ARQUEOLOGÍA E HISTORIA, ARQUEOLOGÍA HISTÓRICA MUNDIAL Y AMÉRICA DEL SUR

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ANALES DE ARQUEOLOGÍA Y ETNOLOGÍA, VOL. 50/51, 1995/1996 ARQUEOLOGÍA E HISTORIA, ARQUEOLOGÍA HISTÓRICA MUNDIAL Y AMÉRICA DEL SUR Pedro Paulo A. Funari[i]

Introducción La Arqueología Histórica ha tenido mucho desarrollo, en los últimos años, y a la luz de sus rasgos y cambios contemporaneos parece que se puede discurrir sobre los rumbos de la disciplina en un contexto amplio. El objeto de este trabajo, la Arqueología Histórica en América del Sur, no tiene sentido fuera del ámbito general de la ciencia internacional y así propongo discutir, antes de llegar a nuestros países, la relación entre la Arqueología y la Historia, en términos epistemológicos, y los recientes debates sobre la Arqueología Histórica. Estas dos primeras partes reflejan mi experiencia como uno de los organizadores del tema ‘Arqueología Histórica’ en en Congreso Mundial de Arqueología 3, en India y, también, mi participación, como editor responsable, en la preparación de publicaciones sobre el tema para libros y revistas internacionales. La tercera parte presenta una descripción sumaria de las características de la disciplina en tres países vecinos, Argentina, Brasil y Uruguay, y una discusión sobre sus tareas, en el contexto antes estudiado.

Arqueología e Historia

Hay una larga tradición, en la Arqueología y en la Historia, de considerar aquella una disciplina fuente de esta última (Zimmerman & Dasovich 1990: 1; Klein 1993: 729; Meneses 1965: 22). La Arqueología europea salió de la Filología (Champion 1990: 89) por medio de la Historia y su papel como “criada de la Historia” fue el resultado de una [ii]definición muy particular de la Historia como una disciplina de interpretación que usa diferentes fuentes, estudiadas por técnicos, como los paleógrafos, encargados de los manuscritos, y los arqueólogos, que colectan artefactos (Austin 1990) y objetos de arte (Bandinelli 1984: 157; 1994). La Arqueología americana seguió una desarrollo diferente, siempre considerada como parte de la Antropología (Deetz 1967: 3; Trigger 1989: 19; Smith 1992:24; Renfrew 1993: 73), aunque fue considerada también como una disciplina de colección de datos que deben ser interpretados por los verdaderos científicos, los antropólogos.

Los más recientes estudiosos de la disciplina, con todo, concordarían que ‘la Arqueología es una ciencia social en el sentido que intenta explicar lo que sucedió a grupos humanos específicos en el pasado y generalizar sobre los procesos de cambio cultural’ (Trigger 1990: 19). Es considerada una disciplina independiente muy cerca de la Historia y de las otras ciencias sociales y humanas (Otto 1975: 11; Petterson 1990: 5). La Arqueología se vuelve más y

más histórica (Trigger 1984: 295) y en la práctica la História y la Antropología se acercan (Sherratt 1992: 139), pues arqueólogos y antropólogos consideran que las humanidades deben tener fundamentos históricos, mientras los historiadores concluyen que la investigación antropológica y arqueológica son vitales para la Historia (Knapp 1992: 3). El interés cresciente por Walter Benjamin, quién fue inovador al usar la cultura material y excavaciones como metáforas, en analisis histórico, aparece no solo en la Arqueología post-procesual sino que también en otras ciencias humanas y sociales (Härke & Wofram 1993: 184).

El diálogo entre Arqueología e Historia es pues una necesidad (Moreland 1992: 126). En algunos sitios, especialmente en las Américas, una oposición entre Historia y Teoria fue propuesta por arqueólogos (Hodder 1991: 10) pero este acercamiento a la cuestión fue rechazada por otros, en favor de una cooperación interdisciplinaria, como subrayó el arqueólogo uruguayo José María López (s.f.: 62). Algunos arqueólogos llegaron al punto de definir la Arqueologia como una ciencia histórica (Fonseca 1990; Newell 1991), un tipo especial de Historia Social ( Cerdà 1991: 420). Se reconoce que la Historia es un elemento vital para la interpretación arqueológica (Little 1988: 264; Little & Schackel 1992: 4) y que los arqueólogos deben usar datos escritos y materiales a la vez (Orser 1987: 131).

Historia, Arqueología y Ciencias Afines: Preocupaciones Comunes

La larga permanencia (longue durée) de Braudel es un concepto que permitiría una relación más íntima entre historiadores y científicos sociales, incluyendose los arqueólogos (Braudel 1969: 103; Carandini 1979: 66-69). La Historia tradicional, en búsqueda de hechos, miraba a los sucesos políticos microscópicos, de dificil acceso para los arqueólogos, pero la Alltagsgeschichte (o ‘Historia del cotidiano’) se propuso estudiar la repetición, algo bien conocido por los arqueólogos bajo el nombre de tipología (Lüdtke 1989). La cooperación interdiscplinaria fue también propuesta por diferentes estudiosos como una crítica fundamental de las divisiones del conocimiento (Kern 1985: 10; Kern 1988: 185; Epperson 1990: 36; Kern 1994: 78).

