Arabia Petraea, de reino cliente a provincia romana (63 a.C.-106 d.C.)

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Descripción

Asociación Interdisciplinar de Estudios Romanos

EN PORTADA: Foro romano.

SIGNIFER LIBROS Gran Vía, 2-2º SALAMANCA Apdo. 52005 MADRID http://signiferlibros.com ISBN: 978-84-16202-05-8 PVP. 35,00 €

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

No parecen haber existido dudas en la historiografía tradicional acerca del carácter fuertemente centralista del Estado romano, tanto en época republicana como imperial. Sin cuestionar la realidad histórica de las bases estructurales que permiten confirmar en gran medida esta visión, resulta imprescindible analizar cómo se percibía, se asumía o, en otros casos, se escamoteaba, el poder central en la periferia del mundo romano y en el ámbito provincial y local. ¿Qué tipo de relaciones imperaba entre los poderes centrales y locales en el mundo romano a lo largo de sus diferentes períodos históricos? ¿Qué grado de concomitancia, de sumisión o de desconfianza, pudo haber existido, según los momentos y los lugares, entre el epicentro del poder y la estructura tentacular que caracterizaba a la órbita política romana? Para dar respuesta a estas preguntas será forzoso entender la categoría conceptual de “órbita política” en un sentido amplio en relación con los diferentes mecanismos y estructuras del poder establecido, de modo que podamos acercarnos a las diferentes variables de dicho poder en sus vertientes administrativa, económica, jurídica o religiosa, siempre que guarden relación (incluso antagónica o contestataria) con la oficialidad estatal.

Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana

Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

PODER CENTRAL Y PODER LOCAL: DOS REALIDADES PARALELAS EN LA ÓRBITA POLÍTICA ROMANA

Actas del XII Coloquio de la Asociación Interdisciplinar de Estudios Romanos

SIGNIFER vLibros

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

PODER CENTRAL Y PODER LOCAL Dos realidades paralelas en la órbita política romana

MADRID – SALAMANCA 2015

SIGNIFER LIBROS SIGNIFER Monografías de Antigüedad Griega y Romana 45

SIGNIFER Libros

EN PORTADA: Vista del Foro Romano

ACTAS DEL XII COLOQUIO DE LA ASOCIACIÓN INTERDISCIPLINAR DE ESTUDIOS ROMANOS, CELEBRADO EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID LOS DÍAS 19-21 DE NOVIEMBRE DE 2014

El contenido de este libro no puede ser reproducido ni plagiado, en todo o en parte, conforme a lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, ni ser transmitido con fines fraudulentos o de lucro por ningún medio.

© De la presente edición: Signifer Libros 2015 Gran Vía, 2, 2ºA. SALAMANCA 37001 Apto. 52005 MADRID 28080 ISBN: 978-84-16202-05-8 D.L.: S.242-2015 Diseño de páginas interiores: Luis Palop Imprime: Eucarprint S.L. – Peñaranda de Bracamonte, SALAMANCA.

Índice

Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero Introducción��������������������������������������������������������������������������������������������������������11

Sobre fuentes y su interpretación José d’Encarnação Roma y Lusitania: ¿dos poderes paralelos?��������������������������������������������������������19 Fernando Fernández Palacios Controlando a los brittunculi en el norte britano: poder local y poder central en las Tabulae Vindolandenses�������������������������������31

El poder en las ciudades Alfonso López Pulido El gobierno de las ciudades griegas como ficción política................................. 51 Marta González Herrero Evidencias del intervencionismo del poder central en la integración del extranjero en las ciudades romanas....................................... 69 Mauricio Pastor Muñoz y Héctor F. Pastor Andrés Poder político y social de los aediles en los municipios de la Bética................ 81

Índice

En Italia y las provincias Enrique Hernández Prieto Hispania: 206-197 a. C.: ¿dentro o fuera de Roma?........................................ 107 Juan Luis Posadas La recluta ad tumultum como respuesta equivocada ante la rebelión de Espartaco en el año 73 a. C................................................ 123 Alejandro Díaz Fernández Dum populus senatusque Romanus uellet? La capacidad de decisión de los mandos provinciales en el marco de la política romana (227-49 a. C.).................................................................................................... 135 Alejandro Fornell Muñoz Intervención del Estado romano en la producción y comercialización del aceite bético................................................................. 153 Enrique Gozalbes Cravioto Procurator conlocutus cum principe gentis: sobre las relaciones del gobernador provincial con poblaciones de la Mauretania Tingitana................ 169

En la Roma imperial Pilar Fernández Uriel Domiciano, el administrador eficiente.............................................................. 189 Sabino Perea Yébenes Los Severos en Oriente y su programa colonial, a propósito de Ulpiano, Digesto, 50, 15, 1: la perspectiva militar........................................... 203

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Índice

En la Roma tardía Gonzalo Bravo Gobierno central y autonomía local: ¿dos poderes antitéticos en el Occidente tardorromano?.................................. 237 Francisco Javier Guzmán Armario Urbes y poder central en la Antigüedad Tardía: los casos de Alejandría, Antioquía y Constantinopla....................................... 251 Raúl González Salinero Indisciplina y resistencia a la autoridad romana en la Iglesia dálmata: Gregorio Magno y la sede episcopal de Salona................................................ 263

Comunicaciones Helena Gozalbes García Iconografía monetaria en las colonias romanas de Hispania: ¿aspiraciones locales o expresión del poder romano-central?.......................... 285 David Soria Molina Arabia Petraea, de reino cliente a provincia romana (63 a. C.-106 d. C.)........................................................................................... 313 José Ortiz Córdoba Vespasiano y los saborenses: el traslado al llano de la ciudad de Sabora....................................................... 331 Diego Mateo Escámez de Vera La lex Narbonensis y la centralización del culto imperial en época Flavia.................................................................... 355

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Índice

Carles Lillo Botella Patriarcas y emperadores: judaísmo y poder político tras la destrucción del Segundo Templo........................................................... 375 Héctor Valiente García del Carpio Los confines del Imperio: Olbia del Ponto y el mundo romano entre los siglos I y IV d. C. .................... 395 Begoña Fernández Rojo Advertencias de un «anónimo» al emperador: causas de la aparición del De rebus bellicis..................................................... 409 Elisabet Seijo Ibáñez El desafío del poder local al poder central: la disputa entre el obispo Ambrosio de Milán y la emperatriz Justina............. 423 Nerea Fernández Cadenas Las relaciones entre los vándalos y el Imperio romano de Occidente: ¿política destructiva o diplomática? El caso de las damas imperiales............. 443 Agnès Poles Belvis El patronato imperial y episcopal en la relación entre poderes: el caso de Porfirio de Gaza y sus embajadas a Constantinopla........................ 453

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Arabia Petraea, de reino cliente a provincia romana (63 a. C.-106 d. C.) David Soria Molina Doctorando-Universidad de Murcia

