Apuntes metodológicos en torno a la institucionalización y profesionalización de la historiografía en Entre Ríos, décadas de 1930 a 1970

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Descripción

VELAZQUEZ, Darío, “Apuntes metodológicos en torno a la institucionalización y profesionalización de la historiografía en Entre Ríos, décadas de 1930 a 1970”. En: Hablemos de Historia. Cuestiones teóricas y metodológicas de la historia, Nº 8, Paraná, Editorial Fundación La Hendija, 2015, pp. 53-63. Apuntes metodológicos en torno a la institucionalización y profesionalización de la historiografía en Entre Ríos, décadas de 1930 a 1970 Resumen En el presente trabajo nos proponemos un abordaje metodológico de la institucionalización y profesionalización de la historiografía en Entre Ríos en las décadas de 1930 a 1970. Durante ese período, los “historiadores entrerrianos” –que se autoreconocen y son reconocidos por otros actores sociales como tales- procuran legitimidad no sólo en ser tenidos como productores de un saber científico formal, sino además en su función de “guardianes” del patrimonio histórico “distintivo” de Entre Ríos (la “entrerrianidad”). Un patrimonio definido por estos historiadores en una relación de complementariedad y conflicto con los sentidos asignados a la nación. Al abordar esta cuestión sustantiva trataremos un problema metodológico relevante: las características de los sistemas clasificatorios que los historiadores aplican a las instituciones y producciones historiográficas (historiografía “nacional”, “regional”, “provincial”, “local”, etc.), que implican, a su vez, su reconocimiento social en tanto “historiadores” –reconocimiento que puede ser auto-atribuido o atribuido a otros actores sociales. Palabras clave: Institucionalización, profesionalización, historiadores, Entre Ríos, nación Methodological notes regarding the institutionalization and professionalization of historiography in Entre Ríos (1930-1970) Abstract

In this work we attempt a methodological approach to the institutionalization and professionalization of historiography in Entre Ríos in the decades of 1930 to 1970. During that time, the “entrerrianos historians” –who self-recognize and are recognized by other social actors as such– seek legitimation not only in being regarded as producers a scientific formal knowledge, but also through their function as “keepers” of Entre Ríos’ “distinctive” historical heritage (the “entrerrianidad”). A heritage defined by these historians in a relationship of complementarity and conflict with the senses assigned to the nation. In approaching this substantive issue, we will be dealing with a relevant methodological problem: the features of the classification systems applied by historians to

historiographical

institutions

and

historiographical

production

(“national”

historiography, “regional”, “provincial”, “local”, etc.), which imply, in turn, their social recognition as “historians” –a recognition that can be either self-attributed or attributed to other social actors. Key words: Institutionalization, professionalization, historian, Entre Ríos, nation. Institucionalización

y

profesionalización:

el

caso

de

los

“historiadores

entrerrianos”1 Dado que el término analítico profesionalización no está exento de connotaciones evolucionistas o normativas, en este trabajo será utilizado siempre con vistas a comprender tanto el proceso de racionalización creciente de las prácticas por el cual los historiadores van siendo reconocidos por su saber experto, como las dimensiones simbólicas y las implicancias morales de esta categoría que no se orientan necesariamente por una lógica racional-legal, pero que resultan socialmente eficientes en la producción y reproducción de la disciplina. Diferentes agentes culturales en la provincia de Entre Ríos han procurado abrirse un espacio social como productores identitarios desde el campo del arte, la política, el folklore, la literatura y la historia. Sus estrategias de consagración han estado asociadas al reconocimiento social de su carácter de fieles intérpretes de las “necesidades” y “esencias” locales, elaborando relatos que en diferentes momentos históricos (incluyendo el presente) permiten experimentar el modo en que la provincia se articula 1

En esta oportunidad no nos concentraremos en un análisis del contenido de la producción historiográfica de los autores.

