Arquitecturas dispersas en el paisaje del Altiplano de Alpuente

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Descripción

Arquitecturas dispersas en el paisaje del altiplano de Alpuente Adrià Besó Ros Universitat de València | [email protected]

Resumen: Tomando como marco geográfico el paisaje de los municipios que integran la subcomarca del Altiplano de Alpuente, se aborda el estudio de las principales topologías arquitectónicas de la comarca, exceptuando por su mayor complejidad y diversidad la vivienda permanente. Se analizan arquitecturas periurbanas, como pajares o lavaderos; y edificios dispersos como refugios rurales o corrales de ganado. Su estudio se aborda desde la doble perspectiva arquitectónica y cultural, pues además del trabajo de campo sobre las mismas arquitecturas a partir de un inventario de las mismas, se han utilizado como fuente entrevistas orales a personas relacionadas con ellas, por lo que en la comunicación se recoge el vocabulario constructivo propio de la comarca. Estas construcciones forman parte del paisaje, entendido como el producto de la intervención sobre medio físico, y se explican en relación al mismo. El marco espacial elegido presenta una unidad física y humana que encuentra su reflejo en la arquitectura tradicional como una forma de expresión cultural. Establecemos una caracterización de las soluciones constructivas utilizadas. Palabras Clave: Arquitectura rural, Arquitectura tradicional, Patrimonio arquitectónico, Paisaje cultural, Patrimonio etnológico, Patrimonio cultural.

1. INTRODUcCIÓN El paisaje rural, desde su realidad material, se manifiesta como el resultado de intervención del ser humano sobre el medio físico con la finalidad de adaptarlo a sus necesidades. Traza caminos, rotura la tierra, la parcela y levanta determinadas arquitecturas, concebidas con una finalidad doméstica o en relación a las actividades productivas que realiza. Por ello abordamos las arquitecturas dispersas como elementos integrantes del paisaje, en el cual se insertan y que deben ser analizados y entendidos teniendo en cuenta esta relación entre medio físico, paisaje rural y comunidad humana (Besó, 1993).

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El marco idóneo para abordar el inventario y estudio de la arquitectura tradicional es la comarca, como territorio que ofrece una cierta unidad geográfica y sobre todo cultural (Besó, 1993: 52; Agudo, 2014: 143). Pero el espacio comarcal no llega a ser completamente homogéneo. En este sentido, la comarca de la Serranía suele dividirse en tres áreas que presentan ciertas especificidades geográficas, históricas y culturales: el Llano del Villar y su periferia, el Vizcondado de Chelva y el Altiplano de Alpuente (Hermosilla, 1995). El ámbito de esta comunicación se centra en esta última área. El relieve está formado por muelas y corredores, entre las que se abren valles más o menos amplios denominados campos. Sus poblaciones formaron parte del término general de Alpuente, villa de jurisdicción real, del cual se disgregaron La Yesa (1587), Titaguas (1729) y Aras de los Olmos (1728). Las condiciones del relieve han favorecido un cierto aislamiento geográfico con las otras unidades del entorno, circunstancia que ha ido cambiando a

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partir de la segunda mitad del siglo XX gracias, entre otros factores, a la mejora de las vías de comunicación, lo que ha favorecido la pervivencia de una cierta unidad cultural, que sin duda alguna se materializa en la arquitectura como forma de expresión. La fuente de información principal ha sido el inventario de patrimonio etnológico inmueble de esta subcomarca, que tuvimos ocasión de realizar por encargo de la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Generalitat Valenciana. En este trabajo tratamos de complementar la información básica que nos proporcionaban las mismas construcciones con otras fuentes para llegar a un conocimiento de las mismas que fuera mucho más allá de la mera clasificación y descripción tipológica. Realizamos una entrevista sistemática a Adolfo Solaz Zuriaga y a Miguel Polo, vecinos de La Yesa y de Titaguas respectivamente, quienes durante algunas etapas de su vida estuvieron muy familiarizados con el trabajo de la construcción, a quienes agradecemos su colaboración. Las fuentes cartográficas y bibliográficas de carácter histórico nos han aportado el complemento necesario para avalar la información obtenida desde una dimensión temporal. También un conocimiento directo de la arquitectura y el paisaje de los municipios que conforman el núcleo del antiguo Vizcondado de Chelva nos ha sido útil como marco de referencia para establecer los rasgos caracterizadores del área que estudiamos. Fundamentalmente se utilizan dos criterios a la hora de abordar el conocimiento de la arquitectura tradicional: el territorial, donde se contemplan todas las manifestaciones existentes en un espacio,

