arquetipo, complejo materno y regulaciòn afectiva en el desarrollo de la personalidad

September 23, 2017 | Autor: Cecilia Zubrzycki | Categoría: Psicologia Analitica
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Magíster Junguiano 2014 Curso psicología Analítica Junguiana y desarrollo de la personalidad

Arquetipo, complejo materno y regulación afectiva en el desarrollo de la personalidad

Cecilia Zubrzycki

Arquetipo, complejo materno y regulación afectiva en el desarrollo de la personalidad

Introducción Desde las teorías del apego y las investigaciones contemporáneas de la infancia, el estudio de la relación primordial, esto es, la relación del infante y su cuidador en los primeros años de vida, cobra gran relevancia tanto en la comprensión de la formación y organización del self1 emergente, como en las implicancias de sus descubrimientos para la psicología clínica y la práctica de la psicoterapia. Desde la perspectiva Junguiana, la cual propone que “los arquetipos contribuyen desde el nacimiento al desarrollo de la conciencia y las relaciones” (Sidoli, 1998, en A. Sassenfeld, 2012a p.7), el arquetipo de la madre adquiere una función principal, dado que opera como base colectiva del complejo materno, una de las unidades básicas y más relevantes del psiquismo (Sassenfeld, 2007); una estructura configurada a partir de lo relacional arquetípico y que cuenta con un componente afectivo importante y determinante en la instalación de patrones vinculares inconscientes y formas de auto-regulación emocional. Lo arquetípico materno cuenta con muchas dimensiones, no solo como características (imágenes) posibles de ser representadas durante el proceso de emergencia de la conciencia, sino también como patrones afectivos y relacionales pre-simbólicos. Este trabajo tiene por objetivo revisar la importancia para el desarrollo de la personalidad el aspecto arquetípico de la relación primordial, anterior a la consolidación de una consciencia estable y aún no diferenciada como para representarse en imágenes definidas los procesos intra-psíquicos y dinámicas formadoras de la subjetividad, es decir, la importancia de lo arquetípico pre-verbal, pre-consciente y pre-simbólico en relación a la 1

A lo largo de este trabajo se hará referencia a los conceptos de Self y de sí-mismo indiferenciadamente o más bien de forma generalizada. Aunque habría que entrar en una discusión acerca de que entiende cada autor por el concepto de Si-mismo y/o Self al hablar de estos conceptos, aquí se estará haciendo referencia a “un centro independiente para iniciar, organizar e integrar experiencia y motivación”(Lichtenberg, 1992, en Jacoby, 1999, p.2); un “sentido de orden interno y completud como fuente que guía la organización de la personalidad” (Craig, 2002, p.2)

instalación de ciertos patrones de interacción y estados afectivos que tendrán su posterior manifestación en la vida adulta, entendiendo esta manifestación como la activación del complejo materno.

Arquetipo y complejo materno en el desarrollo de la personalidad desde la perspectiva Junguiana clásica Uno de los legados más interesantes que la teoría analítica nos entrega para la comprensión del funcionamiento psíquico es el concepto de arquetipo. Jung (1928) plantea diferentes definiciones, en las cuales no nos detendremos, pero sí acercarnos a la idea de que los arquetipos son “los reyes dominantes, los dioses, es decir, imágenes de leyes imperativas y principios de regularidades promedio en el devenir de las imágenes, vividas por el alma sin cesar una y otra vez (p.110). En otras palabras, hace referencia a cierto condensado de hechos psíquicos y experiencias de la historia de la humanidad, que formarían una especie de entramado o patrones psíquicos arquetípicos, por lo cual quizás sería más adecuado, y para efectos de este trabajo, hablar de lo arquetípico o dinámicas arquetípicas, entendiendo éstas como “principios ordenadores innatos que proporcionan la matriz sobre la cual se desarrollaran las experiencias de la vida”. (Craig, 2002, p.2) En un sentido más estructural, quizás diferenciar arquetipo de representaciones arquetípicas: “Las representaciones arquetípicas (…) provienen de un arquetipo imperceptible en sí mismo, de una pre-forma inconsciente que parece pertenecer a la estructura heredada de la psique, y puede, a causa de ello, manifestarse en todas partes como fenómeno espontáneo” (Jung, 1964, p.472). “El arquetipo presenta en lo esencial un contenido inconsciente que, al hacerse consciente y ser percibido, experimenta una transformación adaptada a la consciencia individual en la que aparece” (Jung, 1940, p.5) Jung (1940a) define por arquetipo materno a “una imagen primigenia (…) preexistente y superior a todo fenómeno de lo maternal” (p.74), una representación arquetípica que, como todas, y ésta especialmente, tiene una gran lista de aspectos, tanto positivos como negativos. Afirma que no es sólo la madre personal quien produce en el psiquismo del niño todas aquellas variedades de reacciones necesarias para la

