APUNTES SOBRE LA CERÁMICA MUDÉJAR DE LA CORONA DE CASTILLA

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Descripción

Apuntes sobre la cerámica mudéjar de la Corona de Castilla Manuel Retuerce Velasco Universidad Complutense de Madrid

En la Corona de Castilla, en lo que respecta a la cerámica que se ha venido denominando como mudéjar, aún hay numerosos aspectos por tratar y estudiar, tanto en lo referido a su cronología, materiales, lugares de producción, técnicas y estilos en la aplicación del vedrío, ornamentaciones, tipologías, etc., como en lo que atañe a los talleres y alfareros a los que se les atribuye su labor -en principio, de religión musulmana, que vivían y desarrollaban su trabajo en territorio cristiano y, en lo que aquí nos afecta, castellano- , comercialización, usos, etc. Y todo ello, a la espera de que se den a conocer y estudienlos numerosísimos materiales cerámicos medievales -de entre los siglos XII y XV-que en los últimos años, gracias al gran desarrollo que han tenido las actuaciones arqueológicas en España, derivadas de la gran actividad urbanística y de construcción de infraestructuras, se han encontrado en todo el territorio que constituyóel reino de Castilla y León: desde las tierras más septentrionales a las más meridionales andaluzas. En cuanto al importante aspecto de la cronología, es importante establecer etapas y periodos de la presencia mudéjar en los diferentes territorios castellanos, teniendo cuidado en“distinguir cuidadosamente las características de las comunidades mudéjares de cada siglo y en cada área geográfica, aspecto que muchas veces se descuida por la mayor aportación de documentación bajomedieval, especialmente del siglo XV. El trasladar rasgos del mudejarismo tardío a los primeros tiempos de éste es un riesgo que no debemos correr,…” (Echevarría, 20012002: 35). Aun así, desde hace bastante tiempo y de forma específica, sobre este particular de la cerámica mudéjar en la Corona de Castilla - tanto de la producción propiamente castellana como de la importada a estas tierras desde la Corona de Aragón - , diversos autores (Cortés & Lázaro, 1995; Villanueva, 1998; Retuerce, 1998: 128-135; Turina, 2001; Retuerce 49

&Hervás, 2000; Moreno & González, 2002-2003; Retuerce &Turina, 2003; Melero,Retuerce &Hervás, 2009; Vicente & Rojas, 2014) nos hemos venido ocupando en varias ocasiones.En ellas y entre otras cuestiones, hemos insistido en varios aspectos; entre otros, el de adscribirlas a unas fechas a partir del siglo XII -y más seguramente desde mediados del XIII- hasta el XV,o en la existencia de una producción castellana vidriada en verde y manganeso(Fig. 1), que es totalmente independiente de la elaborada en la Corona de Aragón (Teruel, Cataluña o Paterna-Manises). Sin embargo, a la vista de las erróneas interpretaciones obtenidas de la lectura de los referidos trabajos o por no haber sido considerados por parte de otros investigadores, se sigue insistiendo en ignorar los resultados de estos trabajos y se continúa sosteniendo que existe una cerámica mudéjar en el siglo XII, directamente derivada de los gustos omeyas de los siglos X y XI, y que toda cerámica vidriada en verde y manganeso que aparece en Castilla en contextos bajomedievales se trata de importaciones de Paterna o Manises, cuando no de Teruel. Por lo leído, entre otros, un ejemplo de estas inexactas deducciones, a pesar de la buena ejecución de los trabajos y de una excelente presentación de los resultados e ilustraciones, es el de la interpretación de un plato o tajador vidriado en verde y manganeso sobre blanco, encontrado en Lerma (Burgos) (Alonso, 2013: 443-445, lám. 1.7). En dicho trabajo se encuentran sus correctos paralelos en piezas muy semejantes aparecidas en las excavaciones que en su momento dirigimos en la Plaza de Oriente de Madrid y que fueron publicadas por Araceli Turina (2001). Pues bien, si la comparación es totalmente correcta, no lo es, por el contrario, el comentario que sigue, pues relaciona su producción con talleres valencianos o turolenses, cuando precisamente el artículo de AraceliTurina (2001: 808) insiste en que, entre otras piezas vidriadas con decoración en verde y manganeso sobre blanco castellanas, las madrileñas serían producto de un taller local.Unas piezas castellanas que vemos que también se exportan a poblaciones limítrofes de los otros reinos peninsulares, como es el caso de Tudela (Navarra) (Zuazúa&alii, 2015: fig. 25), que ahí aparecen junto a las más numerosas y más habituales importadas de los talleres turolenses. Particularmente, pensábamos que la cuestión estaba bien clarificada en los mencionadostrabajos, pero como suele decir el maestro Guillermo Rosselló, parece que para que una idea o que los resultados de una investigación sean leídos o entendidos, no basta con exponerlos una única vez, sino que hay que insistir, repetirlos y publicarlos de nuevo varias veces. 50

