Bibliotecas, Saber y Lectores en Caracas durante el Siglo XVIII

August 16, 2017 | Autor: Cristina Soriano | Categoría: History of the Book, Print Culture, Book History and the History of Reading
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Descripción

El libro en circulación en la América colonial producción, circuitos de distribución y conformación de bibliotecas en los siglos xvi al xviii

Idalia García Aguilar Pedro Rueda Ramírez (Coordinadores)

Qu i v i r a México 2014

García Aguilar, Idalia; Rueda Ramírez, Pedro (coordinadores) El libro en circulación en la América colonial. Producción, circuitos de distribución y conformación de bibliotecas en los siglos XVI al XVIII / Presentación de Idalia García y Pedro Rueda / Prólogo de Antonio Castillo Gómez. 1a edición. México : Quivira, 2014 320 pp. ; 14 x 21.5 cm — Colección Artes del libro

Primera edición, 2014 © 2014 Los autores © 2014 Ediciones Quivira sobre el diseño de la edición Excelsior 239, 07870, México, D. F. Esta edición fue impresa gracias al apoyo de: Pedro Ángeles Jiménez. José Antonio Yañez de la Peña. Coalición de Libreros. Federación de Sindicatos de Editores. Jimena Manrique Eternod.

Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio impreso o digital, sin el permiso escrito del autor y del editor. isbn 978-607-9153-16-8 Impreso y editado en México.

Bibliotecas, lectores y saber en Caracas durante el siglo XVIII Cristina Soriano Villanova University [email protected]

En su texto Libros y bibliotecas en Venezuela Colonial (1633-1767), el historiador Ildefonso Leal (1978) señala que para mediados del siglo XVIII, los lectores caraqueños ampliaron el número de volúmenes contenidos en sus bibliotecas e incorporaron obras de nuevos y diversos temas a éstas. Asimismo, Leal logra demostrar que durante este periodo continuó, en cierta medida, la primacía de las obras religiosas sobre cualesquiera otras, pero el porcentaje de lo que Leal denomina obras “ilustradas” se fue incrementando progresivamente a medida que se acercaba la segunda mitad del mencionado siglo. El arribo y la demanda progresiva de mayores cantidades de libros, contenedores de nuevos saberes, debió despertar en los lectores de Caracas un interés en los libros y en las lecturas diferentes a los puramente religiosos y devotos, -característico de los siglos anteriores-; lo cual produjo el surgimiento de nuevas prácticas y usos de la lectura, nuevas experiencias y vivencias con lo escrito; así como el desarrollo de mecanismos de restricción y control sobre los saberes por parte de distintos grupos sociales e instituciones coloniales. Este

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trabajo intentará explorar, a partir del análisis de la configuración de las bibliotecas privadas caraqueñas, los procesos de transformación de las prácticas sociales relacionadas con la transmisión del saber escrito y la circulación de libros en Caracas durante la segunda mitad del siglo XVIII, el estudio se ha llevado a cabo a través de un enfoque interdisciplinario que combina tanto aportes de la historia cultural, como de la recientemente denominada antropología histórica, intentando mirar al libro como instrumento fundamental en los procesos dinámicos de la transmisión de saberes en una sociedad colonial semialfabetizada.

De la historia de los libros a la historia de las prácticas de la lectura Durante las últimas décadas del siglo pasado surgió, dentro de la disciplina de la historia, un grupo de investigadores que se interesaron exclusivamente en el estudio de los libros. Bajo la mirada de la propuesta historiográfica de la “Historia social”y tomando prestados de la historia económica sus conceptos y métodos, la “historia del Libro”, encabezada por Lucien Febvre y H. Martin, trató de esbozar los movimientos y ciclos de lo impreso a través del tiempo, así como los lugares y procesos de impresión, las características y las redes de difusión de los libros. Esta historia de los libros se interesó básicamente en el estudio de series largas de producción impresa para un lugar y una época específica, y se concentró en el conocimiento de los materiales impresos y sus características físicas; en fin, se dedicó a estudiar los datos cuantitativos de la producción literaria y sus subdivisiones en los diversos campos del saber (Chartier 1994; Darnton 1996). Como la “historia social”, esta “historia del libro” era básicamente una historia cuantitativa que dependía de series documentales. Estas series le permitieron al historiador identificar los

