Avances democráticos y resistencias liberales: la articulación del Partido Radical en provincias (1869-1871)

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Descripción

La Historia, lost in translation? Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea EDICIÓN PREPARADA POR:

Damián A. González Madrid Manuel Ortiz Heras Juan Sisinio Pérez Garzón

La Historia, lost in translation? Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea

Edición Preparada por:

Damián A. González Madrid Manuel Ortiz Heras Juan Sisinio Pérez Garzón

Cuenca, 2017

CONGRESO DE LA ASOCIACIÓN DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA (13ª. 2016. Albacete) La Historia, lost in translation? : XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Albacete, 21 a 23 de septiembre de 2016 / edición preparada por, Damián A. González Madrid, Manuel Ortiz Heras, Juan Sisinio Pérez Garzón.– Cuenca : Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2017 3815 p. ; 24 cm.– (Jornadas y Congresos ; 9) ISBN 978-84-9044-265-4 1. Historia contemporánea - Congresos y asambleas I. González Madrid, Damián A., ed. lit. II. Ortiz Heras, Manuel, ed. lit. III. Pérez Garzón, Juan Sisinio, ed. lit. IV. Universidad de Castilla-La Mancha, ed. V. Título VI. Serie 94(100)"18/..."(063) HBLW

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación solo puede ser realizada con la autorización de EDICIONES DE LA UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.cedro.org), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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de los textos: sus autores. de las imágenes: sus autores. de la edición: Universidad de Castilla-La Mancha.

Edita: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Colección JORNADAS Y CONGRESOS nº 9

Diseño de la cubierta: C.I.D.I. (Universidad de Castilla-La Mancha)

Esta editorial es miembro de la UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional. I.S.B.N.: 978-84-9044-265-4 (Edición digital)

Composición: Centro de Tecnologías y Contenidos Digitales (UCLM) Hecho en España (U.E.) – Made in Spain (U.E.)

ÍNDICE ACTAS XIII CONGRESO DE LA ASOCIACIÓN DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA

PRESENTACIÓN

45

TALLER 1. Los procesos de nacionalización española. Siglos XIX y XX

49

TALLER 3. Corte y Monarquía en la Europa del siglo XIX

209

TALLER 4. El franquismo en construcción (1936-1953). Visiones y balances

251

TALLER 5. Violencia política y control social en el primer franquismo. Moralización y disciplina. Una perspectiva de género

417

TALLER 6. Espacios y experiencias de encierro y castigo en la España contemporánea

603

TALLER 7. El mundo rural en la España contemporánea: conflictos, consensos, vigencias

813

TALLER 8. Víctimas y disidentes en las dictaduras ¿Rehenes de las democracias? Nuevos retos en la transmisión de la historia reciente

845

TALLER9. Cercanías de una conmemoración: el 150o aniversario de la Revolución Gloriosa, 1868-2018

965

TALLER 11. Populismos. Identidades nacionales e identidades de clases

1135

TALLER 12. Democracia y autoritarismo en el mundo rural (1850-2000)

1261

TALLER 13. Los problemas de la construcción del estado contemporáneo en España durante el siglo XIX

1361

TALLER 14. Las izquierdas en los procesos de transición de la dictadura a la democracia en la Península Ibérica y América Latina

1467

TALLER 15. La España del Frente Popular. Acuerdos y controversias

1597

TALLER 16. El factor internacional en la modernización educativa, científica y militar de España

1709

TALLER 18. Propiedad / (re)apropiación. Historiadores y agentes mnemónicos: conocimiento y usos del pasado

1865

5

Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea

TALLER 19. ¿Del mito al logos? Revisionismos, crisis y nuevas miradas al carácter modélico de la transición en España

2041

TALLER 20. Opinión pública, medios de comunicación y propaganda en el siglo XX

2149

TALLER 21. Religión, laicismo y modernidad: perspectivas transnacionales

2377

TALLER 22. Las relaciones hispano-marroquíes en perspectiva: el legado científico y cultural

2559

TALLER 23. El ferrocarril en España: un largo debate

2639

TALLER 24. El desarrollo de la ciudadanía social y el Estado interventor en España (1890-1975)

2741

TALLER 25. El lugar de la nación 25 años después de “comunidades imaginadas”

2823

TALLER 26. Del compromiso ideológico a la sociedad de consumo reconciliada: los intelectuales y la Transición cultural española

2915

TALLER 27. “The Dreamers”: género y compromiso juvenil

3027

TALLER 28. Ciencia historiográfica, transferencia del conocimiento y humanidades digitales: metodologías de investigación, documentación digital y revistas de historia 3131 TALLER 29. Paradojas de la reacción. Medios modernos para combatir la Modernidad 3205 TALLER 31. Ciudad, modernización y lógicas de la innovación en el mundo contempo ráneo

3279

TALLER 33. Asia y el Pacífico en clave comparada: estudios coloniales, postcoloniales y transnacionales

3363

TALLER 34. Repensar el fascismo español: nuevos enfoques y perspectivas

3463

TALLER 35. "Laberinto de pasiones": las relaciones España-Europa desde 1945

3613

TALLER 36. Crisis y cambios sociales: impactos en el proceso de modernización en la España del siglo XX, 1898-2008

3721

6

Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea

TALLER9 Cercanías de una conmemoración: el 150o aniversario de la Revolución Gloriosa, 1868-2018