Él sostiene que no basta con que sean ni dos ni tres veces, sino muchas más. Visto lo visto y leído lo leído, puede ser. Por todo ello y con el fin de insistir y aclarar algunos aspectos de lo ya escrito, y esperando que no tengamos que reiterarnos en nueva ocasión, volvemos al tema por segunda vez. Aquí, sólo trataremos algunos de ellos. En cuanto a la adscripción cultural de los materiales -cerámicos o noy estructuras en general, una cuestión importante es la de los términos que en los trabajos arqueológicos se emplean para su denominacióny descripción. En general, sobre este particular, se produce una verdadera confusión con el significado que cada autor quiere expresar con suspalabras:hispano-musulmán, árabe, islámico, andalusí, mudéjar, hispano-morisco. Olvidado totalmente éste último término, aún se sigue usando el también antiguo de hispano-musulmán (Salvatierra, Castillo & Aguirre, 2000; Monzón, 2010; Follana, 2012, etc.). La complicación surge sobre todo cuando se utiliza el de islámico, que aunque posee un alcance muy amplio y generalista, muy a menudo se refiere sólo a producciones andalusíes y no a las mudéjares -en este sentido, resulta totalmente ambiguo escribir fase islámica (Monzón, 2010: fig. 14), ¿a cuál de ellas se refiere: a la andalusí (omeya) o la posterior, mudéjar?, cuando los materiales que se presentan son casi en su totalidad mudéjares bajomedievales-. Es por ello, por lo que en este aspecto pensamos que hay que emplear sólo los términos: andalusí -en cualquiera de sus fases y períodos (Retuerce &Zozaya, 1986: Zozaya 2004: 267; Retuerce, 1995: 98; 2014)-, cuando los materiales y estructuras se refieren al territorio hispano bajo control de un poder islámico; y mudéjar -también distinguiendo sus respectivas fases-, cuando los materiales y estructuras culturalmente son islámicos pero están realizados en territorio cristiano, en cualquiera de sus reinos. En cuanto a tipos cerámicos mudéjares concretos, queremos incidir de nuevo en un tipo de fuente, plato o ataifor vidriado, muy frecuente durante el siglo XIII, con prolongación en el siguiente, que tiene unos antecedentes muy claros en el tipo A.27 de cronología almohade, y que fue descrito por primera vez a partir de las numerosas piezas y fragmentos encontrados en el Calatrava la Vieja Ciudad Real) (Retuerce, 1998: tipo A.27). La pervivencia a los largo de los siglos XIII y XIV está constatada por medio de piezas mudéjares que desarrollan su misma forma, y que, concretamente, en tierras del Tajo y Guadiana, hasta lo que hoy conocemos, alcanzarían una gran difusión. Las piezas mudéjares derivadas del mencionado tipo A.27 almohade se caracterizan por sólo presentar un vedríode no muy buena 51

calidad por la parte interna, mientras que por la externa sólo tiene chorretones vertidos desde la opuesta(Figs. 2, 3a y 3b), a diferencia de las propiamente almohades (1195-1212), en las que el vedrío interno es de muy buena calidad, si bien en muchas ocasiones el externo no es tan bueno e incluso es de color diferente (Figs. 4, 5a y 5b). En la Meseta, además de en Calatrava la Vieja (Ciudad Real), donde sí se conoce una segura ocupación almohade durante un corto periodo de 17 años - desde la batalla de Alarcos (1195) hasta la de las Navas de Tolosa (1212)- , se han encontrado piezas de ese mismo tipo en distintos lugares que nunca conocieron una ocupación africana: Toledo (Aguado, 1983: lám. XIA), Madrid - excavaciones propias-, Darrayel (Toledo) (Vicente & Rojas, 2014: 206 y 207) o Talavera de la Reina (Rodríguez & Moraleda, 1984: fig. 13), - ciudad ésta que tampoco llego conocer nunca una ocupación africana, pese a estar su Tierra muchas veces sometida a continuas aceifas almorávides y almohades-. Por esta razón, pienso que estas piezas, si se excluyen de momento sólo las calatravas, no son andalusíes de época taifa, como con frecuencia se han datado, sino mudéjares pertenecientes, por tanto, a la producción de esa minoría musulmana que se instala en grandes o pequeños grupos en los territorios meseteños de la Corona de Castilla durante los siglos XIII y XIV. En este mismo sentido, los recientes y muy variados hallazgos cerámicos del despoblado toledano de Darrayel (Vicente & Rojas, 2014) han venido a confirmar de forma palpable el argumento que sostenemos en un ámbito rural, aunque cercano a la ciudad de Toledo. Volviendo al argumento y por subiera alguna duda para el caso particular talaverano, en lo que atañe a la instalación o no allí de una población africana, almorávide o almohade, la aparición de piezas del tipo A. 27 en el casco urbano de Madrid - según se ha podido ver, entre otros solares de la ciudad, en alguno de los excavados por mí mismo, a través de las numerosas piezas aparecidas de este tipo formando conjunto con otras formas y tipos mudéjares de los siglos XIII y XIV, pienso que deja descartada definitivamente la atribución de todas estas piezas a un determinado momento del Madrid andalusí. En efecto, hasta el momento los ejemplares del tipo A.27, junto a otros muchos con ellos encontrados, se atribuyeron al pasado islámico andalusí de la ciudad - hay que recordar que Madrid es territorio cristiano desde 1085-, o como pertenecientes al ajuar de una supuesta población musulmana que continuó viviendo en la ciudad tras la conquista cristiana.

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La idea de pervivencia o continuidad cultural islámica omeya tras la conquista de la ciudad de Madrid, como de otros muchos lugares al norte del Tajo, se ha venido defendiendo, pienso que sin ningún fundamento, a lo largo de bastantes años por autores como Basilio Pavón -baste ver los títulos de sus libros y artículos, donde la unión de las palabras islámico y mudéjar es una constante. Según esta teoría, todas las técnicas, modelos y gustos cerámicos, como manifestaciones heredadas de esa cultura islámica andalusí, se habrían mantenido en la Meseta a lo largo de los siglos XII y XIII. En esta misma o parecida línea, algunos autores sostienen la total pervivencia del uso de la cerámica omeya, la de su fase taifa, a lo largo del siglo XII en poblaciones como Madrid, e incluso, la continuidad en el uso de técnicas como la del verde y manganeso. Sergio Martínez y Pedro Matesanz (1991) matizaron esa absoluta continuidad cerámica, pensando que en la antigua Marca Media, a partir de mediados de siglo XII, se produjeron ciertas transformaciones estilísticas y formales en la fabricación de la cerámica. En referencia a todas estas atribuciones acerca de la continuidad a lo largo del siglo XII, con mayores o menores transformaciones, de los modelos y técnicas omeyas, creo conveniente realizar varias puntualizaciones. En primer término, por razones políticas y estratégicas, según todos los testimonios recogidos por las fuentes escritas, tanto islámicas como cristianas, la importancia de la población musulmana -a la que damos el calificativo de mudéjar- que pudo quedar durante el siglo XII y primeras décadas del siguiente en poblaciones del valle del Tajo, como Madrid -otro caso distinto sería el de Toledo-, fue escasa, debido a“…la presión ejercida con su presencia por los repobladores, la necesidad de culminar la conquista e introduciendo los modos de organización social, económica y política castellanos, marginando lo posible a los mudéjares, cosa más urgente en Toledo por cuanto al otro lado de la frontera seguía viva la amenaza islámica” (Ladero, 1989: 26) hizo que fuera empeorando en la inicial situación permisiva para la población musulmana de la Meseta. Las citas escritas inducen a pensar que la gran mayoría de los musulmanes, antes o poco después de la entrada de los cristianos, abandonaron colectivamente esta tierra. … en el reino toledano, el subsiguiente avance de los almorávides y su tono de intransigencia era una razón para que algunos se pasaran a las tierras que iban conquistando o les acompañaran 53

