ARCINIEGA GARCÍA, Luis. \"Miradas curiosas, temerosas e intencionadas al pasado en la Valencia de la Edad Moderna\", en Memoria y significado: Uso y recepción de los vestigios del pasado. Valencia: Universitat de València, 2013, pp. 61-94.

Share Embed


Descripción

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas a los vestigios del pasado en la Valencia de la Edad Moderna* Luis Arciniega García Universitat de València

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

61

RESUMEN En gran parte de las tierras hispanas desde época medieval cristiana la mirada hacia el pasado se dirigió, por un lado, al más próximo y en el que se apreciaba un recuerdo de la victoria frente a lo musulmán, que en tierras valencianas se centraba en la conquista temporal del Cid y la permanente de Jaime I, lo que con el tiempo estableció una dual identidad; y por otro, hacia uno más lejano que aportara precedentes que legitimaran una idea de continuidad histórica. Parte de la tradición clásica permitía la evocación de los tiempos evangélicos, del martirio y finalmente del poder del cristianismo en su unión con el Estado, pero también podía ser asumida como impuesta, propia de una colonia, e incluso como pagana. Por esta razón, y como elemento de mayor primacía genealógica, en una tierra bajo sospecha por el paréntesis de sometimiento y convivencia con otras confesiones, y a través de las licencias que otorgaba la distancia histórica, se estableció la conexión con el pasado bíblico. Desde el Renacimiento, con la difusión de la imprenta y la preocupación anticuaria desarrollada principalmente en Roma, el pasado y los vestigios probatorios del mismo se utilizaron en la recreación y construcción histórica que fijó el universo simbólico pergeñado en algunas facetas desde tiempo atrás. La imprenta permitió suscitar el interés de un público concernido, de modo que la construcción histórica no sólo quedó al servicio de aspiraciones dinásticas, sino aristocráticas, regnícolas, cívicas y, sobre todo, religiosas, puesto que gran parte de los cronistas procedían del seno de la Iglesia. Muchos de ellos tuvieron un contacto con el ambiente arqueológico romano y todos formaban parte de una cultura que otorgaba a las imágenes y objetos religiosos un poderoso valor conmemorativo. En este proceso desempeñó un notable protagonismo Pere Antoni Beuter, que en buena medida impuso el interés patriótico por el pasado a través de sus vestigios materiales, pero con un discurso intencionado que otorgó credibilidad a las afirmaciones medievales comprendidas entre Rodrigo Ximénez de Rada y Annio de Viterbo que fijaron los orígenes bíblicos en Tubal, nieto de Noé. Y ello, no sólo por el escaso desarrollo de algunas disciplinas auxiliares de la Historia, sino porque permitía un activista uso historiográfico. Las posibilidades expuestas dieron como resultado actitudes muy diversas e incluso contradictorias, lo que suponía un reconocimiento a los múltiples valores de los vestigios del pasado: historiográficos, rememorativos y sólo paulatinamente estéticos. Las circunstancias político-sociales y culturales justificaron una mudanza en la consideración de los diferentes periodos de conquista cristiana (Cid y Jaime I) y de la Antigüedad; en este caso, desde un recelo hacia teorías asociadas en gran medida al humanismo erasmista hasta una defensa por la actitud civilizadora de las imágenes frente el iconoclasmo protestante. * Este trabajo se inscribe en el proyecto I+D “Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado” (HAR 2009-13209), del Ministerio de Economía y Competitividad (antes Ciencia e Innovación) de España; y parte en algunos de sus contenidos de la contribución presentada al CEHA celebrado en Barcelona en 2008 (¿en prensa?).

Curious, Fearful and Intentional Glances at the Vestiges of the Past in Early Modern Valencia Luis Arciniega García (University of Valencia) ABSTRACT

in this process was played by Pere Antoni Beuter, who to a large degree was responsible for the patriotic interest in the past through its material remains, but with a certain intentional discourse that gave credibility to the medieval claims made by Rodrigo Ximénez de Rada and Annius of Viterbo who made the biblical origins start with Tubal, Noah’s grandson. This was not only because of the poor development of some auxiliary sciences of history, but because it allowed for a rather activist use of historiography. The options thus exposed resulted in a number of diverse and sometimes even contradictory attitudes, which implied the recognition of the many values of the remains of the past: historiographical, memorial, and only progressively aesthetic. The socio-political and cultural circumstances justified a shift in the contemplation of the different periods of the Christian conquest (El Cid and James I) and ancient history; in this case, we are dealing with a shift from a certain suspicion of theories that were mainly associated with Erasmist Humanism towards the defence of the civilizing attitude of images faced by the Protestant iconoclasm.

62

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

Ever since medieval Christian times in a large part of the Spain looking back to the past meant on the one hand glancing back to the most recent history which was remembered as a victory over the Muslims – in the lands of Valencia this victory focussed on the temporary conquest by El Cid and the permanent defeat by James I, two victories which over time would become a dual identity – and on the other hand glancing back to a much more remote history which could contribute a certain kind of precedents that helped create the idea of historical continuity. Part of the classical tradition allowed for the evoking of the evangelical era, of the times of martyrdom and eventually of the power of Christianity through its union with the State. At the same time, it could also be understood as imposed, of a colony or even pagan. As a result of this, and as an example of major genealogical primacy, in this land under suspicion due to its digression of submission and coexistence with other religions, and allowed by the historical distance, a connection with the biblical past was made. Ever since the Renaissance, with the spreading of book printing and the interest in ancient times which developed primarily in Rome, the past and its testimonial remains were used in the historical recreation and construction which created the symbolic universe formulated around certain aspects going back many years in the past. Book printing allowed for the arousal of the interest of a concerned audience in such a way that the historical construction was no longer at the sole service of dynastic aspirations, but also aristocratic, civic and, above all, religious ones, since a large part of the chroniclers were members of the Church. Many of them had some kind of contact with Roman archaeology and all of them were part of a culture that awarded religious images and objects with an enormous commemorative value. An important role

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

63

Las palabras son medio de comunicación por excelencia, pero evolucionan en su uso y por ello en lo que contienen o designan. No tener esto en consideración provoca un uso anacrónico de las mismas que confunde y establece un modelo de análisis del pasado que nos priva de muchos de sus matices. Así ocurre, por ejemplo, con el término patrimonio (del latín patrimonĭum), que de manera general ha hecho referencia a la propiedad, a los bienes heredados de los ascendientes, y que sólo en época contemporánea recoge de manera difusa una serie de bienes del pasado que adquieren un carácter público: primero fueron los histórico-artísticos, nacionales desde la Revolución Francesa y universales desde la segunda mitad del siglo xx, en este caso para evitar la fuerza destructora que adquiere el primer matiz y que hace sensible de destrucción como seña de identidad ajena; y desde el último cuarto del mismo siglo hasta nuestros días culturales, en una permanente expansión por la constante inclusión de categorías1. De manera generalizada se defiende que la moderna consideración de patrimonio, en su original categoría histórico-artística, parte del Renacimiento, puesto que por primera vez se miró a un pasado lejano con criterio anticuario para su estudio y sus restos despertaron interés como vestigios probatorios del mismo. Sin embargo, más que negar una actitud de curiosidad y uso hacia el pasado durante la época medieval, aspecto que entre otras evidencias lo desdice los dispares valores estéticos y simbólicos que durante este periodo se otorgó a los objetos del pasado2, como las numerosas inscripciones romanas dispuestas con intencionalidad en diferentes lugares y que desde la primera historiografía renacentista se recibe como algo ya establecido en muchos lugares, lo que caracteriza la Edad Moderna es la extensión de una conciencia histórica mediante la difusión que favorece la imprenta3. A lo largo de la historia podemos identificar comportamientos de interés hacia el pasado que son arquetipos o paradigmas, aunque adaptados a las circunstancias. La curiosidad por las manifestaciones artísticas y arquitectónicas de épocas distintas se ha dado de manera constante y diversa, aunque le otorguemos distintos nombres como sucede con expresiones distantes pero no muy distintas como “verrianas” y “elginismo”. Cambian las circunstancias, el conocimiento, los instrumentos…, pero hay una arraigada y decidida curiosidad humana por la memoria, por el recuerdo. Por esta razón, a comienzos del siglo xvii Sebastián de Covarrubias definía así este término latino: “est firma animi rerum & verborum dispositionis perceptio. Item recordatio, aetas, antiquitas”; y entre las diferentes vías de recuerdo cita las que suscitan las pías fundaciones, los mayorazgos y los suntuosos edificios4. El mismo autor no incluye en su obra el término vestigio (del lat. vestigĭum), 1. Sobre estas consideraciones véase la primera contribución a este libro. 2. Greenhalgh, M. 1989. Y para España Morán Turina, M. 2010, pp. 23 y ss. 3. Sobre los cambios en el conocimiento, su ordenación, construcción y la «explosión» posterior a la invención de la imprenta véase, por ejemplo, Burcke, P. 2002. 4. Covarrubias, S. 1611, f. 545v.

que entendemos como memoria o noticia de las acciones de los antiguos que se observa para la imitación y el ejemplo; en ocasiones en su forma de ruina, señal o resto que queda de algo material o inmaterial. Palabra esta última que sí incluye, pero en su acepción de caída o pérdida. Frente al uso con propiedad de estos términos es evidente que entre los contemporáneos se hacía otro más laxo y se producía una transferencia del ámbito religioso, monumental o conmemorativo por excelencia, hacia otros objetos, por lo que se dotaban de cierta trascendencia y en ocasiones se ponían al mismo servicio. Una circunstancia favorecida por la amplia presencia de historiados en el seno de la Iglesia, imbuidos por una cultura que transfería a los objetos gran poder conmemorativo y rememorativo.

Los vestigios del pasado en la construcción histórica durante la Edad Moderna

5. Lowenthal, D. 1998 (1985). 6. Freedman, P. 1988. Cortadella i Vallés, A. 2001. Caballero López, J. A. 2003. 7. Serra Desfilis, A. 2002. 8. Duran, E. 1991. En este trabajo sobre los orígenes históricos catalanes mitificados a partir de leyendas y símbolos, como era común en este tiempo, habla del historiador político para referirse al que enaltece un pasado con intención ideológica. Compartimos la mayoría de sus afirmaciones, aunque no sólo con intereses monárquicos y componente laico. Al menos, estas consideraciones no encajan en el que como reconoce la autora era el heterogéneo Reino de Valencia del siglo xvi. Una exposición conjunta de crónicas reales y corográficas, las discrepancias y complementariedad en Kagan, R. L. 2001 (ed. en inglés 1995). 9. Mestre Sanchis. A. 1999.

64

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

Con la difusión de las ideas que permite la imprenta aumenta el interés por la recuperación del pasado y por la construcción del mismo5. Realmente al menos desde el siglo xiii es frecuente la redacción de la memoria histórica con matices míticos, legendarios y bíblicos para crear las genealogías de los monarcas que los ensalzasen en una ancestral tradición dinástica, pero que en su condición de manuscritos en buena medida estaban destinados al estricto círculo real6. Las mismas narraciones llegaron a un público más amplio con su plasmación en retablos, que una élite de clérigos y predicadores contribuyó a forjar una conciencia colectiva7, y obviamente alcanzaron una difusión insólita con la aparición de los sistemas de impresión de la palabra y la imagen. En esta nueva situación se respetaron las fantásticas genealogías dinásticas, convertidas ya en fuente que pocos se atreverían a cuestionar, y la búsqueda de unos supuestos orígenes se extendió a la nobleza, a las ciudades, a las naciones… Se aspiraba a un público mayor y para ello éste debía verse concernido. Y en esta intencionalidad cronistas como Pere Antoni Beuter y Gaspar Escolano reconocen la intención patriótica que insufla sus obras desde los primeros folios de sus contribuciones, el primero sobre la historia de España y con detalle sobre la del Reino de Valencia, y el segundo sobre este último. Un patriotismo político no tanto al servicio de las ideas monárquicas, pues no eran cronistas reales pero sí respetuoso con las mismas y con las fuentes que ponen a su servicio, cuanto indisoluble del cristianismo como proyecto de estado y aspiración universal8. Beuter era desde 1530 predicador de la ciudad de Valencia, que siguiendo sus palabras tenía como principal función la oratoria en festividades solemnizadas en la catedral o en la casa de la ciudad, y fue un prestigioso catedrático de teología de la Universidad de Valencia, ocupación que incidía en lo anterior, puesto que los teólogos del momento y lugar no eran estrictamente biblistas, sino que escudriñaban en la escritura para fundamentar los razonamientos que debían llegar al público9. En este sentido el conocimiento histórico se convierte en instrumento eficaz por su capacidad probatoria. Así sucede en su obra Primera part de la historia de Valencia que tracta deles Antiquitats de Spanya, y fundacio de Valencia (1538), surgida con motivo

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

65

de su predicación en el tercer centenario de la conquista cristiana de la ciudad, y en la Segunda parte de la Corónica general de España (1551)10. Como deseo de continuidad espiritual, más que dinástica, construye una historia de España bajo la tradición bíblica que se inicia con la presencia de Tubal, nieto de Noé, tal y como propusiera el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada en el siglo xiii y ampliara y difundiera el dominico Annio de Viterbo mediante “De primis temporibus et quatuor et vigintini regibus primus Hispaniae et eius antiquitate” incluida en sus Comentarii (1498), escrita en la proximidad del papa Alejandro VI y dedicada a los Reyes Católicos, y donde en la serie de veinticuatro reyes primitivos de Hispania hay de procedencia bíblica, clásica y egipcia11. Continúa Beuter con la Antigüedad en la que destaca la presencia de fenicios, griegos y, sobre todo, romanos; sigue con los visigodos; y pasa a un marco estrictamente valenciano al tratar el tiempo de los “moros” y la conquista cristiana. La intencionalidad también queda establecida en Gaspar Escolano por su condición de rector de la parroquia de San Esteban de Valencia, cronista del reino y, como el anterior, predicador de la ciudad y consejo, y que difundió sus ideas a través de su Década primera de la historia de la insigne, y coronada ciudad y Reyno de Valencia (1610-1611). En los dos cronistas la mirada estaba determinada por las intenciones del presente, por lo que perseguían enlazar con un pasado lejano bíblico y clásico que salvase de un largo paréntesis islámico, aunque con distinta intensidad y estructura narrativa. En el caso de Beuter cronológica y en el de Escolano enciclopédica y en buena parte territorial y sobre la que muestra varios objetivos de legitimación: por un lado la monarquía en un momento de unificación de las coronas de la península que requería un discurso unificado; por otro, las poblaciones y los linajes, algunos de época romana, como los Cornell y los Pardo, otros medievales como el legendario Otger Cataló, Carlomagno o Jaime I de tanta importancia para los reinos de Valencia y Mallorca12; y finalmente, los relacionados con los orígenes de la presencia cristiana. Este último aspecto puede sintetizarse en el análisis que hace de su propia parroquia, que considera fue antiguamente templo de Hércules, después mezquita, el Cid la consagró como iglesia de Nuestra Señora de las Virtudes donde a su muerte fue velado en secreto, pasó nuevamente a ser mezquita y finalmente iglesia de San Esteban con capilla dedicada a la Virgen de las Virtudes; unos cambios que con buen tino responsabiliza “por la costumbre de los conquistadores de una ciudad, de aplicar los templos de los vencidos a la religión y creencia del Dios de los vencedores”13. Las intenciones de la obra de Escolano se revelan también por comparación con otros proyectos precedentes, como el del notario y cronista Martín de Viciana14. La estructura presenta una narración parecida, centrada en las poblaciones y los linajes, pero la del notario (no eclesiástico) es más empírica y descriptiva de su tiempo, por lo que se muestra poco interesada por los orígenes fundacionales y sus supuestos elementos probatorios que en el caso de Beuter aporta el componente anticuario. Nos interesa destacar que Beuter y Escolano son fieles a la comúnmente aceptada definición ciceroniana de la Historia como vida de la memoria, emplean constantemente esta palabra, al igual 10. Beuter, P. A. 1538, traducida al castellano en 1546. Edición facsímil de la primera edición en 1971 y 1995. Beuter, P. A. 1551. Publicadas conjuntamente en 1604. Sobre la figura de Beuter y su obra véase la introducción de Vicent Josep Escartí en la edición facsímil de las ediciones de 1538 y 1604 (segunda parte) contenida en Beuter, P. A. 1995, pp. 9-27. 11. Lida De Malkiel, M. R. 1970. Grafton, A. 1990. Caballero López, J. A. 2003. 12. Sobre la concepción del pasado medieval por Escolano y la legitimación de linajes véase Viciano, P. 2000. 13. Escolano, G. 1610. 14. Sobre los linajes Viciana, M. de. Libro Segundo… 1564. Sobre las villas y ciudades Viciana, M. de. Libro Tercero…1564.

