Apología de la intimidad - Mar Meliá de Alba

I Las preguntas trabajan el suelo en el que más tarde germinarán las respuestas, y de esto tenemos constancia desde que Sócrates fue matrona. El modo en que preguntamos condiciona inevitablemente el modo en que respon-demos, ya que preguntar es buscar y responder es hallar, de alguna manera, y se suele hallar lo que se andaba buscando. Así, una obviedad salta a la vista de inme-diato: hacer las preguntas equivocadas puede llevarnos a no dar con las respues-tas correctas o reales, por el mismo motivo por el que oxigenar la tierra de una forma u otra implicará resultados bien distintos e, incluso, más o menos reco-mendables. La lacra del preguntar desafortunado desdibuja la filosofía cada día, y esto es algo cuyos síntomas no tardan demasiado en aparecer en el estudiante univer-sitario. Tras haber pasado años siendo preguntado qué es y para qué sirve su objeto de estudio, es muy probable que termine creyéndose esas preguntas. El riesgo de que finalice la universidad habiendo sido consumido por éstas es bastante elevado, y no es de extrañar que haya desarrollado el reflejo de intentar responder primero una y después otra, tan obediente y fragmentadamente como las mismas le obligan a hacerlo. Pues bien: este modo de preguntar es erróneo en sí mismo y, en consecuencia, el modo de responder que le acompaña lo será tam-bién y necesariamente. En primer lugar, preguntar qué es y para qué sirve la filo-sofía es dividir la pregunta por su sentido en dos, es agrietarla y vaciarla de todo significado posible. Desaparece la coherencia justo en el lugar y en el momento en el que más se la necesita. En segundo lugar, pretender acercarse a la filosofía preguntándole por su utilidad en el primer encuentro es contraproducente, ya que se estará preguntando a deshora y debido esencialmente a su propia natura-leza. Frente a preguntas rotas, planteo una pregunta de carácter mucho más holístico que las anteriores: deseo la pregunta por el sentido de la filosofía. Este interrogante es el que motiva el presente ensayo, principalmente, y el que va a dar lugar a respuestas-tesis como la de que la filosofía es intimidad, o la de que la intimidad es recogimiento desplegado. Pero antes de desarrollar estos argumen-tos, antes de intentar evocar con ellos la coherencia anhelada, urge aclarar por qué la cuestión de la utilidad no suele plantearse bien en absoluto. Y es que sólo puede responderse para qué sirve la filosofía después de haber hecho filosofía porque, como ya insistió Descartes, " lo mismo que no es de las raíces ni del tronco del árbol de donde cogemos el fruto, sino solamente de las extremidades de sus ramas, así la utilidad principal de la filosofía depende de aquellas de sus partes