APROXIMACIONES AL USO DE LA NOCION DE ETNICIDAD EN LA ARQUEOLOGÍA DEL LITORAL PACIFICO DEL CHOCO

October 10, 2017 | Autor: J. Gutierrez Mejia | Categoría: Arqueología, Etnicidad
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Descripción

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGIA

Informe Final PROYECTO DE PASANTIA

APROXIMACIONES AL USO DE LA NOCION DE ETNICIDAD EN LA ARQUEOLOGÍA DEL LITORAL PACIFICO DEL CHOCO

Presentado por:

Jaime Fernando Gutiérrez Mejia Código: 47 21 73

BOGOTÁ, Octubre del 2003

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Contenido

Agradecimientos Información General

1. Introducción 2. Antecedentes 3. Definición del problema 3.1. La noción de étnicidad en arqueología 3.2. La noción de étnicidad entre los arqueólogos del Litoral Pacífico del Chocó 3.3. Los autores 3.3.1. Sigvald Linné (1929) 3.3.2. José de Recassens (1944) 3.3.3. Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1962) 3.3.4. Warwick Bray (1984) 3.3.5. Richard Cooke (1973-1998) 3.3.6. Gilberto Cadavid (1996-1997) 3.3.7. Franz Flórez (1999-2001) 4. Conclusiones Bibliografía

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Agradecimientos

El presente informe es el resultado de la colaboración de varias personas, que me apoyaron en el Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Es preciso mencionar al Doctor Víctor González, coordinador del Grupo de Arqueología y Patrimonio, y a la Doctora Nubia Alba Chavarro, encargada en el 2001-2002 de la Oficina Jurídica del instituto, que diligenciaron la contratación con el ICANH que permitió adelantar parte del trabajo relacionado con esta pasantía.

Igualmente agradezco al antropólogo Franz Flórez, del ICANH, por su asesoría y apoyo, y a Carlos Sánchez su apoyo al accidentado inicio y provechosa terminación de este trabajo.

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Información General

Título del Proyecto: Aproximaciones al uso de la noción de étnicidad en la arqueología del litoral Pacífico del Chocó

Institución donde se realizó: Instituto Colombiano de Antropología e Historia

Director del Proyecto: Carlos Sánchez

Tutor: Franz Flórez

Resumen: Este proyecto desarrolla uno de los objetivos secundarios planteados en un proyecto más amplio denominado “Economía política, cronología cerámica y patrimonio arqueológico en el municipio de Bahía Solano, litoral Pacífico del Chocó” (realizado entre noviembre 1999- marzo 2002). Para esto se intentó identificar la manera como diferentes autores relacionaron ciertos materiales arqueológicos con diferentes nociones de “grupo étnico”, y cómo esto incidió en la “visibilización” de ciertas ideas de “homogeneidad” o “diversidad étnica”, cuyo referente principal han sido fragmentos de cerámica.

Itinerario del proyecto: Este proyecto se empezó a gestar en Julio del año 2000. El proyecto se presentó a consideración de la Carrera de Antropología en el mes de agosto de ese año. Eventualmente, el Comité Asesor de Carrera, en sesión del 17 de agosto, nombró dos lectores. Durante el desarrollo de este trámite, no se logró una aprobación por parte de los dos lectores del proyecto de pasantía, dado que uno de ellos entregó un concepto no 4

aprobatorio. La razón aducida por el lector fue que los datos arqueológicos de la Costa pacifica de Nariño, Valle, Cauca o los cursos medio y alto del río San Juan, el Baudó y el Atrato complementaban la información del litoral pacifico del Chocó, mientras el otro lector lo aprobaba con modificaciones argumentando diciendo que se estaban confundiendo las técnicas con la metodología. Ante esta eventualidad, se destinaron varios meses para reelaborar el objetivo general. Fue así como el proyecto, en su forma final, se entregó en la Carrera de Antropología el 11 de junio de 2001, para ser posteriormente aprobado de acuerdo con los conceptos aprobatorios dados por los lectores el 21 de junio, el primero, y el 26 de junio de 2001, el segundo.

Hecho este trámite administrativo, fui admitido nuevamente en la calidad de estudiante activo en trabajo de grado, por la Universidad en agosto del 2001, momento en el cual comenzó a contarse el tiempo estipulado para hacer entrega del informe final de pasantía, en total, nueve meses. En consecuencia para la última semana de abril del 2002 se esperaba hacer entrega del mismo.

Problemas ajenos al devenir académico propiamente dicho, dificultaron en grado sumo la elaboración y consecuente entrega del informe final del proyecto de pasantía en los plazos previamente estipulados. La falta de financiación para la estadía en Bogotá, llevó a que finalmente tuviera que desplazarme a mi residencia familiar (Villavicencio), precisamente en el semestre en que nuevamente reingresaba a la Universidad para efectuar la entrega del informe. La difícil situación económica y logística (acceso a computador, impresora, bibliografía) en mi lugar de residencia impidieron que trabajara de tiempo completo en la investigación, lo cual fragmentó el ritmo de trabajo. 5

En consecuencia, para el primer semestre académico del 2002, no fue posible hacer entrega del informe, dado que al tiempo que se encontraba en curso la investigación era preciso solventar los problemas económicos inmediatos. Por lo mismo, no era posible matricularme para ese semestre ni mucho menos desplazarme a Bogotá para trabajar en la investigación. En estas circunstancias, el reglamento se aplicó a mi situación y perdí la calidad de estudiante activo en trabajo de grado. Para el segundo semestre del 2003, fue posible volver a retomar la investigación, en vista de que la situación económica pudo ser zanjada por algunos meses.

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1. Introducción

Este trabajo trata de elaborar algunas ideas planteadas previamente en el proyecto “Economía política, cronología cerámica y patrimonio arqueológico en el municipio de Bahía Solano, litoral Pacífico del Chocó” (Flórez 1999, 2001). Los objetivos de ese proyecto fueron: estudiar la complejidad social en una parte del litoral Pacífico del Chocó, aportar elementos para el establecimiento de una cronología relativa y el inventario del patrimonio arqueológico en el que se basan parte de las interpretaciones sobre complejización y cronología (Flórez 1999, 2000).

Dados los imprevistos presentados durante la realización de este trabajo, ya comentados en páginas anteriores, uno de los aportes de este informe a ese proyecto más general, cual era el relativo al establecimiento de una cronología relativa, fue superado por la dinámica propia de la investigación. Es decir, el informe al que se esperaba contribuir en este punto en particular, se terminó y estableció lo que era posible decir sobre cronología relativa para el litoral Pacífico chocoano, a partir de los datos disponibles. Profundizar en este punto, resultaba, por lo tanto, la reiteración de planteamientos que requerían de nuevos datos empíricos para poder ser evaluados.

En ese medida, este informe hace un aporte a una variable que fue poco explorada en el trabajo citado: el uso de nociones análogas a la de “identidad étnica” en los arqueólogos que han trabajado en la Costa Pacífica del Chocó.

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2. Antecedentes

Las informaciones arqueológicas sobre el litoral Pacifico del Chocó, especialmente en tipos cerámicos y una periodización regional son mínimas. El esquema cronológico más conocido es el construido con base en la excavación realizada, en Bahía Cupica, por los esposos Reichel-Dolmatoff, en un

montículo artificial que contenía 41 entierros

distribuidos en tres horizontes, que a su vez se subdividieron en una secuencia de 5 fases: Cupica I, II, III, IV y Valor (G. y A. Reichel-Dolmatoff 1961: 257, 267, 272. 286. 288, 313-4).

Con estos antecedentes se confiaba que una datación de C-14 obtenida para la fase Cupica II, que a la larga es la única disponible hasta hoy para el litoral Pacifico del Chocó, se remontara hasta hace unos 2000 años, pero causo sorpresa el que el resultado fuera de solo 735 +/- 100 años antes del presente, es decir, 1115 -[1215]- 1315 d.c. (Reichel-Dolmatoff 1962: 331) El hecho de que no hubiera concordancia entre la datación obtenida y las correlaciones cerámicas realizadas previamente, llevó a varios autores (Bray, 1990; Cooke, 1998: 94) a cuestionarla, y en su momento se sugirió que los materiales "formativos" debían ser mas tardíos de lo que se había supuesto y que "la cerámica de estilo Coclé Tardío se difundió (desde el centro de Panamá) hacia el sur después del primer milenio d.c." (Reichel-Dolmatoff 1962: 331).

Por su lado, Richard Cooke ha propuesto que es posible establecer algunos paralelos entre la cerámica de Cupica y el material de dos tumbas excavadas en Miraflores, un sitio excavado al oriente de Panamá, en la cuenca del rió Bayano. Allí obtuvo dos dataciones 8

calibradas del siglo VIII d.c. para cerámica similar a la Roja fina (Cupica III), Roja Arenosa (Cupica IV), Carmelita Clara (Cupica IV) y Carmelita Fina (Cupica IV) (Cooke 1998: 97). Cooke sugiere al menos dos fases de ocupación equiparables con Cupica I (que ubica entre 400- 735 d.c.) y Cupica IV (entre 735-1000 d.c.) (Cooke 1998: 101, en Flórez 1999).

Esquema de la secuencia estratigráfica, cronológica y cerámica del sitio Cupica [excavado por los esposos G. y A. Reichel-Dolmatoff (1961)], tomado de Flórez (1999).

FASE

Cronología

Cerámica Entierros

Cupica V Relleno Superficie Estrato 5 Cupica IV

Capa húmica Material superficial

1631 fragm.

Horizonte entierros

XI d.C. aprox., con base 30 Vasijas

3 en G. y A. Reichel- 15 Entierros Dolmatoff (1961)

40-50 cm. Estratos 3 – 4 Cupica III Horizonte entierros

Estratos 2,3–4

=============== 735-1000 d.C., en la propuesta de Cooke (1998: 101)

I d.C. aprox., con base en 19 Vasijas

2 G. y A. Reichel-Dolmatoff 12 Entierros (1961) =============== 400-735 d.C. en la propuesta de Cooke (1998: 101)

Cupica II Relleno

Datación de C-14: 735 1024 fragm. a.p. [XIII d.C.] (ReichelDolmatoff 1962)

Estrato 2

I a.C., con base en G. y A. Reichel-Dolmatoff (1961) IV - III a.C., con base en 24 Vasijas G. y A. Reichel-Dolmatoff 12 Entierros (1961) ============= 400-735 d.C. en la propuesta de Cooke (1998: 101)

Cupica I Horizonte 1

Entierros Estrato 1

/ Tipos cerámicos

Correlaciones

Carmelito arenosa, Carmelita friable, Chocolate arenosa, Roja cuarteada Negra incisa, Carmelita obscura, Carme-lita fina, Carmelita clara, Roja arenosa, Roja burda, Roja bañada, Roja friable, Otros

Coclé Tardío (Panamá) Betancí Vasijas antropomorfas, con ángulos y/o abultamientos periféricos, copas de pedes-tal, botellones esféricos, pin-tura polícroma, volantes bicónicos truncados, bordes con labio acanalado

Roja granulosa, Roja Tierra Alta (Alto Sinú) fina, Roja tosca El Estorbo (Golfo de Urabá) Vasijas biomorfas, con bocas múltiples, abultamientos periféricos, impresiones digitales, peloticas aplicadas, hileras punteadas, zonas triangulares delimitadas por incisiones Roja raspada, Den- Ciénaga de Oro tada estampada Decoración estampada

Roja Áspera, Habana Momil Lisa, Gris Incisa, Ocre Decoración estampada Tosca

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A la secuencia propuesta por los Reichel, replanteada por Cooke, se suman los datos obtenidos en Bahía Tebaida (al sur de Cupica). Allí se reporto el hallazgo de 99 tumbas, un camino sobre las estribaciones de la serranía del Baudó que rodean la bahía, depósitos con cerámica y artefactos líticos (Cadavid y Zamudio 1996-7). Con base en 1261 fragmentos se definieron 4 tipos cerámicos (Tebada Carmelito liso Tebada Rojo áspero, Tebada Habano liso y Tebada Rojo pintado). Infortunadamente, de esa investigación solo se cuenta con informes preliminares (Cadavid, 1996; Cadavid y Zamudio 1996), y no se han podido localizar el informe final, por lo que resulta urgente la consulta directa de los materiales cerámicos excavados en una tumba en Morro Redondo y de un corte realizado al norte de la Bahía, que se esperan encontrar en la colección de referencia del Instituto Colombiano de Antropología e Historia.

Por ultimo Flórez et. al. (1999), realizaron un corto estudio en la costa del municipio de Bahía Solano. Recolectaron cerámica en Playita de Nabugá y el corregimiento de El Valle (123 fragmentos) que clasificaron en tres grupos (A, B y C). Los mismos no dieron lugar a mayores comparaciones con los tipos cerámicos de Cadavid y Zamudio (1996-7) o con los 21 de los Reichel-Dolmatoff (1961), ni estos últimos entre si. Cadavid y Zamudio (1996-7) tampoco presentan en el informe preliminar una correlación entre sus tipos cerámicos y los definidos por los Reichel.

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Este informe de pasantía espera aportar al estudio de la problemática arqueológica del litoral Pacifico del Chocó a través de la revisión critica del uso de la noción de étnicidad usado por los arqueólogos anteriormente mencionados.

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3. Definición del problema

Objetivo General:

Estudiar la manera como diferentes autores (Sigvald Linné, José de Recasens y Víctor Oppenheim, Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff, Warwick Bray, Gilberto Cadavid y Adriana Zamudio, Richard Cooke; Franz Flórez, Elkin Rodríguez y Carlos Restrepo) han tratado de definir, explícitamente o no, grupos étnicos a partir de la clasificación o comparación de fragmentos y vasijas de cerámica.