INTRODUCCIÓN, Rafael Villena Espinosa y Rafael Serrano García

967

1. ¿PORTANDO LA TEA? EL VIAJE MEDITERRÁNEO DE PRIM EN SEPTIEMBRE Y OCTUBRE DE 1868, Alberto Cañas De Pablos 975 2. EL USO DE LA PALABRA. LA DEMOCRACIA EN EL PARLAMENTO Y LA PRENSA DURANTE EL SEXENIO, José Miguel Delgado Idarreta y Rebeca Viguera Ruiz 987 3. ¿“RESOLVER LA CUESTIÓN POR LA FUERZA DE LOS VOTOS”? LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA DEL CARLISMO, Alexandre Dupont 1001 4. LOS HORIZONTES POSIBLES DE LA DEMOCRACIA. ROQUE BARCÍA Y LA RE VOLUCIÓN GLORIOSA, Ester García Moscardó 1013 5. LOS DISCURSOS POLÍTICOS EN LAS ELECCIONES A CORTES CONSTITUYEN TES. ALICANTE 1869, Vicente Juan Giner Lillo 1023 6. LOS PREPARATIVOS PARA LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE DE 1868 DESDE CANARIAS, Candelaria González Rodríguez 1037 7. AVANCES DEMOCRÁTICOS Y RESISTENCIAS LIBERALES: LA ARTICULACIÓN DEL PARTIDO RADICAL EN PROVINCIAS (1869-1871), Eduardo Higueras Casta ñeda 1051 8. UNA GLORIOSA REVOLUCIÓN: PRENSA SATÍRICA ILUSTRADA Y AFIRMACIÓN MILITANTE (1868-1870), Marie-Angèle Orobon 1065 9. LA GLORIOSA Y LA RADICALIZACIÓN DE LA SÁTIRA. TOMÁS PADRÓ, LA FLACA Y LA CULTURA POLÍTICA REPUBLICANA, Josep Pich Mitjana 1077 10. POR SUS HOMBRES... ¿LA CONOCERÉIS? ESTUDIO DE LA ÉLITE POLÍTICA DE LA REVOLUCIÓN GLORIOSA A TRAVÉS DE UNO DE SUS PROTAGONISTAS: FRANCISCO ROMERO ROBLEDO, POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN, Antonio Je sús Pinto Tortosa 1091 11. LA REVOLUCIÓN GLORIOSA Y LOS INICIOS DEL REPUBLICANISMO EN LA PRO VINCIA DE ALICANTE, Juan Carlos Pisabarros Herrezuelo 1109 12. IDEOLOGÍA POLÍTICA Y COMPOSICIÓN SOCIAL DE LOS VOLUNTARIOS DE LA LIBERTAD: ALGUNAS NOTAS SOBRE EL CASO ASTURIANO, 1868-1874, Sergio Sánchez Collantes 1121

16 Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea

AVANCES DEMOCRÁTICOS Y RESISTENCIAS LIBERALES: LA ARTICULACIÓN DEL PARTIDO RADICAL EN PROVINCIAS (1869-1871)

EDUARDO HIGUERAS CASTAÑEDA Universidad de Castilla-La Mancha Resumen Con frecuencia se ha caracterizado al Partido Radical como un mero partido de notables, estructurado fundamentalmente en torno a su vértice madrileño y sin apenas incidencia orga nizativa en provincias, donde las pautas clientelares habrían suplantado la iniciativa de una militancia escasamente organizada. Por el contrario, el análisis del progresismo a la altura de una provincia agraria del interior español como la de Cuenca, puede mostrar una imagen dife rente de los perfiles organizativos del progresismo-democrático en el Sexenio. En este sentido, esta comunicación trata de explorar todas aquellas pautas que reflejan un avance democrático, por limitado que fuera, respecto a la definición estricta del partido de notables. Palabras clave: España, siglo XIX, Sexenio Democrático, partidos políticos, tipos de partidos, partido de notables, democratización, representación política, Partido Radical. Abstract Radical Party has frequently been characterized as a mere elite party, basically structured around his vertex in Madrid and with a weak organizational structure in the rest of the state, where the patronage system would have taken the place of a hardly organized membership. On the contrary, the analysis of this political culture inside the frame of an inland agrarian space as the province of Cuenca, can offer a different image of the organizational features of the democratic progressivism in the “Sexenio” (1868-1874). In this sense, the aim of this paper is to explore all these patterns that could reflect a democratic advance, as limited as it could be, with respect to the strict definition of elite party. Key words: Spain, XIX Century, Democratic “Sexenio”, political parties, party types, elite party, democratization, political representation, Radical Party

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Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea

Eduardo Higueras Castañeda

INTRODUCCIÓN En la primavera de 1870 los grupos parlamentarios progresista y demócrata-monárquico, junto a las principales cabeceras de prensa de la agrupación, formalizaron un acuerdo de fusión por el que se creó el partido Progresista-Democrático (HIGUERAS CASTAÑEDA, 2012a). Se cerraba, de este modo, un proyecto iniciado a mediados del año anterior bajo la denominación de Partido Radical. Su propósito era condicionar desde abajo el desarrollo democrático de los preceptos constitucionales de 1869 y forzar, si era necesario, la ruptura del bloque de gobierno formado en octubre de 1868 para marcar distancias con la Unión Liberal. La fusión progresista democrática desencadenó un proceso organizativo que, desde meses atrás, era una exigencia de las bases. Con él se respondía, sobre todo, al importante desarrollo que en esos momentos experimentaban tanto el federalismo como el carlismo. Tanto el Partido Radical como el antiguo Partido Progresista de la fase final del reinado de Isabel II han sido caracterizados como dos partidos de notables. No serían, en este sentido, muy diferentes del unionismo o del moderantismo (CANAL, 2014: 186; BOLAÑOS MEJÍAS, 1998: 192). Cabe, sin embargo, matizar esta apreciación. Lo importante es resaltar la existencia de pautas que no permiten encuadrar en una misma categoría realidades partidarias muy distantes. Martínez Gallego (2001) ya constató para el caso valenciano que los progresistas, en torno a 1865, contaban “con una activa militancia en la ciudad y en muchos pueblos de su entorno. Y la [contaban] por miles: nada que ver con ese epíteto de ‘partido de notables’ con el que a veces se ha querido definir a los progresistas” (p. 235). Es un indicio que merece la pena verificar en otros territorios. El esquema que diferencia entre partidos de notables y partidos de masas es un recurso recurrente en la historiografía política de las últimas décadas. Cuenta, sin duda, con ventajas importantes, pero también con evidentes límites prácticos. La clasificación procede de las pro puestas clásicas de Weber y Duverger (WEBER, 1987; MALAMUD, 2003: 321-350). Este último definía “los viejos partidos a base de comité” como una “estructura débil y descentralizada (...) donde los miembros no son, ni muy numerosos, ni muy apasionados”. Por el contrario, los “partidos modernos” se encuentran “centralizados y organizados” con el fin de encuadrar masas (DUVERGER, 1974: 92). La diferencia, sin embargo, no es el tamaño, sino el tipo de estructura que los articula: La distinción de partidos de cuadros y partidos de masas descansa en una infraes tructura social y política. Coincidió, en un principio, en grandes líneas, con la susti tución del sufragio censitario por el sufragio universal. En los regímenes electorales censitarios, que fueron la regla general en el siglo XIX, los partidos habían tomado, evidentemente, la forma de partidos de cuadros; no podía tratarse de regimentar a las masas, cuando no tenían influencia política (p.95). Desde este punto de vista, la cuestión central, por lo que afecta al Sexenio Democrático, es preguntarse por las transformaciones asociadas a la sustitución del sufragio censitario por el sufragio universal masculino. Puede, en este sentido, argumentarse que el Partido Progresista Democrático o Radical resume un intento de adaptación del liberalismo progresista al contexto democrático que esa misma agrupación había contribuido a definir. Se ha interpretado, en este sentido, que el progresismo del Sexenio llegó al poder con un discurso que le era ajeno: el de los derechos naturales. Eso conllevó, a medio plazo, su desaparición como cultura política (SIERRA, 2006: 136; ZURITA, PEÑA y SIERRA, 2006: 658). Es cierto que los progresistas que colabora ron en la redacción de la Constitución de 1869 se encontraban considerablemente alejados del discurso liberal avanzado de 1837 o 1856. Pero eso sólo implica que ese discurso que recelaba de la democracia quedó arrinconado ante el auge del liberalismo radical en el seno del parti do. Era el discurso que caracterizaba a un amplio sector que se llegó a definir como demócrata sin renunciar a la identidad progresista (SERRANO GARCÍA, 2006; HIGUERAS CASTAÑEDA, 2016). En cualquier caso, conforme a la definición estricta de Duverger, el hecho de aceptar la de mocracia y sus reglas, de expandir la militancia, de multiplicar los comités o apelar al voto de las masas no es realmente significativo: “la distinción de partidos de cuadros y partidos de ma sas —explica— correspond[e] igualmente, más o menos, a la de derechas e izquierdas, partidos