en las retiradas de las frecuentes incursiones, especialmente a partir de la de 1097,… Por el tono de la lucha, militarmente no era aconsejable en ninguno de los campos la presencia de grupos de diferentes ley cerca de tierras fronterizas. Esta deserción, así como la acción de las tropas almorávides, explican que se produjesen cantos vacíos en el campo,… De análoga forma se explica que las ciudades se estructurasen en collaciones de cristianos ocupando todo o casi todo el casco urbano (González, 197576: II, 129). De esta forma, y refiriéndonos al caso particular de la importancia del fenómeno mudéjar en la Meseta durante el siglo XII, se podría aducir que constituye un ejemplo más de la dicotomía que se suele producir entre los resultados obtenidos por la investigación histórica. La mayoría de los autores que se han basado en las fuentes escritas insiste en la escasa importancia cultural de la población mudéjar en la mayor parte del territorio castellano durante el siglo XII y las primeras décadas del siguiente (González, 1975; Pastor&alii, 1968; Pastor,1975; 1988;Portela, 1985; Ladero, 1989; Miguel, 1988; 1989; 1990; Molenat, 1997; Echeverría, 2001-2002). En definitiva, la situación de los mudéjares en la Meseta se resume muy bien por parte de los dos últimos autores. Así, J-P.Molenat (1997: 27-53), piensa que tras 1085, a lo largo de un siglo medio, hay una ausencia de población musulmana en las tierras de Toledo, que emigra hacia el sur tras la conquista cristiana, y que, por el contrario, a partir de mediados del siglo XII, se da una llegada masiva de mozárabes al territorio del Tajo desde tierras andaluzas; abundando en ello, Ana Echeverría (2001-2002: 3637) comenta que hay pocas “referencias a mudéjares en muchos fueros y que la emigración había empezado ya antes de la conquista de la ciudad, cuando el hambre asolaba la zona. Entre las razones para la emigración suelen citarse la ruptura de las capitulaciones con la violación y consagración como iglesia de la mezquita aljama, la ausencia en la ciudad de una morería y la falta de datos sobre presencia musulmana en la campiña toledana circundante”. Pese a ello, sin tener en cuenta las opiniones anteriores, algunos autores que se refieren a la Meseta norte (Maíllo, 1993: 20; García-Arenal, 1995: 19-20), tratando de desligar el fenómeno mudéjar de una posible permanencia en esas tierras de una población residual andalusí, piensan que la llegada de musulmanes (mudéjares) a esta zona se produce desde tierras toledanas, una vez que el valle del Tajo pasa a manos castellanas; es decir, durante el siglo XII. Según expondré, estando de acuerdo en la primera cuestión, en la cronológica, pienso que habría que retrasarla al siglo XIII. De todas formas, no faltan 54

autores, como Leopoldo Torres Balbás (1954: 21), que pensaron que en muchas ciudades, como sería el caso de Toledo, la población musulmana no emigró. También cabe que una total uniformidad en esa emigración musulmana no se diera, pues parece en determinadas zonas, las más orientales de Castilla y las más cercanas al reino de Aragón y menos urbanizadas, la población musulmana continuara en sus poblados. Podría ser el caso de Molina de Aragón (Guadalajara) (Sancho, 1916: 22 y ss.), si bien Cortes & Lázaro (1995: 190) piensan que fue en el siglo XIII cuando hay una fuerte llegada de población musulmana a este lugar. Incluso, tras la conquista de ciertos territorios, estos conocieron la llegada de nuevospobladores desde tierras muy lejanas y desde otros reinos; sería el caso de Ágreda (Soria), donde pensamos que muchos moros buenos del valle del Ebro fueron trasladados a esta ciudad e instalados por Alfonso en su morería - precisamente a intramuros, mientras que los nuevos pobladores cristianos se instalaban fuera del recinto defensivo- (Retuerce &Hervás, 2000). Por el contrario, los datos obtenidos por algunos representantes de la investigación arqueológica, a través de la cultura material, afirman que existe un gran peso cultural de la población mudéjar en la Meseta durante el mismo periodo de tiempo (Pavón, 1975, 1977a, 1977b, 1981-1982, 1983, 1984; Valdés, 1990; Rubio &Werner, 1990; Aguado &alii, 1994).Sin embargo, pienso que en este caso concreto la tan manida dicotomía entre Historia y Arqueología medieval no existe, pues las premisas en que se apoyan los mencionados estudios arqueológicos son bastante débiles. En resumen, los trabajos arqueológicos que defienden la idea de la importancia de la población mudéjar durante los siglos XII y XIII parten de unos supuestos no demasiado fundados y, a menudo, totalmente confusos, como es el de la adscripción cronológica al siglo XII de materiales correspondientes en realidad a los siglos XIII y XIV. En definitiva, el problema no deriva de la documentación arqueológica en sí, pues ésta es siempre objetiva, sino sólo de la subjetividad que se manifiesta en algunos de los trabajos sobre materiales arqueológicos realizados hasta el momento en la Meseta. A continuación, paso detenerme en alguno de ellos. En primer lugar, es necesario prestar atención a la ingente cantidad de trabajos realizados por Basilio Pavón (1975, 1977a, 1977b, 1981-1982; 1982; 1983, 1984, etc.). En todos ellos, segúnse mencionóanteriormente, se habla constantemente de lo “islámico y mudéjar” con el sentido de una total continuidad cultural entre los siglos IX-XII y XII-XV, e incluso el XVI. Y 55

