Breve semblanza de los afrancesados navarros

October 5, 2017 | Autor: Juan López Tabar | Categoría: Guerra de la Independencia Española, Navarra, Afrancesados
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Descripción

Breve semblanza de los afrancesados navarros

Para la clase política, la alta administración, el clero ilustrado..., en definitiva la minoritaria elite consciente de la situación, la primavera de 1808 tuvo que ser cuando menos complicada. Primero, en marzo, la caída de Godoy y el ascenso de Fernando VII, con el consiguiente movimiento de reacomodo, más o menos disimulado, ascenso y defenestración de algunos, y simultáneamente, un ambiente creciente de recelos, tensiones, dudas y sospechas ante la paulatina ocupación francesa. Pamplona fue una de las primeras plazas en ser testigo de la felonía de los franceses, con la toma por sorpresa de la ciudadela ya en el mes de febrero. Con todo, tras unos días de desasosiego, la situación volvió a una cierta calma. Por el momento… El levantamiento madrileño del 2 de mayo puso fin a los titubeos, y en cuestión de días esta “España pensante” tuvo que vivir una situación angustiosa ante el vértigo de la decisión: secundar el levantamiento popular o acatar a los nuevos gobernantes. No todos optaron por lo primero, y desde ese momento, la minoría de españoles que decidieron apoyar a la nueva dinastía quedó marcada por el estigma de la traición casi hasta nuestros días. Son los llamados afrancesados. Navarra se alzó en armas desde que lo hiciera en primer lugar Estella, el 1 de junio. El ambiente bélico, sin grandes batallas en nuestra tierra, más allá de la victoria francesa en Tudela en noviembre de 1808, pero con un hervidero de partidas guerrilleras protagonizadas por los Mina, tío y sobrino, dibujará un permanente telón de fondo sobre el que se moverán los protagonistas de estas páginas: los afrancesados navarros, que también los hubo. Cierto es que no encontramos en Navarra afrancesados de nota, principalmente porque por decisiones muy ajenas al rey José y su equipo de gobierno, nuestro territorio se mantuvo, en la práctica, muy al margen de la esfera política del nuevo monarca, sobre todo desde que en febrero de 1810 Napoleón decretara la separación efectiva del gobierno de los territorios situados al N de la línea del Ebro. Así, aunque inicialmente hubo en Navarra virreyes, nombrados por el nuevo monarca, en la práctica las autoridades navarras tuvieron que entenderse directamente no ya con el gobierno josefino, sino con los gobernadores militares franceses. D’Armagnac, D’Agoult, Dufour, Reille y Abbé representaron sucesivamente la autoridad a acatar. No hubo por ello prácticamente josefinos en Navarra, aunque no faltaran autoridades que contemporizaron con más o menos gusto con los nuevos amos. Jesús Balduz, que ha estudiado el caso de Pamplona, señala que su ayuntamiento funcionó estos años con relativa normalidad, incluso con cierta cordialidad, y cita a Tadeo Antillón, alcalde en 1811-1812, entre los más afectos1. Tampoco faltaron en la ciudad hombres de negocios que supieron desenvolverse con habilidad en la nueva coyuntura, caso, por ejemplo, de los Vidarte2. Entre el clero navarro no descolló ninguna figura por un afrancesamiento significado, aunque todos los canónigos de la catedral pamplonesa, salvo dos, acataron dócilmente a la nueva dinastía y solemnizaron con su presencia los, al menos, siete Te Deum celebrados entre los muros de la seo durante estos años para celebrar los acontecimientos que las autoridades les señalaran3. Si el clero navarro no proporciona figuras de interés para el presente trabajo, no es el caso de los hombres de toga. Los navarros Justo Galarza, Roque Moyúa y Pedro Joaquín Escudero presidieron respectivamente las Juntas Criminales Extraordinarias de