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temas bibliográficos destacados en cada período histórico y sus distribuciones en diversos grupos sociales. Incluso parte de estos historiadores del libro se desviaron hacia una historia social del libro y, asumiendo una rica correspondencia entre el estudio de las categorías impresas, su evolución y su acogida entre las distintas clases socio-profesionales de la sociedad, establecieron divisiones y sub-divisiones sociales entre las “gentes del libro” y las “gentes ajenas al libro”. Otros se dedicaron desde una perspectiva microanalítica, al estudio de bibliotecas particulares de personajes memorables, con intenciones de asociar éstas con una corriente de pensamiento - político, económico y social - (Chartier 1994, 1996, 1998; Darnton1996). Sin embargo una importante pregunta -formulada originalmente por Roger Chartier- quedaba pendiente: ¿es este gesto -de la historia social del libro- suficiente para reconstruir una historia cultural? Argumentando que no es posible reconstruir una historia de la cultura a partir exclusivamente del conocimiento de la distribución de objetos materiales (como los libros), Chartier y sus seguidores se han propuesto estudiar las diversas prácticas sociales a través de las cuales los libros han sido aprehendidos, construyendo así un objeto de estudio que terminó por denominarse: “prácticas de lectura.” La lectura no puede entenderse como una respuesta simple o directa a la máquina textual. Los libros son sistemas de comunicación, por lo tanto no pueden ser sólo considerados por sus formas externas o por los temas que tratan, sino por el tipo de relaciones que generan en la sociedad, y las maneras que permiten el intercambio de saberes entre sus usuarios. La lectura es una práctica de la cual emergen significados e interpretaciones; es por eso, que estudiarla conlleva a analizarla como una práctica cultural que se vale de diversos instrumentos, que tiene lugar en momentos y espacios específicos, y que genera diversas representaciones, imágenes y motivaciones en los lectores (Cardona 1994).

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De esta manera, hemos dispuesto en el estudio de los libros, de los lectores y de las “prácticas de lectura”, nuestro primer acercamiento al problema; de manera que a través del análisis de los recorridos de los libros y del estudio de la presencia de diversas lecturas dentro de los grupos sociales, podamos entender los circuitos y la circulación de saberes que se conforman y se desarrollan en la sociedad, las restricciones que éstas despiertan y a las que están sometidos; y en fin, los significados y usos que rodean lo escrito dentro de las sociedades que viven a sus márgenes. En la culturas semi-alfabetizadas y alfabetizadas, el libro y la lectura tienden a funcionar como ‘espacios y actos’ de desplazamiento de una realidad cotidiana, automática, rutinaria y heterogénea de saberes colectivos y públicos, hacia una realidad no cotidiana, consciente, homogénea, especial e integrada por un conjunto de conocimientos circunscritos, que se aprenden, sobre los que se puede dudar y elaborar modificaciones ‘consciente’ e individualmente. El libro, en este sentido, es tanto contenido como continente. Es saber y objeto; los libros se insertan como continentes en la esfera de la vida cotidiana, asumidos, a su vez, como espacios de lo no cotidiano. Las prácticas de lectura -históricas, sociales, culturales-, entonces, resumen esa dialéctica que guarda el libro como contenido y continente. Conocer y comprender las prácticas de lectura en una sociedad nos lleva, en principio, a lidiar con dos fenómenos: los libros y las gentes. Por lo cual debemos contestar dos grupos de preguntas: ¿Quiénes leían y qué se leía en Caracas durante el siglo XVIII? Siguiendo la propuesta de Darnton de una historia externa e interna del libro, nos hemos dedicado a analizar inventarios de difuntos caraqueños (1770-1810) inventarios que través de un manejo cuantitativo de los datos obtenidos, nos han permitido construir una imagen de la presencia de los libros y de sus poseedores en Caracas durante la segunda mitad del siglo XVIII.