ello, si se deja al margen el hecho de que, ya por su presentación y desarrollo, estos trabajos están totalmente al margen de cualquier línea o corriente de investigación arqueológica moderna, pues se mezclan - sin ninguna clase de escalas, con dibujos al bies, en escorzo, a vista de pájaro, etc.- . En un tótum revolutum, “pseudocroquis” de fragmentos cerámicos recogidos en superficie a los que se les da una general y amplísima cronología islámica. Si se revisa la totalidad de la documentación gráfica que acompaña los trabajos de dicho autor, se podrá comprobar que los fragmentos cerámicos recogidos en cada uno de los yacimientos que se presentan en ellos cubren un amplísimo periodo de tiempo: desde una etapa romana hasta el siglo XVI, pasando por todos los siglos medievales. Así, se presentan juntos y sin ninguna distinción,cerámica propiamente islámica del período omeya, de Teruel, mudéjar de los siglos XIII, XIV ó XV, de Manises, de repoblación cristiana, etc. Ello, por otro lado, no deja de ser normal cuando un lugar ha estado poblado, con diversas fases y grados de ocupación, en muy distintos momentos culturales, y -aquí reside el problema- cuando la muestra cerámica que se recoge en ellos no es analizada y estudiada, presuponiendo que es toda ella islámica; así, en general y sin más especificaciones. Por lo tanto, en cuanto a la cerámica, por lo menos, los repetidos títulos del mencionado autor sobre arte y arqueología islámico-mudéjares no responden a lo que se contiene en ellos. En parecido y confuso sentido, aunque con una buena documentación gráfica, María Jesús Rubio y Sigrid Werner (1990) dedican unas líneas a la cerámica altomedieval encontrada en la excavación de los vertidos de un solar de la calle de los Madrazo de Madrid - junto al edificio del Banco de España- . En primer lugar, no se acaba de comprender qué entienden las autoras por altomedieval, cuando el solar - situado en la prolongación de la antigua calle de la Greda, hoy de los Madrazo, junto al antiguo salón del Prado, hoy paseo del mismo nombre, y donde hasta poco antes de 1861 (Mesoneros, 1861:240) no había otra cosa que los jardines y corralones de los antiguos palacios de los duques de Maceda y de Monterrey - y no de Villahermosa, tal como afirman las autoras, que estaría situado más al sur- , o, en época anterior, unos montecillos gredosos donde sólo había cuevas de gitanos (Peñasco &Cambronero, 1889: 249)- se localiza a más de 1.400 m del último arrabal exterior a la muralla islámica de Madrid; período éste que es el único que se puede considerar como altomedieval en la ciudad. Desde luego, podría tratarse de un nuevo núcleo de población islámico, hasta ahora desconocido. Pero la misma identificación del lugar 56

como un vertedero por parte de las autoras descartaría esta novedosa y feliz hipótesis sobre el pasado medieval madrileño. Entonces, ¿a qué se refieren las autoras con el término altomedieval? Parece que a una parte de la cerámica que allí fue acarreada y que después fuehallada en los estratos artificiales de las cotas más bajas del solar: otra parte estaba compuesta por fragmentos de “loza blanca y cerámica de tipo Talavera”, encontrada en los estratos artificiales de las cotas altas del solar - entre la cota 0 y la -3,40 m)- y a la que asignan una cronología altomedieval de fines de siglo XI y principios del XII,“especialmente para las formas abiertas tipo ataifor mientras que, en el caso de las jarras, la aproximación temporal sería mucho más amplia y podría situarse tentativamente entre los siglos XII y XV” (Rubio & Werner, 1990: 282). Efectivamente, para el caso de las jarras estamos de acuerdo, pues son labor mudéjar de los siglos bajomedievales, pero no para las formas abiertas tipo ataifor, puespensamos que son asimismo bajomedievales y coetáneas, por tanto, de esas mismas jarras (Rubio & Werner, 1990: figs. 1 y 2). Si se pudiera considerar como algo leve el confundir una datación en varios siglos - sería síntoma de que, arqueológicamente, no se conocen suficientemente los materiales pertenecientes a todos estos siglos medievales- , el hecho de dar unas atribuciones al siglo XII es todavía más grave, pues, además de lo anterior y de confundir una etapa altomedieval con otra plenomedieval, se desconocen los pormenores históricos de la ciudad de Madrid. Así, según toda la bibliografía basada en las fuentes escritas, (González, 1975; Pastor&alii, 1968; Pastor, 1975, 1988; Portela, 1985; Miguel, 1988; 1989; 1990; etc.), casi la totalidad de la población musulmana madrileña, posible continuadora de la tradición omeya, abandonó la ciudad tras la ocupación cristiana, pasando sus mezquitas a convertirse en iglesias de los nuevos pobladores. Si bien pudo quedar algún resto de población, ésta sería muy escasa y poco probable de ser capaz de poder ser protagonista de la producción y uso de los numerosos fragmentos cerámicos islámicos que se encuentran en la ciudad. Ello significaría sobredimensionar la importancia de esa población residual musulmana durante esos primeros años que transcurrieron tras el paso de Madrid a Castilla. Se ve pues que se mantiene esa confusión entre una supuesta producción cerámica mudéjar del siglo XII, denominada en este caso como altomedieval, con la verdaderamente mudéjar de los siglos bajomedievales. En efecto, tanto en Madrid como en otros lugares de la Meseta se encuentran materiales cerámicos mudéjares, pero pertenecientes a una fase 57

