Bárbaro Rivas: algunas observaciones de su vida y obra

July 12, 2017 | Autor: L. Castillo Herrera | Categoría: History, Art History, Biography, Historia, Ciências Sociais, Arte
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HumanArtes. Revista Electrónica de Ciencias Sociales y Educación Año 3, N° 6, enero – junio 2015 www.revista-humanartes.webnode.es Recibido: 5/4/2015 Aprobado: 2/6/2015

BÁRBARO RIVAS: ALGUNAS OBSERVACIONES DE SU VIDA Y OBRA Luis Fernando Castillo Herrera Instituto Pedagógico de Caracas. UPEL Caracas, Venezuela [email protected]

Resumen Las páginas del arte en Venezuela se encuentran minadas de grandes figuras, el siglo XIX vio nacer notables maestros del caballete, no obstante, al finalizar el siglo XIX y en pleno albor del XX, Bárbaro Rivas verá la luz de la vida sin imaginar siquiera que su nombre estaría inscrito en el arco triunfal del orbe pictórico nacional. En este sentido, el presente trabajo busca examinar el carácter artístico inmerso en el trabajo del petareño Bárbaro Rivas, destacando no sólo los aspectos más relevantes de su trajinada vida, sino además el significado simbólico de alguna de sus obras, donde se apreciaran los tres ejes temáticos, religión, autorretratos y aspectos vivenciales de Petare. Palabras claves: Bárbaro Rivas, arte ingenuo, Petare.

Abstract The pages of art in Venezuela are mined in large figures, the nineteenth century saw notable hip teachers, however, in the late nineteenth century and in the dawn of the twentieth, Bárbaro Rivas see the light of life without even imagining that his name would be inscribed on the triumphal arch of the national pictorial world. In this sense, this paper seeks to examine the artistic nature immersed in the work of petareño Bárbaro Rivas, highlighting not only the most important aspects of your life complicated but also the symbolic meaning of some of his works, where the three axes appreciate thematic, religion, self and experiential aspects of Petare. Keywords: Bárbaro Rivas, naive art, Petare

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Introducción Referirnos al arte pictórico venezolano implica recordar notables personalidades que han hecho resonar el escenario artístico nacional e internacional, como ecos en el tiempo retumban los nombres de Juan Lovera, Arturo Michelena, Cristóbal Rojas, Martín Tovar y Tovar, Armando Reverón, entre otros tantos que harían una lista más que interminable. En aquel extenso listado de nombres y apellidos, se encuentra uno muy particular, el cual merece ser despolvado y dejar brillar con su propia y autentica luz, se trata de, Bárbaro Rivas, el oriundo de Petare, el hombre que impactó a los críticos con su estilo naif de ver el mundo. Una cantidad importante de individuos destacados en el mundo de las bellas artes, como Miguel Von Dangel, Francisco Da Antonio, Alfredo Boulton o Juan Calzadilla, concuerdan en el virtuosismo innato de Rivas, además de su capacidad para lograr revolucionar el mundo sin una preparación formal. Un hombre analfabeta que conquistó y removió los cimientos del arte venezolano, dejando una huella que puede ser ignorada pero jamás sepultada o borrada. Mediante el arqueo bibliográfico de rigor, es posible apreciar la producción significativa de obras dedicadas al iluminado de Petare. Sin embargo, esa producción ha estado ceñida al examen, o más bien recuento de su tortuosa vida, la cual por si sola ya exige un necesario y profundo examen. En esta oportunidad, el norte investigativo va más allá de la biografía del notable hombre. Siendo de un interés mayor la revisión simbólica, estética y religiosa de su obra, así como el potencial narrativo que ésta alberga. De esta forma el presente escrito, está centrado en un objetivo general el cual es; Analizar el mensaje visual del petareño Bárbaro Rivas a través de su densa obra pictórica. Seguido de tres 127

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objetivos específicos a) Conocer los aspectos fundamentales de la vida del artista Bárbaro Rivas como claves de su expresión pictórica, b) Describir los elementos propios del arte naif

como genero

pictórico, c) Comprender los elementos simbólicos plasmados en la obra de Bárbaro Rivas. Son estos los objetivos que han guiado los rumbos de ésta sucinta investigación, que más allá de estar acabada, concluida o cerrada es simplemente la obertura al estudio pictórico de varios de nuestros notables y tristemente olvidados artistas plásticos locales y regionales, siendo Bárbaro Rivas un ejemplo latente de ello.

