de aprendizaje y de discernimiento toda ella, que busca trabajar por un mundo más humano y más justo, es decir, más cristiano. Tomando prestadas las palabras del título de un libro de un miembro del consejo de redacción de esta revista, quiero

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Profesor de Teología Pastoral y Teología Moral. Universidad Pontificia Comillas. La afirmación de fe, la respuesta global de sentido que es la fe cristiana conlleva, por serlo, una irrenunciable dimensión práctica. El camino del ser humano, que ha sido alcanzado por el Resucitado, hacia la consumación escatológica del Reino de Dios atraviesa, no rodea, el diario quehacer histórico. El creyente, tal y como se desprende de la concepción cristiana del ser humano, se encuentra convocado a la tarea de transformar el mundo o, lo que es lo mismo, a ser sacramento vivo de la presencia, ya actual, del Resucitado en esta tierra. Así pues, afirmación de sentido, experiencia de un Dios que es comunión, fe en que Dios se revela en Cristo y vida de la Iglesia, están íntimamente ligados con una determinada visión de la realidad ética. Será, precisamente, mediante la dimensión práctica de la fe cómo ésta podrá convertirse en vida y transformarse en auténtico testimonio. El creyente podrá ser testigo y fermento de este mundo si es capaz de ser «contemplativo en la liberación». 2

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Pastores y creyentes ante la “Humanae Vitae”. Sal Terrae, 2008 (1125), 555-567 dirigirme a ese (creo que numeroso) grupo de cristianos que se encuentran “en tierra de nadie”. tierra en la que habitan hombres y mujeres de todos los estamentos de nuestra Iglesia, de todos… 3

Discurso moral y diálogo pastoral. Tanto el discurso moral como el diálogo pastoral, que le debe seguir y también preceder, han de estar presididos por una serie de características (lo que algún autor norteamericano ha llamado las “Ces” del discurso moral). Éstas serían las siguientes: a) Comprehensivo y comprensivo en lo referente al problema/situación: ¿tratamos el problema en su complejidad y totalidad?, ¿existen aspectos que tienden a ser ignorados y/o considerados irrelevantes?, ¿buscamos una descripción detallada –esto no significa someter a un interrogatorio- frente a una descripción somera? b) Comprensible para las personas: ¿hablamos el lenguaje de la gente?, ¿contestamos a los problemas reales que tienen las personas reales? No debemos olvidar que es tarea nuestra “hacernos comprender”. c) Consistente y coherente: ¿es nuestra argumentación/consejo internamente coherente y consistente externamente con problemas similares? (p.e. ¿estamos en contra del aborto y a favor de la pena de muerte?, ¿estamos a favor de los derechos de los animales y somos “comprensivos” con el terrorismo?) d) Creíble y convincente en el sentido de tratarse de algo razonable y defendible lógicamente: ¿qué hacer cuando tu opinión/consejo/argumentación no convence a la otra persona, o no le parece creíble? Así como la fe cristiana no se deduce de ningún razonamiento, pero puede justificarse ante la razón, e incluso presentarse como más racional que su negación, la moral cristiana tiene también una pretensión semejante. e) Y final y principalmente, Cristiano: ¿tenemos en cuenta, de manera adecuada, determinados aspectos de la teología cristiana como son: perdón, gracia, cruz, liberación?, ¿miramos a la persona y a su vida como los fariseos o como Jesús? Y es que el criterio y la norma moral por excelencia es el mismo Jesús. En un acercamiento pastoral, evidentemente, no se trata de “resolver casos” como quien resuelve un “sudoku” (no se trata de aprender “trucos” de confesor o de acompañante espiritual o de asesor pastoral, no se trata de aprender a “echar charlas” ni a dar recetas), se trata de aprender a acompañar la vida de otras personas y ser capaz de mirarlas como lo haría el Señor. Si vamos a tener el privilegio de acompañar a otras personas en su camino (es decir, en sus búsquedas, en sus sueños, en sus decisiones, en sus éxitos y en sus fracasos, en sus dudas, en su fe, en su pecado, en su compasión…) es preciso que tengamos en cuenta varias “necesidades”. La necesidad de una búsqueda sincera de la verdad, la necesidad de apertura al Espíritu, la necesidad de oración, la necesidad de escucha y, finalmente, la necesidad de “humanidad”. Y todo esto en diálogo. Diálogo que tiene como actores a personas que buscan incansablemente. Ni la libertad es algo adquirido de una vez por todas, ni la verdad es un caudal agotado. Este camino nuevo, que lo es siempre, se camina roturándolo. Pero abrir caminos auténticamente nuevos sólo es posible a golpe de discernimiento y diálogo; discernimiento y diálogo que construyan comunión humana. Una comunión así no se hace preguntando unos y respondiendo otros, sino preguntando todos, escuchando todos las respuestas de todos, arriesgando todos y recogiendo todos de la experiencia arriesgada nuevas preguntas para nuevos riesgos en la 3

