APORTACIONES FILOSÓFICAS DE AGUSTÍN DE HIPONA

May 23, 2017 | Autor: A. Llobell Grimalt | Categoría: Teologia, Filosofía, Patrística, Apologetica
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APORTACIONES FILOSÓFICAS

DE AGUSTÍN DE HIPONA Padre y Doctor de la Iglesia

Adrián Llobell Grimalt [email protected]

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Introducción En general, a excepción de San Agustín, la filosofía no es tan apreciable en los Padres latinos como en los griegos, hecho que deriva de la formación recibida en las escuelas latinas, de las que había desaparecido la filosofía. La patrística es el pensamiento cristiano elaborado por los padres de la Iglesia desde los inicios de la era cristiana hasta los siglos VII y VIII. Estos pensadores establecieron la base doctrinal del cristianismo y lo defendieron de las acusaciones de herejías que recibía de la cultura pagana. Se apoyan en la Biblia y en la filosofía neoplatónica de corte estoico, compatible con los dogmas y las verdades de fe del cristianismo.

Los autores cristianos Dentro de la patrística, los principales autores cristianos se clasifican en: Gnósticos. Destacan Simón Mago, Dositeo, Menandro de Samaría y Marción de Siria, entre otros. Recibieron influencia del neoplatonismo y se han considerado como el primer intento de una filosofía cristiana de la religión y de la historia, aunque fueron expulsados de la Iglesia por su heterodoxia. Partían de ideas tomadas del judaísmo tardío y de elementos de la revelación cristiana. Defendían el conocimiento directo, intuitivo y secreto de Dios sin intervención racional. Para ello, utilizaron la naturalización de lo sobrenatural. Apologetas. Entre ellos destacan san Justino y Tertuliano. Fueron muchos y se llaman así porque llevaron a cabo numerosas apologías o defensas del cristianismo entre los años 150 y 300 d. C. Se propusieron deshacer las objeciones que los filósofos paganos tenían sobre el cristianismo y compararon la religión cristiana con las paganas con el fin de resaltar su superioridad frente a ellas. Mientras que san Justino defendió la compatibilidad entre el cristianismo y la filosofía griega, por el contrario, Tertuliano consideró que el Evangelio se basta a sí mismo y no necesitaba la ayuda de la filosofía. La patrística griega. Se inicia hacia el 200 d. C., tras la muerte de Panteno, fundador de la escuela de Alejandría, y finaliza a mediados del siglo viii con san Damasceno. Reúne la escuela de Alejandría (Panteno, Clemente de Alejandría y Orígenes), la de Cesarea de Palestina (Julio Africano y san Alejandro de Jerusalén) y la escuela de Antioquía (san Luciano). Los principales temas filosóficos que trataron estas escuelas fueron: la relación entre razón y fe, la creación, el destino trascendente del ser humano y la existencia y la naturaleza de Dios. La patrística latina. Gira en torno a la figura clave de San Agustín de Hipona, que inserta la filosofía griega en el pensamiento cristiano, elevando la filosofía neoplatónica al nivel de la teología cristiana. Agustín de Hipona llega a identificar la