diferenciación de la conciencia y desarrollo de la personalidad, sino que “es el arquetipo proyectado en la madre lo que le da a ésta el trasfondo mitológico, prestándole así autoridad, numinosidad” (p.80). En las teorías analíticas actuales del desarrollo de la personalidad, el concepto de arquetipo de Jung está siendo cuestionado o más bien re-definido y extendido, respecto a la posibilidad de estructuras arquetípicas posteriores a cualquier capacidad de la conciencia de representación, es decir, elementos arquetípicos pre-simbólicos, pre-verbales anteriores a la emergencia de la conciencia, necesitando actualizar la idea de que la mente humana contiene paquetes innatos pre-formados de imaginación y fantasía esperando para ser gatillados por el ambiente (Knox, 2004), orientando más bien las definiciones hacia lo relacional implícito. En este sentido surge la pregunta ¿Qué es lo arquetípico en la relación temprana madre-hijo según las investigaciones contemporáneas de la infancia? Pero ante de profundizar en este tema, revisaremos brevemente algunas ideas un poco más tradicionales de la psicología analítica respecto al desarrollo y cómo se han explicado la emergencia de la conciencia y la formación de la personalidad prestando especial atención a lo arquetípico materno tanto en el niño como en la madre -destacando aquellos elementos que ponen énfasis en lo relacional- y su correspondencia en la psique individual, a saber, la estructura del inconsciente personal llamada complejo materno a la que Jung (1938, en Sassenfeld, 2007) hace referencia afirmando que La etiología de este complejo está ligada a dos factores interrelacionados: los rasgos de personalidad y respuestas emocionales pertenecientes a la realidad personal de la madre y los rasgos de personalidad y respuestas emocionales atribuidas a la madre por medio de las proyecciones arquetípicas del niño” (p.29)

En las investigaciones recientes, el complejo materno como manifestación en la consciencia y el comportamiento, está íntimamente asociado a pautas afectivas interaccionales tempranas en la diada madre-hijo junto al componente esencialmente afectivo involucrado, lo que posteriormente determinará ciertos patrones de regulación emocional que regirán en la vida adulta, tema al que se hará referencia más adelante.

Neumann (1949b, 1963, en Sassenfeld, 2012d) principal investigador del desarrollo de la personalidad desde la perspectiva junguiana, buscó sistematizar sus ideas sobre los factores arquetípicos internos influyentes definiendo estadios típicos del desarrollo de la consciencia. Según este autor, las características de la relación primal antes y durante el proceso de emergencia de la consciencia, en una primera instancia, está representado por un estado al cual denominó Urobórico: “una unidad inconsciente, pre dual y libre de tensión” (Sassenfeld, 2012b p.115), un estado pre-egoico donde la regulación del organismo es llevada a cabo por el sí-mismo, un sí mismo corporal arquetípicamente regulado. Sin embargo, la madre o cuidador primario cumple el rol fundamental de regulación y supervivencia por lo cual la subsistencia del niño no depende sólo del factor regulador interior sino que también del factor regulador exterior (Sassenfeld, 2012b). En estas circunstancias, una parte esencial del sí-mismo se encuentra exteriorizado2 en la madre, lo que le da un rol importante a la dimensión interpersonal del desarrollo de la consciencia. En un estadio posterior y a través de un proceso de ciertos momentos especiales de elevación afectiva o irrupciones arquetípicas (Neumann 1949b, en Sassenfeld, 2012c), se modifica gracias a la conciencia emergente, la relación primal con el cuidador. Desde la perspectiva más intra-psíquica “un ego emergente comienza a constelar al inconsciente colectivo en la figura del arquetipo de la Gran Madre (…) constela el aspecto positivo de la Gran Madre, que es el responsable de los sentimientos de plenitud y satisfacción” (Sassenfeld, 2012c, p.120). Desde un punto de vista relacional, aparece el concepto de evocación del arquetipo (Neumann, 1959, 1963, en Sassenfeld 2012c) donde “el arquetipo de la gran madre es evocado en el psiquismo infantil por parte de la madre humana o de quien esté encargado de cuidar al niño” (Sassenfeld, 2012c p.121). Esto “ocurre en un campo de realidad arquetípico (…) que siempre contiene y presupone, también un factor externo desencadenante, un factor del mundo”. (Neumann 1963, en Sassenfeld 2012c, p.121)