No es el objeto de este artículo realizar un análisis teológico-moral de la HV. La petición que se me hacía, y a esto estarán dedicadas estas páginas, era la de abordar un acercamiento desde una perspectiva pastoral a los problemas que se encuentran pastores y creyentes en su diario quehacer y reflexión. Qué posiciones, actitudes, sentimientos, preguntas, silencios y preocupaciones están presentes en el diálogo pastoral acerca de aspectos clave de la vida familiar como son la paternidad responsable y los métodos anticonceptivos.

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Pastores y creyentes ante la “Humanae Vitae”. Sal Terrae, 2008 (1125), 555-567 Vida. Se trata, en mi opinión, de insertarse en un ritmo marcado por experiencia-discernimientodiálogo, experiencia-discernimiento-diálogo. Porque este es ritmo del caminar de la vida humana. Ritmo que deja transparentar más adecuadamente, a mi juicio, el hecho de que la fe cristiana es una respuesta religiosa de personas que han sido salvadas, en la que la fidelidad de las personas no es otra cosa que la respuesta libre a la iniciativa gratuita de Dios de ofrecernos su fidelidad liberadora en Cristo. Uno de los cauces en los que el cristiano descubre la fidelidad primera de Dios y la llamada a su respuesta fiel es el discernimiento4. Mediante él, la persona confronta su vida con el Evangelio, con el mensaje de Jesús, con la historia que ha sido y que es. Y es que "discernir es entramar en un acto único las tres dimensiones: pasado, presente y futuro. El pasado, al retomar, como signos de Dios, lo que ya sucedió, la tradición, la codificación humana, los datos ya acumulados hasta el momento. El presente, por saber que el pasado no agota las posibilidades de Dios, ni lo limita ni, mucho menos, lo determina; así puede el presente ser confirmación, ruptura o novedad sublimante. El futuro, porque discernir se orienta a la acción que ha de ser realizada, a una historia que ha de ser creada"5. El discernimiento presupone, a mi juicio, una imagen determinada de ser humano. Se precisa un ser humano que se interroga, que pregunta, es más, que se considera a sí mismo como problema en la historia, en el mundo. Considerar esta “interrogalidad” humana nos sitúa dentro de un "consenso" actual en lo que se refiere al pensamiento antropológico. Buena parte de la antropología filosófica de las últimas décadas comparte la creencia de que "el hombre es un ser y el único ser que es, para sí mismo y en sí mismo, problema, que sabe trocar esencia en problema, existir en aventura"6. Hemos de intentar, entre todos, formar un tipo de personas que no excluyen sino que acogen, que no son selectivos sino abiertos, que no discriminan sino que trabajan por la igualdad, que no sólo enseñan sino que también se dejan enseñar. El compromiso del creyente de realizar la vida de Cristo no consiste en una promesa que se hace y en una fidelidad "consecuente" a dicha promesa. Se trata, más bien, de una fidelidad que es encontrada y vivida en el mismo interior del compromiso que se realiza. La fidelidad no sería una manera de desarrollar el compromiso, es el compromiso mismo de respuesta generosa al plan de Dios. Es, también, un temple de animo cotidiano que anima la relación de los seres humanos entre sí y de éstos con Dios, que acompaña al ser humano en las luces y en las sombras, condiciona la recepción de los "logros" y de los "fracasos" y posibilita el camino a través de una existencia tentada como es la nuestra. Así entendida, la fidelidad sería el temple de ánimo7 cada vez más libre posible gracias a un amor cada vez más fuerte. En definitiva, en este proceso existencial de interacción con el mundo, la "mejor" definición de ser humano será la de sujeto de esperanza y ser capaz de asumir el riesgo de vivir.