Acueducto de Peña Cortada, también conocido como de Chelva (Los Serranos, Valencia).

15. Escolano, G. 1610, “A los tres estamentos del Reyno”. 16. Cochrane, E. W. 1981. Frugoni, C. 1984. Labrot, G. 1987.

66

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

que ruina o reliquia para referirse a los vestigios del pasado, y hacen uso constante de términos como antiguallas, piedras (a menudo para hablar de las que tienen inscripciones) e incluso esculturas e imágenes por su capacidad redentora del olvido. Ambos muestran su preocupación por la “memoria” y utilizan el símil de desenterrar como forma de descubrir la verdad. Beuter en el prólogo de su obra habla de “coses dignes de memories que fins ara son estades sepultades en oblit”, y Escolano, en las palabras iniciales dirigidas a los estamentos del Reino de Valencia, dice: “Buela el tiempo a toda furia, derramando agua de olvido en las obras dignas de inmortalidad. Los historiadores con las plumas toman para escribirlas, le hacen detener mal su grado, y dan vida a lo que el entierra”. Para su finalidad Beuter reconoce como fuentes: “libres vells y sciptures & memories antigues”; mientras que Escolano cita: “Autores graves, escrituras autenticas, piedras, medallas, y papeles fidedignos, para dar forma a este concepto, sacado delas entrañas de la verdad”15. Esta asociación de desenterrar el pasado a través de los libros y de los objetos materiales, que en la primera mitad del siglo xvii condujo a Marco Antonio Palau a titular su obra sobre Denia Diana desenterada, es el que desde mediados del siglo xv predominaba en Roma, donde la antigüedad quedó mayoritariamente asociada al proyecto papal, que frente a la división de poderes políticos, anhelaba reproducir la unidad romana bajo el cristianismo16. En Valencia esta idea suponía vencer no sólo una etapa denostada, aunque cristiana, sino una ignominiosa por ser islámica. Pero lejos de detenerse en los tiempos de ocupación romana, aplicando los criterios anticuarios y como modo de incidir en el presente, se buscó más lejos. En una época más lejana la escasez de vestigios permitía no sentirse abrumado y otorgaba la libertad historiográfica para legitimar una identidad.

Por esta razón, Beuter se detiene en numerosas “antigalles”, como el acueducto de Chelva, que considera realizado por los primeros pobladores procedentes de Armenia (Tubal, el nieto de Noé que llegó con la dispersión de lenguas y pueblos iniciada en la torre de Babel). Aunque, como es obvio, las pruebas son principalmente de época romana: las numerosas “memories de les pedres escrites” (inscripciones) de Morella, Valencia, Llíria, Játiva, Gandía, Denia, Orihuela, Alicante…, y que en su opinión se encontraban más que en ninguna otra parte de España, así como “les pedres que no son escrites”, como el arco de Cabanes, que llega a reproducir esquemáticamente, la columna que se encontraba entre Borriol y la Pobleta, la sepultura que se hallaba en Benidorm, el teatro de Sagunto, que denomina anfiteatro y considera de gran majestad17. Además, en el último capítulo de su libro publicado en 1538 persigue establecer la evolución urbana de la ciudad, partiendo de una imaginada repristinación que aventure la forma que pudo tener la ciudad romana de Valencia: No es estat desaprofitat lo treball dels que han escrit la forma que tenia antiguament la Ciutat de Roma: perque essent lo cap del mon de qui sant Augusti ell mateix diu, volguera veure lo regiment y manera que tenia quan floria. Es cosa digna de veure pintada enlos libres: y scrita la magestad de tan superbo edifici: ja que de vista nos pot fer: per estar quasi del tot mudada. Axi tambe no sera cosa desaprofitada pintar la forma que tenia antigament la nostra ciutat de Valencia18.

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

67

Beuter, conocedor y admirador del ambiente humanista romano, pero también de las reticencias al mismo y de ahí que utilice la autoridad de San Agustín para justificar esta inclinación hacia el conocimiento del pasado clásico, hace arraigar el interés por sus elementos materiales como instrumento de veracidad: inscripciones, estatuas, ruinas, restos arquitectónicos, etc. Con anterioridad lo había hecho Jeroni Pau en Barcino (Barcelona: Pere Miquel, 1491), y con el que presenta muchos puntos en común, pues fue canónigo en Barcelona y vivió en Roma (1475 a 1492), donde adquirió la sensibilidad hacia el pasado clásico y su consideración como documento histórico19. El uso de las inscripciones como elemento auxiliar de la historia, y una genealogía iniciada en Tubal, lo seguirá Florián de Ocampo a mediados del siglo xvi20, y en Cataluña y Valencia los grandes cronistas en la primera década del siglo xvii: Jeroni Pujades en su crónica del principado de 1609 y Escolano en la suya del reino de 1610-1611. Éste, sustenta su crítica a afirmaciones precedentes, por ejemplo, “por no acotar con autor, ni con piedras antiguas, ni medallas, ni escritura que lo diga21. Y su aceptación de todos los documentos que puedan suscitar la memoria, y no sólo los manuscritos e impresos, se aprecia en toda su redacción. El recuerdo es suscitado por las palabras, principalmente a través de la onomástica, la toponimia22, las advocaciones de las fundaciones religiosas, incluso el nombre de los objetos, como el que recibe la moneda jaquesa en honor a la ciudad que dio origen a la corona aragonesa; por las celebraciones, donde el calendario litúrgico tenía un evidente protagonismo, pero también lo adquieren una serie de acontecimientos conterráneos, como la procesión de san Dionisio en Valencia para conmemorar la conquista cristiana de 1238; por los emblemas, armas y divisas; por los documentos manuscritos y libros, a los que frecuentemente hace referencia en plural (memorias) y entre los que debe incluir su propia actividad como escritor; por medallas e inscripciones, como con anterioridad habían manifestado autores como Beuter, 17. Beuter, P. A. 1538, cap. IV, f. XIXv. 18. Beuter, P. A. 1538, cap. XX “De la forma que tenia primer la ciutat de Valencia”, f. LXVIIIv. 19. Gimeno Pascual, H. 1997. Duran, E. 2004, cap. 17, pp. 471-499. 20. Ocampo, F. de. 1553. 21. Escolano, G. 1610, Libro IV, cap. IX, col. 741. Hace referencia a la razones que tuvo Nuñez para rechazar el nombre de “Epidroplis” o “Hydropolis” que dijo Beuter tuvo la ciudad de Valencia. 22. En la tradición de Joan Margarit en Cataluña o Antonio Nebrija en Castilla, véase Duran, E. 2004.

23. Escolano, G. 1610, Libro I, cap. XX, cols. 166-168, Libro II, cap. VI, cols. 264-265 y Libro V, cap. IV, col. 914. 24. Escolano, G. 1610, Libro IV, col. 795 y ss., cita en col. 799. 25. Alberti, L. B. 1485, libro VII. 26. Covarrubias, S. 1611, f. 555. 27. Apuntan esa raíz medieval de la conciencia de patrimonio Babelon, J.-P.; Chastel, A. 1980. Sobre la negación

68

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

Francisco Llansol y el bachiller Juan de Molina, y entre las que él incluye desde las más antiguas a las más recientes como las que se sitúan en los puentes de la ciudad, pasando por la que muestra sobre su construcción la torre campanario de la catedral valenciana; al igual que iglesias, portadas, sepulcros, esculturas e imágenes en general… Así, sigue a Beuter y da crédito a la leyenda sobre los siete matrimonios que llevaron a las 300 doncellas de Lérida para facilitar la repoblación cristiana de la ciudad a través de las efigies y nombres que aparecen en la portada del transepto de la Epístola de la catedral valenciana; acepta que san Lorenzo fuera natural de Valencia, pues desde la conquista cristiana fue patrón de la ciudad junto a san Vicente, uno por nacer y otro por padecer en ella, como en su opinión mostraban las imágenes en los pilares de la capilla mayor de la metropolitana, aunque no hace propia la afirmación de dar credibilidad a la llegada del crucifijo del Salvador por el río Turia a través de dos imágenes del Salvador y San Lorenzo grabadas en una de las torres de la muralla cercana al lugar donde se avistó23. Incluso, fuerza la interpretación de una inscripción romana en la puerta de la casa del sacristán mayor o tesorero de la iglesia, en la plaza de la cárcel de san Vicente, pues afirma que hacía referencia al prefecto del templo que tenía a su cargo hacer, guardar, limpiar y renovar las imágenes, manifestando estrecha coherencia con las funciones del sacristán mayor, con responsabilidad sobre “la fabrica y sacristía del templo mayor; donde están encerradas y guardadas las imagines de los santos, de oro, y plata, los vasos, Relicarios, tabernáculos y Custodias”24. La propuesta de Escolano de vincular el cargo clásico del custodio de las obras conmemorativas con las del sacristán mayor que cuidaba de los elementos que tienen la misma función en la cultura cristiana, permite establecer una cierta continuidad y transferencia de valores. Esta relación religión-monumento presente en la tradición clásica es la que recuperó en el siglo xv Alberti en su De Re Aedificatoria, puesto que por su servicio a la memoria de los pueblos incluye el monumento en el libro dedicado a sacrorum ornamentum25. Sebastián de Covarrubias, en 1611 y por lo tanto de modo estrictamente contemporáneo a Escolano, al definir “monumento” muestra la raíz clásica de su valor conmemorativo, y retomando su primigenio y riguroso uso lo escribe en latín: “quidquid nos monet ut tituli, sepulcra, statuae fama, porticus, theatra, carmina, historiae, documenta, paeceptiones, sapientum monita, libri & caetera eiusmodi”26. Pero evidencia también que su uso común hace referencia a la estructura efímera que siguiendo el calendario litúrgico debe albergar la Sagrada Forma en recuerdo de la sepultura y resurrección de Cristo; es decir, se hace eco de los valores de la memoria, principalmente desarrollados por los objetos religiosos en su intención de ejemplo rememorativo, frente a otros anteriores y que pudiéramos llamar hoy patrimoniales. En la cultura cristiana los valores rememorativos adquirieron una dimensión universal, que ningún poder político podía argumentar, a través de la liturgia, las reliquias e imágenes. Una admiración que no excluía otras, pero las de mayor fuerza estaban en cierto modo determinadas por lo religioso; por ejemplo, como sucedió con los objetos del monarca Jaime I y sus conquistas. En época medieval existió una adaptación funcional de muchos testimonios del pasado, que en parte comprendían un interés según las posibilidades de su conocimiento histórico, al igual que se mostró una autentica veneración por los monumentos capaces de suscitar la memoria evangélica a través de edificios, reliquias e imágenes. Con la transferencia de cierta sacralización a los objetos pudo comenzar a forjarse una idea de “culto” al patrimonio que llega hasta nuestros días27.

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

69

La cultura cristiana y sobre todo su rama católica desde el xvi está protagonizada por la imagen, que requiere veneración. En la iglesia de occidente, tras una evolución legitimada en el segundo Concilio de Nicea (787), a partir del siglo xii se superaron las reticencias doctrinales a la cultura figurativa y desde el xiii se impuso la defensa de su utilidad, subrayando su capacidad pedagógica al servicio de la catequesis y evangelización, así como la emotiva en su condición de representación de la realidad divina. Podríamos admitir que las obras artísticas se conciben como monumentum, en su derivación de monere (avisar, recordar), y por lo que se interpela una memoria a través de la emoción. De modo paulatino las imágenes quedaron asociadas a los poderes taumatúrgicos de las reliquias, y se convirtieron, por reacción a la oposición que esta situación genera en otras creencias, en un claro signo de identidad28. Una veneración que se extendió paulatinamente a los vestigios del pasado bien como documento pretendidamente aséptico de conocimiento o bien como material historiográfico en su doble componente de fuente para la historia y modo de escribirla. Y en este sentido, muchos clérigos formados en la sensibilidad romana hacia el pasado clásico y en una cultura rememorativa cristiana contribuyeron a que los vestigios se convirtieran en objetos memorables. En la Valencia del Renacimiento se disponía de tres grandes momentos culturales previos sobre los que recaían elementos de atracción y prejuicios: una época remota (mítica, bíblica y principalmente clásica), la edad media islámica y la cristiana, donde también podían intervenir ciertos episodios míticos y otros mitificados. Desde esta última ya se vio en la primera un referente frente a un pasado musulmán. Se buscó entre los vestigios disponibles una tradición no islámica, de la que quedaban pocos restos visibles, pues la continuidad en la ocupación condujo a la práctica desaparición de los restos romanos y de la zona episcopal visigoda, principalmente a finales del siglo viii a manos de Abd al-Rahman I, por lo que los nuevos pobladores cristianos apenas dispusieron de referencias físicas, a diferencia de lo que sucedió con la antigua Saguntum, que pasó a ser conocida como Murviedro en referencia a sus viejos muros. La preocupación por el pasado en el Renacimiento tuvo un marcado componente historiográfico. Por lo que para artistas, eruditos y diletantes sus objetos adquirieron interés para el arte y la historia. Razón por la cual merecían estudio y cuidado, e incluso por las mismas razones todo lo contrario. Y es que las señas de identidad se conforman a través del comportamiento frente al pasado, pero no sólo por su selección y uso, también por su desprecio y destrucción, pues ésta supone el reconocimiento implícito de lo destruido como seña de identidad29. Este interés venía de lejos, como lo reflejan las palabras de los historiadores que la describen. En la capital del reino resulta significativo el uso de inscripciones romanas en obras municipales como el Almudín o la propia Casa de la Ciudad. En esta última se colocó en una de sus esquinas y de manera muy visible un pedestal con inscripción romana, que se completó en el otro de sus lados visibles con una inscripción conmemorativa de las obras de dicho edificio en 137630. También se emplearon en lugares altamente representativos, como la que utilizó hacia 1460 Francesc Baldomar en la base de uno de los pilares por parte de otros autores al hablar de “cultura viva”, véase nuestra opinión en la primera contribución de este libro. Por otro lado, muchos autores han constatado y analizado las razones del éxito contemporáneo del patrimonio, los monumentos y el pasado en general, en relación con la memoria y el tiempo, y han compartido la consideración de “culto” contemporáneo; por ejemplo, y de ámbitos distintos, Riegl, A. 1987 (1903), Lowenthal, D. 1998 (1985) y Choay, F. 2007 (1992). 28. Una reciente panorámica sobre la consideración de las imágenes en la Edad Media e inicios de la Moderna en Pereda, F. 2007; Primera Parte. 29. Choay, F. 1992, p. 22. 30. Serra Desfilis, A. 2004.

