Aún se trata del realismo: ontología y arte en Ernst Bloch

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Descripción

Aún se trata del realismo: ontología y arte en Ernst Bloch

Profesor Superior en Letras

Juan Manuel Cabado



Siguiendo a Marx en los Manuscritos de 1844, Bloch sostiene que el
ser humano es el único que puede imaginar una realidad aún no advenida y
operar prácticamente para que lo soñado se conforme.

Está era la distinción fundamental que Marx establecía entre la
animalidad y la humanidad al sostener que una abeja puede superar a un
obrero en la perfección de su hacer instintivo, pero hasta el peor obrero
puede, a diferencia de la abeja, proyectar en su mente lo que
posteriormente configurará en la realidad.

La cosa posee una estructuración interna que la condiciona parcialmente,
de acuerdo a una coyuntura histórico-social determinada, pero según Bloch
el ente también es susceptible de transformaciones por inimaginables que
puedan parecer para la mayoría. Por ejemplo, nuestra coyuntura no nos
permite transformar en un instante una sociedad corrompida por el capital
en otra libre y comunitaria, pero sí podemos transformar un átomo en
inmensas cantidades de energía que pueden destruir millares de vidas
humanas o iluminar ciudades enteras, algo impensable antes de los
descubrimientos de Einstein. Este juego dialéctico entre un
condicionamiento propio del material y una apertura a partir de la
penetración subjetiva es la base de la ontología:




"Lo posible en la cosa es lo condicionado parcialmente-en-la-cosa, de
acuerdo con el género estructural, el tipo, la conexión social, la conexión
según leyes de la cosa. Lo condicionado parcialmente aparece aquí, por
tanto, como una apertura más o menos determinada estructuralmente,
fundamentada estrictamente en el objeto, y solo así comunicada al
conocimiento hipotético o problemático [...] La humanidad, por cierto, se
plantea solo cometidos que puede resolver; pero, sin embargo, si el momento
de la solución encuentra una pobre generación, la revolución entonces, es
simplemente posible[1]"




Esta concepción del ente abierto e interrelacionado dialécticamente, es
esencial a la teoría marxiana y es el sustrato ontológico fundamental que
permite el realismo y la revolución, entendidos como una transformación del
a partir de las posibilidades dadas, de las cualidades grávidas de futuro
de la materia.

Así como en el ente hay abierto un posible-latente inagotable, también en
el ser humano se evidencia la misma condición. Sin embargo, la entidad
humana es especial porque es la única que puede modificarse a sí misma a
partir de un movimiento consciente. El ser humano no es un objeto dado con
el que la historia experimenta, sino que es susceptible de transformarse a
sí mismo y a su entorno revelándose contra el orden establecido natural y
social. En esta ontología no existe una oposición tajante entre la
subjetividad y la objetividad, ya que la subjetividad de la conciencia
altera al propio objeto. No es la semilla que solo ha de convertirse en
árbol como sostenía Hegel; el ser humano puede tomar conciencia de su
realidad compleja, transformarse y elevarse por sobre su condición
alienada. Esta concepción de clase es compartida por Lukács y Bloch; y
ataca de raíz la relación refleja ente base y superestructura, entre
condicionamientos externos y conciencia para despertar la crítica sobre la
crisis. No hay tierra prometida, sin un largo éxodo hacia ella que, como
veremos a continuación, nunca termina.

Para reflexionar sobre un modo de aprehensión de conocimiento en
particular, se hace indispensable una base epistemológica que sustente el
análisis. Bloch, en el El principio esperanza divide la historia de la
filosofía en dos tipologías teóricas. Las primeras son las teorías
reproductivas en las cuales la conciencia registra pasivamente y
experimenta una claudicación ante el ente ya advenido. Por ende, la
transformación de lo real a partir de un proyecto utópico resulta
imposible.