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Se habla de exteriorización y no de proyección porque en los primeros meses de vida, el niño no es capaz de proyectar un contenido psíquico porque justamente luego del proceso de formación de la conciencia, es que se hará posible el mecanismo de proyección, por esto, aparecen primero los contenidos psíquicos inconscientes “exteriorizados”, y es a través de un proceso al que Neumann denominó “personalización secundaria” que se producirá la asimilación, introyección e integración de estos contenidos. (Neumann, 1949, en Sassenfeld, 2012c)

Bajo este contexto, cobra relevancia la idea de que la construcción de un ego y la relación de éste con el sí mismo, “depende de la calidad de la relación primal y de la capacidad de la madre para evocar determinados arquetipos en momentos evolutivos oportunos” (Sassenfeld, 2012c p.122). En relación a la teoría de los complejos, lo antes mencionado, propone ciertas pautas bajo las cuales podría “pensarse que también a las representaciones procedurales pre-simbólicas de las interacciones tempranas subyace una base de carácter arquetípico que es evocada, como diría Neumann, por los intercambios comunicativos de infante y cuidador” (Sassenfeld, 2007, p.35)

Ideas contemporáneas de complejo y lo arquetípico materno en el desarrollo de la personalidad En relación a lo último mencionado, Stern (1985, en Sassenfeld, 2007) define a los intercambios comunicativos tempranos o patrones de interacción anteriores y fundamentales para la formación del yo, como representaciones de interacciones generalizadas (RIG), procesos psicológicos dinámicos pre-simbólicos, pre-verbales y no conscientes, los cuales darían cuenta de que las bases del yo estarían ancladas en formas relacionales arquetípicas. (Beebe & Lachmann, 2002; Knox, 1999; Lyons-Ruth, 1998, 1999, en Sassenfeld, 2007). Este planteamiento, en cierto sentido, amplía la idea de los complejos como unidades básicas del psiquismo, añadiéndole en su formación y estructura, el componente relacional implícito. Al hablar de implícito, se hace referencia a una forma de registro de la experiencia que es procedural, es decir, no es en términos de contenidos sino más bien de “formas concretas y prácticas de proceder, de hacer” (Sassenfeld, 2007, p. 32) Jacoby (1998) quien ahonda en la génesis y funcionamiento del complejo materno y, dando un paso más allá de Neumann respecto a la evocación del arquetipo, de cierta manera hace también referencia a cuán capaz es la madre de abrirse al arquetipo materno operando en ella y cómo estas cualidades arquetípicas en el ser madre logran establecer sintonía o entonamiento afectivo con las necesidades de su hijo. Jacoby explica que aparte de las cualidades arquetípicas del ser madre, como la contención, la alimentación, los

