Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia, barbarie y civilización de J. Mª Ridao (book review)

May 23, 2017 | Autor: J. Guzón Nestar | Categoría: Violence, History Of Modern Philosophy, Historia de la Filosofía Moderna, Erasmo
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Descripción

BIBLIOGRAFÍA

Estudios Filosóficos LXV (2016) 173 ~ 202

FILOSOFÍA

HAN, Byung-Chul, El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Barcelona, Herder, 2015, 163 pp., ISBN 978-84-254-3392-4. Byung-Chul Han es un pensador coreano afincado en Alemania. Su obra traducida al castellano está publicada en Herder. Suyos son los libros La sociedad del cansancio, La sociedad de la transparencia, La agonía del Eros… Lo que por ahora se ha publicado son textos breves, quizá por eso, entre otras cosas, sus textos han tenido éxito. Sin embargo hay algo más: su contenido, a saber, el análisis del hombre real y del presente. Lo hace dialogando con autores clásicos del pensamiento, como Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, Nietzsche, Marx, Heidegger, Max Weber, Hannah Arendt, Lipovetsky, Derrida, Lyotard…, para presentar la realidad sin revestirla de aditamentos y reflexionando sobre ella. En este libro no podía faltar Proust, ya que su reflexión es sobre el tiempo: “el tiempo se escapa porque nada concluye, y todo, incluido uno mismo, se experimenta como efímero y fugaz”. Si en los discursos sobre el tiempo nos adherimos a la frase de S. Bauman “que el tiempo es líquido”, Byung-Chul Han nos dice que la época de aceleración ya ha quedado atrás y lo que ahora se da es una disincronía responsable de la atomización y dispersión del tiempo. Si esto lo aplicamos a nosotros mismos resulta la atomización de la identidad. Esto es lo que busca el libro, según su confesión en la introducción: indagar las causas y consecuencias de la disincronía. Lo hace a través de 11 capitulitos, con sentido más literario-poético que otra cosa. Así se ve en “Tiempo sin aroma”, donde hace una serie de reflexiones sobre el tiempo, sobre el mundo mítico, sobre el tiempo histórico, con afirmaciones y frases especialmente literarias: “el tiempo no depende del destino, sino de su diseño“; o “el tiempo pierde el aroma cuando se despoja de cualquier estructura de sentido, de profundidad, cuando se atomiza o se aplana, se enflaquece o se acorta“; el tiempo “ya no remite hacia atrás, sino que lleva hacia delante”. O en el apartado tercero titulado sobre “La velocidad de la historia”, basado en unos textos de Baudrillard. Al final de este apartado toma un texto de la novela de Michel Butor, El empleo del tiempo. Asimismo, en “De la época del marchar a la época del zumbido”, que viene encabezado por una frase de Nietzsche. De vez en cuando algún chispazo que hace reflexionar, como cuando toma un eslogan de S. Bauman en el que compara al hombre peregrino con el hombre moderno. Lo mismo en “El tiempo de los ángeles”, introducido, no faltaba más, por una cita de Rainer Maria Rilke. En este capítulo, Han señala cómo los representantes del posmodernismo más bien diseñan distintas estrategias del Tiempo y del Ser para contrarrestar la desintegración, la destemporalización: “Una sucesión de frases indistintas no genera ningún sentido, no construye una historia” (p. 79). El

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mentor en este apartado es Lyotard. El pequeño apartado –octavo– es un excurso titulado “Reloj aromático: un breve excurso en la China antigua”. Quizá el capítulo más estructurado sea “Vita contemplativa”, que viene dividido en cuatro apartados en los que dialoga con Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, Hegel y Marx. Toma del griego la palabra skhole, como ocio o tiempo libre, pero no entendido a la manera actual, sino como un estado de libertad, ajeno a la determinación y la necesidad, que no genera preocupación ni esfuerzos, frente al trabajo, que es todo lo contrario. Apoyado en Aristóteles dice que el ocio sería la esencia del hombre, que, en otras palabras, sería la vida contemplativa. Esta todavía gozaba de prioridad en la Edad Media sobre la vida activa; así lo defiende Santo Tomás: “Vita contemplativa simpliciter melior est quam activa”. En la Edad Media, la vita activa estaba muy embebida de la vita contemplativa. Por eso dice en la p. 141 que la vita activa sigue siendo una fórmula opresora siempre y cuando no se integra en la vita contemplativa, porque aquella, al eludir lo contemplativo, se vacía hasta convertirse en una actividad pura que lleva a las prisas y la inquietud. Tan es así que, congeniando con Nietzsche, defiende que al pensamiento le ha perjudicado que la vita activa haya marginado actualmente la vita contemplativa en beneficio de ella misma: “Los activos ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica”. Termina diciendo, remedando a Kant, que la vita contemplativa sin acción está ciega, y la vita activa sin contemplación está vacía. Esta es una de las aportaciones del libro, a mi modo de ver, que necesitamos para superarnos y superar la realidad. Justino López Santamaría KOWALSKI, Dean A., Classic Questions and Contemporary Film. An Introduction to Philosophy, Malden-Oxford, Wiley Blackwell, 2016, 329 pp., ISBN 978-1-118-58560-3. Esta obra, que va por su segunda edición (la primera es de 2005 en McGraw-Hill) tiene, sobre todo, una estructura didácticamente encomiable. Cada uno de los nueve capítulos que la forman se abre con la presentación de los objetivos de aprendizaje de cada capítulo. Estos se tratan de lograr mediante una ubicación histórica y filosófica, que viene dada mediante un texto de un filósofo que se completa con una serie de cuestiones de control sobre el texto expuesto. Se pasa luego a un desarrollo textual de discusión y análisis del problema filosófico que da título al capítulo, en el que se incluyen citas de las películas tratadas en el mismo y referencias a las mismas. Hay que señalar que el debate, tal como se presenta en los diversos capítulos, es muy adecuado, informado y actual. Tras ello viene una exposición de cada una de las tres películas consideradas en el capítulo, que incluye un resumen, un cuadro con las cuestiones filosóficas que pueden suscitar, con indicaciones de las escenas relevantes (perfectamente temporizadas) que pueden servir para el ejercicio filosófico y otro cuadro que contiene preguntas sobre la película para comprobar si efectivamente ha sido vista por los alumnos. Finalmente, se proponen temas y preguntas para la discusión filosófica. Cada capítulo se cierra con una “síntesis, revisión y continuación” de lo visto, con consejos de lectura y una lista de otras películas que pueden completar la temática analizada. Asimismo, cada capítulo presenta en los márgenes un glosario de los términos clave a medida que van apareciendo en el texto, que se completa con otro glosario incluido en las páginas finales del libro.

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Esta segunda edición pasa de 19 películas que tenía la primera a 28 y, además de las revisiones pertinentes de los 8 capítulos que componían el texto en 2005, se ha añadido el capítulo 9. El capítulo 1 es “Filosofía, retórica y argumento”. En él se trata de mostrar en qué consiste la filosofía y cómo se hace. Contiene un texto de Gorgias en el que se define la retórica y el modo más apropiado de persuadir. La discusión y el análisis del capítulo se centran en el objeto y los métodos de la filosofía y las disciplinas que la constituyen, el modo de argumentar, las falacias lógicas y en la cuestión de qué hace a una creencia verdadera. Las películas que propone y analiza Kowalski son Minority Report (S. Spielberg, 2002), Gracias por fumar (Thank you for Smoking, Jason Reitman, 2005) y El club de los emperadores (The Emperor’s club, Michael Hoffman, 2002). El capítulo 2 lleva por título “Epistemología y escepticismo” y plantea el tema con las Meditaciones I y II de Descartes. Desarrolla la cuestión de la justificación del conocimiento y la de la verdad a partir de Matrix (The Matrix, Hermanos Wachowski, 1999), Vanilla Sky (Cameron Crowe, 2001) y Origen (Inception, Ch. Nolan, 2010). El capítulo 3 se centra en “Dios, creación y mal”, y parte del célebre texto de W. Paley en el que argumenta a favor del diseño. Kowalski trata las propiedades divinas, el argumento del diseño y el problema del mal. Las películas son Como Dios (Bruce Almighty, Tom Shadyac, 2003), La duda de Darwin (Creation, Jon Amiel, 2010) y La lista de Schindler (Schindler’s List, S. Spielberg, 1993). El capítulo 4 versa sobre “Libertad, destino y determinismo” y comienza con un texto de D’Holbach y una exposición de las posturas libertarias, deterministas, indeterministas, compatibilistas y de la causación del agente. Las películas propuestas son Destino oculto (The adjustment bureau, George Nolfi, 2011), Gattaca (Andrew Niccol, 1997) y Corre, Lola, Corre (Run, Lola, run, Tom Tykwer, 1998). El capitulo 5 trata sobre “Mente, cuerpo y conciencia” y viene introducido por la Meditación VI de Descartes. En él se examinan las principales posiciones en filosofía de la mente y las críticas a las mismas, que Kowalski hace de manera sencilla y muy acertada. Las películas utilizadas son Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich, Spike Jonze, 1999), Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Michel Gondry, 2004) y El Hombre bicentenario (Bicentennial Man, Chris Columbus, 1999). El capítulo 6, “Fundamentos éticos y verdad moral”, expone qué se entiende por metaética y parte de un texto de Sumnet, sociólogo de Yale de fines del XIX, a partir del que discute una serie de conceptos morales básicos. Las películas que propone son Hotel Rwanda (Terry George, 2004), Escalofrío, (Frailty, Bill Paxton, 2001) y Las normas de la casa de la sidra (The Cider House Rules, Lasse Hallström, 1999). El capítulo 7 lleva por título “Ética y valores”. Parte de “Los primeros principios de la moral” de Thomas Reid y expone el utilitarismo, los sistemas deontológicos y el eudaimonismo aristotélico, que se ejemplifican en “Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, S. Spielberg, 1998), Atrapado en el tiempo (Groundhog Day, Harold Ramis, 1993) y Horton (Horton Hears a Who!, Jimmy Hayward & Steve Martino, 2008). El capitulo 8, “El estado, contratos sociales y justicia”, se abre con un texto del Leviatán de Hobbes. Presenta el estado ideal platónico y su reflejo en La guerra de las galaxias: la venganza de los Sith (Star Wars: Revenge of the Sith, George Lucas, 2005); la teoría del contrato social y V de vendetta (V for Vendetta, James McTeigue, 2005) y los derechos naturales y la teoría de la justicia de Rawls y Serenity (Joss Whedon, 2005). Finalmente, el capítulo 9 es “La condición humana”. Comienza por un texto de Bertrand Russell titulado “El valor de la filosofía” y reflexiona sobre la identidad personal, el sentido de la vida y la cuestión de la libertad. Las películas son Memento (Christopher Nolan, 2000), A. I. Inteligencia artificial (A.I. Artificial Intelligence, S. Spielberg, 2001) y Delitos y faltas (Crimes and

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Misdemeanors, Woody Allen, 1989). El libro se completa con un apéndice dedicado a cuestiones de lógica proposicional, un glosario de términos filosóficos y un índice analítico. Como he señalado al principio, además de la cuidada selección de los textos y las películas, el valor fundamental de esta obra es que ha sido muy bien pensada para impartir un curso de filosofía básica a través del cine, lo que ha dado lugar a este material didácticamente impecable. Sixto J. Castro GUTIÉRREZ LOMBARDO, Raúl y SANMARTÍN ESPLUGUES, José (eds.), La filosofía desde la ciencia, México, Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, 2014, 154 pp., ISBN 978-607-466-067-8. Los trabajos reunidos en el libro tienen su origen en el coloquio “La filosofía desde la Ciencia”, celebrado el 5 de noviembre de 2013 en la sede del Centro de Estudios Vicente Lombardo Toledano en la ciudad de México y concebido como homenaje al ya fallecido Carlos Castrodeza. Algunos naturalistas desacreditan a la filosofía considerándola una disciplina obsoleta, superada en su tarea por las ciencias naturales (Hawking). Frente a esta opinión, los colaboradores del libro defienden su legitimidad y necesidad: “por cerrado que esté el cofre de la ciencia, siempre hay hendiduras por las que, como el agua, se introduce la filosofía” (p. viii). Parten, por tanto de un rechazo de la desaparición de la filosofía en favor de la ciencia, o de una absorción de aquella por esta. Del binomio filosofía-ciencia ninguno de los dos miembros sobra. No obstante, defienden un cierto modo de naturalismo, pues reniegan de la filosofía que trabaja ignorando lo que dicen las ciencias: no es posible hacer filosofía hoy ignorando lo que las ciencias nos enseñan sobre el mundo. El primero de los capítulos, de José Sanmartín Esplugues (“La modestia de querer ser una ciencia“), es una defensa de una filosofía que no se reduce a la ciencia ni va siempre por detrás de ella. En ocasiones la filosofía va por delante de la ciencia, abriéndole camino: sin metafísica no habría física y sin filosofía natural e incluso sin nuestros mitos sobre la naturaleza, no habría ciencias de la vida. La filosofía no es solamente un saber adjetivo, sino que es un saber sustantivo. La segunda aportación, de Antonio Diéguez Lucena, defiende un naturalismo metodológico, diferente y distanciado de los naturalismos epistemológico (la ciencia es el modo más fiable de conocimiento en todos los ámbitos o cientificismo) y ontológico (no hay más realidad que la natural). El naturalismo metodológico defiende que, tanto la ciencia como la filosofía, deben proceder como si sólo hubiese entidades y causas naturales. Sólo las causas naturales y las regularidades que las gobiernan tienen auténtica capacidad explicativa. María Cerezo es la autora del tercer capítulo, en el que defiende un naturalismo liberal en filosofía de la biología, que más que buscar naturalizar los aspectos normativos y teleológicos de la vida (los escollos habituales a la hora de esbozar un programa naturalista en biología), los reconoce como naturales sui generis. El naturalismo liberal de Cerezo ofrece un modelo de relación entre ciencia y filosofía en el que ambas son diferentes, pero se encuentran relacionadas (lo que la autora llama naturalismo dialógico). Las cuatro aportaciones siguientes abordan los temas de la ética, la estética, la psicología y la antropología. Raúl Gutiérrez Lombardo expone de manera sintética, en el capítulo cuarto, la visión de la ética desde una perspectiva naturalista, tal y como esta se encuentra en la obra de Carlos Castrodeza. El capítulo cinco, de Camilo J. Cela