Las segundas son las teorías productivas que sostienen que el mundo es un
producto de la conciencia, lo cual implica una subjetividad creadora, pero
al mismo tiempo presenta la fundamentación filosófica para el dominio y la
destrucción de la naturaleza.

Como es usual en la teoría blochiana, el filósofo se propone una tercera
instancia superadora. En contraposición al instrumentalismo burgués, la
nueva técnica debe ser una Alianza entre las latencias implícitas en la
realidad objetiva y las tendencias que el sujeto desarrolle como sueños
posibles dentro de la historia concreta.

La latencia es la posibilidad inherente e inmanente a la objetividad de
lo todavía no advenido pero posible. La tendencia es la tensión del
complejo de relaciones dialécticas que subyacen en lo existente y todavía
no han llegado a su cumplimiento efectivo, pero que hay que acelerar en el
caso de que tiendan a una sociedad más desarrollada y orgánica desde el
punto de vista de las relaciones sociales.

Como se desprende de la teoría de Marx, tiene que existir una
convergencia entre gnoseología y ontología que apunte hacia el telos de la
transformación del mundo para el advenimiento de una sociedad que genere la
naturalización del hombre y la humanización de la naturaleza, libre de
alienación y plena de esencia genérica.

Según Bloch, la esperanza da amplitud al hombre, es activa, se entrega al
devenir como el soñar despierto. El miedo, en cambio, se retuerce en el
anonadamiento, es la pasividad arrojada al ente. En su dependencia hacia el
objeto cerrado de observación, el pensar y el hacer capitalistas están
presos del miedo.

Lo posible, es una categoría que ha sido vaciada a lo largo de la
historia de la filosofía y de la ciencia confundiendo "conocimiento parcial
de las condiciones y condiciones parcialmente dadas.[2]" Ante la filosofía
y la ciencia del olvido del futuro, Bloch propone la ontología del aún no
ser cuyo origen se encuentra en la oscuridad del momento vivido, un momento
de carencia en donde el ser lucha por encontrar su esencia dentro de las
limitaciones propias de la realidad material. Es el sueño despierto de la
posibilidad de un mundo mejor: una utopía.

Hay que luchar por la esencia para no caer en la nada, que ya no es como
el primer momento una carencia que busca su desarrollo, sino la completa
aniquilación. Las condiciones para la irrupción de lo nuevo tienen que
estar dadas, pero no garantizan de por sí su irrupción, sino que solo la
praxis subjetiva y la determinación del conjunto social pueden hacer que
esas condiciones advengan reales.

Pensar significa traspasar. Lo nuevo es algo que está en mediación con
lo existente, y debe activar la tendencia inserta en la historia, de curso
dialéctico. Todo ente lleva en su seno, según Bloch, una estrella utópica:
metáfora de lo que brilla en contraposición a la tiniebla cotidiana,
metáfora de lo que ilumina, embellece la noche, pero también, y sobre todo,
de lo que guía.

En la historia del pensamiento occidental, el objeto ha estado preso de
la contemplación. Con Kant, el sujeto se convierte en supuesto productor
del objeto a partir de sus categorías cognitivas. Sin embargo, su filosofía
deja intacto, como un enigma sin solución pero existente, el en-sí del
ente, su esencia. Con Hegel, el en-sí se inserta en un sistema orgánico,
pero fijo, en donde el objeto evoluciona hacia un para-sí ya determinado
por el curso dialéctico del Espíritu Absoluto.

Hasta la filosofía de Marx, el objeto estaba preso, tanto de un en-sí que
lo ataba a su esencia inmutable y eterna (Parménides); como posteriormente,
a la determinación de destino inmodificable en el sistema hegeliano. Si
bien Bloch hace un intento por rastrear en la historia del pensamiento
rastros que avalen cierta apertura hacia el futuro posible, solo en la
filosofía marxiana puede ver acabada esta concepción. A partir de ella, el
objeto por primera vez se abre a la posibilidad de su transformación
esencial y material, que no es lo mismo que el cambio aristotélico. El
objeto presenta latencias que lo hacen susceptible de ser elaborado, no ya
por categorías de percepción subjetivas que dejaban intacta su dimensión
material como en Kant, sino a través de la relación entre la subjetividad y
la objetividad en una apertura dialéctica que modifica al hombre y a la
naturaleza generando un desarrollo ecológico integral a partir del cual
ambos se potencian mutuamente.