Objetivos Específicos:

1. Tratar de identificar que entiende cada autor o autores por “grupo étnico”, y como estima cada uno que una identidad étnica se expresa arqueológicamente, a través de la cerámica.

2. Contribuir a la construcción de una herramienta cronológica para el litoral Pacifico del Chocó basada en la comparación de patrones estratigráficos de tipos cerámicos. Y las clasificaciones hechas por otros autores.

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3.1. La noción de étnicidad en arqueología

Aproximación general al concepto de étnicidad.

El uso del concepto de etnicidad en arqueología ha tomado relevancia actualmente, en el contexto más reciente en el que se ha pasado de la definición de grupos a partir de sus características “típicas” o “autóctonas”, a considerar con qué conceptos se entendía y realizaba en antropología, el análisis de la diferencia y del pluralismo cultural.

Una manera de entender cómo surgió y ha sido empleado este concepto, puede ser haciendo una retrospectiva sobre la imagen que las potencias colonialistas de Europa tenían de los grupos aborígenes de los territorios colonizados, vistos como remanentes de procesos culturales previos a la civilización. Percibidos así los “otros”, Occidente tenia “la misión” de ayudarles a progresar y modernizarse a través del proceso de colonización que tendía a homogenizar culturalmente a estos grupos dominados, lo cual era imperativo en el industrialismo europeo, cuyo objetivo era la construcción de nación, que se expresaba en un Estado propio que generaba y protegía una “cultura” que era dominante. La idea de nación, ligada al Estado, fundamenta una comunidad que se distingue en territorio, lengua y cultura, donde el concepto de cultura se entiende por un sistema de ideas, signos, asociaciones y formas de comportamiento y comunicación, así como el reconocimiento de los habitantes de su pertenencia a tal comunidad (Ramírez 2002).

Con el fin del dominio colonial europeo en varias regiones del tercer mundo, surgen una serie de conflictos étnicos que retan el proyecto de construcción de los estados nación 13

ideados en Occidente. Es desde ese momento, que se parte del reconocimiento de la diversidad cultural, que entonces se replantea cómo se define una nación en el tercer mundo (Ramírez 2002).

Esta visión homogenizante, y arbitraria de construcción de Estado nación, influyo en la antropología hasta la época de la descolonización del continente africano y parte del asiático (década de 1960). Se asumía que el objetivo principal de la antropología era entender a las sociedades aborígenes de las regiones colonizadas como entidades homogéneas, coherentes y delimitadas, lo cual subordinaba la diversidad étnica de estas entidades, y de paso se creaban e imponían fronteras de carácter arbitrario y artificial (Jones 1997; Ramírez 2002).

Según el antropólogo Fredrik Barth (1976) un grupo étnico se define a partir de de cuatro elementos diferenciales: 

-Una población que se autoperpetúa biológicamente.



-Que comparte formas y valores culturales.



-Que integra un campo de comunicación e interacción y, sobre todo,



-Que cuenta con unos miembros que se identifican a si mismos y son identificados por otros como constituyentes de una categoría, distinguible de otras categorías del mismo orden.

Por consiguiente, en esta visión reciente de la étnicidad, se contrastan las definiciones de carácter objetivo, con las de carácter subjetivo, esto es, por la que se dan así mismos los miembros de grupos étnicos. 14

A partir de estas definiciones, se establece también la cuestión de las diferencias culturales y las fronteras de los grupos étnicos. En el caso de las diferencias culturales, estas persisten a pesar de la interacción y el contacto entre los grupos étnicos, porque los integrantes de estos se reconocen formando parte de una realidad global, la cual se vuelve fundamental, en la cual se definen solo en relación a los demás grupos étnicos. En lo que respecta a las fronteras entre grupos étnicos, ya no se pueden ver como rígidas y delimitadas a pesar de los contactos, sino como ambiguas, porque en algunas situaciones se levantan y para otras desaparecen. En resumen, las fronteras entre grupos étnicos es un proceso constante de recreación, reconstrucción y reinvención (Navarrete 1990; Jones 1997; Ramírez 2002).

A partir de estas cuestiones arriba mencionadas, la étnicidad se define “como series variables de dicotomizaciones de inclusión y de exclusión. La asignación de personas a ciertos grupos es un proceso tanto subjetivo como objetivo, llevado a cabo por el individuo y por los otros, dependiendo de que atribuciones se definen para lograr la membresía” (Ramírez, 2002: 162). Por lo tanto, la étnicidad se reconoce en un contexto dado.

La conformación de la étnicidad es producto también de procesos históricos, como el nacionalismo de los tiempos modernos y el establecimiento del Estado. Tanto nacionalismo como el Estado son procesos que se consideran fuentes generadoras y creadoras de grupos étnicos. Actualmente los nuevos Estados que han surgido en las dos ultimas décadas del siglo XX han motivado la creación de minorías nacionales, lo cual muestra hasta que punto se refuerza la étnicidad, y como inciden en la constitución de Estados multiétnicos, haciendo de estos una norma en el mundo actual. Por consiguiente, la étnicidad se puede 15

mirar como una posición de carácter político en el ámbito de los actuales Estados – nación, convirtiéndose en un instrumento para la solicitud de los derechos fundamentales.

La noción de étnicidad en arqueología.

La noción que se tiene de étnicidad en arqueología estuvo muy ligada a conceptos de cultura formulados desde el siglo XIX. A lo largo de la historia de la arqueología “el registro material ha sido atribuido a pueblos particulares del pasado, y el deseo de trazar hacia atrás la genealogía de los pueblos a sus imaginados orígenes primordiales, ha jugado un papel importante en el desarrollo de la arqueología.” (Jones 1997: 1).

En la definición de cultura dada por el antropólogo ingles Edward B. Tylor en 1871, que es la definición más citada allende las fronteras de la disciplina, cultura es “aquel complejo que incluye el conocimiento, las creencias, los valores, la ley, las costumbres, y todas aquellas habilidades y hábitos adquiridos por el hombre, como miembro de la sociedad”. (Serje 2002: 125)

Pero con el surgimiento de los nacionalismos y la construcción de los Estados nación europeos en el siglo XIX, se empezó a definir cultura como un sistema de ideas, signos, asociaciones y formas de comportamiento y comunicación, así como el reconocimiento de los habitantes de su pertenencia a dicha comunidad.

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Esta idea fue adoptada por la arqueología histórico cultural que basadas en los hallazgos de cultura material, acuñaron la terminología de “culturas arqueológicas” como una categoría menor del concepto de cultura, por el cual la cultura material se disponía como un inventario de rasgos culturales y materiales, que tenia una sola asociación de carácter directo a lo étnico, representándolos de una forma rígida, estática y ahistórica (Navarrete 1990; Jones 1997). Se tenía a las culturas arqueológicas como la materialización de los grupos étnicos del pasado, que actuaban de un modo normativo y mecanicista, lo cual se basaba en razonamientos circulares de que la cultura representaba y formaba parte de un pueblo del pasado.

La excepción a esta forma de pensar la arqueología era Gordon Childe, quien se refería a las culturas arqueológicas como ciertos tipos de restos que constantemente se encuentran juntos, pero era un concepto de carácter instrumental y formal, más no normativo (geográfico o cronológico) (Trigger 1992).

La visión del histórico culturalismo del concepto de cultura arqueológico se basaba en el supuesto de grupos culturales homogéneos y delimitados en el registro arqueológico se correlacionaban directamente con pueblos del pasado. Y estaba además, muy comprometida con la corriente difusionista, donde se observaba a través de objetificaciones, eventos del pasado a través de la distribución de rasgos en las culturas arqueológicas tal como las habían definido. La aparición de ciertos rasgos en una zona donde previamente no habían sido detectados en una cultura arqueológica, daba a entender que los procesos de innovación se generaban siempre en otras áreas y no se veían procesos de cambio sino de carácter muy lento y nunca de carácter local. Si una cultura arqueológica 17

se observaba como muy homogénea, era que poco había desarrollado contactos e interacción otros grupos (Llamazares y Slavutsky 1990).

En síntesis, el histórico culturalismo se caracterizaba como la extracción, descripción y clasificación empirista de restos materiales dentro de un marco espacio temporal hecho de unidades que son usualmente referidas como culturas y con frecuencias consideradas como el producto de entidades sociales discretas en el pasado.

En las décadas de los años 1960’s y 1970’s el histórico culturalismo en arqueología dio paso a lo que se conoce como la Nueva Arqueología o arqueología procesual. La Nueva Arqueología estaba influenciada por la antropología social, y adoptó postulados neopositivistas en cuanto al método y la naturaleza de la explicación científica. El carácter de supuesta objetividad de la Nueva Arqueología así interpretada, se derivaría entonces del uso de técnicas cuantitativas y analíticas en general. Los postulados generales de la Nueva Arqueología son en resumen los siguientes (Gandara, 1980: 17):



La adopción del modelo hempeliano de la explicación y del método hipotético deductivo.



Considerar a la Arqueología como antropología, a partir de un objeto de estudio común (la cultura concebida como un sistema) y un objetivo común (la descripción y explicación de la variabilidad cultural).



La naturaleza organizada del registro arqueológico (la estructura arqueológica), el rechazo de limitaciones a priori del material arqueológico; y el papel de la analogía como fuente de hipótesis. 18



La necesidad de controlar la representatividad, certeza y significado de observaciones hechas en el registro arqueológico.

Esto envolvía una reconceptualización de la cultura, como un sistema funcional (como una adaptación extrasomática del hombre), más bien que el marco normativo y homogéneo de un grupo particular de gente, borrando la ecuación de culturas arqueológicas con grupos étnicos del pasado.

La Nueva Arqueología al definir cultura, argumentó que esta constituye un mecanismo adaptativo, un sistema integrado, elaborado de diferentes subsistemas funcionando, y como toque final a esto, los restos arqueológicos deben considerarse como el producto de una serie de procesos del pasado, mas bien que el simple reflejo de normas ideacionales. Sin embargo, los problemas generados por igualar culturas con grupos étnicos fueron simplemente trasladados al dominio periférico de la variación estilística, donde las distribuciones discretas espacial y temporalmente fueron interpretadas como un reflejo pasivo de grupos étnicos del pasado.

Pero dentro de esta corriente de la Nueva Arqueología, hubo muy poco interés hacia las cuestiones de la étnicidad, nacionalismo y multiculturalismo, porque veían la étnicidad como un concepto que trabajaba el histórico culturalismo, considerado ya de por si anticuado, y porque se estaba enmarcando rígidamente en las nociones científicas de objetividad (Llamazares y Slavutsky, 1990: 34).

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A finales de la década de 1970’s empieza a emerger una corriente en la arqueología conocida como postprocesualismo, un movimiento disciplinario que contextualizó la Nueva Arqueología para poder plantear críticas en las que se exploraba la naturaleza de la arqueología como una práctica contemporánea envuelta en la construcción de la identidad cultural, poniendo énfasis en la negociación y manipulación simbólica (Jones 1997; Zambrano 2000). Sus principales aportes se sintetizan en lo siguiente:



Haber enfocado el interés hacia los códigos simbólicos y las estructuras de la mente.



Haber desplazado el eje de la interpretación desde la cuantificación de los datos presentes en el registro arqueológico hacia la interpretación de los códigos “ausentes” (o intangibles) que estructuran las evidencias presentes.



Y entender la cultura material como una transformación y no como un reflejo de la organización social, normas, ideas, creencias o funciones adaptativas. (Llamazares y Slavutsky, 1990: 34).

En su interés por hallar significados postula la posibilidad de leer la cultura material como un texto, tomando en cuenta dos aspectos:



Que el texto debe ser escrito o producido por alguien



Y que debe ser leído o interpretado por alguien.

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De la misma forma, la interpretación de los textos se hace desde el contexto en el cual un significado es usado, protegiéndolo así del riesgo de múltiples significados al restringir su lectura.

Hodder, como uno de los, en principio, más reconocidos impulsores de esta corriente, reconoce las diferencias entre un texto escrito y un texto de objetos a través de ciertas caracteristicas específicas de estos últimos, pues en la medida en que la cultura material:



Esta asociada a usos prácticos en contextos específicos, su significación es menos arbitraria.



Esta menos involucrada con los significados abstractos, muchos signos de la cultura material. A diferencia de las palabras son icónicos.



Tiene considerable perdurabilidad una vez producida, su significado variará en los distintos contextos de uso



Carece de la linealidad de los textos escritos o discursivos su lectura implica la decisión de su delimitación y, de esta forma, la construcción de su téxtualidad. (Hodder, 1988).

Las consecuencias del enfoque contextual son varias. Por un lado, incluye la importancia de la historia en la significación de significados; por el otro, la relación del arqueólogo con la cultura material del pasado dentro de un contexto presente, lo cual envuelve comprender la lectura y la interpretación como una traducción. Para Hodder (1988) hay dos clases de significado contextual: el significado de los objetos en tanto objetos físicos, implicados en los intercambios de materia, energía e información (significado funcional); y el relacionado 21

con los contenidos estructurados en las tradiciones históricas. Es en este sentido último que define la cultura material como constituida significativamente y actuante.

La arqueología postprocesualista se definiría como la superación de dicotomías establecidas, donde se posibilita el estudio y la comprensión de las relaciones entre sujeto y objeto, entre proceso y estructura, entre lo ideal y lo material. Es por esta manera de plantearse que resulta más una forma de formularse preguntas que una dotación de respuestas. (Llamazares y Slavutsky, 1990: 39).

