Ayán Vila, X. M. 2015. \"Territorios en fuga: estudios críticos sobre las fortificaciones de la Edad del Hierro del Noroeste\". En Actas del Congreso de Fortificaciones de la Edad del Hierro (Zamora, mayo de 2014): 31-50.

June 29, 2017 | Autor: Xurxo Ayán | Categoría: Teoría Arqueológica, Territorio, Historiografía, Castros
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Territorios en fuga: estudios críticos sobre las fortificaciones de la Edad del Hierro del Noroeste Xurxo M. Ayán Vila GPAC, EHU/UPV [email protected] RESUMEN Nuestra comunicación intenta abordar la cuestión planteada por los organizadores del congreso a escala del NW peninsular. En la primera parte, desarrollamos una crítica historiográfica que engloba las diferentes maneras de pensar la territorialidad castreña desde la Ilustración hasta fines del siglo XX. En la segunda parte, reivindicamos enfoques arqueológicos que superen la tradicional visión del paisaje, la arquitectura y la identidad en el mundo de los castros, un enfoque estático que obvia la principal dimensión del territorio: su uso como espacio político del Poder. Finalmente, sintetizamos las principales aportaciones de la última década realizadas desde la Arqueología con el objeto de hacer aflorar realidades territoriales subalternas que han quedado enmascaradas por la preponderancia de los oppida como objeto de estudio hasta escasas fechas. ABSTRACT Our communication attempts to address the issue raised by the conference organizers to scale of northwestern Iberian peninsula. In the first part, we develop a critical historiography that encompasses the different ways of thinking castreño territoriality from the Enlightenment to the late twentieth century. In the second part, we claim archaeological approaches to overcome the traditional view of landscape, architecture and identity in the world of hillforts, a static approach which obviates the major dimension of the territory: its use as a political space of power. Finally, we summarize the main contributions of the last decade made from Archaeology in order to bring out subordinate territorial realities that have been masked by a preponderance of the oppida as an object of study until a few dates. PALABRAS CLAVE Territorio, Edad del Hierro, Teoría arqueológica, historiografía, castros gallegos. KEYWORDS Territory, Iron Age, Archaeological theory, historiography, galician hillforts.

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INTRODUCCIÓN En mi opinión buena parte del inmediato futuro de la investigación de la cultura castreña está en los estudios sobre su espacio, sea el territorio, sea el de sus núcleos domésticos, aspectos que alcanzan su máxima rentabilidad cuando son tratados de una forma integral y en una escala adecuada. Mª. D. Fernández-Posse (1998). El presente congreso sobre Fortificaciones de la Edad del Hierro es un excelente panóptico para conocer en tiempo real todo el amplio abanico de intervenciones arqueológicas que se están llevando a cabo en recintos fortificados protohistóricos del NW peninsular. Compañeros y compañeras nos muestran a lo largo de este volumen un registro arqueológico novedoso que está modificando en gran medida la visión que teníamos hasta no hace mucho tiempo del mundo de los castros. En este sentido, nuestra aportación se desmarca de esta tendencia, ya que no se centra en la exposición de resultados de una excavación arqueológica en un poblado fortificado concreto, sino que hace hincapié en la necesidad de la reflexión teórica a la hora de abordar en la protohistoria conceptos como el de territorio, que encabeza el propio título del congreso que nos ha reunido en Zamora. El territorio no es sólo escenario, atrezzo, es, sobre todo, un protagonista destacado de la historia porque se concibe como construcción social, es decir como un producto propio de una sociedad histórica concreta. El territorio deviene una herramienta heurística de primer orden para el análisis histórico; se correspondería con el espacio entendido como entorno social o medio construido por el ser humano en el que se producen las relaciones entre individuos y grupos (Mañana et al. 2002: 28). A este respecto, cabe recordar, que el territorio incluye una variable que no recogen otros términos como espacio o paisaje: el territorio es eminentemente una construcción política vinculada al ejercicio del Poder (Criado 32

1999: 28). Etimológicamente territorio proviene de las palabras latinas terra torium, “la tierra que pertenece a alguien” (Bozzano 2009). Las fronteras definen y condicionan las prácticas políticas, pero también son una consecuencia directa de ellas. Para ilustrar esta realidad vamos a fijarnos en el actual Estado de las Autonomías, un modelo territorial que ha sancionado el localismo en la investigación arqueológica, como bien señala el Comité editorial de la revista asturiana Nailos (citamos ab extenso): Tras la consolidación en España del estado de las autonomías, hemos visto cómo la actividad profesional e investigadora de nuestro campo científico se ha ido fragmentando encorsetada en buena parte de los casos por barreras administrativas actuales: comunidades autónomas, provincias, e incluso regiones o comarcas. No en vano, se han extinguido los puntos de encuentro que constituían eventos como los congresos nacionales o peninsulares de Arqueología –a la vez que proliferan los encuentros y jornadas de ámbito local o regional–, y muchas revistas académicas de Arqueología tienen un alcance reducido, eminentemente regional. Uno de los factores que ha contribuido a esta situación es la transferencia de las competencias en materia de protección y promoción del patrimonio arqueológico desde el estado central a los gobiernos autonómicos. Este proceso ha conducido a buena parte de los profesionales que desempeñan su labor arqueológica en el ámbito de la gestión del patrimonio o la Arqueología preventiva a relacionarse únicamente con instituciones regionales que demandan sus trabajos e informes técnicos circunscritos a los espacios geográficos delimitados por los límites administrativos y los niveles de competencias bajo control de autonomías o diputaciones provinciales […] Así, llegamos a una situación absurda –pero generalizada en el estado español– en la que un investigador aragonés difícilmente podrá concurrir a convocatorias competitivas del Gobierno de Aragón para la financiación de sus trabajos arqueológicos en la Cordille-

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Figura 1: Croquis del área arqueológica de A Lanzada realizado en el s. XVIII por el ilustrado Padre Sarmiento (Arquivo do Museo de Pontevedra).

Figura 2: A finales del s. XIX todavía se discutía sobre la función de los castros gallegos. Ilustración del Castro de Figueiras, Santiago de Compostela (en Martínez Murguía 1888).

