Augusto de Campos y Jorge Luis Borges, dos caras de una misma moneda
Descripción
Augusto de Campos y Jorge Luis Borges, dos caras de una misma moneda
Me bajo en la estación del metro “Clínicas”. Cruzo la calle y, en el paradero de
buses, le pregunto a alguien cuál puede servirme para ir al barrio de las Perdizes, rua Apinajés. São Paulo bulle con su acostumbrada agitación, el tráfico pesado, el aire cargado de smog y la gente apiñada esperando. Los muertos en el cementerio vecino, los quioscos donde venden flores, construcciones de cemento alrededor, y la antena de televisión ocupando un lugar destacado en la escena. Una señora me señala el bus al que subirme y, tras un diálogo entre el cobrador y algunos pasajeros, uno me dice que me avisará donde bajarme. Voy camino a una entrevista con Augusto de Campos, uno de los miembros del trío que fundó el concretismo, ese remezón al paisaje literario brasileño que lo reconfiguró de modos que aún no terminamos de entender. Había concertado la entrevista por teléfono esa mañana. “Venga como a las cuatro”, me dijo Augusto. El barrio donde vive es más tranquilo que el cruce de calles donde tomé el bus, colinas que suben y bajan, unos pocos restaurantes, un puesto de taxis. El ascensor me deja en el piso doce. Antes de que Augusto mismo me abra la puerta, me entretengo contemplando el afiche enmarcado de una de sus “intraducciones”, el original chino del motto Poundiano “make it new” traducido a un portugués ideogramático, dispuesto en vertical:
Tal vez esta breve inscripción trama mejor que nada lo que más me atrae en el concretismo y en su estrecha relación con Pound, de quien los miembros de lo que entonces se llamaba el grupo Noigandres tomaron la coexistencia de un compromiso intransigente y decidido con la innovación y el experimentalismo aliada a una exploración constante de las tradiciones del pasado, en este caso la china confuciana clásica que les confirma la importancia de la novedad y a la vez les señala sus límites (como indica el hecho de que ese imperativo sea justamente la repetición y la actualización de algo ya dicho, ya hecho, ya puesto en lenguaje, vuelto nuevo en su traslado a otro contexto y otra lengua). Incluso la frase misma, en su estructura palindrómica, parece indicar que la innovación no es una calle de un solo sentido, ni la historia un relato lineal: xinririxin, “renovar día a día / sol a sol renovar”, como elegantemente lo traduce Augusto.
No viene al caso ahora un relato detallado de la conversación que tuve ese día,
en mi portugués vacilante y repleto de hispanismos, con el poeta concretista, ni de los pormenores de una segunda sesión unos días más tarde, antes de partir por unos días a Santiago. En cada caso, salí impresionado por su vitalidad, su afabilidad (sin nunca dejar de lado cierta seriedad reservada y circunspecta) y su apertura intelectual, que ágilmente lo lleva de los trovadores al samba y al tropicalismo, de Monk a Sousândrade y del recuerdo de la dictadura o los popcretos con los que él respondió a su clima opresivo a las animaciones computacionales que ahora lo ocupan más intensamente. Salí también de cada visita provisto de algunos ejemplares de textos casi inencontrables que el poeta me obsequió, la delgada plaquette de su primera traducción de cummings, la edición en una carpeta cuadrada llena de hojas sueltas de poetamenos, el librillo de tamaño parecido a un compact disc de colidouescapo. Y, entre esos, un volumen más pequeño aún, delgado, con tapa roja, titulado Quase-‐Borges + 10 Transpoemas, editado hace un año. Cuando Augusto me lo muestra, me sorprendo algo. Aunque es bien sabido que lo que en sus años iniciales fuera un rigor tal vez excesivo en la constitución de un canon de autores necesarios que excluía sistemáticamente como prescindibles a muchos otros
