Book review: Huerta de Valencia. Un paisaje cultural, un futuro incierto

July 19, 2017 | Autor: J. Gómez-Mendoza | Categoría: Cultural Heritage, Cultural Heritage Management, Irrigation Systems Design, Urban Sprawl
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Descripción

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Crítica de libros Book reviews

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Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ISSN: 1139-1472 © 2015 SEHA ■





L. Jacinto García Una historia comestible. Homínidos, cocina, cultura y ecología Gijón, Trea, 2013, 270 páginas.

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or qué comemos lo que comemos? ¿Qué consecuencias tiene lo que comemos? ¿Cómo debería ser nuestra comida? Estas tres preguntas son el eje del libro de L. Jacinto García. Éste se articula a través de una Introducción, que titula «Persiguiendo la comida nos hicimos Homo sapiens» (pp. 1318), y tres grandes apartados. El primero bajo el epígrafe genérico de «Biología, evolución e inteligencia» (pp. 19-126), otro segundo que alude a la «Domesticación, cultura y cocina» (pp. 127-182), para terminar con un tercero sobre la «Tecnología, industria y ecología» (pp. 183-234). Lo completan un «Apéndice» (pp. 235-260) y la correspondiente Bibliografía (pp. 261-270). La primera parte se centra en el origen y evolución de la especie humana, donde analiza los diferentes eslabones evolutivos. Sobre el papel parece un planteamiento correcto, aunque da la sensación de que el

autor tiende a la dispersión. Las alusiones al darwinismo y a las teorías creacionistas expuestas en el primer capítulo –«Seis millones de años atrás: Adán y Eva en los bosques tropicales de África»– las considero prescindibles en el conjunto global de la obra, si bien, en el mejor de los casos, podrían ser simples notas a pie de página o bien incluidas en el «Apéndice» final. Para el que suscribe estas líneas resultan un circunloquio con errores graves. Por ejemplo, Darwin no «estuvo dos años dándole vueltas a su […] teoría de la evolución» (p. 23), sino dos décadas; Darwin no murió en 1881 (p. 26), sino el 19 de abril de 1882; su examen de médico no lo suspendió en Cambridge, como se deja intuir (p. 26), porque había ya abandonado la medicina en Edimburgo. La simplicidad con la que se expone «el salto del mono al primer homínido» (pp. 29-31) resulta bastante más compleja y falta de más precisión (Picke189

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ring, 2014: 11-12). Son significativas las observaciones de las diferencias dentales, como punto de partida en el conocimiento de la evolución humana (pp. 31-34 y 5254), así como las preferencias alimentarias de los primeros homínidos y su constitución física. Sin embargo nada se dice sobre las hipótesis que se han planteado respecto al posible consumo de carne por parte de algunas especies de australopitecos (Pickering, 2014: 15-17). Dicho esto, quizás también habría que haber cuidado más la terminología utilizada. ¿En el modelo alimentario de los australopitecos, se puede hablar de «costumbres gastronómicas»? El significado del término «gastronomía» implica componentes sociales y culturales imposibles de aplicar en este ámbito, puntualización que el propio autor reconoce más adelante al tratar la manera de preparar y consumir la comida por el Hombre de Cromañón (p. 113). Por lo que respecta al planteamiento de las distintas cuestiones del capítulo segundo –«Cuatro millones de años atrás: ¿es el hijo de King Kong o un hombre peludo?»– éste resulta algo forzado. Mayor interés provoca la parte dedicada al origen de la bipedestación por los homínidos, a la importancia del cambio climático en la desaparición de grandes zonas selváticas y a la adaptación de algunas especies de simios a las zonas abiertas y sabanas, junto con las teorías que avalan que los primeros utensilios fueron motivo de «la mejora en los resultados de la caza», provocando un aumento del consumo de carne y el crecimiento de cerebro (pp. 47-57), si bien los posteriores comentarios sobre la ca190

dena trófica entorpecen el hilo discursivo. A esto añadiremos algunas reflexiones que no aportan nada reseñable, salvo la demostración de la vena literaria del autor: «la energía solar, una vez capturada por las plantas y transformada en materia orgánica, pasa a estar disponible para iniciar su viaje a través de la cadena alimentaria, lo que produce cuando los animales las comemos. Así las cosas, cabe imaginar que cada vez que introducimos un alimento en la boca, a la postre estamos atrapando un trozo de sol, una fracción de la eternidad […]» (p. 69). El capítulo tercero –«Dos millones de años atrás: los primeros Homo hacen su aparición»– comienza con un asunto espinoso. García recoge la teoría que afirma que «la fabricación de herramientas, aunque sean tan primarias y toscas como las del Homo habilis, presupone un salto cualitativo y decisivo en la escala animal-hombre». Reconoce que algunos monos se valen de palos para capturar hormigas, de piedras para romper frutos secos o de hojas para sacar agua de los troncos de los árboles (p. 72), pero entiende que la fabricación de herramientas es un signo distintivo del ser humano. Se echa en falta alguna referencia a hipótesis que no consideran estrictamente que la fabricación de herramientas haga «humano» al hombre. Si se comparan las herramientas que se conocen para los considerados primeros humanos, éstas aparecen como unos pedruscos no muy diferentes de las usadas por los chimpancés actuales (Sabater Pi, 1992: 111115). En principio el Homo habilis (1,9 a 1,6 millones años) tenía la capacidad de fapp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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bricar herramientas como los chimpancés contemporáneos, quizás algo más complejas que las estudiadas en los chimpancés, pero afirmar que lo que hace Homo al habilis es la fabricación y uso de herramientas no resulta demasiado aceptable, si no tenemos en cuenta otros muchos factores antropológicos, culturales y sociales (Domínguez-Rodrigo y Baquedano, 2014: 3741). Un capítulo que también hace referencia a la importancia de la carne en la dieta del Homo erectus, incluida la carroña, a la relación entre el desarrollo de la inteligencia y su consumo, a los cambios físicos sufridos por los miembros de la especie y la sugerente teoría de que «antes que la carne, serían el calor del fuego y la cocción de los alimentos los responsables del desarrollo cerebral, al favorecer una mayor liberación de energía» (p. 85). En lo relativo al consumo de carroña se comprueba cierta simplicidad en la exposición, falta una reconstrucción sobre cómo los primeros Homo pudieron tener acceso a la carne, diferenciando el carroñeo pasivo del activo, por ejemplo. Tampoco hubiera estado de más remarcar la relación existente entre el consumo de carne y la división de las labores de subsistencia de las comunidades con el hecho de que «compartir grandes cantidades de carne con otros miembros del grupo social fuera uno de los factores que caracterizó la adaptación» (Bunn y Pickering, 2014: 81-85). El cuarto capítulo –«Cien mil años atrás: neandertales y cromañones, preludio del Homo moderno»– es, a mi entender, el más logrado desde un punto de vista discursivo. El desarrollo de los movimientos Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



migratorios de los descendientes del Homo erectus en Asia y África, del Homo heidelbergensis y posteriormente del Homo neanderthalensis en Europa, y la aparición de una nueva especie africana, el Homo sapiens y su dispersión, sirven de introducción para tratar sobre las necesidades alimentarias de los grupos cazadores-recolectores neandertales (pp.105-109) y de la evolución y hábitos alimentarios del hombre de Cromañón (Homo sapiens sapiens) (pp. 109-114). Resultan sugerentes las aportaciones de García sobre los orígenes y condicionantes de la caza, la importancia en ésta de artilugios, tácticas y desarrollo de la inteligencia, la conservación de la caza y la tradicional importancia que se le atribuye al hombre (cazador) frente a la mujer (recolectora) en la economía «doméstica» (pp. 114-121). Igualmente trata el autor sobre un aspecto de interés mediático, como la eventual hibridación entre neandertales y cromañones (pp. 123-124). La explicación se queda corta, pues en ningún momento plantea una cuestión general del asunto. Afirma, y está en lo cierto, que el cruce de ambas especies «debió de producirse posiblemente en Oriente Medio hace entre cincuenta mil y ochenta mil años», pero nada dice de los resultados obtenidos en Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña, y recientemente en la Península Ibérica, confirmando que ambas especies no tuvieron contacto en Europa, a pesar de estar presentes durante algún tiempo y a la vez en distintas partes del continente. La segunda parte del libro está compuesta por los capítulos quinto y sexto. El primero de ellos –«Diez mil años atrás: apa191

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rece la agricultura, y la alimentación y el mundo se transforman»– (pp. 129-162), recoge el significado para el hombre del dominio progresivo de la agricultura y la domesticación de los animales (ganadería) en las distintas zonas del planeta (sedentarización, desarrollo urbano, aumento de la producción alimentaria, incremento de la población…). Un epígrafe desentona del conjunto argumental: «La agricultura dividió a la Europa medieval» (pp. 160-162). Me pregunto qué sentido tiene comparar las prácticas alimentarias del mundo grecorromano, generalizadas en exceso (Grimm, 2009: 62-97 y Villegas Becerril, 2001), con las «bárbaras» de los primeros siglos de la Edad Media en el contexto de la Prehistoria. La alusión, incluso como hipótesis, del aumento general de las temperaturas que se dio entre los siglos X al XIV, para explicar un posible retardo en «la difusión y arraigo del sistema agrícola-ganadero por el norte de Europa», no tiene en cuenta otros aspectos políticos, económicos o sociales, por ejemplo, en un periodo tan dilatado en el tiempo, como es la Edad Media. El capítulo sexto –«Entretanto: el dominio del fuego y la cocina nos hicieron más humanos»– establece desde una perspectiva antropológica la relación entre la domesticación del fuego y el nacimiento de la cocina. Una vinculación en línea con las teorías de Faustino Cordón (1980) y más recientemente de Richard Wrangham (2009), al que por cierto olvida en la bibliografía, que consideran el dominio del fuego aspecto clave para comprender el salto evolutivo que nos separa del resto de los simios. Planteamientos sugerentes aun192

que no exentos de controversia por buena parte de la comunidad científica (antropólogos, arqueólogos y paleontólogos), ya que no se ha demostrado que el control del fuego pueda retrotraerse a más de 500.000 años, si bien Wrangham defiende, a falta de base científica, que el Homo erectus (1,8 millones de años) ya asaba los alimentos. La tercera parte la conforman los capítulos séptimo –«El presente: comida industrial, diseño evolutivo y salud»– (pp. 185202) y octavo –«El mono listo se devora el mundo»– (pp. 203-234), donde el autor expone ciertas cuestiones que considera relevantes desde un punto de vista ecológico. Por ejemplo, el tipo de alimentación a la que el cuerpo humano está adaptado, la genética humana y la obesidad en el mundo desarrollado, la búsqueda de una dieta ideal que se ajuste a nuestro diseño evolutivo, por una parte, y los peligros de la sobrepoblación, del mal uso de los recursos naturales y la apuesta por una alimentación saludable, por otra, conducen al lector hacia una concienciación que vincula alimentación y medio ambiente. Finaliza con un «Apéndice» en el que se plasman una serie de reflexiones de carácter antropológico, histórico y cultural sobre las que se han tratado en páginas anteriores y que sirve para reforzar planteamientos expuestos en anteriores páginas. Quiero llamar la atención sobre el título del libro, Una historia comestible. Homínidos, cocina, cultura y ecología. ¿Responde el título realmente con lo que el lector va a leer? García afirma que su trabajo «no es una historia de la comida, tampoco un tratado de alimentación. Aunque tiene baspp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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tante de ambos. En esencia, este libro es una extensa, coral y algo enredada respuesta a esas tres cuestiones trascendentales» (p. 15), ya citadas al inicio de esta reseña. Estoy de acuerdo con el autor en lo «enredadas» que resultan algunas partes del libro, a las que quizás falte una planificación diferente en su estructura. Una obra con un planteamiento metodológico discutible, organizada en torno a las tres cuestiones principales que, pese a la opinión de su autor, no solo resulta una «historia de la comida» sino también de la «cultura alimentaria» en la Prehistoria, donde relaciona de manera algo forzada los orígenes evolutivos y alimentarios del ser humano con una visión pesimista del presente. Un texto en el que se abusa en demasía de epígrafes con enunciados exagerados o llamativos con el fin de captar el interés de lector, en ocasiones poco originales si uno se toma la molestia de consultar algunos de libros que cita en la bibliografía o ciertas páginas de Internet. Igualmente peca el texto de una excesiva retórica. Sirva de ejemplo el modo de expresar la vida en los árboles por parte de los primeros homínidos y la seguridad que les proporcionaba su vida en las alturas: «Cuando el crepúsculo comenzaba a mostrar su metálica luz en el cielo y algunas flores se cerraban cuando los pájaros acallaban su piar y los grillos afinaban su canto, entonces era el momento de buscar un refugio y ponerse a resguardo. ¿Y qué mejor refugio que la copa de los árboles?» (p. 51). Quizás la principal virtud de este libro es el acercamiento al público no especializado de la evolución humana a través de su Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



alimentación, si bien los errores detectados y la falta de solidez de algunos de sus argumentos a veces me hagan dudar de esta afirmación. Desde el punto de vista del lector más especializado queda preguntarse si este libro aporta algo nuevo al panorama historiográfico o antropológico sobre las cuestiones alimentarias de nuestros primeros ancestros. No parece que sea así. Además, las líneas magistrales del libro reseñado ya han sido planteadas en artículos divulgativos de gran nivel (Outram, 2009: 34-61). No quiero finalizar sin referirme a una exposición que con el sugerente título La cuna de la humanidad se encuentra en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares, entre el 10 de febrero hasta el 1 de julio de 2014. Una muestra del buen hacer de la mencionada institución junto con el Museo de la Evolución Humana de Burgos. La publicación de un magnífico catálogo (2 volúmenes) en el que escriben primeras figuras del ámbito nacional e internacional, ninguna de ellas aludidas en la bibliografía del libro reseñado, aportan bibliografía ya publicada que el autor podía haber utilizado a la hora de escribir este libro. Fernando Serrano Larráyoz Universidad de Alcalá REFERENCIAS BUNN, H.T. y PICKERING, T. R. (2014): «Caza, carroñeo y consumo de carne por Homo en el Pleistoceno Inferior», en DOMÍNGUEZ-RODRIGO,

M. y BAQUEDANO, E. (dirs.), La cuna

de la humanidad –The cradle of humankind,

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Crítica de libros

Alcalá de Henares– Burgos, Museo Arqueoló-

nomía. La historia del paladar, Valencia, Uni-

gico Regional-Museo de la Evolución Hu-

versitat de València, pp. 34-61.

mana, vol. 2, pp. 67-85. CORDÓN, F. (1980): Cocinar hizo al hombre, Barcelona, Tusquets. DOMÍNGUEZ-RODRIGO, M. y BAQUEDANO, E.

PICKERING, T. R. (2014): «Australopithecus y Pa-

ranthropus: Los hombre-mono prehistóricos de África», en DOMÍNGUEZ-RODRIGO, M. y BAQUEDANO, E. (dirs.), La cuna de la huma-

(2014): «Los primeros Homo», en DOMÍN-

nidad-The cradle of humankind, Alcalá de He-

GUEZ-RODRIGO,

M. y BAQUEDANO, E. (dirs.),

nares-Burgos, Museo Arqueológico Regional-

La cuna de la humanidad –The cradle of humankind, Alcalá de Henares– Burgos, Museo

Museo de la Evolución Humana, vol. 2, pp.

Arqueológico Regional-Museo de la Evolu-

SABATER PI, J. (1992): El chimpancé y los orígenes

ción Humana, vol. 2, pp. 27-41. GRIMM, V. (2009): «Los manjares al alcance de la

9-25.

de la cultura, Barcelona, Anthropos, 3ª edición corregida y aumentada.

mano. El paladar de las antiguas Grecia y

VILLEGAS BECERRIL, A. (2001): Gastronomía ro-

Roma», en FREEDMAN, P. (ed.), Gastronomía. La historia del paladar, Valencia, Universitat de

mana y dieta mediterránea. El recetario de Apicio, Córdoba, Universidad de Córdoba. WRANGHAM, R. (2009): Catching Fire: How Cooking Made Us Human, New York, Basic Bo-

València, pp. 62-97. OUTRAM, A. K. (2009): «Evolución de los cazadores-recolectores. El sentido del gusto en la

oks.

Prehistoria», en FREEDMAN, P. (ed.), Gastro-

VV.AA. Élites rurales méditerranéennes au Moyen Âge Mélanges de l’École Française de Rome. Moyen âge, 124/2, 2012, 600 páginas.

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l tema de las elites rurales de la edad media continua deparando novedades historiográficas altamente interesantes como la publicación de la cual aquí pretendemos dar cuenta, Élites rurales méditerranéennes au Moyen Âge. Se trata de una reunión de los trabajos presentados en dos seminarios que tuvieron lugar en la Sorbonne y en l’École Française de Rome en 2008 y 2009, respectivamente, publicados el pasado año 2013 dentro de la revista Mélanges de l’Ecole française de Rome. Moyen Âge en el número 124-2 194

(2012). El lapso de tiempo entre los encuentros y la publicación ha permitido a los autores (aquellos que han hecho el esfuerzo) recoger las aportaciones que a lo largo de cuatro años se han venido produciendo (Carocci, 2010; Provero, 2012). El trabajo ha estado coordinado por Michel Kaplan, Christophe Picard y Laurant Feller, que ha realizado ya otras investigaciones sobre esta temática (Devroey, Feller y Le Jan, 2010). Como se deduce de su título, el objeto de estudio se circunscribe a un espacio pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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muy delimitado cronológica y geográficamente, el Mediterráneo durante la edad media, aunque esto no conlleva ningún análisis de larga duración, del que tanto gusta a la historiografía francesa. Así, aunque encontramos trabajos referidos a la alta edad media, como el del propio L. Feller «Les élites rurales du haut Moyen Âge en Italie (IX-X siècle)» o de la plena, «Signoria ed élites rurali (Toscana, 1080-1225)» de S. Collavini, la mayor parte de los artículos se centran en la baja edad media. La gran aportación de este trabajo reside en las miradas regionales que se llevan a cabo sobre diversos observatorios, dentro siempre del ámbito mediterráneo. En este sentido, son analizadas sociedades rurales desconocidas para la mayor parte de la historiografía rural europea como la bizantina, la palestina, la egipcia o del Magreb. Y junto a estos, nos encontramos observatorios más frecuentados por los investigadores: la Toscana, la Lombardía, Aragón, Cataluña o la Provenza. El trabajo está estructurado en tres líneas temáticas: identificar las élites rurales; establecer sobre qué tipo de fortunas, propiedad y producción se sustenta esta elite y, finalmente, qué mecanismos de control ejercen sobre el gobierno local y establecer cuáles son los mecanismos de renovación de estas elites y sus formas o vías de ascenso social. Sin lugar a dudas, la primera cuestión consiste en definir el objeto de estudio. En su introducción, Paolo Cammarosano insiste en el carácter informal, y la dificultad que ello conlleva, de las elites rurales en el sentido que este concepto no se corresponde con una realidad socio-profesional Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



específica. Ahora bien, lo que el citado autor no tiene en cuenta es el hecho que justamente es este carácter laxo del concepto lo que le confiere su utilidad puesto que permite englobar bajo un mismo término realidades aparentemente distintas, por su cronología o por su marco geográfico, pero que comparten una serie de comportamientos y actitudes. Por ello, porque las elites rurales son diversas, utilizamos la forma en plural. Esto no quiere decir, sin embargo, que valga todo. Un campesino, por mucha tierra que posea, que reside en el ámbito urbano no puede ser considerado como un ejemplo de las élites rurales porque su marco de referencia es la ciudad, aunque desde luego forma parte de los sectores acomodados del campesinado. La diversidad de las elites rurales hace referencia, sobretodo pero no exclusivamente, a sus fuentes de riqueza. Así, Pere Benito, para la Cataluña Vieja, y John Drendel, para la Provenza, destacan la importancia de las actividades crediticias en el conjunto de la economía familiar. De hecho, Drendel incluso habla de una verdadera «couche de creditores». Para el sur de Palestina, Arietta Papaconstantinou señala las funciones administrativas que ejercen las familias acomodadas, que mediatizan las relaciones de la comunidad con las instancias externas, bien el señor, bien el Estado, como elemento central de su estrategia para la consolidación de sus fortunas. Catherina Verna, en cambio, pone el acento en el protagonismo de los notables de Vallespir, en Cataluña, en el desarrollo industrial de la comarca. Sin embargo, la exposición sucesiva de escenarios locales sirve 195

