Borges y la historia

July 27, 2017 | Autor: Javier Dosil | Categoría: History, Epistemology, Literature, Jorge Luis Borges, Theory of History, Teoría de la Historia
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Borges y la historia Escribir la historia no es ofrecer una repetición puntillosa del pasado sino interpretarlo creativamente, es elegir, husmear con libertad en el espacio de lo posible. Por esto cada época tiene su historia, que es reflejo de sí misma por lo menos tanto como de su pasado. Historiar es mirar hacia atrás pero también —y sobre todo— reafirmarse en el presente y apostar con imaginación por un futuro. Francisco Javier Dosil Mancilla* Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas Jorge Luis Borges



* Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana.

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n una ocasión invitaron a Emil M. Cioran a participar en un homenaje a Jorge Luis Borges, por el que sentía particular predilección; el filósofo rumano se negó rotundamente aduciendo: “¿Para qué celebrarlo cuando hasta las universidades lo hacen? La desgracia de ser conocido se ha abatido sobre él. Merecía algo mejor, merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz. Ese era su terreno. La consagración es el peor de los castigos” (Cioran en La Jornada, 15 de febrero, 1998). El argumento no admite censura. El escritor argentino, que en vida recibió un trato dispar de la crítica, goza de tal aureola de prestigio que sus citas brotan por doquier, lo mismo en reflexiones eruditas —ahora son los científicos los que repiten la manida sentencia “como ya dijo Borges”— que en comentarios lúdicos. Hasta los planteamientos más falaces adquieren cierto interés cuando se acompañan de unas palabras del escritor argentino que sacan a relucir su provocador encanto. Borges es hoy un mito. Lo sabemos casi todo sobre su vida: su familia, sus amigos, sus escarceos amorosos, sus viajes, Metapolítica núm. Metapolítica núm. 4747

los libros de su biblioteca, sus escritores preferidos... Su obra es constantemente objeto de nuevos estudios, se reevalúan sus escritos, surgen nuevas antologías, se descubren textos suyos menores —reseñas, breves ensayos de juventud— y aparecen entrevistas que nadie recordaba. No se ha rendido su genio a tales arrebatos mediáticos y de erudición, que tantas veces empañan a un autor al hacer su lectura innecesaria o su comprensión imposible. Basta releer alguna de sus páginas para quedar de nuevo hechizado por su cadencia familiar, por esa voz cómplice que nos invita a pensar los eternos dilemas sin afectación ni pedantería, a través de esclarecedoras metáforas —espejo, laberinto, tigre— o de breves relatos. Los cuentos de Borges siempre sugieren más de lo que dicen, pueblan nuestra mente de metáforas e ideas que van desplegando todo su potencial interpretativo a medida que se dirigen hacia nuevos dominios del saber. Quizá esto explica en parte la inagotable fertilidad de su pensamiento; en último término legitima el presente intento de proyectar sus reflexiones hacia un campo aparentemente tan alejado de la ficción como es la Historia. Y no me refiero a la historia que queda empapada en sus relatos, como productos que son de unas circunstancias concretas —tampoco el genio literario puede sustraerse de su contexto—, ni a sus tímidas

