Apuntes al Mapa de Cuauhtinchan II desde la geografía simbólica

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Descripción

Mapa de

Cuauhtinchan II Entre la ciencia y lo sagrado

Tim Tucker Arturo Montero coordinadores

Mesoamerican Research Foundation

Capítulo IV Apuntes al Mapa de Cuauhtinchan II desde la geografía simbólica Ismael Arturo Montero García BENEMÉRITA U NIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA CUERPO ACADÉMICO DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL

1.INTRODUCCIÓN

H

ace más de diez añ os, en 1995, Tim Tucker, de la Mesoamerican Research Foundation, me in vitó a colaborar en sus in vestigacion es arqueológicas por montañas, cavernas y valles que realizaba en el Valle Poblano-Tlaxcalteca. Su generosa disposición me ha llevado a continuar explorando esta importante área de la geografía nacional hasta el presen te ( 2006) . Me sien to muy ligado a la región , y en esta presen tación in ten taré reunir brevemen te un sumario de esa geografía simbólica que me h a sido permitido recorrer, estudiar y en esta ocasión in terpretar. La región que se advierte en el Mapa de Cuauhtinchan II ( MC2) , bien encaja en el Altiplano central de México, su cartografía parcialmente es precisa y un buen n úmero de poblaciones, lugares, montañas, y cuerpos de agua se pueden identificar ( figura 1) . El MC2, es un puente excepcional para comprender la cosmovisión indígena del pasado, nos permite adentrarnos en el entorno mesoamericano como muy pocos documentos lo pueden hacer, por eso considero que es de sumo interés. La interpretación que se propone para el MC2 en este artículo recurre en su andamiaje teórico a la arqueología simbólica que halla en las categorías del espacio y el tiempo el sistema nuclear para interpretar una cultu-

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Figura 1. El Mapa de Cuauhtinchan II abarca en su descripción ( dentro del cuadro) al Altiplan o cen tral de México casi en su totalidad.

ra. Si bien es cierto que el espacio y el tiempo son parte de la estructura del universo, cada sociedad tiene una forma particular de plantear el espacio-tiempo, a partir del cual se construye la representación simbólica del universo y de la sociedad. Esta construcción no es sólo física o tangible, sino también imaginaria o simbólica. La práctica social se desarrolla en los espacio-tiempo concretos y específicos; los espacio-tiempo se convierten en los referentes que proporcionan el orden, el sentido y el significado a la práctica social. El entorno material del hombre es una creación que refleja una determinada concepción del espacio y el tiempo. El espacio y el tiempo no se con ciben como dados de un a vez y para siempre, sin o con stituidos a través de las relaciones sociales que se forman en virtud de la dinámica de los procesos de poder, negociación, parentesco, conflicto y cooperación.

2.ELESPACIO En su sentido más general, el espacio está caracterizado por la propiedad de la extensión. Para los alcances del MC2, el espacio es un a dimen sión geográfica donde la calidad orográfica adquiere relevancia como discurso

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. social por lo tanto, el paisaje se asimila como una proyección discursiva de la sociedad que se expresa icon ográficamen te a través de un lien zo. En este mapa, que es paisaje, la n aturaleza se socializa, y ciertos elementos con spicuos pasan a ser pun tos clave y de referencia desde los cuales se organizaban las prácticas sociales y cognitivas. En el MC2 se in tegran procesos que se in tuyen ; es asimismo aparien cia de esen cias subyacentes de un orden amiento espacial que da testimonio de la conjugación de tiempos plasmados en los lugares en donde se han sucedido las formas de organización social.1 Por su condición alegórica, los topónimos del MC2 no tienen por qué responder a una exactitud cartográfica, ese no es su objetivo. Su intención es el ordenamiento, composición y recomposición del paisaje de acuerdo a las opciones sociales que se suceden y a la dinámica que adquieren. Consecuentemente, hallamos al MC2 como una expresión simbólica de procesos sociales y naturales de un tiempo y espacio dado. Así que recurrir a una lectura del MC2 para localizar lugares como en un mapa moderno no es una tarea necesariamente útil, porque encontraremos datos discordantes. Veamos como ejemplo los sitios que se señalan para la cuenca de México en la porción izquierda 2 que aparece serpenteada en un patrón de meandro don de los lugares están fuera de un con texto estrictamen te geográfico ( figura 2) ; la secuencia bien responde a la descripción que del MC2 hizo Robertson ( cit. por Yoneda, 1991:23) al considerarlo como un “mapa al estilo estacion es de tren ”, estaciones que sin duda más que de ubicación , son estacion es significativas que bien pudieron representar el camino por el que transitaron los antepasados al partir de Chicomoztoc, como lo sugiere Yoneda ( ibídem, 53) . Pero no solamente los topónimos adquieren una dimensión simbólica que se antepone a la realidad, también algunos elementos geomorfológicos del paisaje presentan categorías iconográficas que no son congruentes con el plano visual. Las representaciones del Popocatépetl y la Iztaccíhuatl están desproporcionadas en su super ficie, si las comparamos con los cerros circundantes ( figura 3) . Esto es así porque las comunidades imponían un orden conceptual a los montes en aspectos propios de su experiencia simbólica. Estaban ausentes de elaborar sistemas de clasificación exhaustivos al 1

Para ah on dar más en este plan teamien to teórico, véase Molan o, 1996.

2

A diferen cia de los de la porción derech a cen tral, que guardan más exactitud.

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Figura 2. Detalle del MC2, que corresponde con sus topónimos a la actual ciudad de México ( Yoneda, 1991) .

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Fig. 3. Popocatépetl e Iztaccíhuatl, las principales prominencias del Altiplano central aparecen rodeadas de montes que no es posible iden tificar con certeza en la actualidad ( Yon eda, 1991) .

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MAPADECUAUHTINCHANI estilo de nuestras taxonomías orográficas. Opino que los individuos de esos tiempos se encontraban vinculados a las propiedades fenomenológicas de cada montaña más que a otro prototipo de clasificación. In sistien do en la orografía, revisemos la representación del Pico de Orizaba que, no obstante, es la montaña más alta de México, su relevancia en el MC2 n o aparece como tal; así pues, la importan cia de los mon tes n o depende de sus características en volumen o altura, sino de la manipulación que hacía la colectividad de ciertas clases de recursos naturales, rituales y de consumo que producían estímulos para ellos, cualesquiera que fueran sus fines. En sí, no eran necesarios los detalles geográficos o biológicos para determinar el rango o estatus de una montaña, sino su asimilación cualitativa, como lo es para las sociedades primigenias ( véase Hallpike, 1986:249) . Estos ejemplos demuestran cómo cada sociedad integra su propia definición de naturaleza. Sociabilizar la naturaleza parte de un sentimiento de clasificación y orden amien to, don de todo el universo responde a una necesidad in trín seca de categorización . Esta exigencia de orden está en la base que gobierna el pensamiento, por más antiguo que lo consideremos. Nada escapa a esta tarea, a todo le es asignado un lugar, sólo el orden permite con jurar la destrucción del cosmos. No importa cuan incipiente sea un a comun idad en su nivel de con ocimiento, porque en cuanto más primigenia es una comunidad, menos necesita saber los detalles de su ambien te para desarrollar su conducta ( Geertz, 2000:79) . El ordenamiento a que hacemos referencia adquiere distintas pautas de codificación. Para las sociedades de cazadores recolectores es el territorio el que define una identidad; en tanto que para un grupo sedentario es un pun to específico, o un rasgo con creto, que en n uestro caso son las mon tañ as, las cavern as y los cuerpos de agua a quienes los antiguos ocupantes del Altiplano les asignaron historias y discursos. Sin importar que la tran sformación que h icieron de la naturaleza nos parezca exiguamente material, al menos sí lo fue significativamente imaginativa El territorio represen tado en el MC2 n o es un actor mudo, es un testimonio de una sociedad integrada con y en la naturaleza. El espacio geográfico contenido en el mapa es una memoria que intentamos descifrar, si esto acaso es posible y, si no, al menos intentaremos una lectura e interpretación de esa sociedad que al in teractuar con la n aturaleza la h izo significante.

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3.ELTIEMPO Yon eda ( en este volumen pp. 6) y Tucker ( 2001:65-81) ya h an señ alado la relevancia que guardan los estudios arqueoastronómicos en la interpretación del MC2. Páginas más adelante se ponen a consideración del lector los resultados que en el campo de la astronomía cultural hemos alcanzado en las últimas fechas para algunos sitios señalados en el MC2; pero antes de pasar a esa exposición, considero pertinente esbozar algunos criterios con referencia al tiempo como un sistema simbólico. El tiempo es una construcción mental, se tiene conciencia del tiempo y sobre él se crean sus propios paradigmas, es una categoría de análisis simbólico, que va más allá de los parámetros de un calendario con los criterios de presen te, pasado y futuro. El tiempo visto así es un producto utilizado para regular la sociedad y para desarrollar sus ideas desde un modelo cognitivo. En Mesoamérica el modelo de tiempo se socializó y los tiempos se armon izaron , crean do cron otipos hegemónicos instaurados en un calendario solar que tenía por objetivo regular las actividades productivas. La vida adquirió un ritmo con la programación de las actividades. El año se dividió en fracciones y así se desarrolló el concepto de tiempo cíclico con la réplica de las tareas que se repetían an ualmente. El tiempo se percibió como una estructura circular que se imponía a la vida diaria de manera inconsciente. En ese modelo cíclico dos estructuras tuvieron que ser articuladas: una irregular que correspondía al clima y el crecimiento de las plantas, y otra regular que tocaba a la astronomía. El tiempo en con tró en el calendario solar de horizonte su referencia física; su pun to de amarre consistía en un punto fijo para la observación cotidiana del sol durante el amanecer y el ocaso, utilizando como referencia para apreciar el aparente movimiento del sol un horizonte atiborrado de montañas. Percibían que el disco solar tenía su máximo alcance al norte para el solsticio de verano y al sur para el solsticio de invierno, en medio de esa trayectoria quedaba el equinoccio.3 Este movimien to regular sugirió paradigmas de una escala temporal con intervalos de duración de donde obtuvieron unidades a elegir como medida. La irregularidad del hori3

Se h ace referen cia al “equin occio medio”, que correspon de a la mitad del añ o con sideran do el pun to medio n umérico de días en tre los dos solsticios. Se trata de un equin occio temporal que difiere por dos días del equin occio espacial que asumimos en la actualidad.