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Conde y Francisco J. Ayala, aborda la cuestión de los correlatos neuronales de la experiencia estética desde una perspectiva evolutiva. El capítulo sexto, de Gloria Cava Lázaro, es una aplicación de algunas ideas filosóficas a la psicoterapia: partiendo de un perspectivismo (Nietzsche y Ortega) se intenta, mediante un uso retórico de la persuasión, traer al paciente a la perspectiva del terapeuta. Sin esta perspectiva el paciente no aprenderá a ver las cosas “desde otro lugar” y darse cuenta de sus errores a la hora de intentar superar su situación. El séptimo y último capítulo, de Laureano Castro Nogueira, parte de una crítica a algunas corrientes naturalistas dentro de las ciencias sociales (como la de Cosmides y Tooby), pero no para rechazar completamente el naturalismo, sino para elaborar uno que tenga en cuenta lo que otros olvidan: la naturaleza suadens del ser humano, es decir la potencia cognitiva que supone el poder categorizar la conducta propia y la ajena en términos de valor (positivo o negativo, bueno o malo). Si no se tiene en cuenta al Homo suadens la naturalización de las ciencias sociales será un fracaso. Se trata en definitiva de un buen conjunto de trabajos que tratan diferentes aspectos del naturalismo, pero no un naturalismo fuerte o de la sustitución (al estilo quineano) sino un naturalismo débil. Que la filosofía deba tener en cuenta los resultados de las ciencias naturales a la hora de elaborar sus conocimientos, especialmente allí donde esos conocimientos puedan ser relevantes, es algo sumamente razonable. Pero la cuestión que surge siempre ante trabajos de este tipo es: ¿por qué si defienden una postura tan diferente a lo que habitualmente se entiende por naturalismo siguen estos autores empeñados en llamar a sus posturas naturalistas? Para defender la necesaria relación que debe haber entre ciencia y filosofía no es necesario llamarse naturalista. Los naturalistas débiles o liberales están siempre en un terreno intermedio difícil de justificar. Por un lado no quieren caer en el extremo de Quine, que defendía un cientificismo con el que ni siquiera él mismo pudo ser consecuente. Pero por otro lado quieren huir de una filosofía concebida al margen de la experiencia y la ciencia. Es una aspiración legítima, y con la cual estoy de acuerdo. Pero no creo que la búsqueda de ese término medio necesite partir del naturalismo. De hecho, estos autores frecuentemente dicen que son naturalistas para pasar a matizar a continuación su postura. Son naturalistas, pero no en el sentido en el que se entiende habitualmente esta palabra, sino en uno mucho más laxo. ¿No sería mejor librarse de esa designación y sencillamente hacer una filosofía que no ignore la ciencia? ¿De dónde sale esa necesidad de situarse con respecto al naturalismo? ¿Tanto pesa la ortodoxia naturalista que nos sentimos obligados a asumirla diciendo que la profesamos –quizá buscando carta de naturaleza filosófica–, y tan inconsecuente nos parece que enseguida tenemos que distanciarnos de ella? Moisés Pérez Marcos BUNGE, Mario A., Entre dos mundos. Memorias, Barcelona-Buenos Aires,GedisaEudeba, 2014, 398 pp., ISBN 978-84-9784-895-4. El género memorias es siempre complejo, pero muy estimulante y muy agradecido. Toda “memoria” tiene como finalidad recopilar y resumir los grandes acontecimientos de una vida, así como revivirlos de alguna manera. Aunque su autor no necesita presentación, pienso que sea de justicia introducir como solemos una pequeña semblanza biográfica.

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Nacido en Buenos Aires, el 21 de septiembre de 1919, se formó y doctoró en física en la Universidad Nacional de La Plata, en 1952, de la mano de Guido Beck, un austriaco refugiado que había sido asistente de Werner Heisenberg. Fue profesor de física teórica (1956-1966) y filosofía, que enseñó en la Universidad de Buenos Aires de 1957 a 1963. Su interés por la filosofía ya lo había llevado a crear la revista Minerva en 1944. La situación de su país le aconsejaba un cambio geográfico y pasó por varias universidades como profesor y conferenciante hasta recalar en Canadá (Mc Gill University). Allí ha sido Frothingham Professor de Lógica y Metafísica hasta su jubilación en 2011 y actualmente es Profesor Emérito de Filosofía. Es autor de más de 80 libros (incluyendo muchas traducciones a diversas lenguas) y no menos de 600 artículos publicados principalmente en inglés y español. Mario Bunge se dio a sí mismo una tarea como epistemólogo: lograr una síntesis entre el racionalismo y el empirismo (Scientific Research –La investigación científica– 1967 y en su nueva versión Philosophy of Science –Filosofía de la ciencia– 1999), y también como un filósofo generalista y creador de un sistema completo gracias a su monumental Treatise on Basic Philosophy en 8 volúmenes (1974-1989), en el que defiende concepciones sobre el materialismo y el humanismo. Ha publicado entre otras las siguientes obras: Dictionary of Philosophy (1999), The Sociology-Philosophy Connection (1991), Finding Philosophy in Social Science (1996), Social Science under Debate. A Philosophical Perspective (1998), Philosophy in Crisis: The Need for Reconstruction (2001), Scientific Realism: Selected Essays of Mario Bunge (edited by Martin Mahner (2001), Matter and Mind. A Philosophical Inquiry (2010), Evaluating Philosophies (2012) y Medical Philosophy (2013). La presente obra (Entre dos mundos. Memorias) consta de prefacio, catorce capítulos, bibliografía y un apéndice en que Marta Bunge presenta su experiencia de vida con él. He estado muy atento durante la lectura al itinerario filosófico, que, como en cada autor, reúne sus peculiaridades. Como sabemos, Mario Bunge es científico de formación, pero él sostiene que desde los dieciséis años filosofía y ciencia, ciencia y filosofía han ido de la mano entre sus intereses. Señala algunos de los libros que despertaron y alimentaron su amor a la filosofía: Problemas de la filosofía (B. Russell), Anti-Dühring y Dialéctica de la naturaleza (F. Engels), Materialismo y empiriocriticismo (Lenin, Vladímir Ilich Uliánov), su primera publicación filosófica (Introducción al estudio de los grandes pensadores, 1939), sus primeras clases como docente privado en que toma como libro de texto el Teeteto de Platón. Al regreso de una estancia en Sâo Paulo comienza a dedicar más tiempo a la filosofía que a la física, que según él tiene lugar cuando esboza “dos proyectos de largo aliento que me iban a ocupar de 1954 a 1970: causalidad, y fundamentos y filosofía de la física” (p. 115). Él mismo confiesa dejar la marginalidad en filosofía cuando en 1956 es invitado al Congreso Interamericano de Filosofía, que se celebraba en Santiago de Chile y Viña del Mar. Otro de los elementos muy destacables de estas memorias son sus numerosos viajes y cambios de escenario que hacen de el realmente un personaje nómada de la filosofía. Con detalle nos relata su primer viaje a Europa (134 ss.), su estancia en Austin (Texas) (155 ss.), la primera visita a España en 1966 (177-178). Precisamente en este año establece su residencia y lugar de trabajo en la Universidad McGill (Montreal). También nos habla posteriormente de las visitas a países asiáticos (338 ss.) y Oceanía (337). Todo esto nos manifiesta la magnitud de su figura y la proyección internacional de su pensamiento.

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Otro aspecto reseñable es su relación con el pensamiento español. Por un lado, las diversas visitas a nuestro país, que vienen detalladas en la obra. Por otro, la relación con algunos filósofos de nuestro suelo. Cita a Manuel Sacristán, Miguel Ángel Quintanilla, Manuel Garrido (+ 2015), Jesús Mosterín, José Manuel Sánchez Ron, entre otros. Son frecuentes en este trabajo algunas salidas de buen humor, que hacen agradable la lectura y que hablan de la envidiable salud mental de este anciano filósofo de 95 años. Durante su estancia en Dinamarca, nos habla de la comida en la Universidad y dice: “al mediodía la cafetería de los matemáticos ofrecía un smorgasbord delicioso. El plato fuerte de los restaurantes locales era un corte de carne ahogado en una sospechosa salsa marrón y acompañado por papas hervidas, al horno y fritas. ¿Cómo se explica que, con semejante dieta, los daneses produzcan la prole más linda del mundo?” (221). Llama poderosísimamente la atención su capacidad crítica. La obra está salpicada de alusiones críticas a grandes del pensamiento como M. Heidegger (205), L. Wittgenstein y E. Husserl (210), a la corriente estructuralista (211), al postmodernismo, al psicoanálisis, etc. Este carácter polémico ha exasperado en ocasiones a miembros de la comunidad filosófica, porque se ha leído en clave de altivez, superioridad o desprecio –cosa que puede ser dudosa– pero, independientemente de sus opiniones, con las cuales se puede estar o no de acuerdo, no cabe duda que su método y la solidez de su pensamiento deben estar fuera de toda sospecha. En la parte central de sus memorias aborda sus principales aportaciones en diversos ámbitos de la filosofía: en primer lugar, su materialismo sistémico (231 ss.), pero también su bio-filosofía (261 ss.), filosofía de la mente (281ss.), filosofía social (307 ss.), tecno-filosofía (347 ss.), su filosofía moral o “agatonismo” (347 ss.) y la filosofía de la medicina (362 ss.). No hay tema que no aborde: su familia, educación, sus amistades y relaciones, la religión (18 ss.), la relación con la intelectualidad católica (296 ss.)… Todo visto con una gran serenidad y la perspectiva que proporcionan los años. Un detalle a destacar es también las síntesis de su propio pensamiento dividido por áreas que nos ofrece. Para terminar podríamos aplicarle a Mario Bunge, como han hecho algunos autores, lo que Plutarco señalaba de Solón, el célebre legislador ateniense: “Envejeció poco a poco, y cada día aprendió algo nuevo”. Quienes lo hemos seguido en sus publicaciones sobre filosofía de la ciencia y epistemología en las últimas décadas lo sabemos, pero la simple lectura de sus Memorias nos hace reincidir en ello. Aconsejo vivamente su lectura porque a través de esta obra no solo nos acercamos a su persona, sino a un testigo de la filosofía de la ciencia, entre dos mundos (ciencia y filosofía, América del Sur y América del Norte, América y Europa, etc.) de los últimos setenta años. José Luis Guzón Nestar LEIBNIZ, Gottfried Wilhelm, Escritos de dinámica, traducción de Juan Arana y Marcelino Rodríguez, Madrid, Tecnos, 2014, 130 pp., ISBN 978-84-309-6365. Aparece la segunda edición (la primera fue de 1991) de esta selección de escritos de dinámica de Leibniz, creador del término y pionero de la disciplina. La conocida como polémica de las fuerzas vivas, que duró unos treinta años, es uno de los momentos clave del desarrollo de lo que d’Alembert definió en la Encyclopédie como ciencia de las potencias o causas motrices, es decir, de las fuerzas que ponen los cuerpos en movimiento.