muy tardía, pertenecientes aun periodo comprendido entre uno y tres siglos después del año 1085; y presentándose entre ellos alguna forma abierta (Aguado &alii, 1990: 1.4; Rodríguez & Moraleda, 1984: fig. 13.4, 7 y 9), directamente derivadas del tipo A. 27 de origen y cronología almohade. Sin embargo, aunque todas estas cerámicas mudéjares han deser consideradas como islámicas, no sonherederas del periodo omeya -como corrientemente se afirma-, sino del posterior período africano y, concretamente, de su fase almohade. Todos sus rasgos, tanto formales como decorativos (Retuerce y Zozaya, 1991), así parecen demostrarlo: los anillos de solero de las bases son siempre diagonales al interior y redondeados al exterior, además de ser corrientemente bastante altos; se presenta alguno un umbo muy desarrollado por debajo de la base; el vedríogeneralmente no es de demasiada calidad, aplicándose generalmente sólo en la superficie interior de las piezas -cuando el exterior está vidriado es apenas perceptible, tal como también era relativamente frecuente en determinadas piezas cerámicas almohades-; su color suele ser el verde muy apagado o de tonalidad olivácea o de color de melado con irisaciones -el melado y mucho menos el blanco no son muy frecuentes-; la única decoración que se presenta es la formada por dos grupos de círculos concéntricos incisos, de a dos circunferencias, en la parte baja de la cara interior de las piezas, y que se asocia a la estampillada a base de motivos muy diversos -geométricos, florales (Figs. 6a, 6b, 7 y 8), epigráficos (Figs. 9a y 9b), Mano de Fátima (Figs. 11a y 11b), etc.-, cargados de simbolismo, que en la misma pieza hde forma repetitiva se muestran en un número entre cinco o nueve, dependiendo del tamaño del ejemplar cerámico (Retuerce & Casero, e.p.). Si los referidos atributos de las cerámicas mudéjares de la Meseta se dieron también en la cerámica taifa es algo que, de momento, no se puede saber. La falta de testimonios arqueológicos hace pensar así. En pocas palabras, muy mal se puede heredar -supuesta cerámica mudéjar de finales del siglo XI y siglo XII- si antes el progenitor -cerámica omeya, en su fase taifa o epiomeya- no ha llegado a tener, de facto o en potencia, algo atributos cerámicos- que poder transmitir. Pese a todo lo que demuestran las fuentes escritas y los propios materiales arqueológicos, se podría seguir diciendo que esta cerámica mudéjar sería consecuencia de la evolución durante los siglos XII y XIII de la cerámica taifa toledana y meseteña, pero esto resulta muy improbable. Con ello, se estaría afirmando que dos producciones de cerámicas contemporáneas -la supuestamente mudéjar del siglo XII y de las primeras 58

décadas del XIII y la andalusí correspondiente a los imperios africanos) se estarían desarrollando paralelamente y de la misma manera sin conocerse y cuando las tierras meseteñas del reino de Castilla se están viendo continuamente razziadas por las fuerzas de los imperios africanos. Podría ser, pero al menos que hubiese una “quinta columna” africana en tierras castellanas que se dedicase, en vez de a informar, a “tornear” exactamente la misma cerámica que la que se elaboraba en las tierras meridionales propiamente andalusíes, pienso que ello es de todo punto imposible. La explicación pienso que es sencilla. ¿No es más fácil pensar, con el apoyo de las fuentes escritas y arqueológicas, que toda esa producción cerámica mudéjar que se encuentra en los yacimientos meseteños no es sino producto de la labor de la población mudéjar emigrada a Castilla a lo largo de los siglos XIII y XIV?. Y, a la vez, ¿que esta población musulmana (ahora mudéjar), tras abandonar las tierras del Guadalquivir, etc., se trajera consigo su propia tradición alfarera, muy fuertemente impregnada para entonces de los nuevos aportes y gustos llevados a al-Andalus por los imperios africanos?. Pienso que sí.De este modo, esa supuesta dicotomía que, en principio, podría plantearse entre las fuentes escritas y las arqueológicas no es auténtica cuando la investigación parte de premisas veraces. Pues, según lo que se lleva dicho, ambas vías de investigación, que siempre ante ir estrechamente ligadas, concuerdan perfectamente. Lo que resulta falso son algunos de los resultados de trabajos que parten de supuestos realizados a la ligera o con teorías apriorísticas que distorsionan la realidad de los materiales. Un argumento más en contra del supuesto gran peso del mudejarismo en el siglo XII:la mera mención en algún fuero de dicho siglo de una población musulmana no debe ser tomada como argumento para acentuar la importancia que dicha minoría pudo tener en las respectivas localidades. Sin ir más lejos, aunque en el fuero de Calatalifa (año 1141), las minorías musulmana y judía aparecen mencionadas, sólo lo es como una gente que puede establecerse en el lugar -lo cual no quiere decir que el hecho se hiciera efectivo-, y que tienen restringidos bastantes de sus derechos:“…Quicumque vero de populatoribusCalatalifeexceptismauris et iudeis, tendam in suahereditatefecerit, eamsemper iure hereditario posideat. Maurus vero et iudeus si ibitendamhabueritnisieamilli iure hereditario possideant concedo, sit de palacio” (Villar, 1986: doc. nº 33). Centrándome precisamente en la mencionada Calatalifa (Madrid), desde una aproximación arqueológica,también se confirma que la propia colonización cristiana del lugar no llego a ser nunca muy efectiva, cuanto 59