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MAPADECUAUHTINCHANI zon te permitió optar por señ alamien tos en el paisaje como base de orientación temporal. Desde ciertos pun tos de observación, las comunidades construyeron unidades objetivas a parir de las cuales unificaban sus conceptos en torn o al tiempo. La casualidad geográfica en el alineamiento de las montañas simplificó el aprovechamiento del paisaje, dada la orientación del Eje Volcánico Transversal Mexicano de este a oeste. Se construyó el tiempo a través del espacio geográfico, de tal suerte que el tiempo y el espacio se hicieron inseparables en la cosmovisión mesoamericana del Altiplano central. Era un a astronomía posicion al que carecía de geometría y ecuaciones, pero que llegó a modelos eficientes utilizando herramientas como la astronomía cenital y nocturna y el uso del nomon para calcular el paso cenital del sol. El tiempo les parecía continuo y su paso se señalaba no sólo en los monumentos mirando al horizonte, sino también en la insistente iconografía del MC2, representando los fardos mortuorios de los ancestros al interior de cuevas ( figura 4) .4 La con stan te en la retórica fún ebre como man ifestación significante nos conduce a la percepción del tiempo de “larga duración”, donde los ancestros personifican la presencia del pasado en la vida presente y eran el puente ideal que los unía con el “tiempo histórico”. Al resaltar

Figura 4. Una cueva con modificación arquitectónica muestra en su interior un fardo funerario, acompaña a la composición la fecha calendárica Siete Acatl. El topónimo próximo n os h ace suponer que se en cuen tra en los alrededores del poblado de Nopalucan, hoy estado de Puebla ( Yoneda, 1991) . 4

Se h ace referen cia al tlaquimilolli: el en voltorio sagrado.

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. las virtudes de los antepasados, se los convertía en héroes culturales emparentados con los mismos dioses; los ancestros también eran los protagonistas del tiempo mítico, cuando las imágenes prototípicas de los axiomas de la cultura, legitimizados por ellos mismos como héroes culturales los abastecía imaginativamente desde la antigüedad. El tiempo se hizo “prolongado” y también en la icon ografía del MC2 se nos advierte de esa búsqueda de continuidad profunda, de esa fijación por perdurar que se insinúa en la tenaz expresión de fechas a través de glifos calendáricos con un total de 50 represen tacion es, según el estudio de Yon eda ( 1991:36-38 y 194) .

4.LOSICONOS La intención por traducir el simbolismo de los códices mesoamericanos a una estructura lingüística moderna es una tarea de exiguos resultados, esto se asume porque en la gramática mesoamericana, a diferencia de la n uestra, se da un mayor relieve a las represen tacion es simbólicas n o lin güísticas que se basan en imágenes y asociaciones compartidas con los objetos cotidian os. Los símbolos se en cuen tran “motivados” –afirma Hallpike, 1986:133– de un modo en que las palabras n o lo están ; es decir, tiene con lo significado una relación inherente imposible para aquellas últimas. Las palabras son sign os; es decir, sign ifican tes caren tes de “motivación”. La imagen funciona como símbolo para evocar realidades ausentes. Las imágen es de lugares y sucesos que n o están presen tes en lo físico, son en ton ces, un a imitación in terior, un a especie de esquema o resumen ( Hallpike, ibídem:194) . Así pues, los símbolos se convierten en una asimilación egocéntrica que busca la colectivización de esas imágenes individuales. El pensamiento simbólico es por naturaleza más difícil de discriminar en sus aspectos subjetivos y objetivos que el len guaje, pues los símbolos están motivados, en gran parte, de un modo en que no lo está el lenguaje. De esta manera, las cualidades y las propiedades asociadas con los símbolos son a la vez in h eren tes a éstos y crean un a reacción afectiva en la men te, fácil de atribuir a los símbolos mismos. Ante la imposibilidad de que un fenómeno cultural sea empíricamente universal nos valemos de esquemas con ceptuales con proposicion es explicativas de tipo generalizador como lo hemos venido haciendo.

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MAPADECUAUHTINCHANI Entre los esquemas conceptuales alcanzados podemos apuntar que las montañas representadas en el MC2 tuvieron un papel circunstancialmente predominante en el sistema de representaciones espaciales.5 Entendemos que algunos elementos significativos del paisaje marcaron puntos de localización. De esta afirmación entendemos que las cumbres pudieron utilizarse como puntos de referencia fijos, algo así como guías para los viajeros. Esto parece pertin en te sobre todo para sociedades sedentarias que no requerían de coordenadas genuinas para regular sus travesías. Para esas comunidades con caminos a su disposición, la orientación se hacía sencilla a partir de señales perceptivas en el paisaje que eran identificadas con extraordinaria agudeza gracias a una depurada apreciación que hacían los individuos de las condiciones naturales ( figura 5) .

Figura 5. El MC2 muestra caminos y lugares aledaños al Pico de Orizaba ( Yoneda, 1991) . 5

Con referen cia a los mon tes en los códices preh ispán icos y virrein ales, véase Broth erston , 1997.

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. Si bien es cierto que n o existen diferencias interculturales en la fisiología de los sistemas de percepción humanos, sí existen al menos discrepancias en la representación y organización del espacio. Gracias a los trabajos lingüísticos sobre la cognición espacial, entendemos que existen tres sistemas amplios para representar las relaciones en el espacio, según Montes de Oca, et al. ( 2003:187) : • Relativo, donde la ubicación geográfica depende de la posición del sujeto, las regiones están proyectadas desde el sujeto hacia el objeto, el paisaje es dividido y organizado desde la perspectiva del sujeto ( véase la figura 8) . • Intrínseco, donde la orientación se realiza con referencia a elementos del paisaje que son asimilados como marcadores convencionales intrínsecos, determinados por accidentes geográficos como montañas, ríos o pun tos don de se pon e el sol. • Absoluto, que es la orientación con referencia a entidades, puntos o regiones más allá del universo del discurso, un buen ejemplo son el uso de los puntos cardinales norte/ sur/ este/ oeste. El sistema que se privilegió en el MC2 fue el orden intrínseco, utilizando un sistema de represen tación de topón imos, Yon eda ( op cit., p. 91) recon oce al men os 242. Aun que en el MC2 n o se h a iden tificado algun a icon ografía que represente las direcciones cardinales, está implícita una orientación que al igual que, los mapas modernos, tiene en la parte superior al norte. El MC2 es un sistema de represen tacion es espaciales a n ivel cosmovison al que se adapta a las condiciones locales, donde las relaciones absolutas se vuelven con textuales y se mezclan con referen tes in trín secos. Si bien es cierto que Mesoamérica n o prosperó en con jun tos h omogén eos y que existían profun das diferen cias, al m en os un a expresión pictográfica es particularmente habitual: el glifo de monte. Esta constante demuestra que la mon tañ a fue el foco de categorías trascen den tales que persistieron a través de los tiempos y las diferencias culturales del Altiplano. El pictograma de monte es una representación estilizada, una plástica de con figuracion es perceptivas y cualitativas, un ideograma que evoca las propiedades sensibles de la montaña como su forma, su flora y su fauna. Con la imagen se evocaban las realidades etéreas, objetos y sucesos que no por estar ausentes en lo físico dejaban de ser una apropiada imitación del ambiente percibido.

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MAPADECUAUHTINCHANI Para Gruzin ski ( 1995:20) en el cen tro de México se articulaban tres gamas de sign os con el título de glifos: • Pictogramas, que son represen tacion es de objetos y accion es, como animales, plantas, montes, sacerdotes, procesiones y sacrificios, entre otros. • Ideogramas, que evocan cualidades, atributos y con ceptos, como las huellas de los pasos que designan el viaje. • Signos fonéticos, que se vinculan en la toponimia en la composición de los glifos, en lo que es un fonetismo embrionario. Estos glifos se organizan y se articulan según criterios que en gran parte desconocemos, porque n uestra lectura exegética no logra entender el campo de la expresión pictográfica en su completa complejidad que reunía una trama compleja de elementos iconográficos donde se agregaban relaciones económicas, religiosas y políticas, entre otras. El concepto de topónimo, como nombre de lugar en la tradición hispanoindígena del MC2, encuentra su prototipo en el elemento monte. Un monte se represen ta con una forma más o men os triangular, con la base más ancha que la cima reproduciendo la forma cónica de elevación, los vértices se presentan redondeados. El MC2 se distingue de otros documentos por la carencia de la tradicional en la base del monte de una o dos bandas que pueden estar coloreadas de amarillo y/ o rojo. Para Johansson ( 2004:149) estas bandas son la representación de un arraigo telúrico o acuático que es resaltado. También están ausentes las repetidas circunvalaciones por los lados que representan las rocas y la cubierta del cerro por una red, con la que adquiere un aspecto cuadriculado que nos recuerda la piel del Monstruo de la Tierra, Cipactli ( figura 6) . Al mon te se le agrega un elemento n ominal, por lo general en la parte superior, y así se con forma un glifo toponímico que tiene una función de den omin ación . Casi todos los topón imos están construidos a partir de un mon te y el elemen to n omin al que puede ten er un valor fon ético o ideográfico, que es preservando de esta forma en el concepto original ( Montes de Oca, et al. 2003:50 y 61) . El color más utilizado para el cuerpo del monte es el verde, y en caso de las altas montañas se resalta las cimas nevadas en color blanco. Un a tarea que aún ten emos por delan te con el MC2 es marcar la diferencias entre el glifo toponímico de monte y la representación del altepetl.

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Figura 6. Glifos de un monte con la advocación de Tláloc: a la izquierda para el MC2 ( Yon eda, 1992) ; a la derech a con la represen tación clásica mesoamerican a, según el Códice Borbónico, 32.

En Mesoamérica, uno de los puntos de referencia en el espacio geográfico por excelencia era el altepetl, que en códices y lienzos la representación de este elemen to es similar a la del glifo de mon te, como topón imo, pero el altepetl es un dibujo reducido y esquemático que significa “el pueblo” y sirve para distinguir a las comunidades por sus propias narrativas y símbolos de identidad. Así que altepetl, es algo más que un pun to geográfico en el mapa representado por un monte; es el eje de una identidad comunal, y de este modo fun cion aba a n ivel simbólico; es decir que, en su tran smisión gráfica como topón imo en los códices y plan os, podía remitir un a diversidad de información étnica y política sobre una comunidad además de encarar la cosmovisión dada su ubicación en el mundo ( ibídem, p. 188) . Así que el pictograma es a su vez ideograma para representar un asentamiento humano: in atl, in tepetl, que literalmente significa “el agua, el monte”; es decir el pueblo, la ciudad. En un contexto gráfico de expresión, la integración compositiva de un elemento formal genera un predicado conceptual con un texto oral correspon dien te. En el MC2 se representan a la Sierra Nevada con el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, así como el Pico de Orizaba y la cordillera del Tentzonhuehue ( Tentzo) de forma aislada y sin ningún elemento toponímico. Probablemente su función fue hacer referencia a la orografía de la región sin nombrar algún pueblo o cerro, de esta forma se entiende que en el MC2 se

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MAPADECUAUHTINCHANI observen mon tes sin glosa. La represen tación del mon te también puede ser icónica cuando se dibuja como una descripción gráfica del paisaje. Las culturas del centro de México antes que nada fueron culturas de lo oral y, al igual que su homólogo iconográfico, la modalidad verbal fue una reducción del mundo a imágenes. Si bien es cierto que la imagen estuvo estrech amen te vin culada con el verbo, n o con stituyó un a con sign ación gráfica de lo dich o, como ocurre en el alfabeto. El h ech o es que los an tiguos mexicanos pensaban en imágenes, lo cual tuvo consecuencias cognitivas muy importan tes que defin ieron aspectos semiológicos que redujeron la pluralidad fenoménica del mundo a esquemas gráficos, sin que una mediación verbal fuera siempre necesaria ( Johansson, 2004:148) . De manera tajante se le daba categoría a los montes, por lo que algunos de ellos eran tan importan tes que se con vierten en epón imos, por lo que prestaban su n ombre a pueblos y ciudades, como es común ver much as poblaciones del Altiplano central representadas en el MC2, al componerse de la terminación del fonema náhuatl tepec6 que en con traremos en los jeroglíficos como un carácter adoptado por los tlacuilos, en virtud de su muy peculiar adaptación del grafismo a la voz en las preposiciones y posposicion es locativas ( Macazaga, 1979:15) . La topon imia orográfica se ayudó de medios lingüísticos que asociaban componentes morfológicos, climáticos y n aturales, como el caso del Popocatépetl, que sign ifica Mon te que h umea: popoca, que humea; tepetl, mon te. Practican do con los criterios de Lévi-Strauss (1999: 24 y ss.), los nominativos develan el interés por las montañ as, n o sólo por el provech o que se podía hacer de ellas, sino por un principio de clasificación y orden del espacio que ya hemos apuntado páginas atrás y que responde a una preocupación de contemplación dirigida a un inventario sistemático de exigencias intelectuales. En sayan do con la propuesta de Lévi-Strauss ( 1999:279 y ss.) en ten demos que el nombre de un elemento del paisaje es una cuestión diacrónica y no arbitraria que depende del momento histórico en que cada sociedad declara una definición de su entorno. Ch icomoztoc está represen tado en el MC2 con suma relevan cia; su representación como lugar de origen es clara, al igual que en distintos mitos mesoamerican os: es un a montañ a de siete cuevas, de las cuales salen sen6

Véase en Yon eda ( 1991) la lista de topón imos iden tificados con la termin ación tepec y tepetl para el en la pág. 91.

