ASIGNACIÓN DE RECURSOS Y SOBERANÍA DEL CONSUMIDOR. por Alejandro N. SALA

August 5, 2017 | Autor: Luis García Chico | Categoría: Economia, Revista de estudios sobre Justicia Derecho y Economia, Alejandro Sala
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Revista de estudios sobre Justicia, Derecho y Economía (RJDE). No.2 Enero-Junio 2015. Visítanos en facebook o en nuestro blog.

ASIGNACIÓN DE RECURSOS Y SOBERANÍA DEL CONSUMIDOR Alejandro N. SALA Escritor. Autor del Ensayo: “EL ESPÍRITU DEL MERCADO: La economía al servicio del consumidor”

El desafío quizá de mayor magnitud que un sistema económico debe afrontar al efecto de responder eficazmente a los requerimientos del entramado social es tener la flexibilidad suficiente para adaptarse a un proceso constantemente dinámico. La determinación de un ordenamiento económico satisfactorio sería relativamente fácil si los métodos y los objetivos de los mecanismos de producción, intercambio y consumo fueran estáticos. En efecto, una vez determinados medios y fines, todo el problema se reduciría a ejecutar con eficacia el plan concebido con el fin de optimizar los resultados.

Para bien o para mal –esto depende de la evaluación de cada individuo- la realidad social no nos puede suministrar la información de la que necesitaríamos disponer para estar en condiciones de elaborar ese sofisticado plan que armonizaría coherentemente las capacidades, los deseos, las necesidades y las expectativas de todos. El mundo en el que vivimos nos tiene sumidos en la crueldad de la incertidumbre, del cambio, de la imprevisibilidad, de la innovación y, a veces, del caos. Lamentablemente, el pecado original nos eyectó del paraíso terrenal y nos obliga a convivir con un sinnúmero de contratiempos y calamidades. ¿Cómo instrumentar un ordenamiento económico apto para afrontar un panorama tan inmanejable?

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Como suelen decir los psicoanalistas, el punto de partida para resolver un problema es reconocerlo como tal. Nuestra dificultad es que no contamos con datos que nos indiquen de qué medios disponemos ni a qué fines nos conviene asignarlos. Pero no se trata de que esa información nos falta porque no hemos logrado obtenerla. El problema es –como diría Ortega y Gasset- mucho más radical: no tenemos tales noticias por la sencilla pero esencial razón de que esos conocimientos no existen, no han sido creados, no se han producido. Debemos operar en un contexto donde la incertidumbre es la norma, no un fenómeno ocasional o una anomalía susceptible de ser corregida. Decía Menger 1 que la incertidumbre

“…es uno de los elementos más esenciales de la inseguridad económica de los hombres”

Hay un problema de naturaleza epistemológica que la economía no ha logrado resolver de manera suficientemente satisfactoria, el cual consiste en pretender operar con el mismo tipo de métodos que las ciencias físicas, en las cuales, al menos en principio, los datos están dados y el trabajo del científico consiste en explicarlos. En economía, esa metodología es inaplicable porque no existe la posibilidad de acumular datos y elaborar un sistema de ecuaciones que permita determinar con exactitud la matriz de un proceso productivo. ¿Y por qué tal cosa no es posible? Pues sencillamente porque la exactitud de las ecuaciones depende de una variable que es absolutamente contingente, como lo es el agregado de decisiones individuales de los consumidores. Röpke2 planteaba muy claramente en Más allá de la oferta y la demanda, en relación a los métodos matemáticos que

“… este método es muy discutible, precisamente porque induce a los poco precavidos a traspasar con excesiva ligereza la peligrosa zona límite –la zona que separa a lo humano de lo mecánico- para adentrarse demasiado en la región de la matemática mecánico-estadística y a despreciar lo que se encuentra del lado de acá

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Menger, Carl (1871) – Principios de economía política – Unión Editorial, Madrid (1983): 64 Röpke, Wilhelm (1958) – Más allá de la oferta y la demanda – Unión Editorial, Madrid (1979): 335

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de esta frontera, es decir, lo humano no matemático, lo espiritual y lo moral; en una palabra, lo definitivamente no cuantificable”.

