«Aristeas de Proconeso y el poema épico de los arimaspos», en GARCÍA SÁNCHEZ, J., MAÑAS ROMERO, I., SALCEDO GARCÉS, F. (Eds.), Navigare necesse est. Estudios en homenaje a José María Luzón Nogué, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2015. Págs. 200-204.

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Descripción

Aristeas de Proconeso y el poema épico de los Arimaspos Ángel Carlos Pérez Aguayo Universidad Complutense de Madrid

L

a figura de Aristeas de Proconeso es una de las más controvertidas de la literatura clásica. Igualmente, su principal producción, las Arimaspeas (Ἀριμάσπεια ἔπι) o Epopeya de los Arimaspos sigue siendo objeto de variadas discusiones al tratarse de una obra casi por completo perdida. Lo que se conserva de ella son dos brevísimos fragmentos, uno, en el tratado De lo sublime (X, 4) del llamado Pseudo Longino y otro, en las Quilíadas (VII, 676-679 y 686-692) del erudito bizantino del siglo XII, Juan Tzetzés, además de algunas parcas referencias citadas por terceros.1 La problemática esencial que presenta tanto el lírico como su escrito es la notable aura fantástica que revisten casi todos los exiguos datos que sobre ambos se han conservado en el presente. Empero, con un cauteloso manejo de las fuentes es posible arrojar algo de luz sobre varias y significativas cuestiones concernientes a su persona y obra desaparecida, e incluso acerca de la iconografía que de ésta, probablemente, surgió en la Antigüedad.

El poeta y su obra según Heródoto El historiador de Halicarnaso es la fuente más prolija en cuanto a información legada sobre la figura del autor arcaico y el objeto de su escrito. Como él mismo afirma (IV, 14), los primeros datos que presenta los obtuvo de oídas tanto en Proconeso –la actual Mármara– como en Cícico –ciudad de la antigua Arctoneso, hoy Aydıncıল–, ambas emplazadas en los accesos al Ponto Euxino de la Propóntide turca. Posteriormente (IV, 15), también menciona las tradiciones proconesias

y de Metaponto, en la Magna Grecia, como fuentes de información biográfica a la que accedió personalmente. Aristeas, hijo de Caistrobio,2 vino al mundo en la isla de Proconeso. Pese a que Heródoto no especifica ninguna fecha sobre su nacimiento, por lo general su vida y obra se enmarcan entre los siglos VII y VI a. E. No obstante, la datación es uno de los principales motivos de discusión. Según C. Schrader, su vida transcurre en la primera mitad del s. VII a. E.,3 mientras que para J. D. P. Bolton,4 su floruit se sitúa hacia el 650-625 a. E. Sin embargo, el Suidae Lexicon afirma que vivió durante el reinado de Creso de Lidia y Ciro el Grande a mediados del siglo VI a. E.5 e incluso algunos especialistas proporcionan fechas más tardías que llegan hasta el V a. E.6 No obstante, en los subsiguientes hechos, extraños y singulares, estriba el polémico debate que existe en torno a la historicidad de su figura, de la cual inclusive se ha llegado a dudar de su existencia real.7 A decir de Heródoto, Aristeas, “que por su linaje no era inferior a ninguno de sus conciudadanos” (IV, 14), murió súbitamente en su tierra natal al entrar al taller de un batanero. Acto seguido, su dueño cerró el local y fue a dar parte del fenecimiento a los parientes mientras la luctuosa noticia se propagaba rápidamente entre sus compatriotas. Sin embargo, un habitante de Cícico, re2.

3. 1.

Los fragmentos están recogidos en Bernabé Pajares, 1979: 344-354; Des Grossen, 1840: 86-88 y Kinkel, 1877: 243-247. Sobre la figura del autor y el poema perdido, vid. Bolton, 1962 (y los respectivos review de Burkert, 1963: 235-240 y Herington, 1964: 78-82); Dan, 2008; ibidem, 2012: 68-90; Gómez Espelosín, 2000: 115-124; Meuli, 1935: 137-172; Phillips, 1955: 161-177; Tournier, 1863.

4. 5. 6.

7.