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filosofía con el amor y el culto a Dios, y al verdadero filósofo con el cristiano auténtico. La mayoría de los problemas filosóficos de la Edad Media se encuentran esbozados en sus obras. Desde comienzos del S. V, San Agustín es una autoridad reconocida en Occidente y su influencia durará toda la Edad Media, el Renacimiento, e incluso, hasta día de hoy, aunque, su compleja personalidad no ha sido siempre bien comprendida, talvez porque él mismo fue cambiante, polémico e inquieto. (Gómez, 2000, p.80) San Agustín (354-430) nació en Tagaste (Argelia), de padre de pagano y madre cristiana. Ésta última sembró en él la llama del cristianismo, aunque no le bautizó, postergándolo para cuando fuese adulto, según las tradiciones del tiempo. Estudió gramática, aritmética, latín y algo de griego, aunque nunca fue totalmente competente en esta última lengua. A los 11 años fue enviado a Madaura, en un contexto totalmente pagano que le hizo olvidar su fe cristiana y tras la muerte de su padre se desplazó hasta Cartago para estudiar retórica. A los 19 años, tras una lectura de Cicerón, despertó su pasión por la filosofía y un gran amor por la verdad que a partir de aquel entonces dominarían toda su vida1. (Cremona, 1991, p.20). Pero esta lectura no fue casual: el Hortensius2 de Cicerón3, hoy perdido, es la lectura iniciática de un largo periodo de conversión, aunque realmente existe un problema de fondo: el problema del mal. San Agustín se plantea la cuestión de cómo un Dios todopoderoso y justo es capaz de permitir el mal y durante cierto tiempo intenta buscar la solución al problema en las doctrinas de los maniqueos, que sostenían que el mundo estaba regido por dos principios: el bien y el mal, la luz y las tinieblas. San Agustín se vio atraído por esta mezcla de cristianismo deformado y racionalismo, que atrajo su espíritu lógico. Los maniqueos eran una secta cerrada, pero, San Agustín, aprovechando el paso de un doctor maniqueo por Cartago le planteó todas sus incertidumbres y éste le respondió que no podía resolver racionalmente los problemas que le planteaba. De este modo, San Agustín, pasa a una etapa de escepticismo. Tras una estancia en Roma, se traslada a Milán donde recibirá el influjo de tres corrientes: los neo académicos o discípulos lejanos de Platón que preservaban la afición por la discusión con la idea de fondo de que era imposible alcanzar la verdad. 1

Una interesante descripción de la vida de San Agustín puede hallarse en el libro de Carlo Cremona: Agustín de Hipona (Véase apartado bibliografía) −aunque la mejor fuente para su biografía sigue siendo el libro Confesiones. Esta biografía presenta a Agustín de Hipona en su sufrimiento por encontrar la verdad; muestra, a través de su periplo vital, su talante abierto y profundo, dialogante, culto y cercano. El autor ha recurrido no sólo a las Confesiones, de las que saca toda la intimidad de San Agustín; también ha utilizado la obra completa, las ideas, los gestos, palabras, anécdotas que ilustran y hacen más cercana su persona. Es una biografía que desarrolla casi como un relato los sucesivos momentos del santo, desembarazándola de todo aparato crítico y de cualquier asomo de erudición. Se lee como una novela. Carlo Cremona es un sacerdote muy conocido entre el público italiano por sus comentarios en televisión y radio. Escribe con un estilo muy directo y ameno. 2 Hortensio (Hortensius, escr. 45/46 a. C.), de la que sólo quedan testimonios en fragmentos de Nonio y Agustín. 3 San Agustín rebatió la tesis de Cicerón de que bastaba la investigación de la verdad, aun sin alcanzarla, para lograr la felicidad. Dando por sentado que todo hombre aspira a la felicidad, el santo de Hipona defiende que ésta se alcanza viviendo conforme a la razón. De modo que, siendo ésta el órgano de la verdad, no tendría sentido vivir conforme a la razón si ésta renunciase al objeto de su actividad: el conocimiento de la verdad. (Ferrer & Roman, 2010)