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de poco si no construimos un modelo teórico común que represente en mayor o menor medida el conjunto. En el caso que nos ocupa, por encima de estas diversidades regionales, lo que es común a todas ellas es la capacidad de estas familias para adaptarse a la coyuntura económica local, sea esta la que sea. Esta adaptación al entorno conlleva, pues, cierto grado de especialización económica sin que ello impida la participación activa en otras actividades. Otra cuestión no menos importante es la relación que puede existir entre nivel de riqueza y liderazgo político de la comunidad. Algunos autores desligan ambas esferas de poder, el político y el económico, en sus análisis. Tal es el caso Jean-Marie Martin cuyo trabajo lleva el sugerente título de «Le service public, critère de distinction des élites: Italies méridionale de tradition byzantine et lombarde, X-XIII siècle». Sin embargo, no queda demostrado el grado de influencia y de control sobre la comunidad de lo que él identifica como élites, que a nuestro entender parecen ser más bien delegados de la autoridad bizantina. Además, continuando dentro de la esfera política de las elites rurales, tampoco parece tenerse suficientemente en cuenta el papel que juega el señor como árbitro de las relaciones entre los miembros de las comunidades. En efecto, a menudo olvidamos que el señor, con sus decisiones –como, por ejemplo, ejecutar una deuda de un vasallo, de no aceptar la conmutación de una pena– y sus nombramientos, puede favorecer a una determinada familia, o facción dentro de la comunidad, en detrimento de otras. Únicamente Pere Benito y Brian Catlos refle196

xionan sobre esta capacidad de la señoría para romper status quo de la comunidad. La tercera parte de la obra trata de estudiar las élites rurales desde la perspectiva de la movilidad social y los procesos de substitución de estas. Resulta particularmente interesante por su contribución al tema el trabajo de Brian Catlos sobre las elites rurales musulmanas de la Corona de Aragón, con una especial atención al ámbito valenciano. La conquista cristiana del reino de Valencia supuso la ruptura de las estructuras preexistentes que permitió el ascenso de unas nuevas elites. Estos notables rurales, según Catlos, fundamentaban su liderazgo en el ejercicio de cargos políticos, particularmente el de alcaide, aunque, como reconoce el propio autor, se documentan casos de familias cuya preeminencia en la comunidad se fundamenta en su riqueza económica. El recorrido de estas elites administrativas o económicas –dando a entender que ambas esferas de poder no podían aglutinarse en una misma familia– no iba más allá de tres generaciones. Lo que no queda claro es el proceso de renovación de estos linajes dirigentes. Para Catlos, la substitución se producía a través del nombramiento de un nuevo alcaide, sin tener en cuenta otros criterios de jerarquización de la comunidad como el nivel de riqueza. Sin embargo, más importante que esto, creo que cabe plantearse cuál era el horizonte social de estos notables locales o, en otras palabras, a qué aspiraban las familias acomodadas musulmanas del campo. Es cierto que, como el mismo autor señala, las conversiones fueron muy puntuales, de manera pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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que la promoción social de estos linajes, ahora como cristianos, no se dio, aunque esto tampoco responde completamente a la cuestión planteada. Por otra parte, todas las intervenciones hacen un análisis detallado, en la medida que la obra lo permite, de las fuentes para el estudio de las elites del campo. Sin lugar a dudas, tratándose del ámbito mediterráneo, los protocolos notariales y los registros de los concejos locales ocupan un lugar central, tal y como señala John Drendel en su artículo. Sin restar importancia a estas tipologías, Annick Peters-Custot –que analiza los notables rurales del campo calabro-griego de la plena edad media– destaca como los más interesantes aquellos documentos que se originan en una situación de conflicto, y que ponen de manifiesto el papel desempeñado por las elites dentro de la comunidad. Para concluir, pese a la bondad individual de las aportaciones, se echa en falta una mayor conexión de los textos, más aun teniendo en cuenta que tiempo ha habido para ello y que estos materiales habían sido expuestos previamente en sendos seminarios. Muestra de todo esto es que las citas

a otros trabajos de la publicación están prácticamente ausentes. Igualmente, tampoco hubiera estado de más una reflexión teórica a propósito de qué tienen en común las élites rurales de las distintas regiones del Mediterráneo, ya que la introducción de Cammarosano es eso, una presentación de los temas a analizar y de los autores. En cualquier caso, hay que valorar positivamente la iniciativa puesto que nos permite conocer esas realidades regionales que de lo contrario permanecerían al margen de nuestros debates historiográficos. Frederic Aparisi Romero Universidad de Valencia REFERENCIAS CAROCCI, S. (ed.) (2010): La mobilità sociale nel

Medioevo, Roma, Ecole française de Rome. DEVROEY, J. P., FELLER, J. y LE JAN, R. (dirs.) (2010): Les élites et la richesse au Haut Moyen

Âge, Turnhout, Brepols. PROVERO, L. (2012): Le parole dei sudditi. Azioni

e scritture della politica contadina nel Duecento, Spoleto, Fondazione Centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo.

Esther Pascua Echegaray Señores del paisaje. Ganadería y recursos naturales en Aragón, siglos XIII-XVII Valencia, Universitat de València, 2012, 327 páginas.

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ste libro no rehúye tres prácticas frecuentes en las publicaciones académicas. La primera, exhibir un título llamativo o atractivo, relegando al sub-

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título una descripción más ajustada de su contenido; la segunda, empezar con uno o varios capítulos dedicados al supuesto marco teórico del trabajo, por más que la 197

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relación entre dicho marco y su contenido sea tenue o tangencial, y, la tercera, declarar un propósito revisionista que, en ocasiones, lleva a arremeter contra molinos ya derruidos como si fueran gigantes. Título, marco teórico y revisionismo apuntan en este trabajo al propósito de esclarecer las relaciones históricas entre ganadería y paisaje. Pero una cosa son las intenciones y otra el resultado. Lo que el lector puede encontrar en este libro es una aproximación bastante convencional, aunque no por ello menos útil e interesante, a la historia de la ganadería en Aragón, fundamentalmente la ovina. En cierto sentido, aunque no sólo, es una obra de síntesis que, además de en fuentes originales, se apoya ampliamente tanto en repertorios documentales publicados como en la ya abundante producción historiográfica disponible sobre la ganadería aragonesa en las épocas medieval y moderna. El libro trata de abarcar las tres grandes áreas en que desde el punto de vista ganadero puede dividirse Aragón, si bien no constituían compartimentos estancos: las montañas pirenaicas, el valle del Ebro y las sierras ibéricas –aunque a las dos primeras se les dedica mayor atención–, en cada una de las cuales se configuraron prácticas e instituciones diferenciadas. Por lo que se refiere al marco cronológico, aunque el subtítulo lo acota entre los siglos XIII y XVII, en el texto encontramos abundantes referencias que lo desbordan ampliamente por ambos extremos y acaban por conferirle un contorno temporal impreciso. Por otro lado, la estructura del libro, al imponer varios reinicios cronológicos, ya que cada 198

zona se trata por separado desde la Edad Media hasta el siglo XVII o XVIII, primero en lo que se refiere a su configuración institucional y después en cuanto a la relación entre la actividad ganadera y el paisaje, no contribuye demasiado a la claridad expositiva. Temáticamente, pese al sostenido y denodado esfuerzo por mantener como hilo conductor los aspectos medioambientales y paisajísticos, a lo largo del texto se abordan múltiples y diversos asuntos relacionados con la ganadería –a veces, como si se tratase de pequeñas monografías–, siempre con el respaldo de un apabullante y pormenorizado despliegue de información factual. Esta densidad de contenidos, a la que no se le puede hacer justicia en una reseña, permite afirmar que, independientemente de su tema central, en este trabajo pueden encontrar apartados atractivos, lectores con intereses diversos en el ámbito de la historia agraria. Los problemas de que adolece el trabajo proceden de su mismo planteamiento. El empeño de aprehender el paisaje y sus transformaciones, y las relaciones entre estos cambios y la actividad ganadera en el trascurso de medio milenio en una región de unos 48.000 kilómetros cuadrados a través de fuentes exclusivamente documentales es una empresa formidable y abocada a resultados poco concluyentes. La autora es consciente de ello y no deja de señalarlo y recordarlo desde la introducción hasta las conclusiones: «cuando inicié el proyecto de estudio de la ganadería medieval en Aragón, lo más llamativo fue la ausencia de menciones en los documentos sobre el mundo del pastoreo y sobre los pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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paisajes en los que se desarrollaba» (Introducción, página 13); «los datos con que se cuenta son escasos y discontinuos, la información muy desigual y las referencias sesgadas, por tanto no se han podido determinar de manera definitiva las relaciones entre el pastoreo de ovino y el medioambiente, excepto en momentos y áreas concretos» (Conclusiones, p. 275). En buena medida, como también se analiza en el libro, los documentos nos informan más sobre la percepción social del paisaje que sobre el paisaje mismo. Por otro lado, no siempre quedan claras las diferencias y relaciones entre medioambiente, recursos y paisaje. En cuanto a la perspectiva revisionista, los prejuicios ilustrados contra la ganadería y los prejuicios liberales contra los bienes y aprovechamientos comunales han sido ya objeto de amplias y profundas discusiones a las que poco se añade. El libro se organiza en tres partes. La primera («Paisajes y comunidades»), mucho más breve que las otras dos, consta de un único apartado («Las categorías socioculturales de representación del paisaje en el mundo rural medieval»), en el que se repasan los distintos tipos de documentos disponibles y utilizados en el trabajo, señalando en qué medida –siempre escasa– cada uno de ellos «permite vislumbrar el mundo invisible del pastoreo» (p. 56) y el paisaje o, más bien, una representación sociocultural del mismo. En la segunda parte («Comunidades y recursos naturales») se hace una prolija y sólida descripción de las instituciones y, partiendo de su matriz medieval, de algunos de sus principales hitos evolutivos, soHistoria Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



bre todo en los valles pirenaicos y en el valle del Ebro (con la Casa de Ganaderos de Zaragoza como indudable protagonista), en tanto que las comunidades de aldea del sistema Ibérico sólo se tratan en un breve epígrafe en términos comparativos con los valles pirenaicos. A este respecto, la autora sostiene que «el sistema de pastoreo aragonés» tomó forma en «las comunidades montañesas del norte» y desde allí se fue desplazando hacia el sur (pp. 73 y 105). Los dos apartados en que se divide esta parte concluyen con sendos epígrafes titulados «Concepciones y criterios de gestión medioambiental», en los que se llama la atención sobre algunas de las normas y prácticas que permitían mantener el equilibrio entre la cantidad de ganado y los recursos disponibles para su manutención, como el control del avecindamiento y del tamaño de las cabañas y la regulación de los comunales. La tercera parte («Recursos naturales y paisaje») busca captar la relación entre ganadería y paisaje, los «paisajes ganaderos», en el Pirineo, Teruel y Albarracín, y Zaragoza, situando siempre la ganadería en su contexto económico, social y político. Como queda dicho, lo que aquí se aporta sobre el paisaje o son pinceladas de alcance meramente local o son intuiciones y conjeturas. La razón: «Las fuentes para la reconstrucción del mundo de paisajes y vegetación de Aragón en el pasado no se encuentran en los documentos escritos, sino en depósitos naturales, en restos de polen, semillas, facies sedimentológicas y geoquímicas, en los cladóceros y ostrácodos de las lagunas, en los fósiles coprófilos, los 199

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carbones fósiles y los yacimientos arqueológicos» (p. 182). Por eso en las doscientas páginas siguientes, pese a que se recurre a los resultados de la investigación en campos como la climatología histórica o la zooarqueología, se habla más, en sentido estricto, de recursos naturales que de paisaje. En esencia, y siempre en relación con la ganadería, se reconstruyen las formas de asentamiento, la evolución de los usos del suelo y de los sistemas productivos, las relaciones entre agricultura y ganadería, así como entre ganaderos estantes y ganaderos trashumantes, los movimientos del ganado, la gestión de los recursos naturales y la conflictividad relacionada con el acceso a los mismos, en especial los de carácter comunal, en cada uno de los espacios considerados. Los apuntes sobre el paisaje apenas van más allá de la enumeración de los elementos presentes en ciertas áreas en determinados momentos. Por ejemplo: «Las inspecciones de abrevaderos del siglo XIV permiten hacer un tímido retrato de vegas y sotos. Traspasados por caminos, regadíos, diques, pozos, acequias, fuentes, azudes, pasos sobre acequias, abrevaderos, viñas, la vegetación referida denota la existencia de sargas, tamarices, aliagas, praderas de pastos, chopos, olmos y sauces» (p. 246). Uno de los aspectos más interesantes del trabajo radica en la presentación de la gestión comunal de los recursos naturales como una gestión básicamente eficiente desde los puntos de vista económico y medioambiental. También se subraya como uno de los rasgos distintivos de las comunidades pastoriles aragonesas el predominio de los pequeños y medianos ganaderos, en 200

contraposición, por ejemplo, a la Mesta castellana. La ganadería trashumante castellana constituye, por otra parte, la principal referencia que se utiliza en orden a la realización de comparaciones con la ganadería aragonesa dentro de la Península Ibérica. En el capítulo de conclusiones se subraya la idea de que «las asociaciones de pastores no fueron destructoras sistemáticas de recursos naturales, sino transformadoras», que su impacto sobre los recursos naturales fue diverso y que «las evidencias paleoambientales apuntan a paisajes muy similares a los actuales […] desde muy antiguo», cuestionando la pertinencia de buscar en algún momento del pasado «el origen de la deforestación del paisaje ibérico». El libro se cierra con una completa bibliografía –en la que, no obstante, falta alguno de los libros citados en las notas a pie de página–, mapas y un apéndice con gráficos y tablas. Nos encontramos pues ante una obra que, paradójicamente, proporciona a la vez menos y más de lo que ofrece. Apenas satisface las expectativas con que el lector aborda la lectura en lo que se refiere a las relaciones entre ganadería y paisaje, aunque seguramente revela todo el que se puede vislumbrar al respecto a través de las fuentes utilizadas; pero, en contrapartida, ofrece un enorme caudal de información y acertados análisis sobre la historia de las diversas modalidades de ganadería en Aragón desde la Edad Media hasta finales de la Moderna. Emilio Pérez Romero Universidad Complutense de Madrid pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Jane Whittle (ed.) Landlords and tenants in Britain, 1440-1660: Tawney’s Agrarian Problem revisited People, Markets, Goods: Economies and Societies in History, 1 Woodbridge, The Boydell Press, 2013, 240 páginas.

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ste libro, que gira en torno a los temas abordados en la obra clásica de Richard Henry Tawney, The Agra-

rian Problem in the Sixteenth Century

(1912), es bienvenido y oportuno, y lo es por algo más que la mera celebración del centenario de su salida de imprenta. Como acertadamente señala Christopher Dyer en los párrafos iniciales de su contribución a esta obra, una re-evaluación y reconsideración de algunos de los temas y argumentos esgrimidos por Tawney a comienzos del siglo XX es un objetivo «legítimo» por el hecho de que su trabajo ha conservado su valor a lo largo de los años y es sorprendentemente «moderno». Incluso muchas de sus «informadas conjeturas» y «especulaciones» han venido a ser confirmadas por la comprobación empírica posterior con metodologías avanzadas y nuevas fuentes. Más allá de eso, sin embargo, este libro es oportuno por el hecho de que uno de los temas clave en la obra de Tawney fue la relación existente entre las cambiantes relaciones de propiedad durante la transición de la baja Edad Media a la temprana Modernidad y la modalidad de capitalismo agrario que en última instancia sirvió de plataforma para la Revolución Industrial inglesa en el siglo XVIII. Es significativo que los derechos de propiedad –o por expresarlo mejor, la emergencia del «moderno» derecho de propiedad, claro, seguro, inHistoria Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



alienable–, han sido empleados en la narrativa de un buen número de destacados autores contemporáneos para explicar por qué la Revolución Industrial ocurrió primero en Inglaterra y no en cualquier otro lugar del mundo (Acemoglu y Robinson, 2012; Ferguson, 2012), bajo la inspiración teórica del influyente Premio Nobel de Economía Douglas North (por ejemplo, North y Thomas, 1973). El sencillo razonamiento que sostiene este argumento es que la gente evita invertir en una propiedad si ésta es insegura (De Soto, 2000). Aunque es cierto que muchos autores conceden mayor prioridad a los cambios en los derechos de propiedad a partir de fines del siglo XVII (tras la Revolución Gloriosa de 1689), no cabe dudar de que el énfasis general de Tawney sobre los cambios en la estructura de tenencia y los derechos de propiedad mantienen su impronta en la historiografía. El momento escogido por este libro no puede ser realmente mejor, por cuanto los rescoldos de este debate sobre los derechos de propiedad se han venido reavivando en los últimos años por una serie de obras explícitamente críticas con la visión de que formas más «perfectas» de derechos de propiedad pueden vincularse de manera causal a episodios de desarrollo económico (Jones, 2013; Vries, 2012). De hecho, conocemos ahora numerosos casos en la Europa preindustrial de 201