Según el Suidae Lexicon, s. v. Ἀριστέας (n.º: α 3900) (Ed. A. Adler. Leipzig, 1928-38. Versión on line en www.stoa.org), su progenitor también podría haber sido un tal Demócares, por lo demás desconocido. Como primera y única vez, esta fuente medieval también le atribuye una Teogonía en prosa de mil líneas de la cual no ha llegado nada hasta el presente. Heródoto, Historia. Libros III-IV (Trad. y notas de C. Schrader). Ed. Gredos, Madrid, 1982 (2006), 290, n. 48. Bolton, 1962: 1-9, 179. Vid. supra, n. 2 e infra, n. 8. Cayo Julio Solino, Colección de hechos memorables o El erudito (Introd., trad. y notas de F. J. Fernández Nieto). Ed. Gredos, Madrid, 2001, 310-311, n. 601; Gorbounova, 1997: 529, 533; Ivantchik, 1993: 35-67; Paniagua, 2006: 153. Bernabé Pajares, 1979: 346.

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cién llegado a Proconeso, se hizo oídos de la misma y afirmó habérsele encontrado en su tierra muy recientemente e incluso aseveró que habían mantenido una conversación. Para cuando los familiares acudieron al lugar del fallecimiento y se abrió la estancia, el cadáver había desaparecido… Supuestamente, a partir de este momento, Aristeas, “víctima de la posesión de Febo” (φοιβόλαμπτος γενόμενος) (IV, 13), inició un viaje hasta llegar a alcanzar los confines septentrionales de la ecúmene, donde habitaban los isedones.8 Por boca de estos, que no de su propia experiencia, pudo saber que aún más allá de sus pagos moraban los arimaspos –personajes con un único ojo–, y tras ellos los grifos –custodios del oro–, y aún más lejos los hiperbóreos, que limitaban territorialmente con un mar.9 Seis años después de su misteriosa desaparición, Aristeas regresó a Proconeso y dio inicio a la composición de las Arimaspeas –un poema en hexámetros, como corresponde a la épica arcaica, agrupados en tres libros–10 en el que relataba su periplo dejando constancia de cuanto observó y escuchó entre los pueblos que encontró a su paso. Concluida la redacción de su obra, nuestro protagonista volvió a desvanecerse de nuevo Aparte de los viajes esporádicos, la expansión helena hacia el Ponto Euxino y las tierras colindantes con éste, como tarde, ha de fecharse en el siglo VII a. E., Boardman, 1973: 236-244; Dodds, 1951: 140; Domínguez Monedero, 1993: 124-128. El viaje de Aristeas quizá podría insertarse en este fenómeno o acaso representar un trasunto poético del mismo. Algunos autores, pese a la más que dudosa credibilidad de toda la información que nos ha llegado sobre su fantástico deambular, han intentado encuadrarlo cronológicamente entre dos momentos históricos, las intrusiones cimerias del siglo VII a. E. y la pugna habida entre Creso y Ciro a mediados del VI a. E., vid. supra n. 5 y Estrabón, Geografía. Libros I-II (Introd. J. García Blanco, trad. y notas de J. García Ramón y J. García Blanco). Ed. Gredos, Madrid, 1991, 266, n. 182. 9. Heródoto abunda en detalles (IV, 13), al parecer tomados de la lectura directa del poema de Aristeas, al referirse a la tierra de los arimaspos en el contexto general del lógos escítico. A decir de lo consignado, dichos predios antaño fueron poblados por los cimerios antes de su expulsión a manos de los escitas. A estos, a su vez, los isedones los desalojaron hasta su postrer destierro por los míticos monoftalmos. En este complejo proceso de alternancia de pueblos sucediéndose en la misma zona geográfica se ha querido ver la reminiscencia de los flujos migratorios que se dieron en Asia Central a inicios del último milenio a. E., vid. Alemany i Vilamajó, 1999: 45-55; Schrader, 1982: 291, n. 52. 10. Schrader, 1982: 290, n. 48. Cabría la posibilidad de que cada uno de ellos estuviese dedicado a los tres pueblos -isedones, arimaspos e hiperbóreos- mencionados por Heródoto a la hora de anotar el contenido del poema de Aristeas, vid. Gómez Espelosín, 2000: 120. 8.