Para Bloch entonces, el ente posee una dimensión doble entre una apertura
condicionada e inagotable. Condicionada por las relaciones dialécticas que
lo sustentan, inagotable porque es un principio heurístico que tiende
siempre a la realización de la tendencia. Si para Kant el Salto de la Razón
es identificado con la totalidad divina que hace inagotable el camino del
conocimiento; Bloch instala ese mismo principio heurístico, ese totum
utópico en el objeto. Esta secularización del sentido implica la dialéctica
entre los límites propios del material y la posibilidad de su
transformación, que surge del análisis antropológico del trabajo mismo:




"Posibilidad real es solo la expresión lógica de una parte, para la
condicionalidad material suficiente, y de otra, para la apertura material
(inagotabilidad del seno de la materia)[3]"




La ciencia capitalista está cosificada, cerrada sobre sí, y comparte la
fetichización con el pensamiento primitivo. Es presa de un fanatismo que ni
siquiera puede soñar, sino que se aferra a "los sedicentes hechos", y como
no percibe su latencia, casi siempre se ve sorprendida por el curso de los
acontecimientos. Es por eso que Bloch sostiene que los emergentes caóticos
de la irracionalidad se igualan en lo imprevisible: accidentes técnicos y
crisis económicas son análogos en su dificultad de previsualizar. Es el no
saber disfrazado de fatalidad.

¿Y como debe operar la ciencia? En el momento del advenimiento de la
idea, ciencia y arte materialistas proceden del mismo modo: la genialidad
transformadora, la chispa inicial, no distingue esferas. Ambos trabajan a
partir del mismo sustrato ontológico, postulando una hipótesis fruto de la
tendencia histórica que posteriormente habrá de verificarse y hacerse
efectiva por medio de la praxis del sujeto:




"El grado de la capacidad genial se mide por la plenitud de su todavía-no-
consciente, es decir, de su trascendencia mediada sobre lo dado hasta ahora
explicitado y conformado en el mundo. En este punto no es todavía necesario
distinguir entre genio artístico y científico [...] este criterio de la
obra de arte genial es el mismo en el arte (la reproducción plástica de una
visión real) que en la ciencia (la reproducción conceptual de la
estructura de la tendencia y latencia de lo real)[4]"




Como vemos, esta cita conecta la reflexión ontológica que desplegábamos
en un principio con la reflexión acerca de la estética: el arte es un modo
de conocimiento tan válido como el científico. Si bien la esfera de
representación es diversa, ambos parten del trabajo sobre lo aún no
consiente y apuntan a un telos común; transformar el mundo material y
espiritual para elevar la esencia del ser humano y de la naturaleza. Nótese
que la diferencia se da entre: reproducción plástica de la visión y
reproducción conceptual de la latencia-tendencia de lo real.

El arte trabaja con la materialidad de la re-presentación, con la
plasticidad del significado; la ciencia, en cambio, debe trabajar en ese
entramado del ente que está condicionado, pero también abierto a su
transformación, debe trabajar en lo concreto de la tendencia para
realizarla.