más la potencial mudéjar y, me atrevería decir, que casi “non nata”, y según demuestran los sucesivos intentos realizados para que lugar fuera poblado. Tras la realización de varias campañas de excavaciones en dicho yacimiento, sigo pensando que “en Calatalifa, el antiguo poblado islámico sí que es ocupado y tiene un uso, pero como necrópolis cristiana. La escasísima población cristiana, de muy pocas familias con cultura y economía fundamentalmente ganadera, a los pocos años iría abandonando el lugar según demuestran las fuentes escritas y los escasísimos restos de cerámica encontrados, buscando tierras más favorables, ricas y demás fácil acceso; con toda probabilidad, al otro lado del río Guadarrama, en el hoy despoblado de Sacedón (Villaviciosa de Odón)” (Retuerce, 1982:134). La despoblación de Calatalifa se constata en 1270, cuando el lugar aparece ya mencionado como un viso que el concejo segoviano da a García Martínez, notario de Alfonso X (Villar, 1986: doc. nº 181). Otra cuestión es el de la local pervivencia de determinados alfares andalusíes en la ciudad de Toledo, después de la ocupación cristiana de 1085. Me refiero a los relacionados con el testar del Puente de San Martín. En efecto, parece que esta ciudad fue una de las pocas localidades donde pudo permanecer una población musulmana, produciendo, entre otras manufacturas, la de la cerámica, -en 1135 consta como el musulmán Aben Taurino actuaba como “amin de los alfareros” (González, 1975: II,372, según doc. mozárabe nº 23, publicado por González Palencia)-. Pero de ahí, deducir, como resultado de esta dedicación a la alfarería de alguna de esta población musulmana, que los hallazgos del testar del puente de San Martín son una prueba de que sus correspondientes alfares están actuando en Toledo hasta mitad del siglo XII, produciendo el mismo tipo de cerámica que en el siglo XI (Aguado &alii, 1990: 124), pienso que es algo, en principio, bastante aventurado. Los argumentos que se emplean son los siguientes (Aguado &alii, 1990): 1º: a lo largo un periodo de paz -durante el siglo X-, los alfares ocupan la zona baja de la ciudad de Toledo -en el circo romano-, según los resultados de la excavación de Sergio Martínez, 1990;2º: durante un periodo conflictivo o de guerra -correspondiente al siglo XI y la primera mitad del XII- los alfares se suben a la zona alta de la ciudad;3º: a partir de la segunda mitad del siglo XII -tomando una cita, sin número, de uno de los documentos mozárabes publicados por González Palencia (1930)-, los alfares se trasladan a la arrabal de la Antequeruela. En general, parece lógico que los alfares traten de situarse siempre en los lugares más cercanos a la arcilla y al agua, generalmente los más bajos, y 60

en una posición a favor de los vientos dominantes, lo más alejada posible de los núcleos habitados. Pero, por muy diversas causas, siempre hay excepciones a esta situación ideal. Refiriéndome en concreto a Toledo, parece lógico que sus alfares se situaran en la vega y no en la parte más alta de la ciudad; pero, en ocasiones, como parece demostrarse en el testador del puente de San Martín, se suben a un lugar dentro delcerro del núcleo urbano. ¿Cuándo sucede esto?. Con todas las precauciones, también sería normal pensar en un momento conflictivo y de guerra. Pero en Toledo se constata la existencia de alfares en la vega y en los arrabales -en 1175, en los de San Isidoro y Santiago (González, 1975: II, 372, según los documentos nº 122 y 167 de González Palencia), precisamente, a diferencia de lo que opinan Aguado &alii (1990: 124), durante un periodo altamente conflictivo donde consta -años de 1171, 1172, 1173, 1177, 1182, 1185, 1196 y 1197- que los alrededores de la ciudad y sus arrabales, pese a estar alguno de ellos cercado, se ven continuamente amenazados por las incursiones al territorio toledano (Pastor, 1968: 195; González, 1975: I, 229-238). Por lo tanto, la paz o la guerra, aunque sí podrían explicar algunas situaciones en determinados periodos, no son siempre causas únicas para fijar la instalación de los alfares en la parte baja o alta de Toledo. Habría que buscar, además, otras causas: económicas, sociales, políticas, etc. Por otro lado, todo ello plantearía una serie de preguntas de muy difícil respuesta: si se continúanelaborando las mismas cerámicas en Toledo, tras su conquista en 1085, ¿cómo se pueden diferenciar los materiales del siglo XI -periodo preconquista- de los delos del XII -periodopostconquista?, ¿Por qué han de fecharse entonces esos alfares en el siglo XI y no en el siguiente?. Y, como consecuencia, ¿no cabría considerar, si la cerámica de ambos siglos es la misma, que el alfar perteneciera a cualquier momento del siglo XII y no a alguno del XI?. Sin embargo, pienso que lo más normal es que los alfares correspondientes al testar del puente de San Martín pertenezcan a un momento anterior a la conquista cristiana de la ciudad. ¿A cuál de ellos?. En principio, parece que a cualquiera del siglo XI, pero podrían pertenecer a muy diversos momentos del inicio de la actividad serían incluso varios los alfares, a la vista de la enorme cantidad de fragmentos de existentes (Aguado &alii, 1990: 123)-, desde finales del siglo X hasta fines del XI, con una muy distinta vida activa, y que es totalmente desconocida e imposiblede individualizar para cada uno de ellos. Hay que recordar que se está hablando de un enorme testar, y no de un alfar, por lo que sólo se puede hablar del producto total tirado por este rodadero de la 61

ciudad, procedente de la suma de los desechos del conjunto de alfares que en este lugar vertían. La existencia de alfares en esta parte baja de Toledo -el circo romanodurante el siglo X no es prueba suficiente. Primero, porque no parece que esté suficientemente probado, aunque ello pudiera ser perfectamente posible, el que estos alfares del circo romano se puedan datar en el siglo X. Segundo, si ello fuera así, dichos alfares -su producción es igual a una parte de la aparecida en el testar del puente de San Martín- pudieron estar coexistiendo perfectamente con los situados en lo alto de la ciudad -pocos o muchos, según este largo período de tiempo que transcurre entre el siglo X y los finales del siglo XI-. La aparición de cerámica de “cuerda seca” -casi toda ella parcial- en el testar, sólo significa que en lo alto de la ciudad hubo alfares -pocos o muchos- que la produjeron. ¿Pero en qué momento?. Se vuelve a lo mismo: en cualquiera de los comprendidos entre el siglo X y el XI, y luego y no únicamente en uno perteneciente a los momentos finales de este último siglo. Por otro lado, el argumento de que “en un momento posterior,…., se interrumpió el vertido de restos de alfar por aquella zona. Las causas debieron ser dobles. De un lado, la finalización de las producciones alfareras o, más bien el traslado de los talleres a otras zonas de la ciudad o de su entorno; de otro, la construcción de un edificio -civil o militar- en el borde mismo del farallón rocoso, certificado por la presencia a media ladera de grandes bloques de mampostería procedentes de su ulterior derribo. Ambos motivos, contemporáneos o no, evitaron la realización de nuevos vertidos y, en lo que se refiere al segundo, sellaron aquel sector de la ladera impidiendo la acumulación de otros,….” (Aguado &alii, 1990: 118), no creo que sea válido. Aparte de que el supuesto edificio podría atribuirse a cualquier momento medieval o moderno posterior -no se especifica su cronología-, en este testar, además de una inmensa mayoría de fragmentos que, como se dijo anteriormente, pienso que tienen una cronología andalusí, existe una relativa contaminación -no se sabe si poca o mucha hasta que la totalidad de los materiales sean publicados en conjuntode cerámicas medievales muy posteriores -mucha de ella mudéjar- de los siglos XIII, XIV, etc. (Aguado, 1983: láms. IX, X, XXX, XXXI, XXXIa; Bosch & Chinchilla, 1987: fig. 1; López, 1987: fig. 1.1, 7-8 y 16-17; Aguado & alii, 1990: fig. 1.4, 2.3-5, 3.1, 4.8-9). En este sentido y a falta de que los hallazgos se puedan ser presentados con unas escalas más plausibles, pensamos que muchos de los materiales de la excavación del 62