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Es difícil ofrecer una imagen precisa y unívoca de los desarrollos de Leibniz sobre dinámica, porque más que tratarse de una construcción ya hecha, lo que encontramos en sus escritos es un inmenso esfuerzo racional (en el que no siempre cabe distinguir física de metafísica) por intentar comprender el movimiento de los cuerpos y, más concretamente, el problema del choque entre ellos (y por tanto el de la comunicación del movimiento entre los cuerpos). Ni siquiera el propio Leibniz encontró una expresión satisfactoria de sus ideas al respecto. Pero eso no significa que los esfuerzos de Leibniz, en un terreno aún cultivado sólo en parte, no hayan sido fructíferos. Su afán por buscar la verdad y su gran creatividad alimentaron una polémica que fue la que hizo posible la clarificación de los principios de la dinámica, al superar las limitaciones del sistema cartesiano, pero también las del de Newton. Al poner de manifiesto los límites de la mecánica cartesiana (que consistía básicamente en una física reduccionista en la que todo se explica por magnitud, figura y movimiento), ayudó a reenfocar la búsqueda racional de unos principios que condujesen a una mejor comprensión de los seres materiales. Leibniz aportó un matiz energicista a la noción de fuerza (el moderno concepto de energía cinética deriva directamente de su fuerza viva) y supo superar la especificación cuantitativa unidireccional a la que había quedado reducida la mecánica de los cartesianos. Las técnicas de cálculo de Leibniz son, por otra parte, elemento fundamental de los avances posteriores de los mecánicos ilustrados, como Lagrange y Laplace. Los textos que se ofrecen son: Breve demostración del memorable error de Descartes (1686), que da origen a la polémica; la crítica de Catelan a este escrito (1686); dos cartas de Leibniz en las que responde a las críticas de Catelan y Papin; el Ensayo de dinámica de 1692; el Espécimen de dinámica (cuya primera parte fue publicado en 1695, pero cuya segunda parte, a pesar de estar programada para el mismo año, no apareció hasta 1860); y finalmente otro Ensayo de dinámica que sería una formulación más bien tardía. El estudio introductorio y las notas que acompañan al texto (ambos de Juan Arana) guían con gran provecho la lectura de los textos que, sin lugar a dudas, constituyen un capítulo fundamental de la historia de la ciencia. Moisés Pérez Marcos RESCHER, Nicholas, A Journey through Philosophy in 101 Anecdotes, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 2015, 289 pp., ISBN 978-0-8229-6335-6. En esta obra, el conocido filósofo N. Rerscher se propone acercar al lector las grandes cuestiones filosóficas mediante 101 anécdotas tomadas no de las vidas de filósofos, sino de sus obras. No se trata tanto de presentar una compilación de paradojas o puzzles filosóficos, cuanto de, a partir de una orientación filosófica, ir entresacando anécdotas de las obras de los filósofos (o de otros relatos no estrictamente filosóficos) para poner sobre el tapete las grandes cuestiones filosóficas que las ilustran y los marcos intelectuales en los que han surgido. Las anécdotas abarcan distintas temáticas filosóficas (como se nos indica en una suerte de índice temático ubicado al principio de la obra): epistemología, ética y antropología filosófica, lógica y lenguaje, metafilosofía, metafísica, filosofía y religión, sociedad y política. Así, cualquiera puede saltarse el orden histórico para seleccionar sus anécdotas en función de un tema. En la primera parte, “Desde la antigüedad hasta el 500 d.c” nos encontramos la torre de Babel, los animales teólogos de Jenófanes, las carreras de Zenón, las mentiras

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de Epiménides, la batalla naval de Aristóteles, la verdad de Pilato, el barco de Teseo, el absurdo de Tertuliano, el tiempo de San Agustín. La segunda parte es “La Edad Media”, y en ella están el tablón de Avicena, el burro de Buridán, la jactancia del rey Alfonso, las vías de Santo Tomás, la doble verdad de Averroes y el Príncipe de Maquiavelo. En la tercera sección, “Modernidad temprana, 1500-1800” aparece el debate de Valladolid (con un par de pequeñas imprecisiones, dicho sea de paso), el trato de Fausto, el Leviatán de Hobbes, el genio maligno cartesiano, el sueño de Calderón, la apuesta de Pascal, la habitación cerrada de Locke, el molino de Leibniz, las cajas paradójicas de Aldrich, las abejas de Mandeville, el matiz de azul de Hume, la cosa en sí kantiana, el cielo estrellado kantiano, la paradoja de Condorcet, la realidad de Hegel, el fastidio de Schopenhauer. La cuarta parte, “El pasado reciente, 1800-1900”, contiene las epifanías de J.S. Mill, el mono de Darwin, el elefante de Saxe, la impaciencia de Spencer, el sol de Lord Kelvin, la dama del tigre, la ardilla de William James, los cooperadores de Kropotkin, el largo plazo de Nietzsche, la biblioteca de Lasswitz, la estrella de la mañana de Frege, los suicidas de Durkheim, la garra del mono, los neohombres de Wells, el mono de Borel, el rey de Francia y el pollo de Russell, la ilusión de Angell, la línea de costa de Richardson, el urinario de Duchamp, el atizador de Wittgenstein, los presupuestos de Collingwood y la omega de Teilhard. Finalmente, la parte 5 es “La era actual, de 1900 al presente”. En ella encontramos, entre otros, el sinsentido de Ayer, la falsedad de Popper, la amenaza de Boulding, los verbos y las excusas de Austin, el test de Turing, las manzanas de Urmson, el dilema del prisionero, el tranvía de Foot, la tierra gemela de Putnam, el doctor psicópata de Rescher, la habitación china de Searle, la pendiente de la curva de Bell y la demolición de Derrida. Cada una de esas “anécdotas” las expone Rescher con suma brevedad, pero no le falta espacio para hacer algún comentario explicativo o incluso crítico. Cada capítulo se cierra con una lista de las anécdotas relacionadas con la narrada, para ampliar el debate, y con una bibliografía selecta para continuar. Suma brevedad y concisión proporcionan una excelente instrumento para pensar, al cual aún podrían añadírsele la sierra y la “vetula” del Aquinate (de este se me ocurren varias anécdotas), el Adán de Ortega, la caja Brillo de Danto, la ínsula de Sancho, los delfines de Aristóteles, etc. Sixto J. Castro MIDGLEY, Mary, Are You an Illusion?, London and New York, Routledge, 2014, 167 pp., ISBN 978-1-84465-792-6. Hace ya unos cuantos años, el laureado premio Nobel, Francis Crick, escribió: “Tú, tus alegrías y preocupaciones, tus recuerdos y tus ambiciones, tu sentido de la identidad personal y tu libre albedrío, no son de hecho nada más que el comportamiento de un vasto ensamblaje de células nerviosas y de sus moléculas asociadas” (The Astonishing Hypothesis, p. 3). Lamentablemente no se trata de una idea aislada, sino que este tipo de sentencias son escritas y pronunciadas por cada vez un mayor número de personas. La idea de que el Yo es una ilusión se ha convertido en uno de esos dogmas que caracterizan el pensamiento naturalista de la época contemporánea. No es raro encontrar este tipo de afirmaciones a un nivel popular, o en algunos textos divulgativos. Pero es que tampoco es extraño ver que son defendidas tenazmente por personas estudiosas –científicos y filósofos– pertenecientes a algunos de los centros de investigación más prestigiosos del mundo. Para colmo, se pretende que la ilusión del yo es

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una verdad que de hecho enseñan, o se sigue de lo que enseñan, las ciencias naturales aplicadas al estudio del ser humano. ¿Estamos perdiendo el Yo? ¿Se sigue de lo que enseñan las ciencias que no existimos, que somos solamente una ilusión? ¿Tenemos que pronunciar un resignado amén ante el extraño fenómeno del yoicidio, ante la destrucción del alma? ¿Tenemos que aceptar este presunto dictamen de la ciencia frente al más elemental sentido común, según el cual claramente existimos? Mary Midgley aborda estas cuestiones en su último libro (hasta la fecha). Para ella la negación del yo no es un resultado de la ciencia, sino un mito del cientificismo. El gran error de esta ideología no es que valore mucho o tenga un gran aprecio por la ciencia, pues quizá nunca tengamos suficiente aprecio por ninguna de las ramas del saber, que es algo maravilloso. El error del cientificismo es que consiste en una imagen falsa de la ciencia: exalta la idea de la ciencia por sí misma y olvida que se trata de una actividad humana. No hay hechos dados en la ciencia, sino una trabajosa elaboración del conocimiento, sujeta a determinadas metas, propósitos, inclinaciones, preferencias, emociones, interpretaciones y decisiones. No se trata de devaluar el conocimiento científico, sino de reconocer lo que es: una parte más, entre otras igualmente legítimas, del conjunto del conocimiento humano. Cuando se reconoce la diferencia entre la ciencia y el cientificismo y se restaura la capacidad crítica que encierra el sentido común, se está en disposición de comprender que el intento materialista de explicación de lo mental no conduce sino a un callejón sin salida. De hecho, a duras penas se puede decir que una eliminación de lo mental sea propiamente una explicación de lo mental. Midgley critica también las explicaciones evolucionistas, no solamente de lo mental, sino de la realidad entera. El evolucionismo es insuficiente, porque no puede dar cuenta del surgimiento de la riqueza y variedad observables. Como su nombre indica, la selección natural es un mecanismo selectivo, pero que no da cuenta de la variedad, orden y riqueza de aquello que elige. Midgley defiende la necesidad de una vuelta a la variedad causal aristotélica, y de modo más concreto, la necesidad de reconocer la insustituible función de la teleología en la explicación del mundo natural. La negación del yo, del libre albedrío o del sentido de la vida no son un dato de la ciencia, sino un mito de una ideología errónea y peligrosa que además contraría lo que sabemos del mundo y de nosotros mismos. Quizá tiene sentido concebir un mundo sin Dios, pero ¿qué sentido podría tener concebir un mundo sin un yo? ¿Quién entonces concebiría ese mundo? ¿Qué podría significar que los seres humanos no son libres, cuando hasta los negadores de la libertad no hacen sino ejercitarla continuamente? ¿A qué clase de sociedad conduciría la convicción de que el ser humano no es libre, de que no es más que un animal sin nada que lo diferencia de otros? La ciencia y el sentido común, pero también las demás fuentes de conocimiento a las que tenemos acceso, nos enseñan que la realidad es bien diferente: el mundo es un lugar fascinante, donde una pluralidad de seres manifiestan una diversidad de comportamientos digna de estudio; comportamientos que responden no solamente a la satisfacción mecánica de unos intereses calculados por un ciego mecanismo evolutivo, sino a un derroche de energía y creatividad, a la búsqueda de una diversidad de propósitos difícilmente abarcable. Sin duda, la naturaleza tal y como la presenta la ciencia es mucho más rica e interesante de lo que pretende el naturalismo evolucionista. Dentro de esa naturaleza existe el ser humano, cuya diferencia con el resto de las criaturas solamente puede obviarse por un acto irresponsable de ceguera voluntaria. En definitiva, para Midgley hay una tercera vía entre los extremos del materialismo cientificista

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reduccionista y el dualismo: la vida. En el fenómeno de la vida el dualismo entre mente y cuerpo se unifica sin necesidad de acudir a reduccionismo de ninguna clase. Ante la perspectiva de no ser más que una ilusión, parece que algunos sienten una especie de regocijo incomprensible, emparentado con aquél otro que se siente al concebirse como un mono desnudo o como no siendo realmente libre. Naturalmente, puestos a elegir una ideología en función de los regocijos de cada uno, sentencias como la de Crick sobre lo ilusorio del yo son incontestables. Pero cuando de lo que se trata es de saber racionalmente, o de ofrecer la imagen del mundo que presenta la ciencia, conviene distinguir bien lo racional de lo ideológico. La característica de nuestra época no es que haya superado definitivamente los mitos para vivir científica y racionalmente, sino que ha convertido la ciencia en una mitología antirracional y antihumana. El libro de Midgley es una excelente, lúcida y sugestiva crítica a esa ideología cientificista que nos adoctrina desde innumerables púlpitos (desde el blog del divulgador hasta el anuncio televisivo, pasando por la cátedra del universitario). Moisés Pérez Marcos FERNÁNDEZ OCHOA, Luis Fernando, La forja del buen talante, obra del hombre, Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, 2013, 124 pp., ISBN 978-958-764-063-2. Esta pequeña obra nos presenta un aspecto central de la ética del recordado profesor de filosofía José Luis López Aranguren, fallecido en 1996. Su autor es Luis Fernando Fernández Ochoa, Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Pontificia de Salamanca y en la actualidad profesor de antropología filosófica y filosofía moral, así como Director (decano) de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín (Colombia). Ha publicado, entre otras obras: El impacto ético del egresado bolivariano y su impacto en el medio (1997), La desmoralización, problema de nuestro tiempo (2002), Cultura de la honestidad (2004), La serpiente hermeneuta. La responsabilidad del intelectual (2004), La mosca, el pez y el acróbata. Responsabilidad del intelectual (2004), Seres de la frontera. La responsabilidad del intelectual (2004). El libro consta de dos capítulos: el primero, La tarea ética: camino del talante al êthos, y el segundo, El êthos: apropiación de mi posibilidad fundamental. A lo largo del estudio se reflexiona sobre talantes individuales y colectivos con el fin de comprender que el término “talante” es una categoría apropiada para el análisis de la acción moral, de los fenómenos sociológico-culturales y del modo de ser o tono vital de cada hombre. En la primera parte se define el talante como la manera en que cada persona está abierta emocionalmente al mundo, lo siente y lo vive; el sentimiento radical y permanente de cada vida; la manera de enfrentarse a la realidad; el estado de ánimo profundo y fundamental en el que la persona consiste, que determina su carácter y colorea su mundo de percepciones, pensamientos y sentimientos. Luego se ofrecen orientaciones para la forja de un talante bien templado a la luz de una ética prudencial como la acuñada por Aristóteles y santo Tomás de Aquino. En la segunda parte se acomete un estudio del êthos como la apropiación que cada persona está llamada a hacer de sí misma. Aquí se da cuenta de las dimensiones personal y social de la moral y se expone la distinción, esbozada por Zubiri y desarrollada por Aranguren, entre moral como estructura y moral como contenido, para concluir en una reflexión sobre la felicidad como cuestión de apropiación íntima y realización del êthos.