I. Antecedentes: de la independencia a la primera anexión Los primeros testimonios escritos clásicos de que disponemos en torno a la existencia de los nabateos en el espacio que hoy en día ocupa (grosso modo) el reino Hachemita de Jordania, se refieren, paradójicamente, al primer intento conocido de la anexión de su territorio por parte de una superpotencia vecina: Diodoro Sículo narra las parcialmente frustradas campañas lanzadas por Antígono I Monoftalmos contra los nabateos desde 312 a. C.1 El retrato que Diodoro nos transmite de este pueblo para finales del siglo IV a. C. es el de un conjunto de tribus y clanes nómadas dedicados al pastoreo de ganado menor y al comercio en las estepas y desiertos de Transjordania, totalmente descentralizadas más allá de la necesidad de la defensa común y de un encuentro anual con motivos espirituales y festivos2. Las fuentes literarias disponibles no aportan ulteriores datos relevantes en torno al desarrollo histórico de los nabateos hasta mediados-finales del siglo II a. C. Para entonces, los nabateos habían experimentado una serie de profundos cambios en sus formas de organización social y política, así como en su modus vivendi: encontramos a los nabateos conformando un reino relativamente centralizado en torno a la figura de un monarca, con sede administrativa en la ciudad de Petra, constituyendo un Estado famoso por su estabilidad interna; en su mayor parte los nabateos habían abandonado el pastoreo, dedicándose a una rica agricultura gracias a extensas obras de irrigación; del 1 La primera campaña fue liderada por Ateneo, general de Antígono, en 312 a. C. Según Diodoro (Bibl. Hist., XIX. 94-95), con una fuerza de 4.000 soldados de infantería y 600 jinetes, Ateneo observó que los nabateos tenían por costumbre abandonar su existencia nómada una vez al año, reuniéndose para celebrar una fiesta sagrada en torno a una roca. Teniendo esto en cuenta, atacó a los nabateos en ese momento preciso sorprendiéndolos y tomando un numeroso botín. Sin embargo, el ejército nabateo aprovechó el exceso de confianza de las fuerzas de Ateneo para lanzar un contraataque decisivo que acabó con una contundente derrota de los macedonios. Antígono envió a su hijo, Demetrio (después conocido como Poliorcetes) en una segunda expedición que acabó frustrada a causa de las precauciones tomadas por los nabateos para su propia defensa. Demetrio se replegó hacia Siria posteriormente, después de tomar rehenes y un tributo de los nabateos como garantía del acuerdo de paz (Diodoro, Bibl. Hist., XIX. 96-98; Bowersock, 1971, p. 221; Bowersock, 1983, pp. 12-14; Bennett, 1997, p. 176; Hoyland, 2001, pp. 70-72). 2 Sobre las costumbres y modos de vida nómada de los nabateos en el siglo IV a. C. véase especialmente Diodoro, Bibl. Hist., XIX. 94. 2-10, donde tenemos la más detallada descripción contenida en una fuente literaria clásica. Véanse también Bowersock, 1983, pp. 14-16; Bennett, 1997, p. 176; Hoyland, 2001, pp. 70-72.

G. Bravo y R. González Salinero (eds.), Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana, Signifer Libros, Madrid, 2015 [ISBN: 978-84-16202-05-8], pp. 313-330.

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mismo modo, los nabateos seguían dedicándose al comercio, siendo dueños de las rutas comerciales que unían Siria, Palestina, Egipto y el Mar Rojo; desde el punto de vista militar constituían además una potencia a tener en cuenta, siendo rivales directos del reino de Judea, su vecino occidental al otro lado del Jordán y manteniendo una activa política expansionista, especialmente bajo los reinados de Aretas II, Obodas I y Aretas III (siglos II-I a. C.)3. Obodas I sucedió a Aretas II a principios del siglo I a. C., manteniendo la enérgica política exterior de su antecesor: derrotó a Alejandro Janeo de Judea en los altos del Golán hacia 83 a. C. y poco después se enfrentó con éxito a las fuerzas de invasión de los reyes seléucidas Antíoco XII y Antíoco XIII, venciéndoles contundentemente en 88-85 a. C.4 Aretas III accedió al trono nabateo poco después y, tras expulsar a los itureos de las proximidades de la ciudad de Damasco, se hizo con el control de la misma entre 84-72 a. C., emitiendo moneda desde allí5. En 82 a. C. Aretas III invadió el reino de Judea, derrotando a las fuerzas que se le opusieron e imponiendo a Alejandro Janeo un tratado de paz favorable a los intereses nabateos. El reino de los nabateos alcanzó entonces su máxima extensión, abarcando toda Transjordania, la mayor parte del Sinaí y toda la región del Hawran en el sur de Siria. Sin embargo, la hegemonía nabatea en Siria no perduraría demasiado tiempo: en 72 a. C., las fuerzas del rey armenio Tigranes II el Grande arrebataron a los nabateos el control de Damasco y sus áreas circundantes6. A pesar de que tres años más tarde los armenios evacuaron sus tropas de la ciudad, Aretas III no intentó recuperarla. Probablemente la guerra civil que estalló en el reino de Judea 3 El primer testimonio escrito sobre la existencia de la monarquía entre los nabateos procede de una inscripción hallada en Elusa (Israel), actualmente perdida, y que cita a un tal Aretas como rey de los nabateos hacia la primera mitad del siglo II a. C. (sendas ediciones de esta inscripción pueden encontrarse en Cantineau, 1932, p. 44 y Negev, 1977, 545-546). En este sentido las fuentes hebreas, en particular el libro segundo de los macabeos, mencionan también a un tal Aretas, rey de los árabes (II Mac., 5. 8). Ambos testimonios han sido considerados por la historiografía reciente como las primeras menciones conocidas a un rey nabateo, en concreto al rey Aretas I (Bowersock, 1983, p. 18). Flavio Josefo menciona al rey nabateo Aretas II en el momento en que, siendo asediada la ciudad de Gaza por las fuerzas de Alejandro Janeo (100 a. C.), ésta pidió auxilio al citado soberano de los nabateos (Josefo, Ant. Iud., 13. 360). La obra de Flavio Josefo es particularmente rica en información en torno a la expansión del reino nabateo y sus enfrentamientos con el reino de Judea (véase Josefo, Ant. Iud., 13. 392-397 y 419-421; 14. 14-18; Bell. Iud., 1. 111, 115-116 y 125). La descripción más completa de la transformación político-social experimentada por los nabateos entre los siglos IV y II a. C. lo aporta Estrabón (Geografía, XVI. 4. 21-26), añadiendo también información sobre el desarrollo comercial de la zona y los principales eventos políticos habidos en el lugar durante el periodo augusteo. 4 Josefo, Ant. Iud., 13. 387-391 y Bell. Iud., 1. 99-102. Sobre la sucesión de Aretas II, véase SDB, 906. Sobre el reinado de Obodas I y su política exterior véase Bowersock, 1971, p. 223; Peters, 1977, p. 264; Bowersock, 1983, pp. 24-25. Los éxitos militares de Obodas I permitieron al reino nabateo extender su poder hacia el norte y el noroeste, haciéndose con el control de buena parte de la región del Hawran, luego culminado por su sucesor, Aretas III. 5 Según Peters (1977, p. 266), las intenciones de los nabateos con este movimiento radicaban en intentar llenar el vacío dejado por el Imperio seleúcida en la región, haciéndose con su control total antes que otros competidores como los itureos, los idumeos o la propia Judea. Bowersock (1983, pp. 25-26), sin desmentir la teoría de Peters, considera que las acuñaciones nabateas en Damasco formaban parte del programa político por el cual Aretas III pretendió erigirse en heredero del poder seleúcida: el soberano nabateo mantuvo las acuñaciones seléucidas previas, a la vez que añadió otras nuevas ya con su propia imagen, si bien dotadas de leyendas escritas en griego antes que en arameo; el epíteto de «filoheleno» que acompaña a su nombre en estas acuñaciones subraya las intenciones de este monarca para presentarse como patrocinador y protector de las tradiciones helénicas ante sus nuevos súbditos. Posteriormente, Tigranes II el Grande, rey de Armenia, desarrollaría un programa político similar al arrebatar a los nabateos el control de Damasco. 6 Sobre la expansión del reino nabateo bajo Aretas III véanse: Josefo, Ant. Iud., 13. 392; SBD, 907; Bowersock, 1971, p. 223; Peters, 1977, pp. 264-266; Bowersock, 1983, pp. 24-26; Kennedy, 2004, p. 36.