Al movimiento postprocesualista se le conecta con un marcado interés de carácter reciente y renovador acerca de la étnicidad. Sin embargo, también han participado en este reciente interés en el caso de la étnicidad, muy amplios movimientos sociales e ideológicos, cuya influencia da ejemplo de las complejas y recursivas relaciones que existen entre la arqueología como una practica particular preocupada por el pasado y el resto de la sociedad (Jones 1997; Vasco 2002a, 2002b).

El postprocesualismo entendió las manifestaciones culturales como jugando un papel más activo en la dinámica de la sociedad, un papel que no sólo los define como rasgos que caracterizan a un grupo social (especialmente en relación con el análisis de la cerámica). Por lo general, no se limitaron al entendimiento de la cultura como la manifestación de normas que nos permiten clasificar a través de los sentidos los grupos sociales, sino que comenzaron visualizando la cultura como un elemento activo en la configuración del comportamiento social al reincidir como código de comunicación en el ámbito cotidiano del grupo. 22

En América Latina, hubo un articulo del venezolano Rodrigo Navarrete Sánchez (1990) que trataba acerca de las aproximaciones al uso de étnicidad en arqueología, pero desde unas perspectivas muy criticas, de los conceptos de étnicidad de Diaz Polanco (1984, 1985), y Bate (1984), a través del concepto de identidad en las ciencias sociales. A partir de esto, hace un acercamiento al estudio de la étnicidad en la arqueología y como se expresa la étnicidad en la cerámica. Vale la pena aclarar que el autor se inscribe en la tendencia de la arqueología latinoamericana, conocida como la Arqueología Social, cuyos representantes han sido los venezolanos

Mario Sanoja e Iraida Vargas. La arqueología social

latinoamericana ha sido una corriente epistemológica que se basa en una explicación de los fenómenos sociales desde el materialismo histórico, proveniente de la influencia generada por el marxismo en la arqueología después de la segunda mitad del siglo XX.

Sian Jones en The Archaeology of Ethnicity (1997), se propone presentar una síntesis de las más recientes críticas de las teorías acerca de la étnicidad que se han desarrollado en las ciencias sociales y humanas. Al mismo tiempo formular un marco teórico para la interpretación de la étnicidad en la arqueología. En el libro se analizan, de manera sistemática, los más variados modos en que la arqueología ha interpretado o creado conceptos de etnicidad a partir de los hallazgos de los materiales arqueológicos y sugiere algunas alternativas a esta clase de interpretaciones. En este libro, retoma las críticas que se han realizado (Carr y Neitzel 1995; Conkey y Hastorff 1991), al uso de la cultura material en la arqueología para identificar grupos humanos particulares desde una perspectiva historiográfica. Con esto, se contextualizan los distintos modos en que se ha intentado relacionar un determinado conjunto de cultura material con un grupo étnico particular. 23

Esto obliga a reconsiderar la forma como los arqueólogos interpretan la variabilidad en la cultura material. Se reconoce que la cultura material desempeña un rol activo en la generación y significado de la étnicidad, mas allá de ser un simple indicador acerca del grado de contacto entre dos grupos. Al mismo tiempo, se arremete contra la idea de la existencia de grupos étnicos como entidades monolíticas y delimitadas en las cuales se generan unos procesos de endoculturación cuyos significados y artefactos se dispersan homogéneamente.

Este autor propone el uso de diferentes líneas de evidencia arqueológica para identificar grupos étnicos, no solo los usos que hacen énfasis en las similitudes de cultura material. El análisis de estilo debe fundamentarse en una interpretación critica de la estratigrafía y los contextos de asociación de distintas clases de artefactos, dejando a un lado las tipologías basadas en una sola clase de objetos, complementandose con datos comparativos acerca de las características de las unidades domesticas aisladas y nucleadas, los patrones funerarios, de asentamiento y sus cambios en el tiempo. De esta manera, resulta preciso destacar o enfocar el interés hacia las diferencias en el modo como se puede haber manifestado la étnicidad en diferentes momentos de existencia o integración de un grupo humano.

De esta forma, Jones propone mirar la étnicidad en el pasado de una forma dinámica que informe de su heterogeneidad, en franca oposición a una perspectiva homogénea y estática a través del tiempo. Esta forma de entender la etnicidad toma muy en cuenta el concepto de habitus elaborado por el sociólogo francés Pierre Bourdieu, que fue definido como las disposiciones hacia ciertas percepciones y practicas que se vuelven parte de un individuo a 24

una edad temprana. De esta manera, se plantea que la identificación étnica proviene de la intersección entre habitus y las condiciones sociales prevalecientes en algún momento. Esto significa que “una misma identificación” puede divergir de modos tanto cualitativos como cuantitativos en diferentes contextos sociales y que en algunas de sus manifestaciones pueden ser de manera transitoria.

Enfoques de esta clase pueden llevar a que a nivel local se replanteen las observaciones que hacen arqueólogos para quienes una perspectiva pre-procesual (y esta noción no tiene implicaciones evolucionistas) sigue vigente, y no cuestionan generalmente el ejercicio de establecer equivalencias entre grupos culturales con base en la búsqueda de similitudes o diferencias estilísticas en la cultura material provenientes de determinada región. (Giraldo, 2001: 183).

Del texto de Jones se retoman en este trabajo varios criterios teóricos y metodológicos para hacer una reseña critica del uso de la noción de etnicidad en la arqueología del litoral norte del pacifico chocoano.

Al tratar de relacionar cultura material con grupos étnicos y territorios, encontramos, para el caso tratado en este trabajo, que los arqueólogos trataron de interpretar el pasado, como un aspecto básico de reconstrucción arqueológica, el cual fue llamado Corología por Gordon Childe (1977). Cuando una evidencia arqueológica de una zona se parecía a otra, se tenía la base para comenzar a definir áreas culturales, y cuando material similar se encuentra en excavaciones de otra región, se habla de un área relacionada: una vez definidas estas áreas entonces se pasa a asumir que se trata de unidades homogéneas con 25

poca o ninguna diversidad interna, que reflejan cierta unidad cultural (Trigger 1992; Langebaek 1995: 4). El postprocesualismo ha sido muy critico al respecto, porque pone en duda que ciertas diferencias o semejanzas en cultura material se correlacionan de manera simple a diferencias o semejanzas étnicas o culturales (Hodder 1978).

3.2. La noción de étnicidad entre los arqueólogos del Litoral Pacífico del Chocó

3.3. Los autores

3.3.1. Sigvald Linné (1929)

En 1927 el arqueólogo sueco Sigvald Linné efectuó recolecciones superficiales de material cerámico, lítico y excavó algunas tumbas. Estuvo en la bahía de Cupica, el río Jurubida, el cabo Corrientes y el río Pavesa (Linné 1929). En Cupica excavó un cementerio prehispánico llamado La Resaca. Linné registró 27 tumbas subrectangulares, pero sus fotografías (1929: figura 52) sugiere que sus procedimientos de campo no pueden haber sido los apropiados para definir características en suelos húmedos tropicales (Los Reichel fueron muy escépticos de sus planos de piso funerario). Él recuperó aproximadamente 60 vasijas de cerámica y dos volantes de huso. Una de las tumbas contenía un componente de seis azuelas, una bola granulada de arcilla, cristales de cuarzo, dos piedras de pulir, terreno funerario y un adorno de oro, el cual un subsiguiente análisis de composición mostró tener platino. Linné (1929:180) especuló que la persona enterrada era un cacique o un trabajador de azuelas, quien habría permutado su producto por laminillas de oro, quizás usada originalmente para adornar una figurilla de cerámica. A una corta distancia tierra adentro, 26

Linné visitó un acantilado de 800 metros de longitud con aproximadamente un centenar de entierros, muchos saqueados (El Cementerio llamado Loma de Balboa por los Reichel [1961: 308]). Ahí excavó una tumba intacta con un pozo vertical de 3.5 metros de profundidad y una cámara de 2.5 metros de lado.

Linné se hizo preguntas acerca del material cerámico para comprender una organización social a partir de sus huellas: "¿Qué tiene que ver la presencia o ausencia de cierto tipo de decoración o formas de vasijas en cerámica (que son las "evidencias" mas a la mano) con el acatamiento de ciertas instrucciones para sembrar?; o con la idea de que ciertas necesidades (alimenticias por ejemplo) deben ser satisfechas con productos cultivados y no con bienes (flora, fauna) "silvestres".

En el sitio El Cementerio Linné (1929), encontró materiales diferentes de La Resaca, similares a las fases III y IV del montículo de Cupica, de acuerdo a lo expresado por los Reichel (ver adelante), en dos modos decorativos: -

Zona circulares con puntuaciones triangulares encerradas en líneas incisas sobre los bordes evertidos.

-

Bases campaniformes con decoración excisa.

Linné (1929: 184, 195) creía que la cerámica de La Resaca y El Cementerio era ampliamente comparable a los materiales que había encontrado mientras estaba en su recorrido por las costas del océano Pacifico, dando a entender que esos territorios de Panamá y Colombia habían sido una misma "área cultural" y por lo tanto el área del Darién colombo panameño era ocupado por el mismo grupo étnico, lo cual es reiterado por Reichel 27

– Dolmatoff (1961) y por Bray (1984), quien ubica esta área cultural entre el canal de Panamá hasta las cercanías de Bahía Solano, porque de acuerdo a la etnohistoria, era la zona ocupada por hablantes de la lengua cueva, con quienes se asimila la cerámica Coclé, pero él asumió que estas dos localidades representaban diferentes periodos de tiempo.

Linné decía que las cerámicas del Chocó y el pacifico panameño eran comparables, dando a entender que eran una misma cultura sobre los rasgos de cultura material asociados con sitios en una región particular en este caso el Darién, formando un área cultural delineada formalmente, aplicando la metodología de la arqueología de asentamientos, del alemán Gustaff Kossina, de principios del siglo XX. El concepto de cultura arqueológica en Linné expresaba el concepto de grupos étnicos. Linné, así como Reichel después, deja ver que cierta evidencia arqueológica era posible de interpretar desde un solo sentido, en este caso, asociado a lo étnico que estaría representado de una manera estática, rígida y ahistórica, lo que respondía a preguntas, en cierta forma “colonialistas” (Ramírez 2002), que hacían de la diferencia cultural algo absoluto y autocontenido. Desde esta perspectiva resultaba difícil que se hubiera interrogado sobre “los múltiples lazos de prácticas envueltas en la reproducción y mantenimiento de la étnicidad en el pasado.” (Jones, 1997: 141).

3.3.2. José de Recassens (1944)

En 1942 el geólogo Víctor Oppenheim recorrió la costa pacifica chocoana: del Cabo Corrientes a la ensenada de Utría, visitó las bahías de Solano y Cupica; estuvo en el valle del río San Juan y en los sitios que luego excavaron los esposos Reichel-Dolmatoff. En compañía del antropólogo José de Recassens, elaboró un artículo donde dieron cuenta de 28

hallazgos (Recassens y Oppenheim, 1944). Este artículo se hizo con materiales obtenidos de una forma poco convencional para una investigación arqueológica, por lo que su alcance fue muy limitado.

Se considera que los materiales cerámicos eran recientes (Recassens y Oppenheim, 1944: 352), aunque no les da una fecha aproximada y no se les hizo a la mayoría de ellos unas caracterizaciones formales-estéticas y material utilitarias sino una caracterización industrial (de manera empírico descriptiva) en lo referente a los sitios de la Costa Pacifica.

A la cerámica de los otros sitios ubicados al interior del Chocó, como la de San Miguel, dado que estaba mejor conservada, se estudia en términos de sus características formalesestéticas y material utilitarias. Así, los atributos decorativos adquieren mucha importancia "como elemento de posible discriminación de influencias culturales" (Ibíd.:365). En especial las de la serie puestas en la del grupo D donde

"el grupo de cerámica que incluimos en esta serie los consideramos como representante característico de la "cultura" (subrayado mío) de San Miguel, una serie de mas de 250 fragmentos, correspondientes a unas 80 piezas distintas, permite atribuir a estas cerámicas un valor de clasificación tipológica, para toda un área cultural. La técnica empleada en la decoración se presenta hoy como un caso único sin que nos haya sido posible hallarle paralelo entre las culturas americanas, solo documentaciones futuras podrán explicar el origen de este elemento decorativo y los caminos de posibles transmisiones que haya recorrido" (Ibíd.:368)

29

En este párrafo se puede apreciar una perspectiva difusionista propia de la época. Y con base en lo anterior se establecía

“a manera de conclusiones generales podemos decir que […] si bien las cerámicas procedentes de San Miguel no representan la industria mas avanzada entre las halladas en el Chocó, por su decoración característica

creemos

que

ofrecen

un

máximo

interés.

La

particularidad de este sistema decorativo que presenta (sorprendente por hoy, por su aislamiento) puede ser de gran importancia, pues técnicas como estas significan generalmente persistencias de sistemas que los primitivos conservan gracias a su tradicionalismo. Por hoy, al aparecer aislado este sistema podría inducirnos a pensar que se trate de una creación lograda en San Miguel, su importancia no quedaría reducida por ello y es de esperar que pronto la tipología y las influencias esparcidas o recibidas pueden ser mejor interpretadas, creemos aventurado establecer hipótesis (que nunca faltan), hasta que la comprobación pueda realizarse desde un campo netamente científico” (Ibid: 371).

Recassens y Oppenheim (1944: 356) reportaron un "área al norte de la bahía Cupica" con un piso arqueológico que se encontraba "entre 50 y 60 metros sobre el nivel del mar" apareciendo una zona sembrada de entierros y "guacas" de un promedio de 2 metros de profundidad.