El más perfecto y prolijo estudio de mercado, en última instancia, está siempre sometido a la decisión inapelable de los consumidores. Y si bien cabe conjeturar qué grado de adhesión están los consumidores dispuestos a prestar a cualquier oferta presentada en el mercado, no hay certeza alguna de que, al momento de que el bien sea puesto a la venta, la respuesta de los consumidores será positiva. Por lo tanto, todo el sistema de cálculos matemáticos en los cuales las hipótesis estaban sustentadas puede “volar por los aires” si los consumidores tienen una respuesta diferente a la imaginada. Mises 3 era muy pragmático en relación a este tema:

Los consumidores acuden adonde les ofrecen a mejor precio las cosas que más desean; comprando y absteniéndose de hacerlo, determinan quiénes han de poseer y administrar las plantas fabriles y las explotaciones agrícolas. Enriquecen a los pobres y empobrecen a los ricos. Precisan con el máximo rigor lo que deba producirse, así como la cantidad y calidad de las mercancías. Son como jerarcas egoístas, caprichosos y volubles, difíciles de contentar. Sólo su personal satisfacción les preocupa. No se interesan por méritos pasados ni por derechos un día adquiridos. Abandonan a sus tradicionales proveedores en cuanto alguien les ofrece cosas mejores o más baratas. En su condición de compradores y consumidores, son duros de corazón, desconsiderados por lo que a los demás se refiere.

¿Cómo podría ser posible, por medio de ecuaciones matemáticas de laboratorio, predecir las decisiones de millones de individuos que proceden del modo en el que Mises lo describe? Y mucho antes que Mises, Hobbes4, en Leviatán ya insinuaba el concepto:

”… no es el vendedor sino el comprador quién determina el precio”

Planteado en estos términos, parecería que estamos ante un problema sin solución. ¿Deja

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Von Mises, Ludwig (1949) - La Acción Humana – Unión Editorial, Madrid (9° edición, 2007): 328-9 Hobbes, Thomas (1651) – Leviatán – Fondo de Cultura Económica (México, 1998): 71

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por lo tanto la economía de ser una ciencia para pasar a ser un mero juego de azar? En absoluto. La economía es una ciencia, pero basada en parámetros diferentes a los aplicables a las ciencias positivistas. Gabriel Zanotti5 plantea claramente la cuestión:

“El problema económico es precisamente el problema del conocimiento disperso, cuando entran en juego planes entre individuos que deben coordinarse”.

Dado que no es posible hacer predicciones precisas en relación al desenvolvimiento de los procesos económicos ¿cuál es el modo de proceder científicamente en el campo de la economía?

Para poder responder a esta pregunta, debemos retroceder hasta el punto en el que habíamos señalado que, en economía, no contamos con datos exactos que nos indiquen cuál es el curso que nos corresponde seguir. He allí, entonces, el problema: ¿cómo tomar decisiones en un contexto donde carecemos de referencias que nos guíen con precisión?

Este problema no tiene solución. Es inútil esforzarnos por tratar de resolverlo. La naturaleza, Dios, el destino, las circunstancias, el azar, la evolución biológica (el factor determinante depende de las creencias personales de cada uno) han establecido que la vida humana y, por lo tanto, el devenir económico, operen en un contexto de incertidumbre y que dentro de ese marco debemos desenvolvernos. Una vez que asumimos este hecho, podemos, entonces, concebir un ordenamiento económico posible.

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Si bien es cierto que el desenvolvimiento de los consumidores es arbitrario, hay un concepto que es general en la conducta humana: el propósito de todo acto humano es pasar de una “situación equis”, a una “situación mejor que equis”. Decía Mises6 que

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Zanotti, Gabriel (2012) – En línea: Filosofía para mí – “La revolución copernicana de F. A. von Hayek” – Consultado el 24-4-13. 6 Von Mises, Ludwig Op. cit: 18. Consultar también Sala, Alejandro (2011) – El espíritu del mercado, Editorial Dunken, Buenos Aires: 103-105.

