Apuntes sobre confinamiento y expulsión

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Descripción

Apuntes sobre Confinamiento y Expulsión

Alberto Guerrero, septiembre 2015

ÍNDICE

1.

Introducción ................................................................................................................... 3

2.

La época de la expansión ............................................................................................... 6 2.1

Requerimientos y encomienda ...................................................................... 6

2.2

Enterrad mi corazón en Wounded Knee ....................................................... 9

2.3

Una cadena de esclavitudes ......................................................................... 11

3.

El mundo está lleno ..................................................................................................... 15

4.

La «nuda vida» ............................................................................................................. 19

5.

¿Cuestión de derechos? .............................................................................................. 22

6.

Campos de concentración modernos ......................................................................... 27

Bibliografía ........................................................................................................................... 33

*** La cuestión es cerrar el círculo: evitar que salgan desde las costas del Norte de África (externalización); si logran embarcar, que sean inmediatamente interceptados (Frontex); si consiguen llegar, que sean detenidos (un extraordinario sistema de Centros de Detención por toda Europa) y finalmente devueltos (acuerdos de readmisión). (APDHA, 2015)

*** 1. Introducción Este pretendía ser un trabajo sobre los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). En la legislación española su excusa es “la custodia preventiva y cautelar de extranjeros para garantizar su expulsión, devolución o regreso” 1. Detrás de esas palabras se esconde la legitimación para encerrar a personas por haber entrado de manera irregular en el país, o por no haber logrado renovar el permiso de trabajo. En los últimos años colectivos, ongs y personas de la academia han hecho un trabajo estupendo dando a conocer, documentando y denunciando las condiciones en que se malvive en esos centros, las contradicciones que suscitan en materia de derechos, la situación de indefensión a la que se somete a las personas internas… Me interesaba «jugar» con los dos conceptos que aparecen en la definición de los CIE. El confinamiento como medida y la expulsión como excusa para la medida2. Europa ha gestionado en muchísimas ocasiones su relación con otros pueblos siguiendo una misma pauta definida por la interrelación entre estas dos acciones, entendidas de un modo amplio y utilizadas a conveniencia (no siempre ambas a la vez ni con la misma relación de causalidad). Así, «confinamiento» no es únicamente la limitación física de la movilidad espacial en un recinto cerrado; también lo sería un espacio como el gueto por ejemplo, o una «reserva india». Del mismo modo, «expulsión» será cualquier forma de eliminación, tanto física como de hecho, de personas o grupos específicos del espacio «útil», entendiendo por tal aquel donde se desarrolla la vida social. Se expulsa cuando se destierra, pero también cuando se extermina. Se expulsa cuando se esclaviza o se mantiene a un grupo humano en situación de servidumbre, sin permitirle desarrollar sus capacidades. Y por supuesto se expulsa cuando se confina.

1

Real Decreto 162/2014, de 14 de marzo, por el que se aprueba el reglamento de funcionamiento y régimen interior de los centros de internamiento de extranjeros, Título I, Capítulo I, Artículo 1.2. 2 Ni siquiera el confinamiento garantiza la expulsión, por lo que la excusa no justifica la medida.

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Esa pauta se puede observar al menos desde que Europa comenzó su expansión en los inicios de la llamada modernidad, que coinciden con el nacimiento del capitalismo. Ya desde el inicio el capitalismo se caracterizaba (más bien, se definía) por una necesidad ilimitada de expansión3. Y en ese momento se comienza a producir un cambio sustancial en la forma en que Europa se relaciona con otras comunidades y otras culturas. Como explica Wallerstein: “En todos los sistemas históricos anteriores, la xenofobia entrañaba una consecuencia fundamental en el comportamiento: la expulsión del "bárbaro" del espacio físico de la comunidad”. Sin embargo, el sistemamundo capitalista es capaz de (¡necesita!) pensar también en otros términos. Así: “Un sistema capitalista en expansión (circunstancia que concurre la mitad de las veces) necesita toda la fuerza de trabajo disponible, ya que es ese trabajo el que produce los bienes de los cuales se extrae y acumula el capital.” (Balibar & Wallerstein, 1991: 55).

Además, la expansión del capitalismo no solo requiere fuerza de trabajo, sino apropiación del “espacio físico”4. Coincidiendo con la llegada de Colón a América, comenzaba entonces, en palabras de Etienne Balibar, un “doble movimiento de asimilación y de exclusión” (Balibar & Wallerstein, 1991: 71) de la población indígena, caracterizado por las necesidades de un capitalismo incipiente pero también, claro está, por otros factores que contaban con, al menos, la misma importancia –como los distintos racismos existentes y las visiones supremacistas civilizatorias, morales o de tipo religioso- en la relación entre el «viejo» mundo y otros continentes5.

Tomando este punto de partida, nuestro objetivo entonces va más allá de una institución particular como el CIE, pero sin grandes pretensiones. Consiste sencillamente en poner sobre la mesa algunos ejemplos de esta nueva forma de relacionarse que Europa estaba definiendo, mostrar su funcionamiento en base a la complementariedad confinamiento-expulsión y repasar cómo las leyes se concretaban siempre de acuerdo a este juego, de forma que, a pesar de lecturas históricas eurocéntricas, la legislación internacional ha ido desarrollándose en general sobre las necesidades de nuestra cultura hegemónica. 3

“Lo que distingue al sistema social histórico que llamamos capitalismo histórico es que en este sistema histórico el capital pasó a ser usado (…) con el objetivo o intento primordial de su autoexpansión. En este sistema, las acumulaciones pasadas sólo eran «capital» en la medida en que eran usadas para acumular más capital.” (WALLERSTEIN, 1988: 2). 4 Hoy día, cuando tanto una como otra forma de expansión han encontrado sus límites, estamos inmersos en la era de la acumulación por desposesión, si usamos la terminología de David Harvey (Harvey, 2004). 5 Etienne Balibar e Immanuel Wallerstein dan muchas y documentadas razones para entender las relaciones políticas actuales a partir del nacimiento del capitalismo en Raza, nación y clase.

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Hoy día (y más aún en estos momentos terribles6, pero también espero que finalmente catalizadores del despertar de nuestras conciencias), una de las dinámicas que con más claridad refleja esta situación es nuestra forma de afrontar la migración internacional con destino en nuestro norte enriquecido. Tal y como lo plantea Javier de Lucas, “el debate sobre la inmigración (…) es el “escenario” más claro en el que se dirime hoy la vieja cuestión de la democracia, del acceso y la distribución del poder” (De Lucas, 2001). Y dentro de este “escenario”, las políticas en materia de migración de los países que forman la Unión Europea, y en concreto de España, se caracterizan fundamentalmente por su carácter policial y punitivo, transformando esta «Europa sin fronteras» en una Europa-fortaleza, donde permanecemos confinados al tiempo que ideamos nuevos sistemas de exclusión y de expulsión para «los otros». Dentro de este entramado, los CIE, junto con las redadas racistas y los vuelos de deportación, se configuran como el último modelo de confinamiento/expulsión, que no necesita estar ya sobre el límite exterior del estado (ni tan solo configurar «fronteras interiores»; se pueden «externalizar» a países «de tránsito», como Turquía o Marruecos7). Nuestras políticas siempre han tratado de «gestionar» en beneficio propio unas relaciones con «la otredad» que nacieron asimétricas y así continúan. Antes “conquistábamos”; hoy “nos invaden”. Antes «difundíamos los valores cristianos”, o “la razón ilustrada”; hoy corremos peligro de “perder nuestra cultura”. Antes inventábamos legislación ad-hoc para justificar nuestras tropelías, hoy… también. Los CIE, por muchas razones, son un verdadero símbolo de este mundo en que vivimos y de las contradicciones que cada vez con más fuerza están resquebrajando el muro de la llamada modernidad. Pero más allá, constituyen la continuación de maneras hegemónicas y racistas de hacer política y de relacionarse.

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http://www.eldiario.es/desalambre/Ascienden-muertos-ultima-tragedia-Mediterraneo_0_420658091.html, http://www.eldiario.es/desalambre/refugiados-cruzan-frontera-hungara-Serbia_0_423807789.html http://www.lemonde.fr/international/visuel/2015/08/28/morts-aux-frontieres-le-triste-bilan-de-la-forteresseeurope_4739448_3210.html http://www.eldiario.es/desalambre/MAPA-peor-crisis-refugiados-anos_0_425207787.html 7 “La UE y sus Estados miembros prestan apoyo a los sistemas de control de la migración de países vecinos a fin de cortar el paso a los migrantes y refugiados antes incluso de que lleguen a las verdaderas fronteras de Europa. Por medio de acuerdos de cooperación con terceros países como Libia, Marruecos, Turquía y Ucrania se está intentando cada vez más convertir estos países en zonas de contención en torno a las fronteras de la UE” (Amnistía Internacional, 2014).

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2. La época de la expansión Como hemos apuntado en la introducción, a la vez que comienza la denominada época moderna, los pueblos americanos sufren la desgraciada coincidencia de que Colón se tope con su continente en su búsqueda de una ruta a las indias. Europa se encuentra entonces cara a cara con civilizaciones que desconocía, con pueblos literalmente indefensos ante la codicia y la belicosidad de los colonos que llegaban cada vez en mayor número. Innumerables riquezas y vastos territorios que poder anexionarse se convirtieron en un reclamo demasiado poderoso. En el continente americano, a partir de 1492, podemos conocer varias maneras que los europeos tienen de someter a otros pueblos. Hablaremos de la actuación de la corona española tras el «descubrimiento», de la suerte de los pueblos nativos norteamericanos enfrentados a los recién nacidos EE.UU. y de la situación de la población negra que llegó como esclava para «reemplazar a la mano de obra autóctona».