MC2

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. dos grupos h uman os ( figura 7) . Son distin tos los n ombres que se dan en las fuentes al lugar, por ejemplo en la Historia tolteca-chichimeca, es CulhuacanAmaquemecan-Chicomoztoc, la montaña paridora ( Heyden, 1991). El arquetipo de las siete cuevas, es un instrumento a través del cual cada pueblo in ten ta señ alarse como parien te de otros que con sidera dign os. Esto h ace que en las fuen tes varíe considerablemente la lista de los moradores simultán eos de las cuevas de Ch icomoztoc. El problema era complicado, y requirió de ajustes en los mitos de origen con forme cambiaba la situación política, dán dose modificacion es en el relato, pues los dioses patron os de los pueblos em p aren tad os tam bién ten ían p aren tesco en tre sí. Tod o ten ía que h acerse bajo esquem as den d ríticos, jerárqu icos, solucion ad os p or la creación de advocacion es y d esd oblam ien tos d ivin os y exp licad os m uch as veces por el paren tesco d e los d ioses o p or la variación de sus n ombres en diferen tes lugares. Así pues, la filiación se comp arte p or m itos de origen .

Figura 7. Chicomoztoc, según el MC2 ( Yoneda, 1991) .

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MAPADECUAUHTINCHANI El mito de Chicomoztoc, como formador de pueblos, es la solución del paradigma de origen que se resuelve a través de los mon tes, don de los dioses patron os ocupan cerros o se con vierten en cerros al establecerse cuando se funda una población. Desde su cerro, el dios patrono delegaba funciones a los seres humanos privilegiados. La existencia de un dios patrono general de una ciudad, bajo cuya dependencia se encuentran los calpulteteo o dioses de los calpultin, hace esperar un conjunto también jerarquizado de hombres que tienen una mayor proximidad a los dioses patron os particulares que el común de la gen te ( López Austin , 1994:217) . La diosa esposa de Camaxtli, por ejemplo, se convirtió en sierra en Tlaxcalla (Las Casas, 1967:I,643). Es lógico pensar que la pirámide y el cerro del dios patrono tienen relación isonómica. Se ha dicho, con razón, que la pirámide mayor de Tenochtitlan es un cerro, el “Cerro de la Serpiente”, Coatepetl. Sin embargo, las funciones particulares que el cerro del dios patrono tuvo en otros tiempos y lugares hacen pensar que la pirámide no podía sustituirlo por completo, y que es sólo una réplica, llevada hacia el corazón mismo de la población, para acercar el cerro distante a la morada humana. En suma, hemos revisado en el MC2 cómo las montañas, y sobre todo las cuevas con sus fardos funerarios se relacionan con los antepasados, porque no solo comunican al inframundo, sino que también son el espacio donde los espíritus de los ancestros habitan. Para las comunidades de la antigüedad esta relación fue tan relevan te que se tran sformó en un sign o de iden tidad.

5.LOSRECINTOSSAGRADOS A este apartado correspon de el trabajo de campo que he realizado en el Valle Poblano-Tlaxcalteca a través de su entorno natural y en diferentes centros ceremoniales. Se trata de dos espacios arqueológicos diferentes: uno urbano y otro silvestre. Ambos establecen recintos sagrados que en el MC2 h an sido destacados como teatros de lo ritual, y a cada uno le corresponde una escenografía distinta: para el urbano, el telón es la arquitectura; para el silvestre se ofrece el relieve y la vegetación, donde la epifanía formal de la geografía revela los lugares predilectos del culto. Como en toda dramaturgia, la vestimen ta y el comportamien to gestual, así como el verbal, son determinantes. A la puesta en escena se añaden los adornos y la

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. decoración que embellecen el foro donde se encuadra el espectáculo de una elocución que esconde a un dios invisible. Los sitios arqueológicos, con su arquitectura monumental por un lado, y por el otro las mon tañ as y las cuevas, compon en un a atmósfera de efecto sinestésico 7 en el que se conjugaba la proyección del recinto con los ídolos, las ofrendas, los cantos, las danzas, los atuendos, el sacrificio y toda la parafernalia necesaria para subrayar la integración de los actores con los espectadores en un espectáculo que sin duda conducía a la euforia y el esoterismo.

5.1 Montañas prominentes por su altura El MC2 es un documento atiborrado de montañas; lo es también el Altiplano. Nuestra experiencia ha demostrado la ferviente actividad religiosa que cíclicamen te se ven ía celebran do en las mon tañ as ( Mon tero, 2004a) . Diferentes son las intenciones teológicas que tenían para subir. Rogar por la lluvia no era el único motivo por el que ascendían, pero al menos era el más importante. Servía para estimular el clima introduciendo una estrategia donde el ritual de propiciación climática era un modelo generador de agua que se aplicaba para beneficio de los campos de cultivo. Entendemos arqueológicamente que desde hace más de 2000 años se llegó al punto en que un grupo mediante la profesión pública del sacerdocio legitimó e impuso el culto al agua en las montañas, definiendo tácitamente los límites de lo pen sable y lo impen sable ( Bourdieu, 1991:183) . Los sitios arqueológicos que h emos registrado en la alta mon tañ a 8 fueron dedicados al culto, su ubicación, delimitación y escenario ritual comprueban profundas variaciones que demuestran cómo la relación comunidad/ mon tañ a es compleja. Así en ton ces, ten emos eviden cias en las más altas e in accesibles cimas de la celebración de rituales ascéticos; en otros casos la astron omía cultural demuestra el uso del horizonte conspicuo; otros sitios fueron emplazamien tos en don de se con jugaron elemen tos acuáticos buscando una analogía con la abundancia hidráulica; algunos más fueron destinados para rituales de la nobleza, y la mayoría funcionaron como receptores de sen cillas ofrendas por parte de campesinos locales en la búsqueda de un clima benigno para sus campos de labor. 7

Sen sación que se produce a con secuen cia de un estímulo aplicado.

8

Por arriba de la cota altitudin al de 4000 m /

nm .

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5.1.1 Cofre de Perote En la clasificación de Yon eda ( 1991:184) 9 del MC2, le correspon de el topónimo 161 con el nombre de Nappatecutli, pero prefiero la ortografía de Nappatecuhtli, que se traduce como “Señor de las cuatro direcciones”, que es un a de las advocacion es de Tláloc. En el glifo se destaca como elemento nominal un rostro de Tláloc de per fil mirando al sur, es necesario señalar que el cuerpo del monte se representa con estratos, muy similares a la representación de la misma montaña en la Historia tolteca-chichimeca, si tomamos en cuen ta el rostro y sumamos los estratos ten dremos cuatro n iveles con lo que se reafirma el n ombre de la mon tañ a en su advocación teológica ( véase su representación en la fig. 6, lado izquierdo) . La evidencia arqueológica que he registrado en dos temporadas de campo, resulta con tres sitios considerados de alta montaña por encontrarse sobre la cota de de 4000 m / nm , lamentablemente las evidencias materiales son exiguas y n o diagn ósticas.10 Para el somon te se destacan cin co emplazamien tos rituales que posiblemen te estén orien tados con la cima de la mon tañ a ( Con treras, 1997) , este h ech o es relevan te porque demuestra la importancia geomántica del Nappatecuhtli con el propósito de situar y orientar con struccion es al defin ir el plan o urban o ( Mon tero, 2005:54) . No con tamos a la fecha con más evidencias arqueológicas, pero persiste el culto ancestral de los tlamatine como los controladores del tiempo que aún realizan sus rituales en la mon tañ a ( Noriega, 1997:527 y ss.) .

5.1.2 Pico de Orizaba y Sierra Negra Poyautecatl, en la clasificación de Yoneda (1991:184) con el topónimo 156, también con la ortografía de Poyauhtecatl, “El que habita entre nieblas”, o la de Poyauhcan o Poyauhtlan, lugar de nieblas, sitio mítico de habitación de Tláloc. En tres temporadas de prospección en tre 1994 y 2002 h emos registrado 14 sitios arqueológicos. El Poyauhtecatl ha sido identificado en documen tos tan an tiguos y n otables como el Códice Vindobonense,11 y la 9

Utilizaré como referen cia en este artículo la topon ímica del trabajo de Yon eda ( 1991) , por su eficien cia y rigor metodológico.

10

Para más detalles sobre estos sitios, véase Mon tero, 2004a:133-135.

11

Se aprecia en la págin a 39, como el Cerro Nevado del Ratón ( Mon tero, 2004a:68) .