generalmente limitado al ámbito local o comarcal, y el tipológico o específico, donde el tipo elegido (masías, corrales, molinos, etc.) se estudia desde marco espacial más amplio. La primera nos permite establecer con más detalle la relación entre arquitectura y territorio y conocer las soluciones constructivas específicas. Esto nos permite, incluso dentro de un mismo tipo, determinar las características que lo individualizan de una comarca, o incluso subcomarca, respecto a otra. Nuestro estudio se centra en las principales topologías de edificaciones dispersas en este espacio rural. Comenzamos por las eras, pajares y lavaderos, cuyas arquitecturas definen el espacio de transición, a veces sin unas líneas claramente definidas, entre los núcleos habitados y el espacio agrícola. Y en este último, los refugios rurales, denominados barracas, y los corrales de ganado, son los edificios dispersos más abundantes, y que nos permiten de esta manera llegar a identificar los rasgos constructivos comunes en este territorio. El inventario realizado contemplaba otras tipologías menos representadas en número de edificios que, por cuestiones de espacio, no abordamos en esta comunicación como masías, molinos hidráulicos, hornos de cal, tejerías…, cuya ausencia no altera los resultados obtenidos que se exponen en el cuarto punto, donde ofrecemos una caracterización de las soluciones constructivas específicas utilizadas dentro del marco territorial elegido que las distinguen de las otras áreas de la misma comarca. 2. ARQUITECTURAS DE LAS PERIFERIAS DE LOS NÚCLEOS HABITADOS El paisaje de las villas y aldeas está presidido por dos tipos de construcciones: los lavaderos y los conjuntos de pajares que se agrupan junto a las eras. El término de Alpuente se caracteriza por la presencia de un doblamiento disperso en 18 aldeas, de las que algunas de ellas se hallan completamente deshabitadas, por lo que es allí donde se concentran el mayor número de estos edificios. 2.1. Lavaderos El lavadero es un espacio de uso colectivo asociado siempre a las aldeas y villas, que se generalizó en época contemporánea para mejorar la higiene de la población. Representa la colectivización de una de las facetas de la vida humana, como es la higiene, que, por la ausencia de agua corriente en las viviendas, no se hallaba todavía integrada en el ámbito de lo privado. A él acudían frecuentemente las mujeres a lavar la ropa, por lo que este espacio se convirtió en uno de los principales lugares de socialización femenina durante la época preindustrial (Selma, 1995). Su número estaba en relación con los habitantes de cada núcleo. En las aldeas normalmente existe uno sólo y las villas suelen tener dos (Alpuente, La Yesa, Aras de los Olmos). En los núcleos que permanecen todavía habitados apenas se utilizan, aunque se conservan por su valor testimonial. Si embargo en las aldeas despobladas se hallan abandonados y en bastante mal estado.

El principal factor para su localización viene determinado por la presencia de una fuente, lo más cercana posible al núcleo habitado, por lo que siempre se localizan en su entorno inmediato. Las aldeas de El Chopo y Cañadaseca constituyen casos excepcionales, donde sus lavaderos distan más de cuatrocientos metros de las mismas al no existir fuentes más cercanas. El conjunto está formado por los siguientes elementos: La fuente, el abrevadero, la pila donde se realiza la colada, la construcción que lo encierra, y una balsa que recogía el caudal para el riego. El caño de la fuente en muchos casos se aloja dentro de un arcosolio de piedra de sillería (Alpuente, Aras de los Olmos) o de fábrica (La Carrasca). En otros casos se trata de un caño que vierte directamente al abrevadero. Caso de existir, este siempre precede al lavadero. Se trata de una pila rectangular, alargada, estrecha y poco profunda. Antiguamente se construían con losas colocadas de canto, unidas con mortero rico en cal. Con el tiempo muchos de ellos han sido renovados y son de fábrica de ladrillo y cemento. De allí el agua va a parar a la pila del lavadero. De morfología rectangular, se construía con cal y canto para evitar fugas de agua, con un grosor de unos cincuenta centímetros, y el suelo se revestía de cal viva. Sus paredes se rematan con losas de piedra arenisca, sobre las que se fregaba la ropa, que se hallan inclinadas hacia el interior para que el agua utilizada vierta de nuevo dentro. Algunos lavaderos tienen un canalón de unos diez centímetros de sección bordeando la parte inferior de las losas con la finalidad de evacuar el agua sucia fuera de la pila y evitar que se mezcle con el agua limpia. También observamos casos donde se ha levantado el suelo en un lado de la pila para poder lavar de rodillas (Alpuente, Corcolilla). En el lado opuesto a la entrada había un aliviadero por donde salía el sobrante, que canalizado por una acequia, se acumulaba en una balsa que se localizaba pegada al lavadero (El Chopo, Cañadaseca y La Torre) o a escasos metros del mismo (La Yesa), con la finalidad de ser aprovechado para el riego de pequeñas superficies de huerta. Cada cierto tiempo se vaciaba el agua para limpiar la pila destapando un tapón de madera. El espacio del lavadero se cierra por una construcción con la finalidad de proteger a las mujeres de las circunstancias climatológicas adversas, como el viento, la lluvia o el frío. Generalmente presenta planta rectangular, levantada por muros de mampostería que cierran dos o tres de sus lados, dejando uno o dos de ellos abiertos, orientados entre el sur y el este para beneficiarse de los efectos del sol. Sus lienzos no presentan ningún tipo de vano. Esta estructura sirve de soporte a una cubierta de tejas, que puede ser de uno o dos faldones. Si la cubierta es a una vertiente evacua las aguas hacia el lado contrario de donde se localiza la apertura. Si la cubierta tiene dos faldones, algunos de los pilares que sostienen la viga de carga recaen dentro de la pila. Hasta fechas recientes sus muros han permanecido con el material visto sin enlucir y sin blanquear.