2.1

Requerimientos y encomienda

No es necesario repetir una descripción de las barbaridades cometidas contra los pueblos americanos tras la llegada de Colón al «Nuevo Mundo». “Si alguna vez se ha aplicado con precisión a un caso la palabra genocidio, es a éste” (Todorov, 1998: 144). Baste una pequeña cita de Bartolomé de las Casas en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de 1552: “En estas ovejas mansas, (…) entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillas por las estrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad (…), en tanto grado, que 8

habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella doscientas personas.” (De Las Casas, 1985: 161)

Seguramente los españoles nunca le dieron gran importancia al hecho de asesinar «indios». Como era común en aquella época, los pueblos indígenas eran considerados “salvajes y bárbaros, para calificarlos con esta argumentación (…) de seres sin derecho y convertir su suelo en objeto de una toma libre de la tierra” (Schmitt, 2005: 88). Menos 8

Un «cuento» es, en este contexto, un millón, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Aunque las cifras ofrecidas por De Las Casas en sus escritos no parecen muy fiables, dan una idea de la magnitud de las masacres.

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aún en los primeros años: la invasión apenas comenzaba, parecía haber vastos territorios por «descubrir», que seguro albergaban más de aquellos «seres», y los robos y saqueos satisfacían la codicia de los recién llegados. Sin embargo, al cabo de poco tiempo ya no era suficiente con asesinar, robar y arrasar, sino que era necesario encontrar las fuentes de la riqueza, explotarlas, y empezar a imponer la «civilización» y la evangelización –el «orden», según una conceptualización de la modernidad de Zygmunt Bauman-, afianzando los territorios conquistados y rentabilizando al máximo el expolio.

Así, los reyes tratan de controlar toda la actividad de conquista y económica, siendo el primer paso las Leyes de Burgos, firmadas en diciembre de 1512 por Fernando el Católico. Por un lado, se elaboran los llamados requerimientos. Se trataba de una interpelación a los indígenas, que se les leía desde lejos (a veces desde los propios navíos) y en castellano o latín, lenguas que obviamente no comprendían –“no se menciona a ningún intérprete”, observa Todorov (Todorov, 1998: 158)-. El requerimiento «informaba» a las poblaciones indígenas de que si reconocían y prometían obediencia a la Iglesia, al Papa y a los Reyes, “os recibiremos con todo amor y caridad, y os dejaremos vuestras mujeres e hijos y haciendas libres y sin servidumbre, para que de ellas y de vosotros hagáis libremente lo que quisieseis y por bien tuvieseis”9. Ahora bien: “Si no lo hiciéredes y en ello maliciosamente dilación pusiéredes, certificoos que con el ayuda de Dios, yo entraré poderosamente contra vosotros, e vos haré guerra por todas las partes e maneras que yo pudiere, e vos subjectaré al yugo e obidiencia de la Iglesia, e a Sus Altezas, e tomaré vuestras personas e de vuestras mujeres e hijos, e los haré esclavos, e como tales los venderé, e dispondré dellos como Sus Altezas mandaren; e vos tomaré vuestros bienes, e vos haré todos los males e daños que pudiere, como a vasallos que no obedescen ni quieren rescebir su señor, e le resisten e contradicen” (Todorov, 1998: 158)

Además de resultar una formalidad que no se cumpliría -“los conquistadores no sentían ningún escrúpulo en aplicar las instrucciones reales según les convenía”-, se trata de un postulado que implica de entrada la consideración de inferioridad de las personas

indígenas,

que

solo

pueden

elegir

entre

la

servidumbre

y

la

esclavitud/exterminio. “Hablar de legalismo, en estas condiciones, es irrisorio” (Ibíd.: 159). Pero realmente sí existía una razón «legal» detrás de los requerimientos: su verdadera función era «marcar territorio» y evitar que otros reinos europeos pudieran 9

http://www.ciudadseva.com/textos/otros/requeri.htm y (Alba Rico, 2010).

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compartir el pastel de lo «descubierto». Al convertir a los pueblos indígenas en nuevos cristianos, el Papa concedía exclusividad en la posesión de los territorios a los reyes de España.

De este modo, los pueblos nativos se vieron de la noche al día en una tierra con dueños nuevos, que disponían de papeles «legales» que indicaban que se habían convertido en súbditos a mayor gloria de los reyes de Castilla y Aragón. Por otro lado, las cada vez mayores necesidades de mano de obra tanto en las minas como en los campos de los cada vez mayor número de nuevos «propietarios» hacían necesaria una organización social que pudieran controlar. Para garantizar mejor la sumisión, y por tanto la eficacia del expolio, otro invento de las Leyes de Burgos fue la encomienda. Así, las habitantes de aquellas tierras pasaron de ser «solo» exterminadas, a ser confinadas y obligadas a vivir de hecho en régimen de esclavitud o, en los mejores casos, de servidumbre. Las encomiendas, antes denominadas repartimientos, sistema empleado ya en la reconquista, consistían en la entrega de un cupo de indígenas a los conquistadores para utilizarlos a conveniencia. Los Reyes eran los únicos que podían otorgarlas y obligaban, en teoría, al pago de tributos y a una determinada serie de obligaciones para con las gentes indígenas bajo su dominio, entre las cuales destacaba la evangelización, ya que el resto apenas se cumplían. El sistema de encomiendas “se constituyó en uno de los pilares sobre el que descansó la economía indiana en los primeros tiempos de la conquista” (Salinas, 2008: 9). En efecto, de no ser por la mano de obra indígena, los colonizadores españoles no habrían sido capaces de todo el expolio y la destrucción que se produjo. Las personas indígenas concedidas al encomendero eran, por lo general, arrancadas de sus territorios y trasladadas “a lugares cercanos a los pueblos de los españoles”. Aunque se dispuso que el trabajo fuera remunerado, en la práctica apenas si se llevo a cabo. Sí, por el contrario, se cumplía la obligación para las personas indígenas de pagos en especie, por su nueva condición de súbditas del reino. Así pues, se trataba de un “régimen de explotación” -justificado porque “sin acceso a la fuerza laboral indígena, (…) los colonos abandonarían los territorios ocupados y no habría interés en ocupar otros nuevos” (Ibíd.: 13)-, a la vez que de un sistema de administración y control de la población nativa. Solo el masivo extermino de la población indígena dio al traste con este sistema ya en el siglo XVIII. Por fin, en 1791, Carlos IV ratificó el edicto para su abolición.

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2.2

Enterrad mi corazón en Wounded Knee

Si continuamos haciendo un repaso de las relaciones de los europeos con los pueblos que encontraban en su camino, pero ahora nos vamos hacia el norte, no podemos dejar de referirnos también al exterminio de la población nativa norteamericana. Su último choque con la colonización ocurrió cuando los EE.UU. eran ya un país independiente, pero el sistema mantenía sin duda el supremacismo blancoeuropeo que los colonos habían cargado en sus maletas. La relación estuvo jalonada por multitud de tratados sistemáticamente incumplidos y por la creación de las famosas reservas indias, auténticos guetos de exclusión donde pueblos enteros se veían recluidos, sin derechos, sin posibilidad de alimentarse de manera adecuada, sin posibilidad de salir y con la constante amenaza de hacerlas más y más pequeñas. Así, el rico territorio estadounidense podía ser ocupado sin preocupaciones por colonos llegados desde la ya superpoblada costa este, ávidos de riquezas, como aquellos conquistadores españoles más de tres siglos antes. Las leyes legalizaban lo ilegalizable y los «jefes blancos» actuaban con total desdén también aquí. En su libro Enterrad mi corazón en Wounded Knee, Dee Brown ofrece documentados ejemplos de todo esto. Si empezamos por la apropiación y adjudicación de territorios, dice Brown: “En 1829, Andrew Jackson (…) accedió a la presidencia de Estados Unidos. En el curso de su gestión castrense de la frontera (…) habían dado muerte a miles de cherokees, chickasaws, choctaws, creeks y seminolas, pero estas tribus sureñas eran tenaces y se mantenían aferradas a sus tierras, por lo demás asignadas a ellos por diversos tratados concluidos con los blancos. El primer mensaje (…) a los miembros del Congreso contenía la recomendación de trasladar cuanto antes a todos aquellos indios, en dirección oeste, mucho más allá de las márgenes del Mississippi. «Apunto la conveniencia de disponer un amplio distrito al oeste del Mississippi… para usufructo de las tribus indias en tanto lo ocupen»” (Brown, 1973: 21).