31. Zaragozá Catalán, A. 2002. 32. Marías, F. 2000. 33. Marías, F. 1989. Bérchez Gómez, J. 1994. 34. Al respecto, véase el capítulo precedente del Dr. Amadeo Serra. 35. Lerma Alegría, J. V.; Cressier, P. 1999. 36. Arciniega García, L. 2009. 37. Arciniega García, L. 2010.

70

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

de la ampliación de la catedral o las que tiempo después usó de manera más discreta en el terrado de la capilla de los Reyes del convento de Santo Domingo31. Incluso, el uso en el siglo xv de formas como los arcos de medio punto, los soportes columnarios más que fasciculados y las bóvedas sin nervaduras se ha interpretado que pudieran responder al deseo de conectar con la Antigüedad, creando una arquitectura moderna “neo-antigua”, “a la antigua”, que con la perspectiva aportada por la arquitectura italiana dio lugar a un renacimiento específicamente valenciano en el siglo xvi32. En este momento Valencia heredaba sobre su patrimonio siglos de reutilizaciones de los vestigios más lejanos o el rechazo explícito a los mismos. Por esta razón su opinión sobre el pasado prácticamente se redujo a los restos materiales del Gótico. Entendido más como continuidad cultural que como oposición, pero cuyas manifestaciones artísticas encontraban traba ante la avalancha normativa de la cultura escrita del Renacimiento en Italia, caracterizada por un mayoritario desprecio por el Gótico, y la consideración de la Antigüedad como un modelo ideal y válido. Sin embargo, la tradición hispana conducía a una convivencia y valoración bien distinta de los estilos, y a una creación artística donde la tradición vernácula quedó imbricada en las novedades italianas33. Incluso, desde la época medieval cristiana no se produjo un rechazo absoluto a los vestigios islámicos34. Los nuevos pobladores también reutilizaron piezas de ricos materiales y cuidada labra realizados o empleados en época anterior. A esta acción contribuía el abaratamiento de costes, pero también su capacidad de evocar la magnificencia y la conmemoración de la conquista. En el palacio del Real lo evidencian las labores arqueológicas y estudios documentales, donde se menciona repetidas veces el pati del palau dels Marbres, así como la iglesia de San Juan del Hospital, de claro recuerdo de la conquista, donde su arco toral descansa sobre columnas de rico fuste, muy probablemente preislámico, con capitel califal del siglo x35. Una estratigrafía que sintetizaba la historia de la ciudad y reino, y cuya solución no dista mucho de la que tiempo después efectuaría Alejandro VI en la reforma que a partir de 1493 mandó realizar en San Juan de Letrán en Roma, pues reutilizó dos monumentales columnas de granito rosa para sostener y enfatizar el arco triunfal que da acceso al transepto. Aunque en este caso de mayor empaque y menor diversidad cultural. Además, existía en el corazón de la ocupación musulmana un corto momento histórico de especial trascendencia por su valor de prefiguración: la conquista del siglo xi. Por esta razón, el valor de la historia fue perseguido con tesón arqueológico en la llamada Casa del Cid, la primera a la derecha al pasar el Portal de la Trinidad, que según recogen Enrique Cock y Jacop Cuelvis a finales del siglo xvi era uno de los puntos que enseñaban con orgullo los ciudadanos36. Según el arcediano Juan Bautista Ballester Francisco Fernández de Cabrera y Bovadilla, V marqués de Moya, que dedicó su vida al estudio y a las artes liberales, y vivió entre Madrid, su estado en tierras conquenses y esta casa de Valencia que compró y desde donde veía llegar la madera de sus señoríos de Moya37. La casa, que se creía ocuparon los reyes de Valencia en época islámica y el Cid en el paréntesis cristiano tras su conquista, y en la que ya en tiempos de Jaime I se cobijó la venerada imagen del Cristo de San Salvador, el marqués la labró “a lo moderno”, pero adaptando elementos que destacaran su carácter simbólico. Así, en su interior hizo levantar los suelos antiguos con diversos ingenios

Detalle pinturas murales en el palacio de Cocentaina, 1626. Representación con evidentes anacronismos de los preparativos a la conquista de Valencia.

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

71

para pisarlos, y en el exterior de ventanas “del todo rasgadas, solo dexò una ventana à lo antiguo; dividida con una colunilla delgada de mármol; por ser esta la ventana mas frequentada de las hijas del Cid”38. El marqués de Moya, de linaje castellano, reforzaba la contribución de sus orígenes a la conquista de Valencia anterior al triunfo definitivo de la corona aragonesa. Y en ese deseo de legitimación actuaba de manera selectiva en una casa donde la ventana se convertía en elemento rememorativo de pretensión histórica, aunque la referencia a una ventana geminada parece poco probable con la época del Cid. Esta admiración hacia los tiempos de la conquista cidiana competía con la mayoritaria acerca de la figura de Jaime I, algunos de cuyos vestigios empezaron a ser venerados, instruyéndose fiestas y devociones, que promocionadas por el clero local y el pujante municipio pronto se enraizaron en la comunidad cívica, consolidando las primeras señas de identidad39. Y un campo de batalla de esta pugna fue la propia imagen urbana. Así, el interés por lo antiguo se refleja también en obras de ampliación de un edificio tan emblemático como el palacio del Real, donde a mediados del siglo xvi se compran ladrillos y tejas velles para que las obras armonizasen con lo construido40, aunque avanzada la centuria y durante la siguiente se produjeran obras de remodelación “a la castellana”, al tiempo que avanzaba el castellano como lengua y se reivindicaba la labor de la conquista del Cid hasta el punto de pedir una nueva denominación para la ciudad. Aspectos que culminan tras la pérdida de los fueros a comienzos del siglo xviii. Las características conceptuales de la Edad Moderna y en especial las aportadas por el Humanismo fueron propiciatorias del estudio de la Antigüedad. Desde el siglo xv en Italia se consolida la toma de conciencia de un patrimonio legado, aunque prácticamente sólo se atiende a los vestigios romanos. La atención erudita por el mundo clásico trajo consigo un aumento de la inquietud arqueológica, material o literaria, que persigue el análisis a través de los restos más visibles y monumentales, pero también de los epigráficos y numismáticos; de los repertorios de dibujos de obras de la Antigüedad y otras que compartiesen sus principios; de los tratados, principalmente a partir del

38. Ballester, J. B. 1672, cap. IX, pp. 87-88. 39. Narbona Vizcaíno, R. 1996. 40. Arciniega García, L. 2005-2006.

41. Sobre la difusión de la imagen de Roma, Carrasco Ferrer, M.; Elvira Barba, M. Á. (Coms.).1997. 42. Blaya, N. (Com.). 2000. 43. Falomir Faus, M. 1999. 44. Un ejemplo de la constante evolución del uso apologético de las obras y de su interpretación e incluso origen en Arciniega García. L. 2012. 45. Morán Turina, M. 2010, pp. 233 y ss.

72

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

Vitrubio; y de la pasión por el coleccionismo. Las ruinas eran una prueba visible de la Virtus romana que había hecho de la capital la dueña del mundo (conocido y cercano), y por extensión se convirtieron en moda cultural de las elites y referencia a los inicios del cristianismo, y su interés fue en gran medida atendido a través de la imprenta41. Así, se desarrollaron las facetas enumeradas y se adaptaron otras de gran tradición, como ocurrió con las guías de la ciudad de Roma. Éstas, deudoras de los Mirabiliae medievales que permitían un conocimiento elemental de la ciudad, presentaron algo más de interés por lo artístico y un análisis más crítico desde la contribución de Andrea Palladio a este género en 1554. Estas guías fueron aumentadas para el público hispano por el doctor Francisco de Cabrera Morales en 1600, fiel reflejo de un éxito editorial, mantenido por la presencia española en Roma, y por el interés que la ciudad despertaba a lo lejos. De hecho, muchas fueron las ediciones en castellano y, algunas dedicadas a personajes de raíces valencianas, como hizo Pedro Antonio Faccioto en 1627 a Gaspar de Borja y Velasco, entonces del Consejo de Estado de Su Majestad. En tierras valencianas, como en las de Aragón, Cataluña y Mallorca, y otras excéntricas en este momento de la corte, la categoría de lo antiguo era sumamente diversa. Un ambiente espiritual y cultural abierto a varios estímulos podría justificar, por un lado, una parte del éxito que alcanzaron los iconos bizantinos y la pintura realizada por los madonneri, especialmente desde la caída de Costantinopla. Frente a la imagen sesgada de la Antigüedad que ofrece la pintura renacentista, pues carece de modelos netamente pictóricos y debe recurrir a citas escultóricas y arquitectónicas “a la antigua”, los iconos procedentes de Venecia se creía partían del realizado por San Lucas42. En Valencia esta demanda permitió que llegaran al tiempo los tratados de arquitectura y repertorios que evocaban la Antigüedad clásica, con gran protagonismo de las imprentas venecianas, con cuadros o imágenes de “Vírgenes de San Lucas” de la misma procedencia y a veces cronología, cuya tosquedad según criterios naturalistas tenía gran capacidad por mover sentimientos de devoción, evocar y pasar por antigüedad evangélica. Y, por otro, que en el cronista Gaspar Escolano convivan sin dificultades la admiración por el pintor Juan de Juanes, hasta el punto de iniciar su mitografía43, con la veneración de numerosas tallas medievales y otras manifestaciones que todavía en El Museo Pictorico (1724) de Antonio Acisclo Palomino eran objeto de atención en la relación de obras milagrosas, algunas non manufactas, precisamente las que más se alejan de los criterios formales clásicos. En aras de una pretendida antigüedad de muchas de las tallas e imágenes que las hicieran compatibles con tiempos evangélicos se emprendieron acciones historiográficas en tinta, pigmento e incluso piedra que las confirieran una anhelada genealogía que partía de San Lucas, de Nicodemo, de actuaciones sobrenaturales…44. Además, redundando en ese criterio abierto del pasado, en España fueron constantes las tensiones sobre su interpretación y valoración de sus vestigios. Y es que la arquitectura “de godos” y “bárbaros” podía ser causante de la pérdida del clasicismo en Italia pero en España tenía un componente nacional45 y era recuerdo de la recuperación del Cristianismo frente al Islam; mientras que con los vestigios romanos se conseguía enlazar con un pasado clásico, que podía ser considerado pagano, pero también cercano a los primeros momentos cristianos incluso a través del recuerdo del martirio. Idea esta última que se reforzaba por la distancia histórica y la división tripartita del devenir

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

73

humano, y por la que en gran parte de la etapa intermedia se proyectaban los temores propios del siglo xvi en su lucha, sobre todo en la costa, contra los musulmanes. Por este motivo, a través de la fragmentaria pervivencia de los vestigios clásicos se constataba la enorme pérdida sufrida, y en numerosas ocasiones se les otorgó un tono mítico e histórico de legitimidad. Resulta evidente que el nacimiento de la historiografía moderna se encuentra vinculado al surgimiento de las monarquías autoritarias y a los avances de la imprenta46. Los príncipes, pero también las familias, las órdenes religiosas y los pueblos y ciudades encontraron en los libros de historia una vía propagandística de glorificación, que muchos autores transitaron con la esperanza de encontrar protección a sus proyectos y un modo de subsistencia, así como un público concernido. En las primeras décadas del siglo xvi también se asiste en Valencia a la construcción de la memoria de sus principales familias, ciudad y reino, que perseguían enraizarse en un pasado clásico, legendario, de “reconquista”, antiguo, incluso bíblico, que en definitiva salvase el paréntesis islámico. De lo familiar es significativo el caso de los Borja, que en el ambiente italiano de Alejandro VI fueron vinculados por Annio de Viterbo con Hércules africano, hijo de Osiris, así como con la casa Real de Aragón, en concreto con Ramiro I (1114). Fernando de Aragón, duque de Calabria y virrey de Valencia hasta su muerte en 1550, se consideraba descendiente por parte de madre del rey Baltasar, uno de los tres reyes que acudió a adorar a Jesús. Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y duque de Lerma, a comienzos del siglo xvii quedó vinculado a una de las tribus de Israel, y sus dominios hundían sus raíces en la antigüedad… En cuanto a lo colectividad, Pere Antoni Beuter estableció la primera presencia humana en tierras valencianas en Tubal y continuó hasta tiempos de los romanos. Para lo primero se basó en la obra citada de Annio de Viterbo publicada en 1498, que interpretando textos de Beroso perpetró “la falsificación histórica con pretensiones de mayor alcance, en lo que se refiere a España”47. Para lo segundo en las muchas inscripciones visibles que se exhibían en los muros desde tiempo atrás. El cronista persiguió por todos los medios destacar el pasado bíblico y romano de la ciudad: su fundador en el año 1339 a C. fue Romo, vigésimo de los reyes que sucedieron a Tubal; hasta época romana se llamó Roma; entonces, los Scipiones, en la segunda fundación de la ciudad, mandaron construir seis grandes cloacas, una de las cuales precisamente constata Beuter se descubrió hacia 1525, las murallas, un palacio y casa grande para la residencia de la ciudad, templos como los de Diana, Hércules y Serapis, que en el caso de los dos primeros, a través de sendas inscripciones, alcanzaba a situarlos en la catedral y el trinquete de los Caballeros, respectivamente, e incluso la Albufera48. Sin lugar a dudas, el último de los casos es el más representativo del deseo obsesivo por establecer un origen monumental romano. Ante la ausencia de vestigios materiales se asigna uno de los elementos más apreciados por los valencianos, que se interpreta como una gran obra de ingeniería. La historia se contaminaba con las fantasías que alimentaban el sentimiento de orgullo cívico, y los tópicos sobre la arquitectura romana que se generaron en este momento se mantuvieron durante siglos. En este sentido, la importancia que Beuter concedió a las obras del subsuelo de Valencia parece justificar que en el siglo siguiente Onofre Esquerdo introdujese en Les Troves de mosén Febrer, que hizo pasar como una obra de 1281, referencias a las seis cloacas de la ciudad, o que el monje jerónimo del siglo xviii fray Juan Bautista Morera pensara en ellas cuando calificó la iglesia del 46. Kagan, R. L. 2001 (ed. en inglés 1995). 47. Caro Baroja, J. 1992, pp. 49-78. 48. Pla Ballester, E. 1962, pp. 61-88. Véase también la importancia de los errores epigráficos en la interpretación de los momentos fundacionales de Valencia, y que en buena medida llegaron hasta mediados del siglo xx.

49. Morera, fray J.B. 1995 (Mss. 1773). 50. Bendicho, V. 1991 (Mss. 1640). 51. Antonio, N. 1742, dedicatoria al rey de Portugal Juan V (palabras de G. Mayans) y p. 4 (palabras de N. Antonio).

