Bebuquin o los diletantes del milagro

June 3, 2017 | Autor: Cristian Camara | Categoría: Carl Einstein, Vanguardia
Share Embed


Descripción

1

Bebuquin o los diletantes del milagro Carl Einstein Antonio Machado Libros, Madrid, 2011 138 páginas. 9’90 euros Edición, traducción y notas de Juan Andrés García Román En los últimos años se ha producido un esfuerzo encomiable por recuperar en ediciones accesibles textos clave de la narrativa de las vanguardias históricas. Por poner algunos ejemplos, del lado del asombroso raudal hispanoamericano se ha publicado la producción de Macedonio Fernández, Felisberto Hernández, Martín Adán, César Vallejo, Juan Emar o Pablo Palacio, y del de la vanguardia europea las prosas de Apollinaire, Blaise Cendrars, Bruno Schulz, Hugo Ball, Walter Serner, Max Jacob, Ilya Ehrenburg, René Crevel, Gertrud Stein o Viktor Sklovski. Si se añaden a estos otros nombres que por lo general estaban más asentados, como los de James Joyce o Robert Musil, resulta que ahora podemos hacernos una idea mucho más clara de la fisonomía de este periodo, caracterizado por las búsquedas formales, la ruptura de todas las convenciones, el experimentalismo a ultranza. No deja de ser curioso, por este motivo, que este rescate editorial haya tenido hasta el momento una incidencia tan inapreciable en la narrativa joven que se realiza en este principio de siglo, incluso la que más se confiesa explícitamente deudora de estos maestros. En su abrumadora mayoría, los productos de la narrativa actual efectúan una recuperación centrípeta, decorativa, de aquellas disoluciones y juegos, que tienden a reintegrarse en esquemas globales novelescos de signo claramente conservador. Esto es seguramente por muchos motivos, pero sin duda entre ellos cabe señalar el de la aplicación generalizada de parámetros de lectura que, en lo sustancial, son ajenos a la intención inicial rupturista que orientó en inicio las prácticas literarias vanguardistas. En nuestra opinión, algo que tiene de bueno la aparición de la novela Bebuquin o los diletantes del milagro, del escritor, crítico de arte y activista político Carl Einstein, es ilustrarnos acerca de cuáles fueron tales parámetros alternativos, incluso hasta un punto en el que ya no cabe llamarse a engaño. Se podría encarar la reseña de la novela Bebuquin o los diletantes del milagro desde tres contextos problemáticos: el de la relación de Einstein con el expresionismo alemán, el de su relación con la teoría estética posterior del autor y el de su relación con la poética novelesca general de las vanguardias, que en parte está todavía por esbozarse. Einstein fue un protagonista destacado de los ambientes iniciales del expresionismo berlinés, y esta novela se publicó por primera vez en su forma definitiva en la revista Die Aktion de Franz Pfemfer. En su aspecto exterior, la obra presenta preocupaciones temáticas y formales coincidentes con las difusas concepciones expresionistas, como la fascinación por la ciudad, lo cirquense o lo deforme, y un pathos atormentado impermeable a todo atisbo de ironía. Pero esta aproximación más bien puede conducir a errores, y la propuesta einsteniana es en su raíz opuesta a los resabios románticos que en buena medida dan forma a la estética del movimiento alemán. El conflicto de subjetividad y mundo, sobredeterminante en las producciones expresionistas de la primera hora, no juega ningún papel en una novela que no tiene ningún elemento de introspección o autoconocimiento, y que sitúa la conciencia más bien en el interior de otros juegos de relaciones. La periodización estrecha de los movimientos de las vanguardias y su sucesión reglada, pues, tal como la hemos heredado de manuales seminales como el de Mario de Michelis, volvería a plantear aquí dificultades insalvables, de las que no se puede decir que haya sabido librarse del todo el prologuista de esta edición.

