Borges, anacronismo y creación de precursores

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Descripción

Borges: anacronismo y creación de precursores

En Otras inquisiciones, en el ensayo titulado "Kafka y sus precursores"
(1952), Borges repite una idea que ya había consignado en una conferencia
sobre Nathaniel Hawthorne de 1949 dictada en el Colegio Libre de Estudios
Superiores, incluida en el mismo libro: "…cada escritor crea a sus
precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de
modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la
pluralidad de los hombres."[1]. Podría haber escrito que cada escritor
elige a sus precursores, pero intencionalmente destaca con cursivas el
verbo crea. Es posible hacer una larga paráfrasis de eso: cada escritor, en
tanto artista, crea; pero no sólo en su obra (mantengamos momentáneamente y
con fines especulativos la noción de obra), sino también al volver sobre el
pasado, como Ulises a Ítaca, para buscar interlocutores y paternidad
literaria; vuelve, entonces, a su Patria. Cada escritor crea, es decir,
escribe su obra y su pasado. Cada escritor tiene al menos, y a partir de lo
recién dicho, una triple labor que se realiza en el mismo movimiento de
creación de predecesores, a saber: a)una mirada retrospectiva (para crear
precursores); b)una acción proyectiva (en la que su obra se arroja a un
futuro incierto); y c), una labor ordenadora y, a la vez, filiatoria,
contenida en las dos anteriores.
Decimos con Borges, entonces, que el escritor al crear a sus
precursores tiende su vista hacia el pasado en aras del porvenir de su
misma obra, ordena la infinitud pasada y procrea virtualmente. El escritor
escribe su pasado, vale decir, se escribe un pasado re-escribiendo lo
pasado, para dar y darse una identidad. Los precursores no tienen ni son
una identidad substancial, sino que se arman en razón de los criterios por
venir o, en todo caso y para salvaguardar un margen de su libertad, son en
razón de su obra retrospectiva y proyectiva y se re-significan en la
creación que de ellos hacen otros escritores. Reformulemos: los escritores
del pasado se convierten en precursores por la labor creadora, anacrónica,
de los escritores contemporáneos y futuros.
A partir de esto, podemos formularle algunos interrogantes a la cita
que detonó estas líneas: ¿Cuáles son los límites de esa creación de
precursores? ¿En qué medida es el escritor quien los crea y no, digamos, el
tiempo al que el escritor pertenece? ¿Qué sería del pasado literario sin la
labor creativa del escritor? ¿En qué medida esa creación no es más un acto
de lectura que de escritura? ¿No crean los lectores a los precursores de
los escritores por venir? ¿Qué supone la creación y cómo se lleva a cabo?
Esa fructífera cita debe compensarse con otra para dar a pensar
todavía más. En "Nota sobre (hacia) Bernard Shaw", escribe: "La literatura
no es agotable, por la simple razón de que un solo libro no lo es. El libro
no es un ente incomunicado: es una relación, es un eje de innumerables
relaciones. Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por
el texto que por la manera de ser leída: si me fuera otorgado leer
cualquier página actual- ésta por ejemplo- como la leerán en el año 2000,
yo sabría cómo será la literatura en el año 2000."[2]. Como claramente se
ve, esta idea es la misma de El libro de arena. El infinito cabe en un
libro. O, más que el infinito, la infinitud, considerada como caudal
incontenible, puro exceso. El libro, en tanto que objeto, es apenas una
concreción material de las diversas y heterogéneas relaciones que se trazan
en y por sobre él. Resulta sumamente curioso que Borges hable de las
literaturas y no de la literatura, de lo que podría inferirse cierta
reticencia del autor por pensar a la literatura como algo que puede ser
definido esencialmente. Ya el hecho de afirmar que un libro es un eje de
relaciones, aborda el problema de lo literario desde un enfoque transido
por multiplicidades, es decir, imposibilita una consideración hipostática y
unificante de la literatura. De esta manera, puede decirse que el libro
como eje de relaciones y la literatura como una manera de leer, excluyen
cualquier definición esencialista de lo literario. No hay una ni la
literatura, sino que lo literario está atravesado por relaciones y acciones
(de lectura y escritura).
Ahora bien, de ambas citas, cae por su propio peso la profunda e
indisoluble imbricación que la lectura guarda con la escritura, relación
nada nueva, por cierto. Aunque lo que cobra una fuerza inusitada tras esas
palabras de Borges es, por decirlo de algún modo, la potencia creativa de
la lectura, en particular, de la lectura del escritor, que se convierte, de
esta forma y paradójicamente, en depositario y en sostén de cierto pasado.
Y decimos "cierto pasado" para destacar el carácter contingente de la
acción lectora/creadora del escritor. Con esto no pretendemos sacar a la