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La otra corriente era la de Ambrosio, obispo de Milán a quien escuchaba atentamente en sus disertaciones dirigidas al pueblo y la última, la de su madre Mónica que finalmente vuelve a enfocarlo hacia el cristianismo. Las lecturas de Plotino, cuando contaba con treinta años, influirán de manera profunda en el pensamiento de San Agustín. De este modo, se retirará a las afueras de la ciudad para convivir con sus discípulos, su hijo y su madre. En ese momento comenzará la labor de meditación y también sus primeras creaciones, los primeros escritos: Contra académicos (386) y De beata vita (387). Una vez bautizado, regresará con todos sus discípulos a Tagaste para continuar la vida monástica, aunque finalmente se instalarán en Hipona, ciudad de la que llegará a ser obispo. Su muerte acaecerá el año 430, cuando la ciudad se verá rodeada por las tropas vándalas que tratarán de conquistar las provincias romanas de África. Respecto a la producción escrita de San Agustín, llevada a cabo desde el año 368 hasta su muerte, podemos sintetizar que se encamina contra las diversas herejías que se expandían por el mundo cristiano y en cierto modo la mayor parte de su producción es una apología de la religión cristiana, no en vano, a su muerte, San Agustín dejó prácticamente unificada toda la Iglesia de África. Entre sus producciones literarias cabe destacar: Soliloquios (comenzado en 386), De la Trinidad (escrito entre el año 400 y 416), De la naturaleza del bien (405)). Aunque entre las obras de mayor influencia que han pervivido en el mundo occidental cabe destacar: Confesiones (400) y La ciudad de Dios (413-426), (Xirau, 2000, pp. 129131). En conjunto, su obra es un esfuerzo para armonizar la fe y la razón, la filosofía de la religión; esfuerzo que recibe el nombre de filosofía cristiana, ya iniciada con los denominados Padres de la Iglesia y que se prolongó durante la alta y baja Edad Media, dando nombre a la Filosofía escolástica. El pensamiento de San Agustín es homogéneo, de “un solo bloque”, en el que no caben segmentaciones. Sólo reconoce una verdad a la cual se entregó durante toda su vida, pues, consideraba que ésta emanaba de Dios, que se transformaba en su ley y su ser. La fe y la razón, aunque son cosas distintas, en el cristiano funcionan al unísono, de este modo, una vez alcanzada la fe cristiana, la razón y la fe conviven de manera compenetrada. San Agustín considera su fe como el fruto final obtenido tras una larga indagación a través de diversas filosofías, así, la combinación de fe y razón derivan de un proceso indagatorio e intelectual que converge en el amor: “Intellige ut credas; crede ut intelligas”. Por tanto, podemos decir que inicialmente la inteligencia es la que prepara para la fe y posteriormente la fe encamina e ilumina la inteligencia y por último la inteligencia, con la luz de la fe desemboca con ésta en el amor: del entendimiento a la creencia, de la creencia al entendimiento y de la creencia y el entendimiento, al amor. (Moreno, 2003, p.27)

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Contexto histórico San Agustín vivió en tiempos de la decadencia del Imperio Romano, aunque envuelto por la viva tradición de la cultura intelectual de Roma. Presenció el saqueo de Roma por Alarico, aunque esto no implicara que el final del gran Imperio estuviese cercano. Aunque se consideró romano en el mismo grado que cristiano y perteneciendo todavía a la cultura antigua, representó a la cristiana y forjó una nueva cultura, adoptando, en parte, el legado de la antigua. En su producción escrita se cruzaron dos épocas, dos filosofías y dos estéticas; asumió los principios estéticos de los antiguos, pero los transformó y los transmitió a la Edad Media, de este modo, su obra significa un punto crucial en la historia de la estética, un punto de convergencia entre corrientes antiguas y medievales. (Tatarkiewicz, 1990, p. 51) Aunque a mediados del s. IV, el Imperio Romano alcanzó su apogeo, llegando sus dominios hasta prácticamente 5000 km de Roma, a comienzos del s.V, comenzarán las incursiones de los "bárbaros del Norte": godos, hunos y vándalos; hecho que finalmente culminaría en la "caída de Roma", el año 410, cuando Alarico tomó la ciudad. El vasto imperio debilitado mantiene sus funciones, mientras los emperadores de Oriente y Occidente gobiernan desde Constantinopla y Rávena. La caída de Roma propició que San Agustín escribiera La ciudad de Dios, una de las mejores obras de la literatura cristiana. El año año 380 d.C. Teodosio, el último emperador, hizo del cristianismo la religión oficial,que cada cobra mayor relevancia y se acentúa como soporte moral e ideológico para la reconstrucción del Imperio de Occidente. En el plano cultural, se da una fusión entre el helenismo de Platón y el cristianismo, surgiendo de este modo la filosofía cristiana, principalmente debido a los filósofos recién convertidos al cristianismo que defendían el cristianismo (Apologética). Por otra parte, los padres de la Iglesia, es decir, aquellos que comenzaron a vigorizarla con un carácter más pedagógico y conciliador (Patrística). Paralelamente, surgieron durante este periodo las primeras herejías, como el arrianismo, que defendía que el Hijo de Dios no era igual al Padre, sino una criatura inferior. Por otra parte, el nestorismo, que negaba la divinidad de Jesucristo, al ser engendrado por una mujer. El pelagianismo defendió que el pecado original no era tal y por tanto, la redención de Cristo no habría sido necesaria. Finalmente, el maniqueísmo promulgaba que todo se debía a dos principios fundamentales: el bien y el mal. La corriente filosófica surgida en la época era el Neoplatonismo, a través de Plotino, que percibió las similitudes entre Platón y el cristianismo, puesto que ambos defendían la inmortalidad del alma y simbolizaban al cuerpo como prisión del alma. También afirmarían la existencia de dos mundos: uno perfecto y el otro perecedero.