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FIG. 02

Fig. 1.  Lavadero

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Fig. 2.  Lavadero

de Losilla de Aras

Fig. 3.  Conjunto

de era y pajares.

Fig. 4.  Era

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de Alpuente

empedrada. Alpuente.

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2.2. Pajares y eras Las eras son instalaciones relacionadas con el cultivo del cereal, predominante en la comarca. Junto a ellas se levantan los pajares. Se agrupan formando conjuntos, que han definido el paisaje de las periferias de los núcleos habitados de la comarca, villas o aldeas, hasta que fueron progresivamente abandonadas como consecuencia de la generalización de las máquinas segadoras y trilladoras. Desaparecida la función para la que fueron concebidas, en su gran mayoría permanecen abandonadas en un estado ruinoso, otras han desaparecido ocupadas por nuevas urbanizaciones, mientras, que de forma poco habitual, en aldeas pequeñas se han rehabilitado como segundas residencias. Estas se ubican en lugares cercanos a los núcleos habitados y en sus afueras. Para la ubicación del pajar se buscan desniveles fuertes, ya que de esta manera resulta más fácil su llenado. En las villas suelen agruparse en núcleos de dos o tres aprovechando los desniveles (Alpuente, Titaguas), y en los emplazamientos llanos las eras se convierten en explanadas continuas donde los pajares se disponen en hileras formando grupos de más de quince (Aras de los Olmos, La Yesa). En las aldeas de mayor tamaño se localizan a las afueras buscando los desniveles existentes en el terreno para edificar los pajares (Baldovar, Las Eras). Y en las más pequeñas se intercalan entre el caserío (Vizcota, La Hortichuela). Las eras con sus respectivos pajares pertenecían a varios propietarios, generalmente dos o tres, aunque hay algunas de un único propietario y muy pocas de cuatro pajares. Esto daba derecho a un usufructo proporcional respecto al porcentaje de la propiedad, que se distribuía de forma rotativa entre los días de la semana. Pero por lo general cada agricultor poseía pajares repartidos en varias eras, por lo cual, cuando no le correspondía trillar en una, le tocaba el turno en otra, y de esta forma no se dejaba de trabajar durante la semana.

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unos metros. Las condiciones más favorables para este trabajo coincidían cuando soplaba el solano. Terminado de aventar el trigo se cargaba en talegas de cáñamo a lomos de los animales y se llevaba a los trojes (atrojes) localizados en las viviendas. La paja se entraba con una horca en el pajar inmediato a la era. Si no tenía desnivel tenía que permanecer un hombre dentro para ir amontonando, mientras que en caso contrario la paja caía sola por gravedad. Y con la finalidad de aumentar su capacidad de vez en cuando entraban algunos hombres para apretarla con los pies. De esta manera cada familia disponía para todo el año de una cantidad suficiente de paja que se destinaba para hacer las camas para los animales en las caballerizas, para pienso, o para los corrales de ganado. Al final del día volvían de nuevo al campo con los animales para acarrear cereal hacia la era para poder preparar la parva para la trilla del día siguiente. Y este ciclo se repetía diariamente hasta que se terminaba de trillar la cosecha producida en cada explotación familiar. Entonces se guardaban los trillos dentro del pajar hasta la próxima temporada. La era está formada por una explanada que adopta una forma oval o circular. Para su construcción se allanaba el terreno y se preparaba la superficie con una capa de arcilla amasada con agua que se dejaba secar al sol. Cuando finalizaba la temporada de la trilla, para proteger las eras de las inclemencias del tiempo, se esparcía sobre ellas una capa de paja que se sujetaba con piedras para evitar que el viento la volara. Tomando estas precauciones el suelo se mantenía en unas condiciones óptimas durante unos veinte años, transcurridos los cuales se tenía que volver a renovar. Otra solución, aunque menos difundida que la anterior, consistía en pavimentar el suelo de la era a base de losas de piedra.

Durante la siega, desde principios de julio, el trigo se dejaba en el campo atado en haces que se amontonaban formando una hacina, donde permanecía por un período de 15 ó 20 días (La Yesa). Acabada la siega, hacia la última semana de julio comenzaba la trilla en toda la comarca. Entonces los haces de trigo se transportaban a lomos de animales hacia la era, donde se deshacían y se esparcía el cereal formando una capa de unos 20 centímetros denominada parva. Posteriormente pasaba un hombre puesto en pie sobre el trillo tirado por uno o dos mulos que daban vueltas a la era. Después de cada pasada otros hombres lo iban torneando con las horcas. Ambas operaciones de pasar el trillo y tornear se repetían de cuatro a cinco veces de manera alternativa.