Por lo que concierne al material cerámico de los sitios chocoanos de la costa Pacifica, como Cupica, se les clasificó considerando que los materiales cerámicos eran recientes, aunque no les dan una fecha aproximada y no se les practicó a la mayoría de ellos un estudio sobre

30

sus características formales-estéticas y material utilitarias, al ser demasiado fragmentados y mal conservados en los yacimientos, lo que no permitió una conservación de la decoración, si alguna vez la tuvieron, que hubieran ayudado a situarlos en un contexto amplio, de manera científica, sino una caracterización industrial de una manera muy inductiva, empírica, al no haber sido recuperados por un arqueólogo o un conocedor de las técnicas de excavación controlada estratigráficamente. En cuanto a los materiales obtenidos en el interior del Chocó, obtenidos de la misma manera, por conservar sus atributos decorativos, el sistema de decoración se ve de mucha importancia " como elemento de posible discriminación de influencias culturales", por lo cual Recassens parte que ese sistema decorativo para “crear” la “cultura de San Miguel”, la cual consistía en 250 fragmentos de 80 piezas distintas, con las cuales formula una “área cultural”.

Esto sitúa a Recassens en la tendencia histórico-cultural, la cual asume que los vestigios arqueológicos son la representación o materialización no ambigua de un grupo humano que ocupó un espacio dado en un lapso determinado de tiempo, pudiendo señalar de manera implícita un grupo étnico, el cual no es señalado de una manera más amplia e ilustrativa y por consiguiente con el difusionismo al considerar que de esta "cultura" podrían haberse propagado rasgos hacia otros sitios o viceversa, ya que Recassens era uno de los discípulos de Paul Rivet, fundador de la Normal Superior. La formación antropológica de Paul Rivet “estuvo dominada por la escuela histórico cultural, esencialmente difusionista, tan prominente en la mayoría de los países latinoamericanos” (Gnecco, 1995: 12).

Recassens parte del concepto de cultura arqueológica como una subdivisión dentro del conjunto de cultura, y al considerarse las culturas arqueológicas (señaladas el equivalente 31

prehistórico de los actores individuales en la historiografía ) como la materialización de grupos étnicos del pasado, que se creían actuando de manera normativa, por lo que “la relación entre culturas arqueológicas y pueblos del pasado esta basada en razonamientos teleológicos en que la cultura es a la vez representativa y constituyente de la nación o "pueblo” (Jones 1997:137).

Por eso Recassens invoca un concepto de cultura en arqueología basado en inventarios de rasgos culturales y materiales, a través de los cuales termina definiendo grupos étnicos o tribales “El cuadro resultante ha sido uno de los pueblos con una cultura de museo desarraigada desde el profundo campo histórico, desprovisto de significado" (Jones 1997: 137; énfasis agregado).

Además, se correlaciona de manera directa objetos particulares de cultura material con un grupo étnico en particular, lo cual es muy controvertido desde hace una década en la arqueología colombiana (Langebaek 1995), porque niega el dinamismo de los significados de la cultura material que se insertan en diferentes modos en una serie de procesos históricos y sociales muy heterogéneos y por lo general conflictivos de diferentes pueblos que generan su propia identidad cultural en donde “no hay una sencilla e inequívoca asociación étnica, porque ninguna de tal sencilla realidad social jamás ha existido” (Jones 1997: 140).

En cierta forma, Recassens respondió al espíritu del momento en el que era hasta cierto punto un aporte el llegar a “crear" una "cultura de San Miguel” en 1942, que en algunos puntos era un ejercicio paralelo al realizado hacía mucho tiempo atrás por Childe (en 1929) 32

en The Danube in Prehistory (en Jones 1997), en donde se refería a una cultura arqueológica como ciertos tipos de restos que constantemente se encuentran juntos porque el concepto era de carácter instrumental mas no normativo. El concepto de cultura desarrollado por Childe era de carácter formal, instrumental, mas no de carácter geográfico o cronológico, y sobre la base del cual se podían trazar las áreas culturales a través del establecimiento empírico de sus fronteras, cosa que no hizo Recassens, y sobre todo porque no llegó en su momento a asignarle un marco temporal definido.

¿Existía otra posibilidad de clasificar o interpretar ese tipo de hallazgos para ese momento, en la arqueología del país? Para tratar de esbozar una respuesta debemos ubicarnos en el momento del debate y nivel académico en que se encontraba la arqueología en Colombia para la época que se escribió el artículo de Recassens y Oppenheim. Vale la pena citar en extenso la caracterización presentada por un fuerte crítico de esta tendencia investigativa.

“Dos tendencias pueden ser identificadas en las investigaciones arqueológicas realizadas en aquella época [1940-1960]: (a) la excavación de sitios con arquitectura monumental e impresionantes representaciones plásticas, una empresa puramente empirista, y (b) una labor mucho más seria, i.e., el intento de sistematización espaciotemporal para el pasado del país. En cuanto se refiere a la primera tendencia puede decirse que los esfuerzos y el tiempo de varios individuos e instituciones se dedicó a excavar y exponer los restos de algunos cacicazgos prehispánicos [...] la conclusión es inescapable: demasiado tiempo fue invertido en excavar cultura material y muy poco tiempo en entender como ésta fue constituida. Esta es una característica de nuestra arqueología: se hicieron investigaciones arqueológicas en varias áreas, pero no se realizaron sistematizaciones de tiempo y espacio 33

satisfactorias […] Como resultado, lo máximo que se logró fueron no siempre adecuadas secuencias regionales en las que los términos fueron solo rótulos, sí acaso con contenido cronológico. Esta obvia limitación contrasta de manera notoria con países vecinos, donde el empirismo produjo, por lo menos, un buen control en esos dos ejes. […] Reconociendo la falta de una caracterización formal de la realidad arqueológica, es obvio que no se hizo ningún intento por delinear las más importantes trayectorias económicas y culturas de las diferentes etapas de la prehistoria colombiana. La única excepción es el trabajo hecho por Reichel-Dolmatoff…” (Gnecco, 1995: 13).

Más allá de las críticas que se pueden hacer usando el espejo retrovisor de los intereses de investigación del presente, es preciso rescatar que la generación creadora de la arqueología colombiana entendió como su aporte, no sólo a las generaciones posteriores sino a la forma como oficialmente se entendía la “prehistoria del país”, el dividir el mapa de la prehistoria colombiana mediante una combinación entre inductivismo arqueológico y deductivismo etnohistórico, creando una visión del área cultural manejable y comprensible para su momento al verse como homogénea y estática, lo cual retomaba y continuaba la historiografía anticuarista en Colombia durante el siglo XIX.

La arqueología colombiana, era empirista porque estaba en la corriente histórico cultural que concebía el describir y clasificar el material arqueológico como un aporte en sí mismo, lejos de especulaciones de carácter conceptual. Con esto se buscaba la mayor objetividad posible, a contravía de las especulaciones sobre el nivel de “civilización” que tenían los grupos conquistados por los españoles. Era un cambio con respecto a esa noción pero que

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no era en sí mismo explícito cómo podía informar mejor acerca de esa realidad sin testimonios escritos.

“…sin embargo el marco clasificatorio particular desarrollado en antropología con el fin de tratar con tales variaciones fue, y todavía lo esta, basado en ciertos supuestos sobre la naturaleza de la diversidad. Esos supuestos tienden a haber sido ampliamente implícitos debido a la naturaleza empírica del histórico culturalismo tradicional, y las declaraciones sobre el marco conceptual gobernando la identificación de culturas y pueblos del pasado con frecuencia fueron escasas…uno de los principales supuestos que fundamentan la aproximación histórico cultural es que entidades culturales homogéneas, delimitadas se correlacionan con pueblos particulares, grupos étnicos, tribus y/o razas. Este supuesto se basó en una concepción normativa de la cultura, que dentro de un grupo dado las prácticas culturales grupales y creencias tienden a conformar normas ideales prescriptivas o reglas de comportamiento. Tal conceptualización de la cultura esta basada en el supuesto que es elaborada de una serie de ideas compartidas o creencias, que son mantenidas por interacción regular dentro del grupo y la transmisión

de

normas

culturales

compartidas

a

subsiguientes

generaciones a través del proceso de socialización, que resulta en una continua tradición cultural acumulativa” (Jones 1997: 24).

Esta tendencia, orientada hacia la comprensión de la diversidad cultural a contrapelo de la homogeneidad de los observadores, ya que los proyectos de nación colombiana excluían a lo indígena y lo negro como algo que definiera el “ser nacional” (cf. Melo 1990; Vasco 2002c). En este ambiente, resultaba de cierta forma comprensible que se considerara a la cultura

como

un

fenómeno

esencialmente

conservador,

cuyos

cambios

eran

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predominantemente concebibles en términos de una mentalidad arqueológica difusionista, que “desplazaba en el espacio la pregunta” sobre esa diversidad (Langebaek 1995, 1996).

3.3.3. Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1962)

En 1959 los esposos Reichel-Dolmatoff, fueron convocados por el Institute of Andean Research, para participar en el programa Interrelations of New World Cultures, cuyo objetivo era encontrar evidencias empíricas de relaciones y contactos entre las dos áreas de la América Nuclear (Mesoamérica y Andes centrales), promoviendo investigaciones arqueológicas en la Costa Pacifica del continente americanos desde el sur de México hasta el norte del Ecuador. A los Reichel les correspondió la investigación del litoral pacífico de Colombia al norte de Buenaventura. Dividieron el área a investigar en tres, una de las cuales correspondió a la costa norte del Pacifico chocoano, en la bahía de Cupica, en donde encontraron un montículo que excavaron.

El montículo presentó tres "horizontes", capas o estratos de suelos que contenían entierros, 12 entierros en el horizonte 1, 14 en el horizonte 2, y 15 en el horizonte 3, los horizontes 4 y 5 no contenían entierros. El planteamiento de Reichel-Dolmatoff es que Cupica I, II y III tenían relación con los desarrollos “formativos tardíos de Panamá y del río Sinu” (siglo I a.c.) y la fase Cupica IV con la “etapa tardía de Coclé y desarrollos contemporáneos”. Hay una fechación de C-14 que provenía del relleno del estrato 2 (correspondiente a la fase Cupica II) y debía ubicarse, de acuerdo a las correlaciones estilísticas de ese entonces, en el siglo I a.c., pero resulto ser del siglo XIII d.c. Ante este desfase de 1300 años y la falta de coherencia entre la datación y las correlaciones cerámicas, se planteó en su momento que 36

los materiales “formativos” debían ser más tardíos de lo que se había supuesto y que la cerámica del estilo Coclé tardío se difundió hacia el sur solo después del I milenio d.C., si bien esto eran hipótesis, se consideraban hipótesis bien respaldadas por las comparaciones entre ciertos atributos cerámicos de las dos regiones.

De acuerdo con los criterios expuestos por Jones acerca de la manera como se construye esta argumentación, tenemos que los supuestos que hacía posibles estas comparaciones y discusión eran: la cerámica de Cupica era comparable con la del estilo Coclé tardío de la bahía Parita en el Pacifico panameño, la gente que la elaboraba era “la misma”, tenían “la misma cultura”, y se sobreentendía que cuando “la cerámica se difundió” quería decir que parte de la gente que poblaba esa zona de Panamá hace 2000 años, viajó al litoral pacifico del Chocó y se estableció allí pero sólo hasta 10 siglos después, y las vasijas de cerámica que producían en el siglo I a.C. se seguían produciendo en el siglo XIII (Floréz 2001).

Hace varias décadas se sugirió que la presencia de “rasgos panameños” se podría explicar desde el supuesto, que pequeñas colonias de esa región, se establecieron en playas colombianas, hasta por lo menos la zona de bahía Solano (Reichel-Dolmatoff 1961).

Reichel-Dolmatoff se propuso buscar las huellas de los contactos entre las “culturas” locales y las “áreas Culturales” del Área Intermedia. Eso llevo a comparaciones con materiales cerámicos de Panamá o el Bajo Sinú. Para los arqueólogos histórico culturalistas (entre los que se encontraba Reichel – Dolmatoff en algunos momentos de su obra como arqueólogo), el difusionismo fue una herramienta básica con la cual se intentó explicar el carácter y la distribución de la cultura material en términos históricos. Al respecto, Irving 37

Rouse, es uno de los arqueólogos de ese momento que da la pauta para entender este tipo de perspectiva, pues según el: “si el estudio geográfico ha mostrado que un tipo, industria, u otra clase de unidad cultural tiene una amplia y continua distribución en el espacio, es habitual concluir que la unidad se ha difundido desde un punto en su distribución a otros – usualmente desde un punto donde sucede mas temprano o en la mayor complejidad” (Rouse 1953: 71).

Con respecto a esto se debe señalar de los trabajos arqueológicos de Reichel–Dolmatoff, su manejo innovador de analogías etnográficas para interpretar datos arqueológicos, el cual fue un valioso aporte a la arqueología, que luego sería sistematizado en forma paralela con el nombre de “etnoarqueología”, en la década de 1970 y 1980, principalmente en Estados Unidos. Sin embargo, visto en contexto este esfuerzo es preciso tomar en cuenta:

“sus limitaciones en asuntos teóricos y metodológicos […] Su aparentemente elegante descripción de nuestra prehistoria (ReichelDolmatoff 1965, 1978, 1987) siguió un camino determinista. Los modelos fueron establecidos sobre la base de unos pocos datos, pero puesto que esos modelos estuvieron limitados por estos últimos, el determinismo resultante fue consecuencias de crudas generalizaciones empíricas. A nadie puede sorprender que el difusionismo propugnado por Reichel sea todavía parte de su legado. Aunque el difusionismo de Reichel no es de la misma crudeza del de su maestro Rivet (e.g. 1923) o del español Pérez de Barradas (e.g. 1956)..., si limitó su posible búsqueda de procesos culturales. La difusión es un no principio y al mismo tiempo una herramienta maravillosa: dice todo y dice nada. Aunque puede describir realidades históricas, ignora sus causas y su naturaleza procesual porque la “explicación” se limita a observaciones

38

empíricas superficiales, usualmente basadas en los conceptos de área cultural o área temporal tan caros a la Escuela de Viena y a sus seguidores americanos. Mas aún, es usualmente una observación sobre datos arqueológicos pero no sobre el pasado” (Gnecco, 1995: 14).