superficie las motivaciones psicológicas del escritor, sino indicar el fino
punto de intersección de la ontología de lo literario con las dimensiones
éticas y políticas de la acción de volver sobre el pasado para sacar, del
fondo oscuro de la historia, un bastón para la cojera congénita del
escritor, que se apoya en él para avanzar.
De acuerdo a las palabras borgeanas, habría una inferencia directa
entre el modo en que se lee en una época determinada y su identidad
literaria. De allí que el texto del Quijote de Pierre Menard no se
diferencie en nada del de Cervantes, pero sí la lectura del mismo. Lo
literario queda configurado como algo que cambia con los modos de lectura.
Las preguntas obligatorias son aquí las siguientes: a)¿A qué maneras de
leer se refiere Borges? b)¿Qué factores intervienen en la determinación de
los diversas maneras de leer? c)Éstas, ¿son uniformes y homogéneas?
Nos resulta muy difícil sostener la idea de que hay un modo de
lectura propio de cada época, aunque haya marcas epocales compartidas por
los lectores. En primer lugar, porque la lectura es inescindible de los
lectores, y cada uno de estos puede ser pensado al interior de una recorte
social, cultural y material distinto, entre los que, no lo negamos, puede
haber semejanzas y equivalencias, pero no identificaciones absolutas. Eso,
en lo que refiere a las condiciones generales de la lectura, porque
también puede pensársela en una dimensión individual, contenida en la
anterior. De allí que, en segundo lugar, sostengamos las diferencias
individuales de los lectores, entre los que incluimos al escritor. La
concatenación de contingencias históricas que se dan cita al momento de una
lectura X, impide la consideración genérica de "lectura epocal", que se
cuela por la cita; y que, además, inhabilitaría aquella otra idea borgeana
según la cual el escritor crea sus precursores. En la medida que la lectura
crea y se vincula con lo inagotable, no hay lectura última posible, ni
sentidos clausurables. Por lo que el escritor, en su creación de
precursores, parece ejercer un margen mínimo de libertad, sostenido y
contenido por las lecturas hegemónicas propias de su época.
Extrememos un poco más esta lectura de Otras Inquisiciones. Se da a
continuación un paso de la noción de escritor a la más amplia de
intelectual. En el ensayo titulado Dos libros, escribe Borges: "Así es: la
"actualidad candente", que nos exaspera o exalta y que con alguna
frecuencia nos aniquila, no es otra cosa que una reverberación imperfecta
de viejas discusiones. […] De ahí que el verdadero intelectual rehúya los
debates contemporáneos: la realidad es siempre anacrónica."[3]. Lo primero
que se lee, tras estas grandes afirmaciones, a las que, por lo general,
Borges no les tiene miedo, es una autojustificación. Pero soslayemos
momentáneamente la voluntad borgeana de crear, ya no precursores, sino
futuros interlocutores que lo re-actualicen a él mismo como precursor.
Leamos, ahí, una teoría de la historia, donde la realidad se presenta de
forma elidida y donde la forma de acceso a ella es, agregamos nosotros, una
lectura de escritor, entendiendo por "lectura de escritor" una lectura de
lo pasado que crea y actualiza sentidos. Eso equivale a afirmar que el
presente no puede abarcarse a sí mismo (en la medida en que no se haga
pasado) y que el intelectual no pertenece a su tiempo. Lo que se agrega
aquí, para enrarecer la situación de lectura, es la dificultad de la
enorme extensión del pasado. Porque, si la realidad es anacrónica, ¿qué
garantiza su encuentro, si siempre puede estar más allá? No solamente eso,
también se suscita la cuestión de qué es el pasado y cuáles son sus
límites. Más aún, ¿no puede estar latiendo en la respiración del presente
más de una realidad?
Algo más: en La flor de Coleridge, casi al final, Borges confiesa:
"Durante muchos años, yo creí que la casi infinita literatura estaba en un
hombre. Ese hombre fue Carlyle, fue Johannes Becher, fue Whitman, fue
Rafael Cansinos-Asséns, fue De Quincey."[4]. Aquí Borges entiende a
"hombre", como Idea platónica. Los (n)hombres que menciona podrían ser
otros, para la literatura da lo mismo. La afirmación de fondo es que eso,
llamado literatura, se manifiesta a través de los hombres, que son meros
episodios de algo que los antecede y los excede por doquier. Que eso sea la
literatura, es una forma hermosa de no decir Dios. Como lector, Borges
creyó que la literatura estaba en un hombre. Como escritor, afirmó que lo
escritores crean a sus precursores. Los nombres dados pueden ser, entonces,
algunos de sus antecesores. Como intelectual, reivindicó lo pasado como vía
de acceso a la realidad y sostuvo que ésta es anacrónica.





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[1] Borges, J.L. Otras inquisiciones. Emecé. Bs. As. 1996. p. 174. (Las
cursivas son del autor.)
[2] Idem. pp. 249-250.
[3] Idem. pp. 203-204.
[4] Idem. p.27.
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