La caída de las fronteras disciplinarias y la producción de una ciencia unificada de la sociedad (Spriggs 1983: 3) significa que disciplinas aparentemente no relacionadas, como son la Filosofía y la Arqueología (Salmon 1982), tienen mucho a ganar con el diálogo. La Ciencia Política, la Filosofia Social y la Economía pueden servir como buenas herramientas para superar la especialización (Hale 1995: 215-216) y la advertencia de Pierre Bourdieu (1988: 779) para que evitemos la oposición dañosa entre disciplinas fue seguida en diferentes lugares. El caso de la historiografía política argentina podría ser citado (Sábato 1993: 87-88) y es significativo que G. S. Jones (1976) haya afirmado, en el British Journal of Sociology, que ‘no hay diferencia, en general, entre Historia y las otras “ciencias sociales”’.

Hace poco, Robert Paynter (1995: 95) ha escrito que el uso de la poesía por arqueólogos es el resultado de la posición de la disciplina en el medio, entre las humanidades y las ciencias. La poesía es otra característica común de diferentes disciplinas que han recebido influencia de la Linguística y de la Semiótica. Como ya mencionado, todas las ciencias humanas modernas fueron el resultado de los estudios de lenguas, desde la época de las Luzes (Reill 1994: 365; para una crítica, Bernal 1991), y el moderno análisis del discurso ha podido contribuir con nuevos insights desde los años 1960. Hoy día hay una aceptación cresciente de los fundamientos semióticos de la ciencia (Grzybek 1994: 344), y el análisis del discurso es ahora tán corriente en Arqueología (Shanks & Tilley 1987; Tilley 1990: 151-152) como en Historia (Carrard 1986; Funari 1994b). La Semiótica puede contribuir para un proyecto de pluralidad de lenguas en diálogo, donde diferentes universos discursivos, como Arqueología e Historia, por ejemplo, pueden afectar el uno al otro, de manera recíproca y crítica (Petrilli 1993: 360).

La naturaleza de la evidencia, para historiadores y arqueólogos a la vez, fue frecuentemente discutida, en los últimos años, y la palabra ‘evidencia’ fue considerada una figura de lenguage (Somekawa & Smith 1988: 152). No es casual que fue un arqueólogo, quien era también filósofo e historiador, R. G. Collinwood (1970), el pensador que formuló el concepto de subjetividad en la intepretación (Debbins 1965; Vann 1988; Ucko 1989: xii). Aunque subjetivas, la evidencias son a vezes interpretadas como pistas en una corte de justicia y los arqueólogos y historiadores son comparados a detectives (Couse 1990; Honório Rodrigues 1969: 20), acceptando que die Geschichte ist ein Kriminalgericht (‘La Historia es un tribunal’). La búsqueda de nuevos datos no estaba pues en contradicción con el carácter subjetivo de la evidencia (Ankersmit 1986: 1-11). Con todo, historiadores (e.g. Bevir 1994: 343) y arqueólogos (e.g. Trigger 1989; Murray 1995: 291; Spencer-Wood 1995: 101) quieren evitar los extremos del relativismo y del objetivismo y encontrar un medio término entre ambos.

Arqueología, Historia y Sociedad

Hay un reconocimiento cresciente de los historiadores y arqueólogos que ambas disciplinas no pueden ser separadas de las realidades y conflictos sociales y intelectuales del tiempo presente, de manera que estas disciplinas deben de ser vistas criticamente en el contexto más amplio de la Historia del mundo moderno (Iggers 1984: 204). El estudioso no es un observador neutro, fuera de las clases sociales en conflicto (Olsen 1986: 37), y las disciplinas académicas no están libres de lazos sociales y políticos (Champion 1991: 144). Nuestras interpretaciones del pasado están continuamente cambiando a causa de modificaciones culturales (Blakey 1990: 38). El movimiento post-procesual en la Arqueología ha observado que los contextos sociales y políticos modela las interpretaciones de los vestigios arqueológicos (Wood & Powell 1993: 407), de manera similar a las consideraciones

de que los historiadores están inmergidos en las tradiciones históricas (Burguière 1982: 437; Harlan 1989: 587; Calhoun 1993: 91). Los cambios en normas científicas (Burckhardt 1958: xi) dependen de interpretaciones sociales corrientes en el presente (França 1951: 266; Goldmann 1975: 40).

La imposibilidad de separar la investigación de los intereses de la sociedad fue reconocida también por antropólogos y científicos sociales (Rowlands 1983: 109; Nassaney 1989: 90; Veit 1989: 50) y las relaciones entre presente y pasado son comunes, específicas y directas (Wilk 1985: 311; Pinsky 1989: 91; McCullagh 1993: 37), pues los estudiosos son un producto de la cultura y sus interpretaciones del pasado están ligadas a su contexto cultural (Burley 1995: 75). Un acercamiento crítico fue pues propuesto por los científicos sociales y aunque los arqueólogos tengan tardado en desarrollar una consciencia crítica (Mazel 1989: 11), Jarl Nordbladh (1989: 28) no tubo duda en decir que el principal objetivo de los arqueólogos es ‘promover una reflexión constante sobre las condiciones humanas y sociales y llevar esto hasta la crítica social del presente’. He kritiké tékhne, ‘el poder de discernir, separar, juzgar’ (Aristóteles, De Anima, 432a 16) significa un método crítico de investigación y exposición (Marquardt 1992: 103), explotando los contextos sociales y políticos del conocimiento (Leone, Potter and Schackel 1987: 285; Handsman & Leone 1989: 119-134; Potter 1992). El mismo vocabulario es usado por historiadores cuando se refieren a la crítica histórica, como un medio de exponer las presuposiciones ideológicas, como un medio de criticar el senso común (Wood 1994: 9). El desarrollo de la autoconsciencia es una preocupación también entre linguistas (Fairclough 1990: 167) y historiadores (La Capra 1992: 439).