El pajar es una construcción de planta rectangular o cuadrangular, levantada con muros de mampostería de unos 40 centímetros de espesor con los lienzos sin enlucir. En pocos casos se alternan algunos tramos de tapial. Tienen dos vanos de acceso. Uno superior, sobre la cota de la era, normalmente de altura algo inferior a la estatura humana, teniendo en cuenta que su finalidad no es otra que la de servir de entrada a la paja. Para el acceso de los hombres al interior del pajar se destina otra puerta de unos dos metros de altura que se abría en la cota más baja sobre el muro trasero o lateral, que servia para extraer la paja. Las hojas de ambas puertas son de madera del lugar y se articulan en torno a unos goznes de madera que se introducen en el dintel y en el umbral respectivamente. Presentan pestillos de madera con su llave para mantener cerrado el pajar. Rara vez los muros presentan alguna pequeña apertura para facilitar la ventilación del interior.

Finalizada la trilla, se amontonaba la parva al centro de la era formando una franja (pez) y se aventaba con las horcas separando el trigo de la paja. El grano, que era más pesado, caía en el mismo sitio, mientras que la paja, más ligera, la transportaba el viento

Si el pajar se construye sobre un desnivel, se desmonta el terreno junto a la era y se aprovecha el talud formado como elemento constructivo. En estos casos con el fin de facilitar el avance hacia el interior para depositar la paja se colocan unas vigas de madera

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asentadas en los muros laterales del pajar. Encima se colocaba un cañizo, que en algunos casos se recubre de yeso.

hoja de madera y un pestillo con llave. Al estar cerradas el dueño podía guardar en su interior algún apero de labranza, azadas, etc.

La cubierta, de una vertiente, desagua en sentido contrario a la era. En algunos pajares dobles, los dos faldones de la cubierta se orientan en perpendicular a la era y desaguan hacia los lados. Presenta las mismas características que la arquitectura de la comarca: forjado a base de cabrios de madera dispuestos de forma paralela, normalmente en varios tramos sostenidos respectivamente por varias vigas teniendo en cuenta su longitud. Sobre este forjado se dispone el cañizo y la teja.

La construcción comenzaba por el acuerdo de un grupo de ocho o diez propietarios de explotaciones colindantes que veían conveniente su necesidad. El lugar elegido debía quedar lo más centralizado posible en relación al conjunto de tierras, y el labrador que cedía el terreno para su construcción no recibía ninguna contraprestación a cambio del resto de propietarios. Se repartían a partes iguales la madera y el número de jornales que tenían que aportar cada uno. Y si alguien no podía trabajar directamente en su construcción pagaba los jornales que le correspondían. Muchas veces se buscaba a alguna persona que tuviera especial destreza para el trabajo de la piedra (obrero), y los demás le ayudaban como peones. También los niños colaboraban en el proceso de construcción trabajando en la composición del cañizo de la cubierta. Un hombre desde arriba les tiraba las cañas, y cinco o seis niños las iban ordenando y atando a la lisera (La Yesa) o guía (Titaguas).

En muchas eras se aprecia como en un principio había uno o dos pajares, junto a los cuales se han ido adosando otros. Para ello se aprovecha el muro junto al cual se adosan, y levantan sus cubiertas a la misma altura que los ya existentes, contribuyendo de esta manera a mantener la unidad del conjunto. 3. ARQUITECTURAS DISPERSAS El paisaje de la comarca se encuentra poblado por numerosos refugios rurales diseminados entre los campos de cultivo. Las zonas limítrofes con los montes constituyen ubicaciones privilegiadas para los corrales de ganado. 3.1. Barracas La barraca es el edificio disperso más numeroso en los campos de las tierras septentrionales y altas de la comarca, relacionado con el trabajo al aire libre en el medio rural. En este sentido su presencia responde a una finalidad concreta: servir como punto de cobijo ante cualquier circunstancia climatológica adversa. Se trata de una tipología muy sencilla y fácil de construir: unos muros de mampostería que delimitan un espacio cuadrado o rectangular y que sirven de soporte a la cubierta. La climatología de las tierras altas de la Serranía es muy propensa a las fuertes tormentas. Por este motivo la barraca es una tipología de las más difundidas en el Altiplano de Alpuente, que se concibe con la finalidad de ofrecer al agricultor y a sus animales de labranza un refugio inmediato mientras se hallaban trabajando sus tierras ante una tormenta estival, un fuerte aguacero, o una granizada. Su presencia se hace más abundante al norte de la villa de Alpuente y en La Yesa, donde suelen concentrarse habitualmente estas tormentas. En ningún caso estos edificios eran utilizados para pasar la noche de forma preconcebida. Las barracas con cubierta de tejas suelen de ser propiedad de un colectivo de ocho o diez personas, cuyo uso no quedaba restringido únicamente para este grupo, ya que cualquier persona que se encontrara en el campo podía servirse de ella. También existen un reducido número de barracas individuales, que construía un solo propietario para su usufructo particular. Por ello su tamaño es más reducido que las colectivas y el hueco de entrada se cierra con una