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ra Cantábrica, mientras que los gobiernos del Principado de Asturias, la Junta de Castilla y León o las diputaciones palentina y leonesa no le considerarán un solicitante válido al no tener su residencia o su filiación institucional en los límites administrativos propios de sus competencias (Consejo Editorial 2014: 15-16). No estamos hablando de asépticos espacios, o de paisajes culturales, sino de territorios políticos, de fronteras, de identidades. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de territorio, fortificaciones y recursos en la Edad del Hierro? Como demostró en su día Mª D. Fernández Posse (1998) la crítica historiográfica es una herramienta necesaria para deconstruir la manera en cómo imaginamos los arqueólogos y las arqueólogas el mundo castreño. Y eso es lo que pretendemos hacer, de manera sintética, en las páginas que siguen, en un recorrido que nos muestre cómo se ha ido pensando el espacio, el paisaje y el territorio de los castros en una zona concreta (la Galicia actual). UN PLATO SOBRE UNA MESA El pasado remotísimo de Galicia apenas fue tratado por la historiografía ilustrada, que centró totalmente su atención en el análisis de las fuentes clásicas referidas al NW y en el estudio de los vestigios materiales de época romana como aras, epígrafes o grandes monumentos como la Torre de Hércules, así como la reconstrucción del itinerario de las vías militares romanas. A pesar de ello, la conversión de los castros en objeto de estudio erudito se puede contextualizar en el siglo XVIII con el desarrollo de una serie de investigaciones por parte, precisamente, de dos representantes eclesiásticos de la Ilustración gallega como el Padre Sarmiento o el Padre Sobreira (Ayán 2012b). El primero dejó constancia de su mirada arqueológica del paisaje, y buena prueba de ello es uno de los primeros planos que conocemos en los que se recoge gráficamente un paisaje arqueológico, concretamente el área de A Lanzada (Sanxenxo, Pontevedra) (Rodríguez et al. 2011; Peña Santos et al. 2014) [Fig. 1].

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En cuanto al Padre Sobreira, fue el primero que atisbó un cierto género de orden en el poblamiento castreño gallego: He llegado á sospechar otro género de orden, que es como un orden circular alrededor de una comarca. A las faldas de la tierra de Soutelo de Montes veo que forman circulo los castros de Escuadro, Moalde, Castro Vite, Oca, Ancorados, el dicho Olivez, y últimamente el castro de Godoy que tambien forma línea con los castros que cubren el camino de Soutelo de Montes á la Estrada y á Sanlés (sic); de manera que todos dichos castros forman círculo, y el de Godoy, que está en Rivela, sobre el rio y lugar de Godoy, cierra ó termina el dicho círculo y forma una seccion continuada por el dicho camino de La Estrada1. De manera intuitiva, Sobreira nos habla de intervisibilidades entre recintos fortificados y nos anticipa el modelo de paisaje cóncavo definido desde la Arqueología del Paisaje en las dos últimas décadas (Criado 1993; Rubio en este volumen; González y Marín en este volumen). Estos ensayos interpretativos no tuvieron continuidad en los historiadores románticos del siglo XIX que asumieron (aún desconociendo su función) la arquitectura castreña como el tipo de antigüedad céltica más característico del país gallego. Con todo, a pesar de no contar con datos arqueológicos, estos estudiosos se empeñaban en señalar algunas claves que indicasen cierto ordenamiento espacial de los castros. Así, por ejemplo tenemos a Verea y Aguiar (1838: 135-6): Todos estos que generalmente se llaman, castros, y tienen ademas sus particulares apellidos, estan hechos, no en los montes mas encumbrados y en las sierras, sino en collados muy accesibles, y algunos como el llamado de Abuin en la jurisdicción de Villasante, en un perfecto llano, no elevándose sino el círculo

1 Carta del Padre Sobreira enviada a la Real Academia de Historia, recogida en Martínez de Padín (1849: 232).

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artificial y el centro, cuanto puede sobresalir un plato sobre una mesa. La estendida proporcion de todos ellos por toda la Galicia, casi en la misma de nuestras parroquias: la forma perfectamente circular de todos: la estensión ó cantidad de terreno absolutamente igual en los mismos; y su localidad en muchisimos dominada inmediatamente de collados, de colinas y montañas, son observaciones que no dejan la menor duda, de que estos y no los bosques eran los templos de los celtas gallegos. Nos da igual que Verea y Aguiar considere santuarios célticos estos poblados fortificados; lo interesante de su análisis es que reconoce el hábitat disperso en la Protohistoria, intuye la lógica locacional de los castros vinculados a las vías de comunicación natural y vincula el poblamiento castreño con el poblamiento de la Galicia tradicional (castros=parroquias). A este respecto, puede ser considerado un pionero de la Arqueología del Movimiento así como de la etnoarqueología del paisaje desarrollada por el Seminario de Estudos Galegos en las décadas de 1920 y 1930. Siguiendo esta tradición historiográfica, Martínez de Padín defiende un uso cultual de los castros y maneja un enfoque primitivista y salvajista de los celtas galaicos, pero lo hace señalando, a su vez, dos aspectos interesantes. Por un lado, se pregunta por la organización política subyacente, por la gente que erigió esos fosos y parapetos, y por otro lado, secunda la idea de una orden espacial en la implantación de unos castros que no están sembrados al azar (Martínez de Padín 1849: 232): pero en realidad las obras primitivas de los monumentos á que nos referimos son puramente célticas: la abundancia con que se los ve revela que eran un objeto necesario para todas las familias, tribus y pueblos, la multitud de materiales que fue preciso hacinar para erigirlos, y las fuerzas empleadas en su construcción, guarda armonía con las demas obras célticas reconocidas. Todas estas circunstancias declaran que como los túmulos de Bartlow, son célticos esos