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Cabe afirmar que el tema central de la concepción sociológica aranguniana, al ocuparse de las relaciones entre individuo y sociedad, es la acción social. Teoría de la acción preocupada por dilucidar las condiciones de posibilidad éticas, sociales y políticas, de un actor que, en momentos de crisis, cuando los sentidos y valores socioculturales son severamente cuestionados, solo cuenta con criterios propios para fundamentar su acción. La teoría de la acción aranguniana se preocupa por el conocimiento de sí a través de su formulación del “talante” y consta de tres movimientos. En un primer momento, la formulación misma del talante; en un segundo momento, abordar la constitución de la personalidad moral, que, depurando los sesgos negativos del talante, proporcionará a este un estilo propio, al que López Aranguren denomina “buen talante”. Un tercer paso, lo constituirá el establecimiento de las pautas para una satisfactoria vida social, que ayude a establecer los criterios éticos y sociopolíticos del actor, posibilitando que el “buen talante” pueda ser entendido como “estilo de vida“ Esta pequeña obra, que cuenta además con bibliografía y datos bio-bibliográficos del profesor Aranguren, bien la podemos considerar una buena aproximación e introducción al pensamiento del profesor abulense. José Luis Guzón Nestar SANGUINETI, Juan José, Neurociencia y filosofía del hombre, Madrid, Palabra, 2014, 396 pp., ISBN 978-84-9061-111-1. Las neurociencias gozan de un prestigio académico y social que a nadie pasa desapercibido. Desde un anuncio televisivo hasta un libro de divulgación científica, pasando por una conferencia universitaria, la neurociencia se nos presenta como una de las ciencias más populares. Se trata de una disciplina que tiene un interés especial, pues aplicada al estudio del sistema nervioso humano y reinterpretada en un contexto evolucionista (dentro del cual son frecuentes las comparaciones entre el ser humano y los otros animales), nos ofrece una nueva imagen del ser humano. Esta imagen pide para sí la legitimidad y la seguridad que caracterizan a los métodos empíricos de la ciencia natural. ¿Cuál es la imagen del hombre que nos presentan las neurociencias? Partiendo de la idea de que la investigación filosófica no solamente no queda excluida por los avances de la ciencia, sino que dichos avances la hacen más necesaria que nunca (neurociencia y filosofía del hombre son, ambas, válidas y complementarias), el profesor Sanguineti aborda en un primer capítulo la cuestión de las relaciones entre ciencia y filosofía. Ciencia, filosofía y conocimiento ordinario son tres modos de conocimiento válidos e irreductibles entre sí que presentan relaciones de complementariedad. En el segundo capítulo se ofrece una breve historia de las neurociencias, así como del pensamiento neurofilosófico (Eccles, Changeaux, Gazzaniga, los Churchland, Bennett y Hacker, Horgan, Noë, Fuchs y otros, como los representantes más eximios del movimiento antipsiquiátrico y del transhumanismo). El capítulo tercero aborda la cuestión de la estructura de la persona humana y su cuerpo. Se trata de la cuestión central del libro, y con razón, puesto que a la base de todo el pensamiento neurofilosófico lo que hay en juego es una determinada concepción del ser humano. El autor elabora la suya propia con intención de superar los reduccionismos y el monismo materialista, pero también el insatisfactorio dualismo cartesiano. Para ello utilizará conceptos de la tradición aristotélica y tomista, basándose también en la filosofía de Leonardo Polo. El quinto y último capítulo desarrolla un aspecto de la antropología

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filosófica del autor: la cuestión de la percepción, las sensaciones y los afectos sensoriales básicos. La propuesta de Sanguineti es muy digna de consideración, y muestra el poder explicativo que para la antropología filosófica y para la filosofía de la naturaleza hay en algunos conceptos aristotélico-tomistas. Algo valioso y a destacar es que tanto su antropología como su filosofía de la naturaleza no solamente no parten de una negación o desprecio del conocimiento que proporcionan las ciencias naturales, sino que se inspiran en ellas y pretenden ser, creemos que lográndolo, compatibles con ellas. Un buenísimo ejemplo de relación complementaria y fecunda entre ciencia y filosofía. Moisés Pérez Marcos BURGOS, Juan Manuel, La experiencia integral. Un método para el personalismo, Madrid, Biblioteca Palabra, 2015, 364 pp., ISBN 978-84-9061-309-2. Juan Manuel Burgos es un investigador y divulgador del personalismo, fundador y presidente de la Asociación Española de Personalismo. Son conocidos sus trabajos sobre J. Maritain, Mounier, Stein, Marías…, especialmente sobre la obra de K. Wojtyla. En este libro estudia minuciosamente la obra de Wojtyla Persona y acción, obra, que, como es bien sabido, es uno de los textos emblemáticos antropológicos de la filosofía del personalismo. El pensamiento personalista de K. Wojtyla se distingue de otras corrientes del personalismo, como el personalismo comunitario o el personalismo dialógico o fenomenológico. K. Wojtyla apuesta por un personalismo ontológico que rechaza las categorías aristotélicas de sustancia, accidentes, las causas, materia, forma, acto, potencia por no considerarlas aptas para el desarrollo de su antropología personalista. Por el contrario, la acción y el amor cobran primacía en la vida personal, sobre la actividad intelectual; y la persona tiene prioridad ontológica frente a la sociedad. K. Wojtyla no sigue la doctrina tradicional de la metafísica en la que “el obrar sigue al ser” sino, por el contrario, dice él: el obrar revela la persona. Es la acción la que revela la persona. J. M. Burgos trata de construir la metodología personalista de K. Wojtyla, lo que llama “la experiencia integral”, origen de todo saber: científico, filosófico. Y muestra cómo ese método personalista está integrado por elementos fenomenológicos y tomistas para conocer la realidad, pero sin identificarse propiamente con ninguno de esos elementos. Tal método se enmarca dentro de la propuesta de lo que llama, como he dicho, “personalismo ontológico moderno”. Su investigación comienza desde las primeras publicaciones de Wojtyla junto al P. Garrigou-Lagrange en la Universidad del Angelicum. Durante su formación sacerdotal en Roma recibió una formación solidamente tomista. J. M. Burgos continúa investigando el paso desde el tomismo al personalismo a través de la fenomenología, y cómo con ella descubrirá un modo de pensar más acorde con lo que va a ser su teoría, que le permitirá acceder al mundo subjetivo y experiencial Esto ocurrirá de manera más clara a su vuelta a Polonia con motivo del trabajo de su tesis doctoral en Filosofía sobre Max Scheler. Es este autor quien lo introducirá plenamente en el movimiento de la fenomenología. En contacto con ella advertirá la necesidad de estudiar profundamente lo que esa misma corriente filosófica apenas explicaba, esto es, la reivindicación del sujeto, de la subjetividad, de la autonomía, y, sobre todo, la visión profunda de la conciencia.

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J. M. Burgos presenta en primer lugar una exposición detallada de la metodología, tal como aparece en la obra Persona y acción de K. Wojtyla, para ir poco a poco, en capítulos posteriores, presentando la relación de su método con el método fenomenológico y la diferencia con la gnoseología tomista, para adentrase propiamente en la aportación de la obra de K. Wojtyla. La exposición que realiza J. M. Burgos sobre la teoría del conocimiento que expone Santo Tomás y su diferencia respecto a la de K. Wojtyla no puede ser más clara (pp. 133ss.). El libro se compone de seis capítulos y una introducción: “La experiencia integral”, “Experiencia integral y método fenomenológico”, “Experiencia integral y gnoseología tomista”, “Filosofía y experiencia: el segundo nivel de comprensión”, y “A modo de síntesis: el método de la experiencia integral”. Justino López Santamaría BEUCHOT, Mauricio, La hermenéutica y el ser humano, México, Paidós, 2015, 174 pp. ISBN 978-607-747-041-0. La presente obra constituye una aplicación de la Hermenéutica analógica desarrollada por Mauricio Beuchot a la antropología, partiendo del símbolo como un elemento privilegiado para la comprensión de lo humano, y de la analogía como una herramienta fundamental para comprender el carácter paradójico del hombre. Beuchot comienza por exponer, como suele ser costumbre en él, los fundamentos de la Hermenéutica analógica, desde los hitos fundamentales de la hermenéutica a la comprensión histórica de la analogía. Esta concepción la aplica al caso específico de la antropología, mediante el rastreo de las diversas concepciones analógicas que hay en los distintos autores que se han planteado el problema del hombre. Beuchot presta atención al estudio de las signaturas renacentistas, los signos tenues y discutibles de unas relaciones que pertenecen a la realidad, que muestran también una concepción analógica de lo real que, en cierto modo, según Beuchot, sigue presente en Nietzsche y Kierkegaard, a modo de una tensión dialéctica irresoluble. También los que se han denominado “tomistas trascendentales” participan de esta concepción de la analogía. Beuchot dedica también una sección a estudiar la alegoricidad a partir de la obra “Mundo simbólico” de Picinelli, y al análisis de las signaturas tal como las percibe Jacob Böhme y las consideran aún Foucault y Agamben. Asimismo, muestra algunas aplicaciones de la analogía en diversos autores de muy distintas procedencias filosóficas. Además, presta la atención al mito de la mano de Bachofen y Maritain para ofrecer una lectura analógica del mismo. Todos estos temas confluyen en un capítulo final en el que Beuchot explicita la tesis antropológica de que el hombre es diagrama del ser, con lo que se muestra la aplicación de la comprensión de manera fehaciente. Sixto J. Castro RIDAO, J. Mª., Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia, barbarie y civilización, Barcelona, RBA, 2013, 350 pp., ISBN 978-84-9006-595-2. La obra de José María Ridao Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia, barbarie y civilización reivindica el pensamiento del filósofo de Rotterdam para abordar algunos de los problemas de nuestro presente.