Un petareño entre sueños y tormentos El arte lo podríamos calificar como la fugaz maravilla del ser humano. Es ir más allá del cerco impuesto y aceptado por las caprichosas reglas de la sociedad. El arte y su protagonista el artista, responde irreverentemente ante la apatía, monotonía y frialdad de lo común. El arte redime al hombre, lo transforma y lo lleva a lo más profundo de su ser, convierte a la creación divina, en un pequeño y mortal creador. Las líneas precedentes describen simbólicamente a Bárbaro Rivas, el singular petareño ve la luz de la vida el 4 de diciembre de 1893, hijo de Prudencio García y María del Carmen Rivas de quien obtendrá el apellido con el cual pasará a la inmortalidad. A pesar de haber nacido en Petare, será El Caruto donde se desarrollará la infancia del futuro artista. Aquel lugar, escenario de futuras inspiraciones es reconstruido imaginativamente por Reyes-Torres: Muy cerca operaban los trapiches de La Urbina, Marrón, Moreno y Arevalo. También existieron potreros con sus puntas de ganado que andaban y desandaban los cerros. A poca distancia del barrio pasaba el torrente fuerte del río Guaire y, un poco más allá, desembocaban en él las cristalinas aguas del río Caurimare. Para ir a Maiquetía o hasta 128

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Ocumare se podía tomar el tren. Y cerca del lugar donde se encuentra el Hospital Pérez de León estuvo una estación ferroviaria. (Reyes-Torres, 2011, p.14) Un escenario de múltiples elementos que más tarde cambiará drásticamente, sin embargo, mientras estuvo incólume sirvió como el modelo y paisaje idóneo para Bárbaro Rivas. La formación educativa formal de Rivas será menos que inexistente, “…nunca asistió a la escuela ni nadie de su familia le enseño a leer y escribir” (Ob., Cit p. 15). Pese a provenir de un núcleo familiar donde existieron los elementos para un mediano desarrollo educativo, éste nunca llegó a materializarse. El padre de nuestro artista, fue boticario y director de la Banda Municipal de Petare. Estos elementos permiten imaginar que don Prudencio García de haberlo deseado hubiese dedicado esfuerzos en la formación de su retoño. Al preguntarnos sobre las causas de la negada educación al joven, debemos tomar en cuenta la aún fuerte y pragmática influencia religiosa imperante en Venezuela, que lentamente entrará en el siglo XX. Don Prudencio y doña Carmela, no estaban casados, razón por la cual Bárbaro no recibe el apellido paterno, y en cierta medida desliga al padre de otorgarle educación formal al hijo. Pronto don Prudencio contraería matrimonio con otra mujer, de aquella unión surgirá por otro lado el espíritu religioso del joven Bárbaro, doña Daniela Suárez su madrastra, poseía un innegable apego y amor a las santas escrituras, la palabra de Dios era un legado que necesariamente debía ser respetado y trasmitido a las nuevas generaciones. Es de esta manera, como Bárbaro Rivas entrará en contacto con el mensaje sagrada. Aquellos encuentros donde las líneas bíblicas eran las protagonistas, pudo representar el escenario idóneo para inculcarle las primeras letras al futuro artista. No obstante, el joven petareño estuvo alejado del conocimiento de la escritura y la lectura. Podríamos imaginar que aquel muchacho, producto de una 129