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crecimiento económico compatible con el establecimiento de derechos de propiedad muy complejos y en múltiples capas (Béaur et al., 2013). Tras la publicación de The Agrarian Problem, Tawney llegó a convertirse en un reconocido pensador y apóstol socialista, y por ello no sorprende que la transición hacia formas de producción más capitalistas en la Inglaterra moderna fuese presentada con tintes negativos; para Tawney, el «problema agrario» era precisamente el compromiso entre el egoísta interés personal y los bienes públicos, el cercamiento depredador de los comunales, y la ruptura de las comunidades tradicionales cohesivas e igualitarias en favor de nuevas prioridades comerciales. Tenencia consuetudinaria (copyhold) y arrendamiento (leasehold) fueron derechos de propiedad colocados el uno contra el otro en una lucha en la que el segundo vino a resultar victorioso (p. 35). Como concluye Dyer en su capítulo, los historiadores contemporáneos son ahora menos propensos a ver tales desarrollos de un modo tan abiertamente ideológico, y no tan solo porque no resulta elegante en la disciplina histórica contemporánea ofrecer juicios moralistas. Hemos llegado a comprender que acontecimientos como el cercamiento de campos de cultivo para pastos en los siglos XV y XVI no fue el resultado de una mentalidad marcadamente codiciosa de una elite de terratenientes y labradores acomodados, sino la cruda realidad de que los niveles de población nunca alcanzaron en esos siglos el punto necesario para hacer económicamente viable el tipo de cultivo agrícola co202

nocido antes de la Peste Negra. Más aún, gran parte del «problema agrario» del siglo XVI no estaba conectado a la explotación por la elite de un campesinado inerme, sino que realmente procedía de una falta de cohesión en el seno de las propias comunidades aldeanas campesinas. Desde el tardío Medievo en adelante se fueron abriendo profundas divisiones entre las filas de la gente común: campesinos adquiriendo y consolidando tierras en detrimento de sus vecinos campesinos. Como dejó claro hará unos ocho años Bruce Campbell en un largo e importante artículo sobre el «problema agrario» en Past and Present, la crisis bajomedieval resultó agravada no por la expropiación señorial de una elite sobre sus subordinados, sino por la extorsión de unos colonos sobre otros (Campbell, 2005). Es en este tema que el libro Landlords and Tenants logra realmente su cohesión como volumen. Muchas de las contribuciones dejan claro que el relato de la emergencia del capitalismo agrario como consecuencia del desequilibrio entre la elite terrateniente y las comunidades campesinas en la temprana Edad Moderna se ve ahora como una excesiva exageración, y es un esquema al que se ha dado en los últimos años matices más complejos. En muchos casos, los intereses de los grupos aristocráticos de la elite, como son los señores, no eran diametralmente opuestos a los intereses de los aldeanos comuneros. Por ejemplo, Harold Garrett-Goodyear muestra hábilmente a lo largo de su ensayo cómo el refuerzo señorial de la costumbre podía trabajar en beneficio de todos los miembros pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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de la comunidad local del manor (p. 50). Otros ensayos, como los de Briony McDonagh, Heather Falvey y Jean Morrin muestran que la oposición rural no se dirigió en exclusiva contra las iniciativas de cercamiento de los grandes terratenientes, sino también contra las impulsadas por medianos propietarios y colonos (por ejemplo, p. 65). Incluso en algunos casos los grandes señores de la aristocracia absentista apoyaron las protestas de los pequeños campesinos contra el cercamiento de fincas por parte de estratos medianos de cultivadores, de modo que los motines de cercamientos abarcan un amplio espectro de grupos sociales (p. 84). En el Norfolk del siglo XVI es un hecho bastante claro que los ricos aristócratas terratenientes hicieron todo lo posible por evitar asumir cualquier tipo de nueva propiedad susceptible de generar disputas o que fuese excesivamente compleja en su estatus jurisdiccional (p. 181). Resulta evidente, no tan solo en el capítulo de Jennifer Holt, que los colonos no eran víctimas indefensas en los siglos XVI y XVII, sino que fueron capaces de utilizar el sistema legal y diversas fórmulas de tenencia de la tierra para mantener rentas consuetudinarias poco remuneradoras, incluso bajo la presión señorial para transformarlas en arrendamientos. Como Whittle resume de manera sucinta y certera en el capítulo de conclusiones, magistralmente enhebrado para dar cohesión a los diferentes ensayos del libro, los grandes modelos (quizás ideológicamente formados) acerca de la aparición del capitalismo agrario en Inglaterra desde la baja Edad Media al siglo XVIII han coHistoria Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



menzado a perder credibilidad.Ya sea desde el relato de Tawney de unos terratenientes codiciosos y rapaces frente a un campesinado rural menguante –un relato asumido posteriormente por Robert Brenner en la década de 1970 (Brenner, 1976)–, o desde la perspectiva neo-institucionalista de unos modernos derechos de propiedad, claros y seguros, conduciendo a una mayor inversión y eficiencia en la agricultura y, en consecuencia, al desarrollo económico, parece que este tipo de relatos han llegado a su fin. Uno de los aspectos más gratos de este volumen es que destaca claramente algunas de las debilidades existentes en una gran parte de la historia contemporánea que trata de explicar las divergencias económicas globales, a menudo mediante contraste del caso inglés (la primera nación en acometer la Revolución Industrial) con otras trayectorias más lentas a la industrialización e incluso con desarrollos industriales completamente atrofiados en otras partes de Asia y Europa. Harían bien en leer este libro todos aquellos historiadores económicos que sigan creyendo aún en ese relato de una Revolución Industrial inglesa como reverso del establecimiento de «modernos» derechos de propiedad claros e inalienables, fundamento de una claramente delimitada jerarquía de terrateniente, cultivador y asalariado agrícola. La difusión de unos derechos de propiedad muy claros no fue un proceso perfecto, y más que apoyar dondequiera una moderna forma de agricultura comercial, fue gradual y variada entre regiones con respecto a la intensidad y escala de los cambios. Así como Tawney pudo haber exage203

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Crítica de libros

rado la profundidad de la división entre terratenientes y colonos, este libro revela que la general liberación de derechos sobre la propiedad territorial durante la temprana Edad Moderna ha sido igualmente exagerado, y como revelará un esperado libro de Richard Hoyle, la variedad y complejidad de contratos de tenencia y sub-tenencia, así como los estratos de jurisdicción sobre la tierra, siguieron siendo extremadamente elevados. En el futuro puede que la cuestión no sea «¿Cómo afectó la aparición de formas más claras y modernas de derechos de propiedad a la Revolución Industrial del siglo XVIII?», sino más bien «¿Por qué se produjo una Revolución Industrial, cuando la emergencia de derechos de propiedad claros y modernos fue tan lenta, gradual e imperfecta?».

FERGUSON, N. (2012): The great degeneration: how

institutions decay and economies die, London, Penguin. HOYLE, R. (forthcoming): Landlords and tenants in

Tawney’s century: tenurial change in England, 1540-1640, Oxford, OUP. JONES, E. (2013): «Economics without history: objections to the rights hypothesis», Continuity

and Change, 28 (3), pp. 323-346. NORTH, D. y THOMAS, R. P. (1973): The rise of the

Western World: a new economic history, Cambridge, CUP. SOTO, H. DE (2000): The mystery of capital.Why

capitalism triumphs in theWest and fails everywhere else, New York, Bantam Press. TAWNEY, R. (1912): The agrarian problem in the sixteenth century, London. VRIES, P. (2012): «Challenges, (non-) responses, and politics: a review of Prasannan Parthasarathi, Why Europe grew rich and Asia did not:

Daniel R. Curtis

global economic divergence, 1600-1850»,

University of Utrecht

Journal of World History 23 (2), pp. 639-644.

(Traducción del inglés de J. M. Lana) REFERENCIAS ACEMOGLU, D. y ROBINSON, J. (2012): Why na-

tions fail. The origins of power, prosperity and poverty, New York, Crown Publishing Group. BÉAUR, G., SCHOFIELD, P., CHEVET, J-M. y PÉREZ PICAZO, M. T. (eds.) (2013): Property Rights,

Land Markets and Economic Growth in the European Countryside (Thirteenth-Twentieth Centuries), Turnhout, Brepols. BRENNER, R. (1976): «Agrarian class structure and economic development in pre-industrial Europe», Past and Present, 70 (1), pp. 30-75. CAMPBELL, B. (2005): «The agrarian problem in the early fourteenth century», Past and Present, 188 (1), pp. 3-70.

204

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Isabel Mugartegui Eguia Propietarios, cercamientos y fábricas en Gipuzkoa (1500-1880). Una historia comparada con Granada Donostia, Gipuzkoako Foru Aldundia, 2012, 253 páginas.

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obre la historia económica vasca y andaluza hay historiadores destacados e importantes referencias bibliográficas, pero carecíamos de un enfoque de ésta desde los agentes económicos, protagonistas de la historia. Esta novedosa perspectiva es la que nos ofrece la autora de este libro. Tiene por objetivo analizar el comportamiento de la clase nobiliaria, en cuanto propietaria de tierras, ingenios e infraestructuras industriales. Analiza las estrategias seguidas por ésta para adaptarse a la cambiante coyuntura económica entre 1500 y 1880 con el fin de maximizar sus beneficios. Pero, además, indaga la evolución de dos sectores económicos, el agrario e industrial, tanto en época preindustrial como industrial. El sujeto principal de esta historia es la nobleza vasca, no obstante establece una comparación con la granadina. Lo hace a través del análisis de dos casos, el de los condes de Villafuertes, radicados en Gipuzkoa, y el de los marqueses de Villalegre, en Granada. En Gipuzkoa, el caserío, el monte y las ferrerías son los pilares más destacados del mayorazgo. En Granada, los cortijos, las moreras, el olivar y los procesos de transformación de éste aportan las principales fuentes de renta al propietario. Dos clases nobiliarias radicadas en ámbitos geográficos, norte y sur, que cuentan con distinta dotación de factores y evolu-

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ciones económicas diferentes que van a condicionar sus posibilidades de inversión y sus trayectorias. El libro se estructura en dos partes: la primera aborda las relaciones del propietario con la agricultura y la segunda con la industria. Diferenciando en ambos casos dos periodos: la edad moderna y el siglo XIX, aunque éste no lo abarca en su totalidad porque la obra concluye en 1880. La autora ha recurrido, además de a una amplia bibliografía, a fuentes diversas, tanto públicas como privadas, que ha sabido interpretar con solvencia para ofrecernos un panorama rico en matices y muy sugerente. Los fondos del marquesado de San Millán y Villalegre, en los que sustenta el análisis de esta familia granadina, se custodian en el Archivo Municipal de San Sebastián. El Archivo Casa Zavala, privado, aporta información sobre el noble guipuzcoano. Libros de cuentas de cada administrador, contratos de arriendo y escrituras de compraventa de tierras, cartas de pago, inventarios de bienes y otras fuentes, como censos y catastros industriales y escrituras de protocolos sobre constitución de sociedades, han posibilitado a Isabel Mugartegui reconstruir las estrategias de ambas clases nobiliarias en el largo plazo. Las posibilidades de este conjunto de fuentes son amplias, como desvela la obra, pero también tienen unos límites que la autora señala. Estos son: 1º, la ausencia de 205

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cifras sistemáticas de renta hasta las últimas décadas del siglo XVI en Gipuzkoa e inicios del XVII en Granada; 2º, la práctica inexistencia de datos sobre la calidad de la tierra. Por ello ha tenido que calcular el precio medio ponderado de toda la superficie adquirida sin tener en cuenta las calidades; 3º, la falta de referencias a la evolución de la ganadería en los cortijos granadinos. En la primera parte, las estrategias de ambas familias nobiliarias se inserta en un marco más amplio. Por una parte Inglaterra y Francia, que sirven de punto de referencia y contraste. Compara el adelanto de la agricultura inglesa frente al atraso relativo de la francesa y los factores que condicionan trayectorias tan disímiles. Por otra parte, examina la coyuntura agraria en la Corona de Castilla entre 1600 y 1880 a través de dos variables, renta de la tierra y precio del trigo, para observar los contrastes entre los diversos territorios. El análisis que Isabel Mugartegui desarrolla en adelante profundiza en esas diferencias y en la existente entre el comportamiento de los condes de Villafuertes y los marqueses de Villalegre en cuanto a la compra de tierra. Investiga la importancia que ésta tiene en la formación del latifundio granadino y el mayorazgo vasco; el papel de la coyuntura agraria en la mayor o menor ampliación del patrimonio raíz y, por último, el avance de los cercados y de la agricultura intensiva y sus efectos. La autora indaga los factores que determinaron la compra de tierras y el precio que la nobleza estuvo dispuesta a pagar según fuera la evolución de la renta de la tierra y el precio del trigo tanto en el Antiguo 206

Régimen como en el siglo XIX. La estrategia de compra se ajustaba a los cambios de la coyuntura económica. El papel de ambos agentes económicos en el proceso de modernización agraria e industrial ocupa un lugar relevante en su estudio. Isabel Mugartegui pone de relieve el contraste entre la nobleza guipuzcoana y granadina en el proceso de intensificación agraria que propiciaron los cerramientos. La primera participó activamente en dicha transformación en sus caseríos. Éstos, junto a la expansión del maíz, permitieron soslayar la crisis agrícola del siglo XVII y dar impulso a un crecimiento agrario que se prolongará hasta el XIX. En cambio, la escasa superficie cercada adquirida por el noble granadino en 1551, al amparo de una coyuntura favorable, no tendrá continuidad debido a la crisis del siglo XVII y habrá que esperar a 1861 para que acontezcan innovaciones agrarias en sus cortijos. La autora analiza los cambios que posibilitaron los cercados en los mayorazgos de los condes de Villafuertes tanto en la estructura cultivada como en los sistemas de cultivo, en las relaciones contractuales entre propietarios y colonos, en la ganadería y en la renta. Pero las transformaciones que acontecieron, pese a ser importantes, estuvieron lejos de suponer una auténtica revolución agrícola. En torno a un 16,78% del total de las propiedades que poseían estaban cercadas entre 1816 y 1850, puede que algo más dado que de uno de los vínculos no hay datos. Isabel Mugartegui indaga si otros propietarios cerraron sus tierras e intensificapp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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ron los cultivos y pone de relieve que la nobleza de Gipuzkoa no constituía una excepción, aunque siguió predominando la tierra abierta. Asimismo compara los usos del suelo de dos de los mayorazgos del noble vasco con Midlands del Sur (Inglaterra) hacia mediados del siglo XIX. La principal diferencia es que en ésta se practicaba una agricultura más intensiva en forrajes. La estructura de cultivos en Gipuzkoa no se asimiló por completo a Inglaterra hasta el último tercio de dicha centuria. El latifundio de los marqueses de Villalegre, en Granada, estaba especializado en la producción de cereales. La aparición de las cercas permanentes en sus cortijos fue tardía, condicionando de esta manera la evolución de la renta que no recuperó el nivel de 1600 hasta 1872-76. En concreto, en 1861 se cerraron tierras en los cortijos de Zujarra y Arqueroso, en el partido judicial de Santafé. Es en éstos donde avanzó la agricultura intensiva con la incorporación de plantas forrajeras, legumbres y hortalizas. La superficie cercada en ambos cortijos abarcaba el 7,69% del total en 1863. Siguió el predominio de la tierra abierta y los cereales. En la segunda parte del libro la autora investiga la relación que la nobleza tenía con el sector secundario. Las variables que considera son la renta de las ferrerías y los precios del hierro y carbón en Gipuzkoa, y la renta y precios de la seda y el aceite en Granada, además de costes y beneficios. Analiza previamente los casos de Inglaterra y Francia a fin de buscar similitudes y diferencias con Gipuzkoa y Granada. Entre los siglos XVI y XIX, al igual que en otras Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



partes de Europa, la nobleza vasca y andaluza estrechó lazos con el sector secundario. Pero no actuó como verdadera empresaria industrial, salvo excepciones, sino que vio en la industria una manera de incrementar su renta. Participó indirectamente arrendando infraestructuras y fuerza hidráulica. La implicación de la nobleza vasca en la industria del hierro, como en otras partes de Europa, derivó del hecho de ostentar la propiedad de ingenios, del subsuelo del que extraía el hierro y de los montes de los que obtenía el carbón vegetal. Trató de rentabilizar sus dominios arrendando al ferrón fraguas, edificios, tierras y la fuerza motriz hidráulica. Actuó, por tanto, como rentista y no como empresaria. Ésta fue una inversión rentable en los siglos XVI y XVIII, no así en el seiscientos. Cuando la industria siderúrgica vasca entró en crisis en la primera mitad del XIX, la nobleza vasca buscó nuevas oportunidades donde reproducir el capital invertido o trató de sacar mayor rendimiento de éste. Reutilizó infraestructuras instaladas en las ferrerías para otros usos. Así procedieron los condes de Villafuertes. Arrendaron a la burguesía comercial las que estaban poco utilizadas, edificios e ingenios para instalar las fábricas. Sólo cuando las expectativas de negocio eran seguras invirtieron capital. Antes de 1841 lo hicieron en empresas que contaban con un mercado casi cautivo, el papel y la sal. Después de esa fecha lo harán en la industria de armas. Gipuzkoa se asemejaba más al modelo francés que al inglés en el proceso de industrialización. Los marqueses de Villalegre fueron sensibles a las oportunidades económicas 207

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emergentes y mantuvieron su disposición a aprovecharlas, caso del negocio de la seda en el siglo XVIII y del olivar y de la industria minero-metalúrgica en el XIX, al amparo del aumento de la demanda. El noble granadino contaba con las ventajas de ser dueño de la tierra donde se cultivarán moreras y olivos y de fábricas o ingenios para transformar la materia prima e incluso comercializar el producto, caso del aceite, en algunos periodos. Para ello, parte de la tierra ociosa o dedicada a cereales se destinará a moreras en el XVIII y olivos en el XIX, aunque sin abandonar la especialización cerealista. El negocio de la seda no tuvo continuidad en el XIX por el impacto de la fiscalidad y la carestía de la materia prima El sector entró en crisis por falta de competitividad ante otros centros productores, como Valencia. Tras el descenso de los precios agrarios después de las guerras napoleónicas, la nobleza del sur diversificó sus negocios buscando una mayor rentabilidad. Uno de los que resultaban más atractivos era el aceite de oliva ante la expansión de los mercados. El olivar se extendió en tierras de los marqueses de Villalegre, aunque no a gran escala. El molino de su propiedad transformaba en aceite cosechas propias y ajenas y, en ocasiones, comercializaba directamente el producto. El balance final de este negocio no fue negativo hasta la segunda mitad del XIX. El rendimiento de la tierra dedicada a olivar descendió entre 1850 y 1879 por la competencia externa. El propietario buscó otras alternativas donde colocar su capital, 208

como fue la minería del plomo de Linares a partir de 1843. La rentabilidad del dinero invertido en este negocio descendió entre 1843 y 1851. A partir de esta última fecha desapareció cualquier referencia a este sector en las fuentes. La nobleza experimentó y diversificó la inversión de capitales en diversas actividades económicas, al margen de sus resultados. Pero la nueva empresa industrial surgida en la España del XIX no atrajo de forma masiva el ahorro nobiliario ni en el norte ni en el sur. En definitiva, el libro tiene en su haber varios activos, entre ellos: el uso de fuentes documentales inexploradas; el relevante papel que tuvieron los cercados en la transformación del paisaje agrario a partir del siglo XVII en el País Vasco, aunque lejos de la importancia del maíz hasta que nuevas investigaciones confirmen lo contrario; nuevos planteamientos; la comparación siempre presente con otros países de Europa y con otros territorios de España; el aportar series de larga duración sobre numerosas variables tanto en los apéndices estadísticos, como en cuadros y gráficos, el medir el impacto de distintas inversiones sobre la estructura de ingresos de estas familias nobles. Siempre tratando de desvelar la lógica que guiaba a la nobleza a la hora de invertir en la tierra y en el sector secundario. Una clase que, lejos del inmovilismo, innovó y, a veces, arriesgó capital. No obstante, hay aspectos que Isabel Mugartegui podría haber tenido en cuenta. Menciona que el uso del suelo pudo variar de unas zonas a otras por depender de lo que se podía y quería producir. Es decir, de pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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los condicionantes naturales y del fin perseguido con la intensificación. Pero en el libro no analiza las características medioambientales de las zonas que estudia. Sí hace un buen análisis de la finalidad perseguida con los cercados en Gipuzkoa, pero no ahonda en los motivos que tuvieron los marqueses de Villalegre para no realizarlos en Granada hasta el siglo XIX. ¿Qué racionalidad económica tenía la forma de explotar sus propiedades? Por otra parte lo que se podía y quería producir también dependía de la estructura de la propiedad y explotación de la tierra, de los mercados y de los medios de transporte. Estoy de acuerdo con la autora en que el aumento de la productividad de la tierra se traduce en una subida de la renta, aunque también hay casos que muestran lo contrario. Pero no siempre esa alza es el resultado de un uso más intensivo de las fincas rústicas. Hay que tener en cuenta la oferta y demanda de tierras y, por tanto, la

evolución demográfica, sobre la que no nos informa. Resulta chocante esta ausencia dada su incidencia, además, en la coyuntura agraria. Hasta bien avanzado el libro desconocemos el origen del patrimonio de estos nobles, las distintas vías para acrecentarlo y la superficie que comprendía. Hubiese sido oportuno que estos datos figurasen al principio, antes de pasar a analizar las variables que determinaban la compra de tierra y en qué medida ésta lo ampliaron. El libro se refiere a 4.752,64 hectáreas que poseían los marqueses de Villalegre y 336,23 hectáreas los condes de Villafuertes. Habrá que esperar a que nuevos estudios completen el panorama que Isabel Mugartegui nos ofrece sobre los cambios en el sector agrario. Felipa Sánchez Salazar Universidad Complutense de Madrid

Francesco Dandolo y Gaetano Sabatini El estado feudal de los Carafa de Maddaloni. Origen y administración de un ducado en el reino de Nápoles (siglos XVXVIII) Rosario, Prohistoria Ediciones/Red Columnaria, 2012, 224 páginas.

