Brasil y la consolidación de su inserción en el capitalismo mundial, 1870-1914

July 25, 2017 | Autor: Claudio Damian Sacco | Categoría: Historia de América
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Descripción

Brasil y la consolidación de su inserción en el capitalismo mundial, 1870-1914 Entre 1870 – 1914, se consolidó la integración económica de América Latina a un mercado mundial cuyos epicentros capitalistas se hallaban en las economías industriales noratlánticas de Europa y los Estados Unidos. En Hispanoamérica desde el período independiente temprano y en Brasil desde la Regencia (1831 – 1841), las aspiraciones liberales y librecambistas de los sectores oligárquicos más europeizados, porfiaban por acrecentar los negocios capitalistas mantenidos con la aún incipiente banca mundial que se formaba en derredor de los Rothschild, los Baring Hnos., los Goldschmidt y Cia., los Barclay, Herring y Cia., los Frysy Chapman, etc1. Mientras los gobiernos de corte “conservador” prefirieron reducir la importación de capitales extranjeros por suscripción de títulos de deuda pública en la bolsa de Londres, los gobiernos de inspiración “liberal” mostraron la preferencia contraria. El progresivo desplazamiento de los “conservadores” por los “liberales”, aunado al creciente proceso de acumulación de capital de las economías noratlánticas, hizo viable el proyecto liberal-librecambista de una mayor integración y complementariedad de las economías primarias latinoamericanas con los centros industriales metropolitanos. En los términos en que lo entiende Halperín Donghi, el proceso de expansión que se inicia a mediados del siglo XIX se enmarca en “la fijación de un nuevo pacto colonial (el cual) transforma a Latinoamérica en productora de materias primas para los centros de la nueva economía industrial, a la vez que (...) la hace consumidora de la producción industrial de esas áreas” (Halperín; 222: 1997). Me propongo seguir a continuación las profundas transformaciones internas que descargó sobre el mercado interno, de productos y de factores brasileño, aquel reforzamiento estructural de los vínculos de dependencia respecto de la demanda y el mercado mundial. El mercado de productos en Brasil La economía brasileña conoció diversos ciclos de producción primaria para el sector de exportación a lo largo del siglo XIX. El azúcar fue uno de los más antiguos ciclos de exportación que para fines de siglo se hallaba declinando en términos relativos dentro de la estructura de exportaciones brasileña 2. El algodón brilló con luz propia mientras la guerra de secesión norteamericana (1861 – 1865) detuvo los flujos de ese cultivo industrial a las industrias de Lancashire. Asimismo el tabaco y el cacao, alcanzaron alguna relevancia como cultivos comerciales hacia fines de siglo. Sin embargo, el café y el caucho resultaron los productos de exportación más importantes del período 1870 – 19143, responsables de alterar los ejes regionales de la expansión económica. Las ciudades que capitalizaron este incremento real del poder económico fueron, San Pablo en el sureste y Manaos en la remota Amazonia. Según José Luis Romero, San Pablo inició en 1872 su transición de ciudad provinciana a moderna metrópoli, mientras que en Manaos, “surgieron calles y paseos, buenas y hasta lujosas residencias (...) y todos los servicios propios de una ciudad moderna” (Romero; 257: 1984). Esta expansión agroexportadora fue la responsable de modernizar la infraestructura de producción, transporte y comunicaciones, pero no a nivel nacional sino sólo regional. Como señala acertadamente Glade, “gran parte del país experimentó sólo marginalmente el efecto transformador del crecimiento empujado por la exportación” (Glade; 15: 1991). Ahora bien, ¿cuáles fueron los efectos más sobresalientes que esta expansión mercantil primaria produjo sobre las estructuras sociales y políticas del Imperio? Para responder a esta pregunta debemos analizar las características generales del sistema político brasileño.