74

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

monasterio de Santa María de la Murta, en Alzira, finalizada en 1623, como obra de romanos, por las impresionantes bóvedas que tuvieron que hacerse en el subsuelo a fin de corregir el fuerte desnivel existente49, precisamente en un momento en que el ilustrado Gregorio Mayans, bajo el rigor de la observación ya veía en los restos de las cloacas valencianas vestigios no sólo romanos, sino árabes y cristianos. La inercia de la leyenda comenzaba a convivir con el criterio científico, que paulatinamente se impondría. Por ejemplo, hacia 1640 el deán Vicente Bendicho en su manuscrito sobre la crónica de Alicante combinaba las fabulosas historias de los reyes de España desde el diluvio y la defensa de la fundación de la ciudad por Hércules, con una elocuente vinculación de la antigua Lucentum con el yacimiento del Tossal de Manises, cerca de Alicante, a tenor de las ruinas y medallas encontradas50. Parte esta última que concentraría la atención de Antonio Valcárcel Pío de Saboya, conde de Lumiares, en su obra de 1780. Bien resumen la crítica expuesta en el párrafo anterior las palabras manuscritas a mediados del siglo xvii por Nicolás Antonio sobre la inflación de falsos cronicones de historias de ciudades, iglesias, religiones, reinos..., entre las que utilizaron como fuente “Antigüedades, mal inventadas, o ridículas: que si los limpiassen destas Fabulas, quedarían ceñidos a mui pocas hojas”. Casi cien años más tarde, la exigencia seguía vigente, pues fue la primera obra manuscrita que publicó Gregorio Mayans en su retiro en Oliva, y en la que en la dedicatoria al rey Juan V de Portugal dice: “es una Censura de Historias, i no de qualesquiera, sino de Historias Fabulosas, que con sus ficciones, mentiras i embustes, han falseado las memorias de toda la antigüedad, representando en ella poblaciones, personas i acciones que nunca huvo” 51. La obra de Beuter, presentada en su sermón con motivo del tercer centenario de la toma de la ciudad por Jaime I, a buen seguro utilizada después para nuevos sermones, y traducida al castellano y al italiano, constató la manipulación de numerosos objetos, que en un nuevo contexto contribuían a crear una nueva realidad, y estableció el inicio de un ideario colectivo. Hacia 1610 los cronistas Gaspar Escolano y fray Francisco Diago mantuvieron posturas diferentes, aunque no exentas de las ideas que parten del de Viterbo y que extendió Beuter. Diago mantiene a Romo como fundador de Valencia, pero lo considera griego, mientras que Escolano descarta estos orígenes y califica de patrañas las historias anteriores a los cartagineses. En ocasiones atribuye su fundación a los tyrios y defiende el nombre de Tiris, aunque en otras parece dispuesto a admitir la posibilidad de que los griegos la llamaran Romi o Roma, palabra equivalente en su lengua a la latina Valentia, que Diago acepta sin ambages, mientras que niega la primera posibilidad con la misma rotundidad. Escolano cuestiona la ampliación de Valencia por los Scipiones, pues considera acertadamente que las inscripciones usadas por Beuter son de época imperial, finalmente, reconoce que terminadas las luchas de Roma contra Viriato, el cónsul Junio Bruto dio la ciudad y sus campos a los soldados que habían luchado a las órdenes del caudillo lusitano. Hoy en día, a través de fuentes literarias, como la de Tito Livio en sus Décadas, y de la moderna arqueología, se reconoce que la fundación de Valencia se produjo por los romanos sobre terreno virgen en el año 138 a. C. No obstante, lo que aquí nos interesa es mostrar cómo desde el nacimiento de una conciencia histórica de la ciudad y reino se asiste a la construcción de su pasado bíblico, mítico y clásico, que redundaría en la preocupación por todos aquellos vestigios que dieran cuenta de aquél. Precisamente, la importante aportación de Beuter parte de la interrupción de su estancia en Roma,

Izquierda: ANÓNIMO: Vista de la ciudad de Valencia. H. 1546, xilografía, 55 x 80 mm., en Primera Parte de la cronica general de toda España… de Pedro Antonio Beuter. Derecha: Ravanals, I. E. (Sculp.): Vista convencional de la Valencia islámica, 1738, grabado calcográfico, 166 x 116 mm.

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

75

donde daba testimonio de la labor realizada para recuperar su imagen mediante descripciones históricas, y por lo que proponía hacer lo mismo en Valencia. Es evidente que ésta prácticamente carecía a simple vista de elementos materiales de la Antigüedad y pocos quedaban, sobre todo monumentales, de época islámica, como lo refleja el grabado de la ciudad que aparece en la edición de su obra en castellano de 1546, y que corroboran las palabras de Cock en 1585 al señalar como principales obras de las que se sentían orgullosos los valencianos: el Micalet y el cimborrio de la catedral, las torres de Serranos y las de Quart en el recinto de murallas, y el rosetón de la iglesia de los Santos Juanes; todas ellas góticas. La incertidumbre que pronto pesó sobre la ubicación de los principales edificios musulmanes es buena prueba de la escasa memoria histórica que había quedado de sus substanciales símbolos de poder, y que manifiesta de manera clara la iconografía de la ciudad52. De este modo, al evocar las representaciones gráficas de la conquista caen en palpables anacronismos cuando representan la presencia islámica, pues su único elemento metonímico suele ser el de los tipos humanos y sus vestimentas, así como la media luna sobre reconocibles edificios cristianos de su tiempo. La mirada hacia los vestigios del pasado, principalmente hacia aquellos del “temps de romans”, tuvo especulaciones más contenidas en la aceptación de los restos materiales como testimonio documental. Como sucedía en otras partes de España53, en tierras valencianas la erudición por el clasicismo alcanzó grandes logros a través del interés numismático y epigráfico, entendidos como instrumentos auxiliares del conocimiento histórico, sin excluir en algunos el valor artístico. Prueba de esta efervescencia cultural es la obra de mosén Juan Andrés Strany, catedrático de Lógica y rector de la Universidad de Valencia de 1521 a 1523, Numismaticum Yconnum veteramque plurimorum lapidum, y la de Juan Lorenzo Palmireno, catedrático de Poesía de la misma institución desde 1550, Silva Nummaria, o las referencias al gabinete de medallas y monedas de Juan Bautista Pérez, obispo de Segorbe desde 1591, y principalmente la copia sistemática de inscripciones. Francisco Llansol de Romaní lo hizo por toda España y confeccionó hacia 1520 una obra hoy perdida, mosén Juan Andrés 52. Cisneros, P. 2012. 53. García Bellido, Mª P.; Sobral, R. M. (Eds.). 1995. Para Andalucía Lleó Cañal, V. 2003.

54. Igual Ubeda, A. 1965, cap. III. Se basa principalmente en los trabajos de Vicente Ximeno (1747-1749) y Justo Pastor Fuster (1827-1830). Duran, E. 2004. Morán Turina, M. 2010. 55. La existencia de estas vistas fueron citadas por Egbert Haverkamp-Begemann en un artículo de 1969, y han sido trabajadas en lo hispano por Kagan, R. L. (Dir.). 1986. En lo estrictamente valenciano por Roselló i Verger, V. Mª et al. 1990. 56. Covarrubias, S. 1611, f. 555.

76

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

Strany escribió Hispaniae inscriptionum explanatio, Beuter transcribió un buen número en su crónica impresa en 1538, y en la dedicatoria dirigida a los jurados de la edición en castellano de 1546 afirmó que utilizó como fuentes las obras de antiguos escritores y piedras escritas, a las que también acudieron el bachiller Molina y el filósofo y helenista Pedro Juan Núñez (1529-1602)54, y transcribieron minuciosamente otros, como el pintor flamenco Anton van der Wyngaerde55 en 1563, el arquero real Enrique Cock en 1585, Jacop Cuelvis en 1599 y los cronistas Escolano y Diago hacia 1610. Del interés por lo romano también es reveladora la atención que suscitaron las ruinas de la antigua Sagunto, que dominaba el transitado camino sobre la antigua vía Augusta. Su desusado nombre evocaba su historia, mientras que el de Murviedro traía a la mente el interés por su estado. En él incurrieron muchos, como Beuter y fray Antonio de Guevara, cronista de Carlos V, y se transmitió en la carta de presentación de las tierras valencianas: el primer mapa del reino de Valencia, “Valentiae regni, olim Contestanorum si Ptolemaeo, Edetanorum si Plinio credimus, typus” (347 x 495 mm.), que lo incluyó Abraham Ortelius en su difundidísima obra Theatrum orbis terrarum (Amberes, 1584; y en castellano en 1588), y en que se destacaba la ciudad de Sagunto, de la que dice es venerable por su antigüedad, y donde había mármoles antiguos con letreros romanos. El pintor flamenco Wyngaerde recogió algunos en varios de sus estudios sobre la villa realizados en 1563, y otros fueron transcritos por Ambrosio Morales en Antigüedad de las ciudades de España (1577). Cock manifestó su admiración en 1585 y poco después Juan de Mariana le dedicó especial atención en su Historia General de España, y Covarrubias dijo: “En este lugar se hallan vestigios de la antigüedad, muchos sepulcros e inscripciones antiquissimas, y un teatro que oy dia està en pie, aunque descostrado y maltratado, por la poca curiosidad de los vecinos del lugar, que han sacado las piedras para sus edificios”56. Fama que explica que Margarita de Austria y su séquito pasaran la festividad de la Pascua en esta villa en 1599 como un modo culto de solazarse hasta el momento de acercarse a la capital valenciana para celebrar la boda real con Felipe III. Las celebraciones con motivo del citado enlace real también sirven para mostrar otro ejemplo significativo, el de Denia, en este caso vinculado a un poder señorial que confería mayor intencionalidad historiográfica. Felipe III en los primeros años de su reinado entre 1599 y 1604 visitó en tres ocasiones el lugar a instancias de su hombre de confianza Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, virrey de Valencia (1595-1597) y duque de Lerma (1599). La villa, que recibió del rey el título de ciudad en 1612, fue el escenario donde el monarca fue agasajado y el duque promocionado. Precisamente, una de las vías para conseguirlo fue la vinculación de la sede de sus estados con la diosa Diana. Una aspiración que no se podía conseguir la otra importante sede de sus estados al ser de reciente fundación. Los vestigios de la antigüedad se ponen al servicio de tal aspiración. Gaspar Escolano, admitía las palabras de Francisco Llansol y Pedro Antonio Beuter que situaban el templo de Diana en el castillo. A través de las inscripciones de algunas de sus paredes defendía el origen del templo en los “Phocenses Ionius” y su transformación en tiempos de los musulmanes. También los vestigios de la época romana daban testimonio del pasado, aunque como excusa que permitiera la libertad en el discurso o/y como evidencia de un erudito latrocinio señala: “De aquí se han llevado los ansiosos muchas piedras y letreros, acabando de arruynarle por este camino,

Wyngaerde, Anton van der: Detalle de la vista de Murviedro (Sagunto), 1563.

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

77

en son de estimación y amistad”57. Situación de expolio contraria a la que Covarrubias argumentaba para Sagunto; y es que en definitiva, el peligro podía originarlo desde la indiferencia hasta el amor.

Actitudes hacia los vestigios de la Antigüedad en la Valencia del siglo y comienzos del xvii

xvi

A diferencia de la sintonía existente entre las antigüedades clásicas y la arquitectura del siglo xv, en la Valencia del siguiente siglo no son tan evidentes los deseos de continuidad de los vestigios romanos con la arquitectura renacentista58. La respuesta puede hallarse, en parte, en el peso de la tradición durante los tres primeros cuartos de siglo. El uso de las referencias a un pasado no islámico como oposición a éste, ya se había producido con gran intensidad. Así, la metonimia iniciada y reconocida entre arquitectura moderna del siglo xv y referencias a la Antigüedad restaba eficacia a otra asociación, que, además, contó hasta mediados del siglo xvi con la resistencia de la corriente nominalista del influyente Juan de Celaya (Valencia 1490-1558, también conocido como Salaia o Salaya), doctorado en Teología en la Universidad de París en 1522 y rector vitalicio de la de Valencia desde 1525, quien pudo atacar el significado pagano, más que el artístico o histórico, de los ya escasos restos de un pasado que por contagio de lo italiano y cierta tradición local despertaban interés. Los vestigios materiales eran escasos y la mirada hacia éstos era frecuentemente un lamento por su desaparición, aunque este proceso estaba muy lejos de detenerse en una época, en principio, proclive a su admiración. De comienzos de la centuria queda constancia de la utilización de piedras grandes y muy labradas con letreros del tiempo de los romanos en la reconstrucción del monasterio 57. Escolano, G. 1611, Libro VI, cols. 118 y ss.; cita en 121, 5. 58. Marías, F. 2000.

59. La noticia del puente de los Serranos y del monasterio de la Oliva en Escolano, G. 1610, col. 773; y 1611, col. 164. Siguieron esta posibilidad Nicolás Antonio, Rodríguez, Ortí, Ximeno, Mayans, Sales… Y fue negada por Teixidor, fray J. 1895-1896 (Mss. 1767), t. I, pp. 54-62. 60. Arciniega García, L. 2001. 61. Villanueva, J. L. 1803-1852; t. IV (año 1806), carta XXX. Corell I Vicent, J. 1998. En este interesante estudio cita la larga lista de autores que admitieron la afirmación de Escolano, frente a la escasa presencia de su crítica. Esta historia también se ha planteado como una leyenda negra impulsada por Núñez a la cabeza con motivo del declive de poder del doctor parisiensis; véase, por ejemplo, González, E. 1999, p. 314. La utiliza como posible, basándose en la obra de Vicente del Olmo de 1653, Morán Turina, M. 2010. 62. Su estudio puede consultarse en García Martínez, S. 1986.