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“El hombre, al actuar, aspira a sustituir un estado menos satisfactorio por otro mejor”.

Este principio de la conducta humana es absolutamente universal. Analícese la idea y se verá que, efectivamente, siempre que un individuo actúa, lo hace con el propósito de llegar a estar en una situación preferible a aquella en la que se encuentra.

Dado que no hay excepciones a esta regla, tenemos aquí una pauta que nos sirve como punto de partida para acercarnos a un enfoque apropiado de la dinámica de la economía.

Dicho abordaje consiste en tomar como criterio inicial al hecho de que los consumidores se inclinarán por aquellos productos que más eficientes les resulten al efecto de mejorar la situación en la que se encuentran. O, dicho más sencillamente, los consumidores elegirán los productos que mejor relación calidad-precio les ofrezcan.

Pero ¿qué criterio aplican los consumidores para evaluar la relación calidad-precio de las diferentes alternativas entre las cuales pueden elegir?

No hay modo de conocer a priori ese criterio porque cada consumidor tiene sus propios parámetros y estos no necesariamente son los mismos a lo largo del tiempo. Es decir: los consumidores son unos caprichosos, como lo señala Mises. Y a esa realidad es a la que nos debemos irremediablemente ajustar.

Pero ¿cómo guiar el proceso económico en un contexto donde carecemos de patrones confiables para determinar con exactitud cuáles serán las preferencias de los consumidores? Más concretamente: ¿cómo asignar los recursos si desconocemos cuáles son los fines que debemos satisfacer?

De acuerdo con las prácticas actualmente en boga, son en gran medida las decisiones de política económica de los gobiernos las que determinan –por medio de disposiciones impositivas, crediticias, monetarias, aduaneras, legislativas, etc.- el modo en el que los recursos son asignados. El interrogante que cabe plantearnos es si el intervencionismo gubernamental es un mecanismo eficiente para determinar la asignación de recursos.

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Los recursos económicos son, por definición, escasos. Por ende, insuficientes. He allí el problema. Si la escasez no existiera, no habría inconveniente en asignar los recursos de un modo eficiente, aunque, claro está, no tendría mérito alguno tal acierto…

Lo concreto es que, en las circunstancias actuales, son los gobiernos los que tienen un papel determinante en la asignación de recursos y es también notorio que existe una elevada cuota de consenso en el ámbito académico en que así sea, si bien hay amplias discrepancias en cuanto a cuál es la política apropiada para determinar la asignación de recursos.

Pero ¿a qué nos referimos cuando mencionamos la palabra “eficiencia”? Porque no necesariamente tiene por qué haber acuerdo en cuanto a qué es lo que entendemos por una asignación eficiente de recursos. De hecho, como las decisiones en relación a la asignación de recursos dependen en gran medida de los gobernantes, los grupos de presión procuran demostrar a los funcionarios –digámoslo sin eufemismos, muchas veces por medio del cohecho- que es a tal o cual sector económico al que resulta “eficiente” transferirle fondos.

Pero ¿qué fundamento hay para determinar que es eficiente asignarle fondos a tal industria o a tal sector de servicios en desmedro de otros intereses? ¿Sobre la base de qué parámetros un presidente, ministro o comisión está en condiciones de afirmar con algún tipo de fundamento demostrable que tal asignación de recursos es más eficiente que tal otra? O, planteado más técnicamente ¿cómo puede afirmar un ministro o gobernante que el costo de oportunidad de determinada asignación de recursos es el más bajo dentro de las alternativas posibles?