Algunas dudas (a veces “perplejidades”) que se suscitan en muchas personas de buena voluntad. No me las invento, las transcribo casi textualmente, son preguntas reales y que me han sido formuladas, en la mayoría de los casos, sin agresividad, con sincera perplejidad por varones y 4

Mediante el discernimiento ético, la educación moral deja de ser un "depositar" y se convierte en búsqueda. El discernimiento nos permite "recuperar" actualizándolos los valores tradicionales. 5

J.B. Libanio, Criterios ignacianos de discernimiento hoy desde América Latina: Manresa, 253 (1992), 416.

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J.D. García Bacca, Antropología filosófica contemporánea, Barcelona, 1982, 188.

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El empleo que hago de esta expresión no es mero capricho. En castellano «temple de ánimo» puede significar, entre otras cosas, "arrojo, valentía, energía de la persona" y "partido que se toma entre dos cosas diferentes". La fidelidad cristiana presenta ambos componentes, de un lado es fuerza, es apuesta, es riesgo y también es opción libre.

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Pastores y creyentes ante la “Humanae Vitae”. Sal Terrae, 2008 (1125), 555-567 mujeres que quieren ser honestos, fieles al Señor, a su Evangelio y a su Iglesia. Seguro que existen más, pero creo que las que señalo son las más frecuentes. De hecho alguna de ellas constituyen profundos desafíos tanto a la reflexión teológico-moral como a la atención pastoral: a) La Iglesia sólo nos propone la alternativa de la continencia (total o periódica), ¿no os dais cuenta que eso puede quebrar la estabilidad de mi matrimonio? Si tengo ya el número de hijos que creo en conciencia que debo tener, ¿la única solución que me deja la Iglesia es la continencia? b) La Iglesia está en contra de los métodos anticonceptivos, ¿es qué el método Ogino no es un método anticonceptivo? c) Si utilizo uno de los métodos anticonceptivos permitidos por la Iglesia ¿no estoy haciendo también que ese acto sea voluntariamente infecundo? d) ¿Verdaderamente es algo “natural” que estemos dependiendo de un calendario, de un termómetro o de la observación del moco cervical, para expresar físicamente el amor que nos tenemos? e) ¿Es tan malo utilizar determinados avances de la ciencia para nuestra vida conyugal? ¿Y por qué no lo es en otros ámbitos de la vida? f) Dentro de los considerados métodos artificiales ¿no habría que distinguir entre los antiovulatorios y antifecundatorios, por un lado, y los antiimplantatorios y abortivos por otro? g) ¿El ritmo afectivo no es también un ritmo natural? Cualquiera que tenga un mínimo de experiencia pastoral sabe que estas cuestiones se presentan con relativa frecuencia. Digo relativa porque tengo la convicción de que muchas parejas han dejado de hacérselas y han optado, en la mayoría de los casos, por intentar desarrollar su vida sexual “al margen” de lo señalado en HV. Puede estar pasando lo que Monseñor Geoffrey Robinson señala al referirse a la HV: “(…) lo cierto es que durante bastante tiempo gran número de católicos tomaron decisiones en conciencia rechazando la enseñanza de dicha encíclica. Para la mayoría de esas personas, sus decisiones cumplían todos los requisitos de conciencia a los que ya nos hemos referido. Con el tiempo, el rechazo desbordó todas las previsiones, implicando a muchos católicos moderados e incluso a algunos bastante conservadores. (…) Para los católicos se ha producido una pérdida de confianza en la autoridad de la Iglesia en temas morales, lo cual ha hecho que muchas personas carezcan de una verdadera orientación en su vida moral. Lo que ha ocurrido ha sido nada menos que la ruptura del diálogo entre la autoridad docente y muchos católicos, y es importante que esta situación sea corregida”8. ¿Cómo no van a preguntarse (es decir, cuestionarse) los matrimonios cristianos al respecto de la doctrina de la Iglesia en el ámbito de la anticoncepción? Baste recordar la historia de la redacción de la HV y de su recepción primera9. Dudas y cuestiones fueron suscitadas entre conferencias episcopales, teólogos y cristianos de “a pié”. Tal y como recuerda J.R. Flecha, “varias conferencias episcopales invitaron a interpretar la encíclica de acuerdo con los principios de la moral fundamental. En algunas ocasiones se apeló al conflicto de valores y deberes. En otras se presentó la anticoncepción como un desorden objetivo no siempre culpable. Y en algunos casos se aludió a la necesaria jerarquía de los diversos valores del matrimonio. En concreto, la conferencia episcopal austriaca explicaría que la encíclica no incluía un `juicio infalible´ y en consecuencia sería lícito seguir tras un maduro examen la propia convicción, aunque fuera diversa de la del papa. Otras conferencias, como la canadiense y la francesa, afirmaron que en casos verdaderamente difíciles la encíclica no obligaba objetivamente. Aunque la contracepción nunca sea un bien, los esposos 8