y a la vez se diferencia del resto del país. En particular, los historiadores procuraron dar cuenta de la “idiosincrasia” entrerriana a través del estudio de los personajes históricos más destacados y de sus instituciones representativas. El criterio de verdad histórica con el que se construían estos textos, se apoyaba en el canon historiográfico estabilizado por la “Nueva Escuela Histórica” y, al mismo tiempo, en la reivindicación provincialista que postulaba la continuidad política, cultural y territorial de Entre Ríos. Por ello, la “entrerrianidad” constituyó una categoría de consenso entre estos historiadores, a la vez que era sujeto y objeto de esas historias. En este sentido, las categorías analíticas institucionalización y profesionalización comprenden el repertorio de estrategias, recursos y estilos que los historiadores que residen en Entre Ríos, que producen conocimientos sobre la historia de esa provincia argentina, y enseñan e investigan en instituciones entrerrianas, pusieron en juego para producir discursos historiográficos y legitimarlos en un contexto determinado y ante audiencias e interlocutores específicos. Durante la segunda mitad del siglo XIX en la Argentina, la inserción institucional de la actividad historiográfica se localizaba en entidades que no tuvieron buen suceso, cuestión atribuida tanto a la falta de apoyos estatales como de los consensos necesarios2. Tales apoyos llegarán más decididamente a partir de 1880, cuando el Estado se dé la tarea de afirmar sentidos de pertenencia a la nación, y los historiadores se integren al dispositivo nacionalizador elaborando relatos que postulaban la preexistencia de la nacionalidad argentina en el pasado. Asimismo, la estabilización de un método que otorgara a la disciplina un status acorde con los criterios de cientificidad de la época, conformaría un consenso sobre la base del cual sería posible escribir esa “historia nacional”. Con todo, existieron anclajes institucionales al promediar el siglo XIX en el Instituto Histórico y Geográfico de la Confederación Argentina (1860), que tenía en la Revista del Paraná (1861) de Vicente G. Quesada su órgano no oficial de difusión. También en el Museo Nacional de la Confederación (1854-1861), institución que congregó a los “naturalistas” Alfredo Marbais du Graty y su sucesor en la dirección Augusto Bravard, quien a su turno participó de la fundación del mencionado Instituto Histórico y Geográfico. Existe consenso en señalar que la Junta de Historia y Numismática Americana (1893) constituyó el primer soporte institucional exitoso de la actividad historiográfica, 2

DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, p. 20.

particularmente en virtud de que ofreció una base de inserción con permanencia en el tiempo en contraste con los frustrados antecedentes decimonónicos3. Ese éxito y continuidad institucional también deben ponderarse en relación al control que extenderá crecientemente sobre ciertos dominios –encargos para supervisar reimpresiones por los poderes públicos; asesoramiento a organismos oficiales sobre símbolos patrios, próceres en los billetes de papel moneda, nombres para establecimientos educativos, calles y estaciones de ferrocarril, etc.; conmemoraciones y homenajes; erección de monumentos; confección de contenidos para la manualística escolar- a través de la consolidación de redes personales e interinstitucionales con agentes y organismos públicos, y con sujetos y entidades especializadas en el interior del país –mediante la creación de un sistema de juntas filiales y adheridas, con cierta intencionalidad de controlar fondos documentales, mercado historiográfico y recursos humanos- y en otros países de Iberoamérica 4. El prestigio alcanzado por tal entidad la convirtió en el modelo historiográfico que los grupos de intelectuales de las provincias se empeñaron en reproducir. Por ello, desde las primeras décadas del siglo XX existió una configuración de instituciones historiográficas juntistas en las jurisdicciones provinciales. Devoto y Pagano señalan que “hasta la aparición de instituciones dedicadas a la enseñanza superior en Historia, los

estudios

históricos

locales,

provinciales

o

regionales

se

practicaban

mayoritariamente en organismos de carácter local y asociativo, no necesariamente oficial, cuyo formato típico fue el de Junta”5. La eclosión de estas instituciones data de la década de 1930. Así pueden citarse las de Mendoza (1934), Santa Fe (1935), San Juan (1935-38), Salta (1937), Misiones (1939), Santiago del Estero (1940), La Rioja (1940), y Córdoba (1941). Consideramos, sin embargo, que dicha configuración historiográfica no mengua su actividad con la aparición de instituciones de enseñanza superior, sino que, en cambio, pasan a integrar una constelación de entidades -contando entre éstas también museos- por las que circulaban los historiadores, y de las que obtuvieron los recursos materiales y simbólicos de los que dependió su profesionalización. Finalmente, durante la primera mitad del siglo pasado, también la inscripción institucional de los historiadores se produce en las cátedras que se ocupan de estas 3