Al igual que ocurre en otras comarcas, se puede observar una convivencia en el espacio y en el tiempo de unos modelos primitivos y otros más evolucionados de una misma tipología. En la franja de tierras más elevadas y septentrionales de la comarca comprendidas entre las aldeas de Losilla de Aras, La Cuevarruz y la villa de La Yesa coexisten modelos de barracas más evolucionados con otros más primitivos característicos por su cubierta de tierra. Según testimonios orales (La Yesa) en esta área no comenzó a utilizarse la teja como material de cubrición en las barracas hasta las primeras décadas del siglo XX. Posteriormente ambos modelos siguieron conviviendo, aunque la barraca de cubierta de tierra cada vez se construía menos en beneficio del modelo más moderno. 3.1.1. Barracas con cubierta de tierra Habitualmente se localizan en los límites existentes entre las áreas cultivadas y los espacios incultos, por lo que se concentran en las aldeas del norte de Alpuente y de la Yesa (La Cuevarruz, La Almeza, El Hontanar, La Canaleja, La Torre). Estos terrenos, menos aptos para el cultivo, generalmente presentan una morfología escarpada, por lo que además ofrecen la ventaja de poder aprovechar estos desniveles como factor que contribuye a una economía constructiva. Son de planta cuadrada o rectangular, que generalmente no superan los cinco metros de longitud, con unos forjados cuya luz no sobrepasa los tres metros. Rara vez son más grandes, pues las dimensiones quedan limitadas por el enorme peso de la cubierta. Los muros se levantan con piedra en seco, aunque entre las distintas hiladas se deposita un poco de tierra suelta para que las piedras asienten mejor unas con otras. Su espesor oscila entre los sesenta y setenta centímetros, muy amplio si tenemos en cuenta su escasa altitud, pero que se explica por las grandes cargas de las cubiertas

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Fig. 5.  Barraca con cubierta de tierra (a). Forjado con losas de piedra (b) y con matorrales (c). Fig. 6.  Barracas Fig. 7.  Hogares

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con cubierta de teja.

y pesebre en barracas con cubierta de teja.

Fig. 8.  Corrales de ganado. Corral aislado (a). Vista interior de un corral (b). Corrales agrupados (c).

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que tienen que soportar. Se observa una tendencia generalizada a aprovechar desniveles del terreno con la finalidad de economizar en la construcción de los muros. Se trata siempre de algunas peñas que el labrador recorta en vertical hasta el nivel del suelo. Los muros no presentan más vanos que el de la entrada, que se orienta hacia cualquier punto comprendido entre el este y el sur. Si el faldón de la cubierta no es muy amplio, el acceso puede estar localizado en una de las paredes hacia donde vierten las aguas. Pero por regla general el acceso se practica sobre uno de los dos muros que no soportan carga. En este caso la morfología del hueco es trapezoidal, ya que se abren hasta la línea de vertiente de la cubierta. Y si el vano se sitúa en el muro donde vierte el agua la cubierta, este se adintela con unos rollizos. Si los muros no son muy gruesos, en ocasiones pueden presentar una o dos pequeñas aperturas rectangulares de 15 x 20 cm. para favorecer la ventilación del espacio interior. Las cubiertas se asientan sobre un forjado de cabrios dispuestos de forma paralela con una separación que oscila entre los 20 y los 30 cm. Esta estructura puede cubrirse de dos formas; bien a base de ramas de sabina o de enebro, o con losas planas. En el primer caso la separación entre los cabrios es más reducida considerando la mayor debilidad de las ramas para soportar el peso de la tierra. Si se cubre con losas se procura, teniendo en cuenta la dirección de la vertiente, que la superior se apoye por encima del extremo de la inferior. En ambos casos, esta superficie se cubría de tierra y cascotes del entorno, con lo que resultaba bastante impermeable. Teniendo en cuenta las características de este material, la cubierta presenta una pendiente muy suave, pues de lo contrario en caso de lluvias se producirían arrastres de material. Existen también barracas de planta cuadrada donde la cubierta es a dos vertientes. Estas presentan una viga dispuesta de forma perpendicular a los cabrios y les sirven de soporte en la divisoria de aguas. También se observan algunos casos donde en un mismo faldón se coloca una viga a mitad de la flecha, de dimensiones más reducidas que la que marca la divisoria de aguas. Sólo se recurre a estas soluciones si los cabrios disponibles son muy finos y poco consistentes, o si son demasiado cortos, precisándose de esta forma dos tramos para completar el forjado del faldón. En este tipo de barracas no están claramente definidos unos espacios de ocupación humana y animal. Únicamente pueden presentar un banco de piedra adosado a un muro de unos 50 cm. de altura para sentarse, y algunas estacas clavadas en la pared para colgar el hato.

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Según algunos testimonios orales (La Yesa), además de las barracas colectivas de teja, muchos campos tenían a un margen de la parcela una barraca individual de un par de metros cuadrados de superficie de cubierta de tierra, con capacidad únicamente para una o dos personas.