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unión carnal no bendecida por el Altísimo debía en primer lugar salvar su alma antes de conocer y manejar los requerimientos académicos mundanos (Ídem). De esta manera, ayer como hoy el desconocimiento y la ignorancia relegan al individuo a trabajos manuales inestables, además de quedar en desventaja ante el resto, propenso a las artimañas y trampas de la sociedad. El analfabeto, queda a merced de quienes requieren su mano de obra barata y sin el más mínimo sentido del valor monetario, estos son seducidos con facilidad. Esta será la situación de Bárbaro Rivas, el niño que pronto pasa a la condición de hombre trabajador. Cabe destacar que la condición de Rivas era una muestra de las vicisitudes de una Venezuela rudimentaria, con poca aproximación a los elementos culturales, donde la férrea presencia del hombre del puño de hierro Juan Vicente Gómez, gobernaría de manera implacable, reduciendo a la intelectualidad en disidentes o lacayos políticos, prestos a justificar la presencia del benemérito en el solio presidencial. Bárbaro Rivas en consecuencia, estaría alejado de cualquier taller, técnica o concepción artística. De hecho sus primeras incursiones laborales serán variadas y desconectadas del mundo pictórico. Se desempeñó inicialmente como banderero de ferrocarril, albañil, pintor de brocha gorda, entre otros quehaceres dignificantes, empero, desligados de la pasión artística y creadora. No obstante, el empleo en el ferrocarril le permitía apreciar nuevos paisajes, nuevas sensaciones que más tarde fungirán como materia prima para sus obras. El analfabetismo y la inestabilidad laboral se adherirían al alcoholismo, Bárbaro Rivas sucumbirá ante la tentación de la bebida, que pronto le traerá fuertes crisis que lo demolerán. La primera de aquellas crisis, se registran en 1937, ya pintaba uno que otro cuadro de pequeñas dimensiones. Se

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estima que aquella crisis se deba a su despido como banderero en el ferrocarril. Trabajo que lo mantenía ocupado y lo hacía parte útil de una confusa sociedad. Tras la recuperación bajo los cuidados de su hermana, pintaría La fábrica de Chocolates (1937). Trabajaría en otros cuadros, pero, sumido en las seductoras y embriagantes fauces del alcohol. En 1949, se daría el encuentro más importante en la vida de Bárbaro Rivas, esta fecha dará inicio al recorrido y reconocimiento artístico del ingenuo petareño. Un joven artista de nombre Francisco Da Antonio, reconocería a primera vista el talento de aquel desaliñado hombre: ¿Qué motivó el interés de Da Antonio por Bárbaro Rivas? (…) es posible que Da Antonio haya estado expuesto a lecturas que representan un cuerpo de textos más amplio, donde se relaciona el modernismo con el arte ingenuo. (Gamboa, 2013, p. 19) Da Antonio reconocería la calidad artística de Rivas, en medio de un encuentro aparentemente intrascendente, el joven artistas observaría una escena bíblica pintada en una bolsa de papel que portaba el petareño, el intrigante estilo pictórico conectaría automáticamente al jovial Francisco con el carismático personaje. Reyes-Torres (2011) destaca que: Para el momento en que se produjo dicho encuentro, Bárbaro no se hallaba en su mejor momento. Debido a eso, el empeño de Da Antonio en visitarlo y conocer sus otros trabajos se estrelló contra la férrea oposición del artista. (p. 25) Aquel encuentro dejaría grandes resultados, sin embargo pronto el artista quedaría sumido en una nueva crisis provocada por el alcohol, dejaría de pintar y la miseria lo bordearía. Pese a ello, un halo de luz lo cubriría una vez más. Al contar Rivas con sesenta primaveras daría inicio a su vida (artística) donde los sueños plasmados en los pequeños cartones empezarían a brillar. Ya Francisco Da Antonio había realizado un inventario de las obras realizadas hasta ese momento por Rivas, contando un total de veinte pinturas, de las cuales comenta Reyes-Torres sólo sobrevivieron nueve.