ha dado paso en el trabajo como crítico y traductor de Augusto a un repertorio más flexible (aunque nunca gratuito), que incluye de hecho a muchos autores puestos en el índice proscrito por los manifiestos concretistas (como Rilke, Valéry, Keats, entre otros), me cuesta pensar en alguien más remoto que Borges del gusto por la experimentación y el rechazo a las formas tradicionales que caracterizó al concretismo y en cierta medida lo sigue definiendo (en nuestra conversación, para mi sorpresa, Augusto reivindica la idea de que el ciclo histórico del verso como mecanismo de composición está cerrado, una de las afirmaciones más frecuentemente criticadas del “Plano piloto de la poesía concreta” del 58). El Borges tardío parece, en cambio, el epítome del ex-‐vanguardista arrepentido, convencido de que la pesquisa de la novedad es fútil y que sólo vale intentar alcanzar alguna maestría en el manejo de las formas y metáforas que la tradición nos ha legado y que estamos condenados a repetir variándolas apenas. En cuanto a sus gustos, Borges es quizás en el panorama latinoamericano quien más se acerca a Pound en el afán enciclopédico y en el amor por tradiciones medievales, orientales, griegas y latinas y en su empeño por hallarles formas nuevas en nuestras lenguas actuales, pero es también el crítico que condenó en cummings el interés excesivo por la tipografía en desmedro de la poesía, y se encogió de hombros ante el valor de Finnegans Wake luego de haber admirado el Ulises, situándose así en las antípodas de las preferencias declaradas de los concretistas. Cuando se lo recuerdo a Augusto se encoge de hombros y dice “Al final lo que me importa a mí es la poesía, ¿no?, más que las teorías y principios, y la busco donde me parezca que se encuentra”. Luego se lo piensa un poco y agrega: “Los poemas de Borges son muy justos, no les sobra nada, tienen una concisión que me interesa, un grado de condensación proveniente tal vez del hecho de que los componía de oído y los pulía en su cabeza por un buen tiempo antes de consignarlos a la página.” Me digo que el Borges que le interesa a Augusto es entonces un escritor cercano a João Cabral en su preferencia por versos medidos y formas regulares, pero cercano también al concretismo por la crítica de la espontaneidad, el disgusto por lo amorfo, el rigor constructivo, virtudes todas que ocupan un lugar central en el proyecto de este
movimiento. Me digo también que en el Borges tardío pueden encontrarse ciertas semejanzas con la obra temprana, pre-‐concreta, de Augusto. Poemas como “El rey menos el reino”, en su perplejidad ante el propio nombre, en su angustia existencial contenida en versos tersos y serenos, en su gusto por las paradojas y contrastes, tienen algo de borgeanos, y lo mismo podría decirse de su poesía anterior a Poetamenos. Me digo, por último, que el obstinado vanguardista y el escéptico tradicionalista, como los dos teólogos a los que este último les consagró un relato, no son tal vez sino dos caras de una misma moneda para una mirada algo más distante en el tiempo o el espacio.
El pequeño volumen de versiones de Borges contiene un ensayo en que Augusto
evoca su visita, en Buenos Aires, junto a su esposa y su hijo Ronaldo, al escritor ya viejo y ciego, que los recibió en su departamento, y luego una pequeña antología de poemas traducidos. Una rápida revisión de los textos escogidos y del modo de verterlos puede ser un ángulo interesante para darle una mirada fresca a ciertos aspectos del concretismo y de la obra de Augusto como creador, recreador y crítico de poesía.
El ensayo, como muchos de los textos críticos de Augusto, es menos una
disectación de corte académico que un retrato literario. A diferencia de Décio Pignatari y Haroldo de Campos, los otros fundadores del movimiento, Augusto nunca se incorporó de modo permanente al sistema de enseñanza universitario, y sus textos críticos se apartan siempre por lo tanto del tono más sistemático y teorizante que su hermani y amigo adoptan por momentos. Muchos de los ensayos en À margem da margem, por ejemplo, parten de una anécdota o de un encuentro personal, y consisten menos en un estudio exhaustivo de una obra o estilo que en esbozos en los que se entremezcla la escritura con lo personal, la vida con la obra como manifestaciones de un mismo impulso ético y estético, a menudo ligado al ostinato rigore y a la igualmente obstinada “recusa”, el rechazo que Augusto repetidamente ha invocado como actitud central de su trabajo de poeta. Rechazo al facilismo, al comercialismo, rechazo al amparo de ideologías, programas, conservadurismos disfrazados, rechazo al drama de una subjetividad expuesta en sus afectos como material de la literatura. Hay, por cierto, en estos “no” que puntúan la obra de Augusto muchos “sí” y “si”, muchas afirmaciones
o hipotéticas concesiones en sus negativas, pero persiste a través de los años en él la dureza de quien se resiste a dejarse llevar por corrientes, tendencias o gestos en boga y persiste en buscar rutas propias.