cuidados básicos, etc. es igualmente necesaria la capacidad de la madre para respetar lo que el autor llama espacios privados en el tiempo: “También es esencial que el cuidador sea sensitivo de los momentos en que el infante requiere no ser molestado, dejado solo, para ello, requiere una cierta cantidad de espacio privado en el tiempo, para perseguir sus propios intereses sin guía” (Sander,1975, en Jacoby 1998, p.90). Fordham (1988) plantea no sólo la importancia de la interacciones en la relación primal, sino la capacidad innata del niño de acomodarse a su ambiente, y la influencia el niño sobre el estado emocional de la madre, lo que revelaría no solo un proceso de introyección e identificación como plantea Neumann, sino la existencia de un núcleo central innato, propio e individual, y por lo tanto, la necesidad de un espacio individual para su desarrollo. Estos espacios privados promueven la motivación del infante a la exploración espontánea del mundo, entregándole gracias a la confirmación de sus expectativas respecto a la continuidad del curso de los acontecimientos – proceso posible gracias a los RIGs de Stern, es decir a la memoria de interacciones repetidas con regularidad- una sensación de confiabilidad y estabilidad del mundo: El infante espera que un determinado episodio se repita de la misma manera que antes. Este episodio generalizado es una "estructura que indica el curso probable de los acontecimientos, a partir de experiencias promedio” (Stern, 1985, p.97). En la medida en que esas expectativas son confirmadas, habrá una sensación resultante de confiabilidad, y un sentido de confianza en uno mismo y en el mundo. La experiencia emocional que acompaña, al igual que sensación corporal, son retenidas en la llamada memoria procedural (de acuerdo con Lichtenber. 1989a p. 276ff). En otras palabras, en los RIGs de Stern se conservan los recuerdos de cómo los acontecimientos por lo general tuvieron lugar en cada episodio respectivo. (Jacoby, 1998, p.92)

Sin embargo, es habitual encontrar ciertas ansiedades y temores en las madres en relación a esta necesidad del infante de estar sólo, necesidad que a menudo éste expresa en no hacer contacto ocular y “desconectarse” de la interacción con ella, como corriendo la cara, por ejemplo - algo que se hace muy difícil de tolerar para la madre- lo que produce una actitud de madre intrusiva y sobre-controladora en los cuidados. Al infante se le debe brindar la capacidad de desplegar sus “sistemas motivacionales innatos” (Lichtenberg, 1998, en Jacoby 1998, p.91) que predominan durante la fase de constelación del arquetipo

materno. Sin embargo, es justo aclarar que dado la importancia del factor interpersonal, las expectativas puestas en la adecuada sintonización de la madre con su hijo son imposibles de realizar, por lo cual, se debe considerar cierta cuota de “frustración óptima (…) la base de un buen pronóstico para el desarrollo de un niño” (Kohut, 1984 en Jacoby 1998, p.92).

El rol de la afectividad y auto-regulación afectiva La cualidad básica de todo proceso implícito de interacción relacional entre el infante y su madre es el componente afectivo y, la sintonización o coordinación emocional que se produce entre el estado emocional del niño y el que percibe de la madre, conforman “la forma inicial, más generalizada e inmediatamente importante en el proceso de compartir y comunicar experiencias subjetivas”, dinámica que Stern (1985, en Sassenfeld, 2010) denomina inter-afectividad. El afecto funcionaría como una especie de “pegamento” en términos de organización del self; para Beebe y Lachman (1994,2002, en Sassenfeld, 2010) los momentos de elevación afectiva que atraviesa el niño en el contexto de sus relaciones de apego, y durante los cuales experimenta una intensa transformación de su propio estado organísmico constituye una modalidad esencial en la internalización que organiza tanto las representaciones psíquicas del self y del otro como las expectativas que se refieren a las interacciones vinculares” (p. 566)

La integración óptima de estados afectivos en la organización del self es de gran importancia a la hora de constituir el aparato auto-regulador afectivo del niño. Schore (2001, en Sassenfeld, 2010) define a la teoría del apego como básicamente una dinámica de regulación donde una madre sintonizada con su hijo regula a nivel inconsciente y de forma intuitiva los estados emocionales del niño. La auto-regulación, es decir, la capacidad del infante de regular sus propios estados emocionales, tanto internos como los provocados por circunstancias externas, “se ve complementada por los procesos de regulación interactiva”, y que “hace referencia a la capacidad de regular los propios estados afectivos en y a través de la interacción con otras personas” (Beebe & Lachmann, 2002; Klopstech, 2005; Schore, 2002, 2003, en Sassenfeld, 2010 p. 571). Lo central al hablar de afectividad y autoregulación radica en la importancia – además de su función en la organización psíquica y

desarrollo del self- en la determinación de las “expectativas respecto de futuras interacciones vinculares” (Beebe y Lachmann, 2002, en Sassenfeld, 2010, p. 572) y cómo ciertas interacciones y formas básicas de la relación diádica organizan patrones relacionales Así, las representaciones tempranas del niño están ligadas a secuencias esperadas de interacción y regulación afectiva y, puesto que estas representaciones pueden modificarse en presencia de información y experiencias relacionales nuevas, el desarrollo del self transcurre a través de re-estructuraciones de las formas de relación mantenidas y representadas. (Sassenfeld, 2007, p.573)