monasterio dominico de San Pedro Mártir de Toledo, atribuidos a los años a caballo de los siglos XI y XII (López, 1995: 219-220). Es así que tras la exposición de todos estos argumentos, pienso que también desde el punto de vista arqueológico, se confirman las opiniones expresadas por J. P.Molenat y R. Gonzalves en contra de la sobrevaloración del mudejarismo toledano tras la conquista, retrasándolo hasta la Baja Edad media: “el centro principal del mudejarismo en Castilla la Nueva suele situarse en Toledo. Sin embargó, no parece que hubiera muchos moros en dicha ciudad durante los siglos XII y XIII. La documentación mozárabe publicada sólo cita una treintena de ellos, la mayor parte cautivos. Los documentos latinos y romances añaden otros tantos más. La aljama de los moros de Toledo es citada como tal sólo a principios de siglo XIV, y contaba con una vez pequeña mezquita junto al mercado. Las menciones de moros toledanos nos son más abundantes en el siglo XIV, lo que debe interpretarse en el sentido de que el crecimiento de esta minoría era el reciente, efectos de las frecuentes manumisiones de esclavos y del asentamiento de mercaderes y menestrales”, (cit. por Ladero, 1989: 29). En definitiva, de nuevo, los datos proporcionados por una y otra clase de documentación -la escrita y la arqueológica-, no están en contradicción entre sí. Un tema de gran interés, al que en líneas anteriores nos hemos referido brevemente y que en nuestra opinión aún está por estudiar con más atención dentro de la cerámica mudéjar, es el de la producción estampillada desarrollada en formas abiertas bajo cubierta vidriada -ataifores, zafas, fuentes, platos, etc.-, que con muy variados motivosy disposiciones aparece enuna buena parte del territorio castellano. Aunque no son muchos los materiales publicados, hay que mencionar los variados elementos estampillados diferenciados en el yacimiento de La Bobadilla (Illescas, Toledo) (Oñate &alii: 2010: 50-60, figs. 11 y 12), donde además se encontraron dossellos-estampillas (Oñate &alii: 2010: 60, figs. 13). A este respecto, pienso que se trata de sellos decorativos para tinajas, que no para platos u otras formas abiertas, pues para éstas se requiere que el sello individualice el motivo de que se trate; una cuestión que no se presenta en estas interesantes piezas, que son testimonio también de la existenciade una producción alfarera en pequeños centros rurales -¿de época andalusí o ya posterior y, por tanto, castellana y mudéjar?-. Por otro lado, se trata de sellos cerámicos que son muy semejantes a los documentados en Calatrava la Vieja(Ciudad Real) y a los que en su momento dimos una cronología almohade (Melero, Retuerce &Hervás, 2009: 742 y 753, piezas nº 28 y 29), pero que a la vista de los hallazgos de Illescas podrían ser entonces 63

posteriores y por tanto mudéjares. Además de en el yacimiento toledano, platos, fuentes o ataifores mudéjares con vedrío y con decoración estampillada aparecen en Plasencia (Matesanz& Sánchez, 2001: 298-292), Medinaceli (Gómez, 1996: fig. 7), Madrid, tierras toledanas (Martínez &Matesanz, 1991: fig. 2 f y h, fig. 3 b),Talavera de la Reina (Toledo) (Rodríguez & Moraleda, 1984: 145, fig.10.1-21, 11 a 12), Granados (Toledo) (Sánchez &alii, 2007: 90-91), y de forma muy abundante, en Calatrava la Vieja (Retuerce & Casero, e.p.).Unos platos mudéjares vidriados estampillados que, además de encontrarse en Castilla, aparecenen Tudela (Navarra) (Navas & Sola, 2009: 65; Zuazúa&alii, 2015: fig. 46). De todas maneras, el antecedente de la decoración estampillada enformas abiertas bajo cubierta vítrea hay que buscarla precisamente en época almohade, tanto en la propia Calatrava la Vieja -en piezas abiertas con un vedrío de buena factura en ambas superficies-, en sur de al-Andalus -Sevilla y Algeciras-, Levante -Cocentaina y Denia- o en las tierras más occidentales de las portuguesas Mértola, Lisboa, Vale do Boto, Cacela Velha, (Gómez, 2014: 183-184). Para concluir este breve trabajo sobre algunos aspectos de la cerámica mudéjar castellana, hay que advertir que aún hay bastantes cuestiones por investigar e insistir. Entre otras, algunas de las que Ana Echeverría (20012002: 36-37) menciona, como la de la“ausencia de datos sobre los traslados masivos de población desde Andalucía hacia el norte en el siglo XIII -y quizá XlV-. El alzamiento de los musulmanes andaluces, murcianos y del reino de Granada entre 1264 Y 1267 obligó a Alfonso X a replantearse su política respecto al estatuto de estas poblaciones, que quedaron desamparadas al haber incumplido los pactos que habían firmado. Se produjo entonces un traslado forzoso de musulmanes del que ha quedado poco rastro en las fuentes, la expulsión de los mudéjares de las ciudades principales y su sustitución por repobladores cristianos, así como el establecimiento de esta población en núcleos rurales a cierta distancia de sus lugares de origen. Se ignora por completo la posible distribución de esos pobladores en Castilla. Hay que suponer que la desconfianza de Alfonso X le llevara a alejar a esa población más posible de la frontera, situándolos en las tierras seguras del norte de Castilla, donde serían más fácilmente asimilables por la población, y donde además tendrían un estatuto regido por los fueros y las leyes reales, en vezdel estatuto particular garantizado por las capitulaciones fronterizas”.