Los “10 transpoemas” que siguen son a la vez una ilustración de ese rigor y un
ejemplo brillante de cómo él se aplica de modo flexible, tanto en la escueta selección (“non multa sed multum” y “less is more” son otros dos mottos favoritos de Augusto) como en el siempre asombrosamente prolijo trabajo de recreación que ejecuta el poeta, con una atención acerada a detalles de forma y de tono. Esto no es sorpresa para quien conoce las versiones que ha hecho Augusto de otros tantos poetas, desde los trovadores a Zukofsky, desde Maiakovsky hasta Ausonius, siempre con una capacidad notable de replicar los pliegues materiales en que se configura la letra en su materialidad más sensual así como en sus más ascéticos escapes a lo conceptual. Contra quienes persisten holgazanamente en decretar de un plumazo que la traducción es tarea imposible, las versiones de Augusto nos ofrecen siempre el reverso en su lengua, el eco preciso del ritmo y la rima, sin nunca apartarse del significado. La selección de textos para este pequeño volumen incluye varios sonetos (una de las formas predilectas de Borges, y una de las formas predilectas también de los poetas de la generación del ’45, contra la que se rebelaron los poetas de Noigandres, que por tanto excluyeron programáticamente esa forma de su corpus) que encuentran en portugués equivalentes a veces casi iguales, a veces alterados, pero siempre justos. Parecería al observador distraido que es fácil pergeñar versiones entre lenguas tan cercanas como el portugués y el español, pero en cuanto uno lo intenta se da cuenta de que el espacio mínimo que los separa se convierte en un abismo por momentos, en términos de métrica o gramática. Quisiera seguirle la pista a algunos de los puntos en que las transcripciones de Augusto, como versiones de una pieza tocadas en un instrumento para el que no fueron concebidas, lo llevan a buscar soluciones diversas del original, respetándolo siempre, pero a menudo infligiéndole también inflexiones diversas, testimonios del timbre peculiar de quien las ejecuta.
En el primer poema de la colección, el justamente famoso “Poema de los dones”,
la primera estrofa propone el “conceit” del que el poema trata. Escribe Borges: Nadie rebaje a lágrima o reproche Esta declaración de la maestría De Dios, que con magnífica ironía Me dio a la vez los libros y la noche. Augusto traduce:
Ninguém rebaixe a lágrima ou censura Esta declaração da maestria De Deus, que com magnifica ironia Me deu mil livros e uma noite escura. El primer verso podría, por cierto, usar el portugués “reproche”, pero opta por “censura” (que, tal como en castellano, puede tener sentido idéntico a “reproche”) anticipando que “reproche” no rimaría con “noite” como lo hace con el castellano “noche”, lo que, como uno de los ajedrecistas que figuran en el poema siguiente, el traductor anticipa y resuelve. Creo también que, sin quererlo, Augusto aquí comenta algo sobre la tarea del poeta que traduce, innumerables veces traidor (como en el manido adagio), pero también a veces sin querer censor, inquisidor. Habría que agregar que este aspecto de la traducción no es necesariamente sólo negativo, quien traduce también rejuvenece a la obra, como decía Goethe, al despojarla de ripios, al aligerarla. En esa misma estrofa, Augusto también se da el lujo de agregarle más que restarle a Borges. La “noche” de Borges se convierte en “noite escura”, ganando un adjetivo tal vez redundante para tener rima con “censura”, mientras que el escueto “los libros” de Borges se vuelve “mil livros”, en lo que puede leerse como una alusión –involuntaria, supongo, pero acertada– a una de las obras predilectas de Borges, las Mil y una noches, precisamente una obra que sufrió, como recuerda él mismo en un notable ensayo, varias peripecias en su paso a las lenguas occidentales, incluyendo censuras moralistas y cientificistas, estas últimas con pretensión de exactitud que le molesta a Borges más que las primeras.