G. Robinson, Poder y sexualidad en la Iglesia. Reivindicar el espíritu de Jesús, Santander, 2008, pp. 154-155. Para el lector interesado en la historia de la redacción y la recepción primera de la HV: AA.VV. Control de natalidad. Informe para expertos. Los documentos de Roma, Madrid, 1967; E. Pascual, Repercusión mundial de la “Humanae vitae”, San Cugat del Vallés, 1969.; y J.Mª Díaz Moreno, `Los XXV años de la encíclica Humanae vitae´, XX siglos, 14 (1993), pp. 21-34. 9

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Pastores y creyentes ante la “Humanae Vitae”. Sal Terrae, 2008 (1125), 555-567 pueden encontrarse en un conflicto de deberes y la elección del que consideran un mal menor no puede considerarse como un acto culpable”10. En el Sínodo sobre la familia (que está en la raíz de la Familiaris Consortio) varios obispos (los cardenales Quinn y Hume, entre otros), desde una exquisita lealtad a la HV, solicitaron una reconsideración de los problemas y de las soluciones que se ofrecen en la encíclica. El entonces cardenal Ratzinger decía hace unos años que “naturalmente, tenemos la obligación de preguntarnos siempre si nuestras posiciones tienen o no un fundamento. Si la respuesta es positiva es necesario encontrar el modo más convincente para expresar nuestro pensamiento. Para abordar el tema de la anticoncepción es imprescindible darse cuenta de que sus presupuestos han cambiado. (…) El esfuerzo por lograr una mayor comprensión prosigue ininterrumpidamente. Por esta razón diría que la encíclica tiene consistencia, aunque las motivaciones y la visión antropológica deben ser sometidas a un ulterior examen”11. Hace unos días en la prensa española (con las cautelas que hay que tomar al leer lo que los periódicos ponen en boca de las personas) se hacía eco de unas declaraciones del cardenal Martini en las que admitía que es posible “indicar una vía mejor que la propuesta por la Humanae vitae”12.

Para la práctica pastoral… ¿Cómo responder a las preguntas que se plantean? Evidentemente nos movemos en un ámbito en el que hay dos elementos que, a mi modo de ver, son indiscutibles y no pueden quedar bajo sospecha. El primero es la sincera fidelidad, afectiva y efectiva, a la doctrina de la Iglesia13. El segundo elemento lo constituye el respeto a la búsqueda honesta, y responsable de los creyentes que quieren ser fieles a su conciencia y ejercer una auténtica “paternidad responsable”. Creo que es aplicable, para el tema que nos ocupa, la opinión que sostienen los obispos de la región del Rin en uno de sus documentos sobre el acompañamiento pastoral de los divorciados: “el derecho canónico, sin embargo, puede instituir sólo una norma generalmente válida, no puede reglamentar todos los casos individuales, a veces muy complejos. Por este motivo se aclarará, en el coloquio pastoral, si lo que vale en general, resulta verdadero también en la situación concreta”14. Y es que creo que, también en este tema, “los pastores, por amor a la verdad están obligados a discernir bien las situaciones” [Familiaris consortio, n. 84].

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J.R. Flecha, Moral de la sexualidad. La vida en el amor, Salamanca, 2005, p. 334. Éste constituye un punto muy importante a la hora de abordar nuestro tema, como acertadamente señala J.Mª Díaz Moreno: “la conclusión pastoral no creo que pueda ser otra que la necesidad de un discernimiento de cada caso, antes de emitir un juicio moral sobre la decisión tomada por los esposos en relación con la paternidad responsable y los medios para llevarla a cabo. La conjugación exacta del respeto a la naturaleza, unitiva y procreativa, del acto conyugal y la generosa responsabilidad en el ejercicio de la paternidad y maternidad, si nunca fue fácil, hoy menos aún, sumidos como estamos en una sociedad tan radicalmente manipulada por un pensamiento muy lejano del Evangelio. Los principios tradicionales sobre el ejercicio de la virtud de la prudencia, el mal menor y el conflicto de deberes tienen que tener, por fuerza, su aplicación sobre este problema. Olvidarlos o negarse a aplicarlos no puede invocarse siempre como una mayor adhesión al Magisterio de la Iglesia; ni aplicarlos equivale a una trampa hipócrita para escapar de la dificultad que entrañan las exigencias del Evangelio”. J.Mª. Díaz Moreno, La paternidad responsable. Magisterio y decisión en conciencia, en: AA.VV. La ética cristiana hoy: horizontes de sentido (Homenaje a Marciano Vidal), Madrid, 2003, p. 549-550. 11