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Cfr. en Vitale; 19: 1986, los diferentes empréstitos que los respectivos gobiernos liberales de muchos países latinoamericano contrajeron con las casas comerciales y financieras durante la década de 1820. 2 Este declive del ciclo azucarero en Brasil debe ser matizado por la renovación de los factores productivos utilizados con posterioridad a 1870. Viotti señala al respecto el incremento de productividad que trajo consigo, la expansión de los ingenios accionados con vapor, como así también la introducción de “hornos, tachos al vacío, centrifugadoras y otros adelantos” (Viotti; 376: 1991). 3 En Glade podemos leer: “desde el decenio de 1870 hasta 1911, las exportaciones de café supusieron más de la mitad del valor de todas las exportaciones brasileñas”; mientras que el caucho “durante el decenio 1900 – 1910, (...) significó el 28% de las ganancias totales derivadas de las exportaciones (...) comparado con sólo poco más del 5% en el decenio de 1870” (Glade; 13-15: 1991).

Desde 1822, la elite brasileña se separó de la metrópoli ibérica (Portugal), para adoptar un régimen monárquico que gobernó Brasil hasta su derrocamiento en 1889. Tanto Murilo Carvalho, como Viotti da Costa, coinciden en destacar la efectividad monárquica para cumplir eficientemente su papel como árbitro en los conflictos facciosos de la elite. Más allá del recambio e inestabilidad de los gabinetes liberales y conservadores que flanquearon a Pedro II, la institución monárquica gozó de suficiente legitimidad para imponer su autoridad sobre el resto de las provincias a través de un sistema político y administrativo centralizado. Mientras los ciclos económicos quedaron circunscriptos a las regiones tradicionalmente prósperas de Bahía y Río, no se produjo una disputa política seria a la burocracia centralizada de parte de aquellos sectores de las elites provinciales que exigían una mayor autonomía política y administrativa. Encolumnados detrás de las diferentes versiones del federalismo, sus argumentos chocaban contra los más conservadores que reclamaban la necesidad de una autoridad central lo suficientemente fuerte como para mantener un orden social basado en la esclavitud. Y consecuente con el argumento conservador, el gobierno central habíase asegurado mediante la reforma constitucional de 1834, todos los ingresos fiscales que gravaban el comercio de importación-exportación. “Para el año 1868 (...) el gobierno central recibía de las provincias el 80% de todas las rentas públicas, mientras que las provincias recibían sólo un 16,7% y los municipios un 2,5%” (Viotti; 382: 1991). Cuando la ascensión de las nuevas regiones agroexportadoras fue aproximándose a su cenit, la falta de representatividad política y administrativa que hallaban en los principales resortes del poder central (vg. la Cámara, el senado vitalicio y el Consejo de Estado), trajo consigo la creciente incongruencia entre el poder económico (reasentado en el oeste paulista) y el poder político (inmovilizado en Río Janeiro) 4. Conviene seguir de cerca las consecuencias políticas, sociales y económicas de este descentramiento, a través de los otros mercados que supeditaron Brasil a la economía mundial del último tercio del siglo XIX El mercado de factores en Brasil La tierra De modo general podemos decir que este factor productivo fue el básico de todos los países latinoamericanos del período. Como señala Glade en otro de sus característicos giros economicistas, “el más notable cambio económico del período fue el enorme incremento de la provisión de tierra como móvil principal para el desarrollo capitalista” (Glade; 23: 1991). En el caso específico de Brasil, ese “acrecentamiento de tierras” se llevó a cabo por diversas vías. En estados como San Pablo, la colonización cafetalera que descendía desde el valle de Paraíba (Río de Janeiro), dilató hacia el sur la agricultura extensiva basada en mano de obra libre procedente de la inmigración5. No obstante esta característica, en el estado de San Pablo como en el resto de los estados, se mantuvo el predominio de la estructura de tenencia latifundista basada en el uso de mano de obra esclava. Dos circunstancias concurrentes