Las tierras, como en el caso de la colonización española, comenzaban a tener «propietarios legales», que nunca eran los pobladores originales. Y, en caso de cesión de territorios para vivir, su uso y disfrute estaba condicionado y permanentemente en entredicho. La «frontera» se iba redefiniendo en función de las necesidades de las mareas de hombres blancos llegados de Europa. Evidentemente, la frontera del Mississippi tardó poco en ser desplazada. “Sin embargo, antes de que estas disposiciones fueran aplicadas de facto, una nueva oleada de colonos había irrumpido hacia el oeste y formaron los territorios de Wisconsin y Iowa. El

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hecho hizo que los políticos de Washington se vieran obligados a trasladar la «frontera india permanente» desde el río Mississippi hasta el meridiano 95” (Ibíd.: 22)

En los años que duró la ocupación del territorio la historia se repetía: los pueblos indios se avenían a cambiar de residencia con la esperanza de volver a vivir en paz, aún si tenían que depender en muchas ocasiones de las provisiones que tenían que recoger en los fuertes del ejército. Colonos codiciosos y generales ociosos se iban adentrando en sus nuevos territorios, construían pueblos, fuertes y avanzadas comerciales, descubrían las riquezas que les rodeaban y empezaban a ocupar demasiado espacio. Entonces comenzaban las protestas de los pobladores nativos y los enfrentamientos, que se saldaban con la entrada salvaje del ejército, hasta que no quedaba mas remedio a las tribus nativas que firmar un nuevo tratado, que más temprano que tarde sería incumplido de nuevo. Esto continuaría ocurriendo hasta que los colonos llegaron a las puertas del Pacífico, atraídos por el descubrimiento de oro en California. Mientras ocurrían los desplazamientos, el ejército estadounidense organizaba campos de concentración para agilizar el vaciamiento de los territorios. Más tarde, cuando no quedaba territorio para seguir expulsando a las tribus nativas, dichos campos se convirtieron en lugar de vivienda permanente de los pueblos americanos: las reservas. Un ejemplo de estas actuaciones es la historia de los navajos de Nuevo México y su encuentro con el general James Carleton. Cuando éste llegó al territorio, observó “«un territorio magnífico, en cuanto a pastos y minerales»” y dado que los soldados a su mando “no tenían más ocupación que la de ejercitarse en desfiles o en prácticas de tiro desordenadas, Carleton empezó a buscar enemigos con quienes luchar”. Encontró en los navajos –que, según sus palabras, “no eran «más que lobos que vagan por las montañas»”- el objetivo perfecto. El plan del general “consistía en dar muerte o capturar todos los mescaleros y confinar a los supervivientes en una mísera reserva a lo largo del Pecos. Así dejaría las ricas tierras del río Grande libres para las reivindicaciones y establecimientos de los ciudadanos americanos” (Ibíd.: 37-38). Ni que decir tiene que, como se apunta en el texto, las reservas eran normalmente las tierras más improductivas, las que no querría ningún colono, sobre terrenos cenagosos o demasiado áridos, donde la cría de caballos se hacía imposible y la agricultura, sin apenas herramientas, un suplicio. Como botón de muestra, Dee Brown nos ofrece una descripción de la reserva de Bosque Redondo, donde quedaron recluidos los pueblos navajos tras su rendición, hecha por el propio superintendente de la misma: “El agua es negra e insalubre, de gusto apenas soportable y, según los indios, malsana, pues la cuarta parte de su gente ha muerto de enfermedad por su causa” (Ibíd.: 51).

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Aquellos navajos fueron reasentados años después en un nuevo lugar, un privilegio poco común, pues “los navajos tendrían ocasión de saber, más tarde, que habían sido ellos precisamente los menos desafortunados entre los indios del oeste” (Ibíd.: 53). Podemos terminar diciendo que en el curso de aproximadamente treinta años, los que van de 1860 a 1890, fue prácticamente destruida toda la cultura de los pueblos nativos americanos. La masacre de Wounded Knee10, el 29 de diciembre de 1890, con Toro Sentado muerto cuatro años antes y ya sin «indios» que someter, supuso el fin de toda esperanza para los pueblos nativos norteamericanos.

2.3

Una cadena de esclavitudes11

Dado que los pueblos indígenas americanos habían sufrido un brutal exterminio12, otras gentes habrían de servir para sustituirles en el trabajo forzado del expolio. Fue entonces cuando miles de personas negras africanas empezaron a ser arrancadas de sus territorios, embarcadas y conducidas a través del Atlántico para ser explotadas en las minas de plata y oro del continente y en los ingenios azucareros del Caribe y de Brasil. El que las poblaciones negras fueran esclavas no era «asunto» de las coronas europeas, pues la legalidad de su condición descansaba en las leyes de los reinos africanos. El «continente negro» era visitado en aquél tiempo asiduamente con fines comerciales, y si entre los productos que se podían comprar estaban personas, y éstas eran útiles, se compraban, sin el menor atisbo de remordimiento ético. Del mismo modo, el norte del continente americano –hablaremos de lo que hoy son los Estados Unidos de América- se benefició también del comercio de personas. En manos de los colonos ingleses, el destino de la población negra esclava llegada de África iba a seguir un curso más «moderno», bajo el supremacismo y el racismo anglosajón, mostrándonos otro ejemplo de «uso» de otros pueblos por parte de descendientes europeos.

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Se puede consultar en Wikipedia en español una breve descripción de lo ocurrido En este apartado seguiremos fundamentalmente el trabajo de Loïc Wacquant. Más en concreto, salvo referencia explícita en otro sentido, (Wacquant, 2002). 12 “La isla de Cuba (…) está hoy casi toda despoblada. La isla de San Juan e la de Jamaica (…), ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos (…), en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a las isla Española, después que veían que se les acababan los naturales della”, (de las Casas, 1985: 161). A decir verdad, enfermedades como la viruela causaron la mayor parte de las muertes, pero no se puede negar que muchos millones de personas nativas fueron asesinadas por los colonizadores. 11

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En la autoproclamada cuna de la democracia, a partir sobre todo del siglo XVII, cuando existían ya importantes asentamientos de inmigración inglesa y había comenzado a proliferar la agricultura extensiva, el trabajo esclavo de las personas negras adoptó la versión de chattel slavery, que significaba la propiedad personal por parte de los terratenientes, que necesitaban mano de obra que se ocupara de sus plantaciones de tabaco, arroz, azúcar o algodón13. Confinadas en las plantaciones, y habiendo perdido su afiliación territorial por verse expulsadas de su tierra, se puede decir que las personas negras “se vieron excluidas *de la sociedad estadounidense] ab initio”. En este contexto, y mientras los EE UU se independizan, se configura “la creación de una línea de casta racial que separaba lo que más tarde pasaría a calificarse de «negros» y «blancos»”, que coadyuvaba a “resolver la contradicción flagrante entre el cautiverio humano y la democracia” (aquí Wacquant cita a Bárbara Fields)14: “La creencia religiosa y pseudocientífica en la diferencia racial reconciliaba la cruda realidad de la mano de obra no libre con una doctrina de la libertad que tenía los derechos naturales como premisa, reduciendo al esclavo a la condición de propiedad viva –tres quintos de hombre según las sagradas escrituras de la Constitución–”.

Por tanto, continua Wacquant, “*l+a división racial fue una consecuencia, no una condición previa, de la esclavitud estadounidense”. Que el racismo es en realidad una «herramienta» del poder es una circunstancia que han advertido otros autores. En la continuación de la cita de la página 4, al definir las características del sistema capitalista, Immanuel Wallerstein afirma: “Pero si se quiere obtener el máximo de acumulación de capital es preciso reducir al mínimo simultáneamente los costes de producción (y por ende los costes que genera la fuerza de trabajo) y los derivados de los problemas políticos, y por tanto reducir al mínimo simultáneamente —y no eliminar, ya que es imposible— las reivindicaciones de la fuerza de trabajo. El racismo es la fórmula mágica que favorece la consecución de ambos objetivos. (…) Desde un punto de vista operativo, el racismo ha adoptado la forma de lo que podemos denominar "etnificación" de la fuerza de trabajo.” (Balibar & Wallerstein, 1991: 55-56).

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Es de señalar que, mientras en las colonias españolas se mantenía el modo de organización feudal, con súbditosesclavos trabajando en las encomiendas bajo control –al menos normativo- de la corona, la incipiente nación estadounidense aplicaba ya al trabajo esclavo las características del liberalismo que habrían de dominar en adelante, con la propiedad privada y la libertad personal (del blanco-varón) como estandartes. 14 Bárbara Fields, «Slavery, Race and Ideology in the United States of America», New Left Review 1, 181, 1990. Efectivamente, como afirma Immanuel Wallerstein, “el racismo ha conjugado siempre las pretensiones basadas en la continuidad de un vínculo con el pasado (definido genética y/o socialmente) y una extrema flexibilidad en la definición presente de las fronteras entre estas entidades reificadas denominadas razas o grupos étnicos, nacionales y religiosos. (Balibar & Wallerstein, 1991: 57)

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Los estados sureños continuaron aplicando esta receta una vez abolida -de iure, que no de hecho- la esclavitud, para continuar disponiendo de mano de obra a la vez que mantenían la distinción de estatus. Como también ha mostrado Wallerstein, la etnificación, a través del concepto de grupo étnico –que podría ser sustituido hoy por el de minoría que, más que basarse en la aritmética, hace referencia al grado de poder social-, es útil también al sistema-mundo capitalista para justificar las jerarquías que se producen dentro del segmento del trabajo (en la antinomia capital-trabajo) (Ibíd.).

Así pues, fueron apareciendo hacia finales del siglo XIX “un conjunto de códigos sociales y legales”, apodados época o régimen de Jim Crow, “que prescribían la completa separación de las «razas» y restringían severamente las oportunidades de vida de los afroamericanos, al mismo tiempo que les ataban a los blancos dentro de una relación de sumisión impregnante respaldada por la coacción legal y por la violencia terrorista”. El régimen estipulaba todo aquello que han hecho famoso películas, documentales o crónicas periodísticas y que se extendería hasta más allá de la mitad del siglo XX: medios de transporte separados, colegios separados –en caso de poder acceder a ellos-, lavabos separados, galerías «de negros» en los teatros… todo un sistema de apartheid donde “lo más crucial de todo era el modo en el que las leyes se unían a las costumbres a la hora de condenar el «crimen incalificable» del matrimonio, la cohabitación o el mero encuentro sexual entre razas a fin de sostener (…) el mito de la superioridad blanca”. De este modo, los antiguos esclavos se convertían, en el sur, en un campesinado sin propiedad que vivía “atrapado por la pobreza, la ignorancia y la nueva servidumbre del arrendamiento de la tierra», a la vez que “un rígido código de conducta aseguraba que blancos y negros nunca interactuaran en un plano de igualdad”.