J. Ratzinger, Ser cristiano en la era neopagana, Madrid, 1995, pp. 122-123. EL PAIS, domingo 25 de mayo de 2008, p. 44. 13 “En la conciencia moral deben estar, en primer plano, las líneas fundamentales de la Humanae vitae: el carácter genuino del amor conyugal, oblativo y esencialmente opuesto al egoísmo; la dignidad de la persona de los cónyuges; la santidad e inviolabilidad de la vida desde el mismo comienzo de la concepción, con absoluta exclusión de todo intento abortivo; cumplimiento generoso de todo lo que exige la vocación a la paternidad y a la maternidad; la dignidad del acto conyugal y su valor para sostener e incrementar la unidad conyugal y familiar. Sobre estos grandes valores, obligaciones y finalidad, no existe ninguna divergencia de opiniones en el seno de la Iglesia”. B. Häring, La crisis de la Humanae vitae, Zalla (Vizcaya), 1970, pp. 131-132. 14 Obispos de la provincia eclesiástica del Oberrhein (Alemania), “Acompañamiento pastoral de los divorciados”: Ecclesia 2.075 (08-10-1994), p. 29 [1517]. 12

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Pastores y creyentes ante la “Humanae Vitae”. Sal Terrae, 2008 (1125), 555-567 Ante una consulta de un matrimonio sobre el tema que nos ocupa caben dos posturas extremas y que, a mi modo de ver, traicionan tanto el respeto a la doctrina de la Iglesia como el respeto a la conciencia sincera y formada. De un lado la de quienes “arrojan” la ley sobre las personas prescindiendo de las circunstancias y sin escuchar las legítimas luchas internas, sentimientos, dudas, preocupaciones…, una especie de “lo siento mucho (en el mejor de los casos) pero esto es lo que hay”. De otro están los que, en una suerte de “consejo postmoderno”, no le dan importancia ni dejan que las personas “se digan” y se pregunten honestamente cuál es la voluntad de Dios, una especie de “tu problema no es problema, haz lo que tu veas”. Ambas soluciones no escuchan auténticamente a la persona. Y es que ante un tema tan importante lo primero que hay que hacer es escuchar entrañablemente (es decir, desde las entrañas), iluminar, enseñar, buscar juntos, y, sobre todo, en la sociedad en que nos ha tocado vivir, consolar. La atención pastoral debe estar marcada, así pues, por una escucha en profundidad. Pero no sólo, es preciso señalar leal y fielmente cuál es la doctrina de la Iglesia respecto a la anticoncepción. Flaco servicio se hace con medias verdades o con silencios cercanos a la “mentira piadosa”. Pero esa fidelidad en la exposición de la doctrina no acaba ahí, debe también aplicarse cuando se habla de la conciencia, del mal menor, de los conflictos de deberes (y de valores). No es un acercamiento pastoral correcto silenciar ni lo uno ni lo otro. Y es que, la decisión final no es nuestra, sino de la persona que se acerca a consultarnos. Creo, como muy bien señala B. Häring, que “con bastante frecuencia, no es que haya una disensión desde el punto de vista teórico, es decir, en cuanto a la norma, sino más bien en el terreno de la aplicación práctica de una norma que la conciencia considera imposible”15. Como ya he dicho creo que es necesario discernir cuidadosamente cada caso (más arriba indicaba en qué consiste el discernimiento). Y es que, cuando la norma se encuentra con la persona concreta, con las circunstancias concretas, necesita humanizarse aún más. Consideremos tres grupos de casos, no ya posibles, sino reales. Como verá el lector no nos estamos refiriendo a esas parejas en las que el egoísmo es el único factor relevante para su paternidad. En mi experiencia, este grupo de personas no son quienes se acercan buscando consejo. El primer caso les sonará a personas que, como yo, hayamos trabajado en tierras de emigración y en tierras “volcadas” a la mar. Matrimonios separados que pueden verse, bien sólo durante unos breves períodos vacacionales, bien un par de semanas cada tres meses. En este caso ya no sólo se encuentran emigrantes, pescadores y marinos mercantes; la movilidad laboral, el trabajo en empresas transnacionales, la integración en la Unión Europea, hace que no pocos matrimonios no puedan convivir a diario. Segundo caso, parejas con varios hijos, alguno de ellos ya “llegado de improviso”, que honestamente y, tras una madura reflexión, creen que ya no pueden ni deben tener más hijos. Situación que, actualmente, se ve agravada por la inestabilidad laboral y por el fenómeno del “mileurismo”. Tercer caso, parejas en las que la salud de la madre puede verse comprometida ante un nuevo embarazo. Y no debemos olvidarnos que la psicológica es también salud. En este grupo también podríamos incluir (aunque se trate de situaciones muy diferentes y, desde luego, más inhumanas) a aquellas familias en las que existe violencia doméstica (física, verbal/psicológica, sexual…)16. Se trata de mujeres que, en muchos casos, están sometidas a una auténtica esclavitud sexual por quienes se llaman sus compañeros. En mi experiencia pastoral éstas (sin duda hay más) son las personas que se acercan con sinceridad buscando ayuda. ¿Qué les decimos? ¿Les “arrojamos” la ley? ¿Les decimos que no se preocupen? ¿Les decimos que cambien de trabajo o que se abstengan de relaciones sexuales en los pocos días al año que están juntos si tienen la mala suerte de que el ciclo biológico, el ciclo afectivo y el “ciclo que marca el convenio colectivo” no coinciden? ¿Les decimos (como una mujer 15