afianzaron el latifundio: a) la elasticidad de la demanda externa y b) el sistema de patronazgo del Estado, que supervisaba y beneficiaba con la distribución de tierras desocupadas a sus clientelas oligárquicas de las distintas provincias. Ahora bien, esta institución política y social del Antiguo Régimen mostró ser eficaz mientras las explotaciones agrarias de la elite fueron lo suficientemente acotadas numérica y regionalmente, como para hacer factibles al Estado sus funciones de promotor económico6. El auge del ciclo cafetalero, sumado al incremento demográfico de su eje regional más dinámico7 (San Pablo), cambió radicalmente la apreciación paulista del patronazgo. Los intereses de los propietarios de las plantaciones cafetaleras del sureste, dejaron de coincidir con los de las clientelas oligárquicas de su propio estado, como asimismo con el de los políticos que las representaban en la Cámara, Senado o Consejo de Estado. Y si bien el clientelismo “no se hallaba confinado exclusivamente a las carreras políticas” (Viotti; 385: 1991), empezó a mostrar su ineficacia como institución promotora de intereses económicos cuando el número de explotaciones desbordó los límites de su “A fines del imperio, Minas continuaba teniendo el mayor número de representantes y la mayoría de las provincias había aumentado su representación, con la excepción de Sao Paulo, a pesar de que la producción de café la había convertido en la provincia más rica del país” (Viotti; 381: 1991). 5 “Entre 1820 y 1915 entran a Brasil: italianos: 1.361.266; portugueses: 976.386; españoles: 468.583, etc.” (Sacchi; 228: 1971). 6 No olvidemos que el Estado se hallaba en manos de los terratenientes de Bahía, los funcionarios profesionales de Río y el alto comercio portugués de esa ciudad ligado a Londres. Quienes se hacían con el control del poder central, disponían de una maquinaria capacitada para imponer presidentes de provincia, jueces de nivel provincial y municipal, como así también representantes del cuerpo policial. El Estado también controlaba los ascensos militares y la designación de obispos. A raíz de esto “los políticos en Brasil eran vistos no sólo como representantes, sino como benefactores, y su poder político dependía de su capacidad para distribuir favores” (Viotti; 384: 1991) 7 El crecimiento de San Pablo también puede vincularse con su condición de polo de atracción de la mano de obra pauperizada que expulsaba el deprimido noreste y de nuevo mercado interno de esclavos –también procedentes en su gran mayoría del centro y noreste -. 4

capacidad de gestión. La expansión económica motivada por el sector externo complicó el sistema de favores propios del patronazgo, mixturándolo con una ética liberal donde el individualismo económico se sentía cada vez más comprometido con la empresa racional y el lucro privado. Vale que analicemos a continuación, dentro del plan reformista del imperio tardío, las reformas que afectaron al factor “trabajo”, ya que además de constituir elementos disruptivos de la unanimidad de las elites, fueron favorecedoras de un tipo de ascenso político cimentado en la disidencia y como tal, desafiante de las relaciones tradicionales del patronazgo centralizado. El trabajo En Brasil, a diferencia del resto de Hispanoamérica –excepción hecha de Cuba-, quienes generaron la inmensa riqueza de los distintos ciclos agroexportadores hasta 1888, fueron hombres y mujeres privados de los más elementales derechos civiles. La esclavitud como institución medular del sistema de producción, impidió durante la casi totalidad del siglo XIX la formación de un verdadero mercado de trabajo capitalista 8. La hostil obstrucción manifestada hacia toda reforma del sistema esclavista por los plantadores –sin excluir por cierto a los de San Pablo 9-, halló dos antagonistas diferentes que eran reales y no meramente discursivos o declamatorios. El primero de ellos resultó ser la escasez y encarecimiento de la mano de obra esclava y su creciente beligerancia. El segundo se encarnó en el ascenso socioeconómico de nuevos sectores dentro del área cafetalera que empezaban a adoptar nuevas formas de movilización del trabajo social. Debemos tener presente que el imperio