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Historias externas de los libros en Caracas durante el siglo xviii Los inventarios de bienes de difuntos se encuentran en la Sección de Testamentarías del Archivo General de la Nación (Caracas). Dicha sección, perteneciente hasta hace poco al Archivo del Registro Principal de Caracas, contiene los testamentos y los inventarios de bienes de los difuntos, de quienes fueron habitantes de la Provincia de Venezuela desde el siglo XVI hasta el siglo XIX. Nuestro primer acercamiento a dicha fuente se dio a partir de la consulta de los índices de testamentos (1770–1810), los cuales contienen, por orden cronológico, las listas de los nombres de las personas difuntas a las cuales se les siguió procedimiento testamentario y cuyos documentos han sido recopilados en estos tomos. A partir de estos índices llevamos un control de las existencias registradas para finales del siglo XIX -época en la que se llevó a cabo la encuadernación y el fichaje de los testamentos- y la totalidad de testamentos existentes y consultados en nuestro trabajo de investigación. De esta manera, podemos señalar que de los 1 152 testamentos registrados en los índices de testamentaría para el periodo de 1770-1810, fueron encontrados y consultados un total de 923 testamentos; es decir, un aproximado de 80% de los testamentos registrados originalmente. Por lo que, en relación con las existencias enunciadas en los índices, podemos considerar nuestro acceso a las fuentes como suficientemente representativo. Se trabajaron 727 testamentos caraqueños, de los cuales sólo el 12,5% presentaron inventarios de libros. Se registró un total de 91 inventarios, de los cuales 86 se correspondían con bibliotecas particulares, los cinco restantes eran inventarios de libros de pulperías, tiendas que vendían una vasta gama de artículos- que estamos considerando en el marco de otro proyecto sobre comercio de libros en la ciudad.

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Tabla 1. Relación de testamentos y bibliotecas (1770 -1810). Años

Testamentos

Testamentos

Inventarios

Núm.

consultados

en Caracas

con libros

libros

en Caracas

(títulos)

Provincia de Venezuela 1770-1779

114

90

21 (23,3 %)

545

1780-1789

192

151

25 (16,5 %)

497

1790-1799

263

203

25 (12,3 %)

922

1800-1810

354

283

20 (7,0 %)

964

Total

923

727

91

(80,1%)

(78,7%)

(12,5%)

2 928

Nos parece importante destacar que dentro del marco de nuestro trabajo hemos tomado, como universo absoluto, el total de testamentos que registran bibliotecas privadas. Para nuestro período de estudio encontramos 91 listas de libros de las cuales cinco pertenecían a inventarios de pulperías y tiendas, de manera que nuestro análisis de resultados y nuestros datos mantendrá como referencia las 86 bibliotecas privadas, y estas representarán nuestro universo de poseedores de libros. Así mismo, debemos tomar en cuenta una pequeña discrepancia en cuanto a los años estudiados para cada período: todos los lapsos cubren diez años, pero el último período comprende un año más (11 años) del resto de los lapsos estudiados, dicha discrepancia no compromete en demasía el resultado de la muestra y nos permite obtener una mirada general del total de las bibliotecas privadas inventariadas durante los cuarenta años previos al proceso independentista , el cual produjo importantes cambios políticos, económicos y sociales que dieron un carácter disitinto a las bibliotecas privadas.

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En cuanto al tamaño de las bibliotecas hemos elaborado un cuadro que nos permite comparar la cantidad de bibliotecas registradas con la cantidad de títulos guardados en ellas; de él hemos excluido aquellas bibliotecas de orden “genérico” en las cuales no se mencionan títulos de libros en específico sino en las que sólo se menciona, por ejemplo: “varios libros de devoción” o “47 libros varios, de diversas materias”; así el número de bibliotecas estudiadas disminuye, pero cuantitativamente se gana al obtener resultados más fiables.