Ídem, p. 69. PAGANO, Nora y GALANTE, Miguel Alberto, “La Nueva Escuela Histórica: Una aproximación institucional del Centenario a la década del ‘40”. En: DEVOTO, Fernando et. al., La historiografía argentina en el siglo XX, Buenos Aires, Editores de América Latina, 2006, pp. 65-108. 5 DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora… op. cit., pp.163-164. 4

temáticas en las carreras de Derecho y con la creación de carreras en Historia e institutos de investigación en las universidades nacionales de Buenos Aires (la Sección de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras fue fundada en 1905 pero su reorganización definitiva se produjo recién en 1912, y el Instituto de Investigaciones Históricas –hoy Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”- se crea a fines de 1921), de La Plata (la Sección de Historia, Filosofía y Letras se constituyó definitivamente en 1909), y del Litoral (en el marco de la Facultad de Ciencias Económicas y Educacionales 1920-1931, se crea la carrera de Profesorado en Historia y Geografía con sede en Paraná). En particular para el escenario provincial, Ríos ha sostenido la imposibilidad de fundamentar la existencia de una “comunidad de historiadores” que compartieran concepciones y métodos de la Historia en Entre Ríos, situación provocada por la falta de “instituciones con funciones académicas” que agrupen a mujeres y hombres en torno a la producción historiográfica. Con este panorama, señala que en lugar de hablar de una “escuela entrerriana de historiografía”, todo aquel que intente una sinopsis del campo historiográfico provincial, se topará con un “palmarés” de historiadores, es decir, apenas una nómina de “laureados” en reconocimiento de sus méritos6. Compartimos con la autora la interpretación acerca de que las instituciones especializadas en el campo historiográfico, registran momentos de discontinuidad si lo pensamos en el marco de la sociedad entrerriana, pero queremos presentar una lectura diferente respecto de la concepción sobre la consagración o la no consagración de los “historiadores entrerrianos”. Ciertamente,

estos

actores

lograron

el

reconocimiento

social

como

“historiadores” en Entre Ríos, y en las décadas de 1930 y 1940 se consagraron en el ámbito de la Academia Nacional de la Historia. En todo caso, resta ponderar con mayores estudios empíricos el lugar de los historiadores entrerrianos en las décadas de 1960 y 1970, donde su presencia en un espacio de consagración nacional como es la Academia Nacional de la Historia parece depreciada –lo que no es óbice para considerar notables excepciones como la Profesora Beatriz Bosch- y, asimismo, su inserción en la universidad carece de reconocimientos “nacionales”. Sin embargo, nuestra propuesta se orienta en el sentido de interpelar las miradas prescriptivas que sostengan una medida

6

RIOS, María del Carmen, “Rememoraciones en el Bicentenario. El mundo de los historiadores entrerrianos”. En: RIOS, María del Carmen (coord.), Entre Ríos. Identidades y patrimonios, Buenos Aires, Dunken, 2008, p. 126.

única o unívoca de la consagración; esto es, evitar definiciones de lo que “es” o “debe ser” la historiografía de acuerdo con criterios políticos y culturales actuales. Desarrollaremos este argumento en el acápite siguiente. Buchbinder ha presentado la hipótesis de que entre 1900 y 1930, es decir, en una etapa previa al surgimiento del llamado “revisionismo histórico”, las provincias vivieron un movimiento cultural que produjo una original reflexión sobre el pasado local, construyendo sus posicionamientos frente a los relatos de la historia nacional consagrados en esas décadas. Tal actividad cultural encontró apoyo en las instituciones dedicadas a la enseñanza superior, los Colegios Nacionales creados durante la segunda mitad del siglo XIX, y en diferentes círculos de sociabilidad intelectual en las capitales de provincia7. En este contexto un caso particular lo constituye Benigno Teijeiro Martínez (1846-1925)8. Otra figura relevante fue Martín Ruíz Moreno (1833-1919), investigador con una activa participación política, que actuará como legislador nacional y provincial especialmente durante el tercer cuarto del siglo XIX. Transitarán lugares comunes con Martínez, como el ejercicio de la docencia en el Colegio del Uruguay y el Archivo General de la Provincia de Entre Ríos, institución que Ruiz Moreno estará encargado de organizar entre 1893 y 1899 9. Martínez se incorporará a la Junta de Historia y Numismática Americana en el año 1916, tal como lo había hecho Ruiz Moreno en 1915. Si bien estos autores no fueron coetáneos, su producción cultural es contemporánea en tanto ella acompaña la estabilización del modelo “erudito”. Tal como analiza Buchbinder 10, que en líneas generales estas obras se fundamenten en el estudio de los documentos, testimonia el impacto de los procesos de profesionalización de la historia cuyos rasgos se acentuaron durante las primeras décadas del siglo XX 11. En 7