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José María Ridao, diplomático y escritor, licenciado en Derecho y Filología árabe, desde 2006 viene cultivando su carrera literaria mediante novelas y ensayos. Entre sus obras podemos destacar Contra la historia, La desilusión permanente, Elogio de la imperfección y Radicales libres. Si hay que hacer caso a aquello de que al menos hay tres modos de conocer (escuchar a los sabios y ancianos, leer y viajar) debemos constatar que al menos las dos últimas condiciones o modos de conocer los cumple sobradamente, pero sin embargo hay que afirmar que su obra es erudita, casi la de un polígrafo, expresión de un notable conocimiento de la historia en general y de la historia de las ideas en particular. El libro está estructurado en tres partes, con veintidós epígrafes o pequeños capítulos. Las dos primeras partes: “La paz sin excusa” y “La elección de la barbarie” se corresponden con sendas publicaciones que ya han visto la luz en 2004 y 2002. La tercera parte, o tercer ensayo (“Intelectuales, compromiso y traición“) cuenta con tres epígrafes (La pasión identitaria, El dilema de la inocencia y Compromiso y traición) que son nuevos. En la parte central del libro, los capítulos que llevan por título Variaciones sobre un nombre y La hora de Erasmo justifican el hilo argumental que recorre toda la obra cual hilo de Ariadna y que no es otro que la actualidad del pensamiento de Erasmo de Rotterdam en el presente, e incluso el título del mismo Apología de Erasmo. De todos es conocido que Erasmo tiene muchos rasgos de modernidad en su obra: su carácter independiente, la importancia del laicado, una decidida apuesta por el papel de la mujer en la sociedad, el diálogo, la tolerancia, la paz, etc. Pero por encima de estas buenas razones está la forma moderna, actual, de su abordaje. En este sentido, José María Ridao afirma que “Erasmo no es o no debería ser simplemente un nombre, sino un estímulo constante, puesto que su obra sigue sugiriendo argumentos estimulantes para enfrentar problemas contemporáneos, propios de una auténtica tradición de la tolerancia. Una tradición que no consistiría en una repetición mecánica de acontecimientos, sino en un actitud crítica, siempre atenta a indagar la relación entre determinadas tomas de posición políticas o ideológicas y el contexto en el que se producen, a desentrañar si con respecto a ese contexto aspiran a alcanzar la paz o a justificar de uno u otro modo la violencia y la guerra” (169). Muchas de las ideas de Erasmo fueron presa del olvido tras la introducción de su principal obra Elogio de la locura en el Índice por Paulo IV, en 1559. Sin embargo, su obra no ha permanecido en el ostracismo más riguroso para siempre. Ridao señala la importancia de la aparición de la obra de Marcel Bataillon Erasmo y España (1937) como punto de partida de la recuperación del autor del Elogio para la memoria colectiva de los europeos. La obra no tuvo solo repercusión en España, sino que por medio de ella “Erasmo era recuperado para Europa a través de su influencia en un país entonces periférico y que históricamente se caracterizó por abrazar sus ideas, primero, y perseguirlas con furor inquisitorial, después” (153). La razón no es superficial sino de hondo calado. Las obras literarias, y en buena medida las históricas, hasta bien entrado el siglo XVIII, se leían extemporáneamente, al margen de su contexto. Ya a fines del XVIII y comienzos del XIX se restablece el contexto. Por eso Marcel Bataillon pone el foco “en comprender los problemas frente a los que toman posición los escritores, la naturaleza de las opiniones que defendían, favorables o contrarias al poder político de la época y sus decisiones, y en definitiva

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permite distinguir entre quienes daban cobertura a la persecución y al fanatismo y quienes mantenían una abierta oposición” (155). Muy posteriormente, tres décadas después (1969), Bataillon publica un ensayo titulado Situación actual del mensaje erasmiano, en el que señala que ha llegado “la hora de Erasmo”. En un momento en que Europa comienza la Guerra Fría, nuevamente la mirada a Erasmo parece conjurar los problemas que se viven señalando los cauces para ello: la tolerancia y la paz. Ayer y hoy los argumentos de Erasmo siguen teniendo una rabiosa actualidad, pero desligados de la literalidad y yendo en su estudio a las razones profundas por las que fueron escritos. De esa manera, siempre desligándose de la literalidad y viéndolos como una denuncia de las coartadas ideológicas que se emplean en todo tiempo para empañar la paz y la libertad, la obra de Erasmo “ilumina un comportamiento constante, un abismo en el que siempre se precipita la humanidad y siempre por similares motivos” (172). Coincido plenamente en cuanto a su valoración con Julio L. Arroyo Vozmediano, que señala en la reseña realizada en Espacio, tiempo y forma 26 (2013) 291: “El valor fundamental del mismo es su capacidad para hacernos reflexionar sobre nuestro presente desde el relato del pasado y su mejor proyección el poder que pueda tener para congregarnos en una militancia crítica, consciente e informada contra ‘la insensata alabanza de unos cambios que apelando a la libertad anuncian cadenas’ (p. 284). En conclusión, invito a su lectura desde mi consideración de que se trata de un análisis imprescindible y fundamentado de nuestro tiempo”. José Luis Guzón Nestar

FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN

HÖSLE, Vittorio, God as Reason. Essays in Philosophical Theology, Notre Dame, In, University of Notre Dame Press, 2013, 407 pp., ISBN 978-0-268-03098-8. Esta obra se compone de una serie de artículos publicados por Vittorio Hösle, filósofo de la universidad de Notre Dame, en los que reivindica el carácter racional tanto de la filosofía como del cristianismo. Lo primero puede parecer claro, aunque el debate postmoderno hace que no lo sea tanto. Lo segundo parece deslegitimado en el ámbito contemporáneo y en parte el mismo cristianismo lo ha fomentado, sobre todo a partir del fideísmo protestante y su encarnación en Kierkegaard y la teología dialéctica, pero también en los católicos influidos por Heidegger. Hössle dedica una primera parte de este conjunto de ensayos a la teología filosófica, y en ella defiende que, a pesar de las tensiones que surgen al tratar temas como la libertad y la necesidad en Dios, la gracia, los milagros, etc., es posible interpretar el cristianismo sin abandonar el compromiso con Dios como razón. Para ello, es necesario reivindicar un concepto de razón que no sea el científico, un concepto más básico que este y en el que este mismo se apoya. Hösle se opone a las teologías negativas radicales que hacen a Dios

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ininteligible, influido, sobre todo, por Cusa, Leibniz y Hegel, como vemos a lo largo de estos escritos en los que se enfrenta a las críticas que se han hecho al racionalismo teológico. Para él, si se renuncia al racionalismo, se cae en el voluntarismo, encarnado sobre todo por Kierkegaard. Desde esta perspectiva que comprende que Hösle considere la doctrina de la potencia absoluta “uno de de los sucesos más peligrosos de la historia de la teología filosófica” (p. 8). Comprende que ha surgido del miedo a limitar a Dios, pero sostiene la tesis de que las verdades lógicas, la ley moral y quizá los eide y las leyes no anteceden a Dios, sino que son ellas mismas Dios (p. 9), siguiendo la tesis agustiniana y tomista de que Dios es idéntico a sus propiedades. Y hace esta afirmación, que puede sonar un tanto extraña si no se conceptúa bien, para evitar las aporías que surgen de considerar a Dios como persona. Hösle analiza también cómo Dios habría de crear el mejor de los mundos posibles aun cuando este no existiese, con lo que tendría que asumir el “liberum arbitrium indifferentiae”. Señala cómo el concepto de gracia no es incompatible con una teología racionalista y estudia el reto de la Trinidad, subrayando que muestra el compromiso entre subjetividad e intersubjetividad como uno de los principios básicos de la realidad (tríadas hegelianas, división de poderes). En esta misma línea, analiza las propuestas darwinistas, para mostrar que las críticas que ese sistema hace al argumento del diseño son todas anteriores a Darwin y que no hay nada en el darwinismo que excluya una interpretación teleológica del mundo, siguiendo la explicación del botánico amigo de Darwin Asa Gray. Hösle ubica las tesis de Darwin en un contexto más amplio, también influido por la visión teológica de Spinoza, de que Dios actúa solo mediante condiciones antecedentes y leyes generales. Examina también la actualidad del pensamiento teleológico a la luz de la Crítica del Juicio de Kant y los problemas que presenta la visión naturalista del mundo, con una agudeza extraordinaria. Otro de los temas de los que se ocupa es el problema del mal a partir de las soluciones propuestas por Leibniz, Hegel y Hans Jonas, sobre todo las de los dos primeros, con especial atención a la potencia de Leibniz, un autor por el que Hösle manifiesta clara admiración a lo largo del texto. Estudia asimismo la cuestión de la libertad humana, defendiendo una propuesta cercana a un determinismo no materialista leibniziano, para lo que desarrolla todo un estudio del múltiple significado del concepto de “razón” en los racionalistas y se enfrenta al intuicionismo y al perspectivismo (según el cual determinismo e indeterminismo son perspectivas mentales que valen en niveles diferentes, como es el caso de Kant). Esto lleva al análisis del problema de las relaciones mentecuerpo, que expone en forma de diálogo, para dejar la cuestión abierta. Dedica una capítulo a diferenciar religión, teología y filosofía, subrayando el papel que una aproximación racionalista ha mantenido en la tradición católica, frente al fideísmo protestante del siglo XX, y cómo los filósofos y las diversas filosofías han influido en la cuestión de la interpretación de la Biblia, especialmente del siglo XVIII en adelante, hasta llegar a Gadamer. Completa esta cuestión con algunas lecturas hermenéuticas de conceptos neotestamentarios, como pneuma en su relación con el concepto de Geist en el idealismo alemán. Analiza también la importancia contemporánea de algunos de los textos de la tradición cristiana racionalista, como el Cur Deus homo de S. Anselmo, insistiendo en la pluralidad de posturas filosóficas y teológicas que existen en el medievo frente a la imagen monolítica arrojada por la neoescolástica. Entre ellas destaca el esfuerzo racional de San Anselmo. Presta atención también a los diálogos interreligiosos escritos por Pedro Abelardo, Raimundo Lulio, Nicolás de Cusa y Jean Bodino, que son ejemplo de cómo la razón puede mediar como árbitro. Centrándose en el Cusano, Hösle presenta su tesis de que la modernidad es hija

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legítima del cristianismo, tal como ejemplifica esa última figura medieval y primera moderna que es el de Cusa. Desde la perspectiva racionalista que domina el libro, Hösle no puede dejar de lanzar una crítica al irracionalismo kierkegaardiano, voluntarista, subjetivista, y más cercano al AT que al NT. La obra se cierra con un comentario a “una edad secular” de Charles Taylor. Una obra densa, profunda, reivindicativa, maravillosamente documentada y que defiende por medio de innumerables estrategias y argumentaciones lo que anuncia en el título: el carácter racional de Dios. Sixto J. Castro RE MANNING, Russell, The Oxford Handbook of Natural Theology, Oxford, Oxford University Press, 2013, 632 pp., ISBN 978-0-19-955693-9. En esta obra participa un gran número de autores, entre los que se encuentran algunos de los nombres más representativos de la contemporánea filosofía de la religión, sobre todo del ámbito anglosajón. Este manual trata de abarcar todos los flancos que pueden comprenderse bajo ese término, un tanto ambiguo, de “teología natural”. Los distintos capítulos de la obra tratan de mostrar, en su conjunto, qué ha significado la teología natural en la historia de las ideas, incluyendo su papel en el desarrollo de la ciencia moderna y en la teología contemporánea. Asimismo, muestran las diversas cuestiones filosóficas que impactan en este campo, desde los tradicionales argumentos para la existencia de Dios hasta otra serie de temas de diversas ramas de la filosofía que inciden en el asunto. También se analiza el impacto que ciertas teorías científicas o derivadas de los datos científicos tienen para la teología natural (como la evolución, el ajuste fino, etc.) y, de modo singular, se presta atención a las relaciones existentes entre teología y artes como un espacio particular de estudio para la teología natural. Todos estos asuntos se presentan desde diversas perspectivas para mostrar que la historia habitual y casi canónica de que la teología natural tuvo su momento, pero fue efectivamente barrida del panorama intelectual por diversas corrientes, tanto desde la ciencia y la filosofía como desde la teología misma, es complemente inadecuada. De hecho, después de todas esas supuestas demoliciones, la teología natural ha encontrado argumentos nuevos y, de hecho, goza de una excelente salud en nuestra época. La obra está dividida en 5 partes. La primera, “Perspectivas históricas”, hace, en siete capítulos, ordenados cronológicamente, un recorrido por los hitos fundamentales de la teología natural, desde el mundo griego hasta el siglo XX, incluyendo un examen del puesto de la teología natural en la Biblia. La segunda parte, “Perspectivas teológicas” muestra cómo se ha entendido la teología natural en las distintas tradiciones religiosas (judaísmo, islam, catolicismo, protestantismo –sobre todo en la obra de los calvinistas y la recuperación que en estos se ha dado contemporáneamente de la teología natural–, iglesia ortodoxa y mundo oriental), así como las críticas teológicas a la misma idea de teología natural (con la referencia ineludible al debate BrunnerBarth, que, de un modo u otro, está presente en buena parte de los capítulos de esta obra). La tercera parte se centra en las perspectivas filosóficas, y en ella se aborda la cuestión desde distintas corrientes de filosofía (analítica, continental, filosofía del proceso, postmodernidad, feminismo), se tratan algunas cuestiones fundamentales (moralidad, diseño, experiencia religiosa) y se ofrece una serie de críticas filosóficas a la teología natural. La cuarta parte se centra en las perspectivas científicas. Se aborda la cuestión desde las distintas ciencias (biología, física, química, matemáticas, ecolo-