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incursiones en la descripción histórica a través de algún ensayo —como “Qué es el budismo”, que escribió con Alicia Jurado— o, siguiendo la impronta homérica, de algún poema. El platonismo de Borges aspira a interpretaciones universales: el detalle —lo efímero— queda relegado a mero recurso literario. Es este anhelo por lo universal, encauzado hacia una de sus principales preocupaciones intelectuales, el Tiempo, lo que guía sus reflexiones en torno a la Historia. Para dilucidar el carácter y el alcance de estas reflexiones hemos escogido tres cuentos que se encuentran en su libro Ficciones (1944). Comenzaremos por “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, publicado originalmente en las páginas de la revista Sur, en mayo de 1940. Tlön es el nombre de un planeta imaginario creado por los miembros de una secta secreta tras varios siglos de trabajo. La geografía, la naturaleza, la astronomía, las costumbres, las lenguas, la historia, la filosofía… cada detalle de este planeta virtual aparece recogido en los cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön, “la obra más vasta que han acometido los hombres”, (Borges, 1997, p. 35), que en unos años se verían ampliados con cien nuevos tomos. Borges proporciona varias pistas que hacen inevitable comparar esta gran empresa literaria con la escritura de la Historia, labor creativa que pretende reconstruir el pasado a partir de unos pocos vestigios, como en el caso de Tlön con el “plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible con el mundo real” (Borges, 1997, p. 38). En varias ocasiones Borges nos advirtió que los textos sagrados forman parte de la literatura fantástica. En este cuento lleva su provocación más lejos al considerar también la Historia como una rama de la Literatura. Con resuelta ironía, el escritor argentino señala que los habitantes de Tlön profesan las doctrinas de Hume y de Berkeley, que como es sabido ponen en entredicho la posibilidad de la Historia —y en general el conocimiento—, la primera al cuestionar el principio de causalidad, la segunda al sugerir que todo el Universo es un pensamiento de Dios. Ahora bien, el hecho de que debamos considerar la Historia como un género literario en absoluto anula su interés. Este radicaría en que, siendo la Historia un producto cultural ampliamente aceptado y sometido a unos criterios de coherencia, resulta un reflejo bastante fiel del ser humano, una proyección de su mundo inte-

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rior: “Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres” (Borges, 1997, p. 39). Al final del cuento, en una vuelta de tuerca, Borges describe un nuevo hallazgo: los objetos del planeta fantástico comienzan a hacerse presentes en el mundo real. Se desdibuja aún más la línea tenue, quizá inexistente, entre lo imaginario y lo objetivo, nuestros deseos terminan por incidir en nuestra percepción de la realidad. En “Funes el memorioso”, un relato algo posterior —aparece fechado en 1942—, Borges ensaya una nueva aproximación al mismo tema. Ireneo Funes, a la edad de diecinueve, sufre una caída que le priva del movimiento y de la capacidad de olvidar. A partir de entonces, cada cosa que imagina o percibe queda grabada en su memoria con una fidelidad absoluta: tarda un día entero en recordar un solo día. Con el olvido pierde también casi por completo la capacidad de pensar, que supone establecer ideas generales a partir de los objetos particulares que percibimos. Abrumado ante el espectáculo “de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso” (Borges, 1997, p. 134), Funes pasa sus últimos años recluido en su habitación, a oscuras, procurando evitar cualquier sensación y el más leve recuerdo. La metáfora de Funes nos dice que sólo es posible historiar desde el olvido. Ya conocíamos la importancia de la memoria, que retiene los hechos del ayer que han de inspirar, como una musa, al historiador; pero escribir la historia no es ofrecer una repetición puntillosa del pasado sino interpretarlo creativamente, significa en definitiva elegir, husmear con libertad en el espacio de lo posible. Por esto cada época tiene su historia, que es reflejo de sí misma por lo menos tanto como de su pasado. Historiar es mirar hacia atrás pero también —y sobre todo— reafirmarse en el presente y apostar con imaginación por un futuro, y, como señaló Nietzsche de forma insuperable, “sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente”. El último cuento al que nos referiremos se titula “Pierre Menard, autor del Quijote” y está fechado en 1939. El novelista Pierre Menard redacta en el siglo XX tres capítulos de Don Quijote que coinciden, palabra por palabra, con los de Miguel de Cervantes. Borges demuestra Borges de cuerpo entero

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con gracia que, a pesar de ello, los dos textos son muy distintos. Cervantes, viejo militar del siglo XVII, escribe con naturalidad en el español corriente de su tiempo una novela que “opone a las ficciones caballerescas la pobre realidad provinciana de su país”. (Borges, 1997, p. 51). Menard, por el contrario, ambienta su relato en el pasado y adopta conscientemente el español de la época para infundir un mayor realismo. Las dos versiones textuales del Quijote merecen lecturas diferentes, pues también lo fueron las circunstancias que las crearon.