Tabla 2. Número de Bibliotecas y número de libros por categorías sociales (Caracas, 1770-1810). Tamaño de las bibliotecas

No de bibliotecas Porcentaje de cada tamaño de bibliotecas de cada tamaño

1-10 11-30 31-60 61-100 101-150 151-210 211-280 281-360

34 24 11 9 2 – 1 2

40, 9 % 28, 9 % 13, 2 % 10, 8 % 2, 4 % – 1, 2% 2, 4 %

Totales

83

100 %

Porcentaje acumulado

69, 8 % 83, 1 % 93, 9 % 96, 3 % – 97, 5 % 100 %

Con los resultados de la tabla anterior podemos constatar que gran cantidad (el 40,9 %) de las “librerías” caraqueñas eran relativamente pequeñas, pues no pasaban de contener

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más de diez libros. Por otro lado encontramos que otro tanto (28,9%) de las librerías contienen entre 11 y 30 títulos, y esta cifra se reduce a menos de la mitad cuando nos referimos a bibliotecas de 31 a 60 títulos. Encontramos que se da una drástica y progresiva disminución en los abanicos según aumenta el tamaño de las bibliotecas; es decir, a medida que aumenta el número de títulos disminuye el número de bibliotecas. Es preciso considerar, por lo tanto que casi el 70 % de las librerías no contienen más de 30 títulos, lo cual es un alto porcentaje en comparación con otras ciudades europeas y americanas de la época (Alvarez Santaló 1984; Chartier 1998; Huarte 1955). Podemos sostener entonces que el tamaño de las bibliotecas caraqueñas del siglo XVIII es relativamente inferior al de otras ciudades europeas, pero tomando en cuenta el bajo nivel de alfabetización, la densidad de la población y la ausencia de imprentas locales, el tamaño de las bibliotecas de Caracas se corresponde con el contexto general de mundo del impreso en esta ciudad periférica de las Indias (Hampe Martínez 1993 y 1996; Millares Carlo 1970). Por otro lado hemos notado que a medida que se avanza hacia el final del siglo XVIII y principios del siguiente, el número de libros por biblioteca aumenta considerablemente -al doble-; en otras palabras, las bibliotecas de los “pocos lectores” poseen cada vez mayores cantidades de libros a medida que nos acercamos a la última década del siglo XVIII. Tomando en cuenta la distribución social de las bibliotecas, obtuvimos que las 86 bibliotecas registradas se distribuyen, dentro de cada categoría social, de la siguiente manera:

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Tabla 3. Número de bibliotecas y número de libros por categorías sociales (Caracas, 1770-1810). Estamentos

Núm. de bibliotecas (porcentaje)

Número de libros (porcentaje)

Clérigos Militares Nobles y hacendados Comerciantes Funcionarios Universitarios Baja condición Mujeres Sin definición

17 (19,7%) 6 (6,9%)

1 397 (47,7 %) 30 (1,0 %)

16 (18,5%) 12 (13,9%) 2 (2,3%) 7 (8,1%) 5 (5,8%) 12 (13,9%) 9 (10,4%)

705 (24 %) 252 (8,6%) 29 (0,9%) 232 (7,9%) 22 (0,75%) 123 (4,2%) 138 (4,7%)

Totales

86 (100%)

2 928 (100%)

De un total de 86 bibliotecas inventariadas, 17 (19,7 %) pertenecen a los “clérigos”; dicha cifra viene seguida por el grupo de los “Nobles y hacendados” en el cual el número de bibliotecas inventariadas llega a 16 (18,5 %), y muy cercana a esta cifra permanecen las de los grupos de los “Comerciantes” y de las “mujeres” –generalmente herederas de los bienes de sus esposos y las cuales no están definidas por estamentos ni categoría social en los testamentos–, los cuales poseen un total de 12 (13,9%) bibliotecas, respectivamente. Poco más baja es la proporción de bibliotecas pertenecientes al grupo los “universitarios” que posee un total de 7 (8,1%) bibliotecas, y al grupo de “Militares” con 6 (6,9 %) bibliotecas. El grupo de personas de “Baja condición” o “pobres” sólo contiene un total de 5 (5,8%) bibliotecas. Encontramos un