Con esta carga insoportable encima se produjo, a principios del siglo XX, la migración en masa de personas afroamericanas desde el brutal sur hacia las fábricas del norte, por el declive del cultivo del algodón y para paliar “la apremiante escasez de mano de obra en las fábricas septentrionales provocada por el estallido de la Primera Guerra Mundial”. Pero allí también se encontró la manera de hacerles entender que seguían siendo «inferiores» a la vez que se continuaba exprimiendo su esfuerzo. No descubrirían “la «tierra prometida» de igualdad y plena ciudadanía, sino otro sistema de cercamiento racial, el gueto”. Desde luego la vida era mucho mejor que en el régimen

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de semi-esclavitud del sur: había libertad de movimiento, no existían los humillantes letreros para las personas «de color» y para «los blancos», ni se vivía la sumisión personal y el terror a la “omnipresente violencia blanca”. Pero las condiciones impuestas obligaron a la población negra a concentrarse en un «cinturón negro» “que rápidamente se sobrepobló, se vio infraatendido y empezó a degradarse a causa de la delincuencia, las enfermedades y los procesos de ruina de los edificios” y del que era casi iluso pensar en salir, porque existía un evidente techo laboral que reservaba a las personas negras “las ocupaciones más peligrosas, peor pagadas y más degradantes tanto en la industria como en el servicio personal”. “La hostilidad de casta sostenida desde fuera y una afinidad étnica renovada desde dentro convergieron para crear el gueto como tercer vehículo para extraer trabajo negro y, simultáneamente, mantener a los cuerpos negros a una distancia segura, para provecho material y simbólico de la sociedad blanca”.

Acercándonos un poco más a nuestros días, aún queda una última (por el momento) vuelta de tuerca. Con la llegada de la globalización neoliberal y el aumento de la inmigración asiática y latina, el gueto ya ni siquiera servía como bolsa de mano de obra barata y de baja cualificación, dejando de constituir un mecanismo válido “para contener a una población deshonrada y supernumeraria, en lo sucesivo considerada no sólo desviada y perversa, sino realmente peligrosa”. La sociedad blanca se volvió “contra aquellos programas sociales de los que más dependía el progreso colectivo de los negros” y dio “un apoyo entusiasta a las políticas de «seguridad ciudadana» que juraban reprimir con firmeza los desórdenes públicos connaturalmente percibidos como amenazas raciales”. El discurso securitario se hizo así hegemónico –también en Europa, con nuestros propios «cabezas de turco»- y “el gueto negro (…) quedó íntimamente unido a la prisión y al sistema penitenciario (…) de tal suerte que ahora éstos constituyen un único continuo carcelario que atrapa a una población remanente (…) en un ciclo autoperpetuador de marginalidad social y legal”.

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3. El mundo está lleno Vivimos es una época en la que podemos afirmar que uno de los grandes denominadores comunes de las sociedades opulentas es la producción de residuos: montañas de aparatos electrónicos «obsoletos», enormes islas de residuos plásticos, toneladas de comida desaprovechada…, se acumulan convenientemente lejos de nuestras miradas. El informe de 2014 de Waste Atlas15, un partenariado que engloba a diversas entidades internacionales relacionadas con el estudio y análisis de la gestión de residuos y el medio ambiente, es muy revelador acerca de cuales son los lugares elegidos. De los cincuenta vertederos más grandes del mundo16, dieciocho están en África, diecisiete en Asia y trece en América Latina y el Caribe. Ni uno solo en EE UU, Canadá, la Unión Europea, Japón o Australia, por ejemplo. Uno de esos lugares es Agbogbloshie, un barrio de Accra, la capital de Ghana, donde se encuentra un enorme sumidero de basura electrónica de más de diez hectáreas que contiene alrededor de dos millones de toneladas de residuos. "Existen empresas de reciclado de estos materiales en Europa pero es más caro procesarlos allí. Es más barato enviarlo lejos y por eso los traen a África, sobre todo a Ghana y Nigeria, como si fuera un donativo" según explica un periodista local. Europa aprovecha el envío de contenedores con “tecnología de segunda mano” para colocar millones de toneladas de chatarra lejos de sus fronteras. Es de suponer que con la connivencia de los gobiernos locales, porque los vertederos se convierten en el hogar y el lugar de trabajo de mucha gente que no tiene mejor alternativa en su país. “En el vertedero de Agbogbloshie nacen y se crían los niños de aquellos que una vez llegaron para hacer dinero y decidieron quedarse.”17 Claro, hay quienes no renuncian a algo mejor que respirar metales pesados y humo tóxico de plásticos quemados; hay quienes se niegan a tener que beber agua contaminada con plomo o a regar con ella sus campos. Así que si pueden conseguir el apoyo económico necesario y tienen la fuerza suficiente, deciden arriesgar la vida y emprender viaje.

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http://www.atlas.d-waste.com/ “according to their size, amount of waste disposed of, number of people potentially influenced and risks posed to the environment and human health.” 17 “Agbogbloshie: el círculo vital imperfecto de la tecnología”, El Mundo, 24 de enero de 2015 16

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*** Es curioso (o supongo que en realidad no). La élite europea industrial, que alumbró la proliferación de «clases medias» cuidando a las «clases trabajadoras» mediante los llamados estados de bienestar (no por altruismo, sino por el éxito de las luchas obreras, para contener el avance de las ideas comunistas y también para potenciar el consumo interno, que se ha convertido en la herramienta principal para la obtención de beneficios, obviando la posibilidad de extender la riqueza y por tanto la demanda potencial al resto del mundo), se ha transformado en una élite que produce en países empobrecidos -donde alcanzar la clase media es un mito (que se está contagiando también a los enriquecidos)-, vende en las metrópolis, que han pasado de productoras a consumidoras, y evacúa (evacuamos) de nuevo en la parte colonizada del mundo. Con un cinismo muy amargo podríamos decir que de alguna manera han (hemos) conseguido «cerrar el ciclo». ***

Pero a decir verdad, en esta vieja Europa llevamos ya mucho tiempo deshaciéndonos de aquello que nos sobra -al menos, desde que llegó la época industrial-. Y utilizando los mismos sumideros. Si hacemos caso a Zygmunt Bauman, la producción de “seres humanos residuales (…) *es+ una compañera inseparable de la modernidad” (Bauman, 2013: 16): “Desde los albores de la modernidad, cada generación sucesiva ha dejado sus náufragos abandonados en el vacío social: las «víctimas colaterales» del progreso. (…) En el vehículo del progreso, el número de asientos y plazas de pie no bastaba por lo general para acomodar a todos los pasajeros potenciales y la admisión era en todo momento selectiva (…). El progreso se anunciaba bajo el eslogan de más felicidad para más gente; pero quizás aquello en lo que consistía en última instancia el progreso, el distintivo de la era moderna, era el hecho de que se necesitaba cada vez menos gente en movimiento, acelerando y ascendiendo hasta esas cotas que antaño habrían requerido una muchedumbre harto más nutrida para negociar, invadir y conquistar.” (Ibíd.: 28).

Durante mucho tiempo, mientras la modernidad fue un privilegio europeo, las regiones «premodernas» o «subdesarrolladas» “tendían a verse y tratarse como tierras capaces de absorber el exceso de población de los «países desarrollados»” (Ibíd.: 16). En la época en la que nacían el capitalismo y los modernos Estados, en Europa se creía que nunca habría “demasiados de nosotros”, pues, a pesar de que la sobrepoblación de las ciudades ya causaba problemas similares a los actuales, el mundo estaba lleno de

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“territorios prácticamente vacíos a la espera de conquista y colonización” (Ibíd.: 52). Este punto de vista es corroborado por Fernand Braudel: “si hay expansión renovada, general, a través del mundo, se debe a que el número de hombres ha aumentado” (Braudel, 1984, Tomo I: 24). Y aunque este fenómeno no solo ocurría en Europa18, el viejo continente no disponía ya de tantas tierras disponibles (su expansión «interior» había comenzado al menos en el siglo XII), por lo que la expansión colonial hacia África, América y Asia propició la posibilidad de equilibrar las poblaciones internas. Así: “[a] principios del siglo XVI, el Württemberg, la región más poblada de Alemania, (44 por 2

km ) era, por excelencia, la zona de reclutamiento de los lansquenetes; Francia era una gran 2

región de emigración, con 34 habitantes por km ; España tenía sólo 17. Italia y los Países Bajos, ricos y ya «industrializados», soportaban, no obstante, una carga de hombres más pesada y que más o menos conservaban en su interior. Porque la superpoblación depende al mismo tiempo del número de hombres y de los recursos de que éstos disponen” (Ibíd.: 36-37).

Por tanto, esta primera época de grandes migraciones se caracterizaba, volvemos a Bauman, por seguir caminos que transitaban desde las zonas más desarrolladas hacia las áreas «subdesarrolladas». Los itinerarios estaban tan determinados como hoy día, pero iban «en sentido contrario». Estas dinámicas se retroalimentaban también con la incipiente modernización tecnológica, industrial y militar, que permitía «conquistar» cada vez un mayor número de lugares y «vaciar» los territorios elegidos (para después poblarlos de nuevo con población esclava si era necesario, como hemos visto en el capítulo anterior). Es más, llega a considerar Bauman que “[l]a eliminación de residuos humanos producidos en las regiones «modernizadas» del globo, y aún «en vías de modernización», supuso el significado más profundo de la colonización y las conquistas imperialistas” (Ibíd.: 16). Y nuestro poderío militar y tecnológico nos hacía capaces en esos tiempos de encontrar “soluciones globales a problemas de «superpoblación» localmente producidos” (Ibíd.), si bien a costa del resto de la humanidad.