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Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea

Avances democráticos y resistencias liberales: la articulación del partido radical en provincias (1869-1871) ‘burgueses’ y ‘partidos de proletarios”’. La noción de miembro, en este sentido, es radicalmen te diferente en unos y otros. Los segundos apelan a “un público que paga” cuotas anuales y firma compromisos por escrito “para escapar de las servidumbres capitalistas” (DUVERGER, 1974: 91 y 97). Los primeros carecen de miembros en sentido estricto y, en cuanto a sus formas de financiación, la “selección de los miembros”, su notabilidad en el terreno económico, hace innecesaria la extensión del sistema de cuotas. Bajo estos parámetros, ninguno de los partidos existentes en el Sexenio escapa a la categoría estricta del partido de notables, incluido el Partido Republicano Federal. Parece, sin embargo, innegable que los federales apostaron por un mo delo de agrupación muy diferente al de notables o de patronazgo. De hecho, existe un amplio consenso a la hora de definirlo como el primer partido “prácticamente de masas” en la historia política española (PÉREZ GARZÓN, 2015: 181; PÉREZ ROLDÁN, 2001; PIQUERAS ARENAS: 1992; DUARTE, 2013; FERNÁNDEZ SARASOLA, 2009). El problema, en este sentido, es la exce siva rigidez del planteamiento de Duverger, aunque no por ello carece de utilidad. La noción del partido de notables es valiosa para comprender los partidos liberales en el escenario del sufragio censitario, que hacía innecesaria la movilización de masas. El contexto del voto universal mas culino les conducía a una doble alternativa: embridar los mecanismos electorales para asegurar su resultado o bien adaptar sus estructuras partidarias y apelar al voto de las masas. Por otra parte, Duverger resaltaba acertadamente cómo “la repugnancia instintiva de la bur guesía para el encuadramiento y la acción colectiva jugaba también en este campo” (DUVER GER, 1974: 97). La independencia de los sujetos políticos, en efecto, fue un valor compartido por las diferentes familias del liberalismo. En consecuencia, también lo fue el rechazo a aquellas fórmulas de movilización que la diluían u obstaculizaban: manifestaciones, meetings, etc. fueron, desde la perspectiva liberal, mecanismos de coacción sobre la voluntad individual que no podían canalizar intereses legítimos. Este punto conduce, precisamente, a un argumento central para el estudio del progresismo-democrático. El Partido Radical no dudó en recurrir repetidamente a estas formas de movilización, ni a justificar tanto en el número y en la organización, como en la notabilidad de sus dirigentes, sus merecimientos para desempeñar el poder. Categorizar al Partido Radical o Progresista Democrático como un mero partido de nota bles, en definitiva, aboca a eludir su estudio en profundidad al hacer que parezca innecesario el análisis de casos concretos. No lo es, precisamente, porque la imagen que devuelve la apro ximación a su organización local y provincial permite cuestionar esa categorización. Por ello merece la pena observar el desarrollo que alcanzó la organización radical en una provincia de interior, eminentemente agraria y considerablemente aislada, como la de Cuenca. A pesar del tópico de la desmovilización, apatía y desinterés político de las comunidades agrarias, el empuje del progresismo democrático en este espacio consiguió imponerse en diferentes ocasiones a los mecanismos oficiales de adulteración del voto (HIGUERAS CASTAÑEDA, 2015). En los últimos años, los historiadores de la política se han centrado mucho más en la idea de cultura política que en la de partido político. No son nociones equivalentes, aunque en la práctica puedan solaparse. Serge Berstein (2003) esbozaba la relación entre cultura y organiza ción aludiendo al papel vehicular de la segunda respecto a la primera. Los partidos, en este sentido, no serían otra cosa que “la forme organisée pour la conquête et l’exercise du pouvoir” por parte de una cultura política que llega a su madurez (p. 23). En la práctica, el análisis de diferentes tradiciones políticas muestra que en una organización partidaria podían convivir dife rentes culturas, subculturas o matices políticos1. La tradición progresista no carece de elementos identitarios que demarcan un grupo político, o de un imaginario compartido para analizarla desde esta perspectiva cultural. Para la etapa anterior a 1868, existen numerosos estudios que exponen acertadamente sus anclajes dentro de la cultura liberal (ROMEO MATEO, 2000 y 2007; BURDIEL, 2000; OLLERO VALLÉS, 2000; PIQUERAS y SEBASTIÀ, 1991; SUÁREZ CORTINA, 2006). No son, sin embargo, tan numerosos los que han abordado la tradición progresista y su versión radical después del éxito revolucionario de 1868 (SERRANO GARCÍA, 2006; GONZÁ LEZ CALLEJA, 2006; OLLERO VALLÉS, 2006; VILCHES, 2001). A ello pretende contribuir esta comunicación. posibilidad de delimitar una o varias culturas dentro del movimiento republicano español ha sido un debate considerablemente prolífico en los últimos años. Pueden, sin ánimo de exhaustividad, citarse los siguientes ejemplos: DUARTE MONTSERRAT y GABRIEL SIRVENT, 2000; MIGUEL GONZÁLEZ, 2011; PEYROUTUBERT, 2007; DE DIEGO ROMERO, 2008.