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Podemos encontrar algunas barracas con amplios muros y planta reducida con tejado. Se trata de primitivas barracas con cubierta de tierra que ha sido sustituida por otra de tejas, por lo que en algunos casos se percibe por la diferente disposición de los mampuestos cómo se ha dado más inclinación a la pendiente. 3.1.2. Barracas con cubierta de teja Hacia las primeras décadas del siglo XX, la introducción de la teja como material de cubrición en las barracas abrió el abanico de posibilidades al constructor, gracias a la notable disminución de las cargas que tenían que soportar los muros, lo que permite ampliar su superficie y elevar la altura de las cubiertas. Las plantas continúan siendo ortogonales, cuadradas o rectangulares. Las paredes se levantan con mampuestos unidos con argamasa con los lienzos sin revestir, cuyo espesor oscila entre los cuarenta o cincuenta centímetros. El vano de entrada conserva la misma orientación y morfología que en las barracas con cubierta de tierra: trapezoidal si se localiza en el muro piñón, y rectangular si se practica en el muro de carga hacia donde la cubierta realiza el vertido. Habitualmente presentan dos o tres huecos de unos 15 x 20 cm. abiertos hacia la mitad del alzado del muro para favorecer la circulación del aire en el espacio interior. La principal novedad radica en la cubierta de tejas. Los cabrios, que habitualmente son de pino, se disponen con unos 40 cm. de separación. Este forjado sirve de soporte al cañizo, sobre el cual se dispone la teja árabe. Si la cubierta es a dos vertientes, la viga de carga central suele ser de sabina. En estos edificios se observa generalmente una división figurada entre los espacios de ocupación humana y animal. Adosado a un muro aparece el pesebre sobre un banco de mampostería. Sus paredes se forman con losas unidas con yeso, y se dividen en dos o tres departamentos para depositar el forraje. Sobre el mismo pueden verse algunas estacas de madera para atar las riendas de los animales. En un ángulo de la barraca vemos un lugar destinado para encender el fuego, junto al que se sitúa un asiento de mampostería de unos 40 cm. de altura. El fuego se enciende directamente sobre el suelo. Para recoger el humo algunas barracas disponen de una campana de reducidas dimensiones construida con losas unidas por yeso y apoyadas sobre un soporte de madera. En otras barracas el humo sale directamente por un pequeño agujero practicado en la cubierta. En su exterior la chimenea carece de cañón. Por este motivo para favorecer el tiro en algunos casos se prolonga el muro unos treinta o cuarenta centímetros. Junto a los bancos se pueden encontrar algunas estacas de madera dedicadas a colgar el hato de los labradores. 3.2. Corrales de ganado La ganadería ha adquirido una mayor importancia en aquellas áreas donde, por sus características naturales menos favorables, las tierras cultivadas coexisten con espacios incultos más o menos

amplios. Además de las referencias de ámbito local, aportadas a finales del siglo XVIII por Cavanilles y a mediados del XIX por Madoz, el censo de ganadería de 1868 es la primera fuente que aporta cifras concretas, aunque referidas de forma global al partido judicial de Chelva, que abarcaba además los pueblos del Rincón de Ademuz. Realizando una valoración global, se observa como el ganado lanar predominaba sobre el cabrío. La mayoría de las cabezas propiedad de los habitantes de estos pueblos eran estantes, es decir, que no salen fuera de su entorno en busca de pastos. Los ganados transterminantes apenas sobrepasaban el 10%, mientras que las cabezas trashumantes suponen una cantidad residual (Junta, 1868: 167). Las fuentes orales nos indican que los municipios arrendaban los montes a rematantes por un máximo de cinco años, quienes a su vez los subarrendaban a ganaderos locales y transhumantes. Además las ovejas y cabras solían pastar por los campos de cereal, una vez recogido el grano. El principal testimonio material que demuestra la importancia que tuvo la ganadería es la presencia de corrales, muy abundantes en el siglo XIX, tal como comprobamos en los Nomenclátor de 1860 a 1930. Las planimetrías del Instituto Geográfico Catastral, realizadas en 1907, aportan datos sobre aquellas zonas donde se concentran en mayor número, que coinciden con la presencia más o menos cercana de vías pecuarias. En Aras de los Olmos, junto a los ejes formados por los caminos de Losilla, de Santa Cruz de Moya, y de la Hoya, que parte hacia el oeste desde la aldea de Losilla. Al sur de la villa de Alpuente, junto a los caminos que parten hacia el sur desde Campo de Abajo, en las partidas de Las Tajicas, Los Corralejos y Llano de Arquela. Al sur de la Yesa junto al antiguo camino de Chelva, en la partida de la Cañada de Melchor. Y en Titaguas se concentran hacia el suroeste de la población junto a los caminos de Higueruelas y de la Tosquila, en las partidas de Cañada Larga y las Cañadas del Alto de la Balsa respectivamente. Los corrales tienen la función de mantener reunido el ganado por las noches o cuando no se encuentra pastando. Suelen construirse sobre superficies incultas de escaso valor por su difícil aprovechamiento agrícola. En la Yesa se levantaban sin necesidad de solicitar ningún tipo de licencia municipal, considerando el escaso valor de los baldíos. Generalmente se orientan entre el este y el sur, por lo que se eligen vertientes a carasol. Por el contrario son contados los corrales que se pueden hallar orientados hacia el oeste o el norte, y su defecto se debe a que se encuentran ubicados en vertientes orientadas hacia estos puntos. Suelen localizarse en suaves vertientes o en los piedemontes de grandes montañas. También en los valles estrechos entre grandes elevaciones, coincidiendo con la cercanía de las vías pecuarias. Se eligen suelos pedregosos con la finalidad de facilitar el lavado y la ausencia de barro en caso de lluvia, y poder extraer fácilmente el estiércol.