78

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

del Pino en Oliva, así como del uso de lápidas y otros fragmentos de la Antigüedad en los cimientos del puente de Serranos de Valencia, aunque este último caso el erudito y crítico historiador fray José Teixidor lo tildó de fábula59. Y es cierto que de éstas tuvieron que existir muchas. Covarrubias a comienzos del siglo xvii señaló que gran parte de las piedras de Sagunto las emplearon los lugareños en construir sus casas, lo que no difería de lo sucedido y lo que sucedía en Roma, y en la transición del xviii al xix los viajeros Antonio Ponz, Jean–François Peyron, Alexandre Laborde y Richard Ford se hicieron eco del rumor sobre la suerte del alabado por Plinio templo de Diana en Sagunto, y que especificaban sirvió para la construcción de la iglesia del convento de frailes trinitarios de la misma población y del monasterio de San Miguel de los Reyes en Valencia, cuando es evidente que antes del inicio de este último ni siquiera se tenía constancia del emplazamiento del edificio romano60. Por el contrario, la información proporcionada por Escolano sobre el entierro de piedras romanas en los cimientos del puente de Serranos no podemos afirmar con rotundidad que sea cierta, pero sí que todas las razones para descalificarla que ofreció Teixidor, admitió Jaime Villanueva y hoy se siguen61, pueden rebatirse, lo que al menos refuerza un clima cultural que lo hiciera posible. Gaspar Escolano afirmaba haber escuchado al filósofo Pedro Juan Núñez (1529-1602) decir que el teólogo Juan de Celaya convenció a los regidores de la ciudad para que retiraran los restos que pudieran “retoñecer la Gentilidad, y adorar Estatuas y Dioses de piedra”, y se utilizaran en los cimientos del puente de Serranos, que el cronista puntualiza comenzó a reconstruirse hacia 1518. Teixidor rechazó la decisión porque en esta fecha no había referencia alguna a esta acción en dietarios y Manuals de Consells, y porque Celaya no se estableció en Valencia hasta 1525. Además, le costaba creer que adoptara tal solución un hombre de mundo que había recorrido París, Roma, Florencia..., “donde tanto aprecio se hace de las Piedras i otras Antiguallas”, así como que Beuter no diera información del hecho o que no se hubieran retirado las inscripciones de los edificios públicos. Sin embargo, la fuente oral de Núñez, prestigioso humanista interesado en estudios griegos, y rival de Celaya, no tiene porque desacreditarse, aunque es cierto que no corresponde al momento citado pudo ser posterior o que él simplemente transmitiera lo que escuchó. Aspecto este último prácticamente seguro, pues era un niño cuando pudo suceder el suceso que, sin lugar a dudas, le interesó posteriormente, pues refrendaba la sensación de recelo acerca de su trabajo y en general hacia los estudios humanistas y sus intereses por el peligro que se veía en trasladar la actitud crítica de su quehacer sobre textos clásicos a los escritos teológicos, como manifestó por carta a Jerónimo Zurita en 155662. Ese mismo año junto a otros maestros humanistas marchó de Valencia, a la que volvería tras la muerte de Celaya, el rector perpetuo que encabezó la restricción al avance de las ideas humanistas. Respecto a los asuntos cronológicos la decisión, de producirse, se tomaría entre 1525 y 1558, momento en que Celaya fue rector de la Universidad de Valencia, y más concretamente entre 1535 y 1545, justo a su vuelta de las cortes de Monzón (1533-1534) como representante de la abadía de Benifaçà en el brazo eclesiástico, y cuando bajo las órdenes de Joan de Alacant como sobrestante

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

79

se completaban las obras en el puente Serranos con dos pies más de piedra y las arcadas restantes63. Frente al reaprovechamiento de pilares en estos momentos se cimentan y construyen nuevos. Y tal vez sea relevante que en este puente, mosén Joan Baptiste Corbera y Juan Gilart entre 1538 y 1539 realizaran el primer casilicio de todos los que contaron los puentes de la ciudad. Con ello, tal vez, no sólo se introducía un elemento de protección espiritual, sino ante los contemporáneos un testimonio de triunfo y superioridad cultural. El marco temporal de la construcción y la dependencia de Beuter del influyente Celaya podrían justificar que este cronista no citase el hecho en su obra sobre la historia de Valencia. La sorpresa que manifestó Teixidor por la omisión del presunto acontecimiento en la citada obra creemos puede explicarse por varias razones. El propio Celaya en el curso 1534–1535 dotó la antigua cátedra de Biblia a favor de Beuter, pero éste de 1536 a 1541 estuvo principalmente en Roma como capellán del cardenal Enrique de Borja, hijo del duque de Gandía, y sólo regresó a Valencia en momentos muy concretos, como en 1538 para pronunciar el sermón conmemorativo del tercer centenario de la toma de la ciudad por Jaime I; el mismo año en que apareció su Primera Part de la Història de València, cuyo límite de estudio excluía el constatar el hecho. Incluso, la tercera y última parte proyectada de su historia, que a lo sumo quedó manuscrita, llegaba hasta las rebeliones de las Germanías y Comunidades. Por tanto, en su obra sólo estaría justificada su exposición si realmente se hubieran enterrado inscripciones, lo que al menos provocaría el lamento ante la pérdida de una documentación valiosa para su interpretación. De cualquier modo, ante la situación de subordinación ante Celaya en la institución universitaria, la obra de Beuter con su uso anticuario y la legitimación de este interés en San Agustín es una elocuente réplica a las reticencias del rector perpetuo. Por otro lado, existe otra razón para pensar que las posibles piedras que presuntamente se enterraron bajo el puente no fueran inscripciones, sino elementos figurativos. Primero, porque frente a las diversas fuentes que nos hablan de un interés sostenido por la epigrafía y numismática64, no encontramos una demanda parecida sobre las esculturas, evidentemente comparable a lo que sucedía en la Roma65; Wyngaerde, Anton van der: Detalle del puente de Serranos en la vista de Valencia, 1563.

63. La participación de los maestros, y por consiguiente el proceso constructivo, véase Gómez-Ferrer Lozano, M. 1998. 64. Haskell, F. 1994, pp. 107-121. Estudia la labor de los eruditos que sacaron a la luz e interpretaron como documento histórico las monedas, esculturas y pinturas descubiertas en las catacumbas de Roma y otros vestigios de la Antigüedad, y las diversas formas en que se ha hecho uso de este material desde el Renacimiento. Este uso en España en Morán Turina, M. 2010, pp. 109 y ss. 65. Una síntesis de los usos y comercio de los vestigios de la antigüedad en Roma en Welch, E. 2009 (ed. en inglés 2005); capítulo décimo “Sin precio”, epígrafe “Comprar el pasado”, pp. 278-295. Sobre el coleccionismo de antigüedades y específicamente escultórico en España, con distintos matices, véase Morán Turina, M.; Checa Cremades, F. 1985. Mora, G. 2001. Bustamante García, A. 2002. Morán Turina, M. 2010, pp. 201 y ss., y 297 y ss. Para los inicios del coleccionismo valenciano de antigüedades véase Almárchez Vázquez, F. 1918. Arasa i Gil, F. 2004. Para establecer una comparación y mostrar el peso de estas colecciones en la estatuaria renacentista véase Haskell, F.; Penny, N. 1990 (ed. en inglés 1981). Bober, P. P.; Rubinstein, R. 1986 (segunda edición revisada en 2010).

66. Sobre las reacciones en la Edad Media ante los vestigios paganos que pudieran suponer idolatría, y una tradición en la que se halla el pensamiento de Celaya, véase Camille, M. 2000 (edic. en inglés en 1989). 67. Escolano, G. 1611, L. VIII, c. XVII, col. 837. 68. Sória, J. 1960. 69. Anyés, J. B. (Intr. Eulàlia Duran). 2001. 70. González, E.; Vallés Borrás, V. 1990. Peset, M.; Palao, M. 1999, en concreto, pp. 25-29. Febrer Romaguera, M. V. 1999. González, E. 1999. Y, sobre todo, Febrer Romaguera, M. V. 2003. En 1537 la ciudad intentó rebajar su poder y retribución, pero él acudió al Gobernador y obtuvo la restitución de sus derechos. Fue en la siguiente década cuando su poder declinó a favor de Jeroni Ledesma catedrático de Griego desde 1531. Abandonó la docencia en 1548, aunque continuó como rector hasta su muerte en 1558.

80

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

y después, tal y como atribuyeron a Celaya en palabras de Núñez, porque las esculturas llevarían con más facilidad a la idolatría66. Escolano indicó que Calixto III mandó la destrucción de una escultura de un caballo de piedra en la cueva Alimaymon, en Olocau, así como cerrar la misma para poner fin a cierta idolatría67; y cuyo reverso pudo ser a finales del siglo xv la llegada desde Flandes del grupo de bronce de San Martín a la iglesia homónima en Valencia, aportando el entonces raro concepto clásico de la escultura tridimensional monumental, liberada del marco arquitectónico. De la capacidad de las esculturas para evocar lo representado, y con una dimensión amenazadora, daba buena muestra en estas fechas el uso que hacía la Inquisición en la quema en efigie (estatuas) en los actos de castigo y penitencia de personas a los que no se les podía infringir tales castigos. Por ejemplo, así se hizo el 14 de mayo de 152868. Finalmente, la citada colocación de un casilicio cobijando una cruz sobre un pilar del puente redunda en nuestra hipótesis. Además, tal vez tenga relación con el debate sobre el poder de las imágenes tridimensionales que el erudito sacerdote Juan Bautista Agnesio en un coloquio jocoso e irónico de 1543 estableciera un diálogo entre la realidad de Roma y Valencia a través de dos estatuas: Pasquino, torso romano que el cardenal Oliviero Carafa colocó en 1501 en la esquina del palacio Brasqui, y en el que se colgaban notas (“pasquinadas”) ocurrentes y satíricas de la realidad romana, y En Gonari, estatua atlante situada en la esquina de la lonja del aceite de Valencia69. En el coloquio de Valencia se enaltece su actividad intelectual y sus nobles, con los que establecen paralelismos con los dioses, pero al tiempo se recuerda su denominación como “casa dels folls”, arguyendo que donde reina el amor, humano y divino, no hay razonamiento. La argumentación de Teixidor sobre la incongruencia de la posible acción de Celaya por ser éste un hombre culto, también se desmorona, pues precisamente el conocimiento del poder de las imágenes de la Antigüedad, atendiendo a su tenaz defensa de las corrientes nominalistas y a su oposición al sentido crítico del erasmismo e incluso al humanismo70, pueden justificar su deseo de desterrar un destino parecido en Valencia. Más desde un puesto de responsabilidad como rector perpetuo del Estudi General y catedrático vitalicio de Teología, encargándole toda la enseñanza de la misma facultad, y con un reconocimiento sin precedentes, pues cobraba ocho veces más que el resto de colegas, lo que obligó a suprimir siete de las veinte cátedras que había. Incluso es significativo que manifestara tan abierto interés por las antigüedades uno de sus predecesores como rector, Juan Andrés Strany, discípulo de Nebrija en Alcalá, nombrado rector de Valencia en 1521 por los agermanados, mantenido por el bando de la corona y que finalmente huyó ante el temor de las represiones de 1523. Sus sucesores, los rectores Martí y Real, mantuvieron el interés por el humanismo. Por su parte, frente a estas inquietudes, en los rectorados de Celaya entre 1525 y 1558, la defensa de la ortodoxia religiosa tuvo una gran impronta en la Universidad, pero también en la producción literaria y científica a través del control inquisitorial, e incluso de modo extenso en la sociedad mediante su asesoramiento a la municipalidad. Sólo a partir de la década de los cuarenta su poder declina,

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

81

y es en estos momentos cuando aparecen publicaciones de autores valencianos sobre filología bíblica y estudios clásicos. La intransigencia del cristianismo frente a los signos paganos pudo continuar poco después de la muerte de Celaya. Así, como apuntó Vicente del Olmo en el cap. 7 de su Lithologia, en el corto arzobispado de Martín Pérez de Ayala, en el Concilio Provincial de 1565 se juzgó indecente que inscripciones profanas ocupasen lugar sagrado y eminente, como señala el capítulo “Quae sapiunt Gentilitios ritus e Templis removeantur” de la sesión IV. Tal vez la temprana muerte del arzobispo y de su sucesor Fernando de Loaces en 1568 limitaron la acción, y por esta razón fue probablemente el prelado fray Isidoro Aliaga (arzobispo de Valencia de 1612 a 1648) quien, por los principios citados, mandó picar y borrar las inscripciones que estaban en la catedral, las dos dedicadas a los hijos del emperador Decio, situadas cerca de la sacristía, y una en el exterior, bajo el arco del pasillo de comunicación con el palacio arzobispal71. La acción que probablemente llevó a cabo el arzobispo Aliaga es reveladora de la diferente utilidad de los vestigios del pasado, y que acontecía en la misma Roma. Giorgio Vasari en la segunda edición de las biografías de artistas, publicada en 1568, recogía la tradición que atribuía la decadencia del arte romano al traslado de la capitalidad a Constantinopla, a las invasiones bárbaras y a la iconoclasia cristiana, que perseguía con la destrucción de los ídolos paganos evitar la idolatría, y que algunos personalizaban en las acciones combativas de Constantino y el papa Silvestre, y otros en Gregorio Magno. En los tiempos contrarreformistas que vivió Vasari eran numerosos los opúsculos que apelaban al carácter de este último, al que consideraban purificador de Roma por su afán por destruir ídolos72, así como los que denunciaban el culto a la belleza sofisticada y a la desnudez. Esta apelación, recogida en las directrices tridentinas llevó a que se taparan parcialmente los desnudos de la Capilla Sixtina y a que el papa Pío V (1566-1572) ante la profusión en los palacios vaticanos de dioses mitológicos deshiciera y desperdigara el museo que acumularon sus predecesores. Con mayor o menor incidencia de este contexto lo cierto es que en Valencia, a las destrucciones de obras romanas y altomedievales durante época islámica siguieron otras en época cristiana, incluso en los momentos de gran admiración y estudio por ella a cargo de un selecto y reducido grupo de hombres. A partir del último cuarto de siglo xvi, un período más dogmático y menos abierto al experimentalismo, pero receptivo a los modelos italianos, al coleccionismo y a la creación de grandes bibliotecas, es cuando en paradójica convivencia con el auge de los falsos cronicones y también como reacción a los mismos, se aprecia más rigor en la reconstrucción de la historia e integración del pasado, pues la seguridad que proporcionaba en el ámbito público los férreos límites contrarreformistas y el ejemplo de cristianización de lo antiguo en El Escorial lo permitían sin temores. Y donde la destrucción de imágenes que asoló los países protestantes, que se sumó a la que atribuían a judíos y musulmanes, pudo suponer un estímulo hacia la actitud contraria, no sólo piadosa respecto a los objetos de culto como promulga el decreto “De invocatione, veneratione et reliquiis Sanctorum et sacris imaginibus” de 1563, sino culta respecto a los vestigios que alcanzan un valor civilizador, logrando superar el recelo inicial por su vinculación con un humanismo erasmista. Precisamente en tierras en Valencia se editó en 1596, y autorizada por el Patriarca Ribera, la obra de Jaime Prades, una de las más destacadas defensas sobre las santas imágenes, e incluso de las que 71. Del Olmo atribuyó a fray Isidoro Aliaga la decisión de borrar las dos inscripciones del interior, mientras que Josep Corell atribuye a la misma determinación la desaparición de la que se encontraba en la Barcella, cuyo rastro se pierde a partir de Escolano y Diago (Corell I Vicent, J. 1998, p. 117). 72. Sobre estos aspectos véase, por ejemplo, Buddensieg, T. 1965.

73. Prades, J. 1596. Sobre esta obra destacan los estudios de Martínez-Burgos, P. 1990. Falomir, M. 1994, pp. 89-90. Gil, Y. “Introducción” a la edición facsímil de la obra de Jaime Prades realizada en Valencia, Generalitat Valenciana, 2005. Franco Llopis, B. 2010. También véase su contribución a este mismo libro. 74. Cock, E. 1876 (mss. 1585), pp. 220-221. 75. Sobre este tema, y defendiendo la falsedad de su antigüedad, véase Martínez, F. 1799, t. III, pp. 317-468; en concreto 385-418. Fita, F. 1910. Una reciente revisión en Casanovas, J. 2005; en concreto pp. 105-110. 76. Sobre el plano, publicado por Fernando Cobos y Javier Castro, se destaca su valor de evocación de la Ciudad Celestial en Pardo, J. F. 2000; en concreto p. 168. Siguiendo la tradición medieval que se expone en obras como De Seta, C.; Le Goff, J. (Eds.). 1991. 77. Escolano, G. 1610, L. I, cap. VII, col. 36. Cock, E. 1876 (mss. 1585), pp. 229-230. 78. Morán Turina, M. 2010, pp. 233 y ss.