Navarra, Guadalajara y Palencia4. Más interés tiene aún José María Galdeano. Regente del Consejo Real de Navarra desde 1809, en 1812 sería detenido por las autoridades francesas por haber puesto en ejecución dos reales decretos de José I sin permiso del gobernador militar francés. Exiliado en Francia, sería uno de los impulsores de la publicación del Examen de Reinoso, principal obra en defensa de los afrancesados, y durante el Trienio liberal colaboraría en el periódico El Universal explicando a los lectores la Constitución. También Espoz y Mina tendría en Navarra su contrapartida: José Chacón, nombrado capitán de miqueletes de Navarra, a modo de contraguerrilla, que combatiría al mando de una compañía de 140 hombres, “los chacones”, al famoso guerrillero de Idocin, hasta que en agosto de 1812 éste consiguió acabar con su vida de resultas de un encontronazo en las cercanías de Tiebas. Pocos nombres, es cierto, para una sociedad mayoritariamente contraria a las nuevas autoridades que, no olvidemos, traían con sus impuestos aires de modernidad nuevas realidades jurídicas que acababan de un plumazo con instituciones sacrosantas como los fueros5. En una tierra castigada con las continuas exigencias de nuevos tributos, que esquilmaron las riquezas de los navarros, la casi nula presencia efectiva de la nueva dinastía impidió que germinaran las fidelidades al nuevo monarca6. En Madrid, donde residía la corte de José I y en donde, gracias a ello y a los multiplicados esfuerzos de la administración josefina por hacerse presente, pudo haber al menos una cierta ilusión de nuevo régimen y nueva dinastía, es donde encontramos a los afrancesados navarros de mayor nota. Dos de los ministros del rey José eran navarros: Manuel Romero y Echalecu, que ocupó la cartera de Justicia, «uno de los hombres más ilustrados de España», en palabras del perspicaz embajador francés La Forest, y el agoizko Miguel José de Azanza, ministro de Indias y de Negocios Eclesiásticos, sin duda una de las figuras más destacadas del gobierno josefino. Azanza gozó de la máxima confianza del monarca, y luchó denodadamente contra las injerencias del Emperador, que entre otras cosas aspiraban a integrar a su tierra navarra en los dominios de Francia. Acabada la guerra, trabajó sin descanso en favor de los afrancesados exiliados, y vindicó su conducta en unas Memorias que publicó en París en 1815 junto con su compañero de gabinete Gonzalo O’Farrill7. No podemos cerrar estas breves líneas sin hacer referencia a José María de Magallón y Armendáriz, VII marqués de San Adrián, que lleva muchos años mirando desde su estampa de dandy a los visitantes que admiran su retrato en el Museo de Navarra. Nombrado Primer maestre de Ceremonial de la Real Casa josefina, al acabar la guerra se exilió inicialmente en el château de Barranlechez, propiedad de unos parientes, antes de pasar a Burdeos y París. Por las mismas fechas un periodista liberal anónimo le calificaba cruelmente como «la botaratería y ridiculez palaciega en persona»8. Acompañó a Azanza en sus últimos días en Burdeos, siendo testigo de su muerte en junio de 1826, y alternó su residencia entre Burdeos, Navarra y Madrid, donde murió en junio de 1845.

Juan López Tabar Dr. en Historia

1

J. Balduz, “El Ayuntamiento de Pamplona ante la invasión napoleónica 1808-1813”, en F. Miranda Rubio (coord.), Congreso Internacional "Guerra, sociedad y política (1808-1814)": Pamplona y Tudela, 21-24 de noviembre de 2007, Pamplona, UPNA, 2008, pp. 817-840. De Antillón decía un informante anónimo en junio de 1808: «Hombre inteligente, educado en Francia, que goza de mucha influencia no solo sobre sus colegas, los otros nobles, sino sobre el mismo pueblo. Es muy conocido por su aprecio de Francia, sobre todo desde que ésta ha pasado a ser monarquía y está gobernada por el Emperador. Desde que ha visto cómo se desarrollan los acontecimientos, se ha movido mucho para persuadir a sus amigos, los otros nobles, de la necesidad de sacudirse el yugo de los Borbones y de ponerse bajo la protección de Francia». 2

Manuel Ángel Vidarte fue consejero de la Intendencia de Navarra durante la guerra. En 1813 tuvo que exiliarse a Auch y París. Sobre la saga de los Vidarte puede verse el artículo de VV.AA., “En torno a una familia liberal pamplonesa del XVIII: los Vidarte”, Primer Congreso de Historia de Navarra de los siglos XVIII, XIX y XX, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1986, t. I, pp. 217-229. 3

El clero afrancesado navarro ha merecido los artículos de R. San Martín Casi, “El clero afrancesado en Navarra (1809-1814) a través de los procesos del Archivo Diocesano de Pamplona”, Huarte de San Juan. Geografía e historia, núm. 8, 2001, pp. 127-148, y F. Miranda Rubio, “Colaboración del clero navarro con los franceses durante la guerra de la Independencia”, Príncipe de Viana, núm. 224, 2001, pp. 695-717. 4

Galarza, natural de Pamplona, en la carrera judicial desde 1786, tuvo que exiliarse a Auch al acabar la guerra. Moyúa, de quien el citado informe anónimo decía que era «fiel partidario de los franceses», pagó también su apoyo con el exilio en Burdeos. En cuanto a Escudero, el mismo informe lo calificaba de «hombre inteligente, muy vinculado a la Francia, que detesta los Borbones y los Godoy», y también él tuvo que exiliarse, con su mujer y su hijo, en Condom. L. Hernández Enviz ha publicado un primer esbozo de la justicia en la Navarra ocupada en su artículo “Aproximación al estudio de la actividad judicial en Navarra durante la ocupación francesa (1809-1812)”, en C. Erro e I. Mugueta (eds.), Grupos sociales en Navarra. Relaciones y derechos a lo largo de la historia. Actas del V Congreso de Historia de Navarra, Pamplona, Eds. Eunate, 2002, t. I, pp. 399-415. 5

No en vano, el art. 144 de la Constitución de Bayona dictaba que «Los fueros particulares de las provincias de Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa y Álava se examinarán en las primeras Cortes, para determinar lo que se juzgue más conveniente al interés de las mismas provincias y al de la Nación». El enunciado no solo supone una amenaza para los fueros, sino que directamente elimina el tratamiento de reino al referirse a Navarra. 6

El panorama general de la guerra en Navarra en el trabajo de F. Miranda Rubio, La guerra de la Independencia en Navarra, Pamplona, Diputación Foral, 1977, completado posteriormente con diversos artículos del mismo autor. 7

Las trayectorias de Romero y Azanza en mi libro Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, pássim. El testamento de Azanza, que aún espera una buena biografía, se encuentra en el Archivo General de la Administración, Asuntos Exteriores, leg. 3.214. 8

“Afrancesados”, en El Duende de los Cafés, núm. 68, 8 de noviembre de 1813.

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