Felipe Cárdenas Arroyo también hace una reseña crítica sobre esta clase de arqueología realizada en Colombia, al destacar cómo las herramientas de clasificación se volvieron conceptos teóricos y las analogías o referencias etnohistóricas llegaron a usarse para llenar otros vacíos conceptuales. De acuerdo con este investigador de una generación que hace la ruptura epistemológica con el legado de Rivet y Reichel, tal como hemos visto con Gnecco, la arqueología en Colombia se definió desde sus comienzos por haberse:

“interesado por la delimitación de territorios étnicos y de “áreas culturales”, términos que casi siempre vinieron a confundirse entre si. Tal definición de las geográfico

amplio,

“áreas culturales” solía implicar un espacio casi

siempre

con

diversas

características

ecológicas...todo ello bajo el dominio de un solo grupo humano. […] A partir de la década del 40, nuestra arqueología dividió el mapa de la prehistoria colombiana con base en dos criterios principales. El primero fue un criterio eminentemente etnohistórico, mediante el cual las áreas arqueológicas fueron bautizadas de acuerdo con el nombre del grupo aborigen que más llamó la atención de los españoles o por la población más importante. De tal forma surgieron “áreas culturales” tairona, muisca, quimbaya, guane, etc. De acuerdo al segundo criterio, las evidencias de cultura material que aparecían en esas áreasespecialmente la cerámica- se convirtieron mediante un proceso elemental de asociación, en objetos taironas, muiscas, quimbayas, guanes, etc. La consecuencia inmediata de esa metodología fue la homogeneización de las culturas; pero, mas aun, limito en gran medida 39

el potencial interpretativo contenido en los objetos arqueológicos. Por una parte, si el investigador contaba con tan mala suerte de encontrarse dentro de una de estas “áreas arqueológicas”, solamente tenía dos opciones de interpretación: o bien la definía como ceremonial, o bien como “intrusa”. No cabía la posibilidad de considerar la variabilidad interna de diversos complejos cerámicos, ni la alternativa de rasgos compartidos entre etnias. […] [No se discute ] que el modelo de “áreas culturales” fue necesario en un momento para sistematizar y organizar una arqueología que no conocía otros métodos; pero sí preocupante que haya perdurado por tanto tiempo sin crítica y obstaculizado el avance teórico de la arqueología colombiana. […] nuestra arqueología se ha caracterizado por ser una combinación entre inductivismo arqueológico y deductivismo etnohistórico, porque los restos de cultura material excavados sólo han servido como cimiento para la producción de paradigmas que, por no estar sustentados en hipótesis previas, buscan ser explicados mediante los documentos etnohistóricos. En términos de metodología arqueológica, es un grave error; el camino contrario ofrecer mejores resultados, es decir, que los datos etnohistóricos sean fundamentos para plantear hipótesis acerca de las sociedades del pasado que deban comprobarse mediante registros arqueológicos” (Cárdenas Arroyo, 1996: 41-42).

Reichel–Dolmatoff apeló en sus trabajos a los marcos histórico culturales que “contribuyen a la objetificación, capacitando una reconstrucción del pasado en términos de la distribución de culturas homogéneas cuyas historias se desenvuelven en una narrativa lineal coherente; una narrativa que es medida en términos de eventos objetificados, tal como contactos, migraciones y conquistas, con intervalos de tiempo homogéneo, vacío entre ellos” (Jones 1997: 138).

40

A Reichel–Dolmatoff en tanto difusionista, se le dificultaba concebir los cambios culturales en la manera como lo va a entender después el neoevolucionismo y el procesualismo. Desde esa perspectiva el cambio se comprendía como:

"un proceso lento y gradual entre muchos grupos culturales, con la excepción de unos pocos grupos creativos particularmente. Estos últimos grupos [eran] considerados los centros de innovación y cambio, ya fuera a causa de sus características biológicas o culturales inherentes o bien a causa de sus circunstancias medio ambientales. El cambio gradual fue atribuido a desplazamientos internos con respecto a las normas culturales prescritas de un grupo particular, mientras súbitos cambios a gran escala fueron explicados en términos de influencias externas, tal como difusión resultante del contacto cultural, o bien la sucesión de un grupo cultural fue visto como el resultado de migración y conquista… Así, la transmisión de rasgos culturales/ideas fue asumida generalmente por los arqueólogos como una función del grado de interacción entre individuos o grupos. Un alto grado de homogeneidad en la cultura material ha sido considerado como el producto del contacto irregular e interacción […], mientras las discontinuidades en la distribución de cultura material fueron asumidas como el resultado de la distancia física y/o social. Consecuentemente, la distancia social física entre distintas poblaciones del pasado pudo ser "medida" en términos de grado de similitudes en conjuntos arqueológicos” (Jones 1997:25).

La cultura podía ser vista como algo concreto, que se podía cosificar, y ver objetivamente en una serie de rasgos susceptibles de ser inventariados. Esta perspectiva se traducía en la práctica en un pesimismo metodológico y un escepticismo frente a las posibilidades de la teoría (Langebaek 1996). Y esto era así dado que la noción de “causa” y “explicación” se

41

supeditaba a la experiencia del investigador. No había un orden superior al hallado en una cultura en particular y sus cambios. Los procesos de cambio económico y político eran intraducibles metodológicamente dado que el cambio ocurría en forma material, ante los propios ojos del arqueólogo. No se pensaba en ese momento que metodológicamente se pudieran llegar a observar relaciones de trabajo o de jerarquía, de no ser por estar materializadas en forma de artefactos de piedra, ajuares de tumbas, representaciones en la cerámica o crónicas etnohistóricas. Y la noción de “etnia arqueológica” hacía parte de los conceptos a primera vista tangibles en una primera ordenación del material cerámico u orfebre, pero que dependían de una noción esencialista que existía independientemente de la manera como el arqueólogo clasificaba los materiales hallados. Esta noción va a recibir un nuevo aire con la ambiciosa síntesis realizada por Reichel-Dolmatoff dos décadas después del trabajo de los Reichel en la Costa Pacífica del Chocó.

3.3.4. Warwick Bray (1984)

El artículo analizó aspectos de “la prehistoria Colombiana” que incidieron en los procesos del Istmo de Panamá y Costa Rica, proponiendo a la vez un modelo descriptivo de la naturaleza de los vínculos entre estas regiones. A este modelo descriptivo le llama el Modelo de Cadena, que consiste en que una área cultural es un eslabón, que esta vinculado a otros eslabones o áreas culturales, formando una cadena, en la cual cada eslabón comparte mas rasgos con los eslabones adyacentes, que con los más lejanos. Señala que las fronteras entre áreas culturales fueron más estables que fluctuantes, y que esta estabilidad no significaba aislamiento, porque en las fronteras se podían filtrar de ideas de carácter técnico o de orden cultural. La perspectiva que Bray maneja en este artículo es de interés a partir 42

del surgimiento de la cerámica y de cómo deriva para este informe el inventario de rasgos que hace de cada época desde el año 3000 a.c. hasta el siglo XVI d.c., como se enuncian a continuación.

La Tradición del Tecomate, habría existido en el Caribe Colombiano entre el 3.000 a.C. al 1.000 a.C., y estaría ejemplificada por un grupo de rasgos comunes:



Preferencia por los montículos anulares, que reflejarían ideas comunes sobre la organización social y distribución del asentamiento (Puerto Hormiga, Monsú, Barlovento).



Falta evidencia concluyente acerca de la agricultura.



Conjuntos de herramientas de piedra derivados del repertorio precerámico anterior.



Azadones de strombus, presentes en las ocupaciones de Monsú, Canapote

y

Barlovento. 

Uso de apenas unas cuantas formas simples en los utensilios de cerámica, en especial el tecomate (tazón hemisférico subglobular).



Un grupo común de técnicas para decorar los utensilios de cerámica (incisión ancha y angosta, punteado y estampado, relleno rojo, zonas de pintura roja, modelado).



Por lo general se trata de lugares que parecen ofrecer la máxima variedad ecológica.



Evidencia de cultivo de yuca, rayadores y budares.

En el sitio Momil se evidenciaría una ruptura con la tradición del Tecomate, y la misma estaría caracterizada por otra serie de rasgos:

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Nuevas formas son de tipo compuesto: tazas y jarras aquilladas, jarras de borde evertido y ollas de cuello saliente.



Persistencia de técnicas antiguas, pero los dibujos son nuevos.



Innovaciones: pintura roja sobre blanca, y pintura simple en negativo, pintura bicroma (negro sobre rojo, negro sobre blanco) y policroma (negro y rojo sobre blanco). Entre los artefactos pequeños hay figuras, sellos planos y pendientes alados.



Evidencias de cultivo de maíz, metates y manos de moler.



Formas nuevas de alfarería, trípodes con formas mas variadas, ya que hay formas compuestas (bases de pedestal, tazones con pies pequeños) y también hay platos pandos. Figurinas huecas, con rostros naturalistas y piernas abultadas.

Desde el punto de vista de estilo [entendido como convergencias de ciertos rasgos diagnósticos estéticos y ubicado en ciertas coordenadas espaciales y temporales], la cerámica del primer horizonte pintado pertenece mas a Venezuela que a Colombia, pero también tiene sus paralelos con culturas del Occidente (Panamá), pero estas semejanzas son mas generales que especificas, lo que indica, de acuerdo con Bray, que esos paralelos son mas por compartir procesos de elaboración y decoración cerámica mas no de carácter cultural o social. Se mira como se hace hincapié en procesos de carácter difusionista.

Al contextualizar el sitio de Cupica y las relaciones culturales entre el Pacífico colombiano y el resto del área, Bray asume que el Darién en la vertiente del Pacífico fue una misma área cultural desde el inicio de la era cristiana hasta la llegada de los españoles, que abarcaba desde el actual canal de Panamá hasta cercanías de Bahía Solano. Se limita esta 44

conexión a aspectos de carácter formal, al correlacionar rasgos del sitio de Cupica excavado por los Reichel (1961), con los de los sitios Momil y Ciénaga de oro, en la región Caribe de Colombia y sus secuencias estratigráficas son valoradas positivamente porque se les relaciona con la región del Darién panameño. Bray observa similitudes de los rasgos de Cupica con zonas de Panamá, razón por la cual deduce contactos de carácter cultural.

En cuanto a la metalurgia, Bray indica que llega a Panamá desde Suramérica, primero con el arribo de joyas provenientes de lo que actualmente es Colombia, sabiéndose esto por el estilo iconográfico. Después llega el conocimiento técnico de la orfebrería y luego surgieron toda una serie de estilos metalúrgicos locales a los cuales se incorporan las ideologías regionales y los dibujos y la iconografía de los estilos de la alfarería local. Considera que por compartir el conocimiento de la orfebrería, lo que actualmente son Panamá y Colombia eran una sola provincia tecnológica. Esto se refleja en el intercambio e imitación de joyera en distintas direcciones entre grupos portadores del estilo Diquis de Costa Rica, y Coclé con los grupos Taironas, Sinues y Quimbayas de Colombia

Para el periodo que va del siglo VI al XVI, Bray plantea la existencia de cacicazgos en el Caribe colombiano. Estos se habrían ubicado en las tierras bajas del Caribe al oriente de Urabá. El surgimiento de estas entidades es estudiada por Bray no sólo desde la tipología cerámica y sus estilos, sino principalmente desde los aspectos relacionados con su organización sociopolítica. Además, establece que la organización sociopolítica, económica y cultural que encontraron los españoles se remontaba hacia el año 500 d.c. Bray indica que se habrían podido diferenciar tres áreas culturales importantes, cada una con una larga tradición en el campo de la cerámica, las costumbres funerarias y los artefactos. Estas áreas 45

culturales no son entidades políticas porque cada una de ellas estaba compuesta por varios cacicazgos los cuales competían entre sí en la época de la conquista. Bray señala que la identificación de tales entidades políticas como cacicazgos se basa en registros históricos y etnográficos, los cuales son trasladados al registro arqueológico, de acuerdo a un inventario de rasgos en los sitios investigados:



Una población relativamente grande, basada en un sistema agrícola eficiente.



Una jerarquía de asentamientos.



Actividades políticas y rituales organizadas, las cuales pueden aparecer reflejadas en la arquitectura y la iconografía.



Una estratificación social dentro de la cual la elite dominante disfrutaba una gran parte de los artículos suntuarios de lujo representativos de su alta posición, fabricados por los artesanos especializados.



Un consumo llamativo en la vida y, por encima de todo, en la muerte, con entierros lujosos para los personajes importantes.

Bray atribuye el surgimiento de los cacicazgos en el Caribe colombiano a la expansión del cultivo del Maíz en detrimento de lo que hasta ese momento fueron intensivos cultivos de yuca. El cultivo del maíz genera excedentes que eran captados por las elites para luego ser redistribuidos por medio de ceremonias y libaciones rituales.