heredó un condicionamiento político externo que fue la guerra británica a la trata negrera del Atlántico, la cual redujo dramáticamente los canales de sustitución mercantil de aquella mano de obra de muy difícil reproducción natural. Como señala Halperín, el número de esclavos pasó de 2.500.000 en 1850 a 700.000 en 1887, no obstante lo cual, continuaba siendo la fuerza de trabajo mayoritaria en vísperas de la abolición (1888). Así y todo, su peso regional iba decreciendo en términos relativos en las nuevas áreas cafetaleras, coincidiendo este hecho objetivo con las subjetivas preferencias del emperador por lograr una abolición gradual, la cual fue cumpliéndose durante la Guerra del Paraguay con la emancipación de los esclavos que habían servido en el ejército. A partir de estas nuevas condiciones, podemos advertir la existencia de un plausible registró de soluciones indirectas al problema de la escasez de brazos. Los contratos de arrendamiento y aparcería empezaron a ser preferidos por cuanto beneficiaban al propietario –por lo general terrateniente-, con un porcentaje alto de las cosechas del aparcero o con el trabajo no remunerado del arrendatario en la plantación. Entre 1875 y 1885 fueron aprobados en San Pablo proyectos de ley para subvencionar la inmigración. Mientras los grandes propietarios tradicionales se aferraban a la continuidad de un sistema de trabajo en decadencia, los nuevos sectores socioeconómicos en ascenso –que incluían tanto a las nuevas burguesías, como a las nuevas clases medias rurales y urbanas-, se convertían en emisores y receptores del nuevo credo abolicionista que creció en un período de tensiones políticas al interior de las elites. Por su parte, las crisis económicas del incipiente capitalismo mundial también incidieron sobre el problema de la esclavitud, dado que al depreciar los términos del intercambio para productos como el café, reducían los ingresos del plantador complicándole no sólo la compra, sino también la manutención diaria de su fuerza de trabajo. Sin embargo, estos condicionamientos de la fase comercial depresiva deben ser matizados con la introducción de mejoras en los medios de producción y transporte que permitieron a los plantadores aumentar la utilización y rentabilidad de la mano de obra libre. Ahora bien, en el proceso que lleva a la abolición definitiva de la esclavitud, Viotti reserva un espacio explicativo fundamental a la ruptura del consenso entre las elites 10. A esta ruptura se agregó el surgimiento de un nuevo segmento electoral urbano que empezó a favorecer el ejercicio de una nueva política, desligada del sistema de favores y complicidades cifrados en el patronazgo.

La categoría “mercado de trabajo”, utilizada por William Glade en su artículo, es del todo inapropiada cuando se la aplica a las sociedades latinoamericanas del período. Piénsese que para que exista un mercado de trabajo, es necesaria la existencia de un amplio conjunto de oferentes libres del factor trabajo que, a cambio de un salario estipulado, ponen su energía humana a disposición de los capitalistas demandantes de la misma. Esta situación que puede tener relevancia en algunas áreas específicas, no se encuentra aún lo suficientemente extendida como para poder hablar de mercados nacionales de trabajo. Podemos decir que, durante la etapa 1870 – 1914, fue acelerándose un proceso de proletarización urbana y rural que sentó las bases del desarrollo ulterior de mercados nacionales del factor trabajo. 9 El proyecto de ley que presentó en 1884 el jefe del gabinete liberal Souza Dantas, sobre la emancipación de esclavos mayores de 60 años sin compensación económica a sus dueños, encontró la oposición de los representantes de las áreas cafetaleras, de cuyos 41 diputados, “solo 7 votaron a favor del gabinete” (Viotti; 403: 1991). 10 Esta ruptura atravesaba un vasto conjunto de temas que abarca desde las necesidades de reformar el sistema político en su conjunto optando por un federalismo administrativamente descentralizado, hasta la necesidad de modificar el sistema de reclutamiento y promociones dentro del ejército 8