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Principales aportaciones de San Agustín La aportación principal de San Agustín a la reflexión teológica respecto a la Iniciación cristiana se puede apreciar desde dos puntos de vista: el testimonial y el pastoral. Respecto al testimonial, el legado de su obra Confesiones, que transmite ciertos datos autobiográficos con importantes detalles personales y profundas consideraciones vitales, por otra parte, desde la perspectiva pastoral, San Agustín se enfrentó a donatistas y pelagianos, así, desde estas dos perspectivas, podemos decir que, en el ámbito de la teología, la contribución agustiniana se dio en cuatro momentos: i) la iniciación cristiana la vida San Agustín, ii) la clarificación de la doctrina frente a donatistas y pelagianos, iii) la teología bautismal y 4) la teología eucarística. (Rico, 2006, p.205) San Agustín concibe el pensamiento como progreso sobre el mismo eje: la verdad. Evita la sistematización es de carácter cerrado que en cierto modo le alejan de la vida y de las propias cosas. De este modo, comprender el pensamiento de San Agustín es captar su sistemática de especulación: concreta y abierta, de lo contrario, asumimos el riesgo de que se presente como un conglomerado de temas, sin poder visualizar la interna nervadura dialéctica que le da sentido a todos ellos. (Villalobos, 1982, p.19)

El conocimiento de la verdad San Agustín de Hipona orienta toda su filosofía a la búsqueda de la verdad trascendente. Acorde con la influencia socrático-platónica, busca la verdad eterna, necesaria e inmutable y rechaza el conocimiento mutable que ofrecen los sentidos. El medio para encontrar la verdad no está en el exterior, en las cosas, sino en el interior del ser humano, en el alma. La verdad suprema es Dios y solo el alma, a través de la iluminación divina, puede descubrirla. La búsqueda en el interior culmina en un movimiento hacia el conocimiento de la trascendencia divina. De este modo, Agustín de Hipona rechazó la teoría de la reminiscencia platónica y de la transmigración de las almas, y señaló la vía de la interioridad como llamada hacia la verdad.

Dios y la creación del mundo En el Antiguo Testamento, en el Génesis, se relata cómo Dios creó el mundo de la nada. San Agustín de Hipona, distanciándose de las ideas neoplatónicas, mantuvo las ideas religiosas del cristianismo, pero intentó afrontar este problema de forma teológica. En primer lugar, sostuvo que la creación debió de darse de la nada, porque, si no, habría que admitir, como hicieron los filósofos griegos, que Dios se limitó a dar forma a una materia ya preexistente y eterna. De esta forma, cambia el concepto griego de «demiurgo» y «emanación» por el bíblico de «creación» desde la nada (ex nihilo). En segundo lugar, si Dios había creado el mundo de manera libre y voluntaria, entonces, ¿cómo explicar la existencia del mal en el mundo? Esta idea de la responsabilidad de Dios en la creación del mal, que admitían los maniqueos, la critica San Agustín de Hipona afirmando que el mal no existe, que es solo ausencia del ser. El mal consiste en no-ser, en una deficiencia o privación de algo que el sujeto debería tener. La deficiencia no radica pues en la causa primera, que es Dios, sino en 5

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el uso incorrecto del don de la libertad que posee el ser humano.En tercer lugar, se plantea la cuestión de conciliar la eternidad de Dios con el hecho de que las cosas creadas por él no sean eternas sino temporales. San Agustín de Hipona soluciona el problema afirmando que Dios está fuera del tiempo y que, al crear el mundo, creó también el tiempo. Sin su creación, el tiempo no habría existido nunca.