1La

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Eduardo Higueras Castañeda

1. LA INICIATIVA POLÍTICA “DESDE ABAJO” Y LA REORGANIZACIÓN DEL PROGRESISMO A mediados de 1869 la militancia progresista exigía la reorganización del partido. Tanto sus comités locales como el comité central no se renovaban desde 1865. La idea de que el partido progresista estaba deshecho era compartida. Conforme crecía la frustración por el rumbo vaci lante de la revolución y por la congelación de algunas de las principales aspiraciones populares que, bajo su perspectiva, la llenaban de sentido, el progresismo, desorganizado, se debilitaba. Las constantes noticias de que sus militantes pasaban a engrosar el Partido Federal pueden contrastarse en muchos casos y eran un motivo permanente de alarma. El propio Pascual Ma doz advirtió que la militancia exigía un cambio de rumbo, y ese giro implicaba reorganizar los comités en cada localidad2. Así, se esperaba condicionar desde abajo la política del gobierno. Asumir un mayor margen de iniciativa para impulsar el programa revolucionario era, por tanto, el objetivo de muchos militantes. A la vez, se trataba de competir con el federalismo, una pugna mucho más sensible en el nivel local, donde se producía el trasvase de militancia3. Resistir esas condiciones y frenar la reorganización que se apuntaba desde abajo era una necesidad para los gobernantes progresistas, dado que esa inercia conllevaba necesariamente la ruptura con la Unión Liberal. Todo ello generó una tensión que fue constante entre 1869 hasta junio de 1871, cuando la formación del gobierno progresista de Ruiz Zorrilla terminó de romper el equilibrio de poder con los unionistas. Esa tensión se resumió dos alternativas: la conciliación (de unionistas y progresistas) o el llamado “deslinde de campos”, que en la práctica significaba el planteamiento unilateral de un sistema bipartidista. Todo ello estuvo muy presente en el ámbito del progresismo conquense. La exasperación an te el bloqueo conservador a las reformas radicales era creciente. La censura de la indecisión de sus representantes en el poder, constante. Asimismo, era perceptible una pugna para mantener desde abajo el control de los procesos políticos, lo que les llevó a reclamar la reorganización del partido. Se trataba tanto de desligarse de la Unión Liberal, como de votar a través de represen tantes las líneas que debían observar sus dirigentes en Madrid. Los mecanismos adoptados para la designación de representantes permiten observar estos componentes. En ellos, a su vez, se ad vierten disonancias importantes respecto al imaginario liberal sobre la representación política, fundamentado en la delegación de la soberanía del elector sobre el elegido (SIERRA, PEÑA y ZURITA, 2010: 318-319). La pugna por controlar el proceso de designación de candidatos desde abajo o desde arriba fue una constante directamente relacionada con la decantación radical y democrática de los progresistas conquenses. A finales de diciembre de 1868 se celebró en Cuenca una Junta a la que acudieron represen tantes de toda la provincia. Progresistas, unionistas, demócratas e incluso republicanos estuvie ron presentes en ella. Eran, por ello, representantes de una genérica identidad liberal que no aludía inmediatamente a la coalición que sostenía el poder, sino a la oposición que en los años anteriores se había desplegado contra el dominio neocatólico sobre la circunscripción conquense. Debe entenderse que en esos mismos años de clandestinidad y retraimiento, la organización pro gresista se encontraba en gran medida descompuesta. Lo mismo ocurría con los primeros núcleos democráticos trabados desde 1863. La situación de los antiguos partidos en aquellos momentos, por tanto, era de desorganización y de redefinición (HIGUERAS CASTAÑEDA, 2014). Lo más interesante, en este sentido, es subrayar cómo en la Junta se plantearon noveda des importantes respecto a las tradicionales concepciones sobre la representación política en la cultura liberal. La más evidente fue una proposición para acordar “las bases, condiciones y requisitos que (...) debieran adornar a los candidatos que habían de elegirse, y los principios políticos y económicos que ante la asamblea debían sostenerse a todo trance”4. El progresista Sánchez Almonacid propuso exigir “de todos los representantes formal compromiso de respetar los acuerdos de la mayoría”. Ese mecanismo fue cerradamente defendido por los progresistas y combatido por dos representantes que hablaron “a nombre de la Unión Liberal”. Los prime ros formaban la “inmensa mayoría” de la reunión y podían, por tanto, resolver unilateralmente 2Pascual Madoz a Víctor Balaguer (10 de 3La Iberia 2 y 15 de septiembre de 1869. 4El

septiembre de 1869), Biblioteca Museo Víctor Balaguer.

Eco de Cuenca, 3 de enero de 1869.

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Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea

Avances democráticos y resistencias liberales: la articulación del partido radical en provincias (1869-1871) la cuestión5. Pero los últimos no estaban dispuestos a aceptar ningún sistema de designación que no asegurara un reparto equitativo de candidatos entre “los tres elementos liberales que contribuyeron al triunfo de la revolución de septiembre”. Es decir: entre progresistas, unionis tas y demócratas. La propuesta de “conciliación” entre los tres partidos, de este modo, podía asegurarles una cuota de poder a la que, numéricamente, no podían optar. Finalmente, se acordaron una serie de “cualidades que debían adornar a los agraciados”. La primera de esas exigencias consistía en que los candidatos “fuesen hijos de la provincia o con arraigo en la misma”. Todo ello demostraba la distancia que existía entre el nuevo meca nismo de designación y los tradicionales conceptos sobre la representación de la cultura liberal. Una distancia todavía más acusada al resolverse, al fin, la obligación que los candidatos tenían de “firmar un acta, comprometiéndose por su honor a sostener y votar en las futuras Cortes los acuerdos de la Junta”, así como de someterse “ante una comisión nombrada al efecto a dar cuen ta de sus actos y explicar su conducta”. Se acordaba, en definitiva, un mecanismo de mandato imperativo sostenido unánimemente por la mayoría progresista, con apoyo de algunas persona lidades republicanas, y combatido por los unionistas. Se perfilaban, por tanto, dos bloques: uno definido por parámetros democráticos, otro por rasgos estrictamente liberales. Fueron, finalmente, “veinte y tantos” los principios políticos y económicos acordados por la Junta. Constituían el programa electoral liberal-democrático. La crónica sólo explicitó tres: la libertad de cultos, “la sustitución de todos los impuestos por una contribución directa” y la necesidad de que, “en caso de votarse como forma de gobierno la monarquía”, los diputados conquenses votaran “por un español” que no perteneciera a la casa de Borbón6. Finalmente, se aprobó el procedimiento para designar a los candidatos. En primer lugar, se eligió una comi sión nominadora entre los representantes de los partidos judiciales para elaborar un listado de quienes cumplían las condiciones pactadas. Los designados, a continuación, fueron escogidos en votación directa. A todos ellos, por último, se les impuso la condición de firmar esas condiciones y cualidades “a que habían de subordinar sus actos”, en un plazo de cinco días. De no hacerlo, su nombre era sustituido por un suplente sometido al mismo requisito. El único de los candidatos elegido que no cumplió lo acordado fue el general Latorre, el principal dirigente y organizador del progresismo conquense entre 1858 y 1863: “por muy res petable y elevado que sea el juicio del General Sr. Latorre —indicaba El Eco de Cuenca— no está por encima del acuerdo de la Junta de compromisarios, que es más que el comité de provincia”7. Conviene, de nuevo, subrayar cómo el mecanismo adoptado y los argumentos que lo respalda ban, chocaban de frente con los parámetros sobre la representación política del ideario liberal. Se enmarcaban, por el contrario, en la concepción democrática que identificaba al elegido como mandatario (MIGUEL GONZÁLEZ, 2006). La candidatura elegida aglutinaba a todas las opciones liberales y democráticas de la provin cia, todavía no organizadas como partidos diferenciados. Frente a esta lista, se postularon can didaturas de orientación moderada-neocatólica. Su motor no fue ninguna agrupación concreta, sino el clero catedralicio con la cobertura del obispo de la diócesis, Miguel Payá. El moderantismo estaba desarticulado tras el derrumbe del trono de Isabel II. El republicanismo conquense estaba todavía diluido en esa amalgama de liberales avanzados con claro protagonismo de los antiguos comités progresistas. De ahí que las divergencias, fundamentalmente, tuvieran que ver con la proliferación de listas parciales y candidaturas independientes de determinados prohombres de la Unión Liberal que habían quedado fuera de la lista consensuada. Eran opciones alternativas a las acordadas por la Junta de compromisarios y no carecían de apoyos oficiales. El Eco de Cuenca llegó a denunciar que “uno de los Jefes militares” de la provincia, al repartir las cédulas electorales a sus subordinados, recomendaba “candidaturas parciales con carácter semi-oficial”8. Antonio Luque y Vicens, militar retirado y antiguo secretario del general Serrano, se postulaba en solitario como candidato ministerial. Su adscripción, al igual que la del gober nador civil, Moreu y Sánchez, era unionista. En este sentido, El Eco no dudaba en sostener que se libraba una lucha entre “los verdaderos liberales” frente a “tres grandes poderes con armas de buen temple (...) La autoridad militar, la civil, la eclesiástica, todas tres son hostiles a la Eco de Cuenca, 24 de enero de 1869. Eco de Cuenca, 24 de marzo de 1869. 7El Eco de Cuenca, 28 de febrero de 1869. 8El Eco de Cuenca, 10 de enero de 1869. 5El