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. Historia tolteca-chichimeca. Es inseparable del mito de Quetzalcoatl que le da sen tido al n ombre de Cerro de la Estrella y por lo tan to su asociación con Venus, como estrella de la mañana en un culto que arranca en el Epiclásico. El mismo Sahagún ( 1985) lo denomina Poyauhtecatl, que en ocasiones nos con fun de con el Mon te Tláloc, con quien comparte el n ombre. Supon go que este man ejo nominativo obedece a que los pobladores del Altiplano aplicaban títulos comunes para ciertos lugares a los que otorgaban una misma significación cuando se agregaban como nuevos territorios, porque sabemos que en la meseta de Ch alch icomula al somon te del Pico de Orizaba, se establecieron los toltecas,12 posiblemente ellos incorporaron la parafernalia del culto a los cerros. Crausaz ( 1993:48) , por su parte, apunta un ascen so mítico al Poyauh tecatl para el añ o de 1175 dn e 13 que bien pudiera encontrar su origen en una hazaña real. Con referencia al glifo del Pico de Orizaba en el MC2, destaca el h ech o de que la mon tañ a más alta de México no tenga ningún elemento nominal, por lo cual considero que para ellos no fue significativamente relevante, y que tan sólo marcaba un pun to de referen cia geográfica; esto se reafirma con el h ech o de que la representación de la montaña es un buen ejemplo de cognición espacial relativa; como se aprecia en la figura 8. La Sierra Negra recibe también el n ombre de Tliltepetl, “Monte Negro”, o Atlitzin , “Nuestra Señ ora de la Agüita,” que me parece el n ombre más apropiado. Yoneda ( 1991:184) no lo registra en su clasificación porque es un a de las cimas que conforma el topónimo del Pico de Orizaba ( véase la fig. 8) . En efecto, el Pico de Orizaba se representa con un cuerpo compuesto por varios picos: el del extremo izquierdo es el Cerro Sillatepec, de 4000 m / nm ; es tan alto que también aparece nevado, una barranca lo separa del pico mayor: es la cañada Piedra Pintada, sobre ella se dibuja un cuerpo de agua, es el río Jamapa que drena hacia el Golfo en la región de Quimixtlán ; le sigue el cresterio del Sarcófago, luego la cima mayor para descender a Torrecillas, y en el extremo derecho una última cima nevada, esta es Sierra Negra, justamen te en donde se encuentra el Gran Telescopio Milimétrico y donde hemos registrado un sitio arqueológico que correspon de a los periodos Epiclásico y Posclásico Tempran o ( Mon tero, 12

Posteriormente, los chichimecas alrededor del año 1148 dne. También hay presencia de nahuatlacas, xicalan gas y popolocas.

13

H ace referen cia al ascen so de Quetzalcóatl.

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Figura 8. El Pico de Orizaba y la Sierra Negra en la fotografía confrontados con su representación en el MC2, como un claro ejemplo de la cognición espacial relativa ( Yon eda, 1991) .

2004:121) . La perspectiva descrita corresponde a una visual situada desde la meseta de Chalchicomula, en donde se establecieron los toltecas para el Posclásico Temprano.

5.1.3 La Sierra Nevada Se denomina Sierra Nevada a la cordillera de 70 Km. de longitud que va del Popocatépetl en el sur, a los lomeríos que descienden del Monte Tláloc al n orte. Por su exten sión , es con ven ien te dividirla en tres porcion es: Popocatépetl ( 5465m / nm ) , Iztaccíh uatl ( 5230m / nm ) y Sierra de Río Frío, esta última con formada por los mon tes Tláloc ( 4125 m / n m ) , Telapon ( 4065m / nm ) , y Papayo ( 3,640m / nm ) . A lo largo de toda la Sierra Nevada hemos registrado en los últimos años una extraordinaria riqueza arqueoló-

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. gica, que trascien de su con texto meramen te material y arremete con un a rica icon ografía y cultos que van desde el Preclásico hasta el presente con 2 mil añ os de perman en cia. Son en total 31 emplazamien tos rituales los que h emos registrado ( Mon tero, 2005: 124-125) . Simbólica y geográficamente esta división natural entre la cuenca de México y el Valle PoblanoTlaxcalteca debería tener mayor relevancia en el MC2, pero sorpren den temen te esto n o es así, por lo que se reafirma lo man ifiesto en el marco teórico in troductorio: los topónimos adquieren una dimensión simbólica que se antepone a la realidad; es, en este sentido, que cada sociedad plantea una forma particular de asumir su espacio construyendo la representación del mismo. Por lo tanto, planteo que la Sierra Nevada no fue un punto clave o de referencia para quienes en el lienzo MC2 organizaron sus prácticas sociales, cognitivas y religiosas. Ya en una publicación anterior (Galindo y Montero, 2000) propusimos al Cuitlatepec ( figura 9) del MC214 como el Cerro Papayo, cima interesante por su posible uso como marcador de horizonte para calendarios solares, según se muestra en el siguien te esquema:15 Lugar de observación Fecha 1. Cerro Zacahuitzco, próximo a la 22 de diciembre, solsticio de invierno Villa de Guadalupe 2. Pirámide de Cuicuilco 20 de septiembre y 23 de marzo, equinoccio medio 16 3. El Templo Mayor

6 de febrero, señala el fin del año y el comienzo de los cinco días aciagos, los nemontemi

Este pequeñ o mon te es relevan te en el paisaje por su forma circular y aislamiento de otras elevaciones de la Sierra Nevada, en el MC2 presenta un glifo escalonado en el que se aprecia un tlaquimilolli y dos person ajes 14

En la clasificación de Yon eda ( 1991:184) con el topón imo 69.

15

Véase: Pon ce d e León , 1983:79; Tich y, 1991; Agu ilera, Galin d o y Mon tero, 1997; Galin d o y Mon tero, 2000b:43-54; y Broda, 2001b.

16

Justamen te en la mitad del añ o, n otan do que en un a cuen ta de días estas fech as caen precisamen te en el pun to medio n umérico en tre los dos solsticios. Se trata de un a especie de equin occio temporal a diferen cia del equin occio espacial, del que difiere por dos días. Véase cita 3, p. 97.

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Figura 9. Cuitlatepec.

masculinos, esta alegoría es de llamar la atención, pues es una iconografía significativa que es discutida ampliamente en este volumen por Medina y Tucker ( pp. 28 y 55) . De represen tar el glifo escalonado una cueva, no la h emos localizado, n o obstan te la prospección que h emos realizado específicamente para ello, lo que nos lleva a tres propuestas: la primera, que n o se trata de un a cueva sino de un adoratorio perecedero; que no h emos buscado bien ; o que h emos iden tificado errón eamen te este mon te. De cualquier forma, el recon ocimien to de los mon tes al n orte de la Sierra Nevada en el MC2 es con fuso, porque n o es coh eren te con la realidad geográfica; por ejemplo, más al norte aparece el glifo que Yoneda ( ibídem) interpreta como Poyautlan. ¿Acaso se tratará del Monte Tláloc? Pues como h emos citado págin as atrás, tan to el Pico de Orizaba como el Monte Tláloc recibían el mismo nombre. De no ser así, otra posibilidad es que se haga referencia al locativo del valle de Poyauhtlan en los alrededores de Coatlich an y Texcoco ( figura 10) .

Figura 10. Poyauhtlan.

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI..

5.1.4 La Malinche Matlalcueye ueitepetl en la clasificación de Yoneda (1991:184) con el topónimo 183. De todas las altas montañ as del Altiplano representadas en el MC2, es la única con elementos nominales complejos, pues se representa asociada a un altar escalonado con un tlaquimilolli a su interior, una mujer decapitada de la que brota agua, un camino procesional, un maguey con un cuchillo de pedern al y lo que Rivas ( en este volumen pp. 162) identifica como la represen tación de Xipe-Totec ( figura 11) . Toda esta escenografía es un hecho que llama la atención y nos hace suponer que fue la montaña ritualmente más importante del todo paisaje del Valle Poblano Tlaxcalateca para quienes confiaban su cosmovisión en el MC2.

Figura 11. Matlalcueye ( Yoneda, 1991) .

La mon tañ a Matlalcueye es un con o volcánico per fectamente aislado, único en el paisaje del Altiplano, esto la hizo objeto de una lógica ritual compleja, en la que se sumaron factores ambien tales como los matices cromáticos que van del azul al verde según la distancia en que se aprecia;

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MAPADECUAUHTINCHANI además de sus cualidades hidráulicas con manantiales y nublados con lluvias, amén de su ubicación por ser punto de referencia para la observación del movimien to aparen te del sol desde los centros ceremoniales de su alrededor. Todos estos elemen tos y algun os más que sin duda escapan de nuestra capacidad, le hicieron una eminencia única. No son ociosas entonces las referencias que desde la antigüedad se hacen de la devoción que tenían los indígenas a la montaña, véanse: 17 la Monarquía indiana, de fray Juan de Torquemada; la Historia eclesiástica indiana, de fray Jerón imo de Mendieta; la Historia de Tlaxcala, de Muñoz Camargo; la Historia de los indios de la Nueva España, de fray Toribio Motolinia; la Breve relación de los dioses y ritos de la gentilidad, de Pedro Ponce; la Historia antigua de México, de Francisco Xavier Clavijero y los Anales del barrio de San Juan, en tre otros documentos. La primera referencia arqueológica de la montaña la hace en 1807 Dupaix ( 1969:163) , que menciona: “…llegué a la cumbre… Aquí ruinas, pirámides, murallones y otros objetos pintorescos”. Tres temporadas arqueológicas destacan en la montaña. La primera, en 1994, cuando localicé el sitio de la precumbre a 4390m / nm , al que denominé Malin tzin ( Mon tero, 1997) ; un a segun da, con la excavación que de este sitio y del Tlalocan hizo Sergio Suárez en el año 2001 (véase en este volumen pp. 211 y ss.) ; y la más recien te en agosto de 2002, cuan do acompañ ado por los arqueólogos Lourdes López y Víctor Arribalzaga registramos diez sitios más. A la fecha, el acervo es de 13 emplazamientos, pero el potencial de los espacios aún sin prospección promete un significativo incremento. Sin duda alguna, el axis mundi de las comarcas alrededor de la Matlalcueye para la petición de lluvias era el ayauhcalli, en que esta emin en cia tenía en su cumbre. El templo estaba dedicado a la diosa Chalchiuhtlicue, ella tenía a su cuidado las aguas que corren o se estancan en la tierra; los tlaxcaltecas la llamaron Matlalcueye,18 que en sí, es el nombre de la montaña y no La Malinche, como actualmente se le conoce. Son pocos los paisajes del Altiplano que tienen una asociación tan detallada con una deidad. Fray Toribio de Benaven te escribe que subían a inicios del mes de marzo de cada año, y que cada cuatro celebraban una solemnidad mayor. Imaginemos la parafernalia que estas celebraciones significaron por las descrip17

Cad a cita en d etalle p u ed e con fron tarse en el Atlas Arqueológico de la Alta Montaña Mexicana ( Mon tero, 2004a:123-127) .

18

Traducido como ceñ ida de faldellín azul, color de la flor de matlalin , posiblemen te Indigofera suffruticosa.

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. ciones de fray Martín de Valencia, fray Juan de Torquemada, fray Jerónimo de Mendieta y Muñoz Camargo, por citar los más conocidos. Debió ser tod o u n acon tecim ien to litú rgico qu e se exp resaba en ascen sion es multitudin arias que se repetían cíclicamente a través de los años. El comportamiento colectivo obedecía a una lógica ritual que marcaba lugares determinados para el culto. Considero que los vestigios del ayauhcalli de la Matlalcueye corresponden al sitio MA-01 ( véase en la fig. 12) , su altura, dominio del paisaje y amplia planicie lo hicieron propicio para celebraciones extraordinarias; alrededor del adoratorio se ordenó el espacio de la cumbre apoyándose en combinaciones específicas de su ritual, relegando la cima ( MA-02) u otros espacios para depositar ofrendas. Además, pudieron existir santuarios satélites en espacios significativos como una posibilidad que escapaba o consentía la visual totalizadora del culto oficial, como podría ser la Cueva de Texcalco ( MA-09) o el cerro Tlachichihuatzi ( MA-04). El grueso del registro arqueológico nos permite restaurar las rutas procesionales que conducían al adoratorio de la cumbre desde distintas comarcas alrededor de la montaña.