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hasta que doscientos cuarenta años después (!) volvió a ser visto en la Magna Grecia. Allí, actuando proselitistamente, ordenó a los oriundos de la ciudad de Metaponto el levantamiento de un ara en honor de Apolo y junto a ésta una escultura con su propio nombre. La razón de dicha imposición fue que el numen, con anterioridad, les había concedido la gracia de elegirles entre todos los italiotas al visitar su tierra en compañía del propio Aristeas, metamorfoseado para la ocasión en cuervo. (IV, 15).11 Una vez realizada la conminación, Aristeas volvió a desaparecer y de él nada más se supo. Los metapontinos acudieron al oráculo de Delfos con el fin de interrogar al dios sobre el significado de tal visita y allí la Pitia les aconsejó llevar a cabo las sugerencias del aparecido, dado que éstas les serían provechosas. Una vez regresados los heraldos, se ordenó la erección de ambas obras en el ágora de esta pólis en un espacio rodeado de laureles.12 Así concluye el relato de Heródoto sobre el errante poeta inspirado.

Una interpretación en clave chamánica Pese a que en la Antigüedad otros autores mentaron la persona y obra de Aristeas,13 sólo con lo dicho por Heródoto se puede comprender el porqué de su inherente controversia. La propia naturaleza de los datos hace que los intentos de separar (y demostrar) lo ‘real’ –en cuanto a historia, geografía, etc.– de lo mítico se tornen muy complejos, cuando no ciertamente imposibles. Sin embargo, si se analiza la información conservada desde una óptica más bien alegórica, o acaso metafísica, el proconesio y su poema adquieren un significado trascendente. Las características vitales de Aristeas, según lo transmitido por Heródoto, pueden interpretarse y atribuirse a las de un chamán, o a la versión greco-mediterránea de este concepto ‘religioso’ siberiano que penetraría en el mundo griego a través del contacto con escitas y tracios en el ámbito del Ponto Euxino desde el 11. La relación del ave con la divinidad está atestiguada tanto

iconográficamente –Boardman, 2001: 94, fig. 127 (I)– como literariamente, ejerciendo un rol oracular, Schrader, 1982: 293, n. 60. 12. Sobre el culto a Apolo en Metaponto, vid. Schrader, 1982: 292, n. 58. Según Plinio el Viejo (nat. VII, 174), la estatua de Aristeas representaba la salida del alma de su cuerpo en forma de cuervo, vid. Schrader, 1982: 293, n. 62, aunque éste autor confunde el lugar de la escultura ubicándola en Proconeso. 13. Vid. supra, n. 1.

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arcaísmo temprano.14 No en balde, el poeta, era natural de una isla que custodiaba las rutas comerciales que atravesaban los estrechos y su contacto con tradiciones bárbaras se antoja verosímil. El viaje de Aristeas, lejos de suponer otro capítulo más a la tradición de periplos protagonizados por sufridos aventureros (Jasón, Odiseo, etc.) en tópoi más o menos utópicos,15 representa en sí mismo un viaje de naturaleza espiritual. De hecho, sabemos que fue preconizado por el mismísimo Apolo y, a pesar de que desconozcamos la razón última por la que la divinidad ‘poseyó’ al proconesio para este fin, cabría pensar que, quizá, la travesía guardase alguna relación con el mundo de sus favoritos, los hiperbóreos. Las Arimaspeas, según esta lectura, podrían ser también interpretadas como un poema revelado fruto de un ‘peregrinaje’ no necesariamente literal, sino simbólico. Y en esta clave se puede releer la persona de Aristeas. La supuesta muerte del poeta en el batán de su isla, la cual marca el inicio de su errar hacia los confines del noreste, bien podría ser la incomprendida explicación del característico trance extático de los chamanes, en el que el alma se disocia de la materia corpórea –recuérdese el adagio, σῶμα-σῆμα– para ‘viajar’ a remotos lugares. En esta suerte de “excursiones psíquicas”16 el espíritu adquiere el sofisticado conocimiento (y el poder) que le diferencia del resto, confiriéndole a la par su mágica condición de la que debe dejar constancia a través de la narración de un relato inspirado. La virtud de bilocarse también es característica de este tipo de individuos pero aún lo es más su definitoria capacidad para reencarnarse. La metamorfosis en cuervo de Aristeas debe ponerse en relación con la metempsícosis o teoría de la transmigración del alma, cuyas primeras teorizaciones coinciden cronológicamente con el período en el que, supuestamente, vivió el poeta. El alma que vuela –como un pájaro– pero permanece en el mundo reencarnada en otro cuerpo, a fin de purgarse mediante ἄσκησις y κάθαρσις,17 relaciona a nuestro protagonista con aquella nueva