6El

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Eduardo Higueras Castañeda candidatura propuesta al cuerpo electoral por la Junta de Compromisarios”9. En efecto, las po sibilidades de la candidatura liberal-democrática no se cifraban en un carácter oficial del que carecía, si se entiende por tal el apoyo de las máximas autoridades provinciales, poco proclives a progresistas y demócratas. El órgano de los progresistas conquenses, en este sentido, pedía que los electores liberales prescindiesen de “toda afección personal” a la hora de votar. Las organizaciones políticas debían mantener su “cohesión, unidad y armonía” para “hacer frente a la reacción”10. Todo ello expresa ba la incertidumbre ante resultado del primer gran ensayo del sufragio universal y la necesidad de adaptarse al carácter esencialmente imprevisible de un mecanismo inédito a escala nacio nal. Un mecanismo, por otra parte, que obligaba a reinterpretar las concepciones tradicionales sobre la representación política y elevar la disciplina de voto por encima de las tradicionales formulaciones del sufragio en clave liberal. El resultado fue un éxito para la coalición liberal democrática, que logró imponerse por un margen considerable a las restantes, aunque con una amplísima abstención que revelaba la acusada desorganización del neocatolicismo (HIGUERAS CASTAÑEDA, 2012b). En octubre del mismo año se celebraron nuevas elecciones para cubrir dos vacantes por renuncia de los diputados. De nuevo, la alternativa entre el mandato imperativo y la delegación fue causa de fricciones en la junta monárquico-democrática. En esta ocasión determinó una escisión momentánea del progresismo conquense. Llamativamente, el eje de la discordia fue la reelección de Romero Girón. El dirigente demócrata, antiguo redactor de La Discusión, había sido uno de los artífices de la Constitución de 1869 y responsable de algunos de sus aspectos más avanzados. En la Asamblea había ganado un considerable prestigio como integrante de la comisión constitucional que apuntaló al ser nombrado profesor de la Universidad Central. Al aceptar el destino, sin embargo, tuvo que renunciar a la condición de diputado. Era uno de los compromisos contraídos con la Junta de Representantes de Cuenca. Romero Girón trató de asegurarse su nominación por la asamblea de compromisarios, pero para ello era necesario derogar las condiciones y principios pactados en enero. En la práctica, significaba invertir el mandato imperativo por la delegación, aunque lo que se discutía eran sólo las incompatibilidades asociadas al cargo. La votación le favoreció por 13 votos. Junto a él, fue nominado el progresista Torres Mena que, pese a todo, defendió, “como sistema de [designa ción], el procedimiento colectivo por medio de reuniones públicas como la presente, en contra del sistema opuesto, o sea el de las gestiones y captaciones individuales”. Interpretaba, de este modo, que la fórmula acordada era más democrática que la ensayada en enero. Por el contrario, 22 de los compromisarios abandonaron la reunión en señal de protesta. Entre ellos se recono cía el núcleo dirigente del progresismo local que, meses más tarde, encabezaría la organización definitiva del Partido Progresista-Democrático11.

2. LA ARTICULACIÓN DEL PARTIDO RADICAL “El Pueblo es antes que el rey” era el titular con el que El Eco de Cuenca abría su número del de 1 noviembre de 1869. La polémica cuestión del trono, a sus ojos, había bloqueado la acción reformista encomendada a las Constituyentes. Así, expresaban su impaciencia y su frustración ante la falta de progresos tangibles, especialmente en materia económica: “los verdaderos patrio tas, así como el pueblo laborioso y contribuyente, ansían, antes que rey, leyes sabias en sentido económico, que los pongan a cubierto del hambre”. De ahí que, ante la impasibilidad de sus representantes en el Gobierno, retomaran la idea de presionar desde abajo mediante una nueva organización política. Esa misma inercia podría reconocerse en diferentes provincias y muestra por ello una pauta generalizada que no pasó desapercibida para los progresistas conquenses: procúrese por los hombres identificados con nuestras ideas asociarse en los pueblos, en las cabezas de partido y en la capital: nómbrense comités que se entiendan entre sí, inicien y propongan cuantas reformas sean conducentes al bien de la localidad, de 9El 10El 11El

Eco de Cuenca, 17 de enero y 10 de noviembre de 1869. Eco de Cuenca, 10 de enero de 1869. Eco de Cuenca, 23 y 29 de septiembre, 2 de octubre de 1869.