La afirmación de Wolfgang J. Mommsen (1984: 57) que die Historiker einer nationalen Kulturgemeishchaft angehören (‘los historiadores pertenecen a una cultura nacional’) podría ser aplicada para todos los otros pensadores sociales y si es verdad que el historiador o el arqueólogo lleba en su cabeza el presente (Wright & Mazel 1991: 59), el centro de su atención debe dirigirse a la vida cotidiana y al pueblo común. La Arqueología democratiza el pasado, al presentar indicios sobre las vidas diarias de las grandes mayorías (Deetz 1991: 6; Hall 1991: 78), superando la uniteralidad de las evidencias eruditas (Paynter & MacGuire 1991; Johson 1992: 54). Temas ‘invisibles’ en la Historia escrita son accesibles gracias a los vestigios materiales (Brown & Cooper 1990: 19) y las interacciones dinámicas entre élites y pueblo, entre vernacular y estilístico, son cuestiones corrientes para la Arqueología (Paynter 1988: 409; Pendery 1992: 58). La ‘Historia de los de abajo’ (History from below) y la ‘Historia de la cultura popular’ son desarrollos importantes de la historiografia contemporanea (Thompson 1966; Fletcher 1988; Walinski-Kiehl 1989; Sharpe 1991), pero los arqueólogos saben bien que la ‘la Historia es escrita por los vencedores’ (Paynter 1990: 59) y que los grupos subordinados pueden usar el pasado arqueológico para dar fuerza a sus luchas en el presente, escrebiendo la Historia de la dominación y de la resistencia (Leone 1986: 431; Hodder 1991: 10).

Cuando hablamos de sociedad y de estudio, hablamos también de ética. Las palabras incisivas de Peter Ucko (1990: xx) sobre esto merecen ser citadas: “el problema confrontando la Arqueología hoy es un problema moral...los arqueólogos no pueden continuar a ignorar al menos dos fuerzas que luchan por sus servicios: los que governan y los que son governados”.

Los historiadores tienen los mismos dilemas, cuando cuestionan la hegemonía ideológica de los poderosos (Ortiz 1993: 65) o la invención de hechos históricos, como la tentativa de negar la posibilidad de comprobar el Holocausto (Tucker 1993: 656). Las responsabilidades de historiadores y arqueólogos son muy parecidas (Maier 1994: 42; Florescano 1994: 51), pues tratan de temas comunes: la sociedad en el pasado y en el presente, suas características y cambios (Garcia 1991: 38).

La Maduración de una Arrqueología Histórica Mundial

Los últimos años han atestiguado una verdadera revolución en el campo de la Arqueología Histórica internacional, con particular importancia la realización, por primera vez con este nombre, de un tema titulado ‘Perspectivas en cambio en la Arqueología Histórica’, en el contexto del ‘Congreso Mundial de Arqueología 3’, realizado en Nueva Delhi, en deciembre de 1994. El tema, organizado por una europea (Sîan Jones, Southampton), un africano (Martin Hall, Ciudad del Cabo) y un suramericano (Pedro Paulo A. Funari, Campinas), ha tenido cuatro subtemas: 1. cuestiones epistemológicas : problemas de definición del objeto (organizado por Funari); 2. la pluralidad de la cultura material: raza, etnicidad, tribo, clase y género (Jones); 3. la Arqueología y la representación de las identidades modernas: nacional, colonial, imperial (Timothy Champion); 4. Arqueología feminista (Suzanne Spencer-Wood). En total, 49 papers fueron presentados por autores de los cinco continentes. Cronologicamente, los trabajos trataron desde la antigua Palestina (Jones 1994) o la Bretaña Romana (Richard Hingley 1994) hasta la actualidad (e.g. Sarah Tiziana Levi 1994). Los organizadores del tema preparan ahora la publicación de un vólumen de la colección One World Archaeology, publicada por la editorial Routledge, a salir en 1997.

En paralelo al encuentro de India, fueron publicados, en inglés, dos volúmenes sobre el tema que, en poco tiempo, se convertiron en text books, ambos de autoría de Charles E. Orser, Jr. Orser escribió con Brian Fagan un manual muy didáctico de introducción a la Arqueología Histórica (Orser & Fagan 1995), cuyo éxito editorial se explica no solo por las inovaciones metodológicas como por la variedad de tópicos tratados. Realmente, el libro discute la definición de la Arqueología Histórica, su Historia, los sitios y artefactos, las nociones de tiempo de espacio, las prospecciones, el trabajo de campo, las teorias explicativas, los grupos, sus difusiones por el globo y la dimensión política de este campo de estudio. Poco después de la publicación de este manual, Orser (1996) presentó su grande obra,

interpretativa y con aportes nuevos, que empieza con un capítulo significativamente llamado ‘Una crisis en la Arqueología Histórica’ y usa los otros siete capítulos para proponer un estudio interdisciplinario de la cultura material del capitalismo.