La descripción que vamos a realizar se refiere al tipo ideal, pues frecuentemente se presentan en grupos de dos a cuatro corrales adosados que, en muchos casos, son el resultado de un proceso de sucesivas adiciones. Están formados por un perímetro cerrado con una pared de mampostería de unos cincuenta centímetros de espesor y unos dos metros de altura, generalmente de forma rectangular, coincidiendo el lado más ancho con la pendiente del terreno. En su lugar más alto presentan un porche cubierto con un amplio hueco de entrada, adintelado en madera, que suele oscilar entre los 2 y 2,5 m. de anchura. Este presenta un suelo en pendiente hacia el acceso. La cerca presenta un hueco de entrada que se cierra con una hoja de madera que gira sobre el dintel y el umbral con unos goznes. Suele cubrirse con una marquesina de losas para evitar su rápido deterioro. Sobre los muros solían colocarse bardas de sarmientos o de brezo que se renovaban periódicamente con la finalidad de proteger el muro, y sobre todo para evitar que algunos animales dañinos pudieran atacar el ganado mientras descansaba en el redil. A diferencia de otras comarcas, en estas no hay lugar para la estancia de los pastores, pues estos solían pasar la noche en las aldeas cercanas donde habitualmente tenían su residencia. Presentan el forjado con varios tramos de viguetas de encina o de pino que descansan sobre vigas de sabina o pino carrasco. Los paramentos permanecen sin enlucir tanto en el exterior como en el interior, No se empleaba ninguna técnica de desinfección. Las paredes exteriores que recaen sobre el espacio cubierto presentan pequeñas aperturas de 20 X 30 centímetros, para facilitar la ventilación del interior. 4. HACIA UNA CARACTERIZACIÓN DE LA ARQUITECTURA POPULAR En todas estas tipologías presentadas subyacen una serie de soluciones constructivas en los edificios dispersos de esta subcomarca, donde la unidad a nivel geográfico, histórico y cultural, se manifiesta también en la arquitectura como forma de expresión cultural. Comenzando por los materiales, predomina el uso de la piedra arenisca, excepto en el área de Titaguas y la zona sur de Aras de los Olmos más próxima al río Turia, donde abunda la caliza, lo que se traduce en unos mampuestos más pequeños e irregulares que ofrecen diferentes formas de concebir las fábricas. En la zona de dominio arenisco, los muros son de mampostería de unos cuarenta o cuarenta y cinco centímetros de espesor, con las esquinas y las jambas de los vanos reforzadas con sillarejos (brancadas), que se empleaban también en la construcción de pilares (pilones). La piedra arenisca ofrece además la posibilidad de obtener losas que se usan dispuestas en plano en aleros y vierteaguas, en la cubrición de barracas primitivas, y aparejadas de canto en los tabiques. La tapia de tierra se utiliza muy poco. Aparece a partir del llano de Campo de Abajo en el área de Titaguas. Se utiliza solo en corrales y pajares, nunca en barracas, para levantar algunos tramos de los

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muros en combinación con la mampostería. No hemos encontrado ningún edificio donde se emplee de forma exclusiva. La madera utilizada en los forjados proviene de diversas especies. Para las vigas de carga la sabina o travina (Juniperus turifera) es la preferida por su resistencia y durabilidad, aunque tiene el inconveniente de presentar una gran diferencia de sección entre los dos extremos, por lo que no se pueden obtener luces muy amplias, y en algunos casos se tienen que reforzar con tornapuntas cuando su sección disminuye. La sabina predomina en la zona norte de Alpuente y la Yesa. En el área más baja de Alpuente y Aras de los Olmos, donde no existen sabinares, se utilizaba el pino carrasco y el chopo. Para las los cabrios se recurre al pino y al chopo por su regularidad. Los cabrios se sujetan a la viga con callos, formados por herraduras gastadas partidas por la mitad, o con unas piedras unidas con yeso (aljez). En algunos casos donde la sección de las cabezas de los cabrios o de la misma viga es irregular, suelen calzarse los asientos con piedras sujetas con yeso. Sobre esta estructura se dispone un cañizo. La caña (Arundo donax) crece de forma espontánea en las zonas húmedas por debajo de los setecientos metros, por lo que para la construcción esta se traía de Tuéjar o de Chelva. Estas se atan con cuerda de esparto a la lisera, caña que las une de forma transversal. El espacio situado entre las hileras de tejas que forman los ríos se iba rellenando con barro y trozos de caña de menor tamaño que habían quedado inservibles. En otras ocasiones se amasaba tierra con gran cantidad de paja de cereal, antes de recibir el caballón. El faldón se remata en la parte superior por la lomera. Ante la exposición a las fuertes rachas de viento, los faldones de las cubiertas se rodean por una hilera de piedras separadas entre si unos treinta o cuarenta centímetros. Una solución más primitiva es la cubierta de tedillos, que son lajas de sabina, que sólo la hemos visto en un par de casos en corrales de ganado. El alero (ráfel) se forma por una hilada de losas de piedra, mediante la prolongación de las tejas del faldón (Alpuente, La Yesa) o de rasillas (Titaguas, Aras de los Olmos). En el área de Titaguas el alero y el vierteaguas posterior se conforman con la prolongación del forjado no más de 20 cm. En estos casos una tabla clavada en los extremos de las cabezas de las viguetas suele afianzar el cañizo. Los vierteaguas suelen realizarse con una hilada de losas de pequeñas dimensiones, y de forma menos frecuente con tejas colocadas en sentido perpendicular al lienzo. En el área de Titaguas de forma poco habitual se prolonga el cañizo de la cubierta sobre un lateral unos pocos centímetros. 5. CONCLUSIONES