82

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

con decoro permitían el ornato y la narración histórica en su capacidad de traer a la memoria los hechos del pasado73. Por lo tanto, frente a la destrucción de imágenes por protestantes y musulmanes se defendía la aculturación a través de las mismas, y se incluía en ellas las de un pasado anterior al islámico, un pasado cuyos dioses ya no constituían un peligro al catolicismo, y sí un recuerdo a los inicios del cristianismo. Convivencia que numerosos pintores, como los Juanes, se encargaron de difundir desde los inicios del Renacimiento. En estos momentos se intentó desgranar la historia de la fábula, como se aprecia en los comentarios históricos de la ciudad que hizo Cock, dado que entre las más de cincuenta inscripciones que copió en Sagunto desacreditó la que hacía referencia a un tal Adoniram, enviado por Salomón para cobrar los tributos, y que abrió un amplio debate sobre la llegada a España del pueblo hebreo y los posibles nexos de comunicación con la metrópoli74. Una teorías que en cierto modo partían del viaje de Benjamín de Tudela (s. xii) publicado en hebreo en 1543 y en castellano por Arias Montano en 1575. En 1505 el bachiller Alfonso de Proaza en su Oratio luculenta de laudibus Valentiae… (Valencia, Laurentium Butz Germanum, 1505) señaló que este mármol con epitafio fue descubierto en 1480 delante de la puerta del castillo. Jerónimo Román de la Higuera, Francisco Gonzaga, Pedro de Alcócer en 1570, Juan Bautista Villalpando, y ya en el siglo xvii los cronistas Escolano y Diago, dieron crédito a su remoto origen. Wyngaerde la transcribió junto a dibujos de obras romanas. Ambrosio de Morales en Las antigüedades de las ciudades de España (1577, t. IX), ya expuso su falsedad. Idea que siguieron otros, como Peire de Marca y el Marqués de Mondéjar75. Atendiendo a Tito Livio y a otras fuentes, y con cierto criticismo se rechazaban los orígenes bíblicos de la ciudad y reino. No obstante, estos criterios eran difíciles de erradicar del gusto popular. Así lo refleja que a pesar de que fuera destruida la reseñada piedra de caracteres hebreos los habitantes mantuvieron la citada leyenda merced a otra piedra que con letras hebreas se hallaba incrustada en la puerta del castillo. Y gustaban en los ambientes más cultos, privados y públicos. Entre los primeros destaca el interesante plano de proyecto de defensa de la ciudad de Valencia, atribuido al realizado en 1544 por el maestro de campo Pedro de Guevara, que mediante una serie de anotaciones equiparaba la ciudad con la imagen bíblica de la Jerusalén Celeste76. Entre los segundos sobresale el recibimiento de entrada que la ciudad brindó a Felipe II en 1585, donde se sintetizaron los que se creían sus orígenes, por lo que aparecieron como fundadores Romo, Publio Escipión, el Cid y Jaime I. Ante el Rey, su cortejo y los valencianos se visualizaban las teorías de Beuter, a pesar de que Romo carecía de rigor histórico, no cabe duda de que la antigüedad y la época medieval, “en valor y edificios mejorada” –como decía la inscripción que pendía de los reyes cristianos–, era la identidad victoriosa de la ciudad, y por extensión del reino77. Frente a lo que sucedió en Cataluña o Castilla, donde se otorgó gran importancia a la herencia nacional goda78, en el Reino de Valencia se miró a los tiempos

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

83

medievales de conquista cristiana, y que causaron ciertas disensiones. El auge de la etapa cidiana frente a la de Jaime I se debía en gran medida a la progresiva procedencia de linajes castellanos, pero también al propio deseo de agasajar al monarca y al deseo de los mismos valencianos de enaltecerse con los dominios del monarca que adquirieron indiscutible protagonismo. Una dualidad que reflejaba los dos apelativos con los que se acompañaba el nombre de la capital del reino: Valencia Wyngaerde, Anton van der: Dibujos de esculturas romanas y notas de de Aragón o Valencia del Cid, denominación inscripción hebrea de Sagunto, 1563. que significativamente fue la que prevaleció con la pérdida de los fueros en el siglo xviii. En el último cuarto del siglo xvi ya había finalizado el recelo hacia el humanismo de los primeros años y de manera amplia se aprecia en el ámbito hispano. Por un lado, en las actitudes de algunos grandes personajes de la corte de Felipe II, como Ambrosio de Morales que escribe Las antigüedades de las ciudades de España (1577), o en estudios locales de parecido sesgo, como los de Luis Pons d’Icart sobre Tarragona (1572) y Diego de Villalta sobre la población jienense de Peña de Martos (1579)79. Por otro, se aprecia una integración de las obras del pasado en los nuevos proyectos auspiciados por regidores ilustrados. Así sucede, por ejemplo, con los llevados a cabo por Jaume Amigó en Tarragona durante el arzobispado del erudito y prestigioso anticuario Antonio Agustín, entre 1576 y 1586; o con la construcción en Sevilla entre 1574 y 1578 de la Alameda de los Hércules, conocida así por la utilización de dos enormes columnas de un edificio romano que se consideraba dedicado al dios, y que fueron rematadas por las estatuas del mismo Hércules y de Julio César, que representaban sub especie clasica a Carlos V y Felipe II; o el realizado por Francisco del Castillo en la cárcel y cabildo de Martos (Jaén), desde 1577, en el que creó un auténtico museo abierto de obras romanas, una crónica pétrea de la historia de la ciudad; o el del Arco de los Gigantes de Antequera (Málaga), donde a partir de 1585 y bajo la dirección arquitectónica de Francisco de Azuriola se dotó a la puerta de ingreso de carácter clásico y arqueológico al incluir numerosos restos arqueológicos80. Unas ideas que en Valencia fueron realmente importantes en época medieval y moderna, tienen presencia a través del coleccionismo de grandes familias, como los duques de Gandía, Segorbe o Villahermosa, y vuelven a arraigar de manera firme a través del Patriarca Juan de Ribera, arzobispo de Valencia desde 1569 hasta su muerte en 1611, y con una actitud que se ha puesto en comparación con la de Felipe II81. En el terreno arquitectónico y artístico las resistencias apuntadas en los dos tercios anteriores de siglo habían diluido en la ciudad del Turia la asociación del pasado con la arquitectura moderna, resultando anacrónico la utilización del mismo recurso de metonimia, por lo que se optó por una evocación a través de la interpretación contemporánea y conterránea, avalada por su formulación desde el cristianismo en El Escorial. Y en sentido contrario “la contrarreforma aceptó que 79. Sánchez Cantón, F. J. 1923-1941, vols. V; t. I, pp. 284-291. 80. Lleó Cañal, V. 1993. Lleó, Vicente. 2003. Apuntando los trabajos de J. Garriga; P. Galera Andreu; N. Iglesias, C. Navarro y E. Polo; F. Rodríguez Marín y del propio V. Lleó. En este trabajo cita otros spolia romanos empotrados en casas. 81. Muestran diferentes posturas Checa, F. 1992, cap. 7, donde trata el humanismo contrarreformista de Felipe II. Bustamante García, A. 2002. Morán Turina, M. 2010, pp. 201 y ss.

82. Rausell, H. 2001, p. 120. 83. Así en la Sevilla de la segunda mitad del siglo xvi se ha constatado una reacción antihumanista en contra de los saberes clásicos y en defensa de los “castizos”, Lleó Cañal, V. 1979. 84. Una comparación sobre Celaya y Ribera, como testimonio del cambio de los tiempos en González González, E. 2012. 85. Lleó, V. 1998. 86. Rodríguez, J. F. 1988. Jiménez, J. L. 2003. 87. Morán Turina, M. 2010, pp. 275-277. Sobre este tema recoge los estudios de S. Deswarte-Rosa (1983) y F. Pereda (2003). La expresión “arqueologismo cristiano” en este caso en Marías, F. 1989, p. 601.

84

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

el humanismo era una manecilla suplementaria del reloj de la elocuencia y de la erudición que no podía atrasarse”82. Aunque no todos los lugares siguieran el mismo huso horario, pues dependía de los criterios impuestos por las diferentes oligarquías urbanas83. El Patriarca, que era hijo de Per Afán de Ribera, duque de Alcalá de los Gazules, virrey de Nápoles de 1558 hasta su muerte en 1571 y un excepcional coleccionista de esculturas antiguas que trasladó a la sevillana Casa Pilatos, personifica en la diócesis, frente a la teología de raigambre medieval de Celaya, las ideas de la teología humanista y contrarreformista84 de la severidad espiritual, el rigor litúrgico y el decoro, pero también las de la elevada cultura de la época, que se muestra conciliadora con la del clasicismo, como demuestra su biblioteca y la elección arquitectónica y artística para el Colegio del Corpus Christi, así como su colección de esculturas romanas en la biblioteca o el uso de una estatua togada conocida como La Palletera, de época imperial romana, tal vez de los severos, en la fuente realizada por Bautista Abril y Bautista Samaria hacia 1603, momento en el que el fundador era también virrey de Valencia, y situada en el centro del claustro de columnas genovesas, donde permaneció hasta su substitución en 1896. De esta obra escultórica no hay constancia de su procedencia, pero bien podría estar relacionada, como las esculturas de la biblioteca, con el padre de Juan de Ribera, que durante su estancia en Nápoles reunió, en palabras de D. A. Parrino, “un cumulo prezioso di statue e simolacri antichi”, hasta el punto de ser considerado un alter Verres por los despojos a que sometió Nápoles, que en gran parte pasaron a su muerte al palacio sevillano85; o bien esta estatua, como dice la tradición, se encontró durante las labores de cimentación del propio edificio. La inclusión de una fuente con escultura romana, entroncaba con el recuerdo sevillano del palacio paterno y, de un modo más general, con el pasado romano. En este sentido incluso mostraba el carácter honorífico de la fundación al trasladar las palabras de Sexto Julio Frontino en su obra De aquaeductu urbis Romae (finales s. I d. C.)86, pues la concesión de agua se concedía con este sesgo a los ciudadanos más notables. Este deseo de vinculación arqueológica es consciente en otras partes de la casa, como en el refectorio, donde tal vez como no se había conseguido anteriormente se persiguió a través del pincel de Bartolomé Matarana la representación arqueológica de la Última Cena. Esta pintura al fresco recoge el Santo Cáliz custodiado en la catedral de Valencia que ya habían plasmado Juan de Juanes y Francisco Ribalta, pero como gran novedad y bajo un arqueologismo cristiano distribuye a los personajes en triclinio, como en las antiguas casas romanas, al modo en el que aparece en la obra de Jerónimo Prado y Juan Bautista de Villalpando sobre el Templo de Jerusalén publicada a finales del siglo xvi y presente en la biblioteca del Patriarca Ribera, y que se hacía eco de los estudios de Pedro Chacón y Guillaume Philandrier sobre el uso del triclinio87. Frente a obras y recuerdos clásicos que se destruyen otros adquieren un enorme protagonismo avanzada la contrarreforma. Con la exégesis bíblica de este momento se hizo explícito lo que se intuye en época medieval: conectar con la Antigüedad y legitimar la arquitectura grecolatina en un supuesto origen hebreo, bíblico o divino de la misma. Así lo hizo el círculo de Felipe II en la

Claustro del Colegio del Corpus Christi. Fuente de Bautista Abril y Bautista Samaria hacia 1603, rematada con escultura togada conocida como La Palletera, de época imperial romana.

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

85

Matarana, Bartolomé: Última Cena. Refectorio del Colegio del Corpus Christi, Valencia.

88. Ramírez, J. A. (coord.). 1991. 89. Escolano, G. 1610; Libro IV, capítulos XII a XVI. 90. Biblioteca de los Dominicos, Valencia, Mss. 47. 91. Arasa i Gil, F. 2004. Jiménez Salvador, J. L. 2009.

86

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

obra de El Escorial88. La influyente obra de Vincenzo Scamozzi L’idea della Architetura Universale... (1615) consideraba que los cinco órdenes fueron entregados por Dios y, por tanto, eran inmutables. En Theatro de los dioses de la gentilidad (1620), B. Vitoria procuró una interpretación moral del mito clásico, llegando a querer derivarlo de la propia tradición bíblica. Y en un deseo de armonizar una tradición pagana más amplia con la cristiana, como ocurría en el ámbito cordobés, Pablo de Céspedes utilizó la arquitectura bíblica y los vestigios locales, bien fueran cartagineses, romanos o musulmanes para legitimar el templo de Córdoba, que principalmente tenía en su opinión un origen griego, Alonso de Morgado habló de una supuesta romanidad de la Giralda… En este contexto, a comienzos del siglo xvii en Valencia fray francisco Diago y Gaspar Escolano usaron y transcribieron numerosas inscripciones, que, como apuntó este último “sirven de columnas que sustentan la memoria de la antigüedad”. Muchas de ellas, como lo refleja la obra de Beuter, estaban desde época medieval y ocupaban espacios públicos, municipales e incluso templos, como en la capilla de los Reyes del convento de Santo Domingo, la iglesia de San Esteban, la catedral…, e incluso se utilizaron como altar de San Gregorio en el cementerio de San Martín, o en pilas de agua bendita, como en el convento de la Encarnación y en la catedral, en ambos casos con la inscripción hacia la pared porque lo que interesaba era el uso del costoso material. Sin embargo, otras antigüedades eran utilizadas metafóricamente y se integraban con el cristianismo. Por ejemplo, Escolano buscó en ellas prefiguraciones de su religión, como en la parroquia de San Esteban, de la que era sacerdote, y en la que destacó que desde la conquista dispusiera en su puerta, a modo de poyo, la mitad cóncava de una urna funeraria de un general romano –la otra parte, con inscripción era la que servía para el agua bendita en la catedral–, y en una de sus paredes una inscripción que dio pie a creer que esta parroquia se edificó sobre un templo romano dedicado a Hércules, por lo que tras las vicisitudes islámicas llegaba como “Casa del Hercules valeroso de los Christianos”. Además, por lo que apunta todavía eran muy frecuentes estos restos en las casas alrededor de la catedral y en las de la cárcel de San Vicente Mártir, así como en el Palacio del Real. Si en los principales centros de poder todavía se dejaba constancia de un pasado antiguo, es probable que a esta actitud se incorporaran los linajes ascendentes, como el de los Pardo, señores de Alacuás, que en 1601 recibieron el título de conde, y significativamente tenían incrustadas inscripciones, tanto en su palacio de la capital en la calle Trinquete de Caballeros, como en el de la sede de sus dominios89. Tal vez fue este creciente interés el que condujo a reiterar en la Catedral un gesto aleccionador, como entendemos pudo mover en 1620 al arzobispo Aliaga a picar algunas de sus lápidas romanas, tal y como lo constatan las fuentes manuscritas contemporáneas de su propia orden conventual90. Aunque parece que ésta fue una solución aislada, y la inquietud por los orígenes continuó en aumento. En este sentido, la mayor exaltación del pasado de la ciudad se produjo hacia mediados de siglo con la construcción de la basílica de Nuestra Señora de los Desamparados, pues, supuso la excavación sobre una amplia zona del foro romano, lo que dio lugar a la publicación de la obra de José Vicente del Olmo, Lithologia o explicación de las piedras y otras antigüedades… (1653), varias de las cuales se colocaron cara vista en la misma fábrica y, en concreto, una de ellas es de gran importancia para desvelar el pasado de la ciudad91. Él que como su padre fue secretario de la Inquisición pretende explicar el pasado urbano de la ciudad a través de los vestigios arqueológicos. Como era habitual,

Inscripciones romanas en la base de la basílica de Nuestra Señora de los Desamparados, Valencia.