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gía, ciencias de la mente, sociología) y se exponen las críticas que desde ellas se hacen a la teología natural. Finalmente, la quinta parte, se centra en la cuestión de las artes, a saber, la relación entre el mundo de la estética, la imaginación, la literatura, la música, el cine y la teología natural. Si bien todo el volumen es sumamente interesante, esta última parte ofrece algunas perspectivas muy novedosas. Sixto J. Castro SANTAYANA, George, Pequeños ensayos sobre religión, traducción y presentación de José Beltrán y Daniel Moreno, Madrid, Trotta, 2015, 109 pp., ISBN 978-84-9879-606-3. José Beltrán y Daniel Moreno llevan tiempo a cargo de la encomiable tarea de poner a disposición del público hispanoparlante las obras de Santayana, autor de origen español que, gracias a ellos, vuelve a suscitar un gran interés por estos pagos. La obra que ahora han traducido es, como ellos mismos nos indican, la segunda parte (21 textos) de un texto, editado por Logan Pearsall Smith en 1920 con la colaboración del mismo Santayana, formado por elementos extraídos de los escritos del madrileño, que constituyen 114 fragmentos organizados en 5 partes: 1) Sobre la naturaleza; 2) Sobre religión; 3) Sobre arte y poesía; 4) Sobre poetas y filósofos; 5) Sobre materialismo y moral. Los “Pequeños ensayos sobre religión” corresponden a esa segunda parte. En ellos, como en otros escritos densos sobre religión, Santayana subraya el valor simbólico y poético de la religión, no su valor veritativo, que es el que tenían en mente los positivistas cuando la atacaban. Santayana abraza el valor mítico de la religión y reniega de su aspecto mágico-supersticioso. Reivindica el valor de las religiones determinadas frente a las supuestas religiones “naturales”, que no son más que vestigios de otras creencias sobre las que se construyen. Las religiones, para él, son productos del genio humano, una suerte de poesía que embellece la existencia, alejada de las cuestiones de hecho y reducida a la expresión del ideal, a un mundo de mitos y símbolos. El filósofo de Harvard se detiene en su discurso también en reflexiones sobre el anticristianismo del Renacimiento cristiano, si puede hablarse así, el papel de la “evidencia del corazón” en el ámbito religioso y el rol de la imaginación moral en la conversión de lo histórico en religioso. La visión de Santayana es, pues, extraordinariamente peculiar. Considera que el cristianismo es poesía, pero eso no reduce un ápice su valor, como podrían concluir otros filósofos. Al contrario, lo eleva, en contra de lo que podrían pensar los religiosos, para los que los relatos cristianos son más que mitos y refieren a realidades. Todo es una construcción del corazón, y desde esta perspectiva critica al protestantismo por no ser cristiano, sino un talante teutón que tiene poco que ver con el evangelio. (p. 68), en un texto delicioso. En ocasiones se permite, incluso, disentir de sí mismo y hacer una defensa del amor platónico y de sus resonancias religiosas (pp. 94-95) que sorprende en su manera de abordar el asunto: “nosotros, y el universo entero, existimos solo por el apasionado intento de retornar a la perfección, por la necesidad radical de perdernos de nuevo en Dios” (p. 95). El libro se cierra con una exposición de la génesis de la obra original, expuesta por los editores españoles, a lo que nunca se agradecerá suficientemente la labor de recuperación de esta figura. Sixto J. Castro

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Jorge ORDEIG, El Dios de la alegría y el problema del dolor, Madrid, Rialp, 2015, 124 pp. ISBN 978-84-321-4579-7. Libro de pequeñas proporciones y bella presentación. Ha sido confeccionado por un autor de formación excelente para saber bien de qué se habla y de cómo procede situarse ante cuestiones vitales que, a veces, por su trascendencia, resultan incluso inasequibles al limitado ingenio humano. El autor es ingeniero de telecomunicaciones, doctor en Filosofía, y sacerdote de mente muy lúcida (en cuanto al aprecio de la verdad) y de vida pastoral acreditada por largos años de servicio en el ministerio. Dados esos precedentes, se recomienda al posible lector (sea creyente firme y piadoso, sea tibio en sus vivencias, o sea indiferente y reticente a perspectivas de trascendencias) que no se deje engañar por la aparente sencillez de la composición del librito, y lo desprecie, pues, paradójicamente, este estilo de obra requiere amplia cultura para que el sujeto pensante se equilibre en un centro equidistante de la audaz soberbia en la búsqueda de evidencias de la verdad y la pusilanimidad en el modo de afrontar cuestiones radicales que imponen el recurso a lo Divino para sobrellevar la dureza del dolor y del sufrimiento. En el conjunto del libro, y en cada uno de sus fragmentos, esta pequeña obra pone en tensión la omnímoda sabiduría y poder de Dios, que siempre y únicamente es hacedor del bien, y la escandalosa y misteriosa presencia del dolor y del mal tanto físico (o de la naturaleza) como moral o de la conciencia libre y responsable del ser humano. El libro tiene dos partes: una sobre las causas del dolor (el problema en sí y las aproximaciones en el plano físico y moral, pp. 13-80) y otra, muy atrevida, sobre “el cara a cara frente al dolor” (pp. 81-116). Sería deseable que fueran muchos los lectores que reflexionaran sinceramente sobre esas páginas. La luz del misterio y de la realidad podría ayudarles en la vivencia de fe y en la aceptación de las limitaciones de todo lo creado. Cándido Aniz Iriarte

ESTÉTICA

LESSING, Gotthold Ephraim, Laocoonte o sobre los límites de la pintura y la escultura, traducción de Sixto J. Castro, México, Herder, 2014, 233 pp., ISBN: 978-84-254-3265-1. El libro es un clásico sobre el arte y representa una de las obras capitales de la Historia de las Ideas estéticas de Occidente. Ha sido un hontanar fecundo para todos los que desde entonces han hablado de poesía, pintura o escultura. El hecho claro de la aparición de esta obra en español, publicada en el año 2014 por la editorial Herder –la penúltima aparecida– así lo atestigua.

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El grupo escultórico de “Laocoonte y sus hijos” es una de las obras más representativas del arte escultórico helenístico. Plinio el Viejo dice que es superior a todas las demás. La escultura manifiesta la cólera de los dioses y los castigos crueles que pueden dar a los mortales. En el grupo escultórico en concreto, según los mitos griegos, Laocoonte, sacerdote troyano de Apolo, recibe el castigo de dos gigantescas serpientes de mar enviadas por los dioses por exhortar a sus conciudadanos a no aceptar el enorme caballo de madera, regalo de los griegos, pronunciando por ello la famosa frase: “desconfío de los griegos, incluso cuando traen regalos”. El relato ha sido transmitido solo por Virgilio en la Eneida (canto II). Muchos pensadores, desde el descubrimiento del grupo escultórico en el año 1506, obra de escultores rodios Agesandro, Polidoro y Atenodoro, han hecho estudios y ensayos sobre él: J. J. Winckelmann, J. W. Goethe, Baumgarten, Herder, Novalis, Schopenhauer, Spence, Caylus… De manera que a Lessing el grupo escultórico, que actualmente se conserva en el Museo Vaticano, le sirve propiamente de excusa para discutir y entrar en debate sobre cuestiones importantes de estética con los pensadores antiguos y los de su época. Lessing, desde el capítulo I, comienza su reflexión apoyado en la lectura de la obra de J. J. Winckelmann Sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura (1755), en la que dice: “así como las profundidades del mar siempre permanecen en calma y no importa cuánto pueda estremecerse la superficie, así la expresión en las figuras de los griegos, bajo cualquier pasión, muestra un alma grande y sosegada“; sin embargo, no está de acuerdo con su manera de expresar el grito de dolor como hace el Laocoonte de Virgilio. Lessing trata de desmitificar la moderación serena del dolor a la que alude Winckelmann. Las diferencias estéticas entre los dos parecen insalvables. Entre los antiguos la belleza era la ley más alta de las artes plásticas (p. 26). Por esta razón el escultor no podía expresar en el Laocoonte el dolor, el grito y el sufrimiento. El artista tenía que resolver este drama sin utilizar los recursos de la poesía. Ya desde el Prólogo, para subrayar los límites de la poesía con la pintura, que defiende, diferencia los puntos de vista del aficionado, del filósofo y del crítico. Son modos distintos de acercarse a la poesía y la pintura. Cada uno de ellos tiene un método diferente. Es imposible que entre ellos haya coincidencia, no por falta de buena voluntad, sino por incapacidad de ponerse en lugar del otro. Lessing atiende más al crítico, que es el que no generaliza y que se atiene a cada caso particular, aunque anota irónicamente: “por cada crítico siempre ha habido cincuenta ingeniosos”. En el estudio que Lessing hace sobre el grupo escultórico traza los límites de las artes y de la poesía con ejemplos escogidos con los más sólidos argumentos, con ironías finas, y trata de probar hasta qué punto llega la superioridad de la poesía sobre la pintura y la escultura. La identificación de poesía y pintura, como quieren hacer algunos de su tiempo, especialmente Spence, va en menoscabo de ambas. En efecto, la pintura, como las artes plásticas, por su propia naturaleza usa el espacio. Puede definirse en general “como el arte de imitar la figura en una superficie, pero la sabiduría griega le asignó límites muchos más angostos y la confinó solamente a la imitación de cuerpos bellos” (p. 23). Claro que las artes plásticas tienen medios diferentes a los de la poesía, como son los colores, las figuras, los escorzos, que se mueven en el espacio; aquella usa vocablos, sonidos que se mueven en el tiempo (p. 125). Las ventajas y desventajas de una y otra son claras. La pintura no puede revelar más que lo visible, y lo

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visible de una única manera; la poesía ofrece lo invisible, y esta invisibilidad permite a la imaginación magnificar la escena, como en el caso cuando los dioses, divididos sobre el destino de los troyanos, por fin llegan a las manos. Toda su lucha sucede según el poeta Homero de manera invisible. Homero se ocupaba de las dos especies, de seres y acciones: los visibles y los invisibles. La pintura no puede representar esta diferencia, tendrá que acomodarse a la escena visible; sin embargo, el poeta permite a la imaginación magnificar la escena y su juego libre. El ejemplo, como dice un poco después, es cómo Homero hace a sus héroes el doble de fuertes que los hombres más fuertes de su época. Los ejemplos que Lessing pone (pp. 110-114) son significativos. Los cuerpos con sus propiedades visibles son objeto de la pintura. Las acciones son el objeto propio de la poesía. Lessing a continuación dice: todos los cuerpos existen no solo en el espacio, sino también el tiempo. Pueden tomar una apariencia distinta o estar en otra combinación. En consecuencia, la pintura también puede imitar acciones, pero –aquilata– solo indirectamente por medio del cuerpo (p. 125.). La obra está llena de digresiones muy propias de un especialista el arte, de ahí que encontremos en esta obra observaciones cómicas sobre el asco y “otras pasiones desagradables del alma” análogas al asco, como la fealdad de las formas. “Lo que llamamos horrendo no es más que lo terrible repugnante”, como se ve en los capítulos XXIV y XXV. La erudición de Lessing es sorprendente por sus abundantes notas, citas. Por medio de ellas dialoga, como erudito pensador, con autores griegos y latinos. Eso es lo que llama la atención del trabajo conspicuo, pero duro y dificultoso del traductor, Sixto J. Castro, que ha sido fiel al original y, sobre todo, a las fuentes que propone Lessing en esta obra. Justino López Santamaría LESSING, Gotthold Ephraim, Laocoonte, edición de Antonio Molina Flores, traducción y notas de Eustaquio Barjau, Madrid, Tecnos, 2015, 240 pp. ISBN 97-84-309-6532-8. Aparece de nuevo, ahora en la colección Neometróplis, la espléndida traducción de Eustaquio Barjau de esta obra de Lessing, que la editorial Tecnos había publicado en la colección Metrópolis allá por 1990. Viene ahora precedida de una excelente introducción de Antonio Molina Flores, en la que el profesor de Sevilla nos ubica en la temática que trata de afrontar Lessing en esta magna obra, a saber, las posibilidades y los límites respectivos de pintura y poesía. Molina estudia la concepción que Lessing presenta frente a la dominante de Winckelmann, así como el papel que Lessing desempeña en el ascenso de la categoría de lo sublime, sin olvidar mencionar los avatares intelectuales, historiográficos e incluso físicos de la célebre escultura en mármol. Molina hace referencia también a la relación entre arte, belleza y fealdad, tal como aparece en esta obra, todo ello vinculado al decurso vital de Lessing. Junto a esta interesante introducción, se ha añadido al final de la obra un índice de nombres y de conceptos. El único pero que habría que poner a esta edición es que hubiera sido la ocasión excelente para revisar los pequeños errores que hay en la traducción, por otro lado excelente, de Barjau. Pequeños despistes, algún párrafo omitido y cosas por el estilo cuya fácil corrección hubiesen hecho de esta versión una propuesta aún mejor, si cabe. Sixto J. Castro