Este tipo de razonamiento ya ilustrado, es seguido por Bray para caracterizar los “cacicazgos” Tairona, Sinú, San Jorge, entre otros. Es de anotar cómo ya sea que se trata de una “cultura” o un “cacicazgo” se buscan una serie de rasgos cuya relación interna, 46

jerarquía o pertinencia en cuanto a exclusión o inclusión de unos u otros, no es explícita. Con los datos etnohistóricos sobre los cacicazgos, Bray procede en forma análoga a como lo hace el difusionismo con las “área culturales”, y por ende es difícil entender tales organizaciones políticas en forma dinámica o matizada.

Es por esto que el intercambio (que entiende básicamente como trueque) no implicó, de acuerdo con Bray, el desarrollo de mayores semejanzas entre las culturas vecinas. Esto debido a que habría habido estabilidad poblacional (una de las condiciones del difusionismo no se habría dado), o barreras de tipo ideológico (asimiladas con normas estables). Llegados a este punto, Bray puntualiza que cuando se adopta algo de otra cultura (o sea, según el, las normas que un grupo humano toma de otro grupo completamente diferente), generalmente es la tecnología (Metalurgia, cerámica pintada, complejos agrícolas), pero esa tecnología se utiliza exclusivamente para fines locales. Los rasgos cuanto más neutros (sin connotaciones de carácter ideológico, que no implicarían normas) presentan una más amplia difusión y mayor aceptación, mientras los temas simbólicos o figurativos suelen ser muy regionales y muy poco distribuidos.

Bray da a entender implícitamente a través del registro arqueológico que las culturas son grupos étnicos, qué un grupo étnico es un grupo humano que posee una identidad distintiva, porque aparte de semejanzas, hay diferencias marcadas en cada sitio, los cuales ofrecen procesos de adaptación a las condiciones locales (posible delimitación de la étnicidad con base en un aspecto geográfico y económico). El grupo étnico tiene vínculos con sus vecinos para formar un todo continuo e ininterrumpido. Se quiere ver grupos étnicos que comparten

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rasgos culturales, al ver culturas desde el punto de vista de inventario de rasgos a través del tiempo y el espacio.

Se demuestra que la iconografía esta cargada de mensajes simbólicos cuyo objeto es fortalecer la ideología sociopolítica de una determinada sociedad, por lo que es esperable la resistencia al cambio. Dentro de este contexto, el hecho de adoptar un motivo ajeno podría representar un gran acontecimiento ideológico.

Se da a comprender que el grupo étnico esta circunscrito sincrónicamente (en un lapso determinado de tiempo) y espacialmente (en un área determinada) y por una serie de rasgos comunes en el registro arqueológico como patrón de asentamiento en un determinado tipo de lugares y una serie de elementos asociados, como la cerámica, las costumbres funerarias y los artefactos y a veces el tipo de economía que se infiere de los anteriores elementos y del análisis del medio circundante. Se asume que cuando se habla de áreas culturales se refiere a un territorio con rasgos étnicos, que posiblemente compartían lenguajes de una misma familia, de acuerdo con la etnohistoria y la lingüística. La identidad étnica se expresa arqueológicamente a través de la cerámica cuando esta circunscrita en un área determinada, en un lapso estimado y por una serie de rasgos comunes, como el tipo de áreas a la que esta asociada la cerámica como asentamientos y sitios funerarios, el uso con frecuencia de ciertas formas en los utensilios de cerámica con un grupo de técnicas de decorarlos (estilo) y técnicas para hacer la cerámica.

Se da a entender por una cultura un grupo humano diferente de otro, pero no se entendía por cultura una serie de normas, equiparando de una manera mecánica a cada una de las 48

personas de ese grupo humano, como si portaran todas las normas, negando que cada grupo humano tuviera una función o papel diferente en una sociedad jerarquizada.

Los grupos étnicos se podrían definir en la arqueología desde objetos de cultura material situados en contextos amplios, desde los cuales se pueden definir sus connotaciones, pero esto es difícil, porque son conceptos desde lo "etic", impuestos por un observador externo, debido a que ya no es posible definir el carácter de lo étnico en un grupo humano hace varios siglos desaparecido, y se parte de hipótesis.

Bray basa también parte de su argumentación en la comparación de rasgos formales de la cerámica de diferentes lugares y el inventario del registro arqueológico que lo acompañaba. La clave en su argumentación era la idea de “áreas culturales” traducida como el “modelo de cadena”, en el que se asimilaba cierto nivel de visibilidad de los patrones estilísticos con “culturas” que de esta manera cristalizaban sus diferencias culturales, al tiempo que algunos parentescos. Con lo anterior se quiere indicar que los problemas, con los que se puede o no decir con la cerámica, no están en la cerámica o los investigadores en sí mismos. Parece que “se trata de un problema metodológico; que y como se puede inferir una relación social genérica o, a veces sobre entendida como la de "contactos culturales" a partir de un objeto producto de muchas relaciones sociales diferentes” (Flórez 2001:64, énfasis agregado).

Cuando Bray trata el caso de “la franja sur del Darién: Estorbo y Cupica”, se detiene para hacer la salvedad de que ese territorio no se puede “etiquetar” étnicamente, debido a que en el siglo XVI no había una estabilidad territorial entre los grupos Cueva, Cuna y Chocó 49

(Embera), ya que sus fronteras eran muy fluctuantes, aunque si lo hace de manera implícita al insinuar parentescos y relaciones culturales (étnicas) en las similitudes entre las cerámicas de Cupica y Panamá (vale la pena anotar que este cuidado metodológico va a ser pasado por alto en el reporte de Gilberto Cadavid, como se verá más adelante). En lo que respecta a las áreas culturales del Caribe colombiano, intenta establecer que el surgimiento de organizaciones sociopolíticas conocidas como cacicazgos incidió en la consolidación de la identidad cultural de estas áreas y en su posterior estabilidad durante varios siglos.

Al referirse críticamente a cierto “discurso” (prácticas que reproducen conceptos tomados por indiscutibles) dentro de la arqueología colombiana, la argumentación de Gnecco puede ayudar a interpretar el contexto en el que se ve como evidente o consecuente la posición expuesta en el articulo de Bray, porque

“al proyectar semejanzas y diferencias entre estilos en áreas culturales previamente definidas el resultado [es] una correlación entre un estilo dado y una región geográfica asumida por virtud de esta operación en área cultural; de esta manera, estilos y fases [son] adscritos a culturas diferentes. [Sin embargo, no se profundizó en la discusión sobre] si estas entidades tenían contenido sociopolítico, incluso dentro de la misma unidad social. El propósito más ambicioso de [una interpretación como la de Bray es el de] establecer semejanzas y diferencias entre los datos; [tales] observaciones empíricas [son] tomadas equivocadamente como declaraciones sobre el pasado” (Gnecco, 1995: 17, corchetes agregados).

Es desde una perspectiva histórico-cultural (ver definición en Renfrew y Bahn 1993), se asume que ciertos vestigios materiales, como la cerámica, son una representación objetiva o

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palpable de grupos humanos que ocuparon una zona determinada en un momento particular (Sáenz, 1995: 149). En esa medida, la clasificación y descripción de fragmentos o vasijas de cerámica equivale a la clasificación de relaciones sociales, por lo que el estudio de la cerámica se convierte en un aspecto “clave para establecer relaciones culturales y cambios culturales” (Broadbent, 1989:15). Esto es lo que promueve Bray en su artículo. Y, retomando a Gnecco, este tipo de narración nos cuenta cómo se pueden entender estas evidencias desde el presente, pero no está diseñada metodológicamente para dar cuenta del pasado, en tanto no hay cómo evaluar empíricamente la naturaleza de las “áreas” o “eslabones” del modelo postulado por Bray.

Una objeción adicional que se le puede hacer a la propuesta del autor en cuestión, es que no tiene en cuenta que las similitudes en “la cultura material no necesariamente se traducen en similitud cultural y mucho menos étnica... [y que] las diferencias en cultura material no necesariamente se traducen en contrastes étnicos” (Langebaek, 1996:18). Desde la perspectiva del procesualismo, Binford también criticó esta tendencia a identificar clasificación de vestigios con la definición de identidades étnicas. Este autor planteó que

“our ability to see patterning is simply a function of the scale of which choices were shared among ancient populations, it is last assumption that makes possible the equation of styles with ancient ethnics units, are conceived as segments of the population who share a common culture... our ability to see culture history directly informs us about continuities, or the lack thereof in the temporal and spatial distributions of populations who share more cultural elements – assembled by choicemaking participants – in the past. This posture requires us to infer that a change in social identity (regardless of how this change was conceived 51

by the ancients) is indicated when we are faced with a punctuated change in those properties chosen by us to be indicators of shared culture – style seen in the archaeological record” (Binford 1989: 211– 212, énfasis en el original).

Estas observaciones coinciden con lo expuesto en una presentación hecha de un articulo de Felipe Cárdenas acerca de la arqueología del altiplano nariñense, lo cual muestra que no se trata de una posición exclusiva de un autor, sino de un tipo de lenguaje o manera de percibir la evidencia arqueológica que dificulta discutir más antropológicamente la noción de etnicidad en arqueología. Planteaba Cárdenas, desde el caso de la arqueología practicada en Nariño y su contraparte ecuatoriana, que

“ofrece una reflexión sobre las consecuencias metodológicas de un planteamiento arqueológico corriente en la definición de un territorio étnico: la equiparación total entre un marcador cultural considerado como esencial en este caso: los restos cerámicos y una cultura protohistórica (identificada gracias a la información etnohistórica del siglo XVI). Esta adecuación inicial entre un aspecto de la cultura material y un grupo étnico implica encajar en un molde teórico cerrado cualquier variación en el conocimiento de este marcador. Niega además la posibilidad de reconstruir un itinerario dinámico de las diferentes culturas, y la de recrear para épocas muy anteriores al contacto, unos distintos panoramas de la distribución territorial. Al cuestionarse la validez de tal equivalencia, el autor posibilita el considerar rasgos compartidos entre etnias diferentes lo que lleva a definir territorios imbricados. O cuyas superposiciones apuntan a la coexistencia, sin duda temporalmente variable, de sistemas sociopolíticos distintos” (Caillavet y Pachón, 1996: 17).

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El argumento que Cárdenas expone, cuestiona de forma directa los supuestos que permiten construir el “modelo de la cadena” de Bray, desde el cual se entiende que:

“la cultura material arqueológica nos sitúa en una perspectiva diacrónica, hablándonos de rasgos comunes durante centurias como también de rasgos que no fueron compartidos. Al cotejar los espacios con los objetos, son los rasgos no compartidos los que tienen valor como marcadores territoriales y no a la inversa... Surge entonces el problema: ¿cómo definir los territorios? Si la cultura material arqueológica no define etnias, entonces, ¿qué las define? En este sentido es importante notar que la arqueología, mediante el registro material, si puede hacer una aproximación a la delimitación de fronteras políticas en sociedades prehispánicas.” (Cárdenas Arroyo, 1996: 53-54).

Para darle mayor sustento a su posición, Cárdenas expone las limitaciones que se derivan de una metodología que privilegia la reflexión nacida de cierto tipo de hallazgo frecuente, sobre la reflexión acerca de los significados supuestamente inherentes a ese tipo de material arqueológico. Es decir, señala que depender de un tipo de hallazgo hace depender también la comprensión del pasado de la manera como se interprete ese material.

“los elementos arqueológicos que nos ayudan a identificar [...] culturas diferentes en el tiempo y en el espacio no son los atributos formales de la cerámica sino los contextos arqueológicos globales, de los cuales la cerámica forma apenas una parte” (Cárdenas Arroyo, 1995: 51).

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La propuesta de cadena de Bray puede ser productiva para ilustrar, aunque no para interpretar (pues al fin y al cabo él mismo dijo que lo suyo era un “modelo descriptivo”, no explicativo, si bien es una descripción que supone ser en sí misma la explicación sobre la naturaleza e interacción de la diversidad cultural), el caso de los pueblos conocidos a través de la etnohistoria como en el caso de los Andes Orientales, que pertenecían a la familia lingüística Chibcha y que encontraron los españoles en el siglo XVI, posición considerada productiva por otros autores interesados en el litoral Pacífico (Herrera, 1989; Cadavid y Zamudio, 1996-7; Cadavid, 1997). Pero cuando se trata de entender procesos históricos a lo largo del tiempo, que no necesariamente corresponden a los periodos tardíos descritos por los cronistas y conquistadores, es por lo menos discutible como puede ayudar este modelo a entender la diversidad horizontal y posiblemente temporal que se observa en la cerámica del litoral Pacifico.

Bray parte desde un paradigma de lo histórico cultural

“caracterizado como la extracción, descripción y clasificación de restos materiales dentro de un marco espacio temporal hecho de unidades que son usualmente referidas como culturales y con frecuencia consideradas como el producto de entidades sociales discretas en el pasado" (Jones 1997: 4).

Haciendo a un lado la reconceptualización que había hecho pocos años antes la Nueva Arqueología de cultura "como un sistema funcional, mas bien que el marco normativo y homogéneo de un grupo particular de gente" (Jones 1997: 4) y parte del supuesto que "pueblos y sus culturales constituyen entidades monolíticas delimitadas… como parte de un

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marco implícito, que fundamenta mucha de la clasificación arqueológica" (Jones 1997: 129).

Dentro de esta perspectiva que maneja Bray, se ve el estilo como “un reflejo pasivo de aislamiento e interacción, conduciendo a la cosificación [de los grupos socioculturales prehispánicos], oscureciendo los variados procesos heterogéneos envueltos en la negociación de poder y étnicidad, en sus diferentes contextos” (Jones 1997: 130).