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Avances democráticos y resistencias liberales: la articulación del partido radical en provincias (1869-1871) la provincia o de la nación; y una vez aceptadas por todos, hacer que lleguen nuestras peticiones a la representación nacional con la fuerza que da la unidad legítima de un gran partido12. En esos momentos, los progresistas conquenses se definían genéricamente como “radicales” en un sentido idéntico al de otras provincias. Se hacía, por ejemplo, referencia a “la unión de progresistas y demócratas bajo el nombre de radicales”13. La iniciativa de reorganizar el viejo progresismo sobre nuevas bases era, por tanto, palpable desde finales de 1869. La propuesta formal tuvo lugar en noviembre y comenzó a generar respuestas pocas semanas más tarde14. Esa inercia, al igual que en otras provincias, respondía en gran medida al creciente desapego a la idea de conciliación con la Unión Liberal. El Gobierno Civil había estado ocupado por liberales conservadores desde el comienzo del periodo revolucionario. Más allá de la profunda desconfianza entre ambas agrupaciones en los procesos electorales, el enfrentamiento con la autoridad provincial había acarreado conflictos de competencias y pugnas soterradas en sectores cruciales para la economía conquense: las subastas de maderas, los deslindes de montes y la privatización de los bienes de propios. Sin duda, esta es una cuestión transversal a las disputas partidarias libradas en la provincia desde las décadas anteriores15. Oponerse a la conciliación significaba atacar una de las prioridades del gobierno provisional. Mantener ese pacto de unionistas y progresistas, por endeble que fuera, era necesario para con jurar el riesgo, siempre presente, de un golpe de Estado y cerrar, con la elección del monarca, el diseño institucional post-revolucionario. Por eso la iniciativa de las provincias de reorgani zar el partido para desligarse de los conservadores y disputarles el control del poder local fue constantemente frenada por los máximos dirigentes progresistas en Madrid. La iniciativa de base quedaba así asfixiada y frustrada, pero no frenada. Así, el núcleo progresista conquense mostró un vivo interés en el proyecto de fusión con los demócratas. En consecuencia, se incen tivó la elección de comités, con funciones que sobrepasaban claramente el molde del partido de notables: Conveniente, por tanto, sería la formación de comités locales y provincial, como se hallaban constituidos por los progresistas antes de la revolución: que vuelvan a la vida aquellos centros patrióticos (...) que entendiéndose entre sí tomen la iniciativa de todos los actos del partido radical en la provincia, proponiendo y gestionando las reformas que consideren necesarias en bien general y el particular de la localidad, no sólo en el orden político, sino también en el civil y administrativo, para elevarlas después personalmente a las Autoridades provinciales, a las Cortes o al Gobierno, y procurar la más pronta y favorable resolución16. Se contemplaba, por tanto, la estructuración escalonada del partido en las esferas territoriales habituales (local, partido judicial, distrito electoral, provincia). Sus fines suponían una extensión de las competencias de cada uno de esos órganos más allá de la designación o la ratificación de los candidatos. Ahora se concedía mayor importancia a la coordinación, a la comunicación, a la disciplina, la propaganda, la movilización, el proselitismo y la vigilancia de los procesos electorales. También se perseguía invertir la dirección de las decisiones políticas para otorgar la iniciativa a las bases, o al menos establecer un contrapeso frente a los dirigentes nacionales del partido. Esa reorganización debía servir como soporte para impulsar la labor legislativa de las Constituyentes. Debe subrayarse que, más allá de la promulgación de la Constitución, el marco institucional se estaba diseñando a través de las Leyes Orgánicas que medían el alcance real del proceso revolucionario. El desarrollo expansivo de los preceptos democráticos al que el ministro Eco de Cuenca, 1 de noviembre de 1869. Eco de Cuenca, 15 de septiembre de 1869. 14El Eco de Cuenca, 18 de diciembre de 1869. 15No debe pasarse por alto la enorme extensión de los montes de propios conquenses, a los que cada año trató de recurrir el ayuntamiento para cubrir el déficit de sus presupuestos municipales. Tampoco el desarrollo de las maderadas en la serranía de Cuenca en los años anteriores, bajo el impulso del empresario maderero Gil Roger Duval, diputado progresista. El Eco de Cuenca llegó a acusar al gobernador civil Eladio Lezama en su número de 18 de enero de 1871 por un posible delito de prevaricación, al fallar a favor del influyente unionista Juan Francisco Herráiz un pleito sobre delimitación de montes públicos del municipio de Valera de Arriba para el que carecía de competencia. 16El Eco de Cuenca, 24 de noviembre de 1869.

12El 13El

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Eduardo Higueras Castañeda de Gracia y Justicia, Ruiz Zorrilla, se había comprometido formalmente, encontraba la resistencia del liberalismo conservador. Por eso, su dimisión en enero de 1870 fue interpretada por los progresistas conquenses como un triunfo de sus rivales unionistas: “la política conservadora triunfo de la radical o revolucionaria”17, afirmaban. Comenzaban a confluir los argumentos esenciales de la organización radical: la oposición a la Unión Liberal, que significaba el deseo de desligarse de los conservadores y competir con ellos para ganar mayores cuotas de poder; el desarrollo de las promesas de la revolución, sobre todo en lo que se referían al ámbito fiscal, a la descentralización de las decisiones políticas y a las medidas secularizadoras; el impulso de una organización cohesionada que permitiera canalizar las iniciativas de las bases y frenar la sangría de militantes del progresismo al Partido Federal. Ruiz Zorrilla aparecía como el vértice de ese proyecto y, de hecho, fue él quien terminó dirigiendo el proceso de fusión de progresistas y demócratas, así como la organización del partido. Esa propuesta entró en su fase decisiva cuando los unionistas trataron de derribar al gobierno de Prim a finales de marzo de 1870. Rota la conciliación, no había más remedio que reforzar los vínculos de progresistas y demócratas. A partir de ese momento el entusiasmo por completar la organización radical en la pro vincia de Cuenca se renovó. A finales de mayo la recién nombrada junta directiva del partido progresista-democrático dio las primeras pautas para organizar el comité central. Este órgano debía coordinarse con las juntas provinciales, formadas provisionalmente por dos representantes de cada distrito18. La materialización de estos acuerdos confluyó con el último esfuerzo por sos tener la candidatura al trono del general Espartero. La opción esparterista no era sólo atractiva para la militancia progresista, sino para un sector del republicanismo, como quedó de manifiesto en las manifestaciones celebradas en Cuenca, Villar del Saz de Arcas o Bólliga, o en las adhe siones enviadas desde Minglanilla, Priego o Mota del Cuervo19. Precisamente en la primera de estas poblaciones, se celebró el 29 de mayo una reunión en la que se decidió “coadyuva[r] hasta donde sus fuerzas alcan[zasen] por organizar el gran partido liberal bajo la fusión progresista demócrata”. Los pueblos, en definitiva, se adelantaron en muchos casos a las capitales, como ya las pro vincias se habían anticipado a la fusión progresista-demócrata en las Cortes Constituyentes. Así, el día 7 de julio se convocó una reunión del “partido progresista-democrático del distrito judicial de [Cuenca] para tratar de su reorganización”20. Al día siguiente, El Eco abría con un artículo de fondo titulado: “organización del partido radical”. Lo más relevante para los progresistas era expandir y reforzar la vieja estructura del partido para lograr una mayor fuerza movilizadora. El Eco de Cuenca trabajó para intensificar ese proceso. Entendía que con él se garantizaba la super vivencia del “partido liberal” ante “los peligros que se vienen conjurando contra la revolución”. Un peligro contrarrevolucionario que identificaban en un carlismo cada vez mejor organizado, pero también en el dominio conservador de las instituciones y en la labor de zapa que, según denunciaban reiteradamente, llevaban a cabo los unionistas en las filas del progresismo. Así, El Eco ofreció la receta para acometer la organización de la nueva agrupación: La formación de comités en la capital de la provincia y en todos los pueblos de la misma es la primera necesidad del partido liberal. El comité de cada población cabeza de partido debe estar en inteligencia con el de la capital, y con aquél todos los que haya en los pueblos del mismo, y cada capital de provincia con el del comité central. Se dirá que esto tiende a la subordinación y parece que amengua la libertad, pero no hay otro medio mejor de entenderse y sacar fruto de la organización21. Deben subrayarse las últimas palabras. En ellas se observa una vez más la tensión entre la autonomía individual y la construcción de una organización partidaria eficaz para competir por los apoyos populares con otras fuerzas. Esa paradoja preocupaba a los radicales y, precisamente por ello, delimitaba el terreno doctrinal que pisaban. Un terreno en el que la autonomía de los individuos, su independencia y capacidad, debía convivir con los imperativos democráticos Eco de Cuenca, 12 de enero de 1869. Eco de Cuenca, 4 de junio de 1870. 19El Eco de Cuenca, 2 de marzo de 1870. 20El Eco de Cuenca, 6 de julio de 1870 21El Eco de Cuenca, 9 de julio de 1870. 17El 18El