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Para el año de 1954, se cernían comentarios impropios en torno a la existencia de un nuevo artista. Algunas auras mal intencionadas aseguraban que la figura de Bárbaro Rivas era inexistente, una invención fantástica, ante aquellos llamados de incertidumbre Francisco Da Antonio buscó mostrar la efigie del maestro ingenuo, y el 25 de abril de 1954, se publicaba un artículo de prensa que revelaba el misterio del artista petareño. La estocada que terminaría por exponer al hombre adusto y sencillo sería la pequeña exposición organizada por Francisco Da Antonio en un local del pueblo de Petare llamado Bar Sorpresa, aquella exposición nombrada Siete pintores espontáneos y primitivos de Petare, fue el escenario propicio para que el mundo del arte local conociera al nuevo integrante del Olimpo artístico venezolano, el 23 de febrero de 1956 es una fecha significativa en la vertiginosa vida de Bárbaro Rivas. A partir de aquella presentación pública donde era posible visualizar al creador con sus creaciones, se iniciaría una época de luces brillantes para el artista. Los laureles se posarían en las sienes de Rivas, primeramente se le otorgaría el Premio Arístides Rojas, lauro entregado de forma unánime por el jurado del XVII Salón Oficial Anual de Arte Venezolano, entre los miembros del jurado cabe señalar la presencia de notables hombres del orbe académico y artístico como Manuel Cabré, Alfredo Boulton y Arturo Uslar Pietri. Seguidamente, ese mismo año el Museo de Bellas Artes en Caracas exponía cerca de cuarenta obras, reuniendo piezas realizadas por Rivas entre los años 1926 y 1956. Sin embargo, el momento fulgurante de la vida artística de Bárbaro Rivas estará dado por su premiación en la IV Bienal Sao Paulo. Es menester destacar que en aquella oportunidad solo Bárbaro Rivas recibió mención honorifica de los artistas ingenuos que se dieron cita.

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El inició de su vida artística tiene una obertura quizás muy tardía. Rivas contaba con sesenta y cuatro años cuando recibe su premiación en tierras cariocas, esto poseía una significación de gran peso, pronto el cansancio físico sumado a otra vicisitudes golpearan el genio creador. Entre la sucesión de hechos desafortunados encontramos el incendio de su casa en Petare. Aquella no sería sólo una estructura física, ese lugar devorado por las llamas, representaba el espacio místico y especial donde el artista se sentía gustoso para dar rienda suelta a la creatividad. A pesar de habérsele otorgado una nueva morada Rivas nunca estuvo cómodo en aquella nueva pero extraña vivienda, así lo refiere Calzadilla (1976): …le resultaba difícil acostumbrarse a esa nueva casa de platabanda, demasiado clara, con sus ventanales de cristal que dan para la calle, sobre la vista del río, y por donde entra una luz excesiva (p. 16) Pese a ese nuevo escollo en su vida tan trajinada, recibirá una vez más en 1960 el Premio Arístides Rojas, por su magnifica obra El ferrocarril de La Guaira (1959) obra que podríamos calificar como una de las más excelsas del artista. Durante ese lapso temporal, se corren rumores de la explotación que sufría Bárbaro Rivas por aquellos que se llegaron a considerarse como sus marchand. Se hablaba de la explotación del petareño, que explica el crecimiento de su producción artística, no obstante, Von Dangel (1994) comenta aquella aparente extorción a Rivas como un elemento más bien mítico: “Es buena pues la oportunidad para romper, al menos en parte, con el mito de la rapiña a Bárbaro como se ha manejado…” (p. 26). Para el Miguel Von Dangel, no existió tal voracidad que acabó con Bárbaro Rivas, sino más bien un mar de confusión y malos entendidos. Por su parte, Fábregas (1967) relata y mantiene la existencia de acciones irregulares que llegaron ha ocurrirle a Bárbaro Rivas, como es el caso de la pensión de trescientos bolívares que se le había otorgado: 133