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total de 9 (10,4 %) bibliotecas cuyos dueños no fueron identificados dentro de ninguna categoría social, razón por la cual las denominamos “sin definición”. Ahora veamos con detenimiento la distribución temática de los libros dentro de las bibliotecas caraqueñas entre 1770 y 1810. Este análisis nos brindará una imagen global de los temas literarios más y menos frecuentes en la totalidad de las bibliotecas caraqueñas, así como las transformaciones que dichas distribuciones puderon sufrir a lo largo de estos cuarenta años.

Gráfico 1. Distribución temática de los libros (1770-1779).

Encontramos que para la década de 1770-1779 la categoría de libros religiosos predomina sobre todas las demás con un 53 %, lo que quiere decir que, -excluyendo el 17,43 % de libros que no se pudieron clasificar- esta materia ocupa el 64 % de los libros clasi-

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ficados. Por otro lado, todos los demás libros categorizados, pertenecientes a otros órdenes del saber apenas ocupan el 35 %. Entre ellos se destacan los libros de Derecho con 9 %, de Historia con 4,5 %, los diccionarios y las Gramáticas con 4 % respectivamente, y los libros de Filosofía y Medicina con 3% cada uno, el resto de libros pertenecientes a otros saberes no pasa de 2 %. Para la década de 1780-1789, el panorama empieza a cambiar: los libros religiosos siguen ocupando la categoría más importante, pero su presencia baja a poco menos de la mitad del total de los libros, pues ésta desciende en casi 15 puntos para colocarse en 49 %. Los demás saberes empiezan a cobrar un poco más de importancia, sumando casi el 51 % del total de los libros; entre éstos, los de Derecho llegan a sumar un 19 %, e igualmente se incrementa el porcentaje de libros de Gramática con 5 %, de Historia con 6%, de Bellas letras con 3%, así como los Diccionarios y los libros Clásicos.

Gráfico 2. Distribución temática de los libros (1789-1789).

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Luego tenemos que para la década de 1790-1799, la distribución de los libros en las distintas categorías del saber continua transformándose. La categoría de libros religiosos continúa descendiendo y ocupa sólo un tercio del total de los libros; de tal forma que, los libros categorizados, sólo ocupan el 41,2%, lo que quiere decir que el rubro se ha reducido a menos de la mitad. Los otros saberes han empezado a ganar campo dentro de las bibliotecas y ocupan ahora casi un 60 % del total de los libros categorizados. Dentro de estas categorías bibliográficas el panorama se ha transformado: los libros de Derecho siguen teniendo un lugar predominante, al igual que los libros de Gramática, de Historia y los Diccionarios, todos estos juntos llegan a ocupar el 30% de las temáticas. Los libros de Bellas letras, los de “Medicina y farmacia” y los de Política empiezan a cobrar importancia en estas bibliotecas privadas. Asimismo otras clases de libros prácticamente ausentes en las décadas anteriores empie-

Gráfico 3. Distribución temática de los libros (1790-1799).

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zan a presentarse con cierta regularidad, tales como los libros de “Ciencias Matemáticas”, los libros de Agricultura, los de “Artes Militares”, los libros de “Administración y Comercio”. En la última década de nuestro estudio (1800-1810) la situación anterior se mantiene, aunque con algunas variables. Los libros religiosos continúan ocupando el primer lugar pero sólo con el 34 %; por ende, en comparación con la primera década éstos se han reducido prácticamente a la mitad, y ese espacio que han dejado se ha colmado con libros de diferentes materias, los cuales ocupan ahora casi el 66 % del total. Visto así, encontramos que al confrontar la situación de 1770-1779 con la de 1800-1810, la relación entre los libros religiosos y los libros de saberes “profanos” se invierte completamente, quedando éstos últimos en una situación privilegiada frente a la progresiva reducción de los libros religiosos en las bibliotecas de los caraqueños.