La filosofía de la historia En su obra La ciudad de Dios, San Agustín de Hipona realizó un estudio filosófico-teológico de la historia. Redactó esta obra en defensa del cristianismo que, tras el saqueo de Roma por los bárbaros de Alarico en el año 410 d. C., había sido acusado de la decadencia del Imperio Romano. Divide esta obra en dos partes: La primera la dedica a rechazar las acusaciones de los romanos hacia los cristianos y la segunda la dedica a presentar la redención de Cristo como el momento clave de toda la historia de la humanidad. Según su planteamiento la historia universal consta de dos grandes épocas: desde la aparición del ser humano hasta el advenimiento de Cristo y desde Cristo hasta el fin de los tiempos, en el que se cumplirá la redención y salvación del ser humano. Todos los acontecimientos históricos los guía la providencia divina y desde el principio del mundo están en lucha dos ciudades: La ciudad celeste de Dios o Jerusalén celeste, ciudad de los justos y la ciudad terrestre de Babilonia, ciudad de los pecadores y de los reprobados por Dios. «Dos amores fundaron dos ciudades. El amor propio hasta el desprecio de Dios fundó la ciudad terrena. Y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo fundó la ciudad celestial. La primera se gloria en sí misma, y la segunda en Dios. Porque aquella busca la gloria de los hombres, y esta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia.»4

Una ciudad se origina por el amor y la otra por el desprecio a Dios. Estas dos ciudades subsisten mezcladas en el mundo, pero resulta fácil identificar la ciudad celeste con la Iglesia y la ciudad terrestre con el Imperio Romano. La tesis de Agustín de Hipona es que Roma se derrumbaba no por culpa de los cristianos, sino por la mezquindad y los excesos del paganismo. Concluye que, al final de los tiempos, habrá una separación entre ambas ciudades, con el triunfo definitivo de la ciudad de Dios. La ciudad de Dios es la primera obra de la filosofía occidental que trata el problema de la historia desde una concepción rectilínea del tiempo. Junto a estas cuestiones teológicas, San Agustín de Hipona fue el primero en comparar el tiempo histórico con una flecha que avanzaba hacia adelante, como una sucesión de hechos irreversibles e irrepetibles. Esta idea no se encuentra en el mundo griego, que poseía una concepción cíclica del tiempo, posiblemente por la difusión de las religiones fundadas en los misterios, que creían en la metempsicosis o reencarnación cíclica del alma, y también por la observación de la regularidad de las estaciones, de los ciclos de la naturaleza, donde todo se repite cada año. La concepción rectilínea del tiempo procedía de la cultura hebrea y de allí pasó al cristianismo. Se funda en la idea de un sentido único del tiempo que ha de realizarse en la historia. El filósofo que elaboró de una forma teórica esta nueva concepción del tiempo histórico fue San Agustín de Hipona y con ello implantó la noción de progreso en la historia, donde cada etapa desarrolla una serie de sucesos 4

Agustín de Hipona: La ciudad de Dios, XIV, 28, Madrid, BAC, 2002.

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decisivos e irrepetibles para la consecución de un ideal religioso. En la Edad Media este ideal consistía en la salvación espiritual de la humanidad.