El disenso pasó de ser un tabú, a ser una carta electoral importante a la cual apelaron liberales, conservadores y republicanos. Sin ahondar más en detalles, pueden señalarse la convergencia de cuatro procesos básicos e interdependientes, que explican la abolición de la esclavitud dictada en mayo de 1888: a) la creciente ineficiencia económica de un sistema de movilización social del trabajo, limitado por la escasez y encarecimiento de la “mercancía humana”; b) la creciente polarización de posiciones al interior de la elite política respecto del debate “abolicionistas – antiabolicionistas”, donde el bando más radical gana los favores de la opinión pública en pos del abolicionismo; c) la renovada beligerancia opuesta por los esclavos, que siendo en parte consecuencia de su mayor concientización, se manifiesta en la desorganización del trabajo por el incremento de fugas de las plantaciones; y d) la actitud imperial favorable a la emancipación total sin indemnización de los propietarios. La abolición de mayo de 1888, fue un acto legal incapaz de modificar con su sola rúbrica las condiciones de vida y trabajo que el ex-esclavo debió continuar sobrellevando en las plantaciones 11. Así y todo, con la República oligárquica instaurada en 1889, se desarrollarían las bases para una expansión sin precedentes del proceso de proletarización que iría formando el mercado de trabajo propiamente capitalista del siglo siguiente. El capital Glade se muestra un tanto contradictorio en lo que respecta a este elemento clave del mercado de factores. Por un lado postula que la transferencia de capital desde los centros metropolitanos alimentó el proceso de expansión infraestructural ligado a la oferta de bienes primarios. Por el otro, sostiene que una parte muy grande del capital extranjero invertido antes de 1914, representaba en realidad las ganancias reinvertidas de compañías extranjeras que ya operaban en la región. Tal vez pueda resolver Halperín esta contradicción aparente entre capitales que llegan de los centros industriales durante el período y ganancias reinvertidas por capitales extranjeros que operan en la región desde mucho antes. Dice el historiador entrerriano al respecto: “es Gran Bretaña la que maneja con más prudencia su enorme influjo (...) se trata, sobre todo, de custodiar (con presiones discretas) intereses privados que conocen ya admirablemente de qué modo es posible asegurarse apoyos locales” (Halperín; 233: 1997). Esos “intereses privados” que cuentan con apoyos locales, tienen sus intereses cifrados en el reforzamiento de la dependencia periférica. Entre ellos sobresalen la casa Baring Brothers y la banca Rothschild, los que al decir de Eduardo Galeano, financiaron de principio a fin la Guerra del Paraguay, con empréstitos de “intereses leoninos que hipotecaron la suerte de los vencedores” (Galeano; 310: 2002). La presencia de estos agentes imperiales fue vigorizada con la creciente acumulación capitalista de las metrópolis industriales, y en particular de su centro financiero mundial, Londres. La expansión de los ferrocarriles, telégrafos, bienes de capital y equipo; en una palabra, la expansión del capital real procedente del sector externo, se vio favorecido tanto en Brasil como en el resto de Latinoamérica, por una expansión de la oferta y demanda de productos primarios nativos, como así también, por las políticas de endeudamiento público suscriptas en mayor o menor medida por los diferentes Estados. Los británicos fueron los titulares de la mayor parte del capital real y financiero importado durante el período. Tanto la expansión de las exportaciones primarias como los aumentos concomitantes de los mercados locales, del saldo migratorio positivo y de la urbanización finisecular, hicieron más atractiva la inversión extranjera de capitales en el comercio de exportación-importación. A su vez, no pueden descartarse los capitales nacionales formados durante el proceso de acumulación capitalista de crecimiento hacia afuera, los cuales diversificaron sus inversiones como un expediente anticíclico para mejor soportar la caía internacional de los precios de sus bienes primarios. Pasando al análisis de la relación “Estado – inversiones de cartera extranjeras” (vg. en títulos de ferrocarril o de deuda pública) Halperín advierte para el caso de Brasil