En este contexto, y antes de tratar de la Arqueología Histórica en nuestros países, sería interesante tratar de algunas cuestiones epistemológicas centrales en discusión el la Arqueología Histórica internacional. La primera de ellas se refiere a su carácter interdisciplinario. No es casual que, al mismo tiempo que teníamos las sesiones en India y aparecían estos libros, un equipo de científicos resolvía empezar la publicación de una nueva revista académica, Journal of Material Culture, cuyo número uno salió en 1996. El el editorial, Daniel Miller y Christopher Tilley (1996: 5) han propuesto que ‘el hecho de no existir una disciplina “estudio de la cultura material” pude ser positivo. Disciplinas, con sus mecanismos de manutención de fronteras, con estructuras institucionales, textos básicos, metodologías, discusiones internas y campos de estudios delimitados, por su propia constitución, son de naturaleza conservadora...nuestro objectivo...es encorajar la fertilización por cruce de ideas y acercamientos entre personas preocupadas con la constitutición material de las relaciones sociales’ (cf. Deetz 1977: 12).

Esta multidisciplinaridad se encuentra en la definición misma del campo en Orser & Fagan (1995: 14): ‘la Arqueología Histórica es un campo multidisciplinario que comparte una relación especial con las disciplinas formales de la Antropología y la Historia’. Como propone Orser (1996: 11), ‘hoy podemos decir que, para muchos estudiosos, Historia y Antropología son diferentes solo en en sentido “trivial de especialización académica”’ (cf. Orser 1994: 6). Otras disciplinas son también, explicitamente, citadas, como la Geografía, Sociología, Arquitetura, Semiótica y, si incluímos las discusiones en India, hay que añadir la Filosofia (e.g Moraes 1994), el estudio del patrimonio (e.g. Hingley 1994) o la Historia del Arte (e.g. Rhyne 1994). Tal vez quien mejor tenga dicho algo sobre eso fue Pierre Bourdieu (1996: 71), en reciente entrevista: Grosse Historiker der Vergangenheit, wie Kantorowicz, Panofsky, Marc Bloch, Braudel, Gerschenkron, Finley oder E.P. Thompson haben aus ihrer Praxis heraus Theorien entwickelt wie alle anderen Spezialisten der Sozialwissenschaften auch, indem Sie die Gesamtheit theoretischer Erkenntnisse aller Sozialwissenschaften kumulierten (‘grandes historiadores del pasado, como Kantarowicz, Panofsky, Marc Bloch, Braudel, Gerschenkron, Finley o E.P. Thompson han desarrollado su práctica a partir de teorías, como todos los otros especialistas de las ciencias sociales también, de manera que acumuralon la totalidad de conocimientos de todas las ciencias sociales’). La relación estrecha entre la Arqueología Histórica y la Historia llevó David Austin (1990: 29) a proponer su unificación, como una Historia Social (cf. Cerdà 1991: 420). Realmente, documentos escritos y cultura material son ambos objetos de estudio que no se pueden separar (cf. Noël Hume 1969: 13; Orser 1987: 131; Nunes 1994: 181; D’Agostino 1995: 104).

La definición exacta de Arqueología Histórica constituye, probablemente, la cuestión más controvertida en la actualidad. Orser & Fagan (1995: 14) proponen que es una disciplina que ‘centra su atención en el pasado postprehistórico y quiere entender la naturaleza global de la vida moderna’. Trataría pues del periodo posterior a circa 1415 (conquista de Ceuta), caracterizado por cuatro haunts: colonialismo, eurocentrismo, capitalismo y modernidad (Orser 1996: 57-88 et passim), términos indisociables y relacionados a la expansión europea (Champion 1990: 92). Esta propuesta puede ser evaluada a partir de dos cuestiones centrales, a la cual especial contribución fue dada por los historiadores. En primer lugar, se puede hablar de continuidad entre el siglo XV y el presente, continuidad esa que resultaría, precisamente, del capitalismo? Eric Hobsbawn (1985: 13) recuerda que la palabra misma ‘capitalismo’ solo fue introducida en la década de 1860; con todo, se usa el término ‘capitalismo comercial o mercantil’ para designar el dominio de los intereses burgueses desde el siglo XV. Aunque la producción no fuera capitalista, con uso del trabajo asalariado, sería posible estar de acuerdo con Caio Prado Júnior y suponer que ‘el análisis de la estructura comercial de un país muestra siempre mejor que cualquier de sus sectores específicos de producción, el carácter de una economía, su naturaleza y organización’ (Prado 1966: 266; cf. Tavares 1967: 57). El carácter capitalista del periodo moderno, más todavía en lo que se refiere a regiones periféricas, como eran las partes de América donde se usaba mano de obra esclava, fue estudiado por Fernando Novais (1970: 33; Topik 1991: 1375) y se puede decir que muchos estudiosos comparten la certeza de Frédéric Mauro (1970: 19) de que ‘capitalismo comercial y capitalismo industrial tienen estructuras propias, mecanismos y estructuras generales comunes’ (cf. Chaunnu 1984: 427).

Otros, con todo, no aceptan tales generalizaciones y continuidades, pues ‘la economía de los tiempos modernos (de la mitad del siglo XV hasta la mitad del siglo XVIII) es fundamentalmente precapitalista, lo que vale para Europa, para el mundo colonial y para el incipiente mercado mundial’ (Cardoso & Brignoli 1983: 73). El modo de producción esclavista colonial en la Américas no sería, eo ipso, capitalista (Gorender 1978; Cardoso 1982; Beozzo 1978: 287). En los aspectos socioculturales, con más motivo, se pude caracterizar las sociedades modernas, en particular las ibéricas, americanas y africanas, como dominadas por instituciones patriarcales, con divisiones no solo de clase, como de status, no basadas en la igualdad, en el sentido capitalista del término, pero sí hierarquizadas (Rangel 1978: 85,88,90, 92 et passim; Rangel 1981: 5,8; Thornton 1981: 186 et passim; Thornton 1992; Da Matta 1991: 399). Sería, en este contexto, posible una Arqueología del Capitalismo, en el sentido amplio, explicar el carácter complexo de esas sociedades? Barbara Little (1994: 15-16) no tiene duda:

‘Estudiar el capitalismo y el desarrollo de la ideología dominante en el mundo moderno ocidental es importante. Hay puntos débiles, con todo, de los cuales no el más pequeño es el punto de vista vuelto al occidente europeo, que puede servir para omitir de la “Arqueología Histórica” trabajos transculturales importantes que incluyen documentación escrita, como aquella que se refiere a los Estados precapitalistas del Viejo Mundo, a las

maniobras políticas entre los grupos nativos americanos, en la Europa Medieval o en las culturas africanas documentadas por la Historial Oral’.