Figura 12. Hipótesis de las rutas de ascenso prehispánicas a La Malinche ortofoto georeferenciada, retícula de 1000 metros en coordenadas UTM.

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MAPADECUAUHTINCHANI El rastro de los caminos procesionales resalta la importancia del sitio MA12, como la antesala del ayauhcalli de la Matlalcueye ( MA-01) . En este lugar se impon ía una diferenciación teológica entre los participantes, se imponía una demarcación del espacio que permitía exaltar la diferenciación social a través de lugares y puntos importantes a los que se tenía acceso. Los documentos de fray Toribio de Benavente y Clavijero sustentan esta propuesta: … y luego iban todos a una gran sierra que está de esta ciudad cuatro leguas, y las dos de una trabajosa subida, y en lo alto, un poco antes de llegar a la cumbre, quedábanse allí todos orando, y el viejo subía arriba, donde estaba el templo de la diosa Matlaluege, y ofrecían allí unas piedras, que eran como género de esmeraldas, y plumas verdes grandes, de que se hacen buenos plumajes, y ofrecía mucho papel e incienso de la tierra, rogando por aquella ofrenda al señor su dios y a la diosa su mujer… Fray Toribio de Ben aven te ( Motololin ia, 1967, Tratado I, capítulo X) . … subida con todos los que se hallaban animados a la penitencia, que solían ser más de 200, al altísimo monte Matlacueye, en cuya cumbre había un santuario dedicado a la diosa del agua. El achcauhtli subía hasta la cumbre a hacer su oblación de piedras preciosas, de plumas bellas y de copal, y los demás quedaban a la mitad de la subida en oración, pidiendo a su dios fuerzas y aliento para la penitencia… Fran cisco Xavier Clavijero ( 1987: 176-177) . Añ os de persecución eclesiástica duran te el virreinato, erosión, olvido y vandalismo han erradicado el templo de la Matlalcueye, ahora la cita de Dupaix “… llegué a la cumbre… aquí ruinas, pirámides, murallones y otros objetos pin torescos” más parece un reproch e por lo perdido y n os an ima tan sólo a imaginar aquello que se ha borrado. La diosa Matlalcueye se materializó en una montaña, sus atributos de divinidad y feminidad fueron exaltados en la geografía, y permanecen a través de los tiempos tran sformados por las relacion es sociales; en virtud de la dinámica de sus propios procesos. Desde esta perspectiva, entendemos el tránsito de la Matlalcueye a la Virgen de Guadalupe. A mediados del siglo XVI, a pesar de los esfuerzos de los evangelizadores contra la idolatría, el culto a la Matlalcueye continuó desde lugares tan

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. distan tes como el valle de Toluca y alrededores, según en ten demos en la Breve Relación de los Dioses y Ritos de la Gentilidad, de Pedro Ponce. Para el siglo XVII, el culto de reemplazo se consumó, según consta en los Anales del Barrio de San Juan del Río de 1653 ( Gómez, Salazar, et al., 2000) : En el mismo año subió (esto es se colocó) nuestra amada, venerada Madre de Guadalupe sobre el cerro de esta tierra de Tlaxcaltecaz: tiempo de aguas era cuando subió. Ycomo n o será Nuestra Señ ora de Guadalupe, si fray Servando Teresa de Mier ( 1981) en su Sermón Guadalupano de 1794 nos ilustra este proceso: Que ésta fuese la misma pintura de nuestra Señora de Guadalupe se prueba de los otros dos nombres que los historiadores dan a aquella alegoría diosa Teonantzin, que son Matlalcueye y Chalchiutlicue. Matlalcueye es lo mismo: que su vestido es de azul, que verdea, tal es el manto de nuestra Señora. Chalchiutlicue, nombre que los tlaxcaltecas dan todavía a nuestra Señora de Guadalupe, cuya enagua es de piedras preciosas antonomásticamente diamante, por la túnica blanca floreada de oro y algunos esmaltes de nácar. También en su carta de despedida a los mexicanos de 1821: … la otra se la hacían en Tepeyácac el día del solsticio hiberno a otro día de Santo Tomás apóstol, y le ofrecían flores e imágenes que hacían de la que allí veneraban con el nombre de Tzenteotinántzin, que quiere decir, madre del verdadero Dios, o Tonántzin nuestra Señora y Madre, porque decían que esta virgen madre de su Dios era madre de todas las gentes del Anáhuac que ahora llamamos Nueva España. Su figura era la de una niña con una túnica blanca ceñida y resplandeciente, a quien por eso llamaban también Chalchihuitlicue, con un manto azul verde-mar, Matlalcueye, tachonado de estrellas Citlacúi. Regresando al pictograma. El per fil orográfico en una alineación NW-SE conformado por el volcán La Malinche ( Matlalcueye) , y en segundo plano

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MAPADECUAUHTINCHANI por el Cerro Citlaltepec ( El Pinal) y sus cimas adyacentes, fue significativo en el imaginario de los pobladores de la región de Cuauhtinchan, así lo en ten d em os al obser var el MC 2 y lo con fir m am os con el Mapa de Cuauhtinchan IV ( MC4) donde La Malinche y el Citlaltepec son los puntos más relevan tes del paisaje ( figura 13) . Es in teresan te resaltar como en el MC4, de la Matlalcueye surge un hidráulico que fluye hacia Tepeyac; por otra parte, el glifo escalonado característico del MC2, parece haber evolucion ado a un a forma más compacta y simple en un arco rematado por los escalones. Más representaciones de la Matlalcueye las encontramos en la Historia tolteca-chichimeca y son discutidas en este volumen por Rivas ( pp. 153 y ss.) .

Figura 13. Matlalcueye y Citlaltepec en el Mapa de Cuauhtinchan IV.

En con clusión : la mon tañ a con pautas de codificación más relevantes para el valle Poblano Tlaxcalteca en el MC2 y MC4 es la Matlalcueye. Esta montaña llegó más allá del espacio que ocupa, y arremetió con su perfil en el imaginario social, forjando una identidad colectiva que fortaleció la existencia de quienes vivían a sus pies.

5.2 Cuevas Los abrigos rocosos y las cuevas son comunes en el Altiplano, por una parte los afloramien tos de calizas –en men or porcentaje– y por la otra el vulcanismo promueve una espeleogénesis específica de reducidos desarrollos

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. subterrán eos que, en algun as ocasiones, se debe a la presencia de rocas diaclasadas y que permiten la emisión de manantiales. La existencia de manantiales da pie a una yuxtaposición simbólica de elementos religiosos que determinaron su uso ritual desde la época prehispánica y que ha trascendido hasta nuestros días con cultos comunales protagonizados por los “trabajadores del temporal” o “graniceros”. Dentro del culto acuático existe una relación indivisible entre la cueva y la montaña: son una y la misma cosa. Constituyen un factor hidráulico muy importante en la cosmovisión mesoamericana. El templo mismo era considerado como un cerro sagrado que cubría las aguas subterráneas manifiestas a través de los manantiales y cuerpos de agua de las cuevas. La cueva como escen ario permite momen tos de un ión y polarización sicológica, que h ace que cada in dividuo se sien ta llen o de un a fuerza colectiva que h abitualmen te n o percibe, pero que en cuen tra en los sitios más oscuros, recónditos, inaccesibles y lejanos. Es así como la cueva activa las emocion es y las dirige a la categoría afectiva con lo sobren atural. Pero también es el terren o privilegiado para el tran ce extático, pues aquí radica la fuerza de la irracion alidad y del subcon scien te. Éste es el lugar don de h abita la en ergía de la n aturaleza que con suma al ch amán , o al sacerdote. En el MC2 las cuevas son un a representación recurrente que recalca con detalle lo que h ay en su interior. En su oportunidad, Tucker 19 las ha clasificado para el MC2 en : • Cuevas naturales, sin alteración humana, se han identificado al menos 12 cavidades que se represen tan como una oquedad de trazo naturista. • Cuevas modificadas, vacío subterrán eo que man ifiesta un a vasta modificación y que tien e un a en trada artificial. En teoría, la cueva h a sido alterada para albergar en su interior una tumba, un adoratorio, ídolos y en su caso estar orien tadas h acia un acimut de levan te o puestas astrales. Icon ográficamen te se represen tan por un glifo escalonado.

19

Tim Tucker, Buscando las cuevas sagradas, en lín ea, citado el 11 de n oviembre de 2006, dispon ible en In tern et .

119

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5.2.1 Conjunto cavernario de Santa María Oxtotipan En la sección cen tral del MC2 recon ocemos a Oxtotipan . En la pictografía se observa como una barran ca de paredes rocosas, de donde sale un torren te de agua a man era de río ( figura 14) . Esta represen tación corresponde geográficamente con la barranca que se encuentra inmediatamente al este de los actuales poblados de San Hipólito Xochiltenango y Santa María Oxtotipan, conocida hoy como Barranca del Águila, la cual fue identificada en el MC2 según Medin a ( 2000) por Dian a Zaragoza y Luis Reyes en 1977. Posteriormen te, en 1979, Joaquín Galarza y Keiko Yon eda, et al. identifican esta misma barranca en el Mapa de Cuauhtinchan III ( MC3), pero con el nombre de Teatlauco-Ameyalli-Atoyatl-Atzicuini, de acuerdo con la interpretación fonética del topónimo “barranca de piedras, manantial, don de brota el agua, cascada”. Con base en lo an terior, en 1996 Yon eda identifica planamente a la Barranca del Águila en ambos mapas, y en el caso del MC3 le asigna también la in terpretación fonética de Oztoticpac Teatlauhco Ameyalli Atoyatl Atzicuini, cuya traducción al español se lee como “sobre la cueva, en la barranca de piedras donde hay un manantial que brota como cascada” ( Medina, ídem.) .

Figura 14. Oztoticpac ( Yoneda, 1991) .