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Bárbaro Rivas parece resignado a que todo el mundo lo estafe. Cuando, poco tiempo antes de ingresar al hospital, se le preguntó si le llegaba puntualmente su pensión, dijo que a él le entregaban 50 bolívares y a su hermana 30. O sea, que de los 300 bolívares solo le llegaban 80. (p. 49) La década de los sesenta será la última para Rivas, donde hará emerger obras como La palomera (1960), Crucifixión (1961), Lo que esperan (1962) y La huida a Egipto (1964). Este periodo se caracterizó por un ímpetu mayor hacia la temática religioso, y autorretratos más sombríos, oscuros llenos de un aparente dolor interno, señalados por la relativa ausencia de color, en oposición a su estilo colorido de otrora: Casi llega a prescindir del color y comienza a valerse del blanco y negro, utilizando también grises intermedios. La composición se vuelve virtualmente plana y aparecen zonas muy abstractas, franjas y elementos geométricos que determinan a los perfiles de las casas o las líneas de la perspectiva, horizontes, calles y calzadas. (Calzadilla, 1974, p. 461) En 1967 Bárbaro Rivas debe ser ingresado al Hospital Pérez de León ubicado en Petare, ya se encontraba en un estado bastante inconveniente, su condición de vida no había cambiado “La casa (donde habitaba) es pobre. No tiene agua. Rivas está enfermo. Con dificultad para moverse (encima de la cama, un cordel le sirve para ayudarse en sus movimientos)” (Carrasquel, 1965, p. 47). Era esa la realidad del pintor petareño años antes de su muerte. Tres meses del año 1967 serían los últimos para Bárbaro Rivas, internado en el Hospital Pérez de León desde febrero de aquel año por complicaciones reumáticas. El 12 de marzo la luz ingeniosa se disipará en la habitación de aquel centro médico. Llegaba a su fin la vida de un hombre sencillo, talentoso, con una ingenuidad natural, que lo convirtió en victima en muchas ocasiones. Sin lugar a dudas Rivas dejó una impronta imborrable en el mundo artístico venezolano.

Arte naif, más allá de la ingenuidad 134

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Revisar el denominado arte ingenuo implica apreciar un estilo pictórico de características propias, con sentidos y abstracciones singulares, donde el artista representa libremente y en apariencia desatado de los distintos dogmas o cánones técnicos del arte. Para Da Antonio (1974) el artista ingenuo simboliza un milagro que “consisten en dar respuesta de la manera más simple y natural del mundo a todos aquellos problemas que confronta y resuelve la plástica de los grandes maestros…” (p. 5). Por su parte, Marco Gamboa afirma que no todo aparente artista ingenuo o primitivo puede ser interpretado como tal, su argumento se encuentra sustentado en la existencia de individuos formados para la producción de obras de corte ingenua pues este género también posee un público y una demanda comercial. Si nos apegamos pragmáticamente a los conceptos, el artista ingenuo representa una existencia excepcional una “rareza” del arte. En este sentido, existe una diatriba en torno al carácter pictórico de Bárbaro Rivas, para Rial (1993), Rivas representa no un artista ingenuo sino primitivo, partiendo del hecho que sus obras poseen una intencionalidad, posee una carga simbólica, una expresividad preconcebida por el artista, no encajando con la idea sencilla y desprendida de intencionalidad propia del ingenuísimo. Sin embargo, Salvador (1992) califica abiertamente de ingenuo el trabajo de Rivas pues éste partía: …en todo momento al margen de la “belleza” tradicional, en franca rebeldía frente a las normas connacionales sobre el uso del lenguaje pictórico y el tratamiento de formas y espacios. Por instinto y por talante fue (en elocuente coincidencia con su propio nombre) un autentico bárbaro en arte (p. 6). Ante las distintas ópticas, podríamos aventurarnos a explicar que el artista ingenuo o naif si bien se encuentra en la periferia del arte moderno, logra envolver con su simpleza una gran cantidad de ideas y símbolos que narran lo común, que relatan la historia cercana, parroquial o local. El artista naif suele

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conectar su creación con la realidad vivida, explica a través de la visión más sencilla las complicaciones, estructuras y desestructuras de la decadente sociedad.