Así, aunque el ‘mundo moderno es caracterizado por una economía única, que es colonial, internacional y en expansión’ (Orser 1996: 83) y el arqueólogo estudia artefactos que son commodities (Orser & Fagan 1994: 83), mercancías vueltas al cambio comercial, ese mundo complexo incluía realidades ligadas solo indiretamente al capitalismo. Dos ejemplos presentes en ponéncias en India y en los libros de Orser pueden servir de ejemplo de eso: la cultura material de los cimarrones, en Palmares (Rowlands 1994; Allen 1995; Funari 1995) y la cultura material de los africanos en esclavitud en el sur de Estados Unidos (Orser 1966: 117123). En lo que se refiere a esta última, el estudio de la llamada cerámica Colono ware, que constituye un 80 a 90 por ciento de toda cerámica hallada en sitios de esclavos en el siglo XVIII (Singleton 1991: 161) muestra que se trata de una producción que, más que volver a costumbres africanas o indígenas, ‘conotava un sistema de resistencia y diversidad cultural que quiere ser diferente de la cultura dominante europea’ (Orser 1996: 121). Los esclavos no se preocupaban tanto con ser africanos o americanos, o con pertenecer a grupos étnicos específicos, sino que les gustava mostrarse diferentes de los opresores (Hall 1992: 385).

La cultura material de Palmares, descubierta y estudiada hace poco, muestra una mezcla de características indígenas, africanas y europeas, resultado de un sincretismo (Allen 1995; Domínguez 1995: 31 et passim, sobre la ‘transculturación’; cf. Kohl 1992: 171), cuyas particularidades no se explican solo por el capitalismo, pero sin el cual no se puede entender (cf. Funari 1996). En este sentido, se puede concordar con Orser que el capital, directa o indirectamente, cambió e caracterizó el mundo postmedieval. Por otro lado, los organizadores del tema Changing Perspectives in Historical Archaeology, en India, han preferido adoptar una definición más amplia del término Arqueología Histórica. Realmente, como ha recordado, hace poco, Kent Lightfoot (1995: 200,202,210,211), la división misma entre Historia y Prehistoria puede dificultar el conocimiento del pasado:

‘La actual separación de las Arqueologías Histórica y Prehistórica nos aleja, en grande parte, del estudio del cambio cultural a largo plazo, especialmente en contextos multiculturales... La división artificial entre Arqueología “histórica” y “prehistórica” posee larga tradición en América del Norte y su origen está en una visión segregada del pasado. Pueblos indígenas eran vistos como entidades distintas y separadas de los asentamientos europeos euroamericanos y su estudio estaba a cargo de equipos diferentes de investigadores... el estudio del cambio cultural a largo plazo, tanto en contextos históricos como prehistóricos, es necesario para evaluar todas las implicaciones de la explotación colonial y de la formación de comunidades coloniales multiétnicas...El potencial de la Arqueología para contribuir para los estudios de los contactos culturales es disminuído por la práctica de dividir la Historia y la Prehistoria en subcampos separados’.

Además, en un contexto mundial y extraamericano, la definición de la Arqueología Histórica como el estudio de la ‘difusión y manifestación de la cultura moderna por todo el mundo’ (Orser 1988: 5) parece resolver solo parte de la cuestión, pues continuidades milenares pueden ser tán o más importantes que la cresciente europeización del globo (cf. Weckmann 1993). La posición por nosotros adoptada, como organizadors del tema en WAC 3, fue privilegiar un elemento esencial de nuestro objeto de estudio: el carácter de clase de las sociedades históricas. Mismo si admitimos las continuidades entre Historia y Prehistoria, resaltadas por Lightfoot, no se puede dejar de observar la diferencia entre sociedades sin escrita y sin Estado y las sociedades hierarquizadas, alfabetizadas y caractarizadas por divisiones de clase y por la explotación. En este sentido, la Arqueología Histórica estudia, precisamente, la interacción entre dominantes y dominados, alfabetizados y analfabetos, en diferentes contextos culturales y cronológicos. La Arqueología Histórica, por tanto, ‘democratiza el pasado, presentando la vida cotidiana de las personas comunes que no están visibles en el registro documental’ (Hall 1991: 78). No se trata de estudiar solo la upper crust (Hall 1993: 182), sino que también la cultura de los esclavos (Singleton 1990: 72), de los trabajadores , en general (Negri 1991: 383-384). El estudio de los analfabetos, en Atenas clásica, como muestra el trabajo de Louise Zarmati (1994), presentado en India, usa la metodología de la Arqueología Histórica del mundo moderno, pero no se limita a eso y, de una manera o de otra, permite repensar la Arqueología misma del mundo postmedieval. La Arqueología Histórica, tal vez, pudiera ser definida, así, como aquella que estudia las contradicciones inevitables de las sociedades de clase (cf. Hall 1994: 1).