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en 67 a. C. condicionó fuertemente la decisión final del rey nabateo, quien contempló la oportunidad de extraer notables beneficios con su intervención a favor de uno de los dos bandos7. Este movimiento acabaría arrastrando a Nabatea hacia el conflicto directo con Roma y a alcanzar el rango de Estado cliente del Estado romano. En el año 65 a. C. las legiones romanas al mando de los legados de Gn. Pompeyo Magno entraron en Damasco, apropiándose del corazón de Siria8. M. Emilio Escauro, legado del procónsul, evaluó la situación en Judea y Nabatea, optando finalmente por alinear a Roma con Aristóbulo, pretendiente al trono de Judea y rival de Hircano, el pretendiente respaldado por Aretas III. Escauro solicitó formalmente a los nabateos que retiraran su apoyo a Hircano bajo la amenaza de un ataque romano. Aretas III accedió, siendo poco después atacado y derrotado por las fuerzas de Aristóbulo. Entre tanto, en 64 a. C., Pompeyo arribó a Siria, convirtiéndola oficialmente en una nueva provincia romana9. A continuación Pompeyo intentó visitar personalmente el reino nabateo, sin embargo esta iniciativa se vio frustrada por la inestabilidad política de Judea10. En 62 a. C. el procónsul hubo de regresar a Roma, dejando a M. Emilio Escauro al mando de la situación. El legado, sin una razón concreta aparente, abrió las hostilidades contra Aretas III, liderando una expedición contra sus dominios. La guerra no llegó a materializarse: el rey nabateo llegó a un acuerdo de paz mediante el pago de 300 talentos de oro; las fuerzas romanas se retiraron tras asegurarse la lealtad y buena disposición de los nabateos como nuevos vasallos. Poco después Aretas III falleció, siendo sucedido por Malicho I11. Este soberano conduciría con éxito al reino nabateo a través de los cambiantes y turbulentos vientos de las guerras civiles que sacudieron al Estado romano en 49-31 a. C. y que, inevitablemente, acabaron implicando y arrastrando a sus aliados y clientes. Desde 47 a. C., el reino de 7 Josefo, Ant. Iud., 14. 18. Ambos contendientes prometieron a Aretas III importantes retribuciones territoriales en Transjordania que constituían una prioridad para los intereses nabateos (Peters, 1977, pp. 266-267 y Bowersock, 1983, pp. 26-27). 8 Josefo, Ant. Iud., 14. 29; Bell. Iud., 1. 127. 9 Josefo, Ant. Iud., 14. 30-33; Bell. Iud., 1. 128-130: Aristóbulo aprovechó la partida de Escauro y las fuerzas romanas de Judea para lanzar a su ejército en persecución de los nabateos, a los que alcanzó y derrotó en la batalla de Papyron (65 a. C.). Sobre la intervención romana en Siria y Judea y sus consecuencias inmediatas para la política exterior de Aretas III véase especialmente Bowersock, 1983, pp. 28-30. 10 Aristóbulo, candidato al trono de Judea respaldado por Pompeyo, se mostró impaciente ante la decisión final romana sobre su causa, provocando las iras del procónsul: el ejército romano entró en Jerusalén, ocupándola y situando definitivamente en el trono a Hircano, el candidato que había sido patrocinado por Aretas III (Josefo, Ant. Iud., 14. 48-52; Bell. Iud., 1. 141-43; Bowersock, 1983, p. 32). Sobre la frustrada visita de Pompeyo a Nabatea, Bowersock considera que del pasaje en que Flavio Josefo alude a los planes del procónsul (Ant. Iud., 14.48) no se puede inferir en absoluto que el procónsul tuviera la intención de liderar una expedición militar contra Aretas III, como se ha especulado tradicionalmente: Pompeyo no tenía otra intención más que la de entablar un encuentro diplomático que nunca llegó a tener lugar (Bowersock, 1983, pp. 31-32; Amela Valderde, 2003, pp. 147, 152 y 167). 11 Josefo, Ant. Iud., 14. 79-81. Plutarco, Pompeyo, 45. 2.; Plinio el Viejo, Nat. Hist., VII. 79. Bowersock (1983, pp. 32-33) sostiene que la campaña de M. Emilio Escauro no guarda relación alguna con la diplomacia pompeyana en la región, ni con la supuesta tentativa de invasión del procónsul en 63 a. C., sino que fue emprendida unilateralmente por el legado con el fin de obtener prestigio político personal. A pesar de no entablar combate alguno, Escauro emitió monedas mostrando a Aretas III arrodillándose ante él junto a un camello (BMC Rom. Rep. I, 483). Sobre la conversión del reino de los nabateos en Estado cliente del Imperio romano en 62 a. C., véanse Henderson, 1968, p. 310; Bowersock, 1977, p. 223; Bowersock, 1983, pp. 32-33; Bennett, 1997, p. 213.