La in terpretación fonética de sus topónimos coincide perfectamente con la descripción geográfica que los náhuas dieron a este lugar, ya que en el actual poblado de Santa María Oxtotipan se encuentra asentado sobre varias cavidades naturales, la Barranca del Águila presenta paredes rocosas, numerosas cuevas, manantiales, pozas de agua, y dos cascadas con alturas de 20 a 30 m. En el MC2 a esta barran ca se le represen ta como un corte

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. rocoso visto en plan ta, de cuyo extremo brota agua azul. 20 En la realidad geográfica, estan do en el fon do de la barran ca a la altura de O xtotipan , se pueden observar claramen te tan to los man an tiales por don de brota agua en coloracion es azul verdoso, como las cascadas que le imprimen un mayor movimien to al cauce. Aun que esta barran ca se origin a en las faldas de La Malin ch e y recorre todo el valle de Tepeaca, el agua perman en te sólo se en cuen tra en este pun to geográfico, pues duran te la sequía el resto de la barran ca se en cuen tra seca y en la temporada de lluvias toda el agua que por ella fluye toma una coloración café. Seguramente por esta característica en el MC2 sólo se represen ta la barran ca a la altura de O xtoticpac, en fatizán dose el agua azul que ah í brota duran te todo el añ o.21 Haciendo una revisión espeleogenética del área Acatzingo-Tepeaca, con sidero que el proceso kárstico que permitió el desarrollo de las cavernas del “Conjunto Cavernario de Santa María Oxtotipan” y las “Cuevas de Acatzingo Viejo” obedecen a un desarrollo de cavidades freáticas, en donde las galerías observadas corresponden a las formas de conducción respecto a la acción de las aguas vadosas en la zona de aereación, en donde las aguas de infiltración son muy agresivas, y conforme tienden al nivel freático, disuelven y erosionan las paredes ( cfr. Mon tero, 2000a:8-9) . De tal suerte que al descender el nivel freático, como sucede en la región, estas galerías quedan secas, y en proceso de fosilización, dándose la actividad kárstica en capas más profundas, donde las aguas determinan una nueva formación subterrán ea. Consideramos que en la región hay dos capas de travertino: en el interior una de consistencia dura y por arriba de la primera y otra menos resistente; entre las dos se desliza la corriente principal de las aguas subterráneas. Las cavern as que exploré en 1995 para el proyecto de la Mesoamerican Research Foundation en San ta María Oxtotipan y Acatzin go Viejo, son fósiles. En con tram os gran can tid ad d e d erru m bes en su s form acion es estalacmítitas, a tal grado que n o se observó ninguna en su lugar original; 20

Un estudio detallado de este lugar es la tesis de maestría de Norma Guadalupe Peñ aflores Ramírez, Entre la Tierra y el Agua: Arqueología Subacuática y de Superficie en la Barranca del Águila, Tepeaca, Puebla, UNAM, 2004.

21

Miguel Medin a Jean , Oxtoticpac y la Barranca del Águila en el Mapa de Cuauhtinchan No. 2, en lín ea, citado el 11 de n oviembre de 2006, dispon ible en In tern et .

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MAPADECUAUHTINCHANI respecto a estalagmatos, n o se percibieron por la acción de azolves sobre los pisos, lo cual demuestra que no tuvo actividad reciente por cuerpos de agua, n i formas reconstructivas que correspondan a la reintegración del carbon ato de calcio disuelto. Estos puntos sustentan el criterio de cavidades fósiles muy an tiguas y con escasas h uellas que definan su forma original, ya sea por el paso del tiempo o por la actividad humana desde etapas muy tempranas. En los pisos de la cavernas, la presencia de clastos del tipo graviclásticos ilustran las formas de colapso (cfr. Montero, 2000a:10) , especialmente a la entrada a la manera de portales de hundimiento provocados por la interperización de la roca. Se observan derrumbes muy recientes e históricos, y profundas grietas paralelas al frente de los cantiles que definen la meseta escalon ada en San ta María O xtotipan y la Barran ca del Águila, esta geomorfología promete futuros derrumbes a considerar. Se observa en el “Conjunto Cavernario se Santa María Oxtotipan” (figura l5) caudales de agua artificial sobre las espeluncas a partir de la extracción de agua por bombeo y su posterior canalización por galerías filtrantes, lo que susten ta el criterio de un n ivel freático in ferior, activo. Por otra parte, las aguas que drenan por la Barranca del Águila, 100 m por debajo del n ivel de las cavern as de San ta María Oxtotipan, confirman la existencia en este bloque calcáreo de una capa freática inferior muy activa con la presen cia de aguas “crudas”; esto es: ricas en minerales, lo que determina su color azul-verdoso y la depositación en los drenajes artificiales y naturales de una pátina, característica de las aguas que disuelven químicamente los minerales de las rocas. Durante la prospección, no me fue posible apreciar las zon as de emergencia, que son los manantiales que contribuyen al

Figura 15. Aspecto h ipotético de la con formación cárstica del Conjunto Cavernario de Sta. María Oxtotipan.

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. afluente de la Barranca del Águila, pero por la transparencia, coloración y temperatura es obvio que estas aguas son de origen subterrán eo y n o corresponden a afluentes de super ficie de origen pluvial. Respecto a las “Oquedades de la Barranca del Águila” ( figura16) , éstas son pequeñas formaciones subterráneas originadas por la erosión del caudal sobre las paredes de la barran ca, a las que hoy se suman otros factores erosivos y agentes culturales.

Figura 16. Aspecto hipotético de conformación kárstica de la Barra del Águila.

El “Con jun to Cavern ario de Santa María Oxtotipan” comprende más de 13 entradas, en algunos casos hay interconexión entre las cavidades, las cuales se desarrollan paralelas al cantil que delimita la meseta escalonada, de tal forma que las cavidades no se insertan al interior del macizo calcáreo por más de 30 m, n o existien do por lo tan to eviden cia geológica que permita susten tar el criterio de formaciones subterráneas de origen natural por debajo del pueblo de Santa María Oxtotipan, o con desarrollo a otros puntos al interior del macizo, ya que el alineamiento de las fracturas en la roca es paralela al cantil, dándose el sentido de las galerías perpendicular a la en trada con recorridos de h asta 100 m sobre esta trayectoria. Es así como diferen tes cuevas se en cuen tran un idas por estrech os pasos. Un a característica de estas cavidades es el fino polvo que se deposita en el piso producto de la descomposición de la caliza. El frente que conforma las 13 en tradas tien e casi 1 km de largo, se ubica sobre los 2160 m / nm ; la orientación del per fil es NW-SE ( figura 17) .

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Figura 17. Aspecto del Con jun to Cavern ario de San ta María Oxtotipan.

Las “Cuevas de Acatzingo Viejo” son dos cavidades que al parecer perten ecen a un mismo cuerpo subterráneo, pero, por la acción de un antiguo derrumbe y posteriormente por otros agentes erosivos y la actividad human a, h oy se presen ta como dos formacion es distin tas, un a fren te a la otra a n o más de 20 m de distan cia con un a orien tación N-S. En ambas cavidades se observa actividad humana que ha borrado las huellas espeleogenéticas de las cavidades. Por su parte, las “Oquedades de la Barranca del Águila” suman más de 100 orificios en un a sola porción de casi 300 m de la barranca próxima al sitio arqueológico de San Hipólito. Es justamen te esta porción la parte terminal de la barranca donde las aguas toman contacto con la planicieagrícola. El valle del río está excavado a una profundidad de l00 m por debajo de la meseta, por su cauce drenan aguas de origen pluvial procedentes de afluen tes del volcán La Malinche, pero el hecho más importante son las contribuciones hidráulicas de manantiales autóctonos que aportan aguas ricas en minerales por la disolución de rocas calizas, estas aguas se manifiestan por su color verde-azuloso como ya quedó apuntado. Respecto a las oquedades podemos decir que se encuentran a distintos niveles,

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. muchas de ellas deben su origen a la erosión de las aguas sobre las paredes, pero creo que por su conformación muchas de ellas han sido alteradas por el trabajo h uman o ( figura 18) , n o importando lo poco accesible que las mismas nos parezcan en la actualidad. Las paredes de la barranca representan riesgos por continuos derrumbes que hay que tomar en consideración.

Figura 18. Un claro ejemplo de un a Cueva modificada en uno de los cantiles de la Barran ca del Águila.

5.2.2 Conjunto cavernario de la Matlalcueye En la representación de la montaña la Matlalcueye en el MC2, un glifo escalonado que al parecer simboliza una cueva ha llamado nuestra atención como ya h emos señ alado págin as atrás ( figura 10) . Esta represen tación ha merecido un análisis exhaustivo buscando respuesta a una pregunta ¿Será posible encontrar dicha cavidad? In iciemos con un a fuen te del siglo XVII que describe el culto a una cueva en la Matlalcueye, se trata del dramático caso de Juan Coatl:

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MAPADECUAUHTINCHANI Juan Coatl [ …] sube a la dicha sierra y monte de Tlaxcala donde dicen tiene una cueva que está a un lado del nacimiento del agua que viene por Canoa [ …] y que hay dos cruces que sirven como de guía para ella, donde a la entrada de dicha cueva enciende las candelas y que en esto tiene algunos ídolos como son: — una figura de indio pintada en lienzo y a los pies de ella unas indizuelas adorándola, — y asimismo otra figura con su tilma y cara de indio con un báculo en la mano pintado asimismo en lienzo, — y otros dos lienzos pintados: en el uno cuatro culebras y en el otro una culebra grande enroscada. Se cogieron con otros ídolos y cantidad de ropa de Tlaxcala que es lo que se ofrecía en el santocalli de dicho Juan Coatl. Que después en compañía de otros dos [ ...] se entraban en la cueva adentro con velas encendidas, cantidad de copal y que estaban un día y una noche en la cueva dando adoración a dichos ídolos [ ...] porque el dicho Juan Coatl les decía eran sus verdaderos dioses y los que les daban buena sementera y agua y los demás bienes que tenían, que en ellos habían de creer y en un ídolo que les mostraba, diciendo era su Virgen, que no creyesen al dios de los españoles ni en la Virgen Santísima; y que en las ocasiones que habían de ir, les mandaba ayunar, que era no llegar a sus mujeres… ( Sempat y Martínez, 1991:51 y ss.) . El relato termina en tragedia, Juan Coatl, el hombre-dios como lo interpreta Gruzin ski ( 1988:107-124) , se ah orcó en prisión duran te el proceso que se le siguió. Juan murió por vivir lucidamente lo inconciliable, afirma Gruzinski. Se quitó la vida como respuesta a la contradicción que se generó de su colaboración condicional frente a la prohibición que operaba con sus cultos an cestrales, h abía expuesto su territorio religioso al fuero secular y no estaba dispuesto a conducirlos finalmente a la cueva de sus ídolos. Duran te el trabajo etn ológico que realizamos en 2002, buscan do algun as h uellas de esas resistencias, preguntamos sobre lugares de culto en la montaña. Los informantes de la región aledaña al pueblo de Canoa externaron que había una cueva que llaman del Pillo, donde aún se realiza la petición de lluvia. La cueva se encuentra al interior de una cañada de grandes dimensiones, impresionantes riscos con cascadas y manantiales, es

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. la cañada de Huetziatl, “Agua que cae”, huetzi, cae, atl agua. La información y el nombre de la cañada nos pareció sugestiva y con posibilidades de relacion arse con la crón ica de 1665 del in dio otomí Juan Coatl. Hoy en día, los campesinos suben a la cueva del Pillo, la visitan el 25 de diciembre y el 1 de en ero, ascien den en la tarde y ahí pernoctan haciendo fiesta en donde nacen los manantiales, ahí ponen cruces, o en la cima donde tienen un San José para pedir un buen año. Cuando la sequía es mayor sacan en procesión por la montaña una imagen de la Virgen y otra de San Miguel del Milagro. Un estudio detallado sobre las cuevas de esta ladera lo en con tramos en este volumen en el trabajo de Sergio Suárez ( pp. 218 y ss.) . Sin embargo, es necesario apuntar que aún nos quedan dudas de cual sea la verdadera Cueva del Pillo, eso parece ser un secreto entre los habitantes de la región que se niegan a confiar, y más aún nos queda la duda de que la Cueva del Pillo sea la representada en el MC2. Otra posibilidad es la Cueva de Texcalco ( figura 19) que registré como MA 09 ( Mon tero, 2004:130) , me parece más acorde con la del giflo escalonado porque encontramos material arqueológico proveniente del periodo Clásico,22 además de ofrendas contemporáneas, lo que nos da una utili-

Figura 19. Fotografía tomada desde el interior de la cueva de Texcalco que se alza a 4185 m / n m . Sus dimensiones: altura máxima d el tech o 15m , alcan ce máximo de la línea de goteo al fondo 20m, ancho 70m. 22

Además de la cerámica Naran ja Delgado del periodo Clásico, registramos un fragmen to de chimalli o rodela de cerámica decorada con ch apopote, restos de figurillas y orejeras acompañ adas de cerámica modern a vidriada, sellada en forma de círculos color n aran ja.