Existe la vaga pero científicamente infundada creencia de que un gobernante, por el hecho de ocupar un cargo político, elegirá los más eficientes usos posibles de los recursos disponibles porque desde su eminente posición sopesará con la mayor prudencia y precisión los diferentes usos alternativos de los fondos y se inclinará por aquellos que mejor satisfagan las demandas sociales. Cuál es el motivo para imaginar que este funcionario habrá adquirido la sabiduría necesaria para evaluar tal problema con tanta

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profundidad es la cuestión que nadie aclara y es la razón por la cual, evaluada con rigurosidad científica, tal creencia se verifica como falsa. Decía Mises7 que

“Es indiscutible que el socialismo sería realizable inmediatamente si un dios omnisciente y todopoderoso se dignase descender a este bajo mundo para regir los asuntos del individuo”

No hay una razón científicamente válida por la cual pueda sostenerse que los políticos o cualquier organismo técnico constituido con ese fin tienen algún tipo de aptitud específica para decidir de manera acertada cuál es la manera más eficiente de asignar recursos. Pero entonces ¿cuál es el modo de optimizar, hasta donde sea posible, el proceso de asignación de factores de producción?

La dificultad para responder a esta pregunta es que nos hemos quedado sin una definición nítida respecto de qué es lo que entendemos como “asignación eficiente de recursos”. Es decir ¿qué condición debe cumplir una asignación de recursos determinada para que podamos considerarla “eficiente”?

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Resulta en este punto oportuno volver a la consideración con la cual estas reflexiones comenzaron, es decir, el hecho de que el sistema económico debe tener la flexibilidad suficiente para adaptarse al carácter dinámico de la realidad social. ¿Cuál es el factor que provoca que la economía sea cambiante, evolutiva, móvil? La respuesta es la siguiente: la naturaleza humana… En efecto, los que cambiamos somos los seres humanos y, de la interacción de todas las variaciones individuales, sobreviene el dinamismo económico. Menger8 lo explicaba así:

“Los fenómenos de la economía política no son en absoluto expresiones inmediatas de la vida de un pueblo en cuanto tal, es decir, resultados inmediatos y

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Mises, Ludwig Von (1922) – El Socialismo – Instituto de Publicaciones Navales, Buenos Aires (1968): 220 8 Menger, Carl (1883) – El método de las ciencias sociales – Unión Editorial, Madrid (2006): 164

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directos de una ‘colectividad que actúa económicamente’ sino la resultante de todas las innumerables actividades económicas de los individuos”.

Este fenómeno tiene una consecuencia de la mayor importancia sobre la economía: impide llegar al equilibrio… Como los seres humanos estamos constantemente modificando nuestras inclinaciones, todo propósito de alcanzar el equilibrio fracasa porque los actores nos comportamos de un modo tal que tornamos intrínsecamente inestable al proceso económico. Por eso los sistemas planificados discrecionalmente, en cualquiera de sus variantes, son inviables. Todo ordenamiento económico en el cual alguien pretenda asignar recursos sobre la base de algún esquema preconcebido está irremediablemente condenado a fracasar. El ejemplo más estrepitoso de este fenómeno es el modelo comunista. El ensayista cubano Carlos Montaner9 cuenta una anécdota que vale la pena reproducir:

Verano de 1992. Moscú. Oficina suntuosa si se juzga por los cánones de la pobre estética soviética. Frente a mí, un anciano ruso con gran personalidad que habla y piensa en inglés brillantemente. Se trata de Alexander Yakolev, principal teórico de la perestroika. Fue el verdadero poder intelectual tras el trono político de Gorbachev. Durante dos horas hemos discutido sobre la historia del comunismo ruso. La conversación se hace densa, pero –al mismo tiempo– comienza a dispersarse en anécdotas. Le pido que volvamos al corazón del debate: por qué fracasó el comunismo; por qué se hundió tras conquistar el espacio y expandirse por todos los continentes. Yakolev se queda pensando. «¿Quiere usted que mencione una sola causa?» –me pregunta con cierta ansiedad. Implacable, no le dejo otra opción: «Sí, dígame la razón fundamental de este fracaso». Yakolev hace una larga pausa, me mira a los ojos, y dice lo siguiente: «El comunismo no se adapta a la naturaleza humana».