Por lo tanto, ¿cuáles serían esas formas básicas de interacción primordial, presimbólicas, implícitas, afectivas y arquetípicas de organización de la experiencia intersubjetiva, que conformarían el núcleo afectivo-relacional del complejo materno? “Los complejos son grupos afectivamente cargados de representaciones del inconsciente y consisten en patrones de expectativas innatos (arquetípicos) combinados con eventos externos que han sido internalizados y adquieren sentido a través del patrón innato” (Jacoby, 1959, en Knox, 2004 p. 56). Una perspectiva interesante es la de Knox (2004) que, basándose en las investigaciones recientes de la ciencia cognitiva la cual propone nuevos paradigmas para entender la relación entre el potencial genético y la influencia del medio, postula que lo arquetípico estaría dado por lo que ha llamado “imagen de esquema”, una de las formas más tempranas de organización mental de la experiencia. Esta imagen de esquema “es una Gestalt mental que se desarrolla a partir de la experiencia corporal y forma la base para el significado abstracto, tanto en lo físico como en el mundo de la imaginación y la metáfora” (p. 69). En este sentido, la principal imagen de esquema es la de “contención”, la primera experiencia que tiene el niño de su madre, un esquema de orientación espacial (proximidad, rechazo, separación, etc. y que incluso opera en la experiencia que tiene el infante dentro del útero) y que luego es metafóricamente extendido o proyectado desde el ámbito de lo físico al dominio de lo cognitivo (Johnson, 1987, en Knox, 2004). Así, el concepto de esquema de imagen “nos permite ver claramente que es el patrón dinámico de las relaciones de objetos de nuestro mundo interno lo que es arquetípico, en lugar de las características específicas del objeto en particular de nuestra realidad interna o externa”. (p.70)

Complejo materno en psicoterapia Una de las motivaciones de los investigadores de la infancia está relacionada con poder comprender cuales son las bases tempranas de los comportamientos y patrones vinculares que llevan a una persona a consultar y que emergen en la relación terapéutica, buscando expandir el foco puesto en lo intra-psíquico hacia lo interpersonal e intersubjetivo. Stern (2008) plantea: “los factores inespecíficos de la psicoterapia parecen ser los más importantes para lograr el cambio y la prevención” (p. 177) Jacoby (1998) realiza una interesante descripción de algunas de las manifestaciones del complejo materno3 en psicoterapia. Principalmente destaca la cualidad afectiva en la relación terapéutica, teñida de sentimientos de desconfianza, hostilidad, vergüenza, envidia, culpa, miedo, entre otras; [estos afectos] “parecen eclipsar o suprimir cualquier buen sentimiento, y contaminan todos los anhelos de estar cerca, de experimentar sintonía mutua con otros. Así, no hay confianza en un otro significativo, ni, básicamente, en uno mismo” (p.95). En general, estas manifestaciones del complejo están asociadas a una experiencia temprana de haber sido traumáticamente rechazado. Por otra parte, un complejo materno positivo, podría expresarse por una identificación narcisista, con un sentido de autoestima basado sólo en las respuestas del ambiente. De todos modos, son interesantes las preguntas que Jacoby se plantea respecto a cuales son las expectativas de un paciente respecto a la relación terapéutica: ¿Son expectativas de autorregulación y así eliminar todo malestar neurótico? ¿Hay un anhelo de evocar fantasías de repetición de expectativas infantiles? ¿O es un anhelo de algo nunca experienciado, de un déficit? Al parecer no hay una respuesta concreta respecto a estos postulados pero Jacoby sostiene que “este anhelo por la buena maternidad, puede ser la motivación que inconscientemente está al servicio del proceso de individuación y que puede conducir a un nuevo comienzo”. (p.95)

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Es importante destacar la crítica de Jacoby (1998) respecto a la tendencia de los Junguianos a hacer la distinción entre complejo materno negativo y positivo. No necesariamente la experiencia de lo materno puede configurarse psíquicamente como negativa si está asociada a afectos de rechazo y aversión. Una madre sobreprotectora y absorbente también puede ser experimentada como negativa, promoviendo un ego débil y falta de autonomía.