monumentos, y que fueron erigidos para plantar y adorar en ellos la encina consagrada al dios Teut por la religión druídica. De todo eso nos convenceremos mucho mas si del exámen particular de cada uno pasamos á reconocer el conjunto de muchos; adviértese entonces que no estan sembrados al azar y como por casualidad en el terreno, sino que se hallan unos a la vista de otros y formando grandes círculos dentro de una estensa region dominada por dos ó mas cordilleras, y que á veces describen líneas concéntricas. Como podemos apreciar, existen apuntes valiosos en esta Galicia céltica imaginada por los eruditos románticos, liberales provincialistas y regionalistas. Incluso el periodista ferrolano Benito Vicetto, excelente divulgador de una delirante y fantástica Historia de Galicia, apunta la existencia de una diferenciación territorial dentro de las poblaciones célticas galaicas. Según él la sociedad primitiva de los aborígenes galaicos conocía el camino del Progreso con la llegada de los aportes civilizadores de las razas fenicia y, posteriormente, en el período quinto, de la raza griega (1200-500 a. C.). En este contexto colonizador, Vicetto ubica la aparición de un ordenamiento urbanístico, de una arquitectura semiurbana en la Galicia antigua, detallándonos un panorama en el que convive la tradición arquitectónica castreña en las zonas de interior (montaña-tradición-retraso-falta de comunicaciones) y las innovaciones introducidas por los pueblos helenos en las áreas litorales (mar-comercio-tecnología-progreso). Citamos ab extenso la imagen aportada por Vicetto sobre el hábitat en la fase final de la Prehistoria gallega (Vicetto 1865: 212-4): En el litoral se comprende que estuviesen constituidas las ciudades de la época de la colonización griega, por calles y edificios unidos, porque los pueblos de la costa no eran tan agrícolas como los del interior: los pueblos de la costa eran esploradores del mineral, mercantiles y marineros: de aquí que formara calles su barraqueria y almacenes. 35

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En los pueblos del interior, la barraqueria que los constituia, estaba diseminada como lo estan hoy las chozas ó casas de nuestros montañeses, porque todos necesitaban al par que el albergue, tierras al lado de él, tierras que cultivaban y en donde apacentaban los ganados […] Por eso, aunque solo habia dos razas en nuestro suelo, la céltiga y la griega, puede decirse que habia tres ó tres modos de ser en aquellos dos pueblos, apreciados según el modo con que vivian, porque el céltigo aborígena, hombre de los bosques, continuaba ocupando los ‘gahs’ ó castros á medida que se internaba en las exploraciones del pais; el griego, hombre de la costa, ocupaba los pueblos del litoral viviendo en esa concurrencia activa, que es hija del movimiento de exportación ó importación que habia en ellos; y el griego fusionado con el céltigo, es decir, la raza mista, la raza intermedia, vivia en el interior estableciendo esos caseríos que se estienden hoy por toda Galicia, y que los fenicios fueran los primeros en fundar en el litoral […] Efectivamente, en los últimos quince años desde la Arqueología gallega se ha demostrado el notable impacto púnico en la costa de las Rías Baixas y la existencia de diferentes dinámicas culturales entre las comunidades de la costa y del interior a lo largo de la Edad del Hierro (González Ruibal 2004, 2006; Ayán et al. 2008; González et al. 2010). También Murguía (ejemplo de la Historia científica positivista y rankeana en comparación con la Historia imaginada de Vicetto) avanzaría el modelo de evolución del paisaje castreño asumido plenamente en nuestros días (sedentarización, paulatino descenso a los valles…) (Martínez Murguía 1865: 395-6): Desde las cumbres en que se establecieron nuestros celtas, se fueron estendiendo hacia las llanuras, despues de talar los bosques y dejar las tierras bajas en disposicion de poder sufrir el cultivo, no sin fabricar, ó para su guarida, ó para su defensa, ó como lugar sagrado, esos curiosos montecillos, denominados Castros, cuya especial y constante posicion, parece ser una 36

prueba irrefragable de que hombres primitivos los levantaron con el objeto de guardar y defender sus cosechas, tal vez amenazadas, por las tribus mas cercanas ó por las mas poderosas. Dueños ya de los valles y llanuras y sobre todo de las riberas de aquel mar que desde sus altas moradas veían brillar, como una blanca e inmóvil línea, los celtas, cuyo nombre según alguno, parece decir habitantes de lo alto, abandonaron en parte, la vida errante que traian, y el mísero cultivo que les permitían las elevadas y frias regiones en que habian hecho asiento, y fijándose en lugares dados, levantando sus rústicas viviendas, se entregaron por completo á trabajar la tierra y surcar en débiles embarcaciones, las embravecidas olas de la costa. Esta cita refleja claramente cómo a pesar de estos ramalazos interpretativos seguía vigente una visión primitivista y salvajista de la gente de los castros. El modelo de hábitat disperso de época céltica en Galicia se considera el origen del poblamiento rural coetáneo, marcado por la precariedad de las comunicaciones y el condicionamiento de un relieve montañoso que facilitaría la permanencia de rasgos arcaizantes. Los castros serían espacios habitacionales y lugares centrales utilizados como refugio por unas poblaciones crueles de devastadores instintos que vivían en un estado de guerra permanente. En esta línea, los recintos fortificados seguían siendo platillos volantes en el espacio, un plato sobre una mesa como se puede apreciar en la figura 2. Hasta las insvestigaciones de Martins Sarmento en el NW portugués no se sabría nada de lo que albergaban los castros tras sus murallas (Lemos 1995, 1999). En el caso gallego, el avance en el conocimiento arqueológico vendría de la mano de Villa-amil y Castro (el primer excavador de un castro en Galicia) (Villa-amil y Castro 1873) y de Federico Maciñeira. Este último autor intentó aplicar a fines del siglo XIX las modernas técnicas de prospección y excavación, así como de representación gráfica del material arqueológico en sus investigaciones de campo en la zona de Ortigueira (A Coru-