B. Häring, o.c., p. 139.

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Numerosos estudios señalan que las mujeres maltratadas lo son también en muchos casos durante el embarazo. El maltrato, en un porcentaje alto, se hace más grave que antes del embarazo.

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Pastores y creyentes ante la “Humanae Vitae”. Sal Terrae, 2008 (1125), 555-567 maltratada me contaba que le había dicho un sacerdote al compartir con él su miedo a que la violencia de su marido se agravara si se quedaba embarazada de nuevo) que ofrezcan su sufrimiento durante el embarazo y que lo acepten ya que Cristo sufrió aún más por nuestra salvación? A estas situaciones me refería cuando apuntaba que es preciso discernir cuidadosamente cada caso. Como escribí en otro lugar, entiendo y defiendo la necesidad de normas generales, pero ¿no es necesario considerar cuidadosamente los casos particulares? ¿No es necesario mirar con respeto y ternura (me figuro que así es como mira el Señor) la vida concreta de nuestros hermanos y hermanas? En algo tan importante como es compartir la vida con el varón o la mujer de tu vida, una tarea maravillosa pero seguro que llena de dificultades, ¿no deberíamos ser especialmente respetuosos de las conciencias y las convicciones? ¿No deberíamos confiar en la sinceridad de las decisiones de las personas que quieren seguir a Cristo? ¿No deberíamos tener cuidado de no imponer excesivas cargas? Soy consciente que este artículo tiene más preguntas que respuestas. Bien es verdad que toda pregunta lleva dentro de sí un proyecto de respuesta. Quizá porque así es la vida humana. Quisiera terminar con unas palabras extraídas del número 20 de la Nota del Episcopado francés sobre la Humanae vitae (8 de noviembre de 1968)17, están dedicadas especialmente a los sacerdotes, pero creo que pueden ser leídas con provecho por todos: “Los sacerdotes tienen una misión particular. Cooperadores de los Obispos para garantizar la autenticidad del mensaje, deben recordar que han de enseñar sin ambigüedades la doctrina de la Iglesia. Pero su misión es la de esclarecer y de sostener, no la de condenar a las personas. Conocedores de sus propias limitaciones, han de manifestar hacia todos una bondad delicada y paciente y han de guardar en la educación cristiana de las conciencias una discreción llena de respeto. Han de recordar los principios de la moral general y han de tener en cuenta las leyes de crecimiento que rigen toda la vida cristiana y que presuponen el avance gradual marcado aún por imperfecciones y pecados. Invitarán constantemente a los fieles a que estén atentos al Espíritu Santo, que llama a cada uno a un continuo progreso en su santidad”. Creo que no se puede decir mejor. Y es que, como los mismos Obispos franceses señalaron proféticamente entonces, “en torno al matrimonio y al amor se libra uno de los combates más decisivos de nuestro tiempo. De su éxito dependen el hombre y la sociedad del futuro” [n.23].

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E. Pascual, o.c., p.111.

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