L

a aparición, en una coyuntura historiográfica de dominio abrumador de la historia cultural, de un libro con título de rememoraciones marxistas, para quienes entendemos la historia como compromiso social, despierta intereses y sentimientos que parecían definitivamente olvidados. De ahí que, cuando

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se me ofreció la posibilidad de reseñar El

estado feudal de los Carafa de Maddaloni. Origen y administración de un ducado en el reino de Nápoles (Siglos XVI-XVIII), publicado en Rosario en 2012 con el sello de Red Columnaria, me apresuré a aceptar la propuesta. Por fin, tenía a mi alcance la historia recia que precisan estos tiempos en los 209

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que el capitalismo, sin aparentes enemigos en el horizonte, se ha quitado el disfraz de moderación que mantuvo en el pasado. Mis expectativas sólo en parte se han visto colmadas. Como sugiere el subtítulo, el libro consta de dos partes. La primera, «Origen y normas de buen gobierno de un Estado feudal», corresponde al profesor Francesco Dandolo. La segunda, «Composición y evolución de las rentas feudales» (15211765), a Gaetano Sabatini. La autoría está perfectamente diferenciada. Se trata de dos trabajos reunidos en una única publicación. El profesor Dandolo se ocupa de los Carafa de Maddaloni y esboza en grandes trazos su trayectoria desde fines del siglo XIV, cuando no era nada más que una oscura y anónima familia de la nobleza, hasta su desaparición a principios del siglo XIX, cuando formaba parte de la alta nobleza y el feudalismo daba paso al régimen liberal. En unas escasas 50 páginas, con cuidado estilo y detenido trabajo, señala los elementos que hicieron la fortuna de los Carafa de Maddaloni. La fidelidad a la monarquía, mantenida en todo momento y bajo cualquier circunstancia, fue el leit motiv de su existencia y de su fortuna y su seña de identidad. Es la tesis que sustenta el trabajo. La política matrimonial y la gestión del patrimonio completan las razones del éxito. El cuadro está construido a partir de los considerados momentos importantes de la familia. Los servicios a la monarquía en la diplomacia, la administración y el ejército, que llegará en la época de los Austrias a levantar compañías a su costa y, en justa compensación, la concesión de 210

feudos y títulos nobiliarios –conde en 1465 por Ferrante, duque en 1558 por Felipe II y grande de España en 1734 por Felipe V– ; la adquisición de propiedades y la capacidad de liderazgo de los Carafa en determinados momentos; los tiempos de crisis por motivos sucesorios o económicos; el protagonismo del quinto duque de Maddaloni, Diomede (1627-1660), en los conflictos de Masaniello y su muerte en Pamplona tras la condena de Felipe IV; el fideicomiso sobre la sucesión establecido por otro Diomede a fines del XV o las normas para el buen gobierno de Marzio Carafa en 1604, son estudiados con cierto detenimiento y constituyen las piedras del trabajo. No se puede pedir mucho más en un espacio tan reducido. No obstante, el trabajo hubiese alcanzado una dimensión distinta y respondido mejor al espíritu del proyecto Red Columnaria que lo cobija, si hubiese relacionado los comportamientos de los Carafa con los de la nobleza de los Habsburgo y luego Borbones españoles. El estudio deja el amargo regusto de no saber hasta qué extremo la adquisición de propiedades, el fideicomiso de sucesión o las normas de buen gobierno de Marzio Carafa definen un modo propio de actuar de esta familia o, por el contrario, repiten fórmulas seguidas por el resto de la aristocracia. Incluso convendría que hubiese hecho alguna relación al lugar que ocupaban los Carafa en la nobleza napolitana de fines del siglo XIV. A partir de los relevi –relación de todas las rentas del feudo que el sucesor debía presentar a la muerte del titular ante la Capp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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mara de la Sommaria, pagar la correspondiente tasa y recibir la investidura del título–, Gaetano Sabatini desmenuza El ori-

gen y composición de las rentas feudales, Parte II. La fuente es fiscal y, por tanto, sometida a las carencias de este tipo de documentación. Ligada al relevo generacional, cada sucesión debió dejar su correspondiente estado de cuentas. El tiempo y otros enemigos que han pesado desde siempre sobre los fondos históricos han dejado tan sólo siete relevi distribuidos caprichosamente durante las centurias de la modernidad: uno, 1521, para el siglo XVI, cuatro, 1610, 1611, 1627, 1660, para el siglo XVII, y dos, 1703 y 1765, para el siglo XVIII. Mal distribuidos en el tiempo, no dejan de ser siete cortes que indican la composición e importe de la renta de los Carafa en otros tantos momentos. No permiten un estudio de la evolución de la renta sino tan sólo un análisis de la misma en los años prefijados aunque la sucesión permite observar los cambios existentes a lo largo de los relevi. No miden evidentemente la coyuntura económica, aunque necesariamente son hijos de la misma. De ahí la necesidad de integrar esos números en la crisis del siglo XVII y en la expansión del siglo XVIII. Pero esto se hace poco. Los relevi recogen el patrimonio en derechos y bienes que configura el patrimonio de los Carafa con sus correspondientes rentas. Esa es la información y a ella se ajusta el profesor Sabatini en un sinfín de tablas y gráficos que resultan agobiantes para el historiador. En las 124 páginas hay insertas 70 tablas y 20 gráficos. Ni las conclusiones se ven libres de su azote. En 10 Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



páginas hay 7 y un gráfico. No terminan aquí los problemas. En más de una ocasión, las tablas se suceden una tras otra sin la menor soldadura. En muy contadas ocasiones hay referencia en el texto a la tabla que se está comentando, obligando al lector a su identificación. Las más extensas, que superan por sus dimensiones la página, se cortan y se continúan en la siguiente. El título, El Estado feudal de los Carafa de Maddaloni, se repite en cada una de las tablas. Una reiteración que se podía haber evitado. El lector, desde que tiene el libro en sus manos, sabe que está tratando del señorío de los Carafa de Maddaloni. En alguna ocasión la tabla aparece sin título. Incluso el lector debe suponer que los valores en moneda están en ducados. La edición debería haberse cuidado un poco más. El trabajo consiste en condensar los relevi en las susodichas tablas y gráficos. Obsesionado por el número y por la medición, el autor se ha esforzado en ofrecer todas las relaciones posibles entre los distintos valores de la renta y los elementos que la configuran. Así, muestra la evolución de la renta total en términos absolutos, en porcentajes, en números índices, la renta individual de cada uno de los lugares o entidades feudales, la renta comparada entre lugares y entre conceptos, la renta de las distintas unidades que configuran el patrimonio…. La prolijidad agosta la aportación científica del trabajo. Quizá su objetivo no fue otro que el de resumir las potencialidades estadísticas que ofrecen los relevi en cuadros y comentar las diferencias que hay entre los mismos. 211

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Al margen del estudio han quedado temas importantes. Entre ellos me hubiera gustado encontrar al menos una llamada de atención sobre esta secuencia que recoge la evolución de la renta desde 1611 a 1765: 1611

1627

1660

12.193

27.918,56

16.652,01

1703

1765

26.411,72 29.504,04

¿Cómo puede explicarse esa evolución en función de la coyuntura? Y algo parecido exige el arriendo de las tierras de Arienzo, Cancello y Boschetto. Entre 1611 y 1627 pasó de 2.275,23 a 9.628,88, cuando ya la coyuntura no era la mejor de las posibles. Sin embargo, los 8.759,33 ducados de 1703 tan sólo llegaron a 11.639,17 en 1765, cuando el impulso económico del XVIII todavía seguía latiendo. En realidad, salvo la contundente caída de 1660 el resto parece estar fuera de la coyuntura. En 1703 la recesión está desde hacía tiempo superada y el crecimiento del siglo XVIII resulta muy pobre, salvo que el carácter precoz de la recuperación lo hubiese ya ralentizado. Tampoco parece necesario estudiar el relevio de 1610 con el detenimiento que se ha hecho cuando al año siguiente se hizo otro, que es el que se utiliza como referente. Antes de terminar debo ocuparme de una cuestión conceptual. Las rentas están agrupadas en jurisdiccionales, territoriales e inmuebles. Esta última categoría induce a error. La taberna, el molino, horno, batán… son inmuebles, como otros edificios que tenía el ducado, pero su importancia en la renta, su especificidad no viene de esa condición sino de ser un monopolio señorial o, al menos, de ejercer una competen212

cia en el sector servicios o en el industrial, y como tal deberían ser considerados. En definitiva, el trabajo parece excesivamente precipitado, salvo que no se pretendiera otro objetivo que la cuantificación de los datos recogidos en los relevi. En conjunto el libro ilustra bien el ascenso de una de las familias nobles del reino de Nápoles y la naturaleza (jurisdiccionales, territoriales y «monopolios») y composición de sus rentas –pormenorizada en decenas de tablas y gráficos–, aunque las explicaciones sobre su evolución, su incidencia social y su relación con la coyuntura parecen insuficientemente tratadas. Todo un mundo que, sin duda, será objeto de futuros estudios. Gregorio Colás Latorre Universidad de Zaragoza

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Carmen Hernández López La casa en la Mancha oriental. Arquitectura, familia y sociedad rural (1650-1850) Madrid, Sílex, 2013, 440 páginas.

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a obra de Carmen Hernández López, La casa en la Mancha oriental, no debe ser entendida como un estudio más, ya que no es otro cualquiera de los múltiples dedicados a los seres vivos (humanos o no) en su hábitat. Es más, el carácter amplio, integrador, prosopográfico y multidisciplinar hacen de esta investigación, sin duda, un buen referente metodológico. Cierto es que en ella se contienen aspectos clásicos y harto conocidos inherentes al propio ser humano en todo lugar y momento –como nos recordaba ya, entre otros, el propio V. G. Childe en aquellos orígenes remotos-, pero éstos son conjugados conscientemente con otros muy diferentes tratados a lo largo del tiempo por ciencias tan dispares (y complementarias) como la arquitectura, la geografía, la demografía, la antropología, el derecho o, como no, la historia social. El resultado de esta ecuación es un conocimiento amplio y prolijo de la sociedad rural manchega a la que se dedica, analizando a los seres humanos en su contexto y, además, revistiéndolos de sus comportamientos, de sus cargas (culturales, afectivas, físicas, intelectuales, etc.) heredadas o ex novo, con sus profesiones, sus relaciones jerárquicas, sus estrategias familiares, e incluso con ese componente azaroso y vital que impredecible, como no, podía llegar a interferir de forma arbitraria y eventual, e incluso trascendental, en el devenir de unos Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



protagonistas anclados irremisiblemente a las férreas estructuras sistémicas (económicas, demográficas o sociales) de su tiempo y de su espacio. Es en este contexto donde la casa rural manchega toma vida para dejar de ser un objeto, algo inerte y matemático, y convertirse en parte inherente, flexible y funcional, de un hogar adaptado y modelado para y por cubrir las necesidades de sus moradores. Antes de adentrarse en el estudio en sí, cualquier lector debe conocer de antemano algunas claves interpretativas. La primera de ellas sería que esta investigación doctoral, así como su solvencia, no son casuales, sino fruto de décadas de constancia y de esfuerzo compartido por un importante grupo de investigadores, entre los que se encuentra la autora, empeñados en hacer de la región de Castilla-La Mancha –y más concretamente de Albacete– un referente internacional en el estudio de la Historia de la familia, y ciertamente que lo han conseguido. De este modo, como se advierte, La casa en la Mancha oriental ha sido concebida dentro de un proyecto de investigación más amplio, titulado «Familia, curso de vida y reproducción social en la España centro-meridional, 1700-1860», dirigido por el profesor Francisco García González. La segunda de ellas está relacionada con el modo en que Carmen Hernández López ha madurado este trabajo. La habilidad en el tratamiento de fuentes de distinta natu213

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raleza o la destreza en la aplicación metodológica con la que se desenvuelve la autora, a pesar de una complejidad acrecentada por el carácter multidisciplinar, debe entenderse como algo no sólo alcanzable sino exigible en trabajos de estas características, por lo que no me detendré más allá que en constatar su correcto proceder. En mi opinión, mayor relevancia tienen otras dos cualidades también presentes: la primera, es ese conocimiento profundo (y quizás previo) del ámbito estudiado al que sólo puede acceder quién mira el hecho «desde dentro» y, además, lo hace dotado de instrumental científico para, después, ser capaz de interpretar; y, la segunda, esa sensación de reposo, de sosiego, propio de un trabajo innovador pero madurado de manera artesanal, sin prisas, sin esa presión casi folletinesca que hoy impregna casi todo –incluidas no pocos estudios doctorales por cuestiones de distinta índole que a nadie escapa-. En su «Prólogo», Francisco García González desglosa con gran precisión no sólo el contenido de la obra, sino su objetivo y su espíritu. En este sentido, aquellas breves páginas son quizás la mejor reseña que puede leerse sobre este trabajo. La autora inicia su argumento con una sencilla y aclaradora «Introducción» donde nos presenta al objeto de estudio: ocho municipios del Campo de Montiel con sus correspondientes peculiaridades geográficas, históricas, económicas y sociodemográficas entre 1650 y 1850. El fluido diálogo que entabla con el lector se ve acompañado de una serie de ilustraciones que se intuyen muy interesantes pero que, desafortunadamente, 214

al presentarlas en esta edición con una tipografía muy reducida, algunas de ellas, no aportan lo que sin duda valen. Problema menor que se repite puntualmente en algunas «Planimetrías» anejadas al final del libro. La obra se articula en torno a tres grandes apartados bien estructurados, dedicados a la casa como objeto físico (mueble e inmueble), como escenario en sí, en el primero; a la casa como hogar u objeto «biológico» donde interactúan las familias con sus necesidades, en el segundo; y un tercero dedicado a la casa como elemento social. Facetas o vertientes de la investigación en las que la atención se enfoca constantemente desde una perspectiva compleja y envolvente, poniendo de manifiesto la existencia de una necesaria relación, explícita o implícita, entre algunos aspectos que habitualmente tendemos a estudiar de manera sesgada e independiente, pero que es en su contexto donde realmente tienen sentido. Cabe advertir, igualmente, que esta formulación es planteada de una manera gradual, como si de un zoom se tratara, siendo el tercer apartado donde, a mi parecer, se presenta en su plenitud una investigación justificada en buena medida por los capítulos que la preceden. En la primera parte, «Casas y Ajuares», se muestra a la casa manchega con su evolución histórica, su tipología, sus materiales constructivos, sus características y sus porqués. En ella se describe una etapa de transición en la que desde el siglo XVII hasta el XIX se camina hacia un cambio en la concepción de la casa al acrecentar el valor de lo doméstico o, al menos, reescribirlos. pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Sin embargo, la autora no se limita exclusivamente a tratar sobre los aspectos inmobiliarios, ni siquiera a los físicos, pasando a analizar cuestiones como, por ejemplo, cuando explica cómo el mobiliario u otras propiedades adquiridas mediante las dotes matrimoniales no sólo llegaban a afectar a la morfología de la casa en su génesis, sino que podían condicionar su evolución. Este tipo de planteamiento permite que los elementos arquitectónicos queden cosidos irremisiblemente a intrincados comportamientos sociales, económicos o culturales gracias a la propia especialización de la vivienda, o lo que es lo mismo a la existencia de habitáculos destinados a graneros, cocinas, cuadras, alcobas, bibliotecas, etc. En su argumental la autora emplea ocasionalmente una semántica y una terminología adaptada a la realidad vislumbrada en su investigación, en sus fuentes, precisa y útil en el contexto en el que se desenvuelve si bien, necesariamente, podría matizarse a la hora de trabajar otros ámbitos distintos. En el suyo, tal proceder, sirve para dotar al estudio de una mayor validez interna. La segunda parte, titulada: «La casa, centro del hogar y del trabajo», se subdivide en dos grandes apartados dedicados a la casa como hogar familiar, pero también como estructura superior no circunscrita exclusivamente al mero binomio de continente (la vivienda) y contenido (personas y muebles). Por lo que respecta a la visión de la casa como concepto familiar, Carmen Hernández, muestra un gran conocimiento sobre la cuestión. Baste recordar la sólida trayectoria de esta investigadora sobre disHistoria Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



tintos comportamientos demográficos y, concretamente, nupciales como puede ser, entre otros, aquel titulado «El comportamiento nupcial en las tierras de la Mancha oriental a finales del Antiguo Régimen, 1650-1850». En cuanto al tratamiento de la casa como estructura superior, se ahonda en las características y en las relaciones de la «Casa de labor», con sus tipologías y con sus vinculaciones de toda índole, yendo más allá de lo estrictamente demográfico y económico hasta entenderla como un ser primario o básico, pero también complejo, pluricelular y multifactorial sobre el que se sustenta toda la estructura social. En el último gran apartado vuelve a modificarse la perspectiva para ofrecer una nueva visión de la casa en La Mancha oriental. En éste, el enfoque recupera todo lo analizado hasta ese momento para dotarlo de una realidad concreta, mediante el cruce de los datos ya obtenidos con otras cuestiones sin las cuales, probablemente, sería muy difícil hallar explicaciones. Entre otras, quizás las más importantes sean el sistema de transmisión de bienes (o modo de heredar «castellano»), la existencia de parentelas, redes y fratrías sólidas o fluctuantes, así como la constatación de «una reproducción social diferenciada». Este apartado es en sí un estudio muy sensible donde se combina el marco general expuesto con una serie de microanálisis muy minuciosos, en los que la autora ha tenido la lucidez –y también la fortuna de contar con fuentes documentales apropiadas– de hacerlo para ámbitos sociales muy dispares, que comprenden desde la nobleza regional y resto de las elites sociales hasta de 215

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las casas de los más humildes, e incluso determinado tipo de marginados o de personas menos afortunadas como podían ser, entre otras, las de las divorciadas. Hablamos de una casa móvil que podría determinar sus paredes según las necesidades, por lo que es difícil que la estabilidad de la casa se proyectara en sus habitantes. Sólo entre los grupos de elite se buscaban estrategias para que la casa identificara a quiénes la poseían, convirtiéndose en signo de poder, prestigio, jerarquía, honor y riqueza. A su alrededor se tejían relaciones clientelares y caciquiles que ligaban, bajo una misma autoridad, a otros hogares dependientes y toda una variada escala de oficios. Fruto de todo ello se explican algunos porqués de la existencia de casas tan dispares: solariegas, ricas, industriosas, agropecuarias, austeras, compartidas, cuevas, etc. medidas, acotadas, planificadas y fotografiadas en las últimas páginas del libro. En resumen, nos encontramos frente a un trabajo sólido, bien documentado y hasta cierto punto innovador gracias a su enfoque metodológico. De fácil y amena lectura, esta obra permite conocer la casa manchega dentro de un ámbito complejo, rico y dinámico que coloca a la comarca albaceteña del Campo de Montiel, en estos momentos, en la vanguardia española en el estudio de esta temática. De estas tierras surge la casa. El paisaje modela a los hombres y a las mujeres, y la casa es un reflejo de quien la habita. Por eso la vivienda y sus espacios son algunos de los mejores testimonios de la historia y una de las manifestaciones sociales y culturales más signi216

ficativas. La casa, pues, la contemplamos

como un interrogante, como un objeto problematizado. En cualquier caso, entiendo que la mayor aportación de la obra pudiera ser no tanto el análisis en sí de La casa en la Mancha oriental, sino el hecho de presentar un modelo de investigación válido y exportable a otras regiones. En este proceder sin duda siempre habrá aspectos mejorables, revisables o que deban adaptarse a cada lugar y a cada tiempo, pero la viabilidad del camino –del método seguido– ha quedado nítidamente corroborado. Concluyo esta breve reseña haciendo mías las palabras dedicadas por la profesora Margarita Birriel Salgado a esta misma obra en las que se asevera, con razón, que la misma «sugiere numerosas líneas de indagación sobre el habitar», pues abre nuevas ventanas en el recio edificio científico de la demografía histórica, concretamente en el estudio de la familia y en todo lo que a ella comprende. Francisco Javier Alfaro Pérez Universidad de Zaragoza REFERENCIAS BIRRIEL SALGADO, M. (2013): «Carmen Hernández López, La casa en la Mancha oriental. Arquitectura, familia y sociedad rural (16501850). Ed. Silex, Madrid, 2013, 440 págs.»,

Crónica Nova, 39, pp. 400-402. CHILDE, V. G. (1981): Los orígenes de la civiliza-

ción, Madrid, Ed. F.C.E. (1ª de. Inglesa 1936). GARCÍA GONZÁLEZ, F. (IP): «Familia, curso de vida y reproducción social en la España centromeridional, 1700-1860)», proyecto de investipp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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gación HAR2010-21325-C05-03 del Minis-

oriental a finales del Antiguo Régimen, 1650-

terio de Economía y Competitividad.

1850», Al-basit. Revista de Estudios Albace-

tenses, 56, pp. 33-77.

HERNÁNDEZ LÓPEZ, C. (2011): «El comportamiento nupcial en las tierras de la Mancha

Matthew Jefferies y Mike Tyldesley (eds.) Rolf Gardiner. Folk, Nature and Culture in Interwar Britain Farnham, Ashgate, 2011, XIII + 188 páginas.