BUCHBINDER, Pablo, “La nación desde las provincias: las historiografías provinciales argentinas entre dos centenarios”. En: Anuario nº 8, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2010. 8 De profesión agrimensor, había nacido en la provincia de Coruña, España. Llega en 1975 a Concepción del Uruguay donde residían muchos de sus coterráneos, para convertirse rápidamente en catedrático del histórico Colegio de Concepción del Uruguay. Su relación con Juan María Gutiérrez le habría posibilitado una pronta inserción en el medio local. Ver: DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora… op. cit., p. 59. Sus obras historiográficas estaban cimentadas en bases documentales del Archivo General de Entre Ríos, creado en 1880 y del que fuera también su director. 9 El Archivo General se crea el 10 de junio de 1880, mediante un decreto del Gobernador José Antelo (1879-1883) y por iniciativa del Diputado Martín Ruiz Moreno. 10 BUCHBINDER, Pablo… op. cit. 11 Buchbinder se refiere a un proceso de profesionalización de la Historia en la Argentina que es posible identificar durante los últimos años del siglo XIX. El autor afirma que “se trató de un fenómeno mundial cuyo elemento central estuvo configurado por el desarrollo de un método que otorgó a la profesión de historiador un status científico. Este método estaba compuesto por una serie de reglas y procedimientos

efecto, estos “historiadores provinciales” utilizaban estrategias de consagración similares a las que podemos reconocer en figuras como Bartolomé Mitre -actuación en la esfera pública a través de su inserción en las instituciones representativas y la instrumentación de la prensa periódica-, a quien una tradición posterior que se asienta en la “Nueva Escuela Histórica” le atribuye el papel de “historiador de la Nación” – rótulo que más tarde también será abonado por hombres de la “renovación” como José Luis Romero y Tulio Halperin Donghi12-. Por lo tanto, hablar de “historiadores laureados” impide comprender la actividad de los actores como parte del proceso de surgimiento y consolidación de la “historiografía erudita”. Que tal participación se llevara a cabo con recursos desiguales, no debe más que alertarnos sobre la complejidad del proceso de estabilización del canon historiográfico. Los treinta representan una década clave en el proceso de profesionalización e institucionalización de la historiografía en la Argentina. Ese decenio culmina con la conversión de la Junta de Historia y Numismática Americana en Academia Nacional de la Historia (1938), oficializada mediante decreto del Poder Ejecutivo Nacional, y en la jurisdicción provincial tal proceso se manifiesta con la creación de una Junta Filial (1936). En relación con las agencias mencionadas, el Doctor César Blas Pérez Colman (1874-1949)13 participó activamente en la elaboración de un emprendimiento intelectual decisivo de la época, como fue la escritura y publicación de la Historia de la Nación Argentina dirigida por Ricardo Levene. Los recursos que tendió a monopolizar la Junta/Academia permiten examinar en qué bases residió la eficacia para la concreción de una “historia argentina integral”, anhelo que también encarnaba en el Instituto de Investigaciones Históricas (FFyL-UBA) y que, sin embargo, no llevó a buen puerto 14. En su trayectoria hasta la década de 1940, Pérez Colman, transitó un conjunto de instituciones desde las que lideró la producción historiográfica en la provincia: el