La estrofa siguiente tiene otro curioso esfuerzo: el verso “leer en las bibliotecas
de los sueños”, que rimaba con “dueños”, se convierte en “sonhar com bibliotecas e
com cores”, cuya última palabra rima con “senhores” (que Augusto propone por “dueños”). Estos colores con los que Borges sueña son un añadido del traductor a esa estrofa, en el original en blanco y negro. Nuevamente una metáfora de la traducción, comparable a esas versiones coloreadas de filmes antiguos, siempre algo artificiales pero a la vez amables en su esfuerzo denodado por actualizar el pasado, por volverlo nuevo. No siempre estas refracciones son ganancias, hay casos en que algo se pierde: no podría ser de otro modo; por ejemplo, en el verso “yo fatigo sin rumbo los confines”, el característicamente borgeano uso desplazado y desacostumbrado del verbo “fatigar” deviene el más convencional “eu erro sem cessar pelos confines…”. El “Poema de los dones” sigue explorando laboriosamente la paradoja de haber recibido como dones la ceguera y una biblioteca repleta de libros, un destino que como siempre en Borges no es único, sino que tiene un precedente, un inquietante doppelgänger de la voz que narra. En la penúltima estrofa, se pregunta Borges: ¿Cuál de los dos escribe este poema de un yo plural y de una sola sombra? ¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema? Augusto lo traduce como: Qual de nós dois escreve este poema De um eu plural e de uma mesma mente? Que importa o verbo que me faz presente Se é uno e indivisível o dilema? Los dos primeros versos podrían ser epígrafe de toda traducción, que por momentos nos hace preguntarnos, cuando es buena, a quién pertenece el poema, si al autor original o a quien le insufla nueva vida en otra lengua (o a quien lo hace vivir sobre la página, ese cisne más inquietante aún que los autores). En los versos siguientes, como en respuesta a esa pregunta, Augusto transforma la “una sola sombra” en “uma mesma mente”, el anatema borgeano en dilema (traduciendo lo teológico a lo racional, lo escatológico a lo laico), en tanto que “la palabra que nombra” se vuelve “o verbo que me faz presente”, lo que no es sólo una versión diseñada para rimar con “mente” donde
Borges conjugaba “sombra” y “nombra”, sino que también, en su paso de lo sustantivo (el nombre) a lo verbal, un eco (nuevamente involuntario, creo), del énfasis de Ernest Fenollosa en la dimensión activa del lenguaje, en ese texto que fue vital tanto para la poética de Pound como para su refracción brasileña hartos años más tarde, “Sobre los caracteres escritos chinos como medio para la poesía”.
Se podría continuar examinando con lupa, línea a línea, esta traducción, y hallar
varios matices y piruetas más, pero en pro de la agilidad que creo que exige el tema prefiero apuntar velozmente algunas claves de las versiones y de la elección de los poemas. Sigue al “Poema de los dones” el díptico de sonetos en que Borges retrata a los ajedrecistas jugando absortos, y leído en portugués el texto me parece también susceptible de comprenderse como una figura de la traducción, en su planificación laboriosa de lo que vendrá, en su empeño respetuoso pero también necesariamente agresivo por momentos en sacar un texto de su medio natural y llevarlo a otra orilla, y en su condición fantasmagórica: como los jugadores de Borges deciden el destino de las piezas pero tienen un destino que depende de quién sabe qué divinidad, y así ad infinitum, el traductor se deja dictar las palabras que escribe por la voz de un ausente y distante difunto que habla por su boca y lo vuelve un profeta discreto, en sordina. O, como diría Pound, una persona, una máscara, un actor sobre una escena. Este disfraz le permite a quien traduce no sólo cambiar las palabras desde las que opera, sino transformarse a sí mismo. Tal como Borges fue Whitman, un poeta de talante opuesto al suyo, Augusto fue, en el breve espacio de este volumen de casi-‐poemas de Borges, su doble y su sombra.