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a figura de Rolf Gardiner (19021971) –líder juvenil, naturista, folklorista y agricultor orgánico– ha sido objeto de una atracción intermitente, pero persistente, por parte de la historiografía británica. La de Gardiner fue una personalidad excesiva y poliédrica que, si por un lado puede resultar exótica y de difícil encaje, si se analiza con detalle constituye un perfil vital no tan extraño a la agitada Europa de entreguerras. Perteneciente a la élite británica –su familia contaba con diversas explotaciones agrícolas en Malawi– y educado en Oxford y Cambridge (1921-1924), Gardiner se convirtió desde la década de los veinte en una figura de referencia en la cultura juvenil inglesa, en un animoso propagandista del folklore nacional, y en pionero en el fomento de la agricultura orgánica. La monografía reseñada intenta dar luz a las múltiples aristas de Rolf Gardiner y, como la mayoría de los volúmenes de carácter colectivo, contrapesa el carácter irregular de algunas de las aportaciones con una enriquecedora diversidad de enfoques. Pese a esta heterogeneidad, el volumen reseñado contribuye a ahondar, a través de la figura de Rolf Gardiner, en las relaciones de la ex-

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trema derecha y el fascismo con el mundo rural, y la potencia de unos imaginarios agrarios que, en gran medida compartidos por diversos sectores a lo largo de Europa, se convirtieron en firme baluarte frente a la modernidad. Así, David Fowler –en la actualidad profesor de la Universidad de York– analiza la intensa actividad de Gardiner en el ámbito universitario y juvenil, su vinculación durante los veinte a la organización juvenil Kibbo Kift Kindred –anti-militarista, arcaizante y naturista– y su interés por el fomento del excursionismo y la vida en la naturaleza como instrumentos de regeneración espiritual de la juventud. Lo cierto es que Gardiner, declarado admirador del Wandervögel –el movimiento juvenil alemán fundado a finales del siglo XIX-, impulsó una serie de campañas orientadas a la constitución de una cultura juvenil de carácter internacional (p. 26). Bajo estas premisas organizó en 1922, y junto a jóvenes bailarines, su primer tour folklórico por Alemania. Una experiencia que repetiría en varias ocasiones y extendería a Austria en 1924. Culminación de este proyecto fue el tour realizado en 1931 en Yorkshire junto a medio centenar de jóvenes bailarines y 217

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músicos tradicionales de Inglaterra y Alemania, con el ánimo de lograr una «communion with places and people» (p. 43). Para Fowler, Rolf Gardiner fue un precursor del movimiento juvenil británico, al desprenderse de la cultura universitaria tradicional y reclamar un espacio autónomo para la juventud. No obstante, su insistencia en el carácter pionero y la dimensión internacional del proyecto juvenil de Gardiner, lleva a Fowler a oscurecer el trasfondo profundamente político del mismo, con la significativa insistencia en agrupar a la juventud del norte de Europa (Inglaterra, Alemania y los países bálticos) como expresión última de un proyecto de regeneración político-espiritual que superaba el estricto ámbito del asociacionismo juvenil1. Por su parte, Matthew Jefferies de la Universidad de Manchester, analiza el Gardiner naturista y su vinculación al naturismo alemán. El excursionismo, el nudismo y la vida en comunidad, fueron para Gardiner una vía de acercamiento quasi místico al paisaje natural, e instrumento para el hermanamiento entre iguales. Gardiner organizó diversos campamentos juveniles –como el de 1927 en Hermannsburg o los de carácter anglo-alemán en suelo británico-, orientados a poner en práctica esa pretendida síntesis con la naturaleza, ese sentimiento de hermandad juvenil y de retorno a la tierra. De sus numerosos contactos con las organizaciones alemanas radicaría su amistad con Hans

Surén –destacado miembro del Reichsarbeitsdienst– y con el que fuera Ministro de Agricultura nazi Walther Darré. No en vano, Gardiner participó en1936 en el Congreso Nacional de Agricultura (Bauerntag), sería invitado a asistir al discurso de Goering en Goslar en 1936 sobre el desarrollo agrícola alemán, y finalmente a una serie de conferencias agrarias en 1939 (p. 62). La folklorista Georgina Boyes, se acerca a la figura de Gardiner como promotor de la recuperación de las danzas folklóricas inglesas, entendidas como herramientas para el rescate de las esencias nacionales británicas alienadas por el industrialismo. Para la autora, los elementos característicos del folklorismo de Gardiner –inspirándose en la idea del Männerbünde alemán– descansaron en una conceptualización del componente masculino como elemento fundacional de las sociedades primitivas (p.71), implicándose en la promoción del Morris: un baile tradicional masculino que Gardiner consideraba heredero de aquéllos ritos guerreros de los antiguos pobladores de Inglaterra. Boyes alude a la vinculación de Gardiner con The Morris Ring y la English Folk-Dance Society, así como a sus numerosos tours folklóricos, parcialmente ya aludidos. Richard Moore-Colyer, profesor emérito de Historia Agraria de la Universidad de Gales aborda la faceta de Rolf Gardiner como agricultor orgánico y activista en la preservación del paisaje rural inglés. Gar-

1. Significativo al respecto es el título de su libro, pendiente de publicación: Rolf Gardiner and En-

glish Culture, 1920-1950: the Apostle of Youth. 218

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diner se convirtió en la década de los treinta en uno de los pioneros en la agricultura orgánica, convirtiendo las granjas familiares de Gore Farm y Springhead, en la región de Wessex, en laboratorios para el descubrimiento y recuperación de aquélla Inglaterra rural en trance de desaparición (p. 99). Gardiner conformó un grupo heterogéneo de colaboradores empeñados en la restauración de la vida rural en su integridad, tanto en la búsqueda de la autosuficiencia a través de una agricultura orgánica, como en la recuperación de una cultura agraria sustanciada en el folklore y los ritos de tradición rural. Aunque, paradójicamente, sus proyectos de agricultura orgánica sólo pudieran subsistir mediante las regulares inyecciones de capital procedente de los negocios familiares en África (p. 106). Este interés por el paisaje rural inglés resultó persistente, fundando en los años cuarenta la Kinship in Husbandry –una sociedad elitista de propietarios de carácter organicista y ruralista-, la Soil Association en 1945, y llegando a presidir el Dorset

Council for the Preservation of Rural England. Tras 1945 Gardiner participó de un pan-europeísmo reaccionario y ruralista, opuesto tanto al colectivismo mongol –en referencia a la URSS-, como a la democracia materialista estadounidense. Mike Tyldesley, profesor de la Manchester Metropolitan University, indaga en la relación entre Gardiner y el poeta pacifista Max Plowman entre 1927 y 1939, ambos bajo el influjo de D.H. Lawrence. Tyldesley analiza los límites del pacifismo de Gardiner y sus vanos intentos de apaciguamiento ante la creciente tensión política Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



entre Alemania e Inglaterra, países que – frente al rechazo a la alianza atlántica con los Estados Unidos– Gardiner consideraba que debían estar hermanados por su tradición cultural compartida. Por su parte, Richard Griffiths, profesor emérito del King’s College, afronta uno de los asuntos más controvertidos y que han polarizado los juicios sobre Gardiner: su vinculación al nazismo. Griffiths analiza los textos iniciales de Gardiner, en los que ya abogaba por una nueva forma autoritaria de gobierno que procurara un renacimiento nacional, aunque su aristocratismo le llevara finalmente a recelar del fascismo italiano por considerarlo vulgar. Un desprecio similar al mostrado hacia los fascistas británicos de Mosley, entendidos como producto de los «pathetic effects of suburbia to re-establish itself in the soil» (p. 138). En cualquier caso, en 1933 Gardiner saludaría favorablemente el nazismo como «the spring storm of a new Renaissance» (p. 140), compartiendo la creencia en la pureza racial y las virtudes del mundo rural frente a la artificialidad de lo urbano, y vinculándose así a las teorías del Blut und Boden de Darré, con el que mantuvo una fluida amistad. A lo largo de los treinta Gardiner se relacionó con el English Array y el vizconde de Lymington, uno de los latifundistas británicos más próximos al nazismo, siendo vigilado por los servicios secretos británicos hasta el punto de ser desestimada su solicitud para ingresar en la Home Guard en 1940. Como muchos filo-nazis, con el estallido de la guerra Gardiner se posicionó en la defensa de la patria, pugnando por el apaciguamiento y una salida negociada du219

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rante los primeros meses del conflicto. Todo ello lleva a Griffiths a incluir a Gardiner entre aquellos compañeros de viaje del fascismo (Griffiths, 1980). En una línea similar, Dan Stone del Royal Holloway de la Universidad de Londres incide en esa caracterización política de Gardiner. Y lo hace a través del análisis de los escritos que el propio Gardiner, y por diversas razones, no llegó a publicar. Ese archivo privado de Gardiner refleja con claridad su antisemitismo, su predilección por la homogeneidad cultural y el apoyo más que velado al régimen nazi en la década de los treinta, como se evidencia en la carta que remitiera a Joseph Goebbels en 1933 animándole al reforzamiento de los lazos entre los movimientos juveniles alemán y británico (pp. 158-159). Aunque Gardiner sufriera una progresiva desilusión ante las esperanzas puestas en el III Reich y quedara desolado ante la magnitud de las atrocidades del nazismo, Dan Stone concluye que Gardiner nunca abandonó «his dream

historiográfica británica. En cualquier caso, para entender a la figura de Gardiner es necesario situarlo en el contexto cultural de entreguerras y entre aquéllos próximos al fascismo que, en su particular «vuelta sobre su propia autenticidad»2, encontraron también en la sencillez del mundo rural un horizonte simbólico y un depósito de los valores morales y raciales requeridos para la regeneración del cuerpo nacional. Tal y como concluyera, entre otros, Dan Stone, Gardiner se incluiría así en aquel confuso conglomerado de reaccionarios y fascistas, nostálgicos de un mundo rural idealizado sometido a la agresión de la cultura urbana y la sociedad de masas (Stone, 2004). De esta manera, la figura de Rolf Gardiner –más allá del reduccionista debate sobre su patriotismo británico– nos permite reflexionar, desde una perspectiva internacional, sobre el peso que tuvo la utopía rural y las narrativas del «retorno a la tierra» en el fascismo y la extrema derecha europea.

of a racially homogeneous yeoman-centred northern Europe», ni su admiración por la

Gustavo Alares

Alemania de preguerra (p. 167). «Honorary nazi», «Eminence Vert» o simplemente «a paternalistic patriot bent

REFERENCIAS

upon the regeneration of rural England»

FOWLER, D. (forthcoming): Rolf Gardiner and En-

como concluye Moore-Colyer –junto a Fowler, uno de los más afilados defensores de su figura– (Moore-Colyer, 2001: 187-188), Rolf Gardiner sigue suscitando la polémica y el desacuerdo entre la comunidad

Universidad de Zaragoza

glish Culture, 1920-1950: the Apostle of Youth, Manchester, Manchester University Press. GRIFFITHS, R. (1980): Fellow Travellers of the Right:

British Enthusiasts for Nazi Germany, 193339, London, Constable.

2. En esos términos definió José Antonio Primo de Rivera la esencia compartida entre el fascismo italiano, el nacional-socialismo y el falangismo, en el discurso de proclamación de Falange Española de las JONS en el Teatro Calderón de Valladolid, en marzo de 1934. 220

pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Crítica de libros

MOORE-COLYER, R. (2001), «Rolf Gardiner, En-

STONE, D. (2004): «The Far Right and the Back-

glish patriot and the Council for the Church

to-.the-Land Movement», en GOTTLIEB, J. V. y

and Countryside», The Agricultural History

LINEHAN, T. P. (eds.), The Culture of Fascism.

Review, 49 (2), pp. 187-209.

Visions of the Far Right in Britain, LondonNew York, Tauris, 2004, pp. 182-198.

Joan F. Mateu Bellés, José Miguel Ruiz Pérez e Ivan Portugués Mollá Desarrollo del Servicio de Aforos en España (1840-1959). La red de estaciones de la Confederación Hidrográfica del Júcar Libro conmemorativo del Centenario del Anuario de Aforos (1912-2012) Valencia, Confederación Hidrográfica del Júcar, 2012, 219 páginas.

C

on su extenso trabajo sobre las brigadas hidrológicas de la Junta General de Estadística (18591867), las Divisiones Hidrológicas en su primera (1865-1871) y en su segunda etapa (1876-1899), las Divisiones de Trabajos Hidráulicos posteriores (1900) y la constitución y trayectoria inicial de las Confederaciones Hidrográficas a partir de 1926, el profesor Joan Mateu Bellés es uno de los mejores conocedores, si no el mejor, de la historia de los servicios hidrológicos en España. Si a estos estudios de historia de las instituciones científicas y técnicas, en su contexto político y social, se une su trayectoria como investigador de los propios procesos hidrológicos y geomorfológicos físicos, nos encontramos con un investigador especialmente cualificado para abordar el estudio que ha dado lugar al libro reseñado. Joan Mateu cuenta, además, con un equipo formado por otros dos investigadores de formación similar e igualmente apreciable, José Miguel Ruiz Pérez e Iván Portugués Mollá, autores ellos mismos o en colaboración con Mateu de importantes

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trabajos sobre geomorfología e hidrología histórica. Un equipo, pues, difícilmente mejorable para hacer frente al reto que plantea el título de esta obra. Efectivamente, cuanto el lector coge en sus manos este libro, le puede ocurrir que el hecho de que se trata de una publicación institucional, editada por la Confederación Hidrográfica del Júcar, en el marco de la conmemoración del primer Anuario de Aforos, puede ocultar la dimensión real de lo que el título promete y el libro realmente ofrece: Desarrollo del Servicio de Aforos en

España (1840-1959). La red de estaciones de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Coherentemente con este título, el libro analiza el desarrollo del servicio de aforos, en la escala del conjunto de España, entre 1840 y 1959, combinando el estudio de los trabajos de coordinación (marco político e institucional: estructura de la Administración, planes, órdenes ministeriales, instrucciones, anuarios, etc.) y los trabajos diarios de observación y registro en las redes oficiales de las estaciones de aforos. Esta doble dimensión del servicio de afo221

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Crítica de libros

ros, ha requerido la investigación en el Archivo General de la Administración e, incorporando la escala hidrográfica de detalle, en el Archivo de Aforos de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Y esta doble naturaleza y escala del trabajo es lo que explica que el libro dé cumplida respuesta a las dos partes del título. Por una parte, el conocimiento general y la contextualización del proceso en las diferentes etapas en las que se desarrolla. En ese sentido, en la segunda mitad del siglo XIX el servicio fluviométrico se concibe como soporte de la obra hidráulica de iniciativa privada, que se salda con un notorio fracaso. A partir de principios del siglo XX, con la progresiva implantación del ideario regeneracionista, se establece un servicio que debía suministrar la estadística básica para el desarrollo de la política hidráulica del Estado. En las etapas posteriores se producen cambios sociales, políticos y tecnológicos, que dan lugar a cambios importantes en los servicios de aforos, tanto en objetivos como en medios técnicos. Por otra, el conocimiento profundo del Archivo de Aforos del Júcar permite a los autores exponer de manera detallada la historia del servicio en este ámbito concreto, desde las primeras escalas fluviométricas en cauces naturales de la segunda mitad del siglo XIX hasta el impulso constructivo posterior a la guerra civil, pasando por la paulatina ejecución de los tramos artificiales, la lenta implantación de los limnígrafos o el programa de modernización de la segunda y tercera década del siglo XX. Con esta doble dimensión, la obra está estructurada con criterio cronológico en 222

cinco partes: Prolegómenos del servicio fluviométrico (1840-1899), Establecimiento del servicio de aforos (1900-1914), Veinte años de prácticas foronómicas (1912-1931), Los aforos durante la II República y la Guerra civil (1931-1939), El servicio de aforos durante la autarquía (1939-1959). El primer periodo (1840-1899) se caracteriza por ejecución de aforos esporádicos (García Otero en las cuencas del Guadalquivir y del Ebro) y por la creación de las brigadas hidrológicas (1859-1867) de la Junta General de Estadística (Pedro Antonio de Mesa, de nuevo en el Ebro y el Guadalquivir). Le sigue la azarosa y en algunos aspectos épica trayectoria de las primeras divisiones hidrológicas (1866-1871), desmanteladas durante el convulso periodo republicano y vueltas a restaurar en 1876, pero que de nuevo, si no eliminadas, sí se ven reducidas en número en 1886. La obra presenta en cada momento el contexto general nacional, con especial atención al caso de estudio, que en esta etapa se concreta en la División de Valencia, primero, y en la División del Júcar y Segura, como se denomina tras la reestructuración de 1886. Suprimidas las divisiones de nuevo en 1899, las funciones del servicio hidrológico se transfieren a las jefaturas provinciales de Obras Públicas, en las que debía crearse una sección especial de aguas. El segundo periodo (1900-1914) está caracterizado por la implantación del ideario regeneracionista, que hace del servicio hidrológico una expresión de su voluntad de modernización del país. En 1900 Rafael Gasset se pone al frente del Ministerio de pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Crítica de libros

Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas y emprende la reorganización de la administración hidráulica, con una dotación progresivamente mayor de recursos humanos y materiales. Ese mismo año se crean la siete Divisiones de Trabajos Hidráulicos, con el encargo de preparar un plan, a partir del avance del Plan General de Pantanos y Canales de 1899. En 1903 se crea la Inspección Central de Trabajos Hidráulicos, con lo que se ponía en pie una estructura basada en un órgano central y una serie de dependencias hidrográficas periféricas. Al mismo tiempo se constituye el Servicio de aforos y el de previsión y anuncio de crecidas, basados en la estructura mencionada. En esta etapa tiene especial relevancia la redacción de las diferentes instrucciones sobre aforos (1906, 1911) y sobre previsión y anuncio de crecidas (1914), así como el inicio de la publicación de los anuarios de aforos, el primero en 1912. Es de destacar las relaciones de los equipos técnicos de la época con las responsables de las redes hidrotécnicas de otros países europeos, con los que los ingenieros españoles toman contacto, principalmente de la cuenca del Danubio (Hungría, Baviera, Austria…). Como en todos los capítulos, la obra pormenoriza la concreción de estos trabajos en el caso de estudio, la División de Trabajo Hidráulicos del Júcar (los trabajos en previsión y anuncio de crecidas, la hidrometría aplicada a los riegos del Júcar, el plan concreto de estaciones de aforos en el ámbito de este organismo). La tercera etapa (1912-1931) se solapa con la anterior y tiene como hito de refeHistoria Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



rencia la mencionada publicación en 1912 del primer Anuario de aforos de los ríos de España, consignando los caudales diarios observados en una red de observación fluviométrica permanente. Esta publicación culmina el establecimiento del Servicio de aforos, creado en 1903, y significa, de acuerdo con los autores, el despegue de la moderna hidrología en España. Las labores foronómicas, coordinadas por el Servicio Central Hidráulico, posterior Centro de Estudios Hidrográficos, se desarrollan en los organismos de cuenca. En esta etapa, durante la que se empiezan a crear las Confederaciones Sindicales Hidrográficas (CSH), se extienden veinte años de observaciones sistemáticas en estaciones permanentes, a partir de las cuales se construye el conocimiento científico y técnico del régimen de los ríos españoles, con sus limitaciones y potencialidades. Pese a la alta valoración que a los autores les merece esta trayectoria, es de interés recordar, como ellos mismos hacen, la perspectiva crítica que Valentí Masachs Alavedra tenía de sus resultados: un venero de datos sin elaboración alguna, que no ofrece medias mensuales, anuales, decenales ni relaciones de frecuencia de crecidas, ni curvas de régimen alguno, ni superficies vertientes; las columnas de medias diarias contienen con frecuencia errores numéricos de importancia; en numerosos casos se dejan días en blanco sin expresar el motivo y otros con expresiones ambiguas; los datos de cada división hidráulica van precedidos de un mapa en el que la toponimia es muy descuidada y en el que los ríos siguen una trayectoria puramente imaginaria, etc. (pág. 104). 223