Hoy día, sin embargo, el mundo está «lleno», toda vez que la modernización ha alcanzado todos los rincones del planeta. Así, problemas locales no tienen ya soluciones globales. “Sucede justo lo contrario:” nos enfrentamos “a la necesidad de buscar (al parecer en vano) soluciones locales a problemas producidos globalmente” (Bauman, 18

Según Braudel, es muy significativo pero difícilmente explicable el hecho de que los crecimientos demográficos y esta dispersión geográfica de las poblaciones hayan sido una característica compartida en el tiempo por muchas regiones y culturas; parte de una explicación, anticipa, podría estar en “los cambios del clima”, que influirían en la comida disponible, por ejemplo.

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2013: 17)19. Los «excedentes humanos» actuales llaman a las puertas del mundo enriquecido de igual manera que hace no tanto tiempo nuestros «excedentes humanos» invadían territorios ajenos20. Pero una cosa diferencia este flujo migratorio global actual del descrito por Bauman y Braudel: no invocan ninguna supremacía de raza o cultural, no llegan con la soberbia de considerar nuestro territorio un mero coto de caza –de beneficios- para élites permanentemente insaciables. Lo que no ha cambiado, como veremos, es la forma de «gestionar» esa parte de la humanidad que «no es como nosotros» por parte de quienes seguimos detentando el poder de hacerlo. El llamado «occidente», enriquecido y hegemónico gracias a sus políticas expansionistas, sigue confinando, sigue expulsando, sigue asesinando –de maneras mucho más sutiles e indirectas- y sigue utilizando el derecho a conveniencia. *** Existe además otro aspecto fundamental de la cuestión. Todas estas personas que consideramos «sobrantes» en nuestras sociedades de consumo (y podríamos incluir aquí no solo a las personas migrantes, sino al cada vez mayor número que son «expulsadas»: mujeres –porque siguen siendo ellas- trabajadoras en el ámbito privado – tengan o no una remuneración económica-, gente sin hogar, personas en situación de desempleo o subempleo crónico, «enfermas mentales», presas, «menores no acompañadas» e incluso la cada vez menos numerosa población campesina) comparten una característica con las montañas de aparatos electrónicos, plásticos o la comida desechada a diario: su invisibilidad. El sistema es capaz de hacerlas desaparecer de nuestra vista, los medios apenas si las tienen en cuenta si no es a modo de estadísticas, las escasas opiniones que en la calle tenemos sobre ellas se basan en prejuicios y estereotipos… Esa invisibilidad es parte de la «estrategia del avestruz», que sirve para mantener las conciencias calmadas y evitar que pensemos demasiado quienes, más cómodamente o más apiñadas, a gusto o a regañadientes, nos agarramos al tren del progreso, de la modernidad y del consumo. ***

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Bien es verdad, sin embargo, que el norte enriquecido sigue encontrando por el momento soluciones “globales” a problemas producidos “localmente”: por un lado por lo que respecta a los residuos «no humanos», los grandes vertederos se han construido convenientemente lejos, como hemos visto; por otro en cuanto a la cuestión de las personas refugiadas por ejemplo, cuyos campamentos/vertederos, “permanentemente temporales”, se busca siempre que queden a “una distancia bastante grande como para evitar que los efluvios venenosos de la descomposición social alcancen lugares habitados por su población autóctona” (Ibíd.: 103). 20 Y hoy día en España no podemos dejar de pensar en la cantidad de juventud que emigra en busca de un futuro mejor: http://mareagranate.org/

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4. La «nuda vida» Más allá de los métodos empleados, todas las barbaridades cometidas solo pudieron llevarse a cabo bajo determinada visión del «otro» que permitiera concebir a ese pueblo, a esas personas, como seres inferiores, gentes que podían someterse hasta la humillación y el asesinato sin grandes dilemas éticos. “Es como si toda valorización y toda «politización» de la vida (…) implicase necesariamente una nueva decisión sobre ese umbral más allá del cual la vida deja de ser políticamente relevante, y no es ya más que «vida sagrada» y, como tal, puede ser eliminada impunemente. Toda sociedad fija este límite, toda sociedad -hasta la más moderna- decide cuales son sus «hombres sagrados»” (Agamben, 2003: 176)

Evidentemente, quienes se podían –y se pueden- permitir realizar esa “valorización de la vida” eran –son- quienes ostentaban –ostentan- el poder. En los albores de la modernidad, fueron los imperios europeos quienes alcanzaron poder y ambición suficientes para lanzarse a conquistar el resto del mundo sin importarles con quien se encontrarían. Y comenzaron entonces a imaginar formas de someter a esas personas «otras». Las leyes ideadas, las justificaciones planteadas, “no nacen del derecho ordinario (…), sino del estado de excepción y de la ley marcial” (Ibíd.: 212). Detrás estaba la tarea de despojar a las otras culturas, a los otros pueblos, a las otras personas, de cualquier condición política y reducirlas a la “nuda vida”. La cuestión, por tanto, no es tanto preguntarse como fue posible que se cometieran crímenes tan terribles, sino “indagar atentamente acerca de los procedimientos jurídicos y los dispositivos políticos que hicieron posible llegar a privar tan completamente de sus derechos y prerrogativas a unos seres humanos, hasta el punto de que el realizar cualquier tipo de acción contra ellos no se considerara ya como un delito” (Ibíd.: 218).

Otro ejemplo arquetípico de la anulación de la otredad es el genocidio nazi contra personas judías, homosexuales, gitanas, etc. El racismo en este caso puede parecer diferente, ya que se trataría de “un racismo que tiende a eliminar a una minoría interior, (…) parte integrante de la cultura y de la economía de las naciones europeas desde sus orígenes” (Balibar & Wallerstein, 1991: 71). Sin embargo, “la exterioridad de las poblaciones «indígenas» en la colonización o, más bien, su representación como exterioridad racial (…) *s+e ha producido y reproducido dentro del espacio creado por la conquista y la colonización, con sus estructuras concretas de

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administración, de trabajos forzados, de opresión sexual, es decir, sobre la base de una determinada interioridad” (Ibíd.).

Según Balibar, lo que debemos tener en cuenta es que “el racismo es en sí mismo una historia singular, no lineal” (Ibíd.: 68), que se desarrolla en una dialéctica permanente con otras realidades sociales, económicas, políticas, y con su propia historia. Sin duda fue Hannah Arendt la que más se adentró en las razones, o, más bien, las circunstancias, en las que se desarrolló esa forma de racismo contemporánea. Si bien puede resultar paradójico cuando se mira superficialmente, “*e+l antisemitismo alcanzó su cota máxima cuando (…) los judíos habían perdido sus funciones públicas y su influencia y se quedaron tan sólo con su riqueza.” La explicación puede estar, prosigue, en que: “*l+o que hace que los hombres obedezcan o toleren, por una parte, el auténtico poder y que, por otra, odien a quienes tienen riqueza sin el poder, es el instinto racional de que el poder tiene una cierta función (…). Únicamente la riqueza sin el poder o el aislamiento sin una política se consideran parasitarios, inútiles, sublevantes, porque tales condiciones cortan todos los hilos que mantienen unidos a los hombres.” (Arendt, 1998)

Haciendo una lectura puede que simplificada de estas palabras, ésta podría ser también la situación que se produjo con los pueblos nativos en la colonización española de América: careciendo de «poder» -frente al armamento de los conquistadores- los pueblos americanos solo disponían de la «riqueza» de sus territorios y esta les fue arrebatada por una especie de envidia que despreciaba el «indolente» desuso que se hacía de esa riqueza, que podía convertirse en un enorme «poder». Los colonizadores españoles dedicaron muchas alabanzas a los grandes imperios Azteca e Inca, al mismo tiempo que tanto Hernán Cortés como Pizarro elegían como estrategia de batalla secuestrar y asesinar a los grandes emperadores respectivos, a los grandes detentadores del poder humano y divino, más simbólico que efectivo frente a las armas europeas, Moctezuma y Atahualpa21. De un modo complementario, ostentando una posición de «poder», los estadounidenses pudieron organizar una sociedad racista y segregada que aun hoy perdura en muchos aspectos. En cualquiera de los casos, se puede sugerir que el despojo o la desaparición del «poder» puede ser una condición necesaria para poder acometer cualquier barbarie sin aparentes remordimientos, aunque en absoluto sea suficiente con eso. 21

John H. Elliot et al. Historia de América Latina, vol. 1. América Latina colonial: la américa precolombina y la conquista. Barcelona, Crítica, 1990.

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Volviendo a la cuestión judía, no entraremos aquí más que en dos aspectos que se relacionan con lo que hemos ido contando hasta ahora. Nos interesa seguir poniendo de relieve el «juego» de confinamiento y expulsión/exclusión/exterminio que también fue llevado a cabo por Hitler y los suyos. El sometimiento comienza cuando la población judía es confinada en los guetos, como el de Varsovia. De nuevo población «sobrante», como los pueblos nativos norteamericanos, que es excluida del espacio público; de nuevo también, como las personas esclavas negras y las indígenas de Centro y Sudamérica, población «explotada» en los quehaceres necesarios para el opresor. En la capital polaca, tras la rendición, las personas judías fueron reclutadas para trabajos forzados y eran sistemáticamente atacadas. Debían identificarse con brazaletes blancos con la estrella de David en azul22. Además, se comenzó a prohibirles acceder al transporte público, a restaurantes o a determinadas profesiones. Por supuesto, también en este caso existía base jurídica para implementar «legalmente» el racismo. Las Leyes de Nüremberg, al igual que las leyes raciales estadounidenses, prohibían la mezcla de las «razas» judía y alemana. El gueto se presentaba inicialmente como una excusa: bien para liberar espacio que permitiera el asentamiento de gentes alemanas de otras latitudes, bien para «prevenir epidemias», etc. El gueto de Varsovia se alargó por 3 años, durante los cuales se impidió la salida del recinto y las raciones de comida eran misérrimas. Pero además de un lugar donde dejar morir a las personas judías (o matarlas) era una especie de situación intermedia en el objetivo final de echarlas de Europa. Incluso se llegó a barajar la posibilidad de expulsarlas a algún lugar como la isla africana de Madagascar23. Finalmente, en 1942 los líderes nazis deciden aplicar la solución final y trasladar a las gentes judías a los campos de concentración y exterminio. Quien sabe si el terror nazi concibió los crueles asesinatos de millones de personas simplemente por la falta de territorio «asequible» al que expulsarlas24.