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ña) (Armada 2003: 37-8). Los resultados de sus intervenciones se recogen en un trabajo tardío (Maciñeira 1934) en donde expone una interpretación general de la Edad del Hierro según la cual, las comunidades castreñas se basarían en una economía ganadera, viviendo en un estado de guerra permanente. La invasión romana crearía una nueva red de poblados fortificados en el litoral, erigiendo una arquitectura defensiva más desarrollada tecnológicamente: Aquéllos [los castros prehistóricos], correspondientes al elemento aborigen, levántanse más generalmente sobre determinados relieves del interior y, en menor número, sobre algunos cerros próximos al litoral, y éstos últimos –verdaderos castra stativa, de reducidas proporciones- aparecen exclusivamente sobre las márgenes de las rías, o muy cerca de ellas, en condiciones semejantes a varios de los levantados por los latinos en el Norte de África […] En efecto, las obras defensivas de estos últimos, en varios casos más complicadas, aunque también básicamente térreas, no responden a trazados repetidos, acomodándose más bien a las exigencias topográficas, como quien no se preocupa de otra idea que la de fortificar lo mejor posible la posición escogida, por la parte de tierra, cuando están sobre la ribera, dejando abierta la que da al mar, y duplicando terraplenes y fosos en algunas ocasiones (Maciñeira 1934: 131-2). Maciñeira es el primero que intenta definir una secuencia ocupacional e incluso llega a establecer modelos locacionales a escala comarcal. Sorprendentemente, cien años después de sus trabajos, gran parte de sus observaciones se han visto corroboradas por el análisis arqueológico del poblamiento castreño de Ortigueira realizado desde la Arqueología del Paisaje en un momento en el que comenzaban a aplicarse los Sistemas de Información Geográfica (Fábrega 2004, 2005). UNA ARQUEOLOGÍA EMPARAPETADA La llegada de la Arqueología científica a Galicia va a tener lugar en la década de 1920 dentro de la estrategia de investigación lide-

rada por el galleguismo cultural y político de la mano del Seminario de Estudos Galegos (1923-1936). La sección de Arqueología de esta entidad, bajo la dirección de Florentino López Cuevillas, priorizó entre otras labores, la catalogación de yacimientos arqueológicos, monumentos megalíticos, estaciones rupestres, joyas prehistóricas y, por supuesto, castros. La escala de trabajo elegida fue la ya asumida por Maciñeira, esto es, comarcas naturales de Galicia. Desde esta óptica se llevaron a cabo campañas de inventario en Val de Vilamarín (1928), Celanova (1928), Carballiño (1930), Melide (1931), Lobeira (1933), quedando pendientes de publicación en 1936 los trabajos hechos en Fisterra, O Saviñao, Santiago de Compostela y Lugo. Desde el punto de vista metodológico, se estableció un modelo de ficha de catalogación que, en cierta medida, se ha utilizado a grandes rasgos hasta época reciente. En ella se contemplaban los campos de localización, dimensiones, croquis, hallazgos, folklore y se hacía hincapié en el registro de aquellos datos vinculados con el emplazamiento: visibilidad con otros castros, proximidad de cursos de agua y recursos naturales, etc… Sin embargo, estas catalogaciones no dieron pie a una aproximación más amplia sobre el espacio y el territorio castreño galaico. La arqueología galleguista participaba de lleno del paradigma histórico-cultural de la escuela alemana, que tomó prestada la noción de territorio de las ciencias naturales (Calo 2004). Para éstas, el territorio sería el área de influencia y dominación de una especie animal, la cual lo domina de manera más intensa en el centro y va reduciendo esta intensidad en la medida en que se aproxima a la periferia, donde compite con dominios de otras especies. En esta línea, F. Ratzel incorpora el concepto de territorio para la especie humana como el espacio de dominación, propiedad y/o pertenencia, de los individuos o las colectividades, sean éstas naciones, estados o pueblos, es decir, como espacio sometido a unas relaciones de poder específicas; ésta fue la herencia que recibió la Geografía del Estado-nación como proyecto 37

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y como cultura política, en el contexto de la unificación alemana (1871). Para la escuela de Ratzel el territorio es una parcela de la superficie terrestre apropiada por un grupo humano, que tendría una necesidad imperativa de recursos naturales para su poblamiento, los cuales serían utilizados a partir de las capacidades tecnológicas existentes. El concepto tiene como referencia al Estado. Años después, en contraposición a estas ideas aparecen los trabajos del geógrafo francés Paul Vidal de la Blache de fines del siglo XIX donde plantea la noción de región como contrapunto a la de territorio. Esta concepción de territorialidad (espacio dominado por los sujetos, sean individuales o colectivos), fue asumida de pleno por investigadores como Bosch Gimpera o el propio López Cuevillas. El objetivo de la investigación era, por un lado, la definición de una cultura arqueológica a partir de rasgos formales, con el establecimiento de series tipológicas y mapas de difusión de los tipos y, por otro lado, la identificación de áreas culturales que se vinculan directamente a territorios con un trasfondo político. Como señalaban López Cuevillas y Bouza Brey (1929: 94): O papel do investigador ten que cinguirse, ante un coadro que de tal xeito se ofrece â sua curiosidade, a ensamiñar a procedenza dos elementos que persoalizan a cultura obxecto de estudo e a precurarlles paralelismos que permitan postular cal foi o lugar da sua procedenza e sobre todo a data da sua aparizón no territorio, delimitando despois iste xeograficamente, con vista a probarmos pola localizazón n-il de formas culturaes típicas, a esistenza de un pobo individualizado. En este sentido, la aproximación comarcal pretendía en cierta medida reconocer los grupos étnicos referidos en las fuentes clásicas. Un ejemplo soberbio de esta estrategia son los trabajos de Taboada Chivite en el SE de Ourense en donde definió la denominada cultura de los verracos y se preocupó por delimitar el territorio controlado por los bíbalos y tamagani (Calo 2007; Ayán 2009). Esta perspectiva etnohistórica mantendría toda su vigencia en la investigación de décadas posteriores (incluso hasta época más bien 38