que apuntaban básicamente al tratamiento de los documentos. Se trataba de técnicas para reunir y recopilar documentación, verificar su procedencia y sobre todo su autenticidad”. BUCHBINDER, Pablo, “Emilio Ravignani: la historia, la nación y las provincias”. En: DEVOTO, Fernando…op. cit., p. 111. 12 HALPERIN DONGHI, Tulio, “La historiografía argentina, del ochenta al centenario”. En: Ensayos de historiografía, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996, pp. 45-55. 13 Nacido en Concepción del Uruguay, cursó sus estudios secundarios en el histórico Colegio de esa ciudad. De la Universidad de Santa Fe (1889) egresaría con el título de abogado y Doctor en Jurisprudencia en 1898. La múltiple implantación profesional será el rasgo que comparta con sus pares provincianos. Para cuando logre posicionarse en el campo historiográfico nacional, Pérez Colman ya habrá transitado los circuitos consagratorios de la notabilidad local como educador, legislador y magistrado. 14 PAGANO y GALANTE, op. cit., pp. 80-81.

Museo de Entre Ríos (1934)15, el Instituto “Martiniano Leguizamón” (1936) 16, y el Instituto Nacional Superior del Profesorado de Paraná (1933) 17. Tales recursos políticoinstitucionales brindaron una base para la práctica disciplinar, y configuraron formas específicas de sociabilidad y un determinado perfil profesional. En los cuarenta, el gobierno peronista de Héctor Domingo Maya (1946-1950) introdujo algunas novedades en materia de política cultural en la provincia, creando el Museo Histórico de Entre Ríos (1948) y consolidando el liderazgo de su nuevo director, Leandro Ruiz Moreno 18. Con todo, predominaron las permanencias en el modelo historiográfico asentado en líneas positivistas que se cultivaba desde la década de 1930. Los “historiadores entrerrianos” mantuvieron el modelo historiográfico que les había significado su consagración nacional en el ámbito de la Academia. En este sentido, en 1970 Facundo Arce (1914-1983) funda la Junta de Estudios Históricos de Entre Ríos, como medio para posicionar a los historiadores nativos en la sociedad local y en el campo historiográfico nacional19. En suma, se trata de un proceso por el cual estos actores se consagraron como “historiadores”, a través de sus inscripciones en museos y asociaciones y como docentes

15

En 1934 un decreto del Gobernador Luis L. Etchevehere (1931-1935) establecía, sobre la base del Museo Escolar Central, el Museo de Entre Ríos. El origen de esta institución se remontaba a la Asociación Estudiantil Museo Popular, concretada en 1917 por iniciativa de un grupo de alumnos de la Escuela Normal y del Colegio Nacional de Paraná acompañados por profesores de ambos establecimientos educacionales. Luego de transformarse en Asociación Museo del Paraná, fue oficializada en 1924, pasando a depender del Consejo General de Educación de la Provincia con el nombre de Museo Escolar Central. 16 Martiniano Leguizamón (1858-1935), inicia sus estudios formales ingresando al Colegio del Uruguay en 1874, y en 1885 se gradúa en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Fue presidente de la Junta de Historia y Numismática Americana entre 1923 y 1927. Tras su muerte sus colecciones museográficas, bibliográficas y documentales, serán donadas por su familia a la Provincia y conformarán la base para la creación del Instituto que llevará su nombre, siendo inaugurado oficialmente en el Museo de Entre Ríos. 17 El Instituto fue creado por decreto del Gobierno Nacional del Presidente Agustín P. Justo (1932-1938). Contaba en sus inicios con cuatro profesorados: Geografía, Matemáticas, Letras e Historia. 18 En enero de 1948, un decreto provincial separaba del Museo de Entre Ríos su Departamento de Historia y Numismática y el Instituto “Martiniano Leguizamón”. A la sazón el Jefe ad-honorem del Departamento de Historia y Numismática era el Doctor C. B. Pérez Colman, siendo el Director del Museo el Profesor Víctor Badano, quien reemplazaba en tal función al Profesor Antonio Serrano. Era el Secretario del Museo el Profesor Facundo Arce. Por el mismo decreto, la recientemente creada Oficina de Investigaciones Históricas de la Provincia (1947), junto con su personal y presupuesto, se incorporaba al Instituto “Martiniano Leguizamón”, y era nombrado como su director el hasta entonces Jefe de la mencionada Oficina, Leandro Ruiz Moreno. Como último paso, un nuevo decreto formalizaba la creación del Museo Histórico de Entre Ríos “Martiniano Leguizamón”. Leandro Ruiz Moreno era Teniente 1º del Ejército en situación de retiro. Fue profesor ad-honorem de la Escuela de Policía de Entre Ríos. Entre 1962 y 1963 actuó como interventor federal en la Provincia. 19 Arce egresó de la Escuela Normal Superior “José María Torres” como Maestro Normal Nacional (1932), y en 1936 se recibió como Profesor de Historia en el Instituto Nacional Superior del Profesorado de Paraná. Fue Director del Museo Histórico de Entre Ríos “Martiano Leguizamón” y Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Entre Ríos desde el momento de su creación hasta 1980.