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Información obtenida de las páginas de Wikipedia sobre el gueto (http://es.wikipedia.org/wiki/Gueto_de_Varsovia) La página de Wikipedia cita una obra de Saul Friedländer: El Tercer Reich y los judíos (1939-1945). Los años del exterminio. Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2009 [2007]. 24 Como una especie de burla del destino, en 1948 resultó existir ese territorio. Aunque usualmente se apela al sentimiento de culpa europeo, que devolvió al pueblo judío el poder perdido para que le fuera permitido abusar de él frente a la población de Palestina, resulta más plausible una explicación de tipo puramente colonial: construir un “cordón sanitario” frente a la barbarie asiática, que era una idea de Theodor Herzl, el fundador del sionismo. En cierto modo “se consumó el antisemitismo histórico europeo en forma de expulsión de los judíos de Europa y además de alguna manera se los asimiló, por primera vez se asimiló a los judíos, bajo la forma del sionismo, en cuanto empezaron a comportarse como los europeos con otros pueblos” (Alba Rico, 2010). 23

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5. ¿Cuestión de derechos? Mostremos ahora un poco cuales han sido los “procedimientos jurídicos” utilizados para justificar todas estas discriminaciones. Empezaremos por las leyes que originó la colonización española, que fueron, además, las precursoras del Derecho Internacional. Ya hemos comentado algunos de los efectos de las llamadas Leyes de Burgos y su justificación. Pero quien realizó los avances más profundos en este entramado jurídicojustificativo fue, sin duda, Francisco de Vitoria. En sus Relectiones de Indis, impartidas en 1539, Francisco de Vitoria “reformulaba los títulos de legitimación de la conquista de América por parte de los españoles sentando las bases del moderno derecho internacional y, al mismo tiempo, de la posterior doctrina de los «derechos naturales»” (Ferrajoli, 2004: 118). Hay que reconocer que introdujo la cuestión fundamental del ius gentium (derecho de gentes) y que reconocía la misma humanidad (a priori) a las personas indígenas que a los conquistadores españoles. También en ellas “los títulos jurídicos del Papa y del Emperador que se derivan de una reclamación del dominio universal son rechazados (…) como impropios y no legítimos” (Schmitt, 2005: 88). Sin embargo, no es menos cierto que consideraba que aquellas poblaciones “eran infantiles y necesitaban la orientación y protección de los españoles” (Mignolo, 2009). De este modo Vitoria, a partir del ius communicationis ac societatis, una especie de «derecho a la comunicación de todos con todos», “que él situaba en la base de su concepción de la sociedad internacional”, derivó una serie de corolarios, como “el ius peregrinandi in illas provincias et illic degendi, el ius commercii, el ius praedicandi et annunciandi Evangelium, el ius migrandi hacia los países del Nuevo Mundo y de accipere domicilium in aliqua civitate illorum y, como cierre del sistema, el ius belli para la defensa de tales derechos en caso de oposición por parte de los indios” (Ferrajoli, 2004: 118)

No hace falta cavilar demasiado para asociar los requerimientos con este ius belli –la «guerra justa»-: si no aceptáis nuestras condiciones y os sometéis, si no os cristianizáis, tendremos derecho a consideraros pueblos bárbaros, lo que automáticamente os dejará sin derechos, y podremos asesinaros, esclavizaros y quitaros todo lo que poseéis. Del mismo modo, aunque podría parecer paradójico que Francisco de Vitoria proclamara ya en los inicios del siglo XVI el derecho de comerciar, de peregrinar, de migrar y la libertad de movimiento, éste se aplicaba siempre en un único sentido, esto es, hacia el Nuevo Mundo, y para los conquistadores, ya que su concepción de la «humanidad» y de los derechos de los pueblos indígenas hacía inimaginable la

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emigración de éstos hacia «occidente» o que pudieran constituir entidades soberanas (ni siquiera los grandes imperios Inca o Azteca) con derecho al libre comercio. Quedaba para ellos sufrir el adoctrinamiento y los trabajos forzados en las encomiendas, como primera versión del «desarrollo» y del «progreso», si se avenían a ser «domesticados», o sufrir el ius belli si no se dejaban someter. Por supuesto, esos pueblos nunca tuvieron nada que decir acerca de este recién nacido Derecho Internacional. Así también, ni Francisco de Vitoria ni todos los que le siguieron tuvieron nunca ningún reparo hacia la existencia y la utilización de personas esclavas, siempre que se tratara de personas «adquiridas» en esa condición o vencidas en virtud del derecho a la guerra. Más adelante, como veíamos en el apartado correspondiente, cuando la esclavitud se convirtió en una contradicción demasiado evidente, la sociedad estadounidense supo mantener la desigualdad de derechos, primero por las leyes Jim Crow y después por todo el sistema de segregación racial. De igual manera, los tratados eternamente incumplidos de los gobiernos norteamericanos con los pueblos nativos no son sino otra muestra más de la aplicación de un derecho retorcido, de una sola cara, excluyente, hijo de un complejo de superioridad que aún está muy presente: “Irónicamente, el exterminio de los indígenas con el fin de despejar nuevos lugares para el excedente de población europeo (esto es, la preparación de los lugares a modo de vertedero, para los residuos humanos que el progreso económico doméstico estaba arrojando en cantidades crecientes) se llevó a cabo en nombre del mismísimo progreso que reciclaba el excedente de europeos en «emigrantes económicos». Y así, por ejemplo, Theodore Roosevelt concebía el exterminio de los indios americanos como un servicio desinteresado a la causa de la civilización: «En el fondo, los colonos y los pioneros han tenido la justicia de su lado: este gran continente no podía seguir siendo un mero coto de caza para salvajes mugrientos»” (Bauman, 2013: p. 54 y ss.).

Nos dice Luigi Ferrajoli que “todos los derechos fundamentales, con la única excepción de los derechos políticos, fueron proclamados inicialmente, en la Declaración francesa de 1789 (…), como derechos «universales»”. Con el mismo espíritu que el de Francisco de Vitoria cuando enunció su ius gentium, “dichas proclamaciones tenían un valor abiertamente ideológico”, ya que “no era verosímil ni previsible que hombres y mujeres del Tercer Mundo pudieran llegar a Europa y reclamar que esas declaraciones de principios fueran realizadas en la práctica. En todo caso, se estaba produciendo el fenómeno opuesto: eran los europeos quienes, después de la conquista del Segundo Mundo, se preparaban a conquistar por entero el planeta” (Ferrajoli, 2004: 116).

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En esos mismos años de la Revolución Francesa encontramos pensadores que podían concebir argumentos, incluso contrarios entre sí, en función siempre de intereses y visiones supremacistas. Por ejemplo, un político irlandés llamado Edmund Burke podía al mismo tiempo denunciar al ejército británico por crímenes y abusos contra el pueblo de la India al inicio del dominio imperialista y mantener “silencio (…) sobre los derechos de los esclavos americanos mientras defendía la libertad de los que no eran esclavos y exigían su independencia”. Tuvo que ser una mujer, Mary Wollstonecraft, la que denunciara la contradicción de este pensamiento. “El principal argumento de Wollstonecraft aquí (…) es que resulta insostenible una defensa de la libertad de los seres humanos que separa a algunas personas, cuyas libertades importan, de otras excluidas de esa categoría protegida”. Obviamente éste para ella era un argumento central en su lucha por la igualdad entre mujeres y hombres: “no podemos defender los derechos del hombre sin defender los derechos de la mujer” (Sen, 2010: 144-145). Otros políticos, como Alexis de Tocqueville, sí se parecían mostrarse contrarios a la esclavitud que habían observado en las colonias francesas y en EE.UU. En nombre del derecho natural y de la razón, postulaba “la igualdad entre los seres humanos, independientemente de toda consideración de origen o de raza”, por un sentimiento “cristiano” –“es una idea cristiana la de que todos los hombres nacen iguales”-. Tocqueville no piensa que el negro pertenezca a “una especie intermedia entre el hombre y el mono”, pero como argumento esgrime la evidencia de que “el negro es civilizable” (Todorov, 2005: 224). Considera que la Revolución Francesa debe ser responsable de extender los principios de igualdad y libertad a todo el mundo, lo que de nuevo implica un sentimiento de superioridad de la cultura «occidental». Sin embargo, estos principios deben supeditarse “a las obligaciones políticas del momento y del lugar”. Así, propone “prohibir «provisionalmente a los negros el derecho a que sean propietarios» (L’émancipation, p. 105)” y más aún, “«[s]i bien los negros tienen el derecho de ser libres, es irrefutable que los colonos tienen el derecho a no verse arruinados debido a la libertad de los negros» (ibid.)” (Ibíd.: 226). En definitiva, ante la necesidad de “evitar que la abolición de la esclavitud en las ex colonias francesas ejerza efectos nefastos (ruina de propietarios, baja del nivel de la industria), es preciso, al tiempo que se libera a los individuos, mantener en estado de sumisión los territorios que habitan. En otras palabras, es necesario que el colonialismo pase a remplazar al esclavismo” (Ibíd.: 227).