reciente) en la que se siguen utilizando los restos arquitectónicos castreños como un artefacto o elemento material más para intentar establecer las características esenciales, definitorias de una cultura arqueológica determinada. No obstante, cabe señalar que el estudio de la arquitectura y el territorio quedarían en un segundo plano en relación a otros restos arqueológicos, limitándose prácticamente la investigación a la descripción formal de los restos (siempre descontextualizados), las técnicas y materiales constructivos, así como al establecimiento de series tipológicas. Esta Arqueología priorizaba el tiempo sobre el espacio, la forma sobre la función, la excavación intramuros sobre el estudio del paisaje en su contexto. La perpetuidad de este enfoque en la configuración del discurso arqueológico trajo como consecuencia la consolidación de una imagen de la territorialidad castreña que obedece más a un a priori teórico-metodológico que a una parquedad real de un registro especialmente esquivo. A este respecto, el trabajo arqueológico de campo se basó en una estrategia que adoptaba la excavación en área como herramienta básica para aportar una caracterización sobre la morfología y secuencia ocupacional de los asentamientos (Rodríguez 1996, 2007; López Gómez 1999; Fariña y Rodríguez 2004; González Ruibal 2006-7; Marín 2005; Ayán 2012). Las consecutivas campañas de verano procuraban exhumar la arquitectura doméstica, identificar la estructura interna de las murallas y el posible acceso al poblado. En este sentido, los sondeos en el parapeto de la croa de un castro, con sus perfiles estratigráficos, creemos que son la mejor metáfora de la investigación sobre el mundo castreño en el NW, de esta Arqueología emparapetada que impidió el desarrollo de aproximaciones al espacio castreño hasta la llegada tardía de la Arqueología espacial funcionalista en la década de 1980. DEL ESPACIO AL TERRITORIO El concepto de territorio se consolidó como herramienta analítica en las Ciencias

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Sociales desde la década de 1960. Por aquel entonces primaba una perspectiva espacial determinista predominante, sobre todo, en el ámbito anglosajón. Dentro de estas coordenadas se desarrolló, por ejemplo, todo el enfoque teórico-metodológico de la denominada Escuela Paleoeconómica de Cambridge con aportaciones clave como la potenciación del espacio como importante tema de estudio dentro de la investigación de las Ciencias Sociales, la renovación metodológica de la disciplinas, la incidencia en la problemática del poblamiento de las primitivas poblaciones humanas y en la necesidad de desarrollar un estudio del asentamiento dentro de un doble sistema de relaciones: el entorno ecológico y la totalidad del entorno social. En este marco el territorio pasaba a entenderse sobre todo como un mero contexto espacial para la explotación económica y la captación de recursos. Así pues, el territorio es concebido únicamente como el área de captación de recursos de un asentamiento humano, de ahí la importancia de los Site Catchment Analysis en los estudios de esa época. La introducción de esta New Archaeology en Galicia se debió, fundamentalmente, al profesor J. M. Vázquez Varela. Ya en los años 70 inició un programa de investigación sobre las comunidades prehistóricas centrado en el estudio de las relaciones de estas poblaciones con el medio, de su patrón de subsistencia, estrategias de captación de recursos, de su implantación en el territorio. Este trabajo conllevó la aplicación de técnicas novedosas como análisis de malacofauna, análisis paleometalúrgicos y petrológicos en la línea de la Arqueología funcionalista anglosajona. Este nuevo registro empírico, así como la implementación de un nuevo marco teórico positivista, llevaron pareja una potenciación del espacio como objeto de estudio dentro de la investigación arqueológica, la renovación metodológica de la disciplina, la incidencia en la problemática del poblamiento de las primitivas poblaciones prehistóricas y el estudio sistémico del asentamiento dentro de un doble sistema de relaciones: el entorno

ecológico y la totalidad del entorno social (Vázquez Varela 1983). Tras la primacía de la variable temporal, el espacio se convertía, a comienzos de los 80, en objeto de estudio. Esta Arqueología espacial2 gallega centrará su atención en el estudio sistémico del fenómeno tumular y del poblamiento castreño. La definición de modelos de emplazamiento mediante análisis espaciales a escala comarcal siguiendo la metodología al uso (Hodder y Orton 1990) supondrán una renovación notable de la Arqueología castreña. Así mismo, la tradicional cerrazón a nuevos planteamientos teórico-metodológicos se comenzaba a superar con la estancia en Universidades inglesas de jóvenes arqueólogos formados en la Universidad como F. Criado o R. Fábregas, quienes jugaron un papel importante en la introducción, no sólo del enfoque funcionalista, sino también de los planteamientos de la Arqueología postprocesual. En líneas generales podemos afirmar que el aggiornamento metodológico fallido en la década de 1970, se concretó finalmente -y de manera práctica- en los años 80, con el surgimiento de esta Arqueología espacial, aunque aplicada únicamente a nivel macro (between sites system, siguiendo la estructura espacial establecida por Clarke 1977: 11-5) y enmarcada en el estudio global de la evolución del poblamiento y el paisaje desde la Prehistoria Reciente hasta época medieval. La preponderancia de esta línea de trabajo se pone de manifiesto si revisamos a modo de muestra la actividad del Departamento de Historia I de la USC entre los años 1986-1988 (Acuña 1989). En este período se publica la tesina de X. Carballo Arceo (1986) Povoamento castrexo e romano da Terra de Trasdeza, se lee la Tesis Doctoral de X. Agrafoxo Pérez O poboamento castrexo na rexión occidental da Provincia de Coruña

Como señalan Fernández-Posse (1998) y Díaz Santana (2002) la perspectiva histórico-cultural se mantuvo en un momento (inicio del proceso autonómico) en el que la definición de identidades protohistóricas (cántabros, astures y galaicos) potenció el estudio de la territorialidad (Rey 1995), los límites de las culturas (Esparza 1983), etc…

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Figura 3: Poblamiento castreño en la comarca de Ortegal, según Maciñeira (en Fábrega 2004: 11, fig. 1).

(Agrafoxo 1989) y se defienden las tesinas de M. Xusto Rodríguez Protohistoria e Romanización na Terra de Viana do Bolo (Xusto 1993) y de F. Pérez Losada Aproximación al poblamiento rural romano del conventus lucensis: las villae. La mirada arqueológica supera los parapetos que delimitan el interior de los recintos fortificados y amplía su horizonte, ubicando a los castros en el espacio. Pero esta reorientación hacia el poblamiento, a escala del asentamiento, no supuso el abandono de la Arqueología histórico-cultural tradicional. Las fichas de catalogación seguían siendo las mismas que las empleadas por el SEG de preguerra, la perspectiva comarcal seguía vigente y los resultados plasmaban en mapas que apenas diferían de lo que podemos ver en las figuras 3 (año 1934) y 4 (año 1950). Así y todo, el desarrollo de la Arqueología espacial en Galicia y el Norte de Portugal a lo largo de la década de 1980 consolidó la pro40