Bloch, toma la concepción de juicio estético de Kant y proyecta esa
inteligencia artística a la inteligencia técnico-concreta de la ciencia
materialista, la nueva ciencia debe producir como la naturaleza:




"Kant caracterizó el genio como aquella capacidad que crea como la
naturaleza. No en el sentido de que produzca lo suyo necesaria y
arbitrariamente como ésta, sino en el sentido de que aun cuando superen, y
aunque han de superar la naturaleza, . La inteligencia técnica no es, desde
luego, inteligencia artística, su propósito es el logro de una fuerza
suplementaria, no de una belleza suplementaria, pero, sin embargo, es
también una inteligencia conformadora del alumbramiento suplementario y de
la nueva conformación en el material[5]"




Esta cita expresa claramente que la ciencia y el arte pueden trabajar
conjuntamente para echar nueva luz sobre el mundo y transformarlo, la
primera crea nuevas fuerzas, la segunda nuevas bellezas. El programa de una
conjunción entre el potencial científico y el artístico guarda una
consonancia profunda con la teoría estética madura de Brecht.

El hecho de que Bloch encasille la reproducción artística en la
plasticidad, es quizá fruto de su estrecha conexión con el expresionismo y
debiéramos ampliar la discusión a los diversos modos de expresión que
conviven pluralmente en nuestra época.

Hay otra dimensión sobre la que Boch reflexiona precozmente: la
recepción. Como sostenía provocativamente Duchamp y gran parte de la
vanguardia, son los espectadores los que hacen las obras. Para la teoría
estética blochiana, la recepción es un momento fundamental de la reflexión
estética. Si la representación artística se da solo en el ámbito de la
visión y no posee un correlato real objetivo, su recepción se ve velada por
esta falta. El público no puede relacionar la representación con un
referente real, y si no posee las capacidades de comprensión y
previsualización suficientes, se ciega a la interpretación.

Si la recepción no está madura, la obra de arte fracasa y no cumple con
su función artística primordial: la revelación de la tendencia como un faro
heurístico para acelerar la revolución que arranque al sistema social
alienado la esencia genérica del ser humano:




" el arte se hace conocimiento, a saber: por medio de imágenes adecuadas
y pinturas de conjunto típico características; el arte persigue lo
de los fenómenos y lo despliega. Por medio de una
fantasía de esta naturaleza, la ciencia capta en conceptos lo
de los fenómenos, nunca permaneciendo en el plano
abstracto, nunca debilitando o perdiendo el fenómeno. Y lo
es -lo mismo en el arte que en la ciencia- lo especial de
lo general, la instancia de cada momento para la conexión dialécticamente
abierta, la figura del totum típico-característica en cada momento[6]"




Repárese en que la diferencia fundamental se da entre perseguir y captar.
La distancia respecto del objeto es mayor en el arte, corre tras él porque
lo ve más lejos, en el horizonte, más desarrollado en la visión. El
científico, en cambio, lo tiene frente a sus ojos aquí y ahora, se enamora
de él como quería Benjamin en El origen del drama Barroco Alemán, y "capta"
lo real que el resto alienado no percibe.

La tipicidad, lo característico del arte realista no se corresponde con
la imagen banalizada del espejo al costado del camino que refleja los
personajes sintetizando un color de época. La tipicidad es la
previsualización del totum utópico, es la luz del faro revolucionario que
lleva a las clases dominadas a darse cuenta de que es posible una realidad
distinta objetivamente posible. No es un sueño vano, es el sueño del obrero
que citábamos al principio, el sueño del trabajador antes de realizar su
proyecto, el proyecto que lo hará mejor a él y al mundo.

¿Y qué sucede si los oprimidos no lo perciben en la experiencia
artística, o si lo hacen pero no lo llevan a cabo acelerando el proceso?
Entonces, solo queda la imagen de lo que pudo ser y no fue, un signo
nostálgico y apremiante. La humanidad verá siempre en ella el sueño de un
mundo mejor, más humano, que perdió su oportunidad para siempre. Pero esa
imagen que no fue, no disipa totalmente su función reveladora, ya que puede
ser refuncionalizada, puede volver a actualizarse para excitar los sueños
dormidos: en Thomas Münzer, Bloch demuestra como un agitador puede retomar
elementos de la cultura escatológica popular para sublevar y concientizar
al campesinado.