Repercusión de su pensamiento «El pensamiento patrístico, especialmente el de san Agustín, influyó profundamente no sólo durante los primeros tiempos medievales, no sólo en pensadores tan eminentes como San Anselmo y San Buenaventura, sino incluso en el propio Santo Tomás de Aquino» (Copleston, 2011, p.35)

La influencia universal de Agustín en todas las edades subsiguientes puede justificarse por la combinación acertada del corazón y la mente. Su obra, profundamente unitaria y expresión auténtica de su vida, es la de un hombre religioso y teórico, que vivió con gran pasión por la verdad que identificó con la inquietud por lo absoluto y el anhelo de felicidad. Los principales autores escolásticos de la Edad media siguieron las huellas de San Agustín desde el principio de sus especulaciones, y la concepción platónico-cristiana del mundo guió e iluminó sus mentes. Pueden ser considerados agustinianos: Scoto Eriúgena, San Anselmo, Abelardo, Pedro Lombardo y los escritores de la escuela de San Víctor, entre otros. Posteriormente, ya en el siglo XIII comenzaron a ser conocidas las obras metafísicas y físicas de Aristóteles y se produjo una doble actitud frente a sus doctrinas: en unos, actitud de repulsa, por creerlas peligrosas para la fe; en otros, de simpatía, porque pensaron que podían servir de sólido fundamento para el pensamiento cristiano. El agustinismo del siglo XIII se caracterizará, pues, por defender las siguientes tesis: la primacía de la voluntad sobre el entendimiento (y, por consiguiente, predominio del amor sobre el conocimiento, de la intuición afectiva sobre los métodos racionales), la producción de todos o de algunos conocimientos sin en concurso inicial de las cosas externas o sensibles (teoría de la iluminación), el hilemorfismo universal (todas las criaturas, incluso las espirituales, están compuestas de materia y forma), la positividad de la materia (que no es pura potencia), la pluralidad de formas substanciales en el individuo, la identidad del alma y sus facultades (negación de la distinción esencial de las potencias del alma), la imposibilidad de la eternidad del mundo, la identificación de la filosofía y la teología en una sabiduría única. Los dos principales representantes de esta corriente fueron Alejandro de Hales y San Buenaventura. Tomás de Aquino también reconoció la indiscutible autoridad de San Agustín como doctor de la fe; pero, en cuanto filósofo, asumió algunas de sus teorías y rechazó otras. Concretamente, Santo Tomás de Aquino aceptó tres importantes doctrinas agustinianas: el trascendentalismo causal o abismo metafísico existente entre Dios y las criaturas (que son causadas); el ejemplarismo, recogiendo la doctrina de la participación en la cumbre de su pensamiento metafísico; y la solución al problema del mal. No obstante, tuvo serias reservas respecto a la estructura metafísica de la criatura y la doctrina del conocimiento agustinianas. 7

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Conclusiones Sin duda, el legado de San Agustín es un claro ejemplo de cómo el hombre puede cambiar para transformarse y al igual que el propio santo, saber tomar el camino adecuado rodeándose de aquellos que inspiran por su mensaje e iluminan el pensamiento. El legado de San Agustín es considerable y no sólo a nivel teológico, sino a nivel literario y ético. Su vastísima producción escrita es un claro ejemplo de ello. Es una lástima que a día de hoy no se promueva el interés por el estudio de personajes como San Agustín, que, aun viviendo en tiempos remotos y de carencias, supo buscar los medios y la dedicación necesaria para poder crear y dejarnos su valiosísimo legado. Su vida también fue ejemplar: se despojó de todo tipo de bienes para dedicarse en cuerpo y alma a la transmisión del conocimiento y de su legado, San Agustín murió el 28 de agosto del año 430, cuando la ciudad de Hipona era cercada por vándalos. Aun así, la vida monástica que junto a sus discípulos extendió por el África latina estuvo realmente consolidada y con gran fuerza vital resistió durante más de un siglo la violencia de los vándalos y los agarenos. San Agustín encontró un gran sucesor: San Fulgencio de Ruspe, que logró mantener viva la congregación hasta el siglo VI, fecha en que falleció (527). Para culminar, no hay mejor testimonio Posidio, que escribió la vida de San Agustín y relata: «Aquellos que lean lo que él [Agustín] ha escrito sobre las cosas divinas pueden obtener mucho provecho; pero pienso que el provecho habría sido mayor si hubieran podido oírle y verle predicar en la iglesia, y especialmente aquellos que tuvieron el privilegio de disfrutar de íntimo trato con él». (Migne, 1993)

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