La mayoría de los demás poemas que componen el volumen son retratos
literarios, textos críticos en verso: elogios de Luis de Camões, de Góngora y Keats, una refutación de Gracián a quien Borges condena a jamás acceder a la gracia divina por haberse dedicado a las artes de ingenio en vez de a la verdadera poesía (una acusación no muy lejana de las que se le hacen a veces al concretismo, y por tanto una curiosa opción de Augusto para incluir en esta selección). Hay también unos versos al autor del Rubaiyat, pequeña puesta en abismo que es por cierto una reflexión sobre las paradojas
de la traducción elevada al cubo al ser traducida ella misma. El monólogo dramático a lo Browning en que Borges hace hablar a Fitzgerald y lo hace meditar sobre el modo en que la “métrica del persa” Omar Khayyam es una luna reflejada en el espejo de agua de su traducción se vuelve una vertiginosa ilusión de infinito al verse a su vez refractado a otra lengua. Como en el poema final de la selección, “Laberinto”, los versos de Borges No esperes que el rigor de tu camino que tercamente se bifurca en otro, tendrá fin. Es de hierro tu destino como tu juez. Se convierten brillantemente en: Não penses que o rigor de teu caminho Que fatalmente se bifurca em outro Que fatalmente se bifurca em outro, Terá fim. É de ferro teu destino Como o juiz. La traducción aparece aquí en otro de sus rostros, la repetición, el puro y simple eco o reflejo que vuelve el laberinto ahogante de Borges aún más angustiante al duplicarlo literal y metafóricamente, doblando así su fatalidad al hacerlo recorrer otra bifurcación y al figurar literalmente la monotonía de esos pasillos de los que no hay salida posible.
También puede leerse como una terrible alegoría de la traducción el texto “El
Golem”, donde Borges retoma de Scholem la anécdota del rabino que quiere crear un ser vivo y, frente al resultado decepcionante de su empeño, un mal remedo de hombre, se pregunta: ¿Por qué di en agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana madeja que en lo eterno se devana, di otra causa, otro efecto y otra cuita? Augusto traduce como: “Por que à vã / Trama eternal fui dar uma outra escrita, / outra causa, outro efeito e outro afã?”, agregando a la “causa”, “efecto” y “cuita” de Borges “otra escritura”, el palimpsesto acaso de un traductor, comparable si se miran sus defectos a esa réplica ridícula de un hombre hecha de greda, capaz tan sólo de imitar los gestos pero no el espíritu de quien lo hiciera.
Pero sería injusto terminar en este tono. Si las malas traducciones nos hacen
pensar en el Golem, una versión como la de Augusto tiene más que ver con la respuesta que se da Borges a la pregunta de por qué perseverar en el estudio de una lengua muerta como el anglosajón. Cito el poema entero:
A veces me pregunto qué razones Me mueven a estudiar sin esperanza De precisión, mientras mi noche avanza, La lengua de los ásperos sajones. Gastada por los años la memoria Deja caer la en vano repetida Palabra y es así como mi vida Teje y desteje su cansada historia. Será (me digo entonces) que de un modo Secreto y suficiente el alma sabe Que es inmortal y que su vasto y grave Círculo abarca todo y puede todo. Más allá de este afán y de este verso Me queda inagotable el universo. “Composición escrita en un ejemplar de la gesta de Beowulf” (El otro, el mismo, 1964)
Este poema es como el doble, contraparte o contrapunto, de uno reciente de Augusto, la respuesta anticipada a la angustiada mínima esperanza que éste plantea:
des aprender de uma vez todas as línguas em -al em -ol em -ão em -ego em -im em -ano em -ês poesia não tem porquês esquecer esquecer esquecer emude cer des umano para vol ver a ser no nano uni vers o da minh a mudez humano
Es borgeano en este poema el deseo de olvido como reposo del espectáculo terrible del universo y de la vanidad inútil de todo saber, en última instancia una carga más que algún alivio (como para el memorable Funes o el desafortunado inmortal que Borges imagina en uno de sus cuentos). También es borgeano, en otro sentido, el hecho de haber llegado a esa conclusión tras recorrer el abanico entero de las lenguas que el
poema declina y a las que renuncia con cierto cansino desdén. Me digo que, si hay en ese olvido de las lenguas alguna promesa de volver a ser humano, es porque, contra la doctrina cratilista a la que alude “El Golem” (“en las letras de rosa está la rosa / y todo el nilo en la palabra nilo”), verso y universo no coinciden, sino que difieren. En las palabras de Borges, “Más allá de este afán y de este verso / Me queda inagotable el universo.” Fernando Pérez Villalón, 2007
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