Gráfico 4. Distribución temática de los libros (1800-1810).

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Estos primeros resultados del trabajo con las listas de libros de inventarios de bienes de difuntos en Caracas (1770-1810), nos han permitido construir algunas premisas interesantes. En primer lugar confirmamos que en las bibliotecas caraqueñas predominaba la presencia de libros religiosos que, en la primera década de estudio, ocupaban poco más de la mitad de todos los libros pero que, sin embargo, en la última década ocupaban apenas un tercio del total de libros. Así que aunque los libros religiosos continuaban ubicándose en el primer lugar, a medida que se avanza hacia finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, su presencia en las bibliotecas caraqueñas disminuye progresivamente dando lugar a libros contenedores de otros tipos de materias. En segundo lugar, los libros de Derecho, Gramática, Clásicos y Filosofía -entendidos como “saberes tradicionales”- también se encuentran entre los más frecuentes; sin embargo, a medida que se avanza en el tiempo, su proporción con respecto a las demás clases de libros deja de ser llamativa y se iguala a éstas, o incluso como en el caso de las gramáticas que descienden aún más todavía. Por último, los libros contenedores de saberes “modernos y prácticos”, como los de Ciencias Matemáticas, Agricultura, Administración y comercio, Educación, Misceláneas, Manuales y Artes militares, que a principios del periodo en estudio “brillaban por su ausencia”, empiezan a cobrar importancia a partir de la última década del siglo XVIII y comienzos del siglo siguiente, aunque nunca llegan a ser mayoría. Igualmente, los libros de Bellas letras, los Diccionarios, los libros de Historia, así como los libros de “Política y Gobierno”, que siempre se habían mantenido presentes, cobran progresivamente importancia y se destacan como los más frecuentes, después de los religiosos y de los jurídicos, para finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX.

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Las transformaciones del libro en la Caracas de finales del s. XVIII A partir de estos datos cuantitativos hemos avanzado la hipótesis de que para finales del siglo XVIII, dos fenómenos caracterizaron a grandes rasgos la transformación del mundo del libro en Caracas: 1) Hubo una creciente oferta y demanda de libros en la ciudad y 2) se dio un marcado aumento en variedad y cantidad del número de compradores y/o lectores. Con respecto al primer punto podemos señalar que a partir de 1750, la introducción de libros en la Provincia de Caracas, y específicamente en la ciudad, deja de ser promovida únicamente por la Institución eclesiástica y sus representantes, y esto empieza a ser también frecuente entre personas particulares que disponían de los medios para importar libros. Principalmente, los nobles, los funcionarios de la Corona, los grandes hacendados y propietarios de casas-tiendas en la ciudad, las personas pertenecientes a distintos grupos profesionales y los comerciantes comenzaron a interesarse, cada vez con más frecuencia, en el encargo de libros con el fin de suplir sus bibliotecas de más cantidades de libros sobre nuevos temas literarios y de formalizar en el contexto local una suerte de movimiento de “desacralización” del libro, lo cual ya se había iniciado en Europa varias décadas antes (Bouza Alvarez 1992; Chartier 1994 y 1998; Petrucci 1990). Durante el último tercio del siglo XVIII, el número de impresos importados, vendidos, prestados y circulantes en la ciudad de Caracas fue bastante mayor que en décadas anteriores: se hicieron más encargos desde la ciudad y más envíos desde la Península, se formalizó un pequeño mercado de libros protagonizado por bodegueros, mercaderes y pulperos, y se abrieron y ampliaron diversas vías para la adquisición de libros por parte de los habitantes de la ciudad (compras, remates, préstamos, robos). También surgieron nuevos lugares para el libro, en las Iglesias, en el Seminario y