e investigadores, a la vez que se afirmaron como productores identitarios participando en la construcción de los sentidos de la “entrerrianidad” y la “nacionalidad argentina”, en las décadas de 1930 a 1970. Sistemas clasificatorios de los actores de época y de los historiadores contemporáneos En las décadas de 1930 a 1970 los historiadores metropolitanos de la Academia Nacional de la Historia, antes Junta de Historia y Numismática Americana, utilizaban la categoría diferencial de “crónicas regionales/provinciales” para designar a los historiadores provincianos -que en ocasiones integraban esas entidades y sus proyectos historiográficos - y sus obras. En la actualidad, los historiadores que producen historia de la historiografía, clasifican a los historiadores y sus producciones historiográficas en “nacionales”, “regionales”,

“provinciales”,

“locales”,

estableciendo

jerarquías

sociales

y

epistemológicas entre unos sujetos y sus historias que son altamente ponderados (quienes son clasificados como hacedores de la historia nacional y sus producciones) y otros que lo son menos (quienes son designados con esas otras rotulaciones alternas y sus historias). Tales clasificaciones están atravesadas por una mirada normativa que pone como medida la consagración en el panteón de la historiografía nacional, y tal como en la actualidad los actores sociales del campo historiográfico la definen políticamente. Recientemente Quiñónez ha contribuido a reflexionar sobre diferentes aspectos que atañen a la legitimidad académica de la “historiografía regional” en la Argentina. Para esta autora su estatus diferencial partiría de la delimitación de un objeto de estudio que abarcaría un amplio corpus de obras que iría desde las “crónicas” elaboradas durante el período colonial, referidas a espacios que luego pasaron a integrar el Estado nacional, hasta los trabajos producidos en distintas regiones y provincias argentinas “a partir de la profesionalización del campo historiográfico con la apertura de universidades con carreras de Historia”. De esta manera, quedarían incluidas como parte de la especificidad de la “historiografía regional” las obras producidas en el “escenario protohistoriográfico de las provincias en la segunda mitad del siglo XIX y en gran parte del siglo XX, cuando las principales instituciones dedicadas a la indagación sobre el pasado en el interior de la Argentina eran las Juntas de Estudios

Históricos y a esa tarea se dedicaban individuos de los más variados intereses y formaciones” (los destacados son nuestros)20. Consideramos que estas reflexiones exponen algunos nudos problemáticos en torno a la especificidad que debiera asumir la preocupación por la historiografía del pasado regional/provincial. En primer lugar, respecto de las consecuencias sobre todo metodológicas de hacer una historia de los procesos de construcción de nuestra propia disciplina. Héctor Jaquet21, al analizar la contribución de los historiadores a la invención de una identidad para la provincia de Misiones en las décadas de 1940 y 1950, comenta que su carácter nativo (“joven historiador perteneciente a la Universidad”) presentó frecuentemente obstáculos a la consecución de su trabajo, al estar inscripto en el sistema de relaciones de sus propios informantes. El autor reconoce haber estado frente a un verdadero desafío epistemológico, en virtud de lo que en rigor configuraba un doble status de nativo: por una parte, en cuanto participaba con su población-objetivo del mismo universo de representaciones producto de su socialización académica y, por otra, en tanto compartía las mismas categorías culturales que sus actores, dado que estudiaba un fenómeno de la sociedad misionera a la cual pertenecía 22. En ese marco, obtener resultados explicativos exigió de parte del autor una aguda vigilancia epistemológica a lo largo de la investigación y de la escritura del trabajo. Tal desafío epistemológico consiste en establecer distinciones entre los usos que los agentes nativos que estudiamos le dan a categorías que están en el campo historiográfico, conformando, al mismo tiempo, nuestro universo de sentido común de historiadores, y los usos analíticos del investigador nativo en el que nos constituimos en el intento de explicarlos23. Por lo tanto, los términos producidos y/o actualizados por los actores de época, que tienen connotaciones particulares de acuerdo a los usos y sentidos que les dan contextualmente los agentes sociales, son parte de nuestro objeto de estudio. Si se tiene la previsión de no intervenir extemporáneamente en la disputa de sentidos de la población objeto, la categoría “historiador" –clasificatoria de la identidad