La mudaración de una Arqueología Histórica mundial, en los años 90, impone superar algunas limitaciones. En primer lugar, su carácter multidisciplinario exige la superación de fronteras formales entre disciplinas académicas que tratan de las sociedades humanas y sus cambios. El estudio de la cultura material define la Arqueología, pero esto no puede ser llevado a cabo de manera aislada, ni confundido con la mera e ilusoria ‘producción de hechos nuevos’ - una excavación, por ejemplo. En segundo lugar, vista como estudio de la difusión europea por el mundo o como análisis de las contradicciones materiales en sociedades de clase, la Arqueología Histórica tiene como centro de su atención los conflictos sociales, en el pasado y en el presente. Se reconoce como el resultado de conflitos contemporaneos y parte del presupuesto de que para conocer el pasado es necesario conocer a nosotros mismos (Shanks & Tilley 1987). En último lugar, pero no por eso menos importante, hay un componiente ético, en la academia y fuera de ella, que significa acceptar el pluralismo y el respecto a la divergencia, la transparencia que no oculta golpes y que permite la visibilidad de las opresiones y contradicciones, en el pasado y en el presente. A partir de estas consideraciones, se puede tratar del desarrollo y situación de la Arqueología Histórica en nuestros países.

Historia y Arqueología en América del Sur

La formación de Historia y Arqueología como disciplinas científicas en América del Sur fue diversa en cada país (Politis 1995: 197), así que trato, aqui, de solo tres países que, aunque con diferencias, pueden ser estudiados al mismo tiempo: Argentina, Brasil y Uruguay (Funari 1994a). No cabe duda que otros países de América Latina han pasado por experiencias parecidas, en nuestro campo (e.g. Domínguez 1995; Fournier 1996), pero la comunicación entre estos tres países es mucho más frecuente y las situaciones históricas mucho menos alejadas. Mientras hemos vivido, en los últimos cuarenta años, bajo regimenes políticos parecidos, dictaduras militares y democracia, Cuba, Ecuador, México, Perú, Venuzuela, o América Central, han vivido realidades muy variadas. La presencia de vestigios de las llamadas ‘grandes civilizaciones’ prehistóricas han también contribuído para esta diferencia. De todos modos, en nuestros tres países, la Arqueología se desarroló mucho después de la Historia y, desde sus comienzos, fue concebida como prehistoria. Así que si pude decir que el estudio de la cultura material de periodo histórico fue llevado adelante por mucho tiempo, hasta la década de 1980, principalmente por no arqueólogos, arquitectos e historiadores el arte. Los tres países fueron afectados por gobiernos militares, desde los años 1960 hasta principios de los años 1980. Mientras los historiadores y otros estudiosos pudieron, a veces, evitar la persecución, pues su trabajo académico podría continuar sólo con sus sueldos, los arqueólogos no podrían pagar por sus trabajos de campo, naturalmente. Así, fue dificil oponer la linea militar oficial (Funari 1992).

La Arqueología sufrió particularmente bajo los militares en Argentina y la Arqueología Histórica fue la area más directamente afectada y, por eso, ha tenido poco desarrollo hasta la vuelta de la democracia en 1984. El arquitecto Daniel Schávelzon está muy activo desde este período, con la participación de muchos investigadores (Sergio Caviglia, Marcelo Magadán, Santiago Aguirre Saravia, Ana María Lorandi, Sandra Fantuzzi, Cecilia Plá, Jorge Ramos, Andrés Zarankin, entre otros). Schávelzon estudió edificios en Buenos Aires (Schávelzon 1986a; 1987e; 1988b; 1988c), Córdoba (1987a) y en otros sitios (1987b) y publicó monografías sobre cerámica (1987d; 1988a) y otros materiales (1987c). El ‘programa de publicaciones de Arqueología Urbana’ ha publicado, entre 1987 y 1989, más de doce monografías, la mayoría de autoria de Schávelzon y sus colegas. Peter Davey (1989) ha publicado una monografía sobre las pipas y Schávelzon y Ramos (1989-91; 1991) también publicaron informes sobre las excavaciones en Calderón de Rosas, Palermo. Desde 1991, Schávelzon publica la colección ‘Arqueología Histórica en Buenos Aires’, con volúmenes sobre la cultura material de los siglos XVIII y XIX (Schávelzon 1991), sobre edificios (Schávelzon 1992), sobre las excavaciones en la Imprenta Coni (Schávelzon 1993) y sobre las excavaciones en San Telmo.

J. R. Bárcena, estudioso, originalmente, de la prehistoria, ha excavado sitios históricos en Mendoza (s.f.a; s.f.b; s.f.c; 1998). Bárcena también trató del património, en la capital y otros sitios de la provincia (Bárcena 1993b), así como de la teoría arqueológica (Bárcena 1995). Ruth Adela Poujade ha estudiado sitios prehistóricos y históricos en Misiones

Jesuíticas en la Provincia de Misiones. Poujade (1980; 1985/6; 1986/7) ha investigado toda la región y publicado un estudio sobre el asentamiento (Poujade 1992). Andrés Zarankin (1995) ha publicado una monografía sobre Santa Fe la Vieja, sitio ocupado de 1573 hasta 1660 y María Ximena Senatore (1995) estudió la cerámica colonial. Irina Podgorny (1991) ha estudiado el uso de la cultura material, particularmente imágenes, en manuales argentinos y como las identidades nacional y de la comunidad son creadas. El ‘Equipo de Antropología forense’ ha estudiado los vestigios de desaparecidos.