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

87

su interés al hacer hablar a las piedras era patriótico, pues “le asseguran la mayor parte de la antigüedad que tiene, y embidian grandes ciudades. Al crítico teatro de la censura sale fiado, solamente, en que siempre fueron veneradas tales antigüedades”92. A pesar de las intenciones arqueológicas, la interpretación de los vestigios se amoldó en parte a la obra de Beuter, como muestra significativamente que en el frontispicio utilizara las figuras de Romo y Jaime I, enmarcados por un orden compuesto que sigue la interpretación del templo de Salomón realizada por Prado y Villalpando con clara intención de legitimar bíblicamente la arquitectura de El Escorial, pero valencianizando sus triglifos con el escudo de la ciudad93. Obsesiones propias y ajenas que construían el pasado deseado al dictado de los testimonios disponibles. Gaspar Escolano constata el interés por las “reliquias que de la antiguedad Romana havemos heredado en Valencia, del largo tiempo que fue colonia dellos, son las muchas piedras con letreros, que plantadas en lugares públicos o engastadas en las paredes, sirven de colunas que sustentan la memoria de la antigüedad”, y cómo por sus enseñanzas “han venido los curiosos a preciarlas tanto, do quiera que las hallan, que las pagan por piedras preciosas”94. Reconoce el cronista la abundancia de aras y altares, basas de estatuas puestas de emperadores y personas insignes, entierros y sepulturas, que utiliza para “sacar çumo de las piedras”. Mucho se equivocó en sus interpretaciones epigráficas, 92. Del Olmo, J. V. 1653. 93. Bérchez, J. 1994. Cisneros, P. 2012, pp. 420-492. 94. Escolano, G. 1610, Libro IV, cap. XII. “DE las piedras que han quedado en Valencia de tiempos de Romanos, y de su declaración”, cols. 772-774. En el Libro VI, cap. XVIII, habla de las antigüedades y piedras de Denia; en el Libro VII, cap. XXII de las piedras de Murviedro (Sagunto); en el Libro VIII, cap. X de las piedras de Jérica y en el cap. XX de las de Llíria…

aunque merced a los avances sobre epigrafía introducidos por Ambrosio de Morales logró corregir algunas de las afirmaciones realizadas por Beuter, pero desde luego poco se avanzó en la interpretación de los vestigios que carecieran de la información textual. Apenas se citan o se reproducen estos vestigios que quedan enmarañados como antiguallas del pasado. Fue un grupo muy reducido de personas, la mayoría con una sensibilidad forjada en Italia, los que coleccionaron estatuas clásicas que destinaron principalmente a bibliotecas y jardines95, lo que en gran medida refuerza un uso evocador, rememorativo e historiográfico. Objetos muchos de ellos expuestos, pero sin referentes que pudieran aventurar una adscripción por lo que en menor medida se señalan. No obstante, el creciente interés por los mismos se evidencia a lo largo de la Edad Moderna. Un punto importante es la citada estancia en Sagunto del cortejo de la reina en 1599 y la escultura que poco después el patriarca Ribera colocó en el patio de su fundación… Un ejemplo que impulsó otros para adquirir este tipo de piezas, e incluso su reacción por parte de la población en forma de un orgullo cívico que veía en estas esculturas una legitimación a las palabras que ensalzaban los diferentes núcleos habitados y sus señores. De este modo, Marco Antonio Palau, que sigue a cronistas anteriores para trazar los remotos orígenes de Denia, y con ello enaltecer al marqués de Denia y duque de Lerma, señala cómo los habitantes de este núcleo marítimo se opusieron al intento del canónigo Bellmont de llevarse a un jardín de Valencia una estatua más grande que el natural, sin cabeza ni manos, que se encontró en 161396. ***

95. Mora, G. 2001. Bustamante García, A. 2002. Morán Turina, M. 2010. 96. Palau, M. A. 1975 (Mss. 1643). La disertación del conde Lumiares sobre inscripciones y antigüedades de Denia, incluida la citada estatua que se subió al castillo, en Abascal, J. M.; Díe, R.; Cebrián, R. 2009, doc. 31. 97. Recoge esta idea, sobre amplia bibliografía precedente, B lumenkranz , B. 1966. 98. Arasa i Gil, F. 2004. De este mismo autor véase también su contribución al presente libro.

88

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

El cristianismo que forjó un interés por las reliquias y por las imágenes por los beneficios de recordar a Cristo y establecer su ejemplo y el de sus seguidores, encontró en los vestigios e imágenes de la antigüedad un tiempo evangélico, que aunque pagano e incluso deicida quedaba exculpado tras la alianza Iglesia y Estado que convirtió el cristianismo en religión del Estado97, y un modo de establecer una continuidad que salvase la presencia de otras religiones. Si ya era difícil “sacar çumo de las piedras”, intención declarada por Escolano para justificar su uso como documento histórico, lo era más cuando estaba ausente la epigrafía, verdadero apoyo de datación e interpretación. En este caso la construcción histórica encontraba limitaciones, puesto que la moderna Arqueología y la Historia del Arte no se desarrollaron hasta mucho tiempo después. Algunas piezas se usaron con criterio decorativo e inspirador de la creación artística, evocador, erudito…, y legitimador de unas raíces preislámicas, en algunos casos de los gentiles, pero cuya consideración se veía favorecida por la posterior conversión, y en otros casos incluso evangélicas y bíblicas. Todo bajo la reclamación de Trento de decoro en la representación, lo que justificó que, siguiendo el ejemplo de San Pío V, en el tercer concilio de Milán (1573) se estableciese que desapareciesen de las viviendas y jardines del clero cualquier tipo de estatua o pintura provocativa o torpe, y si era posible que se retocasen y prohibiesen obras semejantes, y que en el concilio Mechilense (1607) se insistiese en la prohibición para los eclesiásticos de tener en su casa o jardín imágenes lascivas u obscenamente desnudas. ¿Cómo afectó a las existentes? Lo cierto es que muchas no han llegado hasta nuestros días, algunas por los peligros que en sectores de la propia Iglesia veían ante un retoñecer del paganismo, en otras por su utilidad urbana otras y en otras por su concentración en museos, después totalmente destruidos98.

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

89

La acción sobre la ciudad mediante la arqueología, que para lugares como Sevilla se ha interpretado como instrumento operativo capaz de recomponer el tejido social y urbano roto en tiempos medievales y vía para devolver de manera alegórica el estado primitivo mediante la arquitectura efímera y acciones aisladas99, en tierras valencianas deriva a un orgullo por lo medieval cristiano en oposición a lo islámico, puesto que como en 1585 se presentó al Monarca la ciudad y su reino fue “en valor y edificios mejorada”. Una época de la que se hereda gran parte de la cuidada disposición urbana y arquitectónica de las inscripciones y otros vestigios del pasado, como muestra la obra de Beuter (1538) y que con evidente militancia, basándose en trabajos precedentes, como el de Annio de Viterbo y en vestigios materiales, construyó una genealogía de España y especialmente del Reino de Valencia. En su obra identificó los valores sedimentados desde época medieval, los acumuló, interpretó y estableció las bases de un universo simbólico que perduró durante siglos, pues quedó socialmente legitimado, interiorizado, por la sociedad100, por un público concernido a través de la omnipresente religión, merced al carácter presuntamente objetivable de las fuentes autorizadas. Se ponía orden a la historia mediante una genealogía bíblica e impulso cristiano que permitía recobrar la memoria a partir de los significados que se otorgaron al pasado. Una actitud que tiene raíces en la actividad desarrollada en Roma, a la que muchos clérigos y nobles tuvieron acceso y en la que se empaparon de una sensibilidad hacia los vestigios del pasado y hacia sus posibles usos, que obviamente tuvieron que adaptar por las múltiples diferencias de la dispar realidad histórica entre Roma y España: metrópoli –colonia, bárbaros cristianizados– conquistadores frente a los musulmanes. El desarrollo de la imprenta propagó estas ideas, muy ligadas a una continuidad cultural del cristianismo, que quedaba refrendado por la unión poder político y religioso. Frente a los intereses de los cronistas reales, los historiadores de ciudades y reinos se debían a éstos y a la propia Iglesia a la que buena parte pertenecían y les permitió entrar en contacto con la forma de hacer historia en Roma, y en la que los vestigios del pasado se entendían como elementos complementarios del conocimiento histórico. La aspiración a una genealogía bíblica y evangélica convivió con un periodo antiguo, tanto conterráneo como colonial romano, y culminó con la combativa contribución cristiana medieval frente a los musulmanes. La obra de Beuter, que partía de su función predicadora, fue base importante de numerosas obras de sesgo histórico, así como de sermones que extendieron un ideario colectivo en tiempos de permanente lucha contra potencias musulmanas hasta el siglo xviii. Avanzado el mismo es frecuente el olvido o la transformación de edificios medievales anteriormente venerados, como la capilla de san Vicente Mártir o la Casa del Cid, y en sentido opuesto la consolidación de un coleccionismo de antigüedades, fundamentalmente escultóricas y bajo mayores principios estéticos, y en los que los mismos obispos desempeñaron un papel destacado101. Y en esta lucha, bajo pretexto histórico, se estableció la memoria a partir de exclamaciones ponderativas, superlativos y frases que denotan aumento, ampliación o superioridad en comparación expresa o sobreentendida. Lo cual, siguiendo los genéricos postulados de Pierre Legendre, supuso inscribir el poder en un orden de sucesión y tuvo su incidencia en la regulación de la imagen: “Una transmisión no se funda en un contenido, sino ante todo en el acto de transmisión, es decir en definitiva en los montajes de ficción que hacen posible que un acto así se admita y se repita a través de las generaciones”102. 99. Lleó Cañal, V. 1993. 100. Sobre la construcción social de la realidad véase Berger, P. L.; Luckmann, T. 1968 (ed. en inglés 1966). Sobre los procesos de construcción de identidad a través del patrimonio aunque para épocas dispares véase, por ejemplo, Hobsbawm, E. 1998 (ed. en inglés 1990). 101. Mora, G. 1998. 102. Legendre, P. 1996 (ed. en francés 1985), p. 44.

Bibliografía Abascal, Juan Manuel; Díe, Rosario; Cebrián, Rosario. Antonio Valcárcel Pío de Saboya, Conde de Lumiares (17481808): apuntes biográficos y escritos inéditos. Madrid: Real Academia de la Historia, 2009. Alberti, Leon Baptista. De re aedificatoria. Nicolò di Lorenzo Alemanno, 1485 (Mss. 1443-1452). Otras ediciones en 1512, 1538, 1541, 1546, 1550, 1553, 1565, y la edición en castellano Los diez libros de Arquitectura de Leon Baptista Alberto. Madrid: Alonso Gómez, 1582. Almarche Vázquez, Francesc. La antigua civilización ibérica en el Reino de Valencia. Valencia: Tip. de M. Gimeno, 1918. Antonio, Nicolás. Censura de Historias fabulosas. Obra posthuma. Valencia: Antonio Bordazar, 1742. Edición a cargo de Gregorio Mayans y Siscar. Anyés, Joan Baptista (Intr. Eulàlia Duran). Obra profana. Apologies, València, 1543. Barcelona: UNED–RABLB, 2001. Arasa i Gil, Ferran. “Escultures romanes desaparegudes al País Valencià”, Archivo de prehistoria levantina. 25, 2004, pp. 301-344. Arciniega García, Luis. El monasterio de San Miguel de los Reyes. Valencia: Biblioteca Valenciana, 2001. – “Construcción, usos y visiones del Palacio del Real de Valencia bajo los Austrias”, Ars Longa. 14-15, 2005-2006, pp. 129-164. – El saber encaminado. Caminos y viajeros por tierras valencianas de la Edad Media y Moderna. Valencia: Conselleria de Infraestructuras y Transporte, 2009. – “La madera de Castilla en la construcción valenciana de la Edad Moderna”, Serra, Amadeo (Ed.). Arquitectura en construcción. Valencia: Universitat de València, 2010, pp. 283-344. – “La Passio Imaginis y la adaptativa militancia apologética de las imágenes en la Edad Media y Moderna a través del caso valenciano, Ars Longa. 21, 2012, pp. 71-94.

Ballester, Joan Baptista. Identidad de la imagen del S. Christo de S. Salvador de Valencia, con la sacrosanta... de Berito en la Tierra Santa... Valencia: Geronimo Vilagrasa... 1672. Bendicho, Vicente. Chronica de la Muy Ilustre, Noble y Leal Ciudad de Alicante. Alicante: Ayuntamiento de Alicante, 1991 (Mss. 1640). Edición a cargo de Mª Luisa Cabanes; introducción Cayetano Mas. Bérchez, Joaquín. “Consideraciones arquitectónicas sobre la capilla de la Virgen de los Desamparados”, Vº Centenario Advocación «Mare de Deu dels Desamparats». Valencia: Comisión Vº Centenario, 1994. – Arquitectura Renacentista Valenciana (1500-1570). Valencia: Bancaixa, Valencia, 1994. Berger, Peter L.; Luckmann, Thomas. La construcción social de la realidad. Buenos Aires -Madrid, Amorrortu editores, 1968 (edición en inglés 1966). Beuter, Pere Antoni. Primera part de la historia de Valencia que tracta deles Antiquitats de Spanya, y fundacio de Valencia. Valencia: Joan Mei, 1538, traducida al castellano en 1546. Edición facsímil de la primera edición en 1971 y 1995. – Segunda parte de la Corónica general de España. Valencia: Joan Mei, 1551. Primera y segunda parte publicadas conjuntamente en 1604. – Cròniques de València. Valencia: Generalitat Valenciana, 1995. Edición facsímil de las ediciones de 1538 y 1604 (segunda parte), con introducción de Vicent Josep Escartí en las pp. 9-27. Blaya, Nuria (Com.). Oriente en Occidente. Antiguos iconos Valencianos. Valencia: Fundació Bancaixa, 2000. B lumenkranz , Bernhard. Le Juif médiéval au miroir de l’art chrétien. Paris: Études Agustiniennes, 1966. Bober, Phyllis Pray; Rubinstein, Ruth. Renaissance Artists and Antique Sculpture: a Handbook of Sources. LondonOxford: Oxford University Press, 1986 (segunda edición revisada en 2010). Buddensieg, Tilmann. “Gregory the Great, the destroyer of pagan idols. The history of a medieval legend concerning the decline of ancient art and literature”. Journal of the Warburg and Courtauld Institutes. 28, 1965, pp. 44-65. Burcke, Peter. Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot. Barcelona: Paidós, 2002 (ed. en inglés 2000).

90

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

Babelon, Jean-Pierre; Chastel, André. “La notion du patrimoine”, Revue de l’Art. 49, 1980, pp. 5-32. Después en La notion du patrimoine. Paris: Liana Lévi, 1994.