que “la crisis de 1875 tuvo consecuencias muy graves para la estructura financiera brasileña (pues) al caer sobre un país que durante la guerra paraguaya había acrecido su deuda externa, provocó una crisis bancaria 12” (Halperín; 282: 1997). Otras cargas financieras que se agregaron al Estado Central, fueron los subsidios concedidos a la inmigración, la centralización de los ingenios azucareros y la ayuda prestada a la población del noreste devastada por una serie de sequías (Viotti: 1991). Entre 1870 – 1889, “sólo la deuda externa absorbía la mitad del total de las rentas recaudadas por el Estado” (Viotti; 399: 1991). Entre los modos de que disponía el gobierno central para hacer frente a la crisis de la balanza de pagos, se hallaban algunos muy impopulares entre los plantadores, como ser, el aumento de impuestos sobre las tierras. Otra salida, era elevar el nivel arancelario para limitar la “Muchos ex esclavos permanecieron en las plantaciones y continuaron realizando sus tareas habituales, por las que recibían mezquinos salarios” (Viotti; 405: 1991). 12 Resulta curiosa la omisión en que incurre este erudito y prestigioso historiador argentino, respecto de quiénes fueron las entidades que supieron endeudar puntualmente a Brasil durante la Guerra del Paraguay. ¡Negligencias de la memoria selectiva! 11

transferencia de divisas al sector importador 13, medida que implicaba trabar la incorporación de capital real para obras de infraestructura. Estos problemas gravitaron significativamente sobre los gabinetes liberales y conservadores del imperio. Por último cabe decir que la declinación del emporio comercial y financiero del barón de Mauá con inmediata posterioridad a la crisis de 1875, favoreció la extensión de bancos y otras entidades financieras ligadas principalmente al capital británico, las cuales monopolizaron el crédito privado en las altas finanzas, al tiempo que se extendían redes de comercialización y financiamiento operadas por mercaderes nativos en los sectores medios y bajos de la esfera de circulación. Mercado nacional o interno de Brasil De forma similar al mercado de productos primarios exportables, el mercado interno de Brasil -como el de muchos otros países de América Latina-, se hallaba ligado por sólidas bases al sector externo. Las casas comerciales que detentaban el control de la exportación-importación, vieron facilitada la colocación de sus manufacturas de consumo y capital en virtud de factores convergentes que sólo cíclicamente debilitaban las importaciones. Por un lado, la creciente capacidad de pago manifestada por una balanza comercial favorable alentaba el consumo de bienes importados. Por el otro, lo hacía la política arancelaria favorable a los sectores controladores del flujo mercantil externo 14. Ahora bien, en las épocas de crisis la depreciación de los términos del intercambio reducía la cantidad de divisas que podían ser destinadas a la importación, en virtud de lo cual, la decreciente capacidad de pago sumada a la política arancelaria restrictiva, reducían significativamente las importaciones colocadas en el mercado interno. Estos momentos eran los más aprovechados por las manufacturas textiles de algodón que la industria nacional elaboró a partir de este período. ¿Cuáles factores debieron conjugarse entonces para propiciar un moderado desarrollo de la industria? En el caso de Brasil, esos factores fueron “la mejora en los medios de comunicación, el crecimiento del mercado interno, la acumulación de capital y (...) la elevación de los aranceles a la importación” (Viotti; 375: 1991)15. Por su parte, los efectos de arrastre producidos por la elasticidad de la demanda internacional y la provisión de una moderna infraestructura de transporte y comunicación, favorecieron un aumento de la producción primaria con vistas a abastecer los pujantes mercados urbanos conectados con las líneas de crédito y comercio internacionales. Con ello se favoreció una moderada acumulación de capital “en manos de comerciantes y de unos pocos artesanos y pequeños granjeros” del Interior (Viotti; 377: 1991). Glade sostiene que los cambios en los mercados de productos interiores fueron de cierto alcance sólo en algunas regiones