Desde el punto de vista de la regulación afectiva, y considerando la importancia de este dominio anteriormente expuesto, una de las funciones principales del terapeuta se basa en flexibilizar y optimizar las habilidades auto-regulatorias del paciente con la finalidad de lograr mayor adaptación y que el paciente aprenda a utilizar ciertos vínculos afectivos para regular estados emocionales intensos y/o dolorosos, para lo cual debe emerger en la relación un vínculo de regulación interactiva (Sassenfeld, 2007). En este sentido y a nivel implícito, en la relación terapéutica se constela lo arquetípico materno “considerando que los procesos diádicos de interacción tienen el potencial de reorganizar los procesos internos y relacionales propios de los participantes de la díada en cuestión” (Beebe y Lachmann, 2002, en Sassenfeld, 2010, p. 585)

REFLEXIONES

Habría que plantearse si no es necesario para el marco teórico clásico de la psicología analítica Junguiana del desarrollo de la personalidad, actualizar las ideas míticas y personificadas de los contenidos respecto a lo arquetípico materno (Sassenfeld, 2007) y abrirse a la integración de lo relacional intersubjetivo , así como a las investigaciones de las neurociencias y la psicología cognitiva como forma de integrar y ampliar las conceptualizaciones respecto a qué es lo esencial a la hora de comprender las pautas típicas y universales que operan a la base de la emergencia y desarrollo del ego y la personalidad; una forma de no caer en las limitaciones que podrían aparecer en una lectura literal o pretérita de lo que Jung definió como imagen y arquetipo. La intención de integración apunta hacia un aporte tanto en el trabajo clínico con adultos como en la posibilidad de desarrollar a futuro un cuerpo de conocimiento aplicable a programas de crianza, apego, educación, etc.: “La temática de los orígenes diádicos de la mente (Beebe et. Al, 2003) y el tremendo impacto formativo de las interacciones afectivas y comunicativas específicas que se produce entre infante y cuidador aún deben ser adecuadamente integrados en los cuerpos de conocimiento de la mayoría de las corrientes teóricas psicológicas (Sassenfeld, 2007, p. 37)

En los aportes de la investigación actual de la infancia convergen elementos de prácticamente todas las escuelas psicológicas, generalizando el cuerpo de conocimiento hacía la idea de poner en el centro la dimensión relacional primordial en la definición de pautas o patrones arquetípicos, dimensión implícita en la cual lo afectivo y la regulación interactiva no pueden ser descuidados. “Lo materno” como figura arquetípica desde esta perspectiva entonces pareciera estar a la base de toda nuestra capacidad e intención para relacionarnos, para la intersubjetividad y para determinar pautas de relaciones afectivas. Siguiendo a Stern (2008),

quien afirma que “es probable que nacemos con una capacidad para la

intersubjetividad de alguna forma primaria y esta tiene su propia trayectoria evolutiva, (…) el entonamiento afectivo (…) no podría producirse sin que existiera alguna

capacidad para la intencionalidad o inter-afectividad entre dos personas” (p. 181). Por lo tanto, pensamos que lo arquetípico en la relación primal es aquella intención para la sintonización afectiva con otros, el Eros materno (Stevens, 1994) que actúa como sistema arquetípico que permite el vínculo, aquella puesta en marcha de la intención de interacción y la capacidad tanto de la madre como del niño de regularse afectivamente en base al otro, es decir, la capacidad de establecer una relación afectiva intersubjetiva, esencial y determinante en el desarrollo de la personalidad. Habría también que plantearse si las investigaciones con infantes, pensando en un nivel colectivo, lo que nos están planteando es la necesidad de rescatar a nivel sociocultural al “matriarcado”, entendiendo por éste a la dimensión afectiva, las relaciones y la capacidad de sintonizar con otros, dado que en nuestra estructura psíquica arquetípica son estos elementos los que predominan y están a la base de nuestro actuar en el mundo. .

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