blemática de la evolución del poblamiento y del espacio en el NW como principal objeto de estudio por parte de los sectores más dinámicos de la Arqueología del NW. Desde el punto de vista de la investigación básica, este proceso llevó a aparejada una reformulación teórica que trajo como consecuencia la aparición de una nueva disciplina: la Arqueología del Paisaje. Así pues, a finales de los 80 y comienzos de los 90 se llevan a cabo desde esta óptica proyectos científicos integrales a escala territorial, como el proyecto de la Zona Arqueológica de Las Médulas (Fernández-Posse y Sánchez-Palencia 1994, 1997), así como el proyecto interdisciplinar en el área Bocelo-Furelos (Terra de Melide) en el que participaron dos equipos de la Universidad de Santiago de Compostela, uno dirigido por F. Acuña Castroviejo (con participación de la Universidad polaca de Lodz) y otro por F. Criado Boado (dir. 1992). En el marco del proyecto Bocelo-Furelos se desarrolla el primer análisis microespacial de estructuras domésticas en un castro gallego (Penedo y Rodríguez 1992: 206-209, 1995) y se plantea una reorientación teórica que comienza a plantearse el estudio, en clave postprocesual, de los aspectos simbólicos y rituales de las comunidades castreñas. Aparece en escena el espacio social castreño y un acercamiento real a la Antropología Histórica con la aplicación de diferentes modelos de sociedad campesina (Fernández-Posse y Sánchez-Palencia 1998) y de sociedad campesina y guerrera a las sociedades castreñas (Parcero 2002). A lo largo de los 90 se desarrolla, por lo tanto, una línea de investigación en Arqueología del Paisaje que propone otra imagen de las comunidades de la Edad del Hierro del Noroeste partiendo de un triple enfoque de partida: 1. la aplicación de metodologías propias de la Arqueología Espacial funcionalista (análisis de poblamiento, territorio, espacio interno de los poblados), 2. asunción del marco teórico de la Arqueología contextual y 3. aplicación de modelos antropológicos para definir las comunidades castreñas. Hemos recorrido el camino seguido por la Arqueología gallega, desde la comarca natu-

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ral, pasando por el espacio para llegar al paisaje. En los últimos quince años se han dado las circunstancias favorables para que el territorio emerja como un tema de estudio prioritario en la investigación de la Edad del Hierro. En este sentido, dos han sido, en nuestra opinión, los detonantes. Por un lado, la inserción de la Arqueología en el control del impacto ocasionado sobre el territorio de infraestructuras lineales y de las grandes Obras Públicas en general. Como señalaba G. Meijide Cameselle (1998: 7): Neste senso, a axenda investigadora estivo sempre condicionada, máis que para calquera outro período da Prehistoria, pola acción do home sobre o territorio. E así a evolución do coñecemento correu parella ás profundas transformacións que sufriu Galicia ó longo deste século. As primeiras carreteiras abriron mámoas que achantaban enxovais metálicos, e toparon con tesouros como o famoso de Caldas de Reis. As obras de enconos e drenaxe de ríos sacou á palestra os problema das armas nas augas e foi completando a mesma secuencia de espadas que se coñecía neutros países atlánticos. A partires de mediados de século, a modernización agraria, co arado profundo dos campos, enriqueceu o panorama funerario co achado das primeiras cistas. E xa hoxe, o traballo arqueolóxico de seguimento das grandes obras públicas promete ofrecer novos datos sobre os asentamentos e a organización do territorio. El descubrimiento del paisaje castreño más allá de las murallas rompió con fantasmagóricos vacíos arqueológicos y con la imagen de los castros como poblados autárquicos, aislados y autosuficientes. A su vez se mostró de manera evidente la enorme variabilidad territorial de las comunidades de la Edad del Hierro, hasta el punto de no poder defenderse ya el concepto simplificador de cultura castreña, con su centro, periferia y área de influencia, al más puro estilo de la escuela de Ratzel. Actualmente, diferentes tesis doctorales parecen aportar datos suficientes para defender una enorme diversidad cultural dentro

de las comunidades de la Edad del Hierro del NW (González Ruibal 2006-2007; Marín 2012; Ayán 2012; González Gómez de Agüero 2013; Currás 2014). Incluso se comienzan a identificar materialidades vinculadas con los procesos de territorialización de estas comunidades políticas, como parece ser el caso de escenografías arquitectónicas singulares (p. e. Castro Grande de Neixón, en Ayán 2008), santuarios (p. e. O Facho de Donón, en Díaz y Suárez 2013) o espacios cultuales en territorios fronterizos, vinculados (o no) a necrópolis funerarias como Valdamio (Concheiro 2011), Bendoiro (Fernández Pintos 2009) o Ventosiños (Piay 2014). También se detecta una notable variabilidad en los patrones de asentamiento y en las propias tipologías de espacios habitacionales; ya no sólo hay poblados fortificados en altura, sino que se registran asentamientos abiertos en fondo de valle en época prerromana. Por otro lado, el segundo factor al que aludíamos y que permite un mejor conocimiento del territorio castreño es el desarrollo de las herramientas GIS. Su utilización desde comienzos de la década de 2000 redimensionó los estudios territoriales y de poblamiento, enviando al baúl de los recuerdos a los polígonos Thiessen y los mapas a mano del vecino más próximo. En los últimos años, jóvenes investigadores e investigadoras han aplicado estas metodologías al estudio del poblamiento castreño en Galicia, nuevamen-

Figura 4: Poblamiento castreño en la comarca de Bergantiños (en Parga Pondal 2010: lám. 48). 41