Por eso, Bray hace parte del grupo de arqueólogos en cuya producción bibliográfica, “las secuencias tipológicas de artefactos tienden a estar basados en supuestos de que grupos estilísticos representan entidades históricas del pasado, tal como culturas o pueblos, y que tales entidades tienden hacia la homogeneidad dentro de un dominio espacio temporal dados” (Jones 1997: 130). Esta posición, a su vez, sería luego cuestionada por los postprocesualistas, quienes ven el registro arqueológico como textos que deben ser leídos dentro de contextos delimitados (Hodder 1990), razón por la cual se ataca la correlación simplista entre estilos cerámicos y grupos étnicos (Hodder 1978, 1991).

Pero hasta finales de la década de 1980 no se puede decir que se hubieran realizado proyectos de arqueología estrictamente procesuales en la Costa Pacífica del Departamento del Chocó. Lo cual muestra un desfase de unas dos décadas entre la academia noratlántica y los proyectos hechos en el país. Eso no le resta mérito a los datos o reflexiones aportadas por los investigadores citados hasta el momento, pero muestra que el problema de la identidad étnica había sido, en el mejor de los casos, tangencialmente tocado hasta ese momento. 55

3.3.5. Richard Cooke (1973-1998)

Una reconsideración de la cronología de Cupica y de la conexión externa estudiada por Bray, se dio con el descubrimiento que hizo Richard Cooke en la década de 1970, de un cementerio en Miraflores, río Bayano, el cual presentó unas formas cerámicas que también se encontraron en Cupica. Las vasijas de Miraflores le recordaron a Cooke, por sus propiedades físicas, las de los tipos de Cupica Roja y Carmelita y Fina. Pero estilísticamente las consideró muy diferentes como para asumir su manufactura por artesanos locales.

Las Colecciones de tiestos del Museo de Antropología en Panamá y el reporte de Linné muestran que otros modos de cerámica Miraflores se encuentran en sitios poco estudiados en el litoral Pacifico panameño y en la provincia de Darién e incluyen:



Vasijas dobles.



Platos con pedestales alargados modelados como animales.



Jarras circulares con manijas casi verticales unidas al collar del borde.



Botellones alargados con hombros formados en ángulo y bocas inclinadas algunas veces.



Botellones globulares con cuellos formados como techos de casas.



Pequeñas jarras de collar con pie de trípodes.



Botellones globulares con cuello fuertemente acanalado.



Vasijas globulares con cuellos en forma de loros. 56



Efigies de aves de otro genero.



Hay varios modos cerámicos pintados e incisos, incluyendo volantes de huso, que Miraflores y Cupica comparten.



Vasijas de pedestal fuertemente biselada con decoraciones profundamente incisas y elaboradas y probablemente siempre llenadas con carbonato de calcio.



Zonas puntuadas triangulares encerradas dentro de líneas incisas.



Jarras decoradas en el exterior con un diseño rectilíneo consistiendo en combinación de incisiones lineares finas y puntuaciones.



Vasijas de relieve inciso.



Cabezas de pájaro modeladas en la unión de cuerpos de vasijas y cuellos.



Alfarería policroma que incorpora pintura púrpura.



Volantes de huso con decoración incisa radial en la cintura.

De acuerdo con Cooke, hay sólidas razones estilísticas para creer que el tipo Cupica Policroma rojo bañado es contemporáneo con el estilo cerámico pintado Macaracas de la región central de Panamá. Aunque Bray argumentó que esta vasija fue traída al sitio desde Coclé, Cooke cree que su pasta y acabado de superficie es muy similar a estos de otras al estilo Macaracas que tiene fechas de radiocarbono asociado de otros lugares de Panamá. En la región central de Panamá, el estilo subsiguiente de alfarería, llamado Parita, ha sido asociado con fechas que interceptan los rangos de 1030 - 1275 d.c. en las bases de este y otros datos actualmente bajo análisis, se estima un lapso de 750 - 1000 d.c. para el estilo alfarero Macaracas.

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Mientras Bray (1990) dice que la vasija policroma, del tipo rojo bañado, fase Cupica IV (750 - 1000 d.c.) no había sido elaborada en Cupica, Cooke argumenta que su paralelo más cercano se encuentra en los estilos de vasijas policromas de Panamá (Coclé /Paritas / Macaracas).

La cerámica de relieve inciso esta distribuida en Panamá en el área Cueva durante el periodo de contacto, y tiene unos rasgos característicos, como decoración con diseños animales en bajorrelieve y embellecidos con incisiones estampadas de bordes de bivalvos marinos, pero no ha sido encontrada en contextos fechados con C - 14. Pero hay material asociado con cerámica pintada que claramente pertenece al recientemente descrito estilo Cubitá de Panamá central. Vasijas y tiestos de Cubitá han sido asociados con 10 fechas de C - 14 que alcanzaron el rango de 415 - 860 d.c. e interceptan el rango de 435 - 735 d.c., por lo tanto Cooke cree que la cerámica de relieve inciso fue hecha desde 400 hasta 750 d.c.

Cupica, Miraflores y la geografía cultural regional: la geografía cultural de las culturas precolombinas en el área intermedia es a grandes rasgos regional sincrónica (se desarrollan de forma simultánea). Los arqueólogos arrancan bloques de territorio nacional en discretas áreas culturales para que los desarrollos diacrónicos donde es, generalmente hablando, mejor conocida que la relación sincrónica entre regiones. En Colombia, recientes síntesis aplican una aproximación geográfico físicas muy cargada. En Panamá, investigadores recientes rechazan relaciones cercanas entre la geografía física y las áreas culturales precolombinas, prefiriendo dividir el istmo en tres regiones, oriental, central y occidentalc/u de las cuales comprenden zonas de vida contrastante. Ellos discuten que la 58

heterogeneidad ecológica era un estimulo para la integración sociopolítica mas que una barrera (Cooke, 1998).

Cooke estima que entre 300 – 750 d.C. se desarrolló el comercio de conchas (Spondylus y Pintada), como elemento generador de estatus, pero que hacia los años 750-1000 d.C. la orfebrería desplazó a las conchas como principal elemento (“correlato semiótico”, según el autor) generador de estatus, engendrando una reorganización espacial de relaciones comerciales y sociales (en un estricto sentido material), convencido que el comercio era un mayor estimulo para el contacto social en el área de estudio.

En resumen, de acuerdo con el replanteamiento de los datos presentado por Cooke, Cupica perteneció a una red social que miraba al norte y al oriente hacia los ríos Atrato y Sinu, y la bahía de Panamá. Considera más prudente atribuir cambios en la distribución de estilos cerámicos de Cupica a la reorganización de relaciones sociales que a eventos catalíticos (esto es, que dieron lugar una serie de procesos que no se habrían generado por si solos), tal como el asentamiento de colonias panameñas.

Cooke no define grupos étnicos a través del registro arqueológico, como lo hace Bray, pero compartía con él la creencia que la distribución de complejos cerámicos en Panamá y Colombia demostraban que las áreas culturales fueron estables durante muy largos periodos de tiempo y compartieron mas relaciones con sus vecinos que con regiones distantes, sin embargo, de acuerdo a las investigaciones que el estaba realizando en el cerro Juan Díaz (Cooke y Sánchez, 1998, Sánchez y Cooke, 1998), ya no le parece tan segura o sostenible

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la afirmación de Bray a la luz de sus recientes indagaciones. Cooke hace hincapié en la correspondencia de ciertos estilos cerámicos con el área Cueva en la época de contacto.

Cooke atribuye cambios en la distribución de estilos cerámicos a la reorganización de relaciones sociales, por lo que se infiere que el investigador sigue las tendencias de análisis de la evidencia arqueológica dadas por el procesualismo, ya que propone la existencia de cierto nivel de heterogeneidad (subdivisión de una comunidad en grupos que se especializan y diferencian) pero en función de la existencia de individuos que logran el prestigio y/o riqueza a través de sus vínculos personales (interacción) con otros individuos de "alto estatus".

Cooke hace también una aproximación a la llamada de atención que hizo el postprocesualismo en sus inicios (comienzos de la década de 1980, cf. Kohl, 1985) al trabajar el simbolismo y el contexto en que se encuentra la evidencia arqueológica, y usar la noción de “correlato semiótico”, que es parte del concepto de lo que Cooke llama “Tradición Semiótica del Gran Coclé”, en que explica cómo en

“los últimos dos mil años de la época precolombina se desarrolló en el centro de Panamá un simbolismo muy distintivo, cuyo cromatismo e iconografía han estimulado exégesis filosóficas metodológicamente disímiles las cuales suponen, no obstante, una relación especial de algunos iconos (mayormente zoomorfos) con la ideología y la jerarquía de las sociedades humanas de la región…” (Cooke y Sánchez, 1998: 58).

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Esto consiste en que varias evidencias arqueológicas como la cerámica, orfebrería, concha, hueso y piedra compartían el mismo sentido de generador de estatus, que se enmarcaba dentro de un área cultural denominada Gran Coclé, que se delimitaba geográficamente. Esta Tradición Semiótica tuvo un proceso de carácter histórico, que implicaba transformaciones graduales y coherentes, que al ser estudiada en detalle, permite ver también su relación con la organización social humana en el espacio.

Cooke, al tomar la expresión de áreas culturales, asumía y entendía de manera implícita por grupo étnico lo que anteriormente expuso Bray, y con este ultimo, Cooke se pone de acuerdo en que la identidad étnica se expresa a través de la cerámica de un modo parecido, pero también de acuerdo a lo encontrado en Miraflores, ya no entiende una serie de formas de vasijas y de estilos de decoración como incisiones y pinturas y efigies de aves, en términos histórico-culturales sino más procesuales, por lo cual lo “étnico” pasa a depender de procesos políticos y, asumiendo preceptos originalmente postprocesuales, toma muy en cuenta los contextos de hallazgo para plantear hipótesis sobre variaciones culturales no reducibles a esos procesos.

3.3.6. Gilberto Cadavid (1996-1997)

Gilberto Cadavid atendió un llamado en la Costa Pacífica del Chocó para realizar un rescate arqueológico, en la realización de tal empresa fue acompañado por Adriana Zamudio, por lo que en este apartado se considera sólo a este autor. Aunque sólo hay un texto publicado por la pareja de autores, el contenido del mismo corresponde a otros textos inéditos del

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autor, por lo que se considera que no hay mayor cambio entre los diferentes informes preliminares y el artículo publicado.

Cadavid estima que los datos de los anteriores trabajos arqueológicos presentan resultados diferentes que señalarían una superposición temporal de grupos humanos diferentes o una larga evolución de los mismos. Plantea, basado en datos de la etnohistoriadora Patricia Vargas, que el grupo etnohistórico correspondiente a esta zona fueron los Biru, llamados Monguinera por los Embera, quienes al parecer estaban relacionados culturalmente con los Cuna.

Cadavid definió 4 tipos cerámicos, y reportó un volante de huso de forma troncónica, con decoración casi borrada de líneas incisas, que interpreta como un eventual indicio de elaboración de textiles, que puede estar indicando una ocupación relativamente tardía. Dicho sea de paso, aquí se trata de tres hipótesis superpuestas que adolecen de suficiente argumentación. En primer lugar, que el volante tiene que ver necesariamente con la elaboración de textiles; segundo, que esa manufactura era local; y tercero, que tal tipo de actividad necesariamente se debe desarrollar en una época cercana a la Conquista.

Sus consideraciones finales fueron que se trataba de un grupo estable con manejo de agricultura del maíz, complementada por los abundantes recursos marinos, cacería y recolección de variados frutos silvestres y semillas comestibles. Por las evidencias creen que corresponden a un grupo tardío (aunque no se han fechado las muestras de C-14), denominado los Monguinera.

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El argumento de este autor no plantea que desde la arqueología se pueda definir un grupo étnico, sino que asume que es productivo correlacionar los hallazgos con un grupo étnico tardío y nombrado por la etnohistoria (los Biru o Monguinera) que posiblemente ocupaban un territorio del que hacia parte bahía Tebada y que se caracterizaban por su estrategia e indumentaria de guerra, por su vestido y por sus adornos y por su base económica que era el maíz. De nuevo, como en el caso de las culturas arqueológicas, se define una cultura por un inventario de rasgos cuya pertinencia no es evidente.

Arqueológicamente no se plantea si se puede expresar identidad étnica por medio de la cerámica hallada por Cadavid, solo se dice que tipo de formas tenían, que eran de carácter utilitario, cocción en atmósfera oxidante no muy bien controlada y características de la pasta muy deficientes. La cerámica se manufacturó a partir de rollos superpuestos modelados. La decoración es de motivos geométricos incisos, achurado, punteado, muescas, tiras y bandas aplicadas y finalmente pintura roja. Pero esto es un nivel meramente descriptivo, más no comparativo. En resumidas cuentas, "indigeniza" los vestigios arqueológicos para darles "contenido" con los pocos datos etnohistóricos, hasta ese momento disponibles, de los siglos XVI y XVII, lo cual demuestra en Cadavid “una conceptualización atemporal de la cultura” (Cárdenas, 1996: 42). Así, Cadavid realiza un proceso elemental de asociación, mediante el cual unos objetos arqueológicos encontrados en un territorio, se les etiquetaba con el nombre de la etnia que ocupaba el lugar a la llegada de los españoles.

Pero si queremos entender el trabajo de Cadavid, debemos apelar nuevamente al contexto en el que se encontraba la arqueología en Colombia, cuando él se formó como antropólogo 63

y recibió enseñanza de Reichel-Dolmatoff, fundador del departamento de Antropología en 1963. Cadavid fue de la primera generación de arqueólogos egresados de la Universidad de Los Andes en los años 70’s, por lo cual:

“la tendencia [en la arqueología Colombiana desde las décadas de 1970 y 1980) ha sido básicamente la misma: declaraciones no interpretativas sobre semejanzas y diferencias empíricas entre fenómenos de la misma clase, un ordenamiento tipológico no explicito de los fenómenos arqueológicos y el elevamiento de ese ordenamiento a un papel de fin y no de medio, y una exclusión casi total de ese ordenamiento empírico con respecto a explicaciones sobre el pasado. Cuando se han hecho intentos explicativos, estos se han reducido a hacer caracterizaciones formales de datos arqueológicos y a extrapolar condiciones medio ambientales actuales al pasado, tratando de adivinar como copaban con ellas la gente responsable de la producción de los fenómenos estudiados” (Gnecco, 1995: 16).