Fundamental se torna esta reflexión en nuestros tiempos. Tomar las armas
significa hoy, como ayer, criticar, soñar, arrancarle realidades mejores a
la existencia con una praxis consiente y desalienada; pero también
significa hurgar en el fondo de los afectos colectivos para poder
despertar, a partir de ellos, la conciencia de un cambio posible en las
masas adormecidas.

En cualquier formación social persisten restos de modos de producción
anteriores. A la nostalgia por un pasado sin contradicciones, Bloch la
llama asincronía. Esos elementos nostálgicos deben ser reelaborados,
refuncionalizados para que sean factores de progreso y revolución. De lo
contrario, pueden ser utilizados para políticas tiránicas. La propuesta es
simple: no debemos descuidar los sentimientos humanos si queremos movilizar
la mente y el cuerpo de los oprimidos para construir un mundo más humano,
menos abstracto. ¿No era igual el sueño de José Martí con sus Versos
Sencillos?

Marx reflexionó en Contribución a la crítica de la economía política
sobre el porqué de la persistencia de las obras de arte en el tiempo. Bloch
intenta dar respuesta a esa cuestión arguyendo que existen contenidos
utópicos subterráneos que persisten a las formaciones culturales
específicas que les dieron vida, son sueños de un mundo mejor que resisten
como excedente cultural: "Estas floraciones, más bien, pueden ser
independizadas de su primer suelo histórico-social, porque ellas mismas, en
su esencia, no están vinculadas a él[7]"

La filosofía anterior a Marx, y la ciencia capitalista en su conjunto,
trabajaban y trabajan como en un laboratorio, con datos pasados, con
registros, están presas de la anamnesis; en contraposición, el arte
revolucionario, debería ser un laboratorio de lo latente, de lo pre-
iluminado para anticipar no sólo hechos, sino procesos; y en consecuencia
acelerarlos, retrasarlos o transformarlos.

La inspiración deja de ser mística y divina para transformarse en la
concordancia entre la latencia del objeto y la correcta interpretación
dialéctico-inmanente del sujeto. Ese relámpago une dos potencialidades, y
no simplemente una subjetivad y una objetividad dadas. Ese relámpago
transforma en el proceso al sujeto, al objeto y a la historia.

Por lo tanto, el substrato de la herencia cultural solo se da a partir de
las obras que pudieron penetrar en las profundidades de la complejidad
social de tal manera que persisten en cada germen de revolución, porque han
ampliado la percepción del hombre, porque le han regalado un nuevo órgano
con el cual percibir la realidad, porque lo han hecho mejor.

La validez ya no se da como en la tecnocracia capitalista, por la
coincidencia entre lo postulado y su correlato fáctico. Lo válido no surge
de contrastar, lo valido se hace a partir de lo pre-visualizado a partir de
la función utópica, lo válido adviene en el mundo a fuerza de machacar la
realidad desde la subjetividad consiente y desalienada. La previsualización
sin lucha, el arte puramente contemplativo, sin praxis, sin aceleración de
lo previsto, puede derivar en un triunfo de la clase dominante, y por ende,
en un cambio en la tendencia que haría inválida la utopía.

La idolatría objetivista anula la libertad y los sueños de acción del
individuo. Por eso Bloch acuña un término central en su filosofía: el de
sobrecompensación. Las condiciones nunca estarán totalmente maduras para no
necesitar un sueño o una praxis revolucionaria. Si en el ente está el
principio heurístico que siempre nos hace desear un más allá cognoscitivo,
en el concepto de sobrecompensación tenemos un principio heurístico para la
praxis subjetiva: nunca es suficiente nuestro hacer para mejorar las
relaciones entre los seres humanos.

