A.O. Las iniciales de la histeria. La Ana Ozores de «Clarín» y la Anna O. de Breuer y Freud. Un estudio comparativo.

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A.O.: LAS INICIALES DE LA HISTERIA. La Ana Ozores de «Clarín» y la Anna O. de Breuer y Freud. Un estudio comparativo.

TRABAJO DE FIN DE GRADO Grado en Español. Lengua y Literatura

Alumna: María Viajel Matas Directora: Dra. Elena Di Pinto Departamento: Filología Española II

Convocatoria de febrero de 2015

A.O.: Las iniciales de la histeria

ÍNDICE

Introducción y estado de la cuestión

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Breve introducción a las ideas de Breuer y Freud en su contexto científico

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El caso clínico de Anna O., primera paciente del psicoanálisis

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La presencia de la histeria en el personaje de la Regenta

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Comparación del caso de Anna O. y el presentado en la obra por Ana Ozores

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Conclusiones

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Bibliografía

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A.O.: Las iniciales de la histeria

A.O. LAS INICIALES DE LA HISTERIA. LA ANA OZORES DE «CLARÍN» Y LA ANNA O. DE BREUER Y FREUD. UN ESTUDIO COMPARATIVO. «La enferma no entendía cómo la música bailable podía hacerla toser: algo demasiado disparatado para ser una construcción deliberada».1

INTRODUCCIÓN Y ESTADO DE LA CUESTIÓN En el momento en el que Leopoldo Alas, «Clarín», publica en 1884-1885 los dos tomos de la que se ha considerado su gran obra, La Regenta, la relación entre el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, y su gran amigo y figura paterna para sus estudios, Josef Breuer, sólo acababa de comenzar. Ambos científicos se habían conocido en el año 1880 y desde el primer momento surgió entre ellos una mutua admiración, derivada de los procesos de investigación paralelos que habían desarrollado en esos años. Sabemos que, en noviembre de 1882, Breuer relató a Freud el caso clínico de una paciente a la que había estado tratando hasta ese mismo año. Se trataba de la que posteriormente sería considerada como primera paciente del psicoanálisis, Bertha Pappenheim, a la que el doctor Breuer le asignaría el pseudónimo de Anna O. para mantener su anonimato. Freud quedó impresionado por el relato de Breuer, tanto que tres años más tarde, en 1885, ya afincado en París, se lo comentaría al doctor Jean-Martin Charcot, uno de los fundadores de la neurología moderna, con el que estaba colaborando en un periodo de prácticas y que, en palabras de Freud, «no demostró interés alguno antes mis primeras referencias, de suerte que nunca volví sobre el asunto y aun yo mismo lo abandoné» 2. Dicho caso clínico no saldría a la luz hasta el año 1895 cuando la colaboración entre Breuer y Freud llegaría a su momento cumbre con la publicación de Estudios sobre la histeria. Como podemos observar por la cronología, es imposible que «Clarín» tuviera noticia del caso clínico de Anna O. en el momento en el que estaba redactando y creando la idiosincrasia de su personaje fundamental en La Regenta, pero no podemos dejar de notar que entre ambas mujeres, la paciente real y la creada por Leopoldo Alas, hay ciertas similitudes que, aunque 1

Freud, 1978, p. 67.

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Freud, 1979b, p. 20. !3

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fruto de la casualidad, reflejan el gran trabajo de observación de la mujer y una maravillosa intuición para describir los procesos por los que atraviesa una enferma de histeria que llevó a cabo en su obra el novelista creador de la inmortal Vetusta. Esta incompatibilidad de fechas es lo que le hace afirmar a J. Rutherford «Si Alas hubiera recibido gran influencia de las teorías psicológicas de su época, éstas habrían estrechado su visión y hubieran impedido que su descripción de la conducta humana fuera tan perceptiva como llegó a ser. Solamente la cronología nos ha salvado de encontrarnos con grandes estanterías rebosantes de tesis sobre "La deuda de L. Alas con Freud"»3 .