Una reflexión proveniente de Cárdenas, que se forma una década después y recibe la influencia del procesualismo en la década de 1980, plantea al respecto de esto que

“nuestra arqueología se ha caracterizado por ser una combinación entre inductivismo arqueológico y deductivismo etnohistórico, porque los restos de cultura material excavados sólo han servido como cimiento para la producción de paradigmas que, por no estar sustentados en hipótesis previas, buscan ser explicados mediante los documentos etnohistóricos. En términos de metodología arqueológica, es un grave error” (Cárdenas, 1996: 42).

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3.3.7. Franz Flórez (1999-2001)

Franz Flórez fue llamado, al igual que Cadavid, para atender, en 1998, un hallazgo fortuito de materiales arqueológicos en la zona de Bahía Solano. En un comienzo, realizó el acercamiento con otros dos arqueólogos (Elkin Rodríguez y Carlos Restrepo), pero luego adelantó en forma individual esta labor por lo que, al igual que en el anterior caso, se le considera en forma separada de sus primeros coautores.

Este autor retomó los tipos cerámicos definidos por Cadavid y Zamudio y privilegió la información estratigráfica sobre la estilística, en función de una preocupación netamente cronológica. Esto da como resultado que sean pocos los fragmentos con forma y decoración que sean susceptibles de compararse con los de otros sitios arqueológicos o con hallazgos a cientos de kilómetros de distancia, como han hecho Linne, Reichel-Dolmatoff, Bray o Cooke. A lo que mas se llegó fue a postular una fragmentación estilística que dificultaría establecer periodos o fases extralocales o regionales.

Flórez (2001) clasificó la cerámica encontrada de acuerdo a la tipología de Cadavid y Zamudio (1996-7), en contraste con Flórez et. Al (1999) donde había acogido la cronología de la secuencia de Cupica. Pero los escasos paralelos encontrados apenas le permitían sugerir que hacia los siglos VIII y IX d.c., hay ciertos paralelos, sobre todo a nivel de algunas decoraciones, pero de esto no se sigue que puedan trasladarse las conclusiones cronológicas de Cupica al resto de vestigios reseñados en las playas del municipio de bahía Solano. Se hacen deducciones de observar o interpretar ese paralelo formal, lo que ha

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llevado a diversos autores ha proponer que en el litoral pacifico chocoano, han tenido relaciones sociales a larga distancia (con el bajo Sinu o Panamá) en tiempos prehispánicos.

Flórez (1999, 2000) no asume como hipótesis que la delimitación de cierto patrón en la manufactura o la presencia recurrente de algunos rasgos morfológicos en las vasijas de cerámica den evidencia de alguna “cultura” cuyas normas de reproducción estarían materializadas en esos vestigios. Por lo tanto asume la posición crítica expuesta tanto por uno de los críticos de la arqueología que tanto tiempo se hizo en Colombia como por uno de los teóricos del procesualismo (Langebaek, 1996:18; Binford, 1989: 211 – 212).

Aquí se entienden los fragmentos de cerámica, ubicados a diferentes profundidades solo como eso. Habla de semejanzas y posibilidades de correlaciones pero dice que eso no implica que se asuman “contactos”. Se destacan las características que se consideraran más relevantes al momento de hacer la clasificación. Especialmente el tratamiento de la superficie, la pasta y el color. Por eso no se incluye en esta ocasión variables tales como el espesor o la cocción, que poco contribuyen, según el autor, a definir los tipos como mutuamente excluyentes o útiles como indicadores cronológicos.

Al asumir desde un principio posturas criticas con respecto a la clasificación arqueológica, Floréz no ve la cerámica como indicadores de periodización o de grupos étnicos, por lo que no usa ningún concepto explicito o implícito acerca de la existencia de grupos étnicos con base en la cerámica, porque solo le interesaba precisar variables relacionadas con la “complejidad social” de los grupos humanos que habitaron el litoral del Choco (Flórez

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2001: 29), y por lo mismo no encuentra relevante que la identidad sea una variable de interés para ese propósito.

Las limitaciones de este último trabajo se enmarcan dentro de la crítica más general que se hace desde el postprocesualismo al estudio de las identidades dentro del procesualismo, sobre lo que se hacen algunas consideraciones directamente en las conclusiones.

4. Conclusiones

La noción de etnicidad ha tomado importancia en las dos ultimas décadas gracias al “resurgimiento étnico” que se ha manifestado en varias regiones del mundo, donde cada vez mas estos grupos están resaltando su identidad cultural en el mundo actual que esta viéndose sometido a procesos de globalización (y la consecuente debilitación del modelo de Estado-nación).

El uso de la noción de etnicidad en arqueología, ha cobrado especial interés en este contexto, al haberse generado discusiones y polémicas al interior de la arqueología dado que la disciplina tiene efectos sociales en tanto incide en la construcción de identidad en el pasado y el presente (Gnecco, 2000; Zambrano, 2000; Vasco 2002a, 2002b).

En el caso de la arqueología colombiana esta discusión ha ocurrido paralela, en la década de 1990, a las criticas realizadas desde posiciones procesualistas y postprocesualistas a la forma de representación de la diversidad cultural desde la antropología que comenzó a 67

institucionalizarse a finales de los años 1930, y a los supuestos con los que se trabajó desde entonces en la arqueología local (Gnecco 1995; Cárdenas 1995, 1996; Langebaek 1995, 1996).

El libro de Jones (1997) ha permitido ver la historia acerca de cómo se ha usado la noción de etnicidad en arqueología. De cómo pasa de ser considerada como algo monolítico y delimitado, y estático durante largos periodos tiempo, en el cual se veía a la cultura material como el simple reflejo de la etnicidad, al considerarse los restos como la cosificación de normas de comportamiento al observarse con unos criterios de carácter empírico un inventario de rasgos repetidos en varios sitios, creando de esta forma el concepto de las llamadas “áreas culturales”, desde una perspectiva vigente para diferentes arqueólogos (nacionales y extranjeros, como se ha visto en este escrito) y que ha sido denominada como histórico culturalismo. Desde esta perspectiva, la noción de etnicidad es rotulada bajo el termino de cultura, lo cual es una herencia de la época del surgimiento del nacionalismo y de los Estados nación, donde se le daba en Europa del siglo XIX y principios del XX, al termino de cultura la propiedad de distinguir a una nación de otra.

Al comenzar los años 1960 se empezó a perfilar el movimiento disciplinario conocido como la Nueva Arqueología o arqueología procesual en los Estados Unidos e Inglaterra, la cual estaba involucrada en el entendimiento de los procesos de cambio social y económico bajo la adopción de teorías provenientes de la antropología social y bajo el carácter de cientificidad, reconceptualizaron el término de cultura, como una adaptación extrasomatica del ser humano a la naturaleza y como una serie de subsistemas que integraban un sistema mayor, pero no profundizaron en la noción de etnicidad, que consideraban un paradigma 68

anticuado, porque no se podían aplicar técnicas de carácter cuantitativo y cualitativo para su comprensión, y porque no habían desarrollado criterios teóricos y metodológicas para su estudio. Eso se verá en el caso local reflejado casi tres décadas después, en el caso de Cooke desde Panamá, y virtualmente también para el caso de Flórez en el ámbito local.

Para finales de la década de 1970 surgen posiciones críticas del funcionalismo y determinismo procesual que luego serán vistas como una corriente arqueológica que será denominada postprocesualismo. Dentro de esta corriente, se retoma el uso del concepto de etnicidad, pero haciéndole críticas, al asumir que la cultura material no se relacionaba de modo simple con un grupo social determinado, como lo hacía el histórico-culturalismo, sino a través de una serie de reflexiones en donde la cultura material estaba estructurada (como en la definición dada por Barth, citada al comienzo de este escrito) y estructuraba la identidad.

Estos aportes del postprocesualismo son recogidos y sintetizados por Jones, mostrando la etnicidad como algo dinámico que debe expresar la heterogeneidad, en vez de algo homogéneo y estático, por medio de análisis de diferentes evidencias de cultura material, a través de los contextos asociados a ellos. El principal aporte de Jones es tomar el concepto de habitus formulado por Pierre Bourdieu, como las disposiciones hacia ciertas percepciones y prácticas que se vuelven parte de un individuo desde la infancia, para comprender la etnicidad. De esta forma conceptualiza la identificación étnica como la intersección entre habitus y la situación social que impera en determinado lapso de tiempo, por lo cual una identificación puede variar según el contexto social en que se vive.

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En el caso de la arqueología que se ha venido desarrollando en la región norte del litoral pacifico del Chocó, este enfoque de Jones es útil para develar el uso que ha tenido la noción de etnicidad entre los investigadores durante el siglo XX desde finales de la década de 1920. Debido a las limitaciones teórico metodológicas de los autores reseñados en cuanto a los modos de aproximarse a la noción de etnicidad, no fue posible profundizar en l uso que pudo darle cada autor a una noción de la etnicidad dinámica que tomara en cuenta el habitus, dado que los contextos de uso social de los materiales arqueológicos, se convierten en variables fundamentales para estudiar esta noción. Y si bien se cuenta con datos de entierros, la cronología no es lo suficientemente confiable para avanzar más allá de comparaciones genéricas que no dan piso sólido a los contextos que requieren posiciones postprocesualistas como las de Jones.

Principalmente el marco interpretativo desarrollado por Linné, Recassens, Reichel y Bray es histórico cultural, bastante enfocado al difusionismo como explicación causal de la variación en la cultura material, lo cual se expresaba en el modelo de “áreas culturales”. El concepto de etnicidad esta entrelazado con el de cultura, como elemento constituyente de la identidad de un pueblo, herencia del nacionalismo que usó este concepto en la construcción del Estado nación. Esta visión de cultura era muy normativa, porque se creía que todos se regían por el “mismo” sistema de ideas, signos, asociaciones y formas de comportamiento y comunicación. Esta “cultura” la veían reflejada en una clase de artefactos con determinados atributos o rasgos, y si estos rasgos se repetían de manera homogénea, daban a entender que habían sido hechos por un mismo grupo social. Se cosificaba de esta forma las normas de comportamiento, que se creían, las que determinaban la cultura de un grupo social en determinado momento de la historia. 70

En el caso de Cooke, el no define grupos étnicos por si mismo, solo lo hace adhiriéndose a la declaración de Bray en cuanto a la estabilidad de las áreas culturales, en un principio, en la cual la cerámica juega un papel importante en la definición de grupos étnicos, al estar delimitada en un tiempo y un espacio, y asociados con otro tipo de evidencias arqueológicas. Después, a raíz de unas investigaciones, cuestiona esta declaración de Bray, y se centra en un enfoque de carácter procesualista, al afirmar que los cambios en los estilos de cerámica en Cupica obedecían a la reorganización de las relaciones sociales, proponiendo la existencia de cierto nivel de heterogeneidad (subdivisión de una comunidad en grupos que se especializan y diferencian) pero en función de la existencia de individuos que logran el prestigio y/o riqueza a través de sus vínculos personales (interacción) con otros individuos de "alto estatus". Trabaja también en perspectivas del simbolismo y el contexto en que se encuentra la evidencia arqueológica. Pero en definitiva, no profundiza la noción de etnicidad, al solo ver los cambios en la cerámica de Cupica como producto de relaciones sociales que juegan un papel de carácter político, negando una interpretación de la etnicidad como un fenómeno de carácter político.

En el trabajo de Cadavid, no se definen grupos étnicos a través de la clasificación e interpretación de la cerámica, él otorga una identidad étnicamente sólo por medio de hipótesis (que se hacen pasar o se entienden en el texto como deducciones) etnohistóricas acerca del grupo que habitó la zona, mientras que analizando las pocas evidencias arqueológicas, inducen que el grupo humano que ocupó la zona era tardío, infiriendo de algún modo que estos materiales pertenecían a ese grupo humano descrito por la

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etnohistoria como los monguinera. El trabajo se queda en un nivel muy descriptivo, no en uno interpretativo.

Florez, en cambio, asume que la clasificación de la cerámica en arqueología sirve principalmente como indicadora de periodización y no de grupos étnicos, por lo que no usa ningún concepto explícito o implícito acerca de la existencia de grupos étnicos con base en la cerámica. Sólo le interesaba precisar con mas profundidad la historia de los grupos humanos que habitaron el litoral del Choco desde la economía política y ver la viabilidad de algunas preguntas procesuales con los datos disponibles. Su trabajo reseña las nociones de etnicidad de los arqueólogos que habían trabajado anteriormente, pero no trabaja la etnicidad porque no era un objetivo en su proyecto estudiarlo, y porque no considera que los rasgos morfológicos o de decoración en las vasijas den razón de un grupo étnico cuyas normas de reproducción se materializaron es esos restos.

Con esto, no se finaliza la discusión acerca del uso de la noción de etnicidad en la arqueología del pacifico norte del Chocó, sino de lo contrario, que se pueden mantener abiertas las puertas abiertas a la discusión sobre el tema de la etnicidad en la arqueología colombiana y se espera que pueda ser un punto de partida para futuras investigaciones sobre este tema en ésta u otras regiones del país.

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