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los nabateos combatió al lado de las filas de Julio César frente a Pompeyo12. Cuando, tras el asesinato del dictador y la derrota de los cesaricidas en Filipos (42 a. C.), Labieno convenció al imperio parto de que enviara una fuerza expedicionaria al Oriente romano para intervenir en contra de los intereses de Marco Antonio, los nabateos se alinearon con los invasores: derrotados Labieno y los partos, Roma impuso a Malicho I una importante multa por su falta de lealtad13. El reino nabateo quedó directamente dentro del área de influencia del triunviro Antonio y estuvo a punto de ser anexionado a Egipto cuando, a instancias de Cleopatra, Herodes I el Grande de Judea y Malicho I se enfrascaron en una contienda que agotó a ambos bandos. Tras la batalla de Actium (31 a. C.), Malicho I se apresuró a tratar de ganarse las simpatías del vencedor de la guerra civil: Octavio. Poco después falleció14. Su sucesor, Obodas II, acabó convertido en una marioneta en manos de su principal ministro, Sileo, quien se convertiría en el auténtico gobernante de Nabatea durante la mayor parte del reinado de Octavio Augusto en Roma15. La rivalidad latente con la vecina Judea de Herodes I se erigió en la principal preocupación del reino nabateo en este periodo. La situación acabaría estallando en el año 9 a. C., cuando las maquinaciones políticas de Sileo en contra de los intereses de Judea provocaron la intervención militar de esta última sobre territorio nabateo. Ese mismo año Obodas II falleció, siendo ocupado su lugar por un tal Aneo entronizado como Aretas IV sin aguardar el consentimiento del princeps romano. Las protestas de Sileo en Roma ante lo que denunció como un auténtico golpe de Estado, sin embargo, no sirvieron de nada: la mediación de Nicolás de Damasco ante un enfurecido Augusto logró que Aretas fuera confirmado como soberano (no sin reticencias). Tres años más tarde Sileo fue ejecutado por orden del princeps romano16. La 12 Antípatro de Judea fue el responsable de convencer a su vecino oriental de intervenir en la guerra a favor de César. (Josefo, Ant. Iud., 14. 128; Aulo Hircio, Bell. Alex., I.1). 13 Casio Dión, XLVIII. 26. 3-5.; 41.5. Probablemente Ventidio Baso no sólo buscaba castigar a Malicho I por su deslealtad, sino además lograr una fuente importante de ingresos para las arcas romanas, exhaustas tras dos conflictos civiles a gran escala seguidos (Bowersock, 1983, pp. 39-40). 14 Josefo, Ant. Iud., 15. 92-193; Bell. Iud., 1. 361-390; Plutarco, Antonio, 69. 3. Antonio cedió a Cleopatra parte de los dominios del reino nabateo, en particular el área del golfo de Aqaba. Posteriormente la reina hizo responsable a Herodes I de los tributos nabateos para, finalmente, instigar un conflicto armado que, según Bowersock (1983, pp. 40-44), no tenía otro fin que lograr que ambos reinos se destruyeran mutuamente para así facilitar su anexión total a Egipto. Sobre la intervención de Malicho I para destruir los restos de la armada egipcia en 31 a. C. véase Casio Dión, LI. 7. 1. 15 Estrabón, XVI. 4. 23-24. Sileo participaría al mando de un contingente auxiliar nabateo en la desastrosa expedición de Elio Galo al interior de la Península Arábiga en 26 a. C. Tras haber servido como guía de las fuerzas romanas en la campaña, Sileo se convirtió en la cabeza de turco de la historiografía y la propaganda romana a causa del resultado. Bowersock, (1971, p. 223; 1983, pp. 46-48) considera que Estrabón cargó las culpas del desastre de la campaña de Galo sobre Sileo, buscando disculpar al general romano, quien era amigo personal suyo. Por el contrario Kennedy (2004, pp. 36-37) sostiene a pies juntillas la teoría de Estrabón, responsabilizando en su hipótesis a Sileo del fracaso de Galo a causa de su duplicidad. Estamos de acuerdo con la hipótesis de Bowersock, teniendo en cuenta que si Sileo realmente hubiera sido el responsable del revés, no habría mantenido su credibilidad y la influencia ante el poder romano durante casi dos décadas más y, probablemente, habría sido eliminado en muy poco tiempo. 16 Josefo, Ant. Iud., 15. 351-16. 288. Sileo intentó desposar con Salomé, hija de Herodes el Grande, sin éxito. Posteriormente, trató de desestabilizar la autoridad de Judea en territorios recién concedidos por Roma, provocando que Herodes emitiera una queja formalmente las autoridades romanas, que le dieron su apoyo. Herodes lanzó una expedición punitiva sobre Nabatea. Sileo acudió a Roma para protestar, alegando que se trataba de un ataque realizado sin consentimiento del princeps. La muerte de Obodas II en el invierno del 9 al 8 a. C. fue seguida de la proclamación de Aretas IV Philopátor como nuevo rey. Aunque Sileo alegó ante Augusto que Aretas había sido entronizado sin el consentimiento romano, la

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inestabilidad política en la región volvió a dispararse a la muerte de Herodes I el Grande en 4 a. C., cuando su reino fue dividido entre sus sucesores. Obligado a elegir entre una multiplicidad de pequeños estados judíos y Aretas IV, Augusto se inclinó preferentemente por deshacerse del rey nabateo: Nabatea fue anexionada así por vez primera como provincia, quedando bajo responsabilidad de un procurador imperial17. La nueva provincia no sobreviviría al cambio de era. En el año 1 d. C., probablemente fruto de la expedición lanzada por Gayo César en la región, el reino nabateo fue restituido, y Aretas IV Philopátor restaurado en el trono. Paradójicamente, fue el reino de Judea el que acabó anexionado en forma de provincia bajo responsabilidad de un procurador ecuestre en 6 d. C. Aretas IV, seguro entonces del respaldo romano, inició la segunda parte de su reinado, considerada como el auténtico apogeo del reino de los nabateos18. II. Hacia la anexión definitiva Aretas IV situó su corte y el núcleo administrativo del reino definitivamente en Petra (ciudad que alcanzó su máximo desarrollo en esta época), elaboró una ideología del poder definida a través de lo que podríamos considerar casi como un culto dinástico a sus predecesores en el trono e impulsó el desarrollo agrícola y urbano dentro de sus dominios. Sin embargo, la mayor parte de esta información la conocemos exclusivamente a través de la epigrafía y la arqueología. Las fuentes literarias clásicas permanecen mudas en torno a la suerte de los nabateos hasta el comienzo de la década del 30 d. C.19. Las aparentes buenas relaciones con el Imperio romano y los Estados clientes vecinos, se quebrarían poco después de que Herodes Antipas, señor de uno de los escasos pequeños Estados sucesores de la anexionada Judea, repudiara a su esposa nabatea, hija del rey Aretas. El soberano nabateo tomó las armas para vengar la afrenta, derrotando