2

A nuestro juicio, la veta hermenéutica más explosiva de la novela ha de encontrarse en su relación con la teoría estética del autor, que estaba fraguándose por esas mismas fechas. Es imposible olvidar que textos como La escultura africana (1914) o El arte del siglo XX (1926) son considerados sin discusión entre las más importantes reflexiones críticas sobre el significado de las prácticas artísticas de vanguardia. Resumiendo de manera salvaje la cuestión, se podría decir que el formalismo de Einstein elabora una teoría sobre la autorreferencialidad del arte. Para buena parte de los giros lingüísticos de la época, como la pintura abstracta de Kandinski, cuyo Lo espiritual en el arte apareció en la misma fecha que el texto de Einstein (1912), la suspensión de la referencia mimética, y la consiguiente focalización sobre los componentes formales, era un modo de recuperar de un modo incluso más acendrado la trascendencia metafísica, que se considera como la tarea inobjetable del arte. Einstein rechaza de un modo brutal semejante «esteticismo» como un atajo indecoroso que conduce al mismo idealismo que ha orientado ininterrumpidamente las concepciones estéticas en occidente durante dos milenios: «Tan extraño como pueda parecer a primera vista, en Carl Einstein la exigencia formal se identifica estrictamente con una exigencia de descomposición de la forma. Desde 1912, Einstein proclamaba que no existe forma que no sea al mismo tiempo violencia» (G. Didi-Huberman). El Bebuquin anticipa todas las intuiciones y nódulos mayores de la doctrina einsteniana, permite aprehenderlos en un cierto sesgo ficcional y como en estado naciente. El arte tradicional y simbólico se concibe como una respuesta al terror a la muerte y el dato insuperable de la finitud: «Muerte, tú eres el padre de la procreación y nos concediste a nosotros los hombres todo lo finito (…) y nosotros nos protegemos de ti con lo intemporal, con ideas metafísicas, con afán de totalidad. Pero quizá son esas tus formas más bajas» (121); «El horror se apoderó de él al pensar en aquellas cosas que siempre deseaban engullirlo y al entender que aniquilaba las cosas con la maquinaria de la simbología y que la realidad sólo existe en tanto que es aniquilada. Precisamente en ello encontró una justificación de lo estético en general» (50). Empieza a vislumbrarse una noción de la historicidad de las formas que colapsa cualquier teleologismo, apaciguado a la vez que la conceptúa como conflicto o lucha: «Los capaces transforman el pasado en imitación del presente y el futuro» (115); «Existen mundos lógicos que se combaten y de cuyo enfrentamiento nace lo alógico (…) Pero lo uno no existe; por el contrario, sí existe una tendencia a la unificación. Y sin embargo, cuantas cosas aspiran a la divergencia» (60-104). Frente a todas las tendencias reactivas e inmovilizadoras, la tarea del arte es por tanto la de introducir la mayor cantidad de divergencia en la realidad, desintegrar los mundos perceptivos solidificados y ponerlos en transformación permanente: «Estoy entrenado para encontrar la negación donde se encuentre (…) Lamento que arte y filosofía se hayan impuesto como labor devolver lo fragmentario como forma de reposo. Nuestro consumo energético debe funcionar según hábitos desintegradores» (63). En definitiva, se trata de una desembocadura extrema de la noción romántica de arte como origen de lo real, en tanto que transgresión formal: «La forma alumbra nuevos objetos» (67). Bebuquin o los diletantes del milagro es por ello una anti-novela, inanalizable desde los parámetros de una narratología de la continuidad o la unidad, que toda la narrativa de las vanguardias pugna por desvencijar en sus articulaciones más mínimas. Su contenido episódico se reduce a algunas escenas de la vida bohemia, completamente irrecuperables en términos de temporalidad causal subyacente, y otras hacia el final en las que como redoble de tambores se introduce un componente de grotesco cósmico. En su mayor parte, el texto se compone en exclusiva de los discursos más o menos deshilvanados de los personajes. Si hubiese que buscarle una genealogía, estaría

3

conformada por textos de una ilustre tradición de literatura gnómica desaforada como el Zaratustra, El matrimonio del cielo y el infierno, la Lucinda y Zoo o cartas no de amor, aunque seguramente existen razones para considerarlo inferior a todos ellos. Carl Einstein, es justo confesarlo, no fue un novelista genial, como lo fueron Bruno Schulz o Macedonio, pero junto con Viktor Sklovski fue el teórico más perspicaz de su época. No cabe duda de que este será el motivo por el que esta novela encontrará a sus lectores. Esta estética vanguardista, pues, concede un lugar fundamental a la actividad artística como vía de salida de la situación espiritual del nihilismo moderno. La poética vanguardista de la forma, como se sabe, fue suplantada muy pronto desde dentro por la metafísica estética del surrealismo, que era más bien su parodia, y de ahí seguramente proviene todo lo mal que nos ha ido. Leer atentamente a Carl Einstein puede ser una manera para evitar hacer de la experimentación un mero elemento decorativo del significado. Cristian Cámara Outes

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.