20

QUIÑONEZ, María Gabriela, “Hacia una historia de la historiografía regional en la Argentina”. En: SUAREZ, Teresa y TEDESCHI, Sonia (comp.), Historiografía y sociedad. Discursos, instituciones, identidades, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2009, p. 5. 21 JAQUET, Héctor, Los combates por la invención de Misiones. Un estudio de la participación de los historiadores en la construcción de una identidad para la Provincia de Misiones (1940-1950), Posadas, Universidad Nacional de Misiones, 1999. 22 Cabe apuntar que la “historiografía regional” no sólo es cultivada por provincianos, ya que existen notables contribuciones de historiadores metropolitanos como Pablo Buchbinder. Algunas de sus producciones han sido citadas en este trabajo. 23 JAQUET, Héctor… op. cit., p. 14.

profesional- se empleará con vistas a indicar las nominaciones o rótulos autodefinidos o impuestos a otros por parte de los actores sociales que serán analizados; es decir, la membresía a la comunidad de “historiadores” es también materia de intercambio en las redes de relaciones interpersonales e institucionales que interesa en el análisis historiográfico24. Un ejemplo claro de ello lo ha ofrecido Quiñónez 25 llamando la atención sobre la operación clasificatoria y valorativa presente en la obra de Rómulo D. Carbia, Historia de la Historiografía Argentina (1925), a quien se le atribuye haber inaugurado el análisis historiográfico en nuestro país. En ella se alojaba la intención de dar cuenta de las características que los estudios históricos asumieron en un espacio que se ajustaba a los límites de la Argentina contemporánea. En el conjunto de producciones reunidas por él distinguía, por una parte, una sucesión de “grandes escuelas”, desde la “erudita” hasta la “nueva escuela histórica” y, por otra, una serie de “géneros menores” entre los que contenía a “heurísticos”, “datistas”, “monografistas”, “ensayistas” y “cronistas”. Al diferenciar entre “grandes escuelas” y “géneros menores”, rubro este último en el cual ubicaba a las “crónicas regionales”, produjo una separación entre las producciones que podían denominarse “historia argentina” o “historia nacional” y aquellas otras que podían ser designadas con el calificativo de “crónica regional” o “historia provincial”. Quiñónez subraya que no debe perderse de vista quién era y la posición que ocupaba en el campo historiográfico el autor de esa clasificación. Rómulo D. Carbia era un miembro eminente de la “Nueva Escuela Histórica”, tradición que integraba junto con otros noveles historiadores (Ricardo Levene, Luis María Torres, Emilio Ravignani, Diego Luis Molinari, entre otros), quienes al mismo tiempo de producir historiografía pugnaban por definir los atributos que otorgarían a ciertos relatos sobre el pasado el carácter de saber experto. Por lo tanto, insistimos en la necesidad de captar dichas clasificaciones en sus significaciones nativas, lo que implica aprehenderlas situacionalmente sin posicionarnos de antemano frente a ellas. Cabe aclarar que lo que se propone aquí en términos metodológicos, no significa una invitación a que el investigador se oculte detrás de una pretendida asepsia desentendida de sus adscripciones intelectuales e inscripciones sociales, sino que por el 24

Seguimos las reflexiones metodológicas propuestas en: SOPRANO, Germán, “Continuidad y cambio en los estudios en etnología de poblaciones indígenas contemporáneas y comunidades folk en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (1930-1976)”, Anuario de Estudios en Antropología Social, Centro de Antropología Social – IDES, 2006, pp. 23-51. 25 QUIÑONEZ, María Gabriela… op. cit.