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Crítica de libros

La cuarta etapa (1931-1939) asiste al cambio de rumbo de la política hidráulica desde la perspectiva de las CSH a la del Plan Nacional de Obras Hidráulicas. En junio de 1931, un decreto suprime el funcionamiento original de las CSH. Ante la disyuntiva de infraestructuras hidráulicas para usos agrarios o industriales, el gobierno del bienio republicano-socialista, recelando de las fórmulas de cooperación en las que los intereses agrarios estuvieran subordinados a los eléctricos, se inclinó por las primeras, como recuerdan los autores, citando a Isabel Bartolomé (2007). En el tema concreto de este trabajo, la etapa republicana destaca por la renovación y ampliación de la red foronómica y por la utilización de los datos de aforos por el Plan Nacional de Obras Hidráulicas (1933). Por el contrario, es de mencionar el retraso en la edición de los anuarios: en 1933 se publicó el correspondiente a 1930 y en 1936 la edición de los anuarios acumulaba un retraso de cinco años. Durante la guerra civil, como era de esperar, muchos registros hidrométricos diarios no se efectuaron y las casillas para las correspondientes anotaciones de caudal quedaron en blanco. La quinta etapa (1939-1959) está marcada por el contexto de la posguerra y la autarquía. El 7 de octubre de 1939 el gobierno decidió poner en marcha un plan de grandes embalses que había de proporcionar, por un lado, energía barata para la industria y, por otro, agua en abundancia para el regadío. A diferencia del Plan Nacional de Obras Hidráulicas de Manuel Lorenzo Pardo de 1933, el Plan General de Obras Hidráulicas, incluido en el Plan Na224

cional de Obras Públicas de Alfonso Peña Boeuf de 1940, no incluye una evaluación de los recursos hídricos de la Península Ibérica. Sus propuestas no se sustentaron en el estudio sistemático de los aforos, no acometieron un plan nacional porque faltaba «conocer con la suficiente aproximación los recursos hidráulicos, para lo cual se necesita ampliar enormemente las estaciones y dar tiempo para que en ellas se puedan tomar los datos indispensables» (p. 160). Por otra parte, en la «Nueva España» la descentralización, la autonomía y participación social quedaron en suspenso, iniciándose un proceso de unificación y jerarquización de la administración hidráulica. El servicio de aforos no fue ajeno al nuevo rumbo de la política hidráulica. Un decreto de 13 de noviembre de 1941 fija el organigrama y las competencias facultativas de las jefaturas de Aguas y Obras en cada Confederación (excepto en el Segura). Sin embargo, la doble jefatura genera interferencias y duplicidades, lo que justifica que un posterior decreto de 10 de enero de 1947 las unifique a las órdenes de un mando único de todas las actividades técnicas y administrativas desarrolladas por cada Confederación. Esta decisión acentuó más, si cabe, la cadena jerárquica en las Confederaciones y su dependencia de la Dirección General de Obras Hidráulica. Por su parte, el decreto de 8 de octubre de 1959 creó las Comisarías de Aguas, como organismos dependientes directamente de esta Dirección General, atribuyéndoles las funciones y facultades que hasta 1947 habían tenido las jefaturas de Aguas. De esta pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Crítica de libros

manera, se establecía la separación del organismo encargado de ejercer «la soberanía del Estado en materia de aguas pública y su función fiscalizadora» respecto de las Confederaciones, convertidas de facto en jefaturas de Obras. Avanzados los cuarenta, la publicación de los anuarios de aforos seguía interrumpida en 1931. En 1942 la Dirección General decidió publicar un resumen de once años de aforos 1932-1942. A partir de entonces se reinició la edición de los anuarios recuperando el formato anterior, atendiendo ahora al criterio de los años hidrológicos (de octubre a septiembre). Coetáneamente, se desarrolla el estudio del régimen de los ríos peninsulares de Valentí Masachs Alavedra de 1945. Como indican los autores: «Casi setenta años después, la tesis de Masachs, a pesar de las penurias en las que se desarrolló, sigue siendo una referencia obligada en relación al régimen natural de los ríos peninsulares […] El libro, sin apenas precedentes, sigue siendo un clásico de la Geografía de España porque, en el contexto del cambio climático secular, remite al comportamiento de los ríos en la fase inmediatamente anterior al de la ejecución de los planes de regulación que han transformado profundamente su régimen» (p. 174). Como señalan los autores en sus conclusiones, en las décadas posteriores al periodo estudiado, los aforos de los ríos han incorporado una dimensión ambiental entonces no considerada. Como consecuencia de ello, las series foronómicas de la segunda mitad del siglo XIX y los anuarios del siglo XX registran tendencias de la historia Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



hidrológica de los ríos de España que merece ser rescatada para una gestión más integrada de los sistemas fluviales actuales (p. 195). A destacar también el importante material gráfico (fotografía, cartografía, ilustraciones de gran valor), así como la abundante y rigurosa documentación y bibliografía citada. No se debe olvidar tampoco el Anexo, que incluye la relación de la red oficial de aforos del Júcar entre 1908 y 1959, con indicación de denominación, localización, fecha de alta y, en su caso, baja, aportando para ocho estaciones una ficha cronológica de sucesos y fotografías. Para acabar, un comentario del autor de esta reseña. Señala en su presentación Federico Ramos de Armas, Secretario de Estado de Medio Ambiente (MAGRAMA) que, en etapas posteriores al periodo estudiado, la madurez de la política de aguas en España ha conducido a un aumento de la densidad de la red de aforos, incorporando nuevos puntos de control para la explotación diaria de los sistemas de recursos hídricos y la gestión de las crecidas. De esta manera, los nuevos objetivos y el salto tecnológico en la captación y transmisión de datos hidrológicos en tiempo real (Sistema Automático de Información Hidrológica, SAIH), que tuvo su origen en la Confederación Hidrográfica del Júcar, habría supuesto un espectacular salto tecnológico en el campo de la hidrometría (pág. 5). Sin embargo, de acuerdo con algunas opiniones (Pita et al, 2014), se podría estar produciendo un deterioro de la información correspondiente al paradigma hidráu225

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Crítica de libros

lico (información fundamentalmente hidrológica y química), cuando todavía no está consolidada la información necesaria para la gestión integrada del agua (estaciones automáticas, sensores remotos, etc.). Además, el proceso de ajuste económico de las administraciones públicas estaría afectando el desarrollo y consolidación de estas mejoras. Podría ser que en el proceso de sustitución de la información meteorológica e hidrológica convencional por las estaciones automáticas y los sensores remotos, mientras se deteriora la información obtenida por los primeros – tan trabajosamente construida, como el libro muestra – el territorio aún no está bien cubierto con la información que deberían proporcionar los segundos.

Un debate actual que hace aún más interesante el libro de Joan Mateu, José Miguel Ruiz e Iván Portugués. Leandro del Moral Ituarte Universidad de Sevilla. REFERENCIAS BARTOLOMÉ, I. (2007): La industria eléctrica en

España (1890-1936), Madrid, Servicio de Estudios del Banco de España. MASACHS I ALAVEDRA, V. (1948): El régimen de los

ríos peninsulares. Tesis doctoral inédita. PITA, M. F., MONES,

DEL

MORAL, L., PEDREGAL, B., LI-

N. y HERNÁNDEZ-MORA, N. (2014):

«Nuevos paradigmas en la gestión de recursos y riesgos hídricos: datos e información necesarios para una gestión integrada del agua»,

Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 65, pp. 519-542.

Luis Germán Zubero Historia económica del Aragón contemporáneo Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2012, 487 páginas.

P

ermítanme iniciar este comentario con una conclusión: estamos ante un libro muy importante en el ámbito no sólo de la historia económica aragonesa, sino en el amplio campo de la historia regional española. Hace ya algún tiempo que un grupo de economistas e historiadores económicos se han preocupado por la desagregación nacional del crecimiento económico, en el sentido de aportar datos, variables de todo tipo e informaciones cualitativas sobre los procesos de desarrollo de las regiones en España. Esto ha posibilitado

226

aprehender una riqueza de situaciones que se eluden con las interpretaciones más genéricas, huérfanas muchas veces de los matices necesarios. Luis Germán, el autor de este trabajo sobre Aragón, es sin duda un militante de este renovador planteamiento metodológico: la visión holística del crecimiento, jalonado con múltiples aristas que componen un todo no siempre homogéneo y esperado, pero que, pieza a pieza, puede ser analizado con solvencia. Éste es el caso. El trabajo ofrece un panorama del crecimiento económico aragonés de cuatro sipp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Crítica de libros

glos, una longue durée facilitada por un hecho crucial: la obstinación metodológica del autor, en la dirección de construir un relato total, en el que insertar evoluciones agrarias, industriales, demográficas, segmentación geográfica, conexiones comerciales, integración con espacios extra-regionales y redes empresariales. Germán, asiduo en los congresos y seminarios de Historia Económica, siempre ofrece en ellos aspectos de sus investigaciones en curso: rara vez brinda repeticiones; sus aportaciones siempre son novedosas, en el sentido de que brindan a otros colegas una nueva cara del poliedro complejo del desarrollo aragonés. De ahí el cúmulo de lecturas, la capacidad de tejer en su trabajo postulados distintos que este inquieto investigador capta en encuentros científicos y, en fin, su destreza para plasmar todo esto en un texto denso, ligado con potentes hilos conductores –los cambios económicos, las transiciones productivas, los protagonistas sociales. Cuatro grandes fases regulan el libro, selladas por graves crisis. La crisis del siglo XVII, que justifica los procesos de ruralización del Setecientos; la gran crisis finisecular del siglo XIX, con durísimos impactos en una región escorada hacia la agricultura y las actividades agroindustriales; las consecuencias de la guerra civil y de la postguerra, de enorme dramatismo no sólo en Aragón; y la recesión industrial intensa de la década de 1970. Estas etapas supusieron, a la par que severos correctivos, nuevas oportunidades para la economía aragonesa. Un nexo común las caracteriza: las salidas a las crisis subrayaron y fortalecieron las integraciones económicas de Aragón con otros Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



espacios, ya fuera Cataluña, como el resto del mercado nacional o la Unión Europea –con Alemania y Francia como cabeceras– . Los corolarios: más dinamismo mercantil y el acicate para diversificar la estructura económica, con efectos positivos en la articulación con otras demandas y mercados. Esta creciente economía de Aragón concentra sus grandes palancas en Zaragoza. Esto no representa una dificultad para el autor, toda vez que defiende que la concentración económica en un epicentro urbano generó efectos positivos externos y economías de escala, lo cual propició la innovación y la competitividad. Sobre esta base, cada uno de los períodos cronológicos en los que se organiza el libro (seis grandes etapas entre 1800 y 2008) se edifican sobre criterios comunes: sectores claves de la economía, desagregaciones precisas que engloban la agroindustria –harineras, azucareras, alcoholeras, grasas vegetales–, la ganadería, los sistemas de cultivo con productos básicos –cereales, viñas, olivares–, la industria, con conclusiones particulares para cada fase, lo que facilita mucho la lectura y la comprensión. En todo este mosaico informativo que ofrece este libro, destacaría una pieza esencial, que ya he apuntado: la importancia de un centro urbano como Zaragoza como inductor a la industrialización, sobre sectores agroalimentarios. Éstos posibilitan precisamente la diversificación de la economía y apuntalan a su vez un núcleo financiero, crucial para la formación y el desarrollo de sagas empresariales. Esta relevancia coloca a Zaragoza en un amplio radio de redes comerciales, sobre todo exter227

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Crítica de libros

nas, que posibilitan la entrada aragonesa en flujos internacionales y nacionales. El trabajo, sin embargo, nos deja incógnitas sin despejar, de las que estoy seguro que Luis Germán es consciente; cito una que me parece determinante: la capacidad de vertebración interna del mercado aragonés, a partir de la potencia zaragozana. Las rentas de situación que invoca el propio Germán –dificultades geográficas, dispersión poblacional, etc– para explicar el por qué otros centros urbanos no se vinculan con más fuerza a los impulsos generados en Zaragoza, son convincentes. Pero tal vez sería importante incidir más en ese flanco débil del libro, para exponer con más rigurosidad este «misterio» del crecimiento – como sugieren William Easterly y Daron Acemoglou y James Robinson– que describe cómo crecen unas zonas y otras no, y qué explica tales comportamientos dispares. Esto tal vez ayude a entender mejor la disparidad del crecimiento interno aragonés en la época más contemporánea, con áreas que parecen estar descabalgadas del proceso de desarrollo sostenido que se fragua desde Zaragoza. Dos aspectos más quisiera citar, a título de conclusión. Primero: Germán no realiza sólo una síntesis de historia económica aragonesa (que también). Lo más relevante, a mi juicio, es que a la riqueza aportada por otros colegas aragoneses, compañeros universitarios de Germán y economistas de gran relevancia científica, que ha sabido integrar en el libro, el autor aporta resultados frescos de sus investigaciones punteras, de manera que esta contribución tiene un doble círculo virtuoso: su capacidad analí228

tica sintética y su aportación inédita al conocimiento. Segundo: Luis Germán ha sido y es uno de los historiadores económicos más preocupados por estas visiones de una nueva geografía económica –en la que Paul Krugman es aleccionador–, integradora de disciplinas y con profundidad histórica. Un análisis de los espacios regionales como entidades en sí mismas, independientemente de su tamaño, forjadoras de trayectorias, de costumbres, de culturas económicas en las que los procesos se encadenan –en el sentido que nos enseña Albert O Hirschman–. En donde la Historia cuenta. Las intervenciones de Germán en congresos de Didáctica de Historia Económica; o sus aportaciones medulares en los encuentros sobre Historia Económica Regional e Historia Económica de la Empresa en las Regiones, ambos celebrados en la Universitat de les Illes Balears, en Palma, hace ahora una década, son pruebas elocuentes de esas inquietudes, con libros que recogen unas ponencias seminales sobre cada una de las comunidades autónomas. El reciente foro de Santiago de Compostela, sobre Didáctica de Historia Económica (2014), tuvo otra muestra más de las preocupaciones de Germán, junto a otros colegas, sobre la necesidad de no eludir la historia económica regional y la riqueza que aporta al conocimiento global de la economía. Todos estos planteamientos los verá recogidos el lector en este libro monumental, una aportación clave para la economía regional española. Carles Manera Universitat de les Illes Balears pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Crítica de libros

Josep L. Barona From Hunger to Malnutrition. The Political Economy of Scientific Knowledge in Europe, 1918-1960 European Food Issues Series Brussels, P.I.E. Peter Lang, 2012, 372 páginas. l nuevo libro de Josep Barona, From hunger to Malnutrition, se inscribe

E

como continuación de un libro aparecido en 2010, en el que mostraba cómo la nutrición escaló durante el periodo de Entreguerras a una posición central en la agenda europea. Las organizaciones internacionales, y en particular el Comité de higiene de la Sociedad de Naciones (League of Nations Health Organisation) contribuyeron a fomentar la ciencia experimental y a introducir las cuestiones ligadas a la fisiología de la alimentación y a la nutrición entre las preocupaciones de salud pública. La «new science of nutrition», al promover un régimen alimentario óptimo, se convirtió desde entonces en la piedra angular de una política de fomento, al mismo tiempo, de una «healthy diet» y de una producción agrícola en consecuencia. Esta nueva obra de Josep Barona abarca un periodo y un cuestionario más amplios. Su objetivo es demostrar cómo a partir de la segunda guerra mundial se construye un saber común sobre la cuestión de una dieta equilibrada (balance diet) y de unas disponibilidades alimentarias (food availability), y como este conocimiento sobre la nutrición, legitimado por la ciencia y los expertos, se difundió a partir de la década de 1950 desde los laboratorios a las escuelas, hospitales, comedores de empresa, para, en definitiva, llegar a la población en general. Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



El libro comienza con dos capítulos que establecen el contexto económico, político y académico en que toman forma las cuestiones ligadas a la nutrición de las poblaciones durante las primeras décadas del siglo XX. Este periodo se caracteriza por una serie de progresos en materia de alimentación tanto a nivel de los regímenes alimentarios (alimentos más protectores), cuanto al saber científico sobre la nutrición («newer knowledge of nutrition»). Este progreso se vio reforzado por la acrecida legitimidad adquirida por los nutricionistas a resultas de la primera guerra mundial. Sin embargo, la depresión económica de la década de 1930 hizo resurgir los casos de malnutrición y reforzó la inclusión de las cuestiones de nutrición en la agenda internacional. En un contexto en el que el equilibrio de los poderes políticos en Europa se encontraba en entredicho, se estaba estableciendo una cooperación internacional por intermediación de la Sociedad de Naciones para tratar de estabilizar las políticas comerciales y los conflictos políticos y económicos. Esta cooperación habrá de jugar igualmente un papel mayor en términos de salud pública. En términos sanitarios, una nueva etapa comienza con una serie de conferencias internacionales sobre la higiene y la población, la tuberculosis, el cáncer, la salud infantil, las vacunas, las vitaminas y la salud en el medio rural. El autor 229

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Crítica de libros

desarrolla en el capítulo 3 el papel de la Sociedad de Naciones en su trabajo de puesta en marcha de estándares nutricionales a escala internacional (desarrollado con mayor detalle en: Barona 2010). El capítulo 4 trata sobre la definición de riesgos en materia de salud ligados a la nutrición. Los avances científicos en la fisiología y en la nutrición condujeron a considerar el régimen alimentario no solo como una fuente de prevención de enfermedades y deficiencias sino también como fuente de bienestar para las poblaciones. Barona muestra así que este periodo confirió una nueva legitimidad al Estado como partícipe en las investigaciones científicas. Ciencia, tecnología y salud se consideran ahora no tan solo un bien para la ciudadanía sino también como un nuevo filón para el comercio y el crecimiento económico. El capítulo 5, dedicado a la guerra civil española, permite mostrar no solo los efectos nefastos de los conflictos sobre el estado nutricional, sino sobre todo cómo el acceso a los alimentos se convierte en un arma de guerra. Al abordar el periodo inmediatamente posterior a la guerra, el capítulo 6 marca un punto de inflexión en el libro. Esta parte presenta una verdadera novedad con respecto a los trabajos precedentes de Barona. Con respecto a la cooperación internacional a la que apelan las diferentes instituciones creadas en la inmediata postguerra, se sigue el hilo de la nutrición como parte activa de los modos de gobierno de las poblaciones y de los estados al articular política económica y agrícola, salud pública, educación nutricional. La preocupación de un nuevo orden internacional condujo en la 230

postguerra a la creación de una serie de instituciones internacionales que apuntaban a la reconstrucción, a la promoción de la paz y a un sistema económico internacional. En lo que concierne a la alimentación, las autoridades manifestaron vivas inquietudes a propósito de las penurias alimentarias, del hambre y de la pobreza en el medio rural, las cuales llegaban a ser muy elevadas en ciertas regiones del mundo. Estas preocupaciones condujeron a la creación de dos instituciones ligadas a la alimentación y a la salud de las poblaciones, a lo cual se dedica la segunda parte de esta obra. Pese a los miles de toneladas de alimentos aportados a los países europeos con mayores dificultades, el fin de la guerra y el año 1946 estuvieron marcados por una grave crisis alimentaria. Fue, sin embargo, menos seria de lo que los estados habrían podido esperar a la luz de la primera guerra mundial, en particular debido a la ausencia de epidemias graves y gracias al éxito relativo de los sistemas de racionamiento y de ahorro. La salud pública, cuya medición está basada esencialmente sobre unos pocos y escasos registros epidemiológicos (tasas de mortalidad y morbilidad), no se vio menos afectada. Algunas poblaciones padecieron hambre, mientras otras no alcanzaron los niveles óptimos de salud tal como eran definidos antes de la guerra. Ante esta situación, el 16 de octubre de 1945 fue firmada la Carta de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cuyo primer objetivo era evaluar la situación alimentaria y elevar los niveles nutricionales en todo el mundo. La acción de la FAO sobre estas cuestiones pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Crítica de libros

se unirá pronto a la de la Organización Mundial de la Salud, creada en 1948, quedando confiada la cooperación a un comité común a las dos organizaciones desde octubre de 1948. La difusión de unos estándares dietéticos para su aplicación a escala internacional se convirtió en una de las principales preocupaciones de la FAO y de la OMS durante el periodo de postguerra, promoviendo con ello una economía política de la alimentación. Muy rápidamente, la FAO elaboró una serie de informes diseñados para hacer balance del estado nutricional de las poblaciones, las disponibilidades alimentarias, la producción y el mercado agrícolas. Es particularmente reseñable la publicación de dos World food surveys en 1946 y 1952, que tomaron la medida de los regímenes alimentarios a escala mundial. La primera encuesta reunió para 70 países la información nutricional sobre el periodo anterior a la guerra y mostró que antes de la misma, la mitad de la población mundial disfrutaba de un nivel de consumo suficiente para atender los estándares de salud o proporcionar energía suficiente para un trabajo determinado. La segunda encuesta se centró en mayor medida sobre la producción agrícola, el comercio y el consumo. Se apoyó sobre el «food balance sheet method», un instrumento que contiene las disponibilidades alimentarias nacionales medias para el consumo humano (national average

food supplies available for human consumption) y que permite una estimación de la ingesta de proteínas y calorías de un régimen alimentario dado. A la vista de sus resultados, estas encuestas condujeron a los exHistoria Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



pertos a subrayar que los esfuerzos deberían centrarse en mejorar la calidad nutricional más que en aumentar la disponibilidad de alimentos. Al mismo tiempo, la FAO publicó en 1948 y 1949 dos informes sobre The State of Food and Agriculture in Europe que pusieron en evidencia una crisis de una amplitud mayor que la esperada por los expertos. Mostraban, en particular, que los países que, antes de la guerra, alcanzaron los estándares en términos de ingesta calórica, salieron de ella mejor que los otros. Estos informes destacaron el problema de las disponibilidades alimentarias, de la producción agrícola y del precio de los productos alimenticios en relación con las necesidades nutricionales. Gracias al empleo masivo de fertilizantes y a la mejora de las técnicas agrícolas bajo los auspicios del Plan Marshall, la producción alimentaria progresó muy rápidamente, en particular en los países de la OECE, permitiendo un rápido restablecimiento de la situación. En paralelo, la acción conjunta FAO/OMS alentó a los países a tomar medidas para reforzar la educación nutricional, especialmente en Gran Bretaña y los Países Bajos, que establecieron organizaciones permanentes de educación nutricional. En fin, todos los países se enfrentaron a problemas relevantes relacionados con el comercio internacional que demandaba una mayor coordinación por parte de organizaciones internacionales. Los gobiernos se vieron abocados a coordinar las políticas públicas en torno a unos estándares internacionales, incluyendo en ello el tema de la nutrición. En suma, la obra ofrece una visión de conjunto de la política desarrollada a escala 231