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Ya en pleno siglo XX y como consecuencia de los crímenes del nazismo y de los desastres que estaban ocasionando los procesos de descolonización, se firma la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Y aunque en las décadas que han pasado hasta llegar al día de hoy no se puede negar “el gigantesco esfuerzo internacional realizado para llegar a formular jurídicamente una base mínima de derechos que alcance a todos los individuos y formas de vida que componen la idea abstracta de humanidad” (Herrera Flores, 2008: 18), tampoco está de más recordar que esta Declaración, como cualquier otra ley, tratado, convención, etc., es determinada en gran medida por el contexto en el que nace. Así, hemos de reconocer que “los derechos humanos, como tales, han surgido en Occidente” (Ibíd.: 31). Y de nuevo se han convertido en algo que desde «occidente» estamos convencidas que tenemos que extender por todo el mundo, sin preocuparnos de que “en gran cantidad de ocasiones se intentan imponer a concepciones culturales que ni siquiera tienen en su bagaje lingüístico el concepto de derecho” (Ibíd.: 32). Se predican como “universales”, como tantas otras veces, pero se ejercen en función de otros intereses. Uno de esos intereses es el «derecho de ciudadanía»25, que se impone de facto a los derechos humanos a pesar de que debería estar supeditado a ellos. Con la excusa de haber constituido “en los orígenes del Estado moderno, un factor de inclusión y de igualdad” (Ferrajoli, 2004: 117), es preciso reconocer que a día de hoy “la ciudadanía de nuestros ricos países representa el último privilegio de status, el último factor de exclusión y discriminación, el último residuo premoderno de la desigualdad personal en contraposición a la proclamada universalidad e igualdad de los derechos fundamentales” (Ibíd.)

O, en palabras de Giorgio Agamben: “La ciudadanía ya no define ahora simplemente una sujeción genérica a la autoridad real o a un sistema legal específico, ni se limita a encarnar sin más (…) el nuevo principio igualitario; designa ahora el nuevo estatuto de la vida como origen y fundamento de la soberanía e identifica, pues, literalmente, en las palabras de Lanjuinais a la Convención, a les membres du souverain.” (Agamben, 2003: 164)

Por otro lado, la hegemonía militar y económica del norte enriquecido también ha seguido posibilitando llevar a la práctica el ius belli en nombre de los derechos humanos

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La categoría de ciudadanía es tal vez el aspecto fundamental del debate actual sobre los derechos de las personas extranjeras. Como apunta Javier De Lucas: “la contraposición básica entre dos categorías de derechos fundamentales es funcional a la distinción entre hombre y ciudadano” de modo que “los derechos humanos están atribuidos al hombre sólo en cuanto presupuesto encubridor del ciudadano” (De Lucas, 1994: 118-119).

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«universales». En las «operaciones» que EE.UU. –y otros- ha lanzado desde la firma de la DUDH contra Nicaragua, Vietnam, Chile o Irak26 ha sido siempre posible justificar la violación de derechos humanos en nombre de los propios derechos humanos. Para ello, se utiliza la misma técnica de «barbarización» de los españoles en América27: “El violador de los derechos humanos es transformado en un monstruo, en una bestia salvaje que se puede eliminar sin que haya la más mínima cuestión de derechos humanos. Pierde hasta el carácter de ser humano” (Hinkelammert, 1999). Como vemos, la reducción a la «nuda vida» de Agamben sigue siendo una valiosísima herramienta.

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Pasando por las atrocidades de la OTAN en Kosovo y Serbia y el azuzamiento de los recientes conflictos en Siria y Libia por citar solo unos pocos ejemplos. En (Alba Rico, 2010), éste afirma que “al día siguiente de ser liberada *del nazismo+ Francia está bombardeando Argelia”. 27 Hemos pasado por alto que una de las primeras justificaciones de los españoles para exterminar a las poblaciones indígenas era la defensa de los pueblos llamados taínos frente a los caribes, supuestamente caníbales y en cualquier caso salvajes sin remisión, que, casualidades de la vida, eran precisamente los pueblos que con mayor ahínco se oponían a ser conquistados (Alba Rico, 2010).

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6. Campos de concentración modernos En el texto citado en el capítulo 4, Giorgio Agamben se está refiriendo a los “campos de concentración”, como símbolos espacio-temporales en los cuales “el estado de excepción empieza a convertirse en regla” (Agamben, 2003: 215). “Los historiadores discuten si la primera aparición de aquellos se produce en los campos de concentraciones [sic] creados por los españoles en Cuba en 1896 para reprimir la insurrección de la población de la colonia, o en los concentration camps en que los ingleses amontonaron a los boers a principios de siglo; lo que importa es que, en ambos casos, se trata de la extensión a toda una población civil de un estado de excepción unido a una guerra colonial.” (Ibíd.: 212)

Desde aquí pensamos que las encomiendas, las plantaciones o las reservas también constituyeron, mucho antes, esos espacios de excepción que describe. Y naturalmente existen muchos otros ejemplos de ello, que nos hemos dejado fuera. Hoy día existen también muchos “campos de concentración”. Por ejemplo los CIE.

La llegada a nuestro viejo mundo, posiblemente por primera vez en la historia de manera tan significativa, de personas que tratan de escapar de situaciones de pobreza, de guerra, de discriminación y que ven en el «norte enriquecido» la esperanza de un futuro mejor, se ha convertido en una cuestión que saca a la luz las contradicciones más vergonzosas del discurso político europeo y la incapacidad de ocultar el verdadero sentido de nuestras políticas. A pesar de que la DUDH proclama el derecho de las personas a salir de un país, no dice nada sobre el derecho a entrar (salvo en el propio país; al fin y al cabo, la DUDH proclama el final del colonialismo in situ, que ya no era necesario, y hace un guiño al derecho a desertar de los países «del este», que estaban bajo la órbita soviética). Entonces las fronteras se convierten en guardianas de la soberanía nacional y de la ciudadanía y definen las relaciones con las personas llegadas de otros lugares, conformando un mecanismo de gestión asimétrico y selectivo. Ya hace más de veinte años decía Javier de Lucas: “si la lucha por los derechos humanos es la lucha contra la exclusión, es decir, la lucha por su reconocimiento más allá y por encima de las fronteras, una mirada al mundo que nos rodea parece acreditar más bien que, todavía hoy, las fronteras parecen más poderosas que los derechos” (De Lucas, 1994: 24-25). En España, esta apreciación se convierte en evidente con el empecinamiento del gobierno

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actual en justificar las denominadas «expulsiones en caliente»28 utilizando un concepto “‘operativo’ de frontera que, sin embargo, no resulta jurídicamente asumible” (Martínez Escamilla y otros, 2014). De nuevo encontramos un derecho retorcido para unos fines concretos. Más aún, en este caso ni siquiera el derecho da cobertura a estas actuaciones, pero no por eso han dejado de llevarse a cabo. Quienes no pueden ser «rechazados» en ese primer obstáculo y logran entrar a territorio nacional encontrarán nuevas barreras. Bajo el paraguas de legitimidad de la Ley de Seguridad Ciudadana, las también ilegales redadas racistas se extienden por los barrios donde se concentra la población inmigrante, por locutorios o bocas de metro, por estaciones de tren y de autobuses, e incluso mediante “llamadas de la Brigada de Extranjería con motivos falsos para que ciertas personas se presenten en comisaría o en las oficinas de Extranjería” (Campaña estatal por el cierre de los CIE, 2014: 38). Como consecuencia, el confinamiento no necesita ya de muros ni alambradas, pues “los espacios cotidianos de los migrantes se convierten en los escenarios en los que operan los dispositivos policiales adquiriendo una nueva representación: pasan de ser lugares de encuentro y circulación a enclaves de control” (Jarrín, Rodríguez y De Lucas, 2012). Estas redadas mantienen una estrecha relación con los vuelos de deportación, que España y Europa preparan de manera más o menos frecuente para expulsar a las personas que se encuentran en nuestros territorios. Y, en tanto es posible llevarl a cabo esos vuelos, esas personas permanecerán privadas de libertad, pese a no haber cometido ningún delito.

No ha sido hasta hace relativamente poco tiempo que hemos descubierto los CIE, a pesar de que su existencia está legislada desde 1985, fecha de la primera ley de extranjería. Por desgracia han ayudado a sacarlos a la luz las muertes registradas en ellos, normalmente poco o nada investigadas y que desde luego no han supuesto la asunción de ninguna responsabilidad por parte de sus ideólogos o sus gestores. Su función, como ya hemos dicho, es confinar a personas en situación irregular mientras se

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“se está conceptuando por devoluciones o “expulsiones en caliente” la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado consistente en la entrega a las autoridades marroquís por vía de hecho de ciudadanos extranjeros que han sido interceptados por dichos Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado en zona de soberanía española sin seguir el procedimiento establecido legalmente ni cumplir las garantías internacionalmente reconocidas” (Martínez Escamilla y otros, 2014).