Yakolev dio en la tecla, pero no únicamente en relación al comunismo, sino a todo sistema de planificación económica discrecional en general. Lo que podemos decir, entonces, parafraseando a Yakolev, es que “la planificación económica discrecional no se adapta a

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Montaner, Carlos (1995) - Libertad: la clave de la prosperidad (II) – Editorial Dunken, Buenos Aires (2003): 34-35.

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la naturaleza humana”. Pero ¿por qué un estudio racional, sistemático, detallado de las necesidades sociales no puede llevar a un planificador sabio y prudente a dar respuestas satisfactorias a los requerimientos de la naturaleza humana en cada circunstancia histórica?

La razón de esta imposibilidad es que la conducta humana es impredecible. Esa imprevisibilidad universal es el motivo por el cual los agentes económicos –es decir, cada uno de nosotros- operamos en un contexto de incertidumbre. Y esa incertidumbre es, a su vez, la causa de que no sea posible elaborar una eficiente planificación discrecional de la economía. Esto es lo que Yakolev indicaba al afirmar que el comunismo no se adapta a la naturaleza humana, no hay modo posible de organizar deliberadamente el proceso económico porque no es posible determinar cuáles son las necesidades a las que hay que cubrir para lograr una asignación eficiente de los recursos.

Todo este conjunto de consideraciones nos lleva a la conclusión de que el problema central de la economía es el de determinar algún mecanismo que permita dotar de eficiencia a la asignación de recursos en un contexto de incertidumbre. La búsqueda de una solución a este problema nos obliga a enfocar el análisis en la causa por la cual tenemos esta dificultad. ¿Cuál es ese factor? Lo es el hecho de que los seres humanos tenemos tendencias de consumo cambiantes, diferentes, insospechadas. ¿Cómo asignar eficientemente recursos en este contexto?

Dado que el problema es que no tenemos modo de determinar un criterio unilateral de asignación eficiente de recursos, lo primero que debemos analizar es cómo superar esa imposibilidad. El origen de tal dificultad es el hecho de que todos los individuos tienen preferencias diferentes entre sí y además cambiantes a través del tiempo. Necesitamos encontrar algún mecanismo apto para asignar recursos en un contexto multifacético y dinámico. Y debemos establecer algún enfoque lógico para poder decidir de qué modo asignar los recursos, es decir, tenemos que obtener la información que nos permita adoptar decisiones que respondan a algún criterio de eficiencia. A los efectos de resolver este problema, contamos con un dato: los seres humanos siempre actuamos con el propósito de pasar de una “situación equis” a una “situación mejor que equis”. La conclusión que extraemos de este razonamiento es que la asignación de recursos debe estar dirigida a

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contribuir a que los individuos pasen de “equis” a “mejor que equis” porque esa demanda es universal.

Pero ¿quién determina qué es lo que permite a cada individuo pasar de “equis” a “mejor que equis”, si todos somos diferentes y cambiantes? El comunismo fracasó, como lo explicaba Yakolev, porque no se adapta a la naturaleza humana, multifacética y mutable. ¿Qué criterio cabe aplicar para responder a esa realidad heterogénea y volátil?

Debemos admitir que solo cada uno de nosotros sabemos qué es lo que nos hace pasar de “equis” a “mejor que equis” en cada instancia de la vida ante la que nos encontremos. Precisamente por no contemplar ese factor fracasó el comunismo y todo sistema de planificación discrecional. Porque no puede un ministro, presidente o comisión saber qué es lo que hacen pasar de “equis” a “mejor que equis” a millones de personas diferentes entre sí y con preferencias cambiantes a través del tiempo. Sólo cada uno de los involucrados puede resolver esa cuestión en lo que atañe a su personal ámbito de decisión.

Pero ¿cómo dotar de coherencia y racionalidad al proceso económico si cada individuo actuará conforme a sus personales preferencias sin encuadrarse en un régimen colectivo que torne posible planificar el desarrollo conjunto? Adam Smith10 nos da la clave que nos permite encaminarnos hacia la respuesta al interrogante. Su conocida frase resume el problema:

No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.