El onírico mundo de Bárbaro Rivas El mundo construido por Bárbaro Rivas es una adecuación fantástica de la realidad, ese onírico mundo gira en torno a tres variables fundamentales, en primer lugar la concepción religiosa de la sociedad, para Rivas el carácter religioso y bíblico es imperante, no puede entender su escenario vivencial sin los mensajes aleccionadores de la biblia. La segunda variable, esta representada por la búsqueda de su identidad a través de una gama de autorretratos. Finalmente, la representación del espacio físico donde se desarrolla su vida se presenta como la tercera variable donde es posible observar su particular forma de apreciar Petare. De esta manera, el factor religioso cobra auge en la vida del artista petareño, como pudimos apreciar en el primer acápite, Rivas desconocía las primeras letras, se trataba de un iletrado total. Empero, conocía los aspectos religiosos con gran determinación y ese conocimiento lo exponía en sus obras. Escenas vibrantes como la última cena y la crucifixión son temas predilectos del artista. La forma más expedita para lograr organizar las obras de temática religiosa en Bárbaro Rivas es mediante la ubicación de cuatro grandes ejes representativos. Tal y como lo refiere Fanny Peña, la obra de éste artista se resume en pinturas cristológicas, mariológicas, de santoral y devocionales. De esta manera, las cristológicas representan la vida pública y privada de Jesús, así como su pasión y muerte, las mariológicas exponen las imágenes de la virgen María. De seguida, las de corte santoral exponen la silueta de algún santo de la orden católica, mientras que las devocionales plasman las fiestas y costumbres propias del catolicismo. 136

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En este sentido, revisemos a continuación algunas características del mundo imaginado por Bárbaro Rivas. San Juan y el niño es una obra de 1954, donde Rivas transforma la representación pictórica del artista español Bartolomé Murillo, como lo menciona Calzadilla (1974), es “…una versión ingenua de Los niños de la Concha de Bartolomé Murillo, que el artista petareño había visto en una postal y traducido libremente, modificándolo bastante, a su peculiar estilo” (p. 32). La obra tiene varios elementos a destacar, en primer lugar representa uno de los pocos trabajos donde emplea acuarelas, los espacios se encuentran expuestos con gran sincronía. En segundo lugar, Rivas busca con ésta representación exponer la relación existente y vinculante de la religión, el mensaje de Dios y la infancia, siendo San Juan un emisario de la esperanza y la espiritualidad que impera en los niños. Otra obra de corte religioso es El Nacimiento del Señor, elaborada en 1957 con unas dimensiones 51 x 40 cm, en ella Rivas empleó como de costumbre esmalte sobre cartón. De esta pieza Juan Calzadilla resalta los elementos topográficos, esa sinuosa montaña que repunta al fondo, nos hace imaginar al Ávila y muy probablemente sea ese el paisaje destacado por el artista. Por otro lado, el nacimiento simboliza un factor que se repite constantemente en la producción de Bárbaro Rivas, así como sus autorretratos, el nacimiento evocan el génesis, alfa de la vida, y es precisamente allí donde el petareño enfoca sus inquietudes pictóricas. Como se ha reseñado, el material pictórico de Rivas es una muestra gráfica de la palabra del Señor, a través de su obra el artista intenta llevar mensajes de significación espiritual. La Samaritana es una pieza donde Rivas intenta reflejar la buena voluntad del ser humano, mostrando en esta oportunidad la figura de una mujer, quien le entrega una copa de agua a Jesús. La figura de la mujer, representa dedicación y constancia además de simbolizar la figura de la madre y la hermana del artista. Los 137