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La arquitectura de esta subcomarca muestra unas características diferenciales respecto a la forma de construir en otros ámbitos de la misma comarca, tanto en el tipo de materiales como en las soluciones y detalles. Como ejemplo indicar que en las poblaciones del Vizcondado de Chelva se recurre a la piedra tova, con la que se conforman las líneas de carga de los corrales con arcos de medio

Adrià Besó Ros

punto u ojivales, en sustitución de las gruesas vigas de carga o dinteles de madera. La piedra abundante es caliza, más irregular y de menor tamaño, por lo que en bastantes ocasiones se recurre también al tapial. Y se utiliza más el ladrillo y la caña, donde resulta muy fácil encontrarla en las zonas húmedas. En Alpuente se forman aldeas que tienen su origen en las masías surgidas a partir de la Edad Moderna, tal y como se refleja en la documentación (Herrero, 1978). Allí y en el resto de las poblaciones del Altiplano, la masía como casa aislada es muy escasa. Sin embargo en Chelva, Tuéjar o Benagéber a penas existen aldeas y las masías están muy difundidas. Muchas de ellas tuvieron su origen en el contexto de expansión agrícola del siglo XVIII. Se detecta una uniformidad en las soluciones constructivas en la Yesa y Alpuente, y en la parte norte de Aras de los Olmos, que se va abriendo a ciertos cambios hacia el sur conforme nos vamos acercando al Turia, y de forma más generalizada en el término de Titaguas. A principios del siglo XX se van abandonando las formas constructivas primitivas (cubierta de tedillos en corrales o cubiertas de tierra de las barracas) y se generalizan en estas tipologías de edificios dispersos materiales utilizados para otras construcciones más elaboradas, como el cañizo o la teja. Estas tipologías que hemos estudiado se encuentran seriamente amenazadas por su abandono producido por la pérdida de funcionalidad y la despoblación. También en los lavaderos la entrada de los electrodomésticos ha hecho que pierdan su funcionalidad. En este contexto es más necesaria la realización de inventarios lo más completos posibles con el objetivo de documentar y dejar constancia de estos edificios como elementos integrantes del paisaje en unas coordenadas temporales concretas. Los inventarios, además de su función meramente administrativa que llevan a cabo las administraciones, pueden servir también para identificar los rasgos propios de la arquitectura de la comarca. Estos se podrían definir y difundir e incorporar en las rehabilitaciones y edificios de nueva planta con un cierto rigor, para que la personalidad de la comarca se mantenga como algo vivo y no se recurra de forma tan habitual a las recetas de imitación de lo rústico que se dan de forma generalizada incluso en materiales prefabricados.

f

h g

FIG. 09

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Agudo Torrico, J. (2014): “Inventarios de arquitectura tradicional. Paradigmas de inventarios etnológicos”, en Patrimonio cultural de España, 8, pp. 133-151. Besó Ros, A. (1993): “Planteamientos metodológicos para la catalogación y estudio de la arquitectura rural”, en Revista de folklore, 146, pp. 49-55. Flores López, C. (1979): La España popular. Raíces de una arquitectura vernácula. Madrid, Aguilar. Hermosilla Pla, J. (1995) Les comarques del Turia. El Racó, Els Serrans i el Camp, en Geografía de les comarques valencianes. Valencia, Foro Ediciones. Herrero Herrero, V. (1978): La villa de Apuente, Segorbe. Junta General de Estadística (1868): Censo de la ganadería en España. Madrid, Imprenta de Julián Peña. Selma, S. (1995): `Lavadero´, en Cerdá, M. y García Bonafé, M. Enciclopedia valenciana de arqueología industrial. Diputació de València, IVEI, Valencia.

Fig. 9.  Cubierta

con tedillos (a) y de cañizo (b). Cabrios calzados con piedras (c) y con callos(d). Diferentes detalles de aleros y vierteaguas (e, f,g,h).

NOTAS ACLARATORIAS Las palabras que pertenecen al vocabulario específico de la construcción de la comarca se indican en cursiva.

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