¿Qué es lo que hacen el carnicero, el cervecero y el panadero? Pues… asignan recursos para que sus clientes pasen de “equis” a “mejor que equis”. ¿Es eficiente este método de asignación de recursos? Bueno, si tenemos en cuenta que los clientes del carnicero, del

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Smith, Adam (1776) – Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones – Fondo de Cultura Económica, México DF (1958, reimpresión 1979): 17

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cervecero y del panadero deciden voluntariamente comprar los productos que esos comerciantes venden, es evidente que, desde el punto de vista de tales consumidores, esa asignación de recursos es eficiente. ¿Y qué pasaría si los consumidores deciden no comprar esa carne, esa cerveza y ese pan? Pues que esos comerciantes quebrarían. ¿Y por qué quebrarían? Bueno, por no haber asignado los recursos con la suficiente eficiencia como para que los consumidores se inclinen por comprarles sus productos.

¿Qué conclusión extraemos de este análisis? La conclusión a la que llegamos es que, en el afán de obtener beneficios, los productores de bienes y servicios están obligados a adecuar la asignación de recursos a las demandas de los consumidores. ¿Cuál es el efecto de este proceso? La consecuencia de esta dinámica es que, si tomamos como medida la satisfacción de los consumidores, el proceso de asignación de recursos se orienta, espontáneamente, hacia la eficiencia…

Por supuesto que, en la práctica, todos los métodos de asignación de recursos son falibles. Nunca una determinada asignación de recursos puede llegar a un nivel óptimo porque, como quienes tomamos las decisiones somos seres humanos, siempre estamos expuestos a equivocarnos. Por lo demás, el concepto de “óptimo” es un error teórico, ya que el carácter cambiante de las demandas de los consumidores hace que los parámetros de eficiencia sean constantemente modificados, lo cual impide (y, además, torna operativamente inútil) establecer un hipotético “índice de eficiencia agregada”. Infantino11 lo explica en estos términos:

“Si se reconoce que la vida individual y la colectiva están en permanente desequilibrio, hay que abandonar la ilusión de alcanzar un ‘óptimo’, concepto estático que no tiene en cuenta el continuo cambio de los proyectos individuales”

Pero esto no anula el hecho de que, por medio del mecanismo descripto por Smith, el proceso de asignación de recursos tiende a aproximarse al máximo grado de eficiencia humanamente posible en cada circunstancia dada.

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Infantino, Lorenzo (1998) – El orden sin plan – Unión Editorial, Madrid (2000): 284/85

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Para que este mecanismo opere de un modo satisfactorio, deben cumplimentarse ciertos requisitos. Hayek12 resumió magistralmente cuáles son esas condiciones:

Es necesario, en primer lugar, que las partes presentes en el mercado tengan libertad para vender y comprar a cualquier precio al cual puedan contratar con alguien, y que todos sean libres para producir, vender y comprar cualquier cosa que se pueda producir y vender. Y es esencial que el acceso a las diferentes actividades esté abierto a todos en los mismos términos y que la ley no tolere ningún intento de individuos o de grupos para restringir este acceso mediante poderes abiertos o disfrazados.

En ese texto de Hayek están contenidos los dos factores determinantes del proceso de asignación de recursos: la libertad económica universal y el precio. Analicemos lo que esto significa.

La disposición de libertad es la condición que todo agente económico necesita para poder participar del proceso de asignación de recursos. Es evidente por sí mismo que, si una persona no tiene la facultad de tomar decisiones, no podrá asignar recursos, ya que la asignación de recursos es el acto material a través del cual el ejercicio de la libertad se pone en práctica.

Los precios son el mecanismo que orienta a los agentes económicos para que ejerzan racionalmente su libertad para asignar recursos.

La libertad y los precios son las dos herramientas de las que los seres humanos disponemos para asignar recursos a fin de pasar de “equis” a “mejor que equis”. Pero ¿cómo se vincula este proceso de asignación de recursos con la eficiencia?