Bustamante García, Agustín. “Estatuas clásicas. Apuntes sobre gusto y coleccionismo en la España del siglo Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte. Vol. XIV, 2002, pp. 117-135.

xvi”,

Caballero López, José Antonio. “Desde el mito a la Historia”, Iglesia Duarte, J. I. de la (ed.). Memoria, mito y realidad en la historia medieval. Instituto de Estudios Riojanos, 2003, pp. 33-60. Camille, Michael. El ídolo gótico. Ideología y creación de imágenes en el arte medieval. Madrid: Akal, 2000 (edic. en inglés 1989). Caro Baroja, Julio. Las falsificaciones de la Historia (en relación con la de España). Barcelona: Seix Barral, 1992. Carrasco Ferrer, Marta; Elvira Barba, Miguel Ángel (Coms.). Ex Roma Lux. La Roma Antigua en el Renacimiento y el Barroco. Madrid: Biblioteca Nacional - Electa, 1997. Casanovas, Jordi. Epigrafía hebrea. Madrid: Real Academia de la Historia. Catálogo del Gabinete de Antigüedades, 2005. Checa, Fernando. Felipe II. Mecenas de las Artes. Madrid: Nerea, 1992. Choay, Françoise. Alegoría del patrimonio. Barcelona: Gustavo Gili, 2007 (ed. en francés 1992). Cisneros, Pablo. La imagen grabada de la ciudad de Valencia entre 1499 y 1695. Tesis Doctoral leída en la Universitat de València, 2012. Cochrane, Eric W. Historians and historiography in the Italian Renaissance. Chicago: University of Chicago Press, 1981. Cock, Enrique. Relación del viaje hecho por Felipe II en 1585… Madrid: Aribau y Cª., 1876. Corell i Vicent, Josep. “Destrucció d’inscripcions romanes de València als segles xvi i xvii. Revisió del tema”. Saitabi. 38, 1998, pp. 109-117. Cortadella i Vallés, Anna. Repertori de llegendes historiogràfiques de la Corona d’Aragó (segles xiii-xvi). Barcelona: Curial/PAM, 2001. Covarrubias, Sebastián. Tesoro de la lengua castellana, o española. Madrid: Luis Sánchez, 1611. De Seta, Cesare; Le Goff, Jacques (Eds.). La ciudad y las murallas. Madrid: Cátedra, 1991 (edición en italiano 1989).

Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

91

Del Olmo, Joseph Vicente. Lithología o explicación de las piedras y otras antigüedades halladas en las çanjas que se abrieron para los fundamentos de la capilla de nuestra señora de los Desamparados de Valencia. Valencia: Bernardo Nogués, 1653. Existe edición facsímil de 1979. Duran, Eulàlia. Sobre la mitificació dels orígens històrics nacionals catalans. Barcelona: IEC, 1991, pp. 7-19. –“Historiografia catalana del segle xvi: els anticuaris”, en Estudis sobre cultura catalana al Renaixement. València: Eliseu Climent, 2004, cap. 17, pp. 471-499. Escolano, Gaspar. Década primera de la historia de la insigne, y coronada ciudad y Reyno de Valencia. Valencia: Pedro Patricio Mey, 1610. – Segunda Parte de la década primera de la historia de la insigne, y coronada ciudad y Reyno de Valencia. Valencia: Pedro Patricio Mey, 1611. Falomir Faus, Miguel. La pintura y los pintores en la Valencia del Renacimiento (1472-1620). Valencia: Generalitat Valenciana, 1994. –“La construcción de un mito. Fortuna crítica de Juan de Juanes en los siglos xvi y xvii”, Espacio, Tiempo y Forma. Serie VII, Historia del Arte, 12, 1999, pp. 123-147. Febrer Romaguera, Manuel Vicente. “Las Germanías y el rectorado de Salaya”, en Historia de la Universidad de Valencia. Universitat de València, 1999, vol. I, pp. 41-59. – Ortodoxia y humanismo: el Estudio General de Valencia durante el rectorado de Joan de Salaia (1525-1558). Universitat de València, 2003 Fita, Fidel. “III. Inscripciones hebreas de Sagunto”, Boletín de la Real Academia de la Historia, 56, 1910, pp. 280-322. Franco Llopis, Borja. “Redescubriendo a Jaime Prades, el gran tratadista olvidado de la Reforma Católica”. Ars Longa, 19, 2010, pp. 83-93. Freedman, Paul. “Cowardice, Heroism and the Legendary Origins of Catalonia”, Past & Present. 121, 1988, pp. 3-28. Frugoni, Chiara. “L’antichità: dai “Mirabilia” alla propaganda politica”, Settis, Salvatore (ed.). Memoria dell’antico nell’arte italiana. Torino: 1984-1986, t. I, pp. 5-72.

García Bellido, Mª Paz; Sobral, R. M. (Eds.). La moneda hispánica. Ciudad y territorio. Anejos de Archivo Español de Arqueología, n. XIV, 1995. García Martínez, Sebastián. “Pedro Juan Nuñez y el estudio del griego en la Universidad de Valencia (1547-1602)”, Contrastes. Revista de Historia Moderna. 2, 1986, pp. 39-55. Gimeno Pascual, Helena. Historia de la investigación epigráfica en España en los siglos xvi y xvii a la luz del recuperado manuscrito del conde de Guimerá. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1997. Gómez-Ferrer Lozano, Mercedes. Arquitectura en la Valencia del siglo xvi. El Hospital General y sus artífices. Valencia: Albatros, 1998. González, Enrique. “Joan Llorenç de Salaya, un rector poderoso”, en Historia de la Universidad de Valencia. Valencia: Universitat de València, 1999, vol. I, pp. 307-314. – “Dos teólogos, dos bibliotecas teológicas en la Valencia del Quinientos: el doctor Juan de Celaya y el Patriarca Ribera”, Callado, Emilio (Ed.). El Patriarca Ribera y su tiempo. Religión, cultura y política en la Edad Moderna. Valencia: Alfons el Magnànim, 2012, pp. 325-344. González, Enrique; Vallés Borrás, Vicent. “Libros y bienes del rector Joan Llorenç de Salaya”, Estudis, 16, 1990, pp. 31-88. Grafton, Anthony. “Invention of Tradition and Taditions of Invention in Renaissance Europe: The Strange Case of Annius of Viterbo”, Grafton, Anthony; Blair, Ann. The Transmissions of Culture in Early Modern Europe. Philadelphia: 1990, pp. 8-38. Greenhalgh, Michael. Survaival of Roman Antiquities in Middle Ages. London: Duckworth, 1989. Haskell, Francis; Penny, Nicholas. El gusto y el arte de la Antigüedad. El atractivo de la escultura clásica (1500-1900). Madrid: Alianza, 1990 (ed. en inglés 1981). Haskell, Francis. La Historia y sus imágenes. El arte y la interpretación del pasado. Madrid: Alianza, 1994 (edición en inglés 1993). Hobsbawm, Eric. Naciones y nacionalismo desde 1780. Barcelona: Crítica, 1998 (ed. en inglés 1990). Igual Ubeda, Antonio. Historiografía del arte Valenciano. Valencia: Institución Alfonso el Magnánimo, 1965.

– “La arqueología en la ciudad de Valencia”, en Hermosilla Pla, Jorge (dir.). La ciudad de Valencia. Valencia: Universitat de València, 2009, t. I, pp. 45-54. Kagan, Richard L. (Dir.). Ciudades del Siglo de Oro. Las vistas españolas de Antón van der Wyngaerde. Madrid: El Viso, 1986. –“Clío y la Corona: Escribir Historia en la España de los Austrias”, Kagan, Richard L.; Parker, Geoffrey (eds.). España, Europa y el mundo atlántico: Homenaje a John H. Elliott. Madrid: Marcial Pons Historia, 2001 (ed. en inglés 1995), pp. 113-147. – (con la colaboración de Marías, Fernando). Imágenes urbanas del mundo hispánico 1493-1780. Madrid: El Viso, 1998. Labrot, Gérard. L’image de Rome: une arme pour la Contre-Réforme, 1534-1677. Seyssel: Editions Champ Vallon, 1987. Legendre, Pierre. El inestimable objeto de la transmisión. Madrid: Siglo XXI, 1996 (ed. en francés 1985). Lerma Alegría, Josep Vicent; Cressier, Patrice. “Un nuevo caso de reaprovechamiento de capiteles califales en un monumento cristiano: la Iglesia de San Juan del Hospital (Valencia)”, Cuadernos de Madinat al-Zahra: Revista de difusión científica del Conjunto Arqueológico Madinat al-Zahra, 4, 1999, pp. 133-143. Lida De Malkiel, María Rosa. “Tubal, primer poblador de España”, Abaco. Estudios sobre literatura española, 3, 1970, pp. 9-48. Lleó Cañal, Vicente. Nueva Roma: mitología y humanismo en el renacimiento sevillano. Sevilla: 1979. – “Antigüedad clásica y ciudad: de la arqueología al mundo de la fiesta renacentista”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Historia del Arte. 6, 1993, pp. 175-192. – La Casa de Pilatos. Madrid: Electa, 1998. – “Los usos de la Antigüedad: colecciones arqueológicas en la España del Renacimiento”, Reales Sitios. Año XL, 156, 2003, pp. 31-43.

92

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

Jiménez, José Luis. “La cultura del agua en Hispania Romana”, Abad, Lorenzo (coord.). De Iberia in Hispaniam. La adaptación de las sociedades ibéricas a los modelos romanos. Universidad de Alicante, 2003, pp. 317-347.

Lowenthal, David. El pasado es un país extraño. Madrid: Akal, 1998 (sobre la séptima edición inglesa, la primera de 1985). Marías, Fernando. El largo Siglo xvi. Los usos artísticos del Renacimiento Español. Madrid: Taurus, 1989. – “La arquitectura de la ciudad de Valencia en la encrucijada del siglo xv: Lo moderno, lo antiguo y lo romano”, Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte. XII, 2000, pp. 25-38. Martínez, Francisco. “Antigüedades Hispano-hebreas, convencidas de supuestas y fabulosas. Discurso historico-critico sobre la primera venida de los Judíos á España”. Memorias de la Real Academia de la Historia. Madrid: Imprenta de Sancha, 1799, t. III, págs. 317-468. Martínez-Burgos, Palma. Ídolos e imágenes. La controversia del arte religioso en el siglo xvi español. Valladolid: Universidad de Valladolid, 1990. Mestre Sanchis, Antonio. “Teología: Una Facultad sin grandes figuras”, Historia de la Universidad de Valencia. Valencia: Universitat de València, 1999, vol. I, pp. 281-293. Mora, Gloria. Historias de Mármol. La Arqueología Clásica española en el siglo xviii. Madrid: Polifemo, 1998. – “La escultura clásica y los estudios sobre la Antigüedad en España en el siglo xvi, tratados y libros de diseños”, Manccini, Matteo (coord.). El coleccionismo de escultura clásica en España. Madrid: Museo del Prado, 2001, pp. 115-141. Morán Turina, Miguel; Checa Cremades, Fernando. El coleccionismo en España. De la cámara de maravillas a la galería de pinturas. Madrid: Cátedra, 1985. Morán Turina, Miguel: La memoria de las piedras. Anticuarios, arqueólogos y coleccionistas de antigüedades en la España de los Austrias. Madrid, CEEH, 2010. Morera, fray Juan Bautista. Historia de la fundación del monasterio del valle de Miralles y hallazgo y maravillas de la Santissima Ymágen de Ntra. Sra. de la Murta. Ajuntament d’Alzira, 1995 (Mss. 1773). Narbona Vizcaíno, Rafael. “Héroes, tumbas y santos. La conquista en las devociones de Valencia medieval”. Saitabi, 46, 1996, pp. 293-319. Ocampo, Florián de. Los cinco libros primeros de la crónica general de España. Medina del Campo: Guillermo de Millis, 1553. Miradas curiosas, temerosas e intencionadas… | Luis Arciniega García

93

Palau, Marco Antonio. Diana desenterrada: antiguas memorias y breve recopilación de los más notables sucesos de la ciudad de Denia, desde la antiquísima fundación hasta el estado presente. Alicante: Diputación de Alicante, 1975 (Mss. 1643). Pardo, Juan Fco. “Proyectos y obras de fortificación en la Valencia de Carlos V”, Estudis, 26, 2000, pp. 137-176. Pereda, Felipe. Las imágenes de la discordia: política y poética de la imagen sagrada en la España del cuatrocientos. Madrid: Marcial Pons, 2007. Peset, Mariano; Palao, Mariano. “Escenes de la vida universitària”, Benito, Daniel (Com.). Sapiencia Aedificavit. Una biografia de l’Estudi General de la Universitat de València. Universitat de València, 1999, pp. 19-95. Pla Ballester, Enrique. “Los cronistas de Valencia y la fundación de la ciudad”, Saitabi, 12, 1962, pp. 61-88. Prades, Jaime. Historia de la adoracion y uso de las santas imágenes, y de la imagen de la fuente de la Salud. Valencia: Felipe Mey, 1596. Existe edición facsímil con introducción de Yolanda Gil, Valencia: Generalitat Valenciana, 2005. Ramírez, Juan Antonio (coord.). Dios Arquitecto, J.B. Villalpando y el templo de Salomón. Madrid: Siruela, 1991. Rausell, Helena. Letras y fe. Erasmo en la Valencia del Renacimiento. Valencia: Institució Alfons el Magnànim, 2001. Riegl, Aloïs. El culto moderno a los monumentos. Su carácter e inicios. Madrid: Visor, 1987 (ed, en alemán 1903). Rodríguez, Juan Francisco. “Aqua publica y política municipal romana”, Gerión. 6, 1988, pp. 223-252. Roselló i Verger, Vicenç Mª et al. Les vistes valencianes d’Anthonie van den Wijngaerde (1563). Valencia: Conselleria de Cultura, Educació i Ciència, 1990. Sánchez Cantón, Francisco Javier. Fuentes literarias para la Historia del Arte Español. Madrid: Junta de Ampliación de Estudios. Centro de Estudios Históricos, 1923-1941, vols. V. Serra Desfilis, Amadeo. “Ab recont de grans gestes. Sobre les imatges de la historia i de la llegenda en la pintura gòtica de la Corona de Aragó”, Afers, 41, 2002, pp. 15-35. – “El fasto del palacio inacabado. La Casa de la Ciudad de Valencia en los siglos xiv y xv”, en Historia de la ciudad II. Arquitectura y transformación urbana en la ciudad de Valencia. Valencia: ICARO-Colegio Territorial de arquitectosAyuntamiento de Valencia-Universitat de València, 2004, pp. 73-99.

Sória, Jeroni. Dietari de Jeroni Sória (1539-1557). Valencia: Acción Bibliográfica Valenciana, 1960. Teixidor, fray José. Antigüedades de Valencia... Valencia: Sociedad el Archivo Valentino, 1895-1896 (Mss. 1767). Viciana, Martín de. Libro Segundo dela Chronyca de la inclicita y coronada ciudad de Valencia y de su Reyno. Valencia: Joan Navarro, 1564. – Libro Tercero de la Chronyca de la inclicita y coronada ciudad de Valencia y de su Reyno. Valencia: Joan Navarro, 1564. Viciano, Pau. “L’edat mitjana en la crónica de Gaspar Escolano”, Recerques, 40, 2000, pp. 135-150. Villanueva, Joaquín Lorenzo. Viage literario a las iglesias de España. Madrid: Imprenta Real, 1803–1852, vols. XXII. Welch, Evelyn. De compras en el Renacimiento. Culturas del consumo en Italia, 1400-1600. Universitat de València, 2009 (ed. en inglés 2005). Zaragozá Catalán, Arturo. “Inspiración bíblica y presencia de la Antigüedad en el episodio tardogótico valenciano”, Historia de la ciudad. II. Territorio, sociedad y patrimonio. Una visión arquitectónica de la historia de la ciudad de Valencia. Valencia: ICARO-Universitat de València-Ajuntament de València, 2002, pp. 166-183.

Memoria y significado: uso y recepción de los vestigios del pasado

94

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.