contrario se aspira a superar la tendencia a ordenar extemporáneamente obras, autores e instituciones en categorías que establecen jerarquías epistemológicas y sociales; por una parte, en cuanto la realidad muchas veces se muestra más errática e inclasificable de modo sistemático y, por otra, en tanto esa operación corre el riesgo de quedar sesgada bajo la urgencia de otorgar legitimidad a nuestras posiciones presentes como actores del campo historiográfico. Como demuestra Jaquet26 nuestros fuertes compromisos disciplinares pueden ofrecer resistencia al estudio reflexivo de las configuraciones historiográficas. En segundo lugar, en relación al lugar de enunciación de los historiadores que producen historia de la historiografía, especialmente dada su inserción políticoinstitucional. Al postular la inscripción académica universitaria como un atributo social necesario de la profesionalización historiográfica, el campo especializado corre el riesgo de producir relatos sobre los sujetos y la disciplina científica en términos de elementos positivos

o

negativos

respecto

de

su

propio

desarrollo.

Términos

como

“protohistoriadores”, destinados a designar a los actores sociales cuyas prácticas historiográficas se insertan en otros formatos institucionales, particularmente en aquellas regiones y provincias de la Argentina en las que el proceso por el cual se tendió a adjudicar una serie de funciones a las universidades modernas a lo largo del siglo XX no se produjo o fue un fenómeno tardío, constituyen una metáfora evolucionista incorporada al análisis de la historia de la ciencia que tiene fuertes connotaciones teóricas. Compartimos la concepción de que la historiografía pasó a ser cada vez más un asunto de iniciados en la disciplina. Pero nuestro argumento es que ese proceso admitió –y resulta anacrónico reconsiderar esa admisión desde el presente- diversas configuraciones historiográficas (que tuvieron como soportes juntas, asociaciones, museos, institutos, universidades) sin que sea posible ver en ellas una serie o cadena evolutiva. A modo de cierre Al clasificar las historiografías como “nacional”, “regional”, “provincial” o “local”, no estamos captando necesariamente propiedades que están en los objetos, sino

26

JAQUET, Héctor… op. cit.

que, mejor, estos rótulos constituyen ordenamientos sociales. En este sentido, hablar de historiografía “nacional” o “regional”, nos dice más sobre un concepto alrededor del cual se articula un campo académico, que de cómo se disponen los objetos en el mundo. Asimismo, entendemos el conocimiento historiográfico no sólo como algo referido al mundo, sino como algo que contribuye a producirlo, es decir, como activos culturales que ayudan a tramar las configuraciones sociales. En este sentido, en la etapa formativa del Estado nacional, se afirmó una agenda historiográfica consagrada a dar cuenta de la “nacionalidad”. A su vez, la imposición de esta agenda supuso el intento por desplazar a un lugar de subordinación relatos alternos sobre la nación, a sus cultores y sus historias, como aquellos relatos sobre el pasado nacional basados en pertenencias provinciales. En nuestro país, los trabajos historiográficos que desde fines del siglo pasado vienen cuestionando los compromisos “nacionalistas” de los historiadores que escribieron luego del surgimiento del Estado Nacional27, son expresivos de una agenda que se desplaza de la discusión sobre la naturaleza de los objetos a la discusión sobre cómo se conciben y cómo se estudian los objetos, sin que esto signifique el abandono de las contribuciones empíricas o sustantivas. Esa dimensión reflexiva, recursiva, es parte del proceso de profesionalización que supone formaciones específicas. En la medida en que las historias de la historiografía, que se producen actualmente y que reciben distintas denominaciones, están atravesadas por este cambio conceptual en el régimen historiográfico, es menos apropiado establecer diferencias fundamentales entre ellas. A su vez, nos sugiere la necesidad de poner mayor empeño en el análisis de la política y sociabilidad académica que –en diferentes épocas- las producen y delimitan su campo.

27

Ver: CHIARAMONTE, José Carlos, Nación y estado en Iberoamérica, Buenos Aires, Sudamericana, 2004; CHIARAMONTE, José Carlos y SOUTO, Nora, De la ciudad a la nación: organización política en la Argentina, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2010.

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