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FILOSOFÍA DE LA MATEMÁTICA

CORRY, Leo, A Brief History of Numbers, Oxford, Oxford University Press, 2015, pp. xiii+309 pp., ISBN 978-0-19-870259-7. Vivimos inmersos en un universo de artefactos, convertidos en el fondo en un artefacto más: pendientes del ordenador, del móvil, la tableta… Unos artefactos a los que subyace un mundo especial, un mundo de algoritmos; un mundo, en el fondo, de números. Un mundo que se muestra, en general, como un desconocido y que a pesar del manejo de esos artefactos, nos señala a todos como analfabetos numéricos, desconocedores de los elementos más elementales de dicho universo. Y, sin embargo, para algunos, es un mundo realmente atractivo, lleno de sorpresas y con una belleza interna inagotable. Entre otros, para Leo Corry, quien ha escrito una fascinante historia de los números. Fascinante por su estilo narrativo, por la manera de acercar ese mundo de los números al lector. Pero no en forma de cuento, porque es un libro de historia y con mayúscula, no simple cronología. La idea que se tiene hoy del sistema de números y que supone una escala cada vez más amplia que va desde los naturales a los enteros, de estos a los racionales, a los reales, a los irracionales, es una idea sistematizadora que se plasma en los inicios del siglo XX, pero que nada tiene que ver con el proceso histórico en el que han ido surgiendo cada una de esas clases numéricas. Un proceso de formación de los distintos números, pero también del propio concepto de número, de sus funciones o papeles que no se han dado de una vez y para siempre, sino que ha sido un proceso realmente complejo, nada lineal ni sistemático. A desentrañar y contar este proceso tan complejo es a lo que se dedica Leo Corry y lo hace como historiador. Preciso el término: al escribir acerca de la Matemática, de su proceso, lo que importa a algunos matemáticos o científicos no es el proceso en sí en su momento contextual, sino ver ese momento desde la perspectiva actual, desde la matemática tal como hoy se tiene. En todo caso, se admite que es un proceso lineal que conduce inexorablemente a este estado. Es la historia al estilo Bourbaki, por ejemplo. Es la que algún historiador de la Matemática ha realizado al traducir textos de los matemáticos griegos como, en particular, los Elementos de Euclides. Una traducción y lectura que se ha denominado “álgebra geométrica” mantenida por la historiografía hasta nuestros días y que tiene en Heath, en su monumental traducción, un ejemplo notable. Se atribuye a los matemáticos griegos un pensamiento, unas técnicas, unas posibles notaciones que son precisamente las nuestras, no las suyas. Hace años un historiador como Sabetai Unguru alzó la voz contra este tipo de interpretación que consideraba descontextualizada, exponiendo la necesidad de reescribir la Matemática griega. Leo Corry sigue en este libro la línea señalada por Unguru y “reescribe” la matemática griega en términos no de geometría algebraica, sino en términos de razones, de proporciones. Intenta hacer, por ello, historia de historiador, no de matemático que contempla el pasado desde la ventana del presente. Es lo que lleva a cabo con la lectura en el momento griego, pero también cuando pasa a narrar los números en la tradición medieval entre los árabes, en la Europa de

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los siglos XII al XVI, en los trabajos de Descartes o Newton, en los primeros años del siglo XIX. Con lo cual, y a la vez, Leo Corry nos está mostrando cómo la propia noción de número ha ido cambiando con el tiempo, cómo han existido diferentes usos de esa noción, cómo se han interpenetrado esos usos con otras ramas del Hacer matemático en sus distintos momentos históricos. Hay que destacar que Leo Corry dedica atención especial al concepto de número que se forja desde finales del siglo XIX hasta la creación cantoriana. De los 12 Capítulos de carácter histórico, tres se centran en este período, con especial detalle en Dedekind, Peano, Frege y, por supuesto, con el problema del infinito en la creación de Cantor. El libro lo inicia Corry, Capítulo 1, con una visión del sistema de los números exponiendo la cadena ascendente que antes indiqué, a los que agrega los números cardinales y ordinales. Culmina la obra con un Epílogo, Capítulo 13, en el que esquematiza la visión del número aportada en su perspectiva histórica. Para ayuda del lector Leo Corry agrega referencias y, sobre todo, sugerencias para una lectura posterior sobre el tema sobre el cual hay, es imprescindible decirlo, una muy amplia bibliografía. Como siempre, los libros editados por Oxford University Press se acompañan de índices como los de autores citados y de materias. Indiqué que es un libro fascinante por su estilo, por su contenido. Sería deseable una pronta traducción al castellano que ayude a su divulgación en un ambiente que necesita de este tipo de libros para llegar a ser algo menos a-numéricos. Javier de Lorenzo HIGHAM Nicholas J. (ed.), The Princeton Companion to Applied Mathematics, Princeton, Princeton University Press 2015, xvii+994 pp., ISBN 978-0-691-150390. El saber humano se ha escindido, desde sus orígenes, en diferentes disciplinas. Un saber que tuvo en esos orígenes una finalidad práctica o, en otros términos, se trataba de saberes aplicados. Así, uno de esos primeros saberes, la Medicina, carece de sentido en sí porque se origina y desarrolla con un objetivo muy concreto: sanar, curar; el médico no tiene sentido sin el enfermo. Por ello la Medicina carece del calificativo de “aplicada” porque es, en esencia, aplicada. Otros saberes como la Astronomía de posición surgieron con el mismo objetivo que la Medicina: en este caso elaborar efemérides, calendarios para organizar la vida social por la datación de las estaciones, de las festividades… Inmediatamente sirvió para la elaboración de las cartas astrales con la predicción de lo que pudiera ocurrir a jerarquías, sacerdotes, acciones militares… y posteriormente para la determinación de la longitud en alta mar y establecer la derrota de los barcos junto al rumbo dado por la brújula. De entre los primeros saberes que la especie humana fue construyendo, la Matemática tiene, en sus orígenes, el mismo papel práctico que los demás. Sirve para pesar, medir, contar; es decir, es un instrumento esencial para la vida de la sociedad. Es con saberes matemáticos como se diseña un edificio, un templo, un palacio, una urbe; como se cuentan los rebaños o los sacos de trigo que hay que almacenar y también como llevan sus cuentas los comerciantes; como se reparte una herencia… Sin embargo es una disciplina que toma un carácter radicalmente diferente desde el mundo griego, desde Tales en concreto: se convierte en una disciplina demostra-

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tiva; es decir, abandona el carácter aplicado que se apoya en reglas, en recetas, en casos concretos. Ahora, a partir de unos principios y sin más instrumento que la razón, la Matemática no solo se organiza como disciplina deductiva sino que puede dar conocimiento: puestas estas cosas, se siguen estas… La Matemática en Grecia, con los pitagóricos y con Platón y la Academia se transforma en una disciplina “pura” que hay que conocer en sí y no, precisamente, por sus posibles aplicaciones. Se produce una auténtica inversión en los papeles epistemológicos, porque desde ese saber puro se pueden lograr conocimientos que no se pueden obtener de otra manera. Basta aplicar el saber matemático y, con dos simples medidas, se llega a calcular el diámetro terrestre, imposible de medir en sí, de modo práctico. Constituye una revolución en el plano epistémico y el Hacer matemático se convierte en modelo a seguir, a imitar en los procesos del razonamiento pero también en los procesos epistémicos. No sin dificultades, como se refleja en la reacción de una figura como la de Aristóteles, que sitúa al Hacer matemático como una ciencia mixta, ni pura ni simplemente técnica al modo de los artesanos. Modelo del razonar desde los siglos XVI, XVII, pero también conocimiento que se ha de realizar “por el honor del espíritu humano”, el Hacer matemático presenta dos caras desde esos siglos: la de un saber puro, un saber por el saber en sí; la de un saber cuya esencia es la aplicación a otras ciencias. Quienes sostienen la primera postura no niegan la segunda, simplemente la marginan convencidos de que tarde o temprano ese saber puro encontrará su aplicación correspondiente. Una cara que dejan para el ingeniero. De hecho, muchas de las innovaciones en la Física, en las Ciencias en general, se han logrado manejando conceptos e instrumentos matemáticos ya construidos con bastante antelación y sin tener presentes para nada sus posibles aplicaciones. Una de esas dos caras, la segunda, se va a denominar Matemática aplicada. Con una dificultad para su demarcación: toda la Matemática es, en principio, aplicable para resolver problemas del mundo real. De aquí que sea preferible aceptar la caracterización propuesta por Bonnor en 1962: “es una actividad, una actitud del espíritu, más que un cuerpo de conocimientos”. Y es con este enfoque con el cual Nicholas J. Higham ha realizado como editor la obra Matemáticas Aplicadas como un libro más de los Companion de Princeton. La obra se divide en 8 partes en las cuales se explican los conceptos clave como asíntota, caos y ergodicidad, leyes de conservación, tensor… Se da cuenta en la Parte III de las ecuaciones, leyes y funciones que se estiman más importantes, como las de Dirac, Einstein, Maxwell, de onda… Se explicitan áreas calificadas de aplicadas como el Análisis complejo, las ecuaciones diferenciales ordinarias y parciales, la dinámica de fluidos, la ciencia de la computación… A la Modelización se la dedica una parte completa, la V, porque se la admite como una de las fases esenciales del proceso de aplicación. La Parte VI se dedica a ejemplos mientras que la VII explora algunas áreas de aplicación como Economía, Neurociencia, los Sistemas biológicos… Termina el libro esbozando unas Perspectivas finales en las cuales se intenta explicitar, por ejemplo, cómo se debe leer y escribir un texto de matemática aplicada, cómo se ve la Matemática en los medios de comunicación y se hacen comentarios sobre algunas series y programas televisivos… Esa última parte es, desde mi punto de vista, lo más flojo de la obra en la cual lo más importante son los cerca de 200 apartados escritos por diferentes expertos con relativa claridad. Relativa en el sentido de que exige del lector una cierta familiaridad

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con el lenguaje matemático. En el libro se incluyen más de 190 figuras y diagramas destacando 16 páginas en color. Culmina con un índice de 31 páginas. Muy bien editada, es obra de gran riqueza conceptual que puede ser un magnífico instrumento de consulta tanto para profesores como alumnos, y no únicamente de los dedicados a la Matemática aplicada. En cualquier caso, un buen libro de referencia que debe encontrarse en toda buena biblioteca. Javier de Lorenzo

VARIA

Jesús GARCÍA ROJO (ed.), Teresa de Jesús. V Centenario de su nacimiento. Historia, Literatura y Pensamiento. Actas del Congreso Internacional Teresiano. Universidad Pontificia de Salamanca (22 a 24 de octubre de 2014), Salamanca, Diputación de Salamanca, 2015, 405 pp., ISBN 9978-84-7797-477-2. Durante el año 2015, fecha conmemorativa del nacimiento de Santa Teresa de Jesús (1515-1582), han sido incontables los acontecimientos culturales, espirituales, literarios, etc., que se han producido. Fueron tantos que desbordaron incluso las previsiones. Santa Teresa ha estado en exposición casi permanente durante doce meses con su humanismo castellano, su mística de unión con Cristo, su psicología de amor desbordante, sus versos sublimes y su sencillez realista en el vivir cotidiano. El cultivo eminente de ese conjunto de dones y valores se exteriorizó en forma privilegiada en algunos lugares, poblaciones y centros culturales-religiosos, sobre todo en Ávila, Salamanca y Alba de Tormes, convertidos en lugar de peregrinación, de memoria histórica y de actualización de su espíritu integral. En ese contexto, el libro que se reseña en esta revista no es glosa al conjunto de celebraciones, sino edición (patrocinada por la Diputación provincial de Salamanca en 2015) de un conjunto de trabajos elaborados en 2014 a modo de introducción general a la gran fiesta cultural teresiana del 2015, desde perspectivas humanistas y religiosas que rezuman aromas de la Universidad Pontificia de Salamanca, de su cuerpo de directores y maestros, y de algunos especialistas a ella afectos que acudieron y llenaron fervorosamente las sesiones del Congreso celebrado en las Aulas Universitarias Pontificias del 22 al 24 de octubre. En esta reseña humilde, ante la imposibilidad de descender a detalles y a novedades que esos múltiples textos pudieran suponer para los lectores, la aportación de la Revista al V Centenario se limita ahora a divulgar el esquema de conjunto del volumen que, como ya se ha indicado en el título anunciador, estuvo compuesto por tres partes y secciones: la Histórica, la de Literatura, y la de Pensamiento, a las que en el texto se agregan la Conferencia de clausura (pp. 361-386) y los resúmenes de las comunicaciones (pp. 387-403) leídas en el Congreso. Como orientación al posible lector, se le ofrecen, pues, seguidamente los titulares de los trabajos de las tres secciones.

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1)

De la sección de Historia, seis trabajos: Tipos y temas en la iconografía teresiana (M. J. Pinilla); Teresa de Jesús y los libros (Jodi Bilinkof); La perseverancia económica de santa Teresa (J. A. Álvarez); Teresa de Jesús y Gracián (J. L. Rodríguez); Santa Teresa, historia de los sentimientos (Teófanes Egido); Primera fundación de carmelitas descalzas en México (C. I. Ramírez).