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te, a escala comarcal (Fábrega 2005; Manteiga 2010; Barandiela y Rivero 2010; Grande 2012; Parcero et al. 2013; Osório et al. en este volumen). A este respecto, en muchos casos, este tipo de trabajos da lugar a modelos digitales del terreno, a mapas de isocronas, cercanía a determinados recursos, visibilidades a corta y larga distancia, todo ello para contestar las más de las veces a las mismas preguntas que siguen guiando la investigación, y que se pueden resumir en el subtítulo del presente congreso: control de los recursos y el territorio. En este sentido, a veces inconscientemente, sigue primando un concepto medioambientalista del territorio como espacio a controlar y explotar económicamente3 (Fábrega et al. 2005). El predominio de esta aproximación propia de la Ecología humana ha marginado de hecho el estudio de la dimensión simbólica y política del territorio. En cierta medida, muchos de estos trabajos se convierten en perfectas ejecuciones de lo que podemos hacer con las nuevas tecnologías, pero nos hemos olvidado del objetivo de la investigación que no son otros que los hombres, las mujeres y los niños, las comunidades que erigieron esos parapetos y esos fosos. Al fin y al cabo, nos quedan magníficos mapas plenos de colorido, pero en los que los puntos de los castros siguen siendo platillos volantes en el espacio, fuera de contexto. En muchos casos nos limitamos a conseguir un magnífico plano LÍDAR del castro de turno (o una fotogrametría con scáner láser de triangulación 3D),

Poblamiento y territorio son temáticas ya tradicionales dentro de la historiografía de la Edad del Hierro gallega, hasta el punto de dar incluso nombre a grupos de investigación (p.e. GEAAT de la Universidad de Vigo, campus de Ourense). En los últimos 20 años se suceden congresos y seminarios sobre la cuestión, así por ejemplo: Concepcións espaciais e estratexias territoriais na Historia de Galicia (AGH, 1993), Arqueoloxía e Territorio. Pautas de ocupación do espacio (Museo de Prehistoria e Arqueoloxía de Vilalba, 2006), I Xornadas de novos investigadores do noroeste. Arqueoloxía e territorio (Ourense, 2010) o el Curso de verano Castros de Interior: La Edad del Hierro del NO peninsular a través del ejemplo limiao (Xinzo de Limia, 2011). En la mayor parte de los casos, siguen primando esta visión funcionalista del poblamiento (control de los recursos, estrategias de subsistencia, etc…)

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una imagen sugestiva y tecnológica que sirva para vender un proyecto arqueológico al alcalde de turno o a los políticos que visitan FITUR. La tecnología se ha convertido en un metarelato, la herramienta ha dejado de ser un medio para convertirse en un objeto de estudio en sí mismo. ¿Esto es generar conocimiento sobre las sociedades del pasado? Esta hegemonía tecnológica (que no tiene por qué ser negativa) no se suele acompañar de una lectura social del registro, sirviendo únicamente para contrastar modelos locacionales definidos para otras zonas. A su vez, no se suele disponer de datos a escala micro y semimicro que permitan fundamentar la funcionalidad y cronología de las ocupaciones de los recintos fortificados objetos de estudio. TERRITORIOS EN FUGA: TEORÍA, POLÍTICA, IDENTIDAD Hemos intentado en esta ponencia llamar la atención sobre la necesidad de la reflexión teórica sobre la territorialidad del mundo de los castros. En nuestra opinión, la naturalización del paradigma histórico-cultural en la Arqueología del NW así como el marcado hermetismo hacia las aportaciones foráneas explica la minusvaloración de la reflexión teórica como punto de partida necesario e ineludible de la investigación arqueológica en nuestro país. Esta tradición asentada en el sistema de saber-poder galaico-minhoto privilegiaba la Arqueología de campo y especialmente la práctica excavadora, abriéndose únicamente a aquéllas innovaciones metodológicas que permitiesen generar un mejor registro arqueológico que, a pesar de ello, era sometido a las mismas preguntas de siempre. Dentro de estas coordenadas, el trabajo arqueológico respondía a una inercia en la que no había lugar para la explicitación ni de los objetivos, ni de los presupuestos de partida. Un castro era un castro y ésa era suficiente argumento para proceder a una excavación tras otra, aplicando una estrategia de acumulación de datos inútiles sólo empleados para la sistematización tipológica y formalista de

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artefactos y arquitecturas. Esta perspectiva tradicional se acompañaba de un reconocimiento tácito de las limitaciones insalvables del registro arqueológico, condición básica que impedía la aplicación de modelos teóricos alóctonos, ya que poco o nada se podía decir de la sociedad castreña. Los libros de síntesis de Romero Masiá sobre el hábitat y la arquitectura (1976) y de Calo Lourido sobre la cultura castrexa (1993) son excelentes ejemplos de este desdén hacia la Arqueología teórica y la búsqueda de otros horizontes que permitiesen avanzar en el conocimiento de los poblados fortificados. Esta perspectiva se ha trasladado con matices a las nuevas generaciones de arqueólogos y arqueólogas que han asumido plenamente una actitud empiricista asentada en la dicotomía entre diggers y thinkers. La reflexión teórica es un ámbito específico de la Arqueología en manos de la Academia que poco o nada tiene que ver con la Arqueología de Gestión. En este sentido las intervenciones arqueológicas se conciben como actuaciones

generadoras de registro que deben velar por el cumplimiento de unos concretos criterios metodológicos. Tenemos, por tanto, dos realidades difíciles de combatir: por un lado, un arcano desdén por la teoría y, por otro, un predominio de la metodología sobre la teoría. A este respecto, la irrupción de nuevas tecnologías (SIG, p.e.) a comienzos del siglo XXI, en muchos casos, no supone una involución de esta tendencia, ya que las preguntas de partida siguen siendo las mismas que dos décadas atrás. La confluencia de estos factores explica la limitación teórica de la Arqueología de la Edad del Hierro del NW y la pervivencia de un enfoque que patrimonializa el yacimiento como objeto de estudio. Incluso llega a existir una concepción organicista que suple de manera crítica la vaguedad teórica. Nos referimos a ese peculiar discurso arqueológico según el cual los materiales son la realidad, hay yacimientos que respiran facies culturales, o existen castros agradecidos desde el punto de vista arqueológico. Este tipo de Arqueología

Figura 5: Poblamiento castreño en la comarca de Bergantiños (en Agrafoxo 1989: 198). 43