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Ver la continuación de las referencias bibliográficas al final del artículo, y que por error no fueron incluidas en la edición original de las Actas

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Fig. 1: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/15/322/8.

Fig. 2: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/18/37/11.

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Fig. 3a : Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/26/529/22.

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Fig.. 3b: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/26/529/22.

68

Fig. 4: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/15/446/8.

Fig. 5a: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/17/94/167.

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Figs. 6a y 6b: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/33/10/5.

Figs. 6a y 6b: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/33/10/5.

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Fig. 7: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/33/8/48.

Fig. 8: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/28/59/40. 71

Figs. 9a y 9b: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/19/7/31.

Figs. 9a y 9b: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/19/7/31.

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Figs. 10a,: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/30/13/53.

Figs. 10b Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/30/13/53.

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Figs. 10c: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/30/13/53.

Fig. 11: Calatrava la Vieja (Ciudad Real): CV/19/112/39

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NOTA: lamentablemente, en la edición original de la Actas (Tetuán, 2017) sólo se incluyeron los seis primeros títulos de la Bibliografía. Ahora, aquí, en este PDF se incluye la totalidad que acompañaba a la Ponencia: BIBLIOGRAFÍA: AGUADO VILLALBA, José (1983): La cerámica hispanomusulmana de Toledo. Madrid. AGUADO, José & alii (1990): “El testar del Puente de San Martín (Toledo)”. En: Fours de potiers et "testares" médiévaux en Méditerranée occidentale. Madrid, 117-130. ALONSO FERNÁNDEZ, Carmen (2013): “Arqueología de las fuentes de agua en las ciudades medievales. San Juan en Lerma y San Ginés en el arrabal de Vega (Burgos)”. Boletín de la Institución Fernán González, 247, p. 437-454. BOSCH, Carmen & CHINCHILLA, Marina (1987): “Formas cerámicas auxiliares: anafes, arcaduces y otras”. II Congreso de Arqueología Medieval Española (Madrid, 1987). 2 vol. Madrid, p. 491500. CORTÉS, Mª Elena & LÁZARO, Inmaculada (1995): “¿Continuidad o ruptura entre musulmanes y mudéjares?: el ejemplo de Molina de Aragón (Guadalajara)?. Wad-al-Hayara, 22, p. 177-214. ECHEVARRÍA ARSUAGA, Ana (2001-2002): “Los mudéjares de los reinos de Castilla y Portugal”. Revista d'historia medieval, 12, p. 31-46. FOLLANA FERRÁNDEZ, Nuria (2012): “Los documentos como fuente para la arqueología: la cultura material hispano-musulmana de la ciudad de Baza a través de los protocolos notariales”. @rqueología y Territorio, 9, p. 173-182. GARCÍA-ARENAL, Mercedes (1995): “El hundimiento del conllevarse. la Castilla de las tres culturas (I): minorías religiosas”. En: Historia de una cultura. Las Castillas que no fueron. Valladolid, p. 9-54. GÓMEZ MARTÍNEZ, Susana (1996): “Cerámica islámica de Medinaceli”. Boletín de Arqueología Medieval, 10, p. 123-182. GÓMEZ MARTÍNEZ, Susana (2014): Cerámica islámica de Mértola. Museu de Mértola. Mértola. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Julio (1975): Repoblación de Castilla la Nueva. 2 vol. Madrid. GONZALEZ PALENCIA, Angel (1926-1930): Los mozárabes de Toledo en los siglos XII y XIII. 4 vol. Madrid. LADERO QUESADA, Miguel Angel (1989): Los mudéjares de Castilla y otros estudios de historia medieval andaluza. Granada. LÓPEZ del ÁLAMO, Paloma (1987): “La cerámica de vedrío melado. Estado de la cuestión“. II Congreso de Arqueología Medieval Española (Madrid, 1987). 2 vol. Madrid, p. 731-741. LÓPEZ del ÁLAMO, Paloma (1995): “El proceso de mudejarización en la cerámica de al-Andalus”. V Semana de Estudios medievales de Nájera. p. 217-225. MAÍLLO SALGADO, Felipe (1993): “Sobre la presencia de los muslimes en Castilla la Vieja en las Edades Medias”. En: Seminario, repoblación y Reconquista. Actas del III Curso de Cultura Medieval, Aguilar de Campoo, septiembre de 1991. Coord. José Luis Hernando Garrido & Miguel Ángel García Guinea. Madrid, p. 7-22. MARTÍNEZ, Sergio & MATESANZ, Pedro (1991): "Cerámicas cristianas y musulmanas de la Marca Media Central: siglos X, XI y XII". En: A cerâmica medieval no Mediterrâneo occidental. Mértola, p. 273-284. MATESANZ, Pedro & SÁNCHEZ, Cristina (2001): Intervención arqueológica en el convento de San Vicente Ferrer de Plasencia (Cáceres): cerámicas de los siglos XIII al XV. En: Garb. Sitios islámicos del Sur Peninsular. Mérida-Lisboa, p. 283-309. MELERO, Manuel; RETUERCE, Manuel & HERVÁS, Miguel Ángel (2009): “Cerámica del siglo XIII en Calatrava la Vieja (Ciudad Real)”. VIII Congreso Internacional de cerámica medieval del Mediterráneo (Ciudad Real-Almagro, 2006). Ciudad Real, p. 759-772. MESONEROS ROMANOS, Ramón de (1861): El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa. Madrid. MIGUEL RODRÍGUEZ, Juan Carlos de (1988): Los mudéjares de la Corona de Castilla. Madrid. MIGUEL RODRÍGUEZ, Juan Carlos de (1989): La comunidad mudéjar de Madrid. Madrid. MIGUEL RODRÍGUEZ, Juan Carlos de (1990): “La población mudéjar madrileña entre la conquista cristiana y el siglo XIII”. En: Madrid del siglo IX al XI. Madrid, p. 309-318.

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