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europea e internacional en torno a la nutrición de las poblaciones a lo largo de medio siglo. Destaca los conceptos básicos, tanto científicos, políticos, sociales y económicos, incluso geopolíticos, que hicieron posible durante la inmediata postguerra la construcción de una política nutricional, que se plasmó en la elaboración de estándares (nutricionales y para la elaboración de encuestas) y de las bases de la enseñanza de la dietética y de la nutrición entre los profesionales y su reelaboración para la educación nutricional de segmentos preferentes del público (niños, mujeres embarazadas, ancianos, etc). El libro permite esclarecer el camino que han seguido las organizaciones internacionales en la difusión de los conocimientos científicos sobre la nutrición favoreciendo así el desarrollo de la dietética y la nutrición en las enseñanzas académicas desde comienzos de la década de 1950. Si en ocasiones podemos lamentarnos de una lectura en exceso per-

formativa3 de los enunciados de estas instituciones tal como aparecen en sus informes oficiales, este libro, apoyado en una extensa bibliografía, representa una contribución importante a la comprensión del trabajo de construcción y de cooperación de las organizaciones internacionales a la hora de constituir la nutrición como fuente de bienestar (y no solamente de prevención) de las poblaciones. Anne Lhuissier INRA / U. de Oxford (Traducción del francés de J. M. Lana) REFERENCIAS BARONA, J. L. (2010): The Problem of Nutrition.

Experimental Science, Public Health and Economy in Europe 1914-1945, Brussels, P.I.E. Peter Lang.

Joan Romero y Miquel Francés (eds.) La Huerta de Valencia. Un paisaje cultural, con futuro incierto Valencia, P.U.V Universitat de València, 2012, 203 páginas más DVD L’Horta

L

’Horta de Valencia (HV) es un lugar excepcional, de valor patrimonial incalculable, sometido a la devastación acelerada de la expansión residencial valenciana y de la construcción de grandes infraestructuras. Se da la para-

doja de que precisamente por ser un espacio productivo, la huerta ha resultado, y resulta, mucho más difícil de proteger y de gestionar con cautela que un monumento excepcional o un espacio de alto valor natural. ¿Resulta acaso extraño preguntarse si

3. El concepto de performatividad se refiere a la relación entre lenguaje y realidad y caracteriza a algunas expresiones capaces de convertirse en acciones y transformar el entorno. [Nota del traductor]. 232

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la catedral de Burgos, por ejemplo, o las Tablas de Daimiel son social y culturalmente más relevantes que la Huerta de Valencia? Lo que ocurre es que la protección y la conservación se han llevado a cabo fundamentalmente a través de dos políticas en las que no cabían los espacios productivos: por un lado, la histórico-monumental a cargo de la administración cultural y por otro, la naturalista-ambiental, a cargo de la administración de fomento (agricultura), hasta que se organizó la administración ambiental, y usando como instrumento la declaración de espacios naturales protegidos, normalmente parques nacionales o naturales. De modo que se ha producido algo que hoy nos puede parecer escandaloso: espacios de larga transformación humana, y que acumulan sabiduría organizativa y productiva han quedado relegados en el mejor de los casos a ser declarados suelos «no urbanizables», de acuerdo con la lógica de la ley del suelo. No solo es una consideración residual, sino también sometida a las recalificaciones del planeamiento municipal. Cuando el sector inmobiliario se convirtió en el motor de la economía en España, los ayuntamientos encontraron en el aumento de suelo urbano su mayor fuente de ingresos, y los propietarios de suelo agrario periurbano la expectativa de grandes plusvalías, por lo que la ocupación se ha hecho sin miramientos. Solo el hecho de que se vaya dando contenido real y práctico a la figura de «paisaje cultural», y aún más a la de «paisaje cultural patrimonio de la humanidad», incluido en la lista de la Unesco, puede ayudar a cambiar el destino de áreas aboHistoria Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



cadas a la desaparición como la Huerta de Valencia.Y está por ver si se llega a tiempo y de forma eficaz. La compilación de textos realizada por Joan Romero, catedrático de Geografía Humana, y Miquel Francés, profesor titular en Comunicación Audiovisual y director del Taller de Audiovisuales con una larga experiencia en la producción de documentales de divulgación científica, ambos de la Universitat de València, logra ampliamente demostrar el valor excepcional del paisaje cultural de la Huerta, y su calidad de recurso estratégico tanto por su situación, como por su estructura y su acumulación de saber hacer. Las huertas mediterráneas son paisajes rurales cuyo valor ya fue reconocido por el Informe Dobris de la Agencia Europea del Medio Ambiente en 1995. Se hablaba entonces de la conservación de seis huertas en Grecia, Italia y España (la de Valencia y la del Bajo Segura): ahora quedan cinco, puesto que la de Palermo ya ha desaparecido, y todas están amenazadas por el desarrollo urbano y la contaminación de las aguas y los suelos. Nueva paradoja, en 2009, la Unesco concedía la categoría de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad al Tribunal de las Aguas de Valencia, precisamente cuando estaba perdiendo su soporte físico: la huerta se había reducido a la mitad en la segunda parte del siglo y en los últimos veinte años había perdido 12.000 ha de las 32.000 que restaban. A pesar de los riesgos que tiene toda compilación, los colaboradores están muy bien escogidos y los textos están organizados de forma lógica de modo que se puede 233

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hacer tanto una lectura seguida como otra dirigida a cuestiones específicas. Empieza con las contribuciones de los dos hispanistas que más han aportado a la historia de la HV: Thomas F. Glick, profesor de historia medieval de la Boston University, que fue el que determinó el origen andalusí de la misma (Glick, 1988); y el de Roland Courtot, geógrafo y profesor emérito en la Universidad de Aix en Provence, autor de una tesis sobre La agricultura de regadío y la or-

ganización del espacio en las huertas de Valencia y de Castellón (1986). Glick compara en esta ocasión las huertas históricas con otros paisajes hidráulicos de larga tradición, los polders, las chinampas en el valle de México, y los bostans regados de Estambul. Courtot, por su parte, se interroga sobre el futuro de una huerta «rodeada, dividida y sacrificada». Los siguientes capítulos a cargo de dos catedráticos de Historia medieval de la Universidad de Valencia, Antoni Furió y Enric Guinot, se ocupan de la organización de la huerta andalusí y de los cambios producidos por la conquista y la colonización cristiana, con el establecimiento de un modelo de relación con la ciudad que llegaría hasta el siglo XIX. Lo que podríamos llamar una tercera parte del libro está formada por sendos capítulos sobre el progresivo distanciamiento cultural y productivo entre la Huerta y la ciudad (Carles Sanchis e Ignacio Díez, de la Universidad Politécnica de Valencia), al mismo tiempo que se confirmaba «la imagen cultural» de la HV, y la posterior crisis productiva, social y demográfica de esta, de lo que se ocupa Jorge Hermosilla, catedrático de Geografía tam234

bién de la UV. Los cinco capítulos finales son más técnicos y están dirigidos a las posibilidades de futuro de la l’Horta: el catedrático de ingeniería hidráulica de la UPV, Juan B. Marco, estudia las redes de regadío, y los problemas funcionales de su actualización y rehabilitación proponiendo soluciones razonables para su futuro. Antonio Montiel, de la UV (que aportó la parte valenciana del conocido libro sobre el modelo inmobiliario español de José Manuel Naredo), traza las tensiones que se han dado en la huerta, así como relata las iniciativas, ciudadana y autonómica, de una protección más o menos integral, frente al planeamiento municipal; el biólogo y profesor de investigación del CSIC José Pío Beltrán tiene la virtud de reconciliar los avances recientes en biotecnología agraria con la tradición productiva de la huerta y propone iniciativas para l’Horta aprovechando sus rentas de situación, propuestas que se concretan en el texto de Beatriz L. Giobellina a favor de una huerta agroecológica en el siglo XXI, cuestión que la autora ha desarrollado en su tesis doctoral. Y finalmente, Rafael Mata Olmo, catedrático de Geografía de la UAM, estudia las posibilidades de protección desde una perspectiva de paisaje. A todo ello acompaña un excelente DVD narrado en inglés, cuyo director es Vicent Tamarit y el productor el coautor Miquel Francés: se va exponiendo la percepción y conocimiento de l’Horta por parte de valencianos y extranjeros, se ven imágenes elocuentes de la invasión urbana, de los conflictos, los contenidos del Plan de Acción Territorial de la Huerta (PATH) y se oyen los comentarios pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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de muchos expertos nacionales e internacionales y de diversas procedencias profesionales, entre ellos el propio Joan Romero. Las imágenes, que ponen de manifiesto la fragilidad del espacio huertano y sus difíciles márgenes con una edificación urbana invasora y banal, son realmente excelentes.

Una Horta de origen andalusí transformada cultural y funcionalmente según la relación con la ciudad de Valencia. Quizá no sea inútil recordar en este caso, como lo hace Antoni Furió, que la Huerta no son huertos, es decir que cuando hablamos de huerta en el caso de Valencia se está hablando del espacio regado por oposición al secano y que tenía sentido en función de su relación con la ciudad. También que el término huerta se puede usar en este caso para cuatro realidades distintas: la comarca de la ciudad de Valencia; un distrito agrario, el «campo» de Valencia; un espacio regado, la «huerta», que no cubría todo el espacio agrícola del «campo» de Valencia; y finalmente un «sistema» de riegos nacidos de la integración en un mismo complejo de los siete sistemas hidráulicos que forman parte del Tribunal de las Aguas, las llamadas ocho acequias, una vez incluida la acequia de Montcada. Es esta Huerta de las Ocho Acequias4, la huerta histórica de origen medieval, la que está siendo desmantelada y de la que se ocupa preferentemente este libro.

Hay varios factores físicos que han ayudado al desarrollo del regadío histórico, que son un buen clima, con alta radiación solar e integral térmica, la topografía favorable regada por el bajo Turia, con elementos microtopográficos o de microrrelieve, barrancos y paleobarrancos de orientación W-E, que han influido en el trazado de las acequias, las madres o mayores y las demás, y en la disposición de los caminos tradicionales, «els camins fondos» en las partes bajas, y «els camins assagadors» (para rebaños) en lo alto de los campos (Guinot, 2012). Largo ha sido el debate sobre el origen de la HV que hoy parece resuelto gracias sobre todo a los trabajos de Th.F. Glick en 1988, y una vez que quedaron rechazadas las teorías de las sociedades hidráulicas de tipo Wittfogel y también huellas de orígenes más remotos que habían planteado arqueólogos, historiadores y geógrafos. La tesis de Glick es la de una progresiva construcción desde el sistema más cercano a la ciudad (la acequia de Rovella) hasta el más lejano y exterior (Montcada), lo que no quiere decir que no hubiera reordenaciones posteriores. En todo caso, la creación andalusí no se limitó a la cuestión de los canales de riego sino también a la de un nuevo agrosistema que incluía parcelarios aterrazados, poblamiento disperso en alquerías que eran aldeas de algunas casas, redes de caminos, y quizá sobre todo una organización social bottom up, «de base clánica o tribal», dice Guinot (p. 65-66), en la

4. Moncada, Tormos, Mestalla, Rascanya, Quart-Benàger-Faitanar, Mislata-Xirivella, Favara y Rovella. Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



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que, como afirma Glick en la entrevista que se le hace para el DVD, la cantidad de agua para cada regante no se medía volumétricamente sino por uso o apreciación del tamaño de la parcela. Los conquistadores cristianos quedaron deslumbrados por la huerta y quisieron repartírsela incluso antes de la toma de Valencia: como dijo el propio Jaime I, desde el castillo «veem la plus bella horta

que anc havíem vista en vila ni en Castell […] e haguem-me gran goig, e gran alegre en nostro cor» (Furió, 2012, p. 41). Belleza del paisaje que aquí quiere decir riqueza, con lo que el repartimiento y las donaciones se hacen con precisión y el territorio circunscrito a las huertas queda señorializado, aunque la ciudad empieza a ejercer su jurisdicción. Expulsión de la población árabe, colonización catalano-aragonesa sobre todo, cambio de propiedad, cambio de jurisdicción, pero, como ha dicho Glick con acierto, no de los mecanismos esenciales del sistema agrario y del regadío que funcionaban de forma excelente: «los nuevos ocupantes cristianos amoldaron los usos y costumbres de los antiguos regantes», de forma que predominó la racionalidad adaptativa5 (p.177). De modo que la trama básica siguió estando constituida por la red de riego (acequias, presas de piedra y sillería, azudes, acueductos, partidores o llengues, molinos de agua), el parcelario y sus caminos y las poblaciones que se fueron concentrando tras la colonización al menos en la primera orla en torno a la ciudad.

Pero con los cristianos sí tuvo lugar la primera gran modificación cultural (primer punto de bifurcación, dice Beatriz Giobellina): aparece trigo, mucho trigo, pero también cebada, para el abastecimiento de la ciudad, después viña y en las partes más cercanas a los marjales, arroz, cuya expansión estaba prohibida. Desde mediados del siglo XV, el paisaje se altera también por la introducción de la morera, en conexión con el desarrollo de la industria sedera, y luego se difundieron las plantas americanas, como maíz, patatas, tomates y pimientos. En cuanto a la estructura, la trama no es puramente ortogonal, sino que lo más habitual es identificar parcelarios y terrazas de forma regular formando paquetes o bloques de tamaño intermedio, delimitados exteriormente por ejes de trazado irregular (Guinot, 2012, p.71). Con los cambios en el poblamiento y en la producción se amplían los sistemas hidráulicos y se producen reparcelaciones. De modo que la huerta fue cambiando económica y visualmente: en el siglo XV, por ejemplo, lo que veían y describieron el humanista Münzer o Vicente Ferrer era un paisaje romo, sin árboles, amplia perspectiva de tierra campa y viña. A medida que cambian los cultivos la llanura va adquiriendo diversidad y altura. Cavanilles habla de una «vistosa confusión», como si se viera una enorme ciudad con muchos jardines, dice, «un verde sin interrupción pero con varios tintes», formado por la multitud de árboles plantados cuya espesura solo era interrumpida y blanqueada por muchos lu-

5. GLICK (2011), citado por GLOBELLINA (2012). 236

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gares y granjas. En ella «todo sorprende y embelesa», concluye el gran botánico (Furió, 2012, p. 51).

La crisis de la Huerta y la expansión urbana En esta situación se llega al siglo XIX. Teodoro Llorente escribía en 1887-1889 que era un campo inmenso sin un solo palmo de tierra perdido u ocioso. Pero los vínculos con la ciudad empiezan a debilitarse a partir de finales del siglo XIX, y la huerta se va haciendo ajena a la dinámica de Valencia que se expande a su costa y va absorbiendo municipios huertanos. Y además empieza la disección del espacio huertano por las vías de comunicación. Resume Courtot que se pasa de «la huerta autour de la ville à la ville autour de la huerta»6. Se da la paradoja, de nuevo, que es entonces, en concreto con la Renaixença valenciana, cuando se gesta la imagen icónica (y en parte idílica) de la HV, no solo la literaria, también la pictórica, a menudo elaborada a la puerta de las alquerías y de las barracas. Es en el siglo XX cuando se consuma el desfase entre la imagen cultural al uso, que es la de la huerta tradicional histórica, y la imagen real, que es el de un entorno híbrido rural y urbano, que en todo caso, como tal huerta, se ha convertido en un paisaje lejano en el tiempo y en el espacio de la ciudad. Las imágenes que se nos presentan en el vídeo, de escolares que ante imágenes de «su» huerta ignoran si se trata de otro país o de un lugar remoto no pueden ser más elocuentes.

Pero antes la HV había sido ocupada por los naranjos, en casi monocultivo, que con su homogeneidad tapa la irregularidad parcelaria. Cuando los naranjos se plantaron se adaptaban mejor a la situación de los huertanos, muchos de ellos ya agricultores a tiempo parcial. El geógrafo Hermosilla analiza los múltiples factores de la crisis de la agricultura huertana, empezando por los propiamente agrícolas, la mengua del factor de oportunidad de la cercanía al mercado, la disminución del mercado de trabajo motivado por la modernización de los regadíos, la inestabilidad de muchas explotaciones agrarias (Hermosilla, 2012). Pero, junto con estos factores, el mayor factor de desestabilización es la imposibilidad que tiene la producción agraria de competir en un mercado de suelo susceptible de transformarse en urbano. Es un proceso bien conocido en las agriculturas periurbanas, y tanto más acelerado cuanto fuerte sea la presión de la urbanización. Recuerdo mi investigación doctoral de la primera mitad de los setenta, sobre la suerte sufrida por los nuevos regadíos del Canal del Henares en competencia con la expansión industrial y residencial imparable a lo largo de lo que se empezaba a llamar el corredor del Henares: a los mejores suelos de las bajas terrazas, recién realizada la concentración parcelaria y desde luego no amortizada, les correspondió la transformación más rápida, y los grandes propietarios fueron los primeros en vender (Gómez Mendoza, 1977).

6. COURTOT (1994), citado en SANCHÍS y DÍEZ (2012: 78). Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



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La pérdida de huerta a favor de la urbanización ha seguido pautas claras, subsistiendo mejor en el Norte que en el Sur, por múltiples razones, entre las que están el cambio del cauce del Turia a 2,5 km de su desembocadura, la ronda Sur de gran capacidad de tráfico y la ampliación de las instalaciones portuarias. La situación la describe el PATH de 2008 en estos términos: «pérdida concéntrica en todas las direcciones, excepto el Suroeste, es decir hacia los marjales y la Albufera, y a lo largo del corredor de la vía Augusta, desde Puçol a Silla, con mayor intensidad en l’Horta Sur, favorecida por la creación de la Autovía V31, la conocida pista de Silla» (p. 135). La fragmentación se ha vuelto en todo caso lo normal, y en algunos casos los márgenes urbanos son nítidos, por ejemplo cuando coinciden con una vía de transporte, mientras que en otros la frontera es difusa con límites en dientes de sierras, adaptados al parcelario. El suelo no invadido empieza a ser concebido como mero suelo de reserva urbana.