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colores utilizados para el firmamento que se impone al fondo de las dos figuras humanas, divide el cielo entre un azul intenso y un resplandor que parece emanar del mismo Jesús. Seguidamente, La crucifixión (1951) obra cristológica, se caracteriza por su dinámica desenfrenada, se entrecruza la pasión, el dolor y el desorden, donde la violencia posee una significación tenaz, reflejada en la sangre del cuerpo maltrecho de Jesucristo. Para Calzadilla la obra representa grosso modo: …la violencia de una orquestación alocada y tímbrica, donde los rojos de las vestiduras y los azules de la pavorosa noche alcanzan sus notas más intensas, contrastando con los blancos que gritan en medio de lo que, conforme a la profundidad de la escena, parece desarrollarse con el movimiento de una danza infernal (Ibídem, p. 58). En una misma escena, Rivas resuelve la exposición de los momentos más dramáticos del hijo de Dios. Iniciando con la presencia mariana, abrazada a los pies de aquel cuerpo crucificado yace la virgen María, ataviada con telas blancas y una aureola iluminada, junto a ella el soldado perfora el costado del desvalido condenado con una lanza. En la cúspide de la cruz el romano que ha ascendido por medio de una escalera sitúa el cartel donde se lee INRI. Cerrando aquel marco la esponja con vinagre en lugar de agua que es aproximada a los labios del aturdido personaje objeto de la crueldad. Por otro lado, el tema de los autorretratos expresa una constante búsqueda de identidad, Rivas expresa en sus autorretratos al hombre que es observado por Dios. Estas piezas artísticas también nos permiten ver el decaimiento del personaje, pues sus últimos autorretratos se pierden con el uso prácticamente exclusivo de colores oscuros, donde el negro cubre mayoritariamente las escenas. Incluso en algunas de sus obras se aprecia como los distintos personajes guardan cierto parentesco con sus autorretratos, en este sentido, Rivas pareciera estar enlazado con sus creaciones más allá de lo evidente. 138

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Más de diez autorretrato evidencia una necesidad imperiosa de explorar su propia imagen, él representa indudablemente el mejor o por lo menos el más próximo modelo para sus obras. La ausencia paterna, por decirlo de alguna manera, generó en Bárbaro Rivas la necesaria tarea de emprender a través de sus pinturas la búsqueda de si mismo, trata mediante ellas crear una y otra vez al Bárbaro que fue desatendido por el padre terrenal. En cuanto a ello Von Dangel (1994) explica que: …nuestro artista estará condenado a buscar por el resto de su vida una correspondencia en la imagen de su padre: por la ausencia irresponsable de éste le habrán de culpabilizar y le harán sentir hasta siempre laceraciones de indignante bastardía… (pp. 26, 27) El autorretrato en Bárbaro Rivas se encuentra además vinculado con elementos religiosos. En su autorretrato con Santa Bárbara, de 1956, se observa la conexión entre el hombre y el carácter místicoreligioso, donde aparece el artista en cuerpo completo en un paisaje portuario custodiado por la imagen religiosa que lo contempla de manera celestial. Recordemos que el nombre del artista esta vinculado con la tradición onomástica católica y ésta obra en particular es un recordatorio de ello. Por su parte, la representación de las costumbres de un pueblo, las creencias religiosas y la vida diaria representaron parte de la inspiración de Bárbaro Rivas para exponer a través de su pintura las características de Petare, la localidad que lo vio crecer y surgir como artista ingenuo. De esta manera, aparece en escena Procesión de semana santa en Petare (1966), esta pieza corresponde al ocaso artístico y físico del personaje. En comparación con el resto de las obras de Rivas esta refleja un carácter mucho más violento como lo refiere Juan Calzadilla, se observa la horizontalidad de los trazos, es una obra de mayor sencillez, sin embargo, de ella saltan dos elemento esenciales. En primer lugar, la posición de la iglesia, ubicada por encima de todo lo demás, otorgándole un grado de relevancia en contraste con el resto de los elementos inmersos en la obra.