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Avances democráticos y resistencias liberales: la articulación del partido radical en provincias (1869-1871) de los derechos naturales, el ejercicio activo de la ciudadanía y la socialización de la política a gran escala. Era una síntesis del liberalismo y la democracia que afirmaba los dogmas de la libre concurrencia, de la propiedad y del papel de las clases medias como guías de una emancipación política controlada para las clases populares. La connivencia constante de los radicales conquenses con el republicanismo de orden, frente a lo que definían como “demagogia” federal, o la “fiebre comunista” de los republicanos “rojos”, ayuda a perfilar el imaginario liberal democrático que les definía (HIGUERAS CASTAÑEDA, 2014). La antinomia entre la independencia de los actores políticos y la necesidad de la disciplina de partido se resolvió apostando por la necesidad de organización. Era imprescindible “repartirse los trabajos y entenderse directamente con los pueblos y sus comités, pues cuanto más se subdi vide el trabajo más fácil es llevarlo a cabo”. También en perjuicio de esa autonomía individual se proponía lo siguiente: “sea por el central, sea por el de provincia, se deben acordar y circular ciertas reglas de conducta que, dirigiendo las fuerzas a un fin, hagan fecunda la propaganda y permitan tomar una misma actitud en circunstancias dadas”. De este modo, se abogaba por reglamentar la actividad tanto de los órganos inferiores de la agrupación como de los militan tes. Se reforzaban los requisitos de adhesión y la intensidad del compromiso, lo que también constituía una evidente novedad respecto al modelo estricto del partido de notables. La propaganda, el proselitismo, la implicación perseverante de la militancia, era un requeri miento esencial para los radicales conquenses: “no basta ser liberal, ni mucho menos parecerlo; se necesita que cada cual, en el círculo de sus atribuciones, despli[egue] su actividad y energía a favor de la causa de la libertad”22. Era necesario que los militantes se convirtieran en verda deros activistas. Pero, obviamente, los progresista-demócratas no habían cortado sin más el hilo liberal que definía su tradición política. Así, se recomendaba que los miembros de los comités fueran “hombres independientes que no puedan variar de opinión ni de conducta por la pers pectiva de un destino”. De nuevo se recuperaba el ideal liberal del individuo económicamente independiente. Quedaba, así, un residuo de la idea de capacidad. Era un requisito que cumplían los integrantes del comité radical del distrito de Cuenca, elegido el día 8 de julio. Eran propietarios, profesionales, empleados y comerciantes. Ninguno de ellos, sin embargo, figuraba entre los máximos contribuyentes de la provincia23. Sí aparecían entre las clases acomodadas de la capital. Pero no representaban la gran propiedad, sino a las capas medias con una formación intelectual más o menos amplia. La mayor parte de ellos escribían o habían escrito en El Eco de Cuenca. Isidoro Arribas, notario, mediano propietario, diputado provincial y comandante de los Voluntarios de la Libertad, era su presidente. Como vicepresidente figuraba Ramón Mochales, un farmacéutico que había invertido 375000 reales en la desamortización civil. Valentín Pérez Montero, alcalde primero de la ciudad, pertenecía a una familia de hortelanos relativamente acomodada. En el seminario aprendió lo suficiente para dedicarse a los negocios y consolidar su posición social con la compra de 24 heredades por valor de 387766 reales (GONZÁLEZ MARZO, 1993: 321).

22Ibid. 23Boletín

Oficial de la Provincia de Cuenca, 13 de marzo de 1872.

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Eduardo Higueras Castañeda

Tabla 1. Comité del Partido Radical del distrito de Cuenca. 187024.

Calixto Giménez, vice-presidente de la Diputación pertenecía a una de las familias de ma yor abolengo progresista de la ciudad (LÓPEZ VILLAVERDE, 2005:11). En la contribución por inmuebles, cultivo y ganadería de Cuenca ocupaba la sexta posición. Catalogarlo como gran pro pietario, sin embargo, sería equívoco. Carecía de un nivel de renta equiparable a cualquiera de los máximos contribuyentes de la provincia. Manuel Mariana, mediano propietario, poseía una imprenta y se había adjudicado algunas parcelas por valor de 75106 reales en la desamortización. Es posible hablar de élites, incluso de notables, aunque con importantes matices. La influencia de Isidoro Arribas no podía ser determinante por su posición económica o su hipotética capacidad para favorecer a clientes políticos. Residía, por el contrario, en su importante papel organizativo dentro del progresismo desde el derrumbe del Bienio, en su labor propagandística en El Eco y en su prestigio como antiguo presidente de la Junta Revolucionaria de Cuenca. Gracias a todo ello, contaba también con el respaldo de los votos de la milicia ciudadana (BARQUÍN ARMERO, 2015).