Este hacer constante se necesita del arte para señalar el camino ya que
es una imagen hacia la cual ha de tender la sociedad, es:




"el oficio de impulsar-hasta-el-final [que] tiene lugar en el espacio
dialécticamente abierto, en el que cada objeto puede ser representado
estéticamente (...) Esta conformación sigue siendo apariencia en tanto que
pre-apariencia, pero no es ilusión; todo lo que aparece en la imagen
artística está, más bien, agudizado o condensado con una radicalidad que la
realidad de nuestras vivencias, desde luego raramente muestra, pero que
está implícita en absoluto en el objeto[8]"




El arte es para Bloch una agudización de lo sentido que percibe el
sentido dialéctico-materialista de la realidad, y lo plasma en su
inmanencia. Pero la materialidad de esa plasmación es solo uno de los
momentos. Si la recepción no capta el significado, si la recepción no puede
escapar del condicionamiento ideológico y de la alienación de clase, la
función del arte debe esperar la concreción futura, si es que se da, y
dentro de la cual ya no puede cumplir su utopía originaria, aunque puede
refuncionalizarse en virtud de un nuevo cambio, de una nueva esperanza.

El mundo objetivo es un boceto inacabado, el arte dibuja ese boceto y la
ciencia dialéctico-materialista debe llevar a cabo el proyecto. Un proyecto
siempre perfectible, siempre elaborable, inconcluso. La posibilidad real
objetiva depende de un juicio hipotético o problemático sobre una
incompletud abierta al futuro posible

Resumiendo, la pre-apariencia estética es una previsualización del futuro
que surge en el seno de la materia. El arte puede establecer relaciones
dialécticas entre lo ideal futuro y lo real en el plano del significado.
Es por eso que la plasmación artística debe ir hasta el meollo del ente,
evitar lo superficial dado, y penetrar en la realidad material del objeto y
sus posibilidades en germen. Para Bloch, el auténtico realismo debe
alcanzar no solo el totum de su época, sino también el totum utópico.

¿Por qué plantear la complejidad de estos temas hoy? Porque las
propuestas de Bloch tienen una vigencia terrorífica.

En un mundo que virtualiza las relaciones sociales… en un mundo que
fija en nuestras conexiones neuronales y psíquicas la angustia del sueño
nunca realizado… en un mundo que animaliza nuestros cuerpos y nuestras
almas en un trabajo alienante… en un mundo que nos desconecta de la
búsqueda de nuestra esencia… en un mundo que bombardea desde sus centrales
de inteligencia los sueños de las pequeñas comunidades y desde sus medios
masivos de comunicación los falsos sueños que promueven el consumo vacío…
en un mundo de cáscaras, de cadáveres, de estadísticas que ocultan
científica y racionalmente la miseria. En un mundo así, es urgente soñar,
pensar y configurar una realidad distinta.

Por eso la vigencia de las propuestas aquí planteadas.

La vigencia de reflexionar sobre una ontología que funde un horizonte
común entre diversas culturas, respetando las particularidades.

La vigencia de reflexionar sobre un modo de creación humana no
alienado que potencie las capacidades del hombre y de la naturaleza en un
desarrollo ecológico integral.

La vigencia de pensar en un arte que sea un modo específico y amplio
de conocimiento y de embellecimiento del mundo, en un arte que intente
desentrañar la complejidad de las relaciones materiales y sociales, en un
arte que pueda tener un sueño en común con las diferentes ciencias,
tecnologías y modos de trabajo no alienado.

La vigencia de pensar en una comunidad amplia que pueda ser receptora
consiente de los frutos del conocimiento en las diferentes esferas, y
discutirlo y configurarlo para arribar a una realidad construida por todos.

Hoy estas problemáticas son urgentes, porque hoy, igual que ayer, y
más que nunca, se trata del realismo.




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[1] Bloch, Ernst, El Principio esperanza, Tomo 1, Traducción de Felipe
González Vicén, Aguilar, Madrid, 1977, pág. 225

[2] Ibídem, pág. 235

[3] Ibídem, pág. 198

[4] Ibídem, pág. 113

[5] Ibídem, pág. 266

[6] Ibídem, pág. 216

[7] Ibídem, pág. 144

[8] Ibídem, pág. 208
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