LAS MIRADAS DE BORGES EL FUTURO DEL PASADO Carlos Fuentes*



oda discusión sobre la argentinidad, la latinoamericanidad o la europeidad de Borges cae por la propia fealdad de las palabras. Él es el escritor que lo asume todo, lo hace evidente sólo para hacerlo tácito (no hay camellos en el Corán) y, enriquecidos pero desembarazados, nos permite ver con claridad los misterios y con misterio las transparencias de nuestra vida intelectual y anímica. El cronotopos de Bajtin —tiempo y espacio— adquiere carácter protagónico en Borges; ya no es telón de fondo, ya no es “vorágine” o “canaima”. Es protagonista pero sólo para perder su protagonismo, vulnerado por el accidente afectivo, como el espacio total del Aleph sangra por la herida llamada Beatriz Viterbo. No sé si este es el secreto de Borges. Evoca el espacio y el tempo absolutos sólo para demostrarnos su absurdo e invitarnos, por vía de la imaginación y el lenguaje, a vulnerar todos los absolutos. Funes el memorioso, que todo lo recuerda, debe reducir su absoluto a un relativo manejable —unas sesenta mil memorias. El jardín de senderos que se bifurcan contiene todos los tiempos —pero sólo a condición de que sucedan ahora. La Biblioteca de Babel es ilegible mientras un genial idiot savant, Pierre Menard, no se decida a reescribir tal cual el Quijote y nos dé a los lectores la oportunidad de reinventar el pasado a fin de seguir inventando el presente. La literatura —es la lección de Borges— no se dirige sólo a un misterioso porvenir, sino a un misterioso pasado. El pasado debe releerse constantemente. El futuro del pasado depende de ello. *Tomado de: La Jornada Semanal, México, núm. 233, 22 de agosto de 1999, p. 6. 92

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En síntesis, el contexto determina el significado de las palabras. Esta conclusión tiene profundas connotaciones en el trabajo del historiador, que pasaría por descifrar el significado de cada concepto en función de su contexto histórico. La palabra materia, por ejemplo, adquiere significados muy distintos cuando la emplea un filósofo griego vitalista, un científico ilustrado seguidor de Newton o un físico actual. Si esto ocurre con un concepto tan elemental, qué podremos decir de palabras como enfermedad, sexualidad, amor o Dios, en las que resulta más evidente si cabe el componente cultural. Las discusiones que introduce Borges con estos cuentos tienen plena vigencia en nuestros días. Si tenemos en cuenta el momento en que fueron escritos —entre 1939 y 1942—, constituyen una contundente crítica a los modelos historiográficos dominantes, el empírico-positivista y el historicista. Al abrigo de la inocente ficción del cuento, desliza hacia ambos lados críticas demoledoras al tiempo que alumbra tempranamente algunos de los rumbos historiográficos que transitarían los devotos de Clío en las décadas siguientes a través de corrientes como la hermenéutica o los Annales. Que las metáforas de Borges hayan pasado inadvertidas entonces a los historiadores, perdiendo así un eficaz instrumento para ahondar en sus planteamientos, sólo puede explicarse por el escaso protagonismo que ha tenido la lengua española en los candentes debates historiográficos. Se emplearon otras, en mi opinión más limitadas, como la alegoría del Ángel de la Historia de Walter Benjamin, que avanza de espaldas clavando su mirada en lo que abandona.1 Al final también convendremos con Borges en que la historia universal no es sino la repetición de unas pocas metáforas.

REFERENCIAS Borges, Jorge Luis (1980), Nueva antología personal, Barcelona, Bruguera. Borges, Jorge Luis (1997), Ficciones, Madrid, Alianza. Cioran, Emil M. (1998), “Carta a Fernando Savater”, París, 10 de diciembre de 1976 (reproducida en La Jornada, México, 15 de febrero).

Dicho sea de paso, Borges en su Manual de zoología fantástica se refiere a una imagen parecida y quizá más sugerente: un pájaro “que vuela hacia atrás, porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo”. 1

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