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en la Universidad, por ejemplo, se formalizaron y ampliaron los espacios de los libros, y en las casas privadas se dispusieron nuevos espacios (el bufete, el escritorio) para su colocación y su resguardo, y se hicieron más comunes los grandes y extensibles muebles de librería. En fin, el libro, como objeto, empezó a ocupar nuevos espacios sociales, encaminándose hacia una incontenible transformación que lo sustrajo de la hegemonía del contexto religioso para dispersarse hacia nuevo contextos. Uno de los factores que incidió en esta transformación de los libros en la sociedad caraqueña fue, claramente, la Ilustración. En el caso de los Reinos de las Indias, es más apropiado hablar de “movimientos ilustrados” que de “Ilustración”, pues fueron varias las formas en que la “Luces” se transportaron a estas tierras. En la Provincia de Caracas estas “luces” se expresaron en diversos ámbitos (políticos, económicos, sociales) de la realidad. La adquisición de formas de vida y diversas relaciones con la realidad características de la Europa del siglo XVIII, implicó también la adquisición de los objetos que estas formas y prácticas sugerían. Con ello queremos decir que cuando se importaban maneras de pensar, estilos de vida y prácticas cotidianas que, luego, se adaptaban al contexto criollo, se importaban, también, ropas, muebles, libros, y objetos suntuarios y “afrancesados” que acompañaban a dichas prácticas. El interés progresivo por libros de diversas materias no exclusivamente religiosas tuvo que ver con esta tendencia, y con la consideración de los libros como herramientas de acceso al saber, sobretodo, al saber de la razón. La mejora económica de la Provincia de Caracas caracterizada por el impulso del comercio exterior y la estabilización del mercado interno permitió la adquisición de mayor cantidad y nuevos tipos de bienes por parte de diversos grupos sociales, que desarrollaron “formas de vida” más acomodadas y coherentes con las europeas del momento. La diversificación de la base económica de la Provincia a través de la plantación de diferentes productos

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agrícolas (el cacao, el café, al añil y el algodón) y la alta demanda de éstos en el mercado europeo, las nuevas políticas comerciales implantadas por el Imperio y las frecuentes liberalizaciones comerciales, significaron la entrada de mayor circulante y de mayor cantidades de productos para el comercio interno que enriqueció notablemente a los grupos sociales relacionados con estas actividades, las cuales no dudaron en copiar y adaptar las tendencias culturales en el contexto criollo (Aizpurúa 1988; Amodio 1998). Por todo lo dicho podemos afirmar que el libro sufrió un complejo proceso de transformación, caracterizado a través de diversos movimientos: en primer lugar, el libro dejó de entenderse como un objeto adscrito exclusivamente a determinados espacios sagrados o “especiales” como la Iglesia, el Convento y el Seminario, y empezó a considerarse dentro de los espacios públicos como las tiendas y las pulperías; y los privados particulares como las casas. Dejó de ser considerado un objeto adscrito a una comunidad en especial (religiosos, estudiantes, profesores) y se abrió, a través de un original mercado, a un público mucho más numeroso y diverso. Esta expansión social de los libros también se inserta dentro del proceso de “desacralización” del libro, pues al dejar de ser un objeto “especial” e intocable -perteneciente exclusivamente a un grupo particular que lo utiliza, lo controla y lo difunde- y al hacerse accesible a varios grupos sociales -que evaden los controles- el libro perdió su sentido “sacro” y se volvió un objeto profano, cercano, relacionado con la realidad tangible, y expresión de conocimientos vinculados a esa realidad, aun cuando fuera lejana, pues no podemos olvidar que el tardío establecimiento de la imprenta en la ciudad, impidió la difusión impresa de saberes locales, y colocó al libro como instrumento del imperialismo cultural. El establecimiento de la imprenta en la ciudad de Caracas se autorizó a finales de la primera década del siglo XIX, con fines de apoyar los intereses de una monarquía en crisis (Grases 1967), pero el pro-

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ceso de independencia venezolano terminaría por apoderarse de ésta y de otras imprentas, y logró, hacia mediados del siglo XIX, un segundo movimiento transformador del libro, y del impreso en general, que se expresaría en la tropezada configuración de una república de las letras, y en la configuración de la lectura y la escritura como prácticas del saber indispensables para la formación de la Nación (Anderson 1991).

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