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Fig. 1. Comités del Partido Progresista Democrático en Cuenca (1870-1872) Una ambivalencia entre la vocación de expansión organizativa, la inercia de las bases y los condicionantes liberales del primer progresismo puede observarse en el proceso de constitución de comités radicales. A partir del verano de 1870, aparecieron como mínimo 53 organismos lo cales en la provincia25. Eran cifras que duplicaban las de los federales y podían equipararse a las de la Comunión Católico Monárquica. Analizar la composición social de estos dirigentes locales es sumamente complicado debido a las carencias documentales. No obstante, pueden apuntarse algunos indicios. Ninguno de los componentes del comité provincial figuraba en la lista de 50 mayores contribuyentes de la provincia. En algunas adhesiones colectivas a Ruiz Zorrilla, los firmantes se identificaban como “propietarios todos”26. Pero debe interpretarse que, más que señalar un verdadero modo de vida, trataban de demostrar una determinada categoría social. En general, cabe hablar de pequeños propietarios agrícolas, labradores y, ocasionalmente, indus triales, profesionales y maestros, en congruencia con la estructura de la propiedad de una región en la que en torno al 43% se encuadraba en la pequeña burguesía agraria (VALLE CALZADO, 1998: 99).

3. LAS GRIETAS DEL RADICALISMO Como pudo comprobarse más adelante, el comité era en realidad el resultado de una tran sacción entre la mayoría radical del partido y su sector conservador. Los síntomas de ruptura, por ello, fueron casi coetáneos a su formación27. La escisión se consumó justo en el momento en que se debatían los mecanismos para designar a los candidatos para las elecciones provinciales. De nuevo, ese fue el eje de los debates. Los argumentos apuntaban, de un lado, a la ampliación de su representatividad y, de otro, a la negociación entre élites. Así, el presidente del comité, ha elaborado una base de datos de los comités radicales a partir de búsquedas sistemáticas en El Eco de Cuenca (1869-1873) y parciales en El Imparcial y La Nación. 26Cartas a Ruiz Zorrilla (Motilla del Palancar, 15 de junio de 1872), Archivo Manuel Ruiz Zorrilla. Con las anteriores se conserva otra adhesión de Belmonte de Miranda (incluida por error en la carpeta de la provincia de Cuenca) suscrita por 250 vecinos. Muchos indicaban su oficio. De ellos, 70 se identificaban como labradores, 15 como propietarios, 4 como abogados, sólo uno como hacendado. La analogía con el caso conquense es arriesgada, pero no inverosímil. 27El Eco de Cuenca, 20 de junio de 1870. 25Se

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Eduardo Higueras Castañeda Arribas, propuso la participación “de uno o más individuos de cada comité local del distrito” en la elección. Pérez Montero, Blasco y Mochales, entre otros, rechazaron la propuesta fundándose en la existencia de una “antigua jurisprudencia” en el partido, consistente en “indicar candi datos a los pueblos, para que manifestaran con toda libertad si los aceptaban”. Denunciaban, además, que los comités progresista-democráticos estaban “amasados con ciertas tendencias que no desconocemos”28. Aludían a un sector más o menos amplio de demócratas históricos, o incluso de republicanos, que se habían integrado en la agrupación radical. Se demarcaba, de este modo, un núcleo refractario al impulso democrático del progresismo y, sobre todo, renuente a la participación institucional del republicanismo. Se trataba del grupo que se había sentido más incómodo con la reorganización progresista y que, de hecho, había quedado en arrinconado en la elección del comité. Antes de proceder a la votación entre las alternativas para designar candidatos, Pérez Montero y los restantes defensores de la segunda propuesta abandonaron el comité29. El Eco de Cuenca se defendió atacando. Desde su perspectiva, la clave era la labor de zapa del unionismo, que desde meses atrás trataba de cooptar a los prin cipales dirigentes progresistas a escala provincial30. La suposición no iba desencaminada, ya que dos años más tarde, los disidentes de la reunión de octubre de 1870 aparecían con los principales líderes unionistas en el comité provincial del Partido Constitucional de Cuenca31. Lo fundamen tal, en cualquier caso, es subrayar cómo tres meses antes de celebrarse las primeras elecciones de la nueva monarquía, se había verificado la ruptura del Partido Progresista-Democrático de Cuenca. La división, no obstante, afectó más al núcleo dirigente que a la propia estructura de la agrupación, mayoritariamente radical.

A MODO DE CONCLUSIÓN La división había quedado prefigurada, de este modo, prácticamente un año antes de que tuviera lugar la escisión del partido a nivel nacional. No significa, por supuesto, que el origen de dicha ruptura arrancara de una provincia, sino que sus causas, más que en la rivalidad de los dirigentes nacionales de la agrupación, tenían que ver con el ritmo de adaptación de dife rentes sensibilidades políticas al contexto del sufragio universal. La voluntad de organizar una estructura partidaria cohesionada de orientación liberal democrática, abierta a la integración del republicanismo en el sistema político, chocaba con el liberalismo conservador tendente a la con gelación de la revolución democrática. De ahí la ruptura interna de los progresista-demócratas y la definición de dos alianzas estables: la de los radicales y los republicanos, de un lado, y la de los progresistas disidentes y unionistas, de otro. Eran la expresión de dos campos políticos con frontados. El primero estaba definido por parámetros democráticos. El segundo, por contornos puramente liberales. En este contexto, la agrupación radical conquense fue la única con un grado de cohesión y extensión lo suficientemente sólido como para hacer frente, de un lado, al profundo desarrollo del carlismo en la provincia y, de otro, al fraude electoral desplegado por el gobierno de Sagasta en las elecciones de abril de 1872. Apoyados en El Eco de Cuenca, en el voto mayoritario de los voluntarios de la libertad y en el Círculo Radical de Cuenca —prácticamente el único centro de solidaridad partidaria de la capital— el Partido Progresista Democrático demostró una im portante capacidad de movilización popular. Las recogidas de firmas contra la esclavitud, las procesiones cívicas favorables a la candidatura al trono de Espartero en 1870, el impulso de la enseñanza libre, así como las manifestaciones de protesta por la caída del gobierno de Ruiz Zorrilla en 1871 apuntan en esa dirección. Todo ello aporta nuevos indicios que deben ser explo rados en futuras investigaciones y que, en definitiva, permiten cuestionar la caracterización del radicalismo como un mero partido de notables.

Eco de Cuenca, 26 de octubre de 1870. Eco de Cuenca, 5 de noviembre de 1870. 30El Eco de Cuenca, 29 de octubre de 1870. 31La Iberia, 19 de diciembre de 1873. 28El

29El

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