de las naciones latinoamericanas. En Brasil, el área más afectada fue sin dudas el sur cafetalero. De esto último podemos deducir una condición final del mercado interno como fue su carácter socialmente estratificado en lo que atañe a la demanda de productos importados. Sólo las clases acomodadas (vg. terratenientes absentistas, grandes comerciantes y alto funcionariado) podían acceder a ciertos bienes de consumo refinado que producían o reexportaban las metrópolis 16. No obstante esto último, el aumento demográfico y el proceso de urbanización, trajeron aparejada la creciente integración de sectores sociales más amplios al mercado de bienes de consumo importados y nacionales. Conclusión El proceso que se abre durante el último tercio del siglo XIX, conlleva tanto para América Latina como para Brasil, el fortalecimiento infraestructural de la supeditación económica, ya que no necesariamente política, a las nuevas metrópolis industrializadas del Viejo Mundo. Una modernizada complementariedad entre la estructura de clases metropolitana y la periférica, facilitó el trasvase de riquezas primarias que hasta el período de entreguerras del siglo XX, logró mantener relativamente estable la estructura clasista conforme a la cual, los 13

Viotti sostiene que esta otra medida perjudicaba a los importadores y a los consumidores (Viotti: 1991). Señala Viotti que la recién creada Asociación Industrial solicitaba al gobierno central en un manifiesto de 1881, la elevación de los aranceles de importación, al tiempo que lo acusaba de favorecer a los plantadores de café adoptando una política de libre comercio (Viotti: 1991). 15 Conviene moderar esta apreciación optimista de Viotti, dado que más allá de la formación de una temprana Asociación Industrial en la década de 1880, y de la combatividad de trabajadores y artesanos que exigían al gobierno protección frente a la competencia extranjera, nos vemos forzados a admitir que resultan limitadas las capacidades de expansión del mercado interno cuando el sistema de producción se basa en la fuerza de trabajo esclava. Y como se dijo anteriormente, la abolición oficial de la esclavitud en mayo de 1888, estuvo lejos de cambiar en el corto plazo la situación laboral a que se vieron sometidos los ex-esclavos. 16 Una muestra sumaria de esos bienes no podría dejar de incluir a: las manufacturas de algodón europeas (en especial las inglesas); de lino y seda; los calzados y prendas confeccionadas; los artículos de tocador; fármacos; papel; cerámica fina; joyería y menaje (Glade: 1991). 14

dueños de la tierra y las minas, concentraban en torno de sí y/o de sus administradores nativos, los poderes económico y político. No sólo el ascenso de las nuevas clases medias, sino sobre todo la creciente organización sindical de los distintos movimientos obreros, acabarían poniendo en tela de juicio por los populismos o las revoluciones sociales, los sistemas de poder oligárquicos consolidados entre 1870 – 1914.

Bibliografía consultada 1. Luis Vitale; “Historia de la Deuda Externa Latinoamericana y entretelones del endeudamiento argentino”; Buenos Aires; Sudamericana – Planeta; 1986. 2. Tulio Halperín-Donghi; “Historia Contemporánea de América Latina”; Madrid; Alianza; 1997. 3. Emilia Viotti da Costa; “Brasil: la era de la reforma, 1870 – 1889”; en Leslie Bethell (ed.) Historia de América Latina; pp. 370 – 413; Barcelona; Crítica; 1991. 4. William Glade; “América Latina y la economía internacional, 1870 – 1914”, en Leslie Bethell (ed.) Historia de América Latina; pp. 1 – 49; Barcelona; Crítica; 1991. 5. José Luis Romero; “Latinoamérica las ciudades y las ideas”; Buenos Aires; Siglo XXI; 1976. 6. José Murilo de Carvalho; “Federalismo y centralización en el Imperio brasileño: historia y argumento”; en Marcello Carmagnani (coord.); Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina; pp. 51 – 80; México; F.C.E.; 1993. 7. Hugo M. Sacchi; “Prestes, la rebelión de los tenientes en Brasil”; en Alberto J. Pla (coord.) Historia de América en el siglo XX; pp. 225 – 252; Buenos Aires; CEAL; 1971. 8. Eduardo Galeano; “Las venas abiertas de América Latina”; Buenos Aires; Catálogos; 2002.

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