y más satisfactoria espiritualidad que nace durante el arcaísmo con un anhelo de mayor trascendencia que las prometidas sombras del Hades. De hecho, su labor proselitista en Metaponto –como médium al servicio de Apolo–, no lejos de Crotona, supone el culmen que hace inevitable su identificación como un ser de características claramente pitagóricas.18 Aristeas encarna a la perfección el concepto del θεῖος ἀνήρ o servus dei, la versión mediterránea del chamán oriental. Sus fantásticas particularidades no le son privativas, sino propias de otros personajes literarios semilegendarios –o deliberadamente míticos– en cuyas vidas, algunas relativamente contemporáneas, se repiten determinados loci communes de la taumaturgia antigua. Los tracios Orfeo y Zalmoxis, el hiperbóreo Abaris, Hermótimo de Clazomene, Epiménides de Creta y en cierto modo Parménides de Elea, Empédocles de Agrigento, Apolonio de Tiana y, por supuesto, Pitágoras, comparten características similares que evocan el mismo arquetipo del hombre inspirado cuyo conocimiento ha sido revelado por la divinidad a la que sirve.19 El poema casi desaparecido de las Arimaspeas, visto desde esta perspectiva mística, adquiere un significado notoriamente más elevado. Dicha obra, probablemente, fue ‘algo más’ que un relato fantástico en torno a remotos espacios ultra liminales donde moraban toda clase de criaturas fantásticas y acaecían hechos sorprendentes. Tal vez en sus versos, ocultos tras los consabidos tópicos de exotismo y alteridad, se hallasen cifrados determinados saberes herméticos que sólo eran inteligibles para un reducido grupo de iniciados. Sea como fuere su práctica desaparición, al parecer desde antiguo,20 nos impide salir del terreno meramente especulativo en lo concerniente a la literatura. Iconográficamente, el Canto de los Arimaspos, parece ser la fuente principal de la grifomaquia, o al menos la única de la que tenemos conocimiento escrito. Si bien en el Egeo el asunto es conocido desde la Edad del Bronce, será a partir del arcaísmo cuando comenzará un lento resurgir que eclosiona en el siglo IV a. E. como uno de los motivos más representados en la

14. Con toda probabilidad el chamanismo hunde sus raíces en la

prehistoria –vid., pese a su controversia, Clottes, Lewis-Williams: 1996– sin embargo, las prácticas rituales a la que nos referimos, al parecer, tienen su origen en las estepas rusas, vid. infra, n. 19. 15. Dan, 2008: 3.3, n. 27. 16. Dodds, 1951: 138. 17. Para la noción de culpabilidad pecaminosa y el inicio de la conciencia puritana, vid. ibidem. 133-169.

18. García Gual, 1991: 68. 19. Para las vidas, obras y milagros de estos ‘varones de dios’ en

clave chamánica, vid. las síntesis de Dodds, 1951: 137-153; Eliade, 1968: 304-308; ibidem, 1970: 46-52; Meuli, 1935: 137-172; Taufe, 2012: 75-85 y la monografía de Hernández de la Fuente, 2011. 20. Bernabé Pajares, 1979: 347-348.

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pintura vascular griega.21 Las leyendas transmitidas por escitas e isedones servirían de caldo de cultivo para las historias sobre arimaspos y grifos legadas en la obra, pero quizá en esta lucha por el oro que custodiaban los monstruos –sucinta reducción gráfica a la que se vio abocado todo el poema del proconesio– en un primer momento también contuviese una simbología más elevada que trascendía este aparente y obvio combate tan común en el folklore universal.22 Teniendo en consideración lo anteriormente dicho, creemos que Aristeas y su obra adquieren un significado más profundo si son estudiados desde esta enriquecedora perspectiva mística. Del mismo modo, la grifomaquia y algunas otras escenas protagonizadas por supuestos arimaspos, interpretadas en esta clave chamánica, adquieren un nuevo significado que abre una nueva e interesante línea de investigación iconográfica …a menos que se piense como el cáustico Estrabón, quien afirmó que nuestro proconesio era “un charlatán donde los haya” (XIII, 1, 16).23

21. Gorbounova, 1997: 529-534; Moreno Conde, Cabrera Bo-

net, 2014: 41-58. 22. Bernabé Pajares, 1979: 347, 349. 23. Geografía. Libros XI-XIV (Trad. y notas de M. P. de Hoz).

Ed. Gredos, Madrid, 2003.

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