Bumerán del odio

May 23, 2017 | Autor: G. Lechuga Izaguirre | Categoría: Discrimination
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Descripción

Bumerán del odio LECHUGA IZAGUIRRE Giovanny Bryan Mucho se ha discutido de los límites a la libertad de expresión: ¿Hasta dónde somos libres de decir lo que se nos ocurra? ¿Tiene límites la libertad de expresión? ¿Somos libres para insultar a otros? Donald Trump pasará a la historia como el candidato presidencial ungido de los Estados Unidos con más enojo, odio y miedo. Aunque era de esperarse, ya que su campaña fue un reflejo del enojo, odio y miedo de sus seguidores, materializado en su triunfo y una nación dividida. Philip Stephens, en una reflexión publicada en el Financial Times sobre el populismo político (Global disorder: from Donald Trump to the South China Sea), ve el tema de enojo y odio como un fenómeno global. Traduzco: "Echa un vistazo más serio y unos patrones incómodos están surgiendo: aumento en el nacionalismo, políticas de identidad, falta de respeto a las instituciones (¿les recuerda a alguien?), fractura del sistema internacional basado en normas.” Los gobiernos han perdido el control, así como los ciudadanos la fe. En pleno siglo XXI estamos hablando de muros en vez de puentes, de diferencias en vez de similitudes, de aislarnos en vez de unirnos. ¿Qué de positivo podemos encontrar en todo esto? Es importante recordar que la libertad de expresión tiene límites, al respecto estoy de acuerdo que el odio no es bueno y es importante si se da, señalarlo. Equiparar el odio generado por el asesino de un ser querido, con el desacuerdo que alguien tenga al respecto del matrimonio igualitario es desafortunado y tendencioso. El odio así como el desacuerdo no son sinónimos. No lo son ni siquiera el odio con el rechazo. ¿Tenemos libertad para expresar nuestras ideas? Sí, desde luego. Alguien que no está de acuerdo con algo puede expresarlo y se vale decirlo, escribirlo, ponerlo en pancartas o gritarlo. En efecto tenemos la libertad para expresar las razones de nuestro descontento, enojo o forma de pensar; sin embargo, el discurso de odio no cae en este supuesto. No podemos — afortunadamente— decir, gritar o escribir nada que manifieste aversión a una persona o grupo de personas. Existe un debate inacabable entre el importante valor de la Libertad de Expresión y su relación con la protección de otros derechos nos menos fundamentales, como por ejemplo el derecho a vivir sin ningún tipo de miedo o intimidación, el derecho a la dignidad tanto individual como colectiva, o el derecho a la igualdad social sin ningún tipo de discriminación o exclusión. Los medios de comunicación moldean nuestra percepción de la sociedad. Representan el campo de batalla donde se libra la guerra por la hegemonía cultural, que los racistas han emprendido contra la democracia. Los profesionales de la información deben interpretarlo

conforme a su propia ética profesional, la cual debería inducirles a no dar voz al racismo y a las organizaciones de extrema derecha que lo promueven. Los medios no deben convertirse en la plataforma de la propaganda racista. Sin embargo, la cuestión de cómo hacer frente a esa problemática sigue siendo un elemento ampliamente debatido. La pregunta es: ¿Él odio debe ser penalizado o aislarse del discurso público? Ambas posiciones suelen mantenerse simultáneamente. El discurso de odio tiene consecuencias. Sembramos lo que cosechamos y el odio es un peligroso bumerán que nos golpea por la espalda en el momento menos pensado. No nos engañemos, nada positivo ha surgido jamás del odio, desprecio o los insultos. Recordemos, somos libres para expresarnos, pero la descalificación y discriminación no cabe bajo ese paraguas. No se vale tratar de justificar ese veneno en aras de la libertad. Así de simple.

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