intervención de Nicolás de Damasco desacreditó al prócer nabateo y permitió que el nuevo rey fuese reconocido por Augusto. Sileo intentó perpetrar un golpe de estado en Nabatea a su regreso, pero en 6 a. C., al acudir de nuevo a Roma, fue arrestado y ejecutado (Estrabón, XVI. 4. 24; Josefo, Ant. Iud., 17. 52-57). Sobre la trayectoria política de Sileo y su influencia en el reino nabateo véase Bowersock, 1971, p. 223; 1983, pp. 49-51; Kennedy, 2004, p. 37. 17 Estrabón, XVI. 4. 21: [...] Πρῶτοι δ’ ὑπὲρ τῆς Συρίας Ναβαταῖοι καὶ Σαβαῖοι τὴν εὐδαίμονα Ἀραβίαν νέμονται, καὶ πολλάκις κατέτρεχον αὐτῆς πρὶν ἢ Ῥωμαίων γενέσθαι· νῦν δὲ κἀκεῖνοι Ῥωμαίοις εἰσὶν ὑπήκοοι καὶ Σύροι. Este pasaje de la Geografía parece indicar claramente que, en el momento en que se redactó esta parte de la obra, los nabateos eran súbditos romanos. Teniendo en cuenta que la parte correspondiente de la obra de Estrabón se escribió a como muy tarde hacia 3-2 a. C., y que las acuñaciones de Aretas IV sólo se ven interrumpidas durante su reinado entre 4 y 1 a. C. (Meshorer, 1975, pp. 41 y 49), Bowersock (1983, pp. 54-57) ha llegado a la conclusión de que el reino de los nabateos fue temporalmente anexionado como provincia al Imperio romano, si bien se desconocen las razones exactas de semejante decisión. Sobre la intervención del reino de los nabateos por parte de Augusto véase también Bennet, 1997, p. 177 y Kennedy, 2004, p. 37; 2006, p. 730. 18 ILS 140; Bowersock, 1971, p. 223; 1983, pp. 56-58; Bennet, 1997, p. 177; Kennedy, 2004, p. 37; 2006, p. 730. Sobre la anexión de Judea al Imperio romano en 6 d. C. véase Josefo, Ant. Iud., 18. 1. 2; Bell. Iud., 2. 8. 117. 19 Sobre el desarrollo del reino de los nabateos bajo el reinado de Aretas IV y sus sucesores inmediatos, así como sobre sus instituciones y organización administra véase Bowersock, 1983, pp. 59-62; Bennett, 1997, pp. 177-178; Sartre, 2008, pp. 732-736. Sobre las características de las fuerzas armadas nabateas especialmente hacia el siglo I d. C., véase Nicolle, 1998, pp. 33-34.

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a las fuerzas de su rival en Gamala sin demasiados problemas20. Herodes Antipas protestó formalmente ante el emperador Tiberio quien hacia 35-36 d. C. ordenó a Vitelio, gobernador de Siria, dirigir una expedición militar contra Petra. La expedición no dio comienzo hasta 37 d. C. y, afortunadamente para Aretas IV, fue abortada de inmediato por su comandante cuando recibió la noticia del fallecimiento de Tiberio ese mismo año21. El rey nabateo falleció tres años después, sin volver a intentar ninguna otra acción contra sus vecinos occidentales. El nuevo soberano nabateo, Malicho II (40-70 d. C.)22, hubo de confrontar la ampliación de los dominios de Herodes Agripa I durante el reinado de Calígula, la breve restauración completa del reino de Judea (41-44 d. C.) en época de Claudio, su vuelta a la anexión y su nueva restauración en 53 d. C.23 En 67 d. C., con motivo de la Primera guerra judía (66-73 d. C.), Malicho II envió una fuerza de 1.000 jinetes y 5.000 soldados de infantería para respaldar las operaciones de los futuros emperadores Vespasiano y Tito contra los rebeldes. Su sucesor, Rabel II (71-106 d. C.)24, mantuvo la misma política, consolidando el periodo más largo de relaciones diplomáticas amistosas y estables con el Imperio romano de la historia del reino nabateo. Sin embargo, estas mismas circunstancias crearían el escenario favorable para la anexión final de Arabia Pétrea varias décadas después, en el marco de un cambio gradual de la política romana en Oriente25. El ascenso de la dinastía flavia al poder trajo consigo la puesta en marcha de una serie de transformaciones en la gestión del Oriente romano, en particular en el entorno de la provincia de Siria, cuya espina dorsal fue la paulatina absorción de los distintos Estados-clientes del Imperio existentes en la región. Judea inauguró el proceso al ser puesta definitivamente bajo la responsabilidad de un legado pretoriano en forma de provincia durante la guerra del 66-73 d. C. En 72 d. C., Comagene fue arrancada de las 20

Josefo, Ant. Iud., 18. 112-114. Josefo, Ant. Iud., 18. 115; Tácito, Ann., VI. 32. Bowersock (1983, pp. 65-70) no plantea ninguna hipótesis en torno a las circunstancias que permitieron al reino de los nabateos sobrevivir a varios intentos de anexión por parte del poder romano, especialmente la tentativa de 37 d. C. Por su parte, Kennedy (2006, p. 730) considera que el reino de los nabateos estuvo protegido hasta 70 d. C. por su relativa lejanía geográfica de las principales bases del poder romano en la región, lo que hacía inviable su anexión permanente. Desde nuestro punto de vista, aunque los enfrentamientos reiterados entre el reino de los nabateos y Judea se convirtió en una seria fuente de inestabilidad para el Estado romano en Oriente, la anexión no pudo considerarse una solución definitiva hasta el reinado de Trajano, pues la nueva provincia no podía ser gestionada directamente con eficacia sin un control sólido previo del área de Judea. En relación con esta circunstancia, los nabateos se erigieron en un útil aliado durante las crisis que sacudieron Judea a mediados del siglo I d. C., así como después de las mismas. Sólo la consolidación del poder romano en la región permitió que la anexión de Arabia fuera realmente viable bajo las apropiadas condiciones exteriores (fin de las contiendas danubianas en 106 d. C.; debilidad interna del Imperio parto; preparativos para una expansión a gran escala en Oriente entre 106 y 114 d. C.). 22 SDB, 916. 23 Josefo, Ant. Iud., 20. 138; Bell. Iud., 2. 247; Bowersock, 1983, pp. 69-71. 24 CIS II, 161; SBD, 916. 25 Sobre la participación nabatea en la primera guerra judía véase principalmente Flavio Josefo, Bell. Iud., 3. 68; Henderson, 1968, pp. 310-311; Bowersock, 1983, pp. 71-72; Kennedy, 2004, p. 37. El signo de la Primera Guerra Judía (66-73 d. C.), con la victoria romana y la destrucción del Templo y el subsiguiente asedio y caída de Masadá, supuso el final de la independencia del reino de Judea. Éste condicionó inmediatamente las relaciones de Judea y Nabatea. Del mismo modo, crearon una circunstancia favorable para la preservación de Nabatea como aliado necesario para intervenir en caso de ulteriores revueltas judías en la región. Sin embargo, al mismo tiempo sentó las bases que permitirían la posterior anexión a la muerte de Rabel II (106 d. C.). 21