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MAPADECUAUHTINCHANI dad ritual de al menos 1 500 años. Consideremos también la gran altura en que se encuentra, lo que le da una categoría liminar y más aún su dominio del paisaje además de sus dimensiones. Según mi experiencia en la montañ a, n o h ay otra oquedad que reúna estas características. En otra dirección apunta el colega Tim Tucker ( comunicación oral, 2005) . Para él, la cueva más represen tativa es una cavidad que se encuentra al in terior de la barran ca La Calzada, en la ladera orien tal de la Matlalcueye a 3,260 m / nm . La cueva está asociada a un complejo arquitectón ico y ritual muy sin gular en el que se destacan los siguien tes elemen tos: 1. La cueva, supon emos que en un principio pudo haber sido un abrigo rocoso con manantial que era reverenciado desde antes de la Conquista española por los habitantes del somonte; posteriormente con el incremento en la producción agrícola y la expoliación de la naturaleza durante el Virreinato, fue necesario un mayor abastecimiento de agua, lo cual llevó a la construcción de obras hidráulicas con los muros, los cañ os, las cajas de agua, la represa y sobre todo la excavación del abrigo rocoso para llegar más al fon do del man to freático. Así se sucedieron las ampliaciones hasta convertirse en la cueva artificial que conocemos hoy en día. En tiempos recientes nuevas obras hidráulicas abastecen a las comunidades desde otros manantiales con mayor aporte, como es el caso del Cerro El Filete; sin embargo, aunque el flujo hidráulico de la cueva de La Calzada ha disminuido, prevalece la devoción, como lo demuestra el adoratorio guadalupano con su cruz de agua. Es n ecesario mencionar que a la entrada de la cueva fue con struido un muro que selló el acceso, descon ocemos el motivo que los llevó a clausurar la cueva. Por otra parte, también se obser va u n p or tal d e d er r u m be, qu e obed ece a u n p r oceso graviclástico por el desplome de la ladera sobre la entrada de la cueva, este suceso posiblemente azolvó la presa y dejó en desuso el lugar. 2. La presa, al parecer construida para contener las aguas provenientes del man an tial de la cueva. Actualmente, como ya se apuntó, está azolvada. El único elemento ritual a considerar es la “cruz de agua” que se alza en su porción central. 3. La calzada, es el elemen to arquitectón ico que le da n ombre a la barran ca y a la cueva. Su trazo correspon de al dren aje de la cañ ada en don de se destaca un a impresion an te acumulación de trabajo

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI..

4.

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con sus 70 metros de lon gitud y och o de an ch o, lo cual n o sólo apun ta a un a n ecesidad de in gen iería h idráulica, sin o también de ín dole reveren cial al agua que por ah í corría. En ten demos este sign ificado por la asociación que tien e la calzada con un n ich o que la remata en su lado septen trion al justamen te por la mitad de su recorrido. El n icho, es el espacio de ven eración que da continuidad a la reverencia que se hacía a la montaña, al agua y a la cueva desde tiempos remotos, y que con tin úa duran te el Virrein ato. Esta es la eviden cia de un culto de reemplazo de la Matlalcueye a una advocación de María San tísima. Así lo consideramos, porque el remate del nicho en forma de concha es característico de la arquitectura del siglo XVIII, que colocaba en su in terior represen tacion es marian as. Estos n ich os de adoración eran común men te con struidos jun to a los caminos o donde éstos se cruzaban; también eran construidos a las entradas o salidas de los pueblos, y funcionaban como capillas o lugares de devoción que se denominaban “humilladeros”. El adoratorio guadalupan o, esta con strucción n os demuestra cómo una costumbre ritual que proviene de la antigüedad se actualiza con oficios que resultan de la tradición, siguiendo simplemente la huella de la memoria an cestral. No importa que sus ceremon ias n os parezcan de extraordinaria ambigüedad, el grupo campesino se entrega con toda honestidad a la oración en estos lugares para que caigan las lluvias, lo cual termina fortaleciendo su integridad social. Muros de contención, construcciones perimetrales al cauce de la barran ca para sobrepon erse en pun tos específicos a los caudales in termon tan os de acelerado y violen to impulso, propios de los torrentes de temporal que bajan de la montaña. Los cañ os y cajas de agua, con struidos fuera del cauce n atural y desviados a lugares determin ados. Destacan de estas edificaciones, lo que h emos iden tificado como “El Puen te Viejo”, que fue más bien un acueducto, y una caja de agua de gran tamaño, que denominada por los lugareños como “La Ermita”; esta última es, al parecer, una con strucción del siglo XVII, de ser así, tendríamos una secuencia arquitectón ica que va del siglo XVII h asta el presen te con los ductos de plástico de tres pulgadas que absorben las aguas que aún drenan por “La Calzada” ( figura 20) .

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Figura 20. Barranca y cueva de La Calzada en el volcán La Malinche.

Susten ta el h ech o de que esta cueva sea la representada con el glifo escalonado por dos indicios: el primero que corresponde a la ladera según la perspectiva cartográfica; y el segundo es el camino adyacente que es dibujado en el MC2, y que da razón al nombre de la barranca y a la construcción que hoy apreciamos. De esta manera, la arquitectura que apreciamos es el resultado de procesos pasados, y es condición también para procesos futuros. Las construcciones antiguas se tornan cualidades del lugar y expresan los contenidos de la evolución histórica que se ha sucedido en la apropiación de los recursos h idráulicos. Aquí en contramos un formidable acopio de trabajo que se manifiesta en la calzada con su nicho, en la ampliación de la cueva y su represa, en los acueductos y cajas de agua, en los muros de con ten ción , y también en el adoratorio guadalupano. Toda esta obra en un lugar tan apartado de los centros de población nos dice que el agua que de aquí fluye no es un líquido común, tiene algo que la hace diferente. ¿Acaso nos encontramos con un manantial de aguas reverenciales que desde antaño fue incorporado al discurso religioso? Mi propuesta es que la cueva de La

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. Calzada fue reverenciada, no tanto por la cantidad sino por la calidad simbólica de su aporte h ídrico; en ten demos que en el lugar se sumaron in dicadores significativos que hicieron de este espacio el más importante de la ladera oriental, posiblemente fue su ubicación que permite ciertos alineamientos astronómicos. Otro h ech o relevan te del sitio son los alineamientos que guarda con la salida del sol, y que hemos calculado son coincidente con el pueblo de Ixtenco para el día de paso cenital; y en segunda instancia durante equinoccio con el pueblo de Nopalucan. Coincidencia geográfica o un profundo con ocimiento de los ancestrales pobladores de la región que supieron con jugar en un sitio a la mon tañ a, el manantial, la cueva y los astros. Como conclusión a este apartado, me gustaría apuntar que en las cuevas con uso ritual se proyectó el imaginario de los individuos más allá de la vida cotidiana, trasladándose a la residencia de lo sobrenatural. La lectura del entorno subterráneo comprende por lo tanto una serie de mensajes de todo lo que le rodea y le sirve a la comunidad para entenderse a sí misma, compartiendo puntos de referencia que los hacen similares para determinados conceptos. El discurso de pertenencia por las montañas y las cuevas, significa además de un paisaje metafórico, la posibilidad de un paisaje metonímico que como figura retórica, o figura de significación logra crear una identidad.

6.ARQUEOASTRONOMÍA El trazo ortogonal norte-sur del Eje Volcánico Transversal Mexicano, en su trayectoria del océano Pacífico al Golfo de México, permitió el aprovechamiento del horizonte, definido por los picos conspicuos del plano visual, para señalar el paso del tiempo según los juicios temporales de las sociedades de antaño, en lo que ha venido definiéndose como calendarios solares de horizonte.23 En la literatura especializada ya ha quedado demostrada la importancia de los alineamientos de algunos sitios arqueológicos para marcar fechas específicas del calendario ritual, además de solsticios y equinoccios. Los alin eamien tos entre montañas y astros, resultan de una búsqueda síquica que otorga propiedades geométricas significativas con respecto al 23

Con sidero más oportun o, siguien do la propuesta de Stan islaw Iwan iszewski, den omin arlos marcadores y n o calen darios, en la in teligen cia de que n o proporcion an un registro h istórico, son más bien in strumen tos para la sin cron ización del tiempo.

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MAPADECUAUHTINCHANI horizonte. Se logran alineamientos que permiten a los sujetos definirse en el espacio existencial del cual son plenamente conscientes. Las montañas y otros elemen tos relevan tes del paisaje se utilizaron como referen te, fun cionaron como puntos límite de la visual ordenadora del mundo, en el alcan ce que el imagin ario se hace del espacio geográfico. Así el tiempo, que es el aspecto más enigmático de la experiencia humana, y la montaña como linde de la vida cotidiana, se encuentran en una sistemidad que se consumó con el registro calendárico.

6.1 Cholula No preten do adelan tarme a los estudios que colegas como Jesús Galindo, Sergio Suárez y María Elena Bern al-García, entre otros vienen realizando sistemáticamente en campo desde tiempo atrás, respecto al calendario de horizonte en Cholula. En este apartado sólo intento un ejercicio de cálculo,24 en el que se consideren las posibilidades de que el MC2 guarde alguna posibilidad astronómica entre sus topónimos. Por lo tanto, sólo me concreto a presentar los lugares por los que se pone el Sol en referencia al horizonte conspicuo, realizando una sencilla tabla sin su comprobación en campo.

( Yoneda, 1991) .

Pirámide de Cholula, 2210 m / nm ( λ 98º 18´ 05.5” ϕ 19 º 03´ 26.2”) .

24

Con sidérese la posibilidad de variación de un día en los resultados por la oscilación del sol.

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. Levante Montaña Cofre de Perote, 4220 m / n m Cerro Pin al, 3280 m / n m Pico de Orizaba, 5610 m / n m Sierra Negra, 4585 m / n m

Distancia ( km) 130.41 42.50 108.46 104.09

Rumbo

Elevación

68° 18´ 76° 50´ 91° 30´ 94° 18´

0° 48´ 1° 26´ 1° 48´ 1° 18´

Fecha 24 de mayo y 20 de julio 24 de abril y 18 de agosto 18 de marzo y 25 de sept. 11 de marzo y 02 de oct.

Figura 21. Recreación virtual del horizonte conspicuo que corresponde a la vista oriental de la pirámide de Ch olula: a) Cofre de Perote por debajo del horizonte: b) Cerro Pinal; c) Pico de Orizaba; y d) Sierra Negra.