En el Brasil, algunos arqueólogos profesionales han excavado sitios arqueológicos con un carácter descriptivo. Muchos trabajos de campo no producen informes o los informes no son publicados. Los más activos investigadores son Marcos Albuquerque (1971; 1980; 1982) en el Nordeste, Margarina Davina Andreatta (1981/2; 1986; 1991; 1992) en San Pablo, Maria da Conceição Beltrão (1985; 1988; Neme, Beltrão & Niemeyer 1992), en Bahia y Río de Janeiro, Ulysses Pernambucano de Mello (1975; 1976/77; 1976; 1983) en el Nordeste. Jóvenes estudiantes de postgrado están también activos, como Paulo Tadeu de Souza Albuquerque (1991), en Vila Flor, en el Nordeste, Miriam Cazzetta (1991) y Paulo Eduardo Zanettini (1986; 1990). Arqueólogos que trabajan en el Patrimonio han publicado estudios sobre Arqueología Urbana (Vogel & Mello 1984; Vianna 1992). El estudio de cimarrones (Guimarães 1992; Funari 1995b), misiones jesuíticas (Kern 1984; 1985; 1987; 1988; 1989; 1991) y la Arqueología Clásica son ejemplos isolados del uso de documentos escritos y cultura material, establecendo un diálogo entre historiadores y arqueólogos que estudian estos temas.

Uruguay también conoció un desarrollo tardío de la Arqueología Histórica. López (1988) estudió el papel de la Arqueología para la construcción de la identidad nacional uruguaya y propuso un acercamiento antropológico para superar la ideología coleccionista (López 1990: 4). Leonel Cabrera (1988: 28) subraya la necesidad de no se limitar a la mera descripción de artefactos históricos y considera que el patrimonio debe considerar el ‘pasado olvidado’, o sea, la prehistoria (Cabrera 1989; Cabrera & Curbello 1992: 54; López 1988: 174). El estudio arqueológico de Colonia del Sacramento es el mejor ejemplo de la Arqueología Histórica uruguaya. La ciudad, establecida en 1680 por Portugal, tubo su arquitectura estudiada y Nelsys Fusco (1990) ha empezado un estudio arqueológico sistemático (Schávelzon 1991; Fusco & López 1992). Como los estudiosos brasileños y argentinos, los uruguayos usan los documentos escritos para conocer mejor la sociedad colonial y sus cambios.

Hay características comunes en los tres países, en particular en la relación entre Historia y Arqueología. Hay una fuerte tradición de poca comunicación entre historiadores y arqueólogos, y esto no sólo porque los arqueólogos tratan, en general, de la prehistoria. Aquellos que trataban de sitios y artefactos históricos eran arquitectos, historiadores del arte y otros estudiosos o, peor, anticuarios o gente interesada en ganar dinero. En la última década, el crescimiento de las actividades arqueológicas cambió este cuadro, auque los estudios de

carácter interpretativo son todavía excepcionales. No hay, hasta el momento, un acercamiento interdisciplinario a sitios históricos y el estudio de Paul Shackel (1993) sobre la disciplina y la cultura material en Annapolis, Estados Unidos de América, que pone en contacto la Antropología de Eric Wolf, la Historia de Fernand Braudel, la Filosofia de Michel Foucault y la Arqueología Crítica, no tiene paralelo en América Latina.

Esto, con todo, no disminuye los logros de la Arqueología Histórica en nuestros países, si consideramos que su practica ha empezado hace poco tiempo. La cuestión es que mientras en los Estados Unidos de América el libro de Shackel no puede ser ignorado por historiadores y otros estudiosos, pues su campo discursivo es lo mismo de ellos, la historiografía suramericana no conoce los estudios arqueológicos, que parace hablar un otra lengua. La resistencia cotidiana (Hall s.f.: 384; Rubertone 1989: 32), la aculturación (Orser 1988: 11), la lectura de sentidos en el texto (Austin & Thomas 1990: 45), o una perspectiva internacional (D’Agostino 1995: 104), son características comunes a historiadores y arqueólogos que podrían y debrían promover la cooperación de diferentes especialistas que estudian las mismas sociedades y épocas (Howson 1990: 78).

Algunos trabajos y investigaciones, con todo, son muy alentadores. La publicación del primero manual de introducción a la Arqueología Histórica, en una lengua local, por Orser (1992), con bastante información sobre la disciplina y escrito para un público universitario y especializado, cuya importancia Esarey (1995: 131) ha resaltado, permitió que los arqueólogos en actividad puedan entrar en contacto con lo que pasa en la disciplina a nivel internacional. La Universidad de la Carolina del Sur ha publicado entre 1994 y 1996 una colección sobre ‘La Arqueología Histórica en América Latina’ , organizada por el profesor Stanley South. Ha publicado artículos y monografías en inglés, castellano y portugués. La publicación de la ‘Revista de História da Arte e Arqueologia’, a partir de 1994, por parte de la Universidad de Campinas (Estado de San Pablo, Brasil), ha contribuído para la colaboración entre arqueólogos y otros científicos y un consejo internacional de consultores, que incluye Peter Ucko y Michael Rowlands, entre otros, garantiza su papel científico en América del Sur.