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intenta expulsarlas. Supuestamente para evitar que eludan a la justicia -lo cual ya implica un juicio negativo sobre esas personas- y sin considerar otras opciones29. “Al establecer medidas penales para una falta administrativa, se produce un tratamiento diferencial de la población en función de la categoría ciudadana a la que se pertenezca” (Ferrocarril Clandestino, 2009: 17). Además, una mirada a su interior nos convence de que “en la práctica, los CIE operan como cárceles, o aun en peores condiciones” (Jarrín, Rodríguez y De Lucas, 2012). Cientos de informes explican detalladamente las numerosas violaciones de derechos que tienen lugar ya desde la propia existencia de estos centros. Sus instalaciones “presentan graves carencias por la antigüedad y la falta de mantenimiento y reforma de los edificios que los albergan”. “En ningún CIE existe una enfermería” (SJM, 2014) y no se hace seguimiento a los posibles historiales médicos de las personas internas30. Continuamente se denuncian agresiones y malos tratos y la asistencia jurídica deja mucho que desear, con proceso complejos que no se le explican a la persona encarcelada y posibilidad de deportación incluso cuando se está en espera de resolución de algún recurso. No existen normas de convivencia en los CIE, ni actividades para las personas detenidas, que pasan en las celdas la mayor parte del tiempo, mirando a la pared porque no hay otra cosa que hacer. Además, hay un alto porcentaje de personas detenidas que llevan años en nuestro país31 y “han establecido redes familiares, sociales y laborales que se verán interrumpidas con la expulsión” (Jarrín, Rodríguez y De Lucas, 2012). Se mantiene a las personas en un estado de total incertidumbre respecto a su posible deportación, a pesar de la obligatoriedad de aviso. Al no haber CIE más que en unas pocas ciudades, el internamiento se puede producir a cientos de kilómetros de la ciudad de residencia de la persona, por lo que se dificulta enormemente la posibilidad de recibir visitas de la familia o las amistades. Últimamente, la entrada en escena de los juzgados de control ha puesto algo de atención en la gestión de los CIE, aunque no han logrado que se lleven a cabo todas las medidas exigidas. La sola revisión de algunas sentencias da una idea de la nula valoración de la vida de las personas detenidas. Por ejemplo, en 2010 y 2011 los juzgados de control del CIE de Madrid establecieron la obligatoriedad de garantizar el 29

“Solo se justifica el internamiento para preparar el retorno o llevar a cabo el proceso de expulsión, y si la aplicación de medidas menos coercitivas no es suficiente”. Considerando (16) de la Directiva 2008/115/CE del Parlamento europeo y del Consejo, conocida como «Directiva de la vergüenza». 30 Lo que ocasionó la muerte de Samba Martine. http://www.eldiario.es/sociedad/CIE-samba-martine_0_80842295.html 31 “El 78% de los internos visitados en Madrid llevaba más de cuatro años en España. Y sólo un 13% de las personas visitadas llevan menos de un año en España” (SJM, 2014).

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acceso nocturno a los baños. También tuvieron que recomendar ¡que la alimentación fuera adecuada y suficiente!. En otros casos, organizaciones que exigen el cierre de los CIE han solicitado en ocasiones la instalación de más cámaras de vigilancia en lugares de los CIE donde ahora no existen. Paradójicamente, la intimidad de las personas presas debe quedar anulada para proteger su derecho a no sufrir malos tratos o discriminación. No nos extenderemos más en estas prácticas. Creemos que lo expuesto da una idea bastante precisa de cuánto vale una vida extranjera en España. Del mismo modo que la población negra era esclava porque en ese estatus era comprada y podía ser mejor explotada por el capitalismo incipiente; del mismo modo que los pueblos indígenas americanos debían someterse o ser aniquilados como forma para Europa de apropiarse de sus tierras y recursos, “los migrantes no comunitarios en situación irregular, al no ser reconocidos como ciudadanos, carecen de determinados derechos humanos universales” (Jarrín, Rodríguez y De Lucas, 2012).

Pero también nos interesa comprender el fin último y verdadero de estas cárceles. Porque el CIE no contribuye a la regulación de los flujos migratorios. Apenas la mitad de las personas que son encerradas (las cuales, a su vez, representan un pequeño porcentaje de las que entran en el país de forma irregular) resultan finalmente expulsadas32. Y sin embargo, este entramado legislativo-punitivo ha visto disparada su visibilidad mediática en este siglo, más allá de la fundamental participación de la sociedad civil en este hecho. Resulta revelador que al mismo tiempo que “los dirigentes del gobierno español dejaron de considerar la inmigración como una solución laboral alternativa”, para pasar a presentarla “ante la opinión pública como un problema” (Jarrín, Rodríguez y De Lucas, 2012), se da la circunstancia de que “el discurso problematizador y estigmatizador sobre los refugiados e inmigrantes ha reaparecido abiertamente, incluso en los partidos dominantes” (Van Dijk, 2009: 207). ¿Por qué? Podemos especular que, como consecuencia del aumento cuantitativo y de la redistribución cualitativa de los flujos migratorios, ha reaparecido un tipo de prejuicio supremacista que nunca se fue y que ahora no centramos tanto en el discurso de la raza, sino en el cultural33. Sin embargo, conviene tener en cuenta que este 32

En base a los datos que ofrece el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura en sus informes anuales. https://www.defensordelpueblo.es/informes/resultados-busqueda-informes/?tipo_documento=informe_mnp 33 Que a fin de cuentas, no hace sino ocultar los verdaderos motivos. Como afirma Javier de Lucas siguiendo el análisis de Sami Näir: “la cuestión que se nos presenta a veces de forma simplista en términos de conflicto étnico o,

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discurso, ya sin matices, se ha hecho más intenso en la actual época de crisis. No olvidemos que cuando el ciclo económico era expansivo, el discurso oficial apuntaba, al menos ocasionalmente34, hacia políticas de organización del mercado de trabajo, e incluso se llevaron a cabo diversas regularizaciones de personas migrantes, con el objetivo eso sí de modular la “producción de suficiente oferta de trabajo tanto legal como sumergido (…). Si en el capítulo anterior señalábamos que Italia había realizado varios procesos de regularización de inmigrantes, el caso español es de similares características. Así, se han realizado regularizaciones en 1985, 1991, 1996, 2000, 2001 y 2005.” (Romero, 2010: 129)

Además los Estados necesitan cada vez más afirmar, frente a sus ciudadanías, su soberanía, su capacidad de ejercer control y de mantener el orden, en un mundo en el que la globalización ha arrasado con muchas de sus atribuciones principales (no entraremos en si quienes nos gobiernan están de acuerdo o no con esa «cesión de competencias») a favor de instituciones internacionales –OMC, FMI y BM por citar al «eje del mal»-, instituciones financieras privadas y transnacionales. Por ello, dice Zygmunt Bauman que “[e]l «Estado Social» (…) se bate hoy en retirada” (Bauman, 2013: 118). Incapaz –no especifica si la incapacidad es sobrevenida o buscada- de defender a sus ciudadanos contra el mercado y la exclusión, se ve en la necesidad de “hallar o de construir una nueva «fórmula de legitimación» en la que puedan apoyarse, en su lugar, la autoafirmación de la autoridad estatal y la demanda de disciplina” (Ibíd.: 119). Una vez que el Estado se decanta por esta lógica, “*l+as amenazas deben pintarse del más siniestro de los colores, de suerte que sea la no materialización de las amenazas (…) la que se presente ante el atemorizado público como un evento extraordinario y, ante todo, como el resultado de las artes, la vigilancia, la preocupación y la buena voluntad excepcionales de los órganos estatales” (Ibíd.).

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Dentro de esta misma lógica, además de la necesidad de ostentación de soberanía por parte del estado, existiría una necesidad «nacionalista» por parte de la ciudadanía. Como apunta Etienne Balibar:

en todo caso, de conflicto cultural, es también y sobre todo la cascara vacía que encierra problemas de orden socioeconómico” (De Lucas, 1994: 157). 34 Sin que eso significara, por supuesto, que el fundamento utilitarista y, en última instancia, racista, no estuviera presente: “Ya en enero de 2007 *cuando la crisis ni siquiera era una remota posibilidad en nuestra imaginación], en sus Cuadernos de Información Sindical, CCOO exigía al Gobierno contundencia con los países africanos para que aceptasen las repatriaciones y situaba el ordenamiento de los flujos de inmigrantes como principal objetivo de la política migratoria, en función de las necesidades del mercado de trabajo español.” (Romero, 2010: 19) 35 Este análisis va más allá de los discursos contra la inmigración irregular y puede aplicarse también a la psicosis frente al terrorismo que estamos padeciendo.

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“el nacionalismo pide también una estigmatización específica del extranjero. (…) los ciudadanos nacionales se persuadirán de que sus derechos no son nulos si ven que los derechos de los extranjeros son inferiores, precarios o subordinados a manifestaciones repetidas vasallaje” (Balibar, 2003: 78).

Lo cual conlleva el enorme peligro de que nos dejemos (como de hecho está pasando) arrebatar derechos tal vez porque estamos convencidas de que aún pertenecemos a la parte pivilegiada de la humanidad. Precisamente una de las cosas que creo que se pueden inferir de la lectura de este trabajo es que, a fin de cuentas, el CIE se podría aplicar a quien las élites gobernantes creyeran conveniente en cada caso. Y para que eso no pase hay que defender los derechos de todas las personas, fundamentalmente de las más desprotegidas, que son un indicador del punto al que nos pueden llevar (algo que ya estamos comprobando en cuanto a los derechos laborales por ejemplo) las políticas de nuestros estados. Precisamente para que nos quedemos con esta visión, me ha parecido conveniente terminar con unas palabras del prólogo que Carlos Taibo escribió para la publicación Voces desde y contra los CIE: para quien quiera oír: “lo que se impone es recordar que los Centros configuran una suerte de instancia intermedia entre la cárcel entendida en su sentido más convencional y esa otra cárcel en la que vivimos la mayoría de nuestros días. En esa dimensión conforman un proyecto piloto que bien pudiera ser objeto de generalización al servicio de las estrategias de darwinismo social militarizado con las que empiezan a coquetear muchos de los poderes políticos y económicos, cada vez más conscientes de la escasez general que se avecina, y cada vez más decididos a preservar esos recursos escasos en manos de una escueta minoría.” (Ferrocarril Clandestino, 2009: 10).

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