Ocaso Montaña Popocatépetl, 5465 m / n m Ventorrillo, 5000 m / n m Tlamacas, 4020 m / n m Cerro Gordo, 3780 m / n m Iztaccíhuatl ( Pies) , 4710 m / n m Iztaccíhuatl (Rodillas), 5040 m / nm Iztaccíhuatl (Pecho), 5230 m / nm Teyotl, 4660 m / n m

Distancia ( km) 34.50 34.88 34.35 32.32 36.19 37.06 38.01 38.83

Rumbo

Elevación

263° 30´ 265° 00´ 271° 36´ 278° 36´ 285° 36´ 288° 06´ 290° 12´ 293° 24´

5° 24´ 4° 35´ 3° 06´ 2° 46´ 3º 57´ 4° 22´ 4° 33´ 3° 36´

Fecha 09 de marzo y 03 de oct. 12 de marzo y 30 de sept. 26 de marzo y 16 de sept. 12 de abril y 29 de agosto 3 de mayo y 08 de agosto 14 de mayo y 29 de julio 22 de mayo y 20 de julio 21 de junio

Figura 22. Recreación virtual del horizonte con spicuo que corresponde a la vista poniente de la pirámide de Cholula: a) cima del Popocatépetl; b) Ventorrillo; c) Tlamacas; d) Cerro Gordo; e) Pies; f) Rodillas; g) Pech o; y h ) Teyotl.

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MAPADECUAUHTINCHANI Según este muestreo, el h orizon te que con sideramos más sign ificativo es el pon ien te toman do en cuen ta los siguien tes even tos: • El Sol se oculta por la cima del Popocatépetl el 9 de marzo, entre los nahuas del Golfo contemporáneos, el principio del año se celebra el primer viern es de marzo,25 por lo cual la montaña podría haber servido como un marcador de horizonte para señalar el inicio de año; otro hecho relevante es la coincidencia visual con el cerro Teteolotitla, el cual parece estar en medio del alineamiento entre el cráter del Popocatépetl y Cholula, una amplia discusión sobre este cerro véase en Tucker ( en este volumen , pp. 190 y ss.) . • El Sol se oculta por la cima del Ventorrillo el 12 de marzo, día de San Gregorio Magno, extraña coincidencia si consideramos que el nombre coloquial que los vecin os del somonte dan al Popocatépetl es don Goyo ( Galindo 2004, comunicación oral) . • La puesta del Sol sobre la cima de las Rodillas me parece muy significativa por su proximidad al paso cenital, sobre todo porque trazando el alin eamien to dimos cuen ta que esta trayectoria pasa por San Andrés Calpan ( figura 23) , y que las calles de esta población están muy próximas al alineamiento del mismo evento.

Figura 23. Toponímico de San Andrés Calpan en el MC2 ( Yon eda, 1992), según Tucker ( comunicación oral, 2006) ; a la derecha alineamiento a 287° Z. 25

Un bien ejemplo lo en con tramos en Ixtaczoquitlán , Veracruz, muy cercan o a Orizaba.

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. • Muy conocida es la alineación de la ciudad de Cholula en su traza urbana con el solsticio de invierno que corresponde a la cima del Teyotl ( Galindo, comunicación oral, 2005) .

6.2 La Matlalcueye como marcador de horizonte En el ensayo preparado por Tucker ( 2001) , sobre La Malinche, se destaca la importan cia arqueoastron ómica de esta montaña. Sumándome a este esfuerzo, deseo ofrecer al lector los resultados de los cálculos y las observaciones que hemos realizado al respecto desde distintos sitios.

6.2.1 Teotón El cerro Teotón se en cuen tra al somon te del Popocatépetl en su flan co orien tal, su figura cón ica es muy sign ificativa con respecto al valle, y su ubicación pudo ser determinante para otorgarle un alto valor simbólico. En la cima y laderas encontramos cerámica prehispánica que aún no hemos analizado. En la actualidad, el día 16 de mayo se realiza una fiesta popular para celebrar que “El Sol está en lo más alto” lo cual sin duda es un a aseveración que n os con duce al día de paso cen ital. Tucker ( 2001:6581) ya h a resaltado la importan cia de esta cima, por lo que tan sólo me resta presentar los cálculos realizados para el día de paso cenital, fecha en que el sol aparece por el per fil precumbrero en el flan co sur ( figura 24) , justamente donde hemos localizado el sitio arqueológico registrado como MA-12 ( Mon tero, 2004:130-131) . Sitio Teotón , 2600 m / nm ( λ 98º 27´ 38.8” ϕ 19 º 04´ 42.8”)

( Yoneda, 1991) .

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MAPADECUAUHTINCHANI Levante Montaña La Malinche (cima), 4430 m / nm

Distancia ( km) 48.07

Rumbo Elevación 69°30´

2° 10´

Fecha 20 de mayo y 16 de sept.

Figura 24. A la izquierda, modelo digital para el cálculo en la salida del sol para el día de paso cenital (2004), a la derecha comprobación del suceso con fotografía del 16 de mayo de 2006.

6.2.2 Teteolotitla Tam bién m uy com plejo en su con n otación astron óm ica es el cerro Teteolotitla. Se trata de un a promin en cia muy próxima al cerro Teotón ( 4.7 km al ssw) . Tucker ( 2001) destaca su relación arqueoastron ómica. H oy en día el acceso a la cima es un asun to azaroso, pues un campo de malpaís, producto de una erupción del Popocatépetl, cubre amplios flancos de la mon tañ a, dejan do ocultas amplias porcion es culturales que fueron sepultadas, como ya se h a demostrado en Tetimpa. Sitio Teteolotitla, 2590 m /

nm

( λ 98º 28´ 47.0” ϕ 19 º 02´ 25.9”)

( Yoneda, 1991) .

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. Levante Montaña

Distancia Rumbo Elevación Fecha ( km) 51.41 69° 48´ 1° 27´ 17 de mayo y 25 de julio

La Malinche(Cuazitonale) 3890 m/ nm

6.2.3 Xochitecatl y Tlalocan Sitio Tlalocan , 3090 m /

nm

( λ 98º 05´ 06.8” ϕ 19 º 13´ 56.5”)

Levante Montaña La Malinche (cima), 4430 m / nm

Distancia ( km) 5.60

Rumbo Elevación 91°54´ 13° 24´

Fecha 27 de marzo y 16 de sept.

( Yoneda, 1991) .

Sitio Xoch itecatl, 2360 m / n m ( λ 98º 20´ 57.3” ϕ 19 º 14´ 38.3”)

Levante Montaña La Malinche (cima), 4430 m / nm

Distancia ( km) 33.36

Rumbo Elevación 92°36´

3° 33´

Fecha 17 de marzo y 26 de sept.

Algunos investigadores consideran que es suficiente con trazar líneas en el mapa para ajustar sitios arqueológicos con elementos del paisaje, consiguien do an alogías con even tos astronómicos. Así parece al marcar una línea entre la pirámide de Xochitecatl y la cima de la Malinche, el trazo pasa por el sitio Tlalocan, sin embargo el Sol no sale por el mismo punto para el mismo día, como lo apreciamos en la tabla anterior.

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MAPADECUAUHTINCHANI Más allá de la astronomía solar, existen posibilidades con otros cuerpos celestes. Por ejemplo, la salida del Sol sobre la cima de La Malinche el día 26 de septiembre 26 n o parece muy signifiativa, en cambio cuando la estrella Alnilam, de la constelación de Orión, alcanza la altura sobre el horizonte de 3º 33´ se aprecia en el rumbo 92° 30´, lo que apun ta un a diferen cia con la cima de La Matlalcueye de 0º 06´, lamentablemente con las estrellas existe una alteración en la temporalidad, lo que significa que durante el Epiclásico por ejemplo el azimut es diferente ( 94° 01´) por lo que debemos de ser muy precisos en la fech a de observación.

6.2.4 Jagüey Andrea Jagüey de An drea, 2580 m / nm ( λ 19º 10´ 15.5” ϕ 97 º 53´ 56.6”) Montaña La Malinche (cima sur), 4430 m/ nm La Malinche (Cuazitonale) 3890 m/ nm

Distancia Rumbo Elevación Fecha ( km) 15.46 292° 30´ 6° 48´ Solsticio de verano 13.20 283° 48´ 5° 40´ 29 de abril y 12 de agosto

En el añ o 2006, Tim Tucker me mostró este sitio, me llamó la aten ción un mon umen to que en fatiza a un jagüey ( figura 24) porque en su forma h ace evocación al glifo de cerro, la con strucción que parece antigua encuentra como marco al volcán La Malinche.

Figura 24. Monumento que enfatiza el “Jagüey de Andrea”, al fondo perfil oriental de La Malinche. Puesta del Sol para el solsticio de verano ( A) ; sobre el Cuazitonale para el 29 de abril y el 12 de agosto ( B) . 26

Es n ecesario con siderar un a posible coin ciden cia con la fiesta del 29 de septiembre de San Miguel Arcán gel con la población próxima a Xoch itecalt de San Miguel del Milagro y la aparción del Sol por la zon a cumbrera de La Malin ch e.

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APUNTESALMAPADECUAUHTINCHANI.. Con este apartado nos introducimos a los estudios arqueoastronómicos para el MC2, pero más allá de n uestras in ten cion es por en con trar alineamientos sabemos por la iconografía del lienzo que existen posibilidades más complejas de investigación, como lo apreciamos en la figura 25 con la represen tación de Venus y el Sol a un costado del glifo de Chicomoztoc.

Figura 25. En la imagen izquierda se aprecia la representación de Venus; en tanto que a la derech a un símbolo solar próximo al glifo de Chicomoztoc (Yoneda, 1991).

7.CONCLUSIONES La permanencia del MC2 es un testimon io de los tiempos que se h an plasmado en el Altiplano central. En su expresión espacial ha quedado grabada una porción de la identidad tanto personal como colectiva de aquellos h ombres que a través de sus mon tañ as, cavern as, valles y cuerpos de agua se defin ieron a sí mismos. Las relacion es sociales que iden tificamos en este lien zo se tejieron a través de los lugares y los puntos que eran determinantes para sus ceremon ias religiosas y en el tran scurso de su vida cotidiana. La lectura de este entorno nos lleva a comprender una serie de significados de todo lo que le rodea y le sirve a la comunidad para entenderse a sí misma. La geografía se hace simbólica, recibe un nombre.27 Todos los que comparten la misma cosmovisión convergen en ella en cierto paraje y en cierto tiempo. La utilizan para poder relacionarse, así que comparten puntos de 27

Por ejemplo, para los in dios Navajo, h asta que n o se n ombra un a parte del paisaje, éste n o existe.

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MAPADECUAUHTINCHANI referen cia que los h acen similares para determinados conceptos. Esta es una clasificación cultural del entorno geográfico por medio del cual se desarrollan sistemas de represen tación pan/ region ales con topon ímicos asociados a las imágenes prototípicas más que a los valores reales en términos cartográficos. El MC2 nos aproxima a la cosmovisión de antaño como un entendimiento, percepción o contemplación del mundo privilegiando ciertos aspectos del paisaje y no la totalidad del plano visual. Así que no pienso que el MC2, como teoría del universo cultural, diera sentido a la vida de aquellos hombres como lo h acía la religión , pues este lien zo en términ os cartográficos solamente alcanzaba una categoría cognitiva donde las imágenes del mundo en con traban un sign ificado den tro de un modelo de representación espiritual.

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