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manos de Antíoco IV e incorporada a Siria, siguiéndole en su suerte Emesa no más allá de 78 d. C. Los escasos dominios dejados en manos de Herodes Agripa II fueron anexionados a Siria en 92-93 d. C. Con el cambio de siglo tan sólo el reino de los nabateos conservaba su independencia, representando el último paso que restaba al poder romano para culminar un proceso de reformas tendentes a la provincialización de la gestión de Oriente, reformas que se tornarían esenciales durante los preparativos para la proyectada expedición de Trajano sobre Armenia y Mesopotamia26. III. Redacta in formam provinciae Rabel II falleció a principios del año 106 d. C. Según los términos de su vinculación clientelar a Roma, su hijo y sucesor previsto, Obodas27, no podía acceder al trono hasta ser formalmente confirmada su entronización por el emperador Trajano. Sin embargo tal confirmación nunca tuvo lugar: el 22 de marzo de 106 d. C. el gobernador de Siria, A. Cornelio Palma, siguiendo órdenes imperiales, proclamó la anexión del reino de los nabateos al Estado romano en la forma de la nueva provincia de Arabia, esta vez de forma definitiva e irreversible28. La anexión de Arabia no fue un movimiento improvisado por parte del poder romano. Se trató de un paso más en el amplio programa expansionista elaborado por el emperador Trajano y su gobierno. Rabel II era un longevo anciano cuando el emperador Trajano inició su reinado. El poder romano consideró más oportuno aguardar en esta ocasión al fallecimiento del soberano para proceder a la anexión antes que deponer al anciano rey: cuando su sucesor solicitara la entronización formal a Roma, ésta sería denegada y las autoridades imperiales más cercanas procederían a ejecutar la anexión29. Así sucedió: poco después de la muerte de Rabbel II A. Cornelio Palma marchó desde Siria al mando 26

Sartre (2008, pp. 634-641) relaciona de forma directa la anexión final de Arabia en 106 d. C. con los procesos similares habidos en el entorno de Siria desde 70 d. C., interpretándolos como fases de un mismo proyecto de paulatina reorganización de Oriente iniciado con el cambio de dinastía y el final de la primera guerra judía. Según este autor, la integración de los estados clientes en la provincia de Siria o su conversión en provincias nuevas (Judea y Arabia) es uno de los pilares fundamentales de la secuencia de reformas aplicadas por la dinastía flavia (70-96 d. C.) y continuadas por Trajano (98-117 d. C.) para la consolidación ulterior del poder romano en Oriente. En este sentido, nos mostramos totalmente con la hipótesis planteada por Sartre, donde la anexión de Arabia no se erige tanto en una excepción como en parte de un proceso premeditado de provincialización del Oriente romano. Tras la anexión de Arabia y el final de las guerras párticas de Trajano (114-117 d. C.) el Imperio romano transferiría su política de establecimiento de clientelas al otro lado del Éufrates. 27 A través de los documentos encontrados en una cueva en Nahal Hever (Israel), conteniendo el archivo completo (puesto a refugio en ese lugar por Babatha, viuda de un comerciante de Judea, con motivo de la rebelión de Bar Koshba) conocemos numerosos detalles de las circunstancias de la anexión de Arabia. Entre estos detalles se cuenta la identidad del sucesor previsto de Rabel II, Obodas (Yadin, 1962, pp. 239-240; 1963, p. 230; Bowersock, 1983, p. 80). 28 Conocemos la fecha exacta de la proclamación de la nueva provincia a través de un miliario de la via Nova Traiana, encontrado en Gharandal (Jordania) y datado en 111 d. C. AE 1897, 65: Imp(erator) Caesar / divi Nervae f(ilius) Nerva / Traianus Aug(ustus) Germa(nicus) / Dacicus pont(ifex) maxim(us) / trib(unicia) pot(estate) XV imp(erator) VI co(n) s(ul) V / p(ater) p(atriae) redacta in formam / provinciae Arabia(e) viam / novam a finibus Syriae / usque ad mare rubrum / aperuit et stravit per / C(aium) Claudium Severum / leg(atum) Au[g(usti) pr(o) pr(aetore) co(n)s(ulem) des(ignatum)]. 29 Sobre la estrategia política seguida para la ejecución de la anexión de Arabia a la muerte de Rabbel II véase principalmente Bowersock, 1971, p. 228; Kennedy, 1980, pp. 286-287; Bennet, 1997, p. 179; Blázquez, 2003, pp. 111-112.

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de la legión VI Ferrata, mientras que la III Cyrenaica lo hacía desde Egipto a través de Palestina, confluyendo ambas y los probables contingentes auxiliares30 que las siguieron sobre las principales localidades de Nabatea: Petra y Bostra. A pesar de que las acuñaciones conmemorativas de la anexión rezan arab(ia) adquis(ita)31 y no cap(ta), subrayando el aparente carácter pacífico de la anexión, el hecho de que A. Cornelio Palma recibiera ornamentos triunfales con motivo de la concesión de su segundo consulado en 109 d. C. (ILS 1023), las alusiones y el vocabulario empleados por Amiano Marcelino y Casio Dión al referirse al acontecimiento, así como sendos grafiti safaíticos posteriores, parecen indicar que hubo un cierto uso de la fuerza, lo que ha servido a la historiografía reciente para plantear la hipótesis de que, aun a pesar de la propaganda oficial (Trajano tampoco añadió arabicus a sus títulos), probablemente existió una cierta resistencia armada que fue preciso reducir por la fuerza32. Desde nuestro punto de vista, consideramos que esta hipótesis se sostiene incluso tan sólo teniendo en cuenta el hecho de que el Estado romano desplegó a dos legiones y varias cohortes y alas auxiliares para proceder a la anexión: semejante despliegue de fuerza resultaría innecesario de esperarse una mera transición administrativa pacífica y sin sobresaltos; el despliegue de un ejército implica que los estrategas romanos esperaban una cierta resistencia y que probablemente la hubo. Sin embargo, del mismo modo que los indicios existentes permiten considerar la existencia de oposición armada, no podemos considerar que la citada resistencia degenerara en un conflicto a gran escala. De existir, por tanto, la resistencia armada nabatea tuvo carácter aislado y una breve duración33. El amplio despliegue militar romano probablemente debió de servir para disuadir a las fuerzas nabateas de cualquier intento de oposición seria34. Respecto a las motivaciones de la anexión, la existencia de un vacío de poder o de un problema sucesorio en el reino nabateo son hipótesis que pueden descartarse totalmente: 30 Entre las unidades auxiliares que participaron en la anexión conocemos a las cohortes I Hispanorum y I Thebaeorum, transferidas desde Egipto a Judea hacia 105 d. C. (RMD I, 9). Kennedy (2004, p. 39) considera no sólo que ambas unidades probablemente intervinieron en la anexión acompañando a la legión III Cyrenaica, sino que su traslado a Judea un año antes subraya claramente el carácter premeditado de la intervención romana. 31 RIC II, Trajan, 94,128, 244 y 245. 32 Casio Dión, LXVIII. 14. 5: [...] κατὰ δὲ τὸν αὐτὸν τοῦτον χρόνον καὶ Πάλμας τῆς Συρίας ἄρχων τὴν Ἀραβίαν τὴν πρὸς τῇ Πέτρᾳ ἐχειρώσατο καὶ Ῥωμαίων ὑπήκοον ἐποιήσατο. El empleo de la expresión ἐχειρώσατο, «subyugó» (de χειρόω, «subyugar») implica un cierto uso de la fuerza o, al menos, un sometimiento mal aceptado. Amiano, XIV. 8. 13: [...] hanc provinciae inposito nomine rectoreque adtributo obtemperare legibus nostris Traianus conpulit imperator incolarum tumore saepe contunso cum glorioso marte Mediam urgeret et Parthos. El uso por parte de Amiano del verbo compulit («empujar, obligar, forzar»), deja abierta la puerta a un proceso forzoso relativamente violento que podría implicar el uso de la fuerza armada. Finalmente, dos grafitis safaíticos se lee snt hrb nbţ «[...] el año de la guerra nabatea [...]» (AAES IV, 45) y snt mrdt nbţ ‘l `l rm «[…] el año en que los nabateos se levantaron contra los romanos [...]» (Winnett y Harding, 1978, pp. 406-407, nº. 2815) han sido interpretadas por Bowersock (1971, pp. 228-230; 1983, p. 80) como indicios de que la anexión del reino de los nabateos pudo implicar un conflicto a pequeña escala y corta duración. La posibilidad de que la anexión de Arabia implicase un cierto grado de violencia armada ha sido secundada además por Bennet (1997, p. 179), Kennedy (2004, pp. 38-39) 33 Bowersock, 1971, pp. 228-230; 1983, pp. 79-80. 34 Bowersock, 1983, pp. 81-82. La posibilidad de que la anexión de Arabia implicase un cierto grado de violencia armada ha sido secundada además por Henderson, (1968, p. 311), Bennet (1997, p. 179) y Kennedy (2004, pp. 38-39). González-Conde (1991, pp. 93-94).