La reinvención de l’Horta. En busca de viabilidad territorial, técnica, económica, política y patrimonial Las últimas contribuciones al libro dirigido por Romero y Francés están consagrados, como he dicho, a pensar en un futuro más sensato y respetuoso con el patrimonio hidráulico y paisajístico de la HV y que, además, la reinserte en el área metropolitana. Eso supone conjugar instrumentos a la vez de ordenación territorial y ambiental, con lo que podríamos llamar 238

una reinvención de la huerta como tal en el nuevo contexto urbano y económico de los primeros decenios del siglo XXI. Quiero hacer dos comentarios propios: el primero, que no estoy tan convencida de lo que sostienen la mayor parte de los autores de que la crisis económica que vivimos vaya a representar la tregua suficiente a la situación de expansión urbana en términos de imposible competencia entre los usos urbanos y agrarios. Pero ¡ojalá, al menos, ayude! La segunda observación es que tampoco creo que baste plantear la cuestión huertana en Valencia como la de una agricultura periurbana más: a mi juicio, l’Horta es mucho más, y más excepcional y no le bastan los instrumentos que se están poniendo en marcha para estos espacios. L’Horta, dice Marco con razón, presenta la singularidad de ser un regadío tradicional o histórico milenario, cuyo rasgo fundamental es el no haber sido objeto de proyecto ingenieril (Marco, 2012: 126), y en este sentido poco tiene que ver con los grandes regadíos del siglo anterior. Todo lo que se acometa como mejora técnica tiene que tener en cuenta que existe una barrera de edificación continua desde Puçol a Silla, crucial para los problemas hídricos y funcionales, porque fragmenta las unidades de gestión y obliga a cientos de conductos a transitar cubiertos en área urbana (p. 122), de modo que solo puede tener éxito una política de conservación del sistema que tenga en cuenta esta fragmentación y la contaminación resultante por la mala estanqueidad. Diagnosticado el problema de las acequias, el ingeniero Marco propone una rehabilitación de los sistemas pp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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respetuosa con los valores reconocidos pero que se aproxime en la medida de lo posible a la praxis actual del regadío. En otras palabras, el riego localizado, que podría tener interés donde la arborización ya fuera considerable, no debería en absoluto hacer desaparecer el agua del paisaje. Otra propuesta consiste en actualizar con respeto e inteligencia los usos y costumbres en la gestión del agua: no tiene sentido mantener la ficción a efectos de distribución interna del agua de que el sistema está intacto. Hay que reasignar las cantidades y unificar y reestructurar los brazales que han perdido parte de su superficie de riego. No recojo más detalles técnicos que no vienen al caso en una reseña para Historia Agraria, pero sí la opinión final de la contribución de Juan Marco en el sentido de que el problema técnico básico del regadío histórico de l’Horta, no es el agua, sino la contaminación y la interferencia del medio urbano (p. 134). Por su parte José Pío Beltrán acepta el desafío de hacer propuestas de futuro para la HV situándolas en el marco del reto global de producir más alimentos, con menos recursos y de forma más sostenible. Propone un uso parcial del territorio de l’Horta como sede de un Museo vivo de la Agricultura donde convivan técnicas y cultivos tradicionales y biotecnológicos, lo que podría ser un instrumento para reflexionar sobre la seguridad alimentaria. En el mismo sentido, aunque algo más restringido, se pronuncia Beatriz Giobellina, que traza un proceso en el que de la antigua Huerta andalusí podría emerger la Huerta

agroecológica del siglo XXI. Ello supondría una nueva alianza entre la huerta y la ciudad en el sentido de reinventar las ventajas de la agricultura de proximidad, y para ello se vale de ejemplos en Londres o en Bristol, y del exitoso proyecto del Prat del Llobregat donde la Unió de Pagesos, la Diputació de Barcelona y el Consejo Comarcal del Bajo Llobregat unieron sus esfuerzos. Aunque me parece que la cuestión está todavía un poco inmadura, no cabe duda que está aumentando la conciencia del coste de la distancia, energético y económico, en el aprovisionamiento alimentario, de modo que se están generalizando los food miles Calculators. A lo que hay que unir la frescura, la calidad y la identidad del producto. En el mismo orden de cosas, en determinados sectores industriales, por ejemplo el textil, se habla del JIT, just in time, por lo que no habría por qué negar la potencialidad de un «just in time, in space and in quality» para la agricultura de cercanía. Replantear la oportunidad de la proximidad desde las nuevas demandas de nuestro tiempo es sin duda una de las formas de reinventar la huerta de modo viable. Y de practicar un agrarian urbanism, como dice Charles Waldheim en la mejor tradición urbanística, desde Cerdà a los urbanistas paisajistas de la primera mitad del siglo XX (p. 200-201)7. Pero todo ello pasa evidentemente por contar con los instrumentos territoriales, paisajísticos y ambientales que faciliten y den el margen suficiente a estas oportunidades. Es decir que pasa por la ordenación

7. WALDHEIM (2010). Citado por MATA (2012: 200-201). Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



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territorial y del paisaje y la disciplina urbanística. Aunque todo el libro que reseño, y el vídeo que lo acompaña, contienen referencias a la variable política territorial del área de Valencia, es sin duda en el capítulo 8 de Antonio Montiel donde se hace una exposición más pormenorizada. Como es bien sabido corresponden constitucionalmente a las Comunidades Autónomas las competencias de política y ordenación territorial. La Generalitat Valenciana promulgó en 1986 una ley para extinguir la que consideraba anacrónica Corporación Gran Valencia, pero en cambio adjudicó a unas llamadas Normas de Coordinación metropolitana las medidas de protección del suelo, de los recursos naturales, del medio ambiente y del patrimonio histórico-artístico, así como la localización de las infraestructuras básicas. Hasta entonces la legislación del suelo había sido plenamente expansiva: Plan General de Valencia de 1946 con modelo radioconcéntrico de crecimiento y duplicación del suelo urbano, de 1.500 ha a 3.000 ha; Plan General de 1966 adoptando la solución sur y el cambio de cauce, con invasión incontrolada de suelo agrícola, para un horizonte de un millón de habitantes; consolidación del Área Metropolitana, etc. En 1988, en cambio, se constituye un Consell Metropolità de l’Horta (CMH), cuya vida fue relativamente efímera por razones políticas, siendo suprimido en 1999. Desde entonces han pasado varias cosas importantes. Primero, que se presentó una Iniciativa Legislativa Popular, en 2000, que suscitó un gran debate, y que pedía una moratoria en la transformación de la huerta, 240

a lo que se opuso la mayoría parlamentaria, en un momento además de expansionismo residencial desbocado. Y, segundo, que por encargo del gobierno valenciano y gracias a la tenacidad y buen criterio de la entonces Directora General del Territorio y del Paisaje, Aránzazu Muñoz-Criado, arquitecta doctorada en la Universidad de Harvard, se ha realizado un Plan de Acción Territorial de la Huerta de Valencia que ese extiende a los 44 municipios de la comarca de la huerta, que relaciona a ésta con los espacios más importante de la «infraestructura verde» o natural de su entorno (Parque natural del Turia, bordes montañosos de la huerta, Albufera y litoral), que también fija áreas de reserva frente a la urbanización y delimita 24 unidades de paisaje definidas por su homogeneidad interna. Lo que ocurre es que el PATH no se ha aprobado, no lleva vinculada la moratoria y no ha impedido que las previsiones de la revisión Plan General de Ordenación Urbana de Valencia iniciada en 2008 consideren la reclasificación urbana de cuatro millones de metros cuadrados. Lo que nos devuelve al principio de esta reseña. Como Joan Romero bien dice en el video, ha pasado para la Huerta de Valencia el tiempo de los estudios y de los diagnósticos. Las decisiones y las acciones tienen que llegar ya. Una actuación de protección y reinvención de la huerta, inteligente y que no sea ni nostálgica ni utópica, que suponga el reencuentro de la ciudad con su huerta, que tenga en cuenta el gran potencial de recursos hidrológicos, geomorfológicos, edáficos, climáticos y culturales que atesora esa llanura aluvial, y los gestione con nuepp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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vos pero respetuosos criterios, y bajo una tutela segura, de preferencia internacional. En este sentido quizá el mejor camino sería aunar esfuerzos para conseguir la declaración de Paisaje Cultural patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco. Comparto la opinión de Mata de que sería grotesco (él se queda en «imperdonable paradoja») que el Tribunal de Aguas hubiera sido inscrito en la lista de Patrimonio Cultural inmaterial al mismo tiempo «que se ve privado de la base material de su actividad y condenado a recordar la memoria de un patrimonio material que la sociedad ha sido incapaz de sostener» (p. 200). Experiencias recientes que he tenido la ocasión de conocer, como la de la Chaîne des Puys en el Macizo Central francés para salvaguardar el pastoralismo, muestran la fuerza que tiene que se unan todas las poblaciones y agentes sociales, profesionales y técnicos para declarar un paisaje patrimonio8. El ejemplo que menciono puede servir para ilustrar el camino a seguir. Y para ello, este libro que he comentado y su DVC constituyen extraordinarios instrumentos.

COURTOT, R. (1994): «La Huerta de Valencia: la fin d’un mythe?», Bulletin de l’Association de Gé-

ographes Français, 71 /2, pp.181-186 FURIÓ, A. (2012): «La ciudad y la Huerta: una relación de interdependencia», en Obra reseñada, pp. 33-54. GLICK, T. F. (1988/reed.2004): Regadío y sociedad

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Josefina Gómez Mendoza

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Crítica de libros

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E

ste es un libro militante, como lo es su autor, el activista filipino Walden Bello. Un libro de denuncia de las políticas de ajuste estructural desencadenantes de las crisis alimentarias iniciadas a partir de 2006-2008. Pero ese carácter militante no impide abordar las actuales crisis alimentarias con un gran rigor basado en una variada y rica información. El título principal, FoodWars, hay que tomarlo como un indicador de lo que serán las futuras guerras alimentarias, que probablemente irán en aumento en el escenario internacional. Walden Bello (Manila, 1945), estudió Sociología en Princenton (EE.UU.). En esos años destacó como opositor al régimen de Marcos y como una de las figuras destacadas del movimiento internacional para restaurar la democracia en Filipinas. En 1982 publicó un informe (La debacle del desarrollo: el Banco Mundial y las Filipinas, junto a David Kinley y Elaine Elinson) en que demostraba cómo los créditos del Fondo Monetario Internacional servían de sustento al régimen de Marcos. Tras la ca242

ída de Marcos, entre 1987 y 1994, Bello trabajó en el Institut for Food and Development Policiy (Food First) y fue profesor en la universidad de Berkeley (California) y más tarde en la State University of New York; Binghamton, St. Mary’s University (Halifax, Canadá), Bangkok, Filipinas y Austria, y es investigador asociado del Transnational Institute y del Forum on Globalization. Participó en las luchas internacionales contra la deuda externa y contra la Organización Mundial de Comercio, participando en las movilizaciones de Seattle (1999), Cancún (2003), Hong Kong (2005), en la cumbre de 2001 del G8 en Génova, así como las movilizaciones antiglobalización. Predijo la crisis financiera en su libro Global Finance: Thinking on

regulating speculative capital markets (2000), popularizando el término «desglobalización» y defendiendo los «nuevos regionalismos». También se ha ocupado de las instituciones financieras internacionales y el comercio mundial (The Future in the Ba-

lance: Essays on Globalization and Resistence, 2001), las políticas de seguridad, alipp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Crítica de libros

mentación y agricultura. En el año 2003 recibió el premio Rigth Livelihood Award (conocido como el premio Nobel alternativo), «por sus destacados esfuerzos para formar a la sociedad civil sobre las repercusiones de la globalización y sobre cómo poner en práctica alternativas a la misma». Entre sus libros destacan, además de Food Wars (2009), Dilemmas of Domination: the Unmaking of the American Empire (2005) y Desglobalization: Ideas for a New World Economy (2002). También se ha ocupado de problemas ambientales con varios libros sobre problemas ambientales regionales: American Lake: The nuclear peril in the Pacific (1986), junto con Peter Hayes y Lyuba Zarsky, y A Siamese Tragedy: Deve-

lopment and Desintegration in Modern Thailand (1998), junto con Shea Cuningham y Li Kheng Poh, y fue miembro de la junta de Greenpeace Internacional (19941997). Actualmente es representante del partido de izquierdas Akbayan (Partido de Acción Ciudadana) en el congreso de Filipinas. En su libro Food Wars analiza las crisis alimentarias desencadenadas a partir de 2006-2008 cuando se dispararon los precios de las materias primas y, en consecuencia, de los productos alimentarios básicos. En la Introducción analiza la génesis y desarrollo de este incremento de precios y sus consecuencias sobre el empobrecimiento de millones de personas en los países en desarrollo, analizando esas crisis en numerosos países del Tercer Mundo. El autor describe con precisión esa «tormenta perfecta» (según la denominó un informe de las Naciones Unidas) que desencadenó Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



la repentina escasez de alimentos en muchos países, una «tormenta perfecta» provocada por la confluencia explosiva de una serie de acontecimientos: el fracaso de los países más pobres en el desarrollo de sus sectores agrarios; las presiones ejercidas en el mercado internacional alimentario por los cambios en el régimen alimenticio de las clases medias en expansión de China e India; la especulación de los mercados de futuros de las materias primas (refugiando capitales procedentes de otros sectores en crisis, como los inmobiliarios…); la urbanización de tierras agrícolas; el cambio climático; y el desvío de la producción de maíz y caña de azúcar a la producción de biocombustibles. Aunque el autor comparte el efecto de esos factores en la crisis alimentaria de la segunda mitad de la primera década del siglo XXI, señala que la política de reorientación agraria a gran escala, conocida como «ajuste estructural» ha sido, sin duda, un factor vital, si no primordial, en la crisis de los precios de los alimentos entre 2006 y 2008, un programa impuesto por el BM y el FMI a más de noventa economías en fase de desarrollo y transición por un período de veinte años desde principios de los años ochenta. El análisis de estas políticas y sus efectos es el tema central del libro. Parte de la crítica de la perspectiva ortodoxa de la crisis ofrecida por el economista de Oxford, Paul Collier, quien afirma que la prosperidad estaba en el origen de los problemas causados por una demanda cada vez mayor de alimentos en Asia, la cual no se podía satisfacer debido al fracaso de los gobiernos en la promoción de una 243

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Crítica de libros

agricultura comercial, especialmente en África; a la prohibición por parte de la UE de los organismos modificados genéticamente (OGM) y al desvío en los Estados Unidos de un tercio de su grano a la producción de etanol. Frente a esta interpretación, Bello refuta la tesis de los efectos de la prohibición de OGM por parte de la UE (por otro lado, bastante laxa), y su corolario sobre la necesidad que los países africanos opten por la agricultura comercial a gran escala y con el empleo intensivo de la ingeniería genética, solo viable en las grandes explotaciones. Frente a este argumento, Bello resalta el papel nocivo de las políticas de ajuste estructural, que han hecho retroceder la agricultura campesina (y con ello la capacidad de alimentar a la propia población) sin conseguir una agricultura comercial capaz de sustituir a aquella en la satisfacción de la demanda alimentaria propia. Los efectos deletéreos de la globalización sobre el campesinado coexisten con la resistencia de éste a desaparecer, y a la vez el surgimiento de un movimiento campesino internacional, cuya manifestaciones más visibles son la doctrina de la soberanía alimentaria y la organización Vía Campesina, que apunta a una «recampesinización» (en la expresión de Van der Ploeg). En este contexto, Bello contrapone los dos paradigmas productivos en conflicto: el representado por la agricultura industrial corporativa y la vía campesina. Desde este planteamiento, que busca las raíces históricas de la crisis actual en el largo plazo (el de la expansión de la agricultura industrial capitalista), el libro analiza, en el primer capítulo («El capitalismo 244

contra el campesinado»), la violencia económica ejercida por el capitalismo contra el campesinado, desde una perspectiva histórica que cubre los últimos cuatrocientos años: estudiando en el caso inglés, el europeo y a nivel global después, al analizar las políticas de ajuste estructural promovidas por el BM y el FMI. En los capítulos segundo, tercero y cuarto (2. «La erosión de la agricultura mexicana»; 3. «La crisis provocada del arroz en Filipinas»; 4. «La destrucción de la agricultura africana»), analiza con detalle los efectos de esas políticas en las tres regiones mencionadas, completado con análisis realizado en el capítulo cinco (5. «Los campesinos, el partido y la crisis agraria en China»), en el que pone de manifiesto la tortuosa relación del PCCH con el campesinado y la puesta en práctica por aquél de políticas liberales que han conducido a la marginación de los campesinos y a la crisis agrícola interna, demostrando que el incremento de la demanda de alimentos en China ha contribuido poco a la crisis contemporánea de los precios de los alimentos. En el capítulo sexto (6. «Los agrocombustibles y la seguridad alimentaria»), Bello examina cómo el boom de los agrocombustibles ha empeorado la crisis alimentaria, discutiendo si estos son, en la práctica, una alternativa viable a los combustibles fósiles frente al desafío que nos plantea el cambio climático. Abundan los informes sobre sus impactos ambientales negativos: contaminación, deforestación, pérdida de biodiversidad… En el último capítulo (7. «La resistencia y el camino hacia el futuro») examina las dinámicas de resistencia de los campesinos y pequeños agripp. 189-245 Abril 2015 Historia Agraria, 65 ■



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Crítica de libros

cultores a la agricultura industrial capitalista, desde las protestas políticas a la organización internacional de la «campesinización», es decir, la adopción por los no campesinos de prácticas campesinas o agrícolas de pequeña escala. Unos movimientos que pretenden convertir al campesinado y a los pequeños agricultores en una «clase para sí», es decir, en un fuerza políticamente consciente, afirmando que la agricultura a pequeña escala puede ser una respuesta mucho más efectiva que la agricultura capitalista a la crisis social y ecológica y, en particular, al calentamiento global. Al final del capítulo se presenta un análisis crítico de los paradigmas de la «soberanía alimentaria» y de la «desglobalización» promovidos por Vía Campesina y otros actores de la sociedad civil como alternativa al régimen capitalista global, si bien el análisis no tiene nada de crítico. La edición se completa con un Epílogo de Tom Kucharz, miembro de Ecologistas en Acción, que retoma algunos de los temas tratados en el libro desde la perspectiva de la agroecología. Como dije al principio, se trata de un libro de combate, militante, contra la agricultura industrial corporativa, la globalización alimentaria y la expansión capitalista en la agricultura y a favor de una recampesinización de la producción agraria (allí donde está en retroceso) o de su mantenimiento (allí donde es todavía una realidad social amplia), la soberanía alimentaria y la agroecología. Walden Bello manifiesta un amplio conocimiento de los temas tratados, como investigador y como analista, y su experiencia como activista, observador de Historia Agraria, 65 Abril 2015 pp. 189-245 ■



primera línea de muchos de los fenómenos abordados en el libro. Más que información de primera mano (que tampoco falta en sus propios trabajos citados en el libro) usa información secundaria: informes y documentos de organizaciones y sistemas de expertos como una amplia literatura científica. Para los convencidos, se trata de un libro que refuerza sus convicciones. Para los que buscan soluciones a las crisis alimentarias dentro del sistema hegemónico, probablemente lo consideren insuficiente y muy ideologizado. Para los indefinidos, probablemente les hará pensar. Aunque la información manejada es convincente y la argumentación es sólida, su valor es mayor en el aspecto crítico que en el propositivo. Como libro militante, es un ejemplo significativo de los planteamientos de los nuevos movimientos sociales alimentarios. Es un ejemplo de cómo la cuestión alimentaria se está convirtiendo en uno de los campos de acción cívica más importantes y con mayor futuro. Podemos decir que la alimentación es demasiado importante como para dejarla en las exclusivas manos de políticos, técnicos, empresas y administración. Hace falta una ciudadanía alimentaria políticamente activa y este libro se sitúa en esa línea. Por último, el libro interesa al sociólogo y al historiador de la agricultura y de la alimentación. Cristóbal Gómez Benito UNED

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