La relación está dada por el hecho de que, para pasar de “equis” a “mejor que equis”, cada agente económico procura asignar eficientemente los recursos con los que cuenta y, de la sumatoria de las asignaciones eficientes de recursos individuales, se desprenderá espontáneamente una tendencia a la eficiencia general.

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Hayek, Friedrich (1943) – Camino de servidumbre – Alianza Editorial, Madrid (1978): 65

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Pero ¿cuál es el parámetro que empleamos para medir el grado de eficiencia si la dinámica de la economía no está regida por un programa que establezca objetivos previamente fijados?

El criterio que mide la eficiencia en el contexto de un sistema económico cuyo desenvolvimiento no está guiado por una orientación discrecionalmente predeterminada es el bienestar general sustentable en el tiempo. ¿Y qué condición debe cumplimentarse para que el bienestar se incremente? Pues… que aumente la cantidad, la calidad y la variedad y disminuya el precio de los bienes y servicios puestos a disposición de los consumidores en el mercado. Conviene recapitular cómo opera este proceso.

Los agentes económicos operan con el propósito de pasar de “equis” a “mejor que equis”. Este concepto tiene validez universal y no requiere demostración. Los modos en los que cada agente procura lograr ese objetivo son todos diferentes y cambiantes a través del tiempo. Esto obliga a que cada agente, a fin de lograr sus propósitos personales, tanto cuando ofrece vender como cuando demanda comprar, procure asignar sus recursos con la mayor eficiencia posible. La sumatoria de los esfuerzos individuales con el propósito de asignar recursos de manera eficiente deriva, espontáneamente (la “mano invisible” a la que Smith hacía referencia) en un proceso económico en el que la asignación de recursos adquiere una eficiencia creciente.

La fuerza que propulsa este proceso es el ánimo de lucro porque, en una economía de intercambio, la ganancia es la condición que permite pasar de “equis” a “mejor que equis”. Y, como para ganar dinero es necesario vender aquello que los consumidores estén dispuestos a comprar con el fin de pasar, también ellos, de “equis” a “mejor que equis”, el resultado final de todo este proceso es que, al acomodarse la producción al principio de la soberanía del consumidor, el resultado práctico es el incremento sistemático de la eficiencia en la asignación de recursos y, simultáneamente, el aumento del bienestar general, que se manifiesta en la mayor cantidad, calidad y variedad y el menor precio de los productos y servicios ofrecidos a la venta en los mercados.

La condición necesaria para que este proceso se desarrolle es la libertad económica universal, ya que ese es el factor que permite decidir a cada agente en forma individual el 13

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modo de operar tanto como oferente como en cuanto demandante, de acuerdo con el criterio que, en forma personal, evalúe que le permitirá pasar de “equis” a “mejor que equis”, contribuyendo así, involuntaria pero inexorablemente, a la eficiencia del proceso colectivo de asignación de recursos.

El mecanismo a través del cual los agentes económicos evalúan el más eficiente modo de asignar recursos a fin de pasar de “equis” a “mejor que equis” es la información que están en condiciones de obtener a través del sistema de precios, combinado con su personal conocimiento de las circunstancias en las que el mercado se encuentra en las sucesivas situaciones específicas que se van presentando a través del tiempo. Las formas prácticas de mejorar la eficiencia del proceso de asignación de recursos son múltiples pero, de un modo u otro, derivan siempre en un incremento de la productividad de la economía.

Sobre la base de estos principios, en un contexto donde los mecanismos institucionales no interfieran el libre desenvolvimiento de los agentes económicos en el mercado y garanticen a todos los ciudadanos, sin excepciones, la vigencia del derecho a la propiedad y la disposición de los frutos del propio trabajo, los obstáculos que puedan oponerse al bienestar individual de cada individuo y al progreso colectivo son susceptibles de ser eliminados, abriendo así el camino para la convivencia social en un marco de paz, prosperidad y tolerancia generalizadas.

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