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como ya hemos señalado anteriormente, Rabel II tenía un sucesor designado, Obodas, que esperaba ser entronizado con la aquiescencia de Roma35. El mecanismo legal empleado por Trajano para llevar a cabo la anexión fue simplemente optar por no realizar tal entronización a la muerte del último rey. La consolidación de los limites y dominios romanos en la región, probablemente en previsión de la también proyectada y premeditada campaña sobre Armenia y el Imperio parto, se encontraba entre las principales motivaciones de la anexión de Arabia. Del mismo modo, no podemos olvidar el hecho de que la adquisición de Arabia culminó el proceso de provincialización del Oriente romano, particularmente el entorno de la provincia de Siria, anteriormente mencionado36. Estas circunstancias, además, nos indican que la anexión fue un acto premeditado y cuidadosamente planificado, integrado en la política expansionista trajanea, que tan sólo esperaba la muerte de Rabel II para llevarse a cabo37. Sólo de este modo se explica la fulminante intervención de las fuerzas armadas romanas al mando de A. Cornelio Palma, síntoma de que las unidades seleccionadas para la operación estaban prevenidas antes de producirse el óbito del monarca nabateo. IV. Néa eparcheía El 22 de marzo de 106 d. C. la nueva provincia de Arabia nació oficialmente38, ocupando grosso modo el mismo espacio que el reino de los nabateos que le precedió: Transjordania hasta los límites del Desierto arábigo, la Península del Sinaí, la Idumea no incorporada a Judea y la mayor parte del Hawran. La capital fue situada en Bostra, localidad situada en el Hawran, al norte de Petra, donde ya había situado la sede de su poder Rabel II hasta su muerte, ahora renombrada Nova Traiana Bostra / Νέα Τραιανὴ Βόστρα (IGLS, 13. 1. 19) y objeto de una intensa remodelación acorde a su nuevo papel. Entre tanto, en 107 d. C. las fuerzas de ocupación romanas se encontraban ya enfrascadas en la construcción de las primeras fortificaciones e infraestructuras destinadas a asegurar la defensa de la provincia 35

Bowersock, 1983, p. 80. González-Conde (1991, pp. 38-39) y Mattern (1999, pp. 114 y 156-157) consideran que el principal motivo para la anexión del reino nabateo radicó en intereses comerciales. Esta hipótesis es insostenible, desde el mismo momento en que tenemos atestiguados importantes cambios en las rutas comerciales del Próximo Oriente y el área del Mar Rojo, que provocaron la paulatina decadencia del esplendor comercial nabateo a lo largo del siglo I d. C. (Bowersock, 1983, pp. 64-73). En general, la hipótesis más aceptada sobre los motivos de la anexión de Arabia en 106 d. C. es la que sostiene que Roma actuó por motivos estratégicos de carácter territorial y militar: el Imperio romano pretendía consolidar definitivamente su presencia en Oriente respondiendo (a largo plazo) al proceso de provincialización de Oriente iniciado en época flavia y (a corto plazo) a las necesidades planteadas por la proyectada política expansionista de Trajano en la región (Waters, 1975, pp. 422-423; Kennedy, 1980, pp. 288-296; Bowersock, 1983, pp. 79-85; Bennett, 1997, pp. 179-185; Sartre, 2008, pp. 639-640). 37 Sobre la importancia de la anexión de Arabia en relación con el reinado de Trajano véase especialmente GonzálezConde, 1991, pp. 93-94 y 165; Bennett, 1997, pp. 176-185. Sobre el impacto de la desaparición del reino de los nabateos en la historia de la Península Arábiga en su conjunto, véase también Hoyland, 2001, p. 73. 38 Denominada como ἡ ἐπαρχεία Ἀραβία hasta 127 d. C. (Pap. Yadin 14 y 15), ἡ νέα ἐπαρχεία Ἀραβία desde 127 d. C. (Pap. Yadin 16). Sobre la datación exacta de la fundación de Arabia como provincia y de la era provincial a través de la papirología véase Cotton, 1997, pp. 204-208. 36