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En segundo lugar, el eje central de la obra parece no ser la procesión, sino el símbolo que ella representa, los creyente que van en marcha, son expuestos de forma grotesca, desordenados, siendo los únicos elementos de la obra que carecen de color. Ese gris, posee la representación del pecado que deben expiarse a través de una larga peregrinación. Indudablemente para Bárbaro Rivas, tanto el aspecto religioso personal como las expresiones colectivas poseían una trascendencia singular, es por ello que el tema de las procesiones posee un lugar en su expresiva pictórica. El Nazareno de Petare (1964), ataviado y adornado como usualmente ocurre en semana santa: …domina toda el espacio, aquí se representa no al personaje, como acatamiento bíblico sino a la figura representada en una imagen del Nazareno puesto que aparece con los característicos propios de la imagen que se utiliza en las iglesias para su adoración y procesión (Peña, 2001, p. 105). Por su parte, Placita de Petare en 1910 (1953), simboliza otra de las creaciones de Rivas donde se aprecia la visión del artista hacia el terruño. La plaza que se observa en la obra corresponde a la llamada Plaza la Libertad, se trata de una muestra pictórica que evoca el mejor momento creativo del artista, el uso de los colores y el espacio parecieran insuperables enmarcado siempre en el género ingenuo por supuesto. En primer plano se destaca una cerca azul que divide la obra en dos espacios: el primero conformado por una empinada escalera, cuya construcción genera un ritmo horizontalvertical que contrasta con las inclinadas líneas de la cerca. El segundo espacio está constituido por el área interior definida perimetral por la cerca (GAN, 1995, p. 14). Existen algunos elementos adicionales que a pesar de su aparente intrascendencia posee un carácter significativo, entre ellos encontramos el cableado telegráfico que parece irrumpir en la quietud bucólica de la escena, ese factor nos da una idea de los cambios que un hombre como Bárbaro Rivas pudo

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presenciar a lo largo de su vida, el tránsito de una Petare que avanza progresivamente hacia una nueva época. Seguidamente Riña de gallos (1965), es otra pieza que nos relata la vida en Petare, o por lo menos vivencias del propio Bárbaro Rivas. Estamos en presencia de una pintura que obliga al espectador a centrar su mirada en el enfrentamiento entre las dos aves de corral, creando la sensación de ser parte del espectáculo popular. El dominio del color es innegable, utilizado con particular estilo, tanto en los gallos que disputan el combate, como en el arco del palco. Anteriormente Rivas ya había empleado las denominadas peleas de gallos dentro de su repertorio pictórico, de esta manera en 1962 realizó la obra Pelea de gallos, se trata de una pieza de mayor elaboración concluida en 1965. La recurrencia de este tema nos hace inferir que el artista solía concurrir a este tipo de actividades, muy comunes en la localidad. Esta pequeña selección de obras nos evidencia la variedad temática en Bárbaro Rivas, no obstante, siempre enmarcado en el aspecto religioso y místico.

Conclusiones Bárbaro Rivas simboliza un punto de quiebre en el concierto artístico venezolano, su peculiar estilo de singulares llamados al mundo religioso lo hacen además de un exponente en el arte, un mensajero de la palabra de Dios. Sus múltiples biógrafos concuerdan en ese aspecto. La prolífica obra de Rivas, se clasifica en tres vertientes fundamentales, religiosidad, autorretratos y vivencias que incluyen el mundo que él observó durante toda su vida. Se trata de un caso excepcional, iletrado, aislado en muchos aspecto de la dinámica social, aturdido ante las exigencias del entorno que se encuentra en constante movimiento. Hijo expósito, alcohólico, 141

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de crisis emocionales suficientemente fuertes para derrumbarlo por meses, ingenuo en su arte y su desenvolvimiento con las masas. Todo aquel marco dio paso al éxito que probablemente nunca comprendió en su totalidad. La importancia de Rivas radica en primer lugar en su espontaneidad autodidacta, lo cual maravilla aún más, es un hombre que desconoce cualquier significado académico de Arte, no reconoce estilos, géneros, ni maestros del orbe pictórico. En segundo lugar, Bárbaro Rivas logró conjugar el arte y la religión desde la perspectiva más sencilla, aunque su aparición no significaba la apertura del arte ingenuo en Venezuela, si marcaría una impronta imborrable. El arte ingenuo, naif o primitivo atraería la atención de críticos y público general, con la llegada en escena de Bárbaro Rivas, marcaría más de una década de asombro y halagos. Pero también de tristezas e injusticias, que sólo concluirían con la muerte del artista en 1967. Desde la perspectiva regional y local, Rivas no sólo ubicó una vez más a Petare en el mapa mediante la evocación de su nombre y su estancia en aquel lugar durante, además de ello, Rivas dejó reflejada a Petare en su pintura, evidenciando sus vivencias y las tradiciones de la popular localidad.

Referencias

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