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ateórica se siente cómoda con esta extraña mezcla de anticuarismo, historicismo cultural chabacano y positivismo mal entendido. La permanencia de este panorama obedece a una realidad que tiene unas consecuencias claras para el tema que nos ocupa. E incluimos en este punto de nuestro relato una pequeña aclaración. Hemos tomado prestado el título de nuestra ponencia. Territorios en fuga es un compendio de estudios críticos sobre la obra literaria de Roberto Bolaño, un ensayo multivocal en el que diferentes especialistas diseñan diferentes rutas para abordar los relatos del genial escritor chileno, partiendo de diferentes marcos teóricos (Espinosa 2003). Así avanza el conocimiento, se genera debate y se articulan diferentes narrativas sobre el pasado. Por el contrario, volviendo a la historiografía castreña, desde 1976 no contamos con ninguna síntesis sobre la arquitectura y el territorio castreños (eso que antes se llamaba el hábitat). Y lo que es más desilusionante: no existen diferentes aproximaciones (ni inéditas ni publicadas) sobre esta temática, no contamos con trabajos de investigación sobre la casa, el poblado y el territorio castreño desde el punto de vista de la Arqueología funcionalista, de la Arqueología marxista, de la Arqueología feminista, de la Arqueología contextual o de la Arqueología postcolonial. Esta carencia es una prueba palpable de la falta de normalización de la investigación arqueológica del NW. Esta realidad inexcusablemente remite a un necesario aggiornamento de los estudios sobre la Edad del Hierro, a una ineludible reflexión teórica que permita repensar el objeto de estudio y maximizar el notable volumen de información sobre el territorio de la Edad del Hierro. En este sentido, Mª Dolores Fernández-Posse no se equivocaba en la predicción recogida en la cita que encabeza este texto. Sin embargo, tenemos que decir que a pesar de las expectativas creadas y de la aplicación de nuevas herramientas y tecnologías, apenas se ha avanzado en el conocimiento de los procesos de construcción del territorio y de la 44

identidad política en el mundo de los castros. Seguimos aplicando los mismos prejuicios, continuamos definiendo como lugares centrales o capitales comarcales a cualquier recinto fortificado que supere las dimensiones medias de los castros gallegos, por poner un ejemplo anecdótico. No sólo seguimos aplicando acríticamente una visión determinista ambiental sino que incluso se detecta una vuelta al positivismo a ultranza, una involución a la hora de arriesgar una interpretación sociopolítica del registro arqueológico. Todo ello contrasta con los debates presentes entorno al territorio, el paisaje y el patrimonio. En el momento actual de desarrollo de la ciencia y el pensamiento, la Teoría de sistemas y la Teoría de la Complejidad, han traído consigo la reconceptualización del territorio como campo relacional, multivariado y complejo y han permitido el desarrollo de nuevas metodologías para la producción de conocimiento sobre el territorio acordes con su nuevo estatuto ontológico, entre ellas, la Cartografía Social, diseñada y aplicada para propiciar la participación de las comunidades en los procesos de ordenamiento territorial. En este contexto se han desarrollado nuevos marcos téoricos como el Desarrollo Territorial Rural, desde el que se concibe el territorio como un espacio con identidad y con un proyecto de desarrollo concertado socialmente que debe centrarse en mejorar su capacidad para competir con otros territorios (siendo clave la identidad) para aumentar la productividad y el empleo. El territorio es así un recurso que debe ser revalorizado, y esto incluye cuestiones como la cultura o la preservación de las tradiciones, aspectos aglutinadores de los grupos sociales que lo habitan (Viani 2013). Cada vez más el territorio es visto como un proyecto compartido y un dinámico referente identitario en constante reinterpretación. Aún siendo conscientes de todo ello, los arqueólogos y arqueólogas que intervenimos en el territorio participamos de lleno del hiperlocalismo que se criticaba desde las páginas de Nailos. Tenemos que reconocer que nosotros mismos hemos caído

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Figura 6: Castros y polígonos Thiessen en Ferrolterra (en Parcero 1993).

en la trampa que nos ha tendido el presente. Cualquier arqueólogo o arqueóloga de Galicia sabe que para intentar conseguir el apoyo de un ayuntamiento o fundación local tiene que adoptar un enfoque territorial comarcal, a poder ser esencialista. Sirva de último ejemplo nuestra experiencia en la comarca de Bergantiños (A Coruña). El interés local por recuperar y poner en valor el castro de As Croas de Niñóns4 surgió de una decepción. El diario coruñés La Voz de Galicia publicó una vez un pequeño suplemento dominical con un plano en el que aparecían todos los castros de Ber-

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www.croasdeninhons.net

gantiños. ¿Todos? No. Gabriel Varela, patrón de barco retirado, se revolvió en su silla al ver que As Croas de Niñóns no aparecían en el mapa. Ese agravio dio lugar a que Gabriel se convirtiese en el alma mater del proyecto arqueológico desarrollado en 2013 (Ayán 2014). Los castros siguen siendo importantes, y las autoridades locales lo saben. Si queremos vender un proyecto castreño en A Limia, en Terra de Lemos o en Terra de Soneira, un buen truco es mostrar lo que podemos hacer con scáners y GIS, y manejar un discurso que conecte a los habitantes de Soneira con los nerios prerromanos, a los de A Limia con los límicos y a los lemavos del presente con los lemavos de la Edad del Hierro. El localismo, 45

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Figura 7: Visibilidad a larga distancia del castro de As Croas de Niñóns (Ponteceso, A Coruña).

Figura 8: Imagen LÍDAR del castro de As Croas de Niñóns (Ponteceso, A Coruña).

las fronteras comarcales y las imposiciones del modelo de gestión turística y ordenación del territorio condicionan, y de qué manera, nuestra práctica arqueológica en el presente. Por eso nos parece fundamental reflexionar teóricamente sobre la utilización que hacemos del concepto de territorio en la Edad del Hierro. Porque el territorio, como la identidad, se construye también políticamente. Esta concepción sociopolítica del territorio permite un acercamiento al mundo de las comunidades que lo habitaron y lo construyeron a lo largo de la historia, sus relaciones sociopolíticas, pero también, como un palimpsesto, son el resultado final de procesos recurrentes y cíclicos en los que son continuamente alterados y reinterpretados. Las relaciones sociales, la práctica diaria (habitus sensu Bourdieu 1997) la negociación constante, la experimentación del espacio y del tiempo, la gestión de la memoria y el olvido son procesos espacializados y materializados en esa construcción social, cultural y política, en esa performance de la vida social que es el territorio (Bender 1993: 111).

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