Tal vez el principal progreso en la Arqueología Histórica de los tres países sea observado en la atención cresciente al pueblo común. La administración del patrimonio, por mucho tiempo en manos de arquitectos preocupados solo con los edificios de la élite, está ahora bajo la crítica de arqueólogos e historiadores (e.g. Tamanini 1995). La etnicidad y la identidad nacional están también en el centro de interés de diferentes monografías sobre Buenos Aires, Santa Fe, Colonial del Sacramento, Misiones jesuíticas, cimarrones. Como estamos en la periferia del mundo occidental, estamos acostumbrados a mezclar puntos de vista que, en otros sitios, se mantienen separados. Thomas C. Petterson (1989: 556) ha propuesto que es posible distinguir tres tipos de Arqueología postprocesual: 1. una rama que tiene como origen R. Collinwood y que cita Roland Barthes, Pierre Bourdieu, C. Geertz, Anthony Giddens y Paul Ricoueur; 2. una corriente que sale de Marx y Foucault; 3. una linea

que se preocupa con la comunicación y la ideología y que se inspira en Louis Althusser, Jürgen Habermas, Mark Leone y Wylie. Otros, como Hienrich Härke (1989: 409) prefiere oponer la Arqueología teórica angloamericana a la tradición alemana, que enfatiza el estudio exhaustivo y erudito de los detalles. Con todo, no sorprende el hecho que estudiosos argentinos, brasileños y uruguayos se preocupan sea con teoria, sea con estudio de detalles, y citan al mismo tiempo Bourdieu, Foucault y Althusser! Esto no quiere decir que son eclécticos, significa que no ignoran la coexistencia de diferentes puntos de vista (Funari 1989: 64).

La dictadura, aqui como en Europa (Baker 1991: 58-60; Fontes 1992: 219), ha dificultado, por cierto tiempo, la difusión de nuevas ideas, pero la libertad alentaría, rapidamente, los contactos científicos, entre ellos el diálogo entre historiadores y arqueólogos. Una pluralidad de opiniones, en una sociedad abierta, significa que diferentes disciplinas pueden dar diferentes conocimientos, disciplinas, de toda manera, que no pueden ignorar la existencia de una variedad de puntos de vista. Historiadores y arqueólogos viven, en términos generales, en ambientes científicos propios, lo que es el resultado de circunstancias muy concretas. Como ya mencionado, mientras los historiadores son historiadores, los arqueólogos son antropólogos, biólogos, historiadores de la naturaleza, geólogos, geógrafos y, a veces, historiadores. El estatuto académico de la Arqueología no está claramente definido y esto dificulta el diálogo entre historiadores y arqueólogos. Este diálogo depende, en la mayoría de las veces, de los esfuerzos de arqueólogos que están, personalmente, en una campo de frontera. El caso de Gabriela Martín y su papel en el desarrollo de ambas disciplinas en el nordeste del Brasil es un ejemplo de eso: Martín fue educada como arqueóloga clásica, en su España natal, y estubo encargada de estudiar y publicar importantes cerámicas romanas en las décadas de 1960 y 1970 (Martín 1968; 1969; 1970; 1971; 1972; 1974; 1975; 1978; 1979; 1981; 1988); en el Brasil, ha estudiado la Arqueología del nordeste del país, ha dirigido investigaciones de postgrado sobre Arqueología Histórica y ha actuado como consultor de la CAPES, para todo el país por lo tanto, para los cursos de postgrado en Historia.

La Historia y la Arqueología están solo empezando a mantener contactos pero el contexto suramericano indica que ambas disciplinas tendrán de continuar a vivir en el mismo campo general de las ciencias sociales y humanas. Esto es especialmente importante en esta región, tán afectada por el autoritarismo. Los arqueólogos tienen mucho que aprender con los historiadores y viceversa. Aunque el diálogo solo empieza, sus primeros fructos indican que futuros canjes seron vitales para el desarrollo creativo de la ciencia[1].

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[1] Este artículo representa la conferencia presentada en las II Jornadas de Etnoligüística, Rosario, 2-5 de octubre de 1996, cuya versión original, en inglés, fue publicada en el International Journal of Historical Archaeology, 1, 3, pp. 189-206. Agradezco a los seguientes colegas que me sumistraron sus trabajos (algunos inéditos) y me ayudaron de diferentes maneras: Scott Joseph Allen, David Austin, J. Roberto Bárcena, Leonel Cabrera, Timothy Champion, Edgar de Decca, Luís Fernando de Oliveira Fontes, Nelsys Fusco, Martin Hall, Richard Hingley, Sîan Jones, Arno Álvarez Kern, Philip L. Kohl, Sarah Tiziana Levi, Kent Lightfoot, Mark P. Leone, Barbara Little, José María López, Gabriela Martín, Aron Mazel, João Quartim de Moraes, Jarl Nordbladh, Parker Potter, Charles E. Orser, Jr., Irina Podgorny, Gustavo Politis, Ruth Poujade, Michael Rowlands, Daniel Schávelzon, Paul A. Schackel, Michael Shanks, Theresa Singleton, Suzanne Spencer-Wood, Elizabete Tamanini, John Thornton, Bruce

G. Trigger, Hélio Vianna, Richard R. Wilk, Paulo Eduardo Zanettini y Larry Zimmerman Agradezco también los comentarios de anónimos del evaluador de Anales de Arqueología y Etnología. Los conceptos presentados son, por lo tanto, del autor y de su única responsabilidad.

[i] Departamento de História, Instituto de Filosofia e Ciências Humanas, Universidade Estadual de Campinas, C. Postal 6110, Campinas, 13081-970, SP, Brasil, fax 55 19 289 33 27, [email protected]. [ii]

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