2)

De la sección de Literatura, siete trabajos: Eficacia de la escritura sin ornatos (Rosa Navarro); Semántica disidente de T. de Jesús (Alison Weber); Incierto camino de la escritura femenina (Nieves Baranda); Aspecto pragmático de una carta (M. J. Pérez); Claves orales del lenguaje teresiano (M. J. Mancho); Argumentación y hermenéutica (J. A. Marcos); Escribiendo desde la vivencia (M. Mar Cortés).

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De la sección de Pensamiento, seis trabajos: Mística e increencia (J. M. Velasco); Mística y deseo en la experiencia teresiana (M. J. Mariño); Retórica, sermón, imagen (J. R. Domingo); Presencia y trasfondo del Evangelio de Juan (Secundino Castro); Teresa de Jesús, creadora de futuro (G. J. Herranz); Peculiaridad mística de santa Teresa (S. Ros García). Cándido Aniz Iriarte

LOSADA, J. C., De la honda a los drones. La guerra como motor de la historia, Barcelona, Pasado y Presente, 2014, 331 pp., ISBN 978-84-94-2129-3-2. De la honda a los drones es una historia de la guerra que nos permite ver esta realidad humana en una perspectiva muy diferente de la habitual. Enfoco este trabajo no tanto desde la polemología, sino desde la historia de las ciencias y de las técnicas, en el horizonte de una historia total (Escuela de los Anales). Creo que es la perspectiva que mejor puede ofrecernos una visión completa de este sencillo –en apariencia– trabajo, pero complejo estudio que aúna la historia militar, la historia de la ciencia y una cierta visión de la filosofía de la historia. Su autor es Juan Carlos Losada. Nacido en 1957. Fue alumno de Gabriel Cardona Escanero (1938-2011), un gran militar e historiador. Se doctoró con él en la Universidad de Barcelona. Premio Extraordinario por su tesis, ha publicado numerosos artículos y ensayos en revistas especializadas. Ha escrito una decena de obras sobre historia militar, la guerra civil y el franquismo, tres de ellos redactados entre los dos: Weyler, nuestro hombre en La Habana, Aunque me tires del puente y La invasión de las suecas. Además, Losada es un colaborador habitual de medios como El Mundo o El País y es autor de varios libros como Batallas decisivas de la historia de España o Los generales de Flandes. Alejandro Farnesio y Ambrosio de Spínola, dos militares al servicio del imperio español y la novela histórica, Sangre y honor, sobre Fernando Álvarez de Toledo, el gran duque de Alba. La obra consta de un Prólogo a cargo de Fernando Puell de la Villa, una introducción de su autor, nueve capítulos, una breve bibliografía y un rico índice alfabético. Fernando Puell de la Villa, militar e historiador, señala en el Prólogo que esta obra viene a llenar un vacío, ya que, después de la obra de Michael Howard, War in European History, traducido en FCE y agotada hace muchos años, nada o muy poco se ha vuelto a publicar en castellano. La introducción del autor quiere ser una reivindicación (ácida) de la historia militar. Se ve en la necesidad de hacerlo porque en nuestro país dicha historia (la historia militar, y lo militar en general) ha sido bastante denostada. La reivindica con ahínco, pues en su opinión “supone un trampolín perfecto para bucear

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en la historia total. La historia del ejército, de la violencia, de las guerras, es también la del Estado, de la sociedad de clases, de los mecanismos de dominación e integración, de los nacionalismos, de la psicología de masas, de la antropología, de la ideología, de la economía, de la ciencia y la tecnología, de los inventos, de la medicina, del derecho, de las relaciones sociales… Es hacer historia total, esa ‘Historia sin más’ que, como decía Lucien Febvre, rompe con la historia compartimentada. Eso es lo que desde este libro pretendemos, humildemente, hacer desde la óptica de la historia militar” (p. 20). A través de los nueve capítulos nos va desgranando todos sus amplios contenidos, mediante un viaje que comienza en la prehistoria. Nos ofrece una visión muy rica de la violencia entre los homínidos y afirma que “hay registros arqueológicos que atestiguan rotundamente, desde tiempos muy lejanos, la muerte violenta de seres humanos a manos de sus prójimos” (p. 26). Trinil, Jva y Chucutien, China, yacimientos del homo erectus de aproximadamente 400.000 son testigos de dichas muertes violentas. Quizás sea aquí donde encontramos uno de los elementos más novedosos de la obra. Desmonta la idea de una imagen idílica de la humanidad antigua para atestiguar la presencia de la violencia ya desde los orígenes. Esto lleva a replantear también la imagen utópica del Neolítico como sociedades pacíficas y solidarias que, en todo caso, respondían en ocasiones a las invasiones de tribus nómadas que se dedicaban al pastoreo (p. 28). Por consiguiente, la violencia, las masacres, el canibalismo, el sacrificio de niños impedidos, las torturas y la guerra, se han dado desde antiguo. Evidentemente, “durante este periodo no existían los ejércitos como hoy los entendemos. Eran hordas de guerreros los que luchaban ocasionalmente por objetivos concretos, pero cuando había una invasión no se protagonizaba únicamente por estos, sino por parte de toda la población que se desplazaba buscando territorios más fértiles o simplemente alimentos, generando una oleada étnica” (p. 29). En cada capítulo se detallan numerosos datos de las innovaciones que se van introduciendo en cada etapa histórica: la motivación y la disciplina en Grecia y Roma (p. 79 ss.), junto con la falcata ibérica, reforzamiento de escudos, la lanza pesada, la mejora de las construcciones, las sandalias, las batallas navales y la primitiva guerra bacteriológica. En la Edad Media se aprecian algunos elementos de mejora: el espionaje, la diplomacia, el fuego griego (especie de arma química incendiaria). A partir del siglo IX se empieza a poner en cuestión la inexpugnabilidad de los castillos. En medio de este siglo destaca la figura de Gengis Khan (ca. 1162-ca. 1227) guerrero y conquistador mongol, que anticipó de algún modo el Renacimiento con lo que supone de revolución en el arte de la guerra también. Durante el siglo XIV adviene un cambio significativo, ya que “la disciplina, la investigación tecnológica y la razón (factores poco frecuentes en la guerra feudal) comenzarán a encontrar en las ciudades un terreno abonado para erigirse como bases de los nuevos ejércitos” (p. 129). El capítulo del descubrimiento de América es también muy destacable, ya que pone de relieve la responsabilidad de españoles y portugueses, con gran superioridad tecnológica y armamentística, en el descenso espectacular de la población indígena, debido también a las enfermedades. El dominio de los mares y el comercio, así como el desarrollo de la arquitectura de defensa, la transformación de los uniformes que adquieren colores vistosos y chillones, y la organización de la formación militar (aca-

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demias militares), el aumento de las bajas y la complejidad en aumento de la sanidad militar son algunas de las notas características de este periodo. El Siglo de las Luces supone una “civilización” del arte de la guerra gracias al desarrollo del conocimiento, al espíritu científico y a la racionalidad. Las novedades técnicas y políticas fueron muchas: complejidad técnica de la artillería (academias de artillería, escuelas de ingenieros…), mejoras en las comunicaciones y coordinación de movimientos, en el servicio de alimentos y la estructura militar (nacimiento de las divisiones). Los comienzos del siglo XIX, el tiempo de Napoleón, no supusieron grandes innovaciones, al menos desde el punto de vista de la tecnología militar. Sin embargo, los éxitos en el arte de la guerra se deben a la motivación popular basada en el patriotismo revolucionario (p. 175). Ya en este periodo de fines del XVIII y principios del XIX es innegable la vinculación entre arte de la guerra, revolución industrial y los fulgurantes cambios tecnológicos (p. 180 ss.). Estas mejoras técnicas no lograron paliar, sino todo lo contrario, la crueldad de la milicia: “una de las consecuencias más nefastas que se dio en las guerras napoleónicas, del espíritu de la guerra de toda la nación, de la concepción de todo el pueblo en armas contra el enemigo, fue la recaída en prácticas crueles que la Ilustración del siglo XVIII había borrado de los campos de batalla” (p. 184). Los inventos e innovaciones del siglo XIX (ferrocarril, barco de vapor, telégrafo) dan un impulso extraordinario al pensamiento y la praxis militar (p. 188). Otro elemento novedoso que influyó en el arte de la guerra del XIX fue el colonialismo (p. 191). Esta realidad del colonialismo demandaba suministros masivos de alimentos, para lo que hubo que idear métodos de conservación (Appert, Durand…), de ropa para la compaña y de una mejora de las condiciones sanitarias, pues la mortalidad hospitalaria era de más del 50%. En este contexto, “la tecnología militar comenzó a evolucionar de un modo mucho más rápido que las tácticas” (p. 199). De ese modo, una de las consecuencias sociales es que los ejércitos dejan de ser vistos como una carga o amenaza, para pasar a ser considerados un instrumento al servicio de las estructuras del estado y el militar en buena medida como un funcionario (p. 200-201). No todas las innovaciones técnicas (el barco de vapor, la ametralladora, la sustitución de los vistosos uniformes por otros de camuflaje…etc.) se acogían con entusiasmo, sino que se puede apreciar un cierto conservadurismo de las élites militares (p. 210). Al mismo tiempo se desarrolla un cuerpo jurídico encaminado a humanizar las guerras y las consecuencias de las mismas (Tratados de La Haya…) (p. 214-218). El siglo XX y sus terribles guerras también tienen un claro mensaje. La Primera Guerra Mundial (PGM) comenzó como una opereta. Se consideraba obra de pocos días (p. 221), cosa que no fue así, pero además las pérdidas fueron cuantiosísimas. Tras la PGM se dan también una serie de avances tecnológicos (protagonismo de la aviación, portaaviones, la doctrina aeronáutico-estratégica de Giulio Dohnet (El dominio del aire, 1922), que sostenía que para ganar las guerras era necesario destruir las retaguardias con ofensivas aéreas (p. 242). Tras la PGM, los felices años veinte de la diversión y ocio transgresor, la búsqueda de herramientas legales que hicieran imposible desastres semejantes. Pero curiosamente los Tratados de Versalles generaron muchos problemas.

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La Segunda Guerra Mundial supone el triunfo de la ciencia y la tecnología. Las grandes potencias comienzan a incrementar la colaboración entre universidad, ejércitos y centros de investigación, pese a lo cual muchos militares seguían siendo reticentes a los nuevos avances técnicos y científicos: automóviles, ordenadores, sulfamidas, penicilina, transfusiones, biodramina, etc.). Después de esta guerra, sin duda más sangrienta que la PGM, se dieron pasos para nuevas consideraciones legales en defensa de la población civil (Unesco, 1954, protección de periodistas e informadores, 1977, regulación de armas convencionales, 1980, y creación de la Corte Penal Internacional, 1998). La tónica fue el desarrollo de la economía capitalista, expresión de un gran progreso que posibilitó la investigación científica y los avances tecnológicos. Las élites militares superaron sus reticencias y pasaron a estimular e incentivar este desarrollo. De todas las innovaciones (transistores, ordenadores, etc.), desde el punto de vista informativo, internet ha sido el más importante (p. 279) junto a los venenos químicos, utilizados como armas de destrucción masiva (p. 280 ss) y la guerra nuclear (p. 284 ss.). La configuración de la guerra actual, tras el hundimiento del bloque comunista, en el que se ha desdibujado el horizonte de los enemigos, pues hoy la gran amenaza parece ser el terrorismo islámico (p. 294), estaría en el descenso de gastos militares, la universalización de la guerra de guerrillas o guerra irregular, el descenso de los gastos militares, la limitación temporal del conflicto, la motivación ideológica, militares en grupos reducidos, redoblamiento del espionaje, la guerra a distancia (drones, y pulsos electromagnéticos, etc.). La obra, con un lenguaje muy diáfano y accesible, tiene –a mi juicio– al menos tres grandes valores: nos presenta la historia de la guerra de un modo muy didáctico sin perder el rigor histórico. Además, rompe con una especie de “tesis” de que la guerra comenzaría en el Neolítico cuando el hombre se convierte en agricultor, y la motivación de dicha guerra estaría en la posesión de la tierra. Finalmente, al tiempo que nos explica los derroteros de la guerra, introduce un horizonte ético que me parece imprescindible: “El futuro, como no podría ser de otra manera, se nos revela incierto, amenazante y confuso. Junto a avances espectaculares aparecen regresos al pasado medieval. Los avances humanitarios que se dan lentamente, y a precios muy altos, pueden desaparecer súbitamente para volver al salvajismo más primitivo. ¿Han valido la pena todas las mejoras aquí expuestas? Una pregunta difícil de contestar porque al final solo queda otra, la eterna pregunta, que no puede evitar hacerse todo historiador tras mirar al pasado. ¿Hacia dónde camina la humanidad con todos sus avances técnicos y científicos sino hay, al mismo tiempo, un avance en la empatía hacia el sufrimiento de los seres humanos? ¿Hacia la esperanza o hacia la destrucción?” (p. 312). José Luis Guzón Nestar

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