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y su gestión a las órdenes del primer gobernador de la misma: G. Claudio Severo39. Conocer cuáles fueron las fuerzas que compusieron la guarnición inicial de Arabia Pétrea antes del reinado de Adriano ha sido objeto de enconado debate por parte de la historiografía moderna durante las últimas décadas. Aquí nos adscribimos a la propuesta sostenida principalmente por M. Speidel, G. W. Bowersock y D. L. Kennedy, que consideramos la más realista emitida hasta la fecha: la legión VI Ferrata regresó a Siria junto con las unidades auxiliares que le acompañaron poco después de que la anexión se consolidara; en Arabia quedaron la legión III Cyrenaica, con base en Bostra y un total aproximado de 7 unidades auxiliares40 constituyendo la guarnición inicial de la provincia hasta 114 d. C.; las guerras párticas de Trajano (114-117 d. C.) obligaron a la III Cyrenaica a marchar al frente, dejando atrás a la mayor parte de las unidades auxiliares a cargo de la seguridad de la provincia; el estallido de las revueltas judías en Judea y Egipto en 117 d. C. obligan luego a la III Cyrenaica a intervenir en ambos lugares y a regresar a sus bases egipcias hasta 123 d. C.; entre 119 y 123 d. C. la VI Ferrata permaneció en Arabia hasta que fue reemplazada de forma definitiva por la III Cyrenaica, la cual ya no abandonaría la provincia41. Aunque ninguna de las fuentes literarias disponibles menciona la suerte del antiguo ejército real nabateo, las evidencias epigráficas nos permiten considerar que fue reciclado en la forma de toda una serie de nuevas unidades auxiliares: las cohortes equitatae I-VI Vlpiae Petraeorum, dos de las cuales eran probablemente miliarias42. Las fuerzas de la III Cyrenaica se hicieron cargo de la construcción de la mayor parte de las infraestructuras de la nueva provincia durante el periodo que se extendió entre su anexión y el estallido de las guerras párticas de Trajano. La via Nova Traiana, datada su construcción a través de sus miliarios en 111 d. C., constituye quizás el mejor testimonio material de la gestión romana de la provincia de Arabia bajo Trajano: incorporando a su trazado la antigua calzada real construida por los reyes nabateos, la nueva vía recorría 39

Pap. Michigan, vol. 8 (1951), no. 465; AE 1897, 65. Según Speidel (1977, pp. 699-711) y Bennett (1997, p. 180) estas unidades auxiliares fueron las alae Dromedariorum y I Veterana Gaetulorum, y las cohortes, I Augusta Canathenorum equitata, I Hispanorum, VI Hispanorum, I Thebaeorum, I Augusta Thracum equitata y I Thracum milliaria). Kennedy (2004, pp. 48-49), sin embargo, contempla para época de Trajano a las dos alae mencionadas, y a las cohortes I Hispanorum y I Thebaeorum, descartando a las demás y añadiendo tan sólo una unidad nueva: la cohorte III Augusta Thracum equitata. 41 Speidel, 1977, pp. 689-699; Kennedy, 1980; Bowersock, 1983, pp. 81-82; Kennedy, 2004, pp. 47-50. Inicialmente Bowersock (1970; 1971 pp. 232-234) consideró que la legión III Cyrenaica estuvo presente en Arabia tan sólo durante las operaciones vinculadas a la anexión, regresando a sus bases Egipcias poco después. De este modo Bowersock sostuvo que entre 107 (aproximadamente) y 123 d. C. sería la VI Ferrata la única legión estacionada en Arabia, especialmente a partir de las evidencias que situaban (y sitúan) a la III Cyrenaica en Egipto en 119 d. C. (BGU I, 140; Bowersock, 1970, pp. 40-43; 1971, pp. 232-233). Posteriormente Bowersock (1983, pp. 81, nota 18) se desdijo, incorporándose en buena medida a las propuesta de Speidel y Kennedy arriba desarrollada y que actualmente es aceptada por buena parte de la historiografía reciente (véase Bennett, 1997, pp. 179-180). Recientemente, sin embargo, Rodríguez González (2003, pp. 134-135 y 214) se ha desmarcado de la propuesta final de Bowersock y Kennedy, defendiendo de nuevo que la legión VI Ferrata y no la III Cyrenaica constituyó la guarnición inicial de Arabia hasta 123 d. C. 42 Según Kennedy (2004, pp. 46-47) las cifras de unidades auxiliares denominadas Petraeorum, atestiguadas a partir del reinado de Trajano y documentadas en las guerras párticas de este reinado, coinciden casi de forma exacta con las de las fuerzas enviadas por el reino de los nabateos en apoyo de Roma en la primera guerra judía (67-73 d. C.). Esto demostraría que el ejército real nabateo, en su mayor parte, tuvo como destino su conversión en fuerzas auxiliares que ya no regresarían a la provincia. Bennett, 1997, p. 180. 40

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Arabia en dirección norte-sur procedente de Siria, atravesando Bostra y Petra hasta alcanzar los puertos del golfo de Aqaba43. En las mismas fechas el Imperio romano empezó a emitir las primeras acuñaciones proclamando la nueva provincia44. Desde el punto de vista sociopolítico y urbano, la ciudad de Bostra recibió el rango de municipium. Petra, a pesar de haber perdido la capitalidad, fue objeto de varios añadidos arquitectónicos, como una vía porticada y un arco triunfal alzado en 114 d. C. La ciudad recibió de Trajano el título de metropolis Arabia, conservando una constitución propia de una ciudad helénica con aditamentos legales latinos que la equipararon en rango a un municipium romano. Hacia 124 d. C. recibió el rango de colonia romana (Pap. Yadin 12). Por su parte, las localidades de la Decapolis, como Philadelphia (Amman) y Gerasa (Jerash), lindantes con Siria, mantuvieron su propia constitución según su condición de civitates liberae (Bennett, 1997, pp. 181-183). Después de haber constituido un reino cliente del Imperio romano desde 63 a. C., guardando la retaguardia de Judea y el flanco austral de Siria, Arabia cumpliría exactamente esta misma función como provincia romana hasta ser arrollada por la invasión musulmana en 636 d. C. La inestabilidad generada por las rivalidades y los intereses particulares de los distintos estados clientes acabó inclinando a Roma por la solución de la provincialización paulatina y definitiva. A pesar de ser el reino cliente más estable, Nabatea constituía un hiato en la geografía oriental del Imperio. Su anexión respondió, por tanto, a planteamientos estratégicos y territoriales a corto y largo plazo, fundamentalmente a una racionalización de la gestión del Oriente romano que abrió una fase completamente nueva en la historia de la región. Bibliografía Alpass, P., The Religious Life of Nabatea, Brill, Leiden/Boston, 2013. Alston, R., Aspects of Roman History AD 14-117, Routledge, London, 1998. Alvar, J. y Blázquez Martínez, J. M. (eds.), Trajano, Actas, Madrid, 2003. ―, (eds.), Traiano, L’Erma di Brestschneider, Roma, 2010. Amadasi-Guzzo, M. G. y Schneider, E. E., Petra, Electa, Milán, 1997. Amela Valderde, L., Gn. Pompeyo Magno. El defensor de la República romana, Signifer Libros, Madrid, 2003. Bennett, J., Trajan, optimus princeps: a Life and Times, Routledge, London, 1997. Blánquez Pérez, C., Petra, la ciudad de los nabateos, Alderabán, Madrid, 2001. Blánquez Pérez, C. y Del Río Alda, A., Petra. Historia y Arqueología, Dilema, Madrid, 2010. Blázquez, J. M.ª, Trajano, Ariel, Barcelona, 2003. 43 AE 1897, 65. Sobre el trazado de la via Nova Traiana véase especialmente Bowersock, 1971, pp. 236-242; 1983, pp. 83-84; Bennett, 1997, pp. 180-181. 44 RIC II, Trajan, 94,128, 244 y 245.

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