BREVE INTRODUCCIÓN A LAS IDEAS DE BREUER Y FREUD EN SU CONTEXTO CIENTÍFICO. Antes de la llegada de los descubrimientos de Freud en el terreno de la consciencia y las patologías que de ella se derivan, los enfermos de histeria —en su mayoría mujeres, como ya se refleja inherentemente a la propia etimología de la palabra ‘histeria’, procedente del griego: ὑστέρα, útero’—presentaban síntomas que los médicos de la época no sabían explicar y que no eran capaces de tratar con los medios y medicamentos de los que se disponía. Se entendía que toda patología tiene una lesión y, por tanto, la visión de la época de lo que se consideraba enfermedad, respondía a criterios organicistas. La histeria, sin embargo, no tiene un motivo orgánico que explique la sintomatología física y mental de los pacientes, lo que hacía que los médicos anteriores a Freud achacaran todos los problemas derivados de la histeria a un “problema de nervios”, sin ofrecer mayor solución que quizá infusiones de valeriana o, en el mejor de los casos, algún fármaco de efectos tranquilizantes, que, aunque efectivos para calmar la angustia en un momento puntual, no eliminaban el problema, ya que sin llegar a la raíz que causa el trauma y, por consiguiente, la enfermedad, ésta no se podía neutralizar de forma definitiva. Buen ejemplo de estos tratamientos lo encontramos en La Regenta, ya que Somoza, el médico de Vetusta, encaja perfectamente en el perfil al que nos referimos. De hecho, este doctor de la obra achaca todo a los nervios, de manera sistemática, de tal forma que hasta sus pacientes lo saben e incluso piensan —quizá incluso irónicamente— en ello, como refleja el siguiente pasaje en el que entramos en el pensamiento de don Fermín de Pas, Provisor de

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Rutherford, 1984, p. 42. !4

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Vetusta, tras un encuentro en el Vivero con la alta alcurnia de Vetusta entre las que estaba, como no puede ser de otra forma, Ana Ozores: «“¡Estamos buenos! —iba pensando por las calles—. Era enemigo de dar nombres a las cosas, sobre todo a las difíciles de bautizar. ¿Qué era aquello que a él le pasaba? No tenía nombre. Amor no era [...] Tenía la convicción de que aquello era nuevo. ¿Estaría malo? ¿Serían los nervios? Somoza le diría de fijo que sí”»4 . Vemos también que Somoza elige en la obra tratamientos que no eliminan definitivamente la enfermedad de Ana, si no que aplacan momentáneamente sus síntomas. En el primer ataque de histeria que Clarín nos presenta en el capítulo III, en la introducción misma del personaje de Ana Ozores, Quintanar acude a la habitación de su esposa y su criada, Petra, «sin esperar órdenes» va a la cocina antes de seguir a Víctor a la habitación con una taza de tila para su señora. Este episodio es señal clara de dos cosas: la primera, que los ataques de Ana son algo que se ha repetido en tan numerosas ocasiones que han originado un protocolo de actuación que parece ser costumbre en la casa de los Ozores. La segunda, que el remedio de la tila sólo tranquiliza a la enferma hasta que el episodio pasa, pero que no es un remedio efectivo a largo plazo. En la época de la redacción de La Regenta, Charcot y su discípulo Janet empiezan a estudiar la histeria, siendo Charcot la máxima eminencia sobre la histeria en la época hasta la aparición de los Estudios de Freud y Breuer. Afirmaba el médico francés que la histeria era el resultado de una degeneración en el cerebro de carácter hereditario. De esta forma el trauma era el factor desencadenante de la histeria; es decir: según Charcot, el trauma pondría en marcha el mecanismo histérico ya en el código genético del paciente. Sin embargo, Breuer y Freud dirigieron su atención al contenido vivencial, uniendo íntimamente el trauma y las experiencias vitales de sus pacientes. Así pues, ¿qué origina la histeria y cómo se puede tratar? Todas estas preguntas empiezan a resolverse en «Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos: comunicación preliminar», el breve estudio de Breuer y Freud que antecede a los casos clínicos en los Estudios sobre la histeria. En esta «comunicación preliminar» se nos dan las claves para entender la creación de esta patología psíquica. Se resalta en un primer momento el total desconocimiento del paciente de las conexiones de la conciencia que originan sus síntomas.

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«Clarín», La Regenta, p. 384. !5

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La histeria surge a raíz de un suceso traumático para el paciente, que para el resto de personas podría ser insignificante o anecdótico. Los recuerdos de este suceso se conservan en la conciencia del sujeto con una «maravillosa nitidez y con toda su acentuación afectiva a través de largos espacios de tiempo»5. Esos recuerdos son los que originan los síntomas en los pacientes, al no ser descargada la emoción afectiva de forma normal. Debemos suponer que el trauma que sufre el paciente, tal y como indican Breuer y Freud, está unido a la biografía del paciente mismo y que producen en el sujeto una serie de reacciones que, por sus propias circunstancias vitales, no son liberadas de la forma usual en sujetos sanos o no predispuestos a la histeria. Los pensamientos y los recuerdos, y los afectos unidos a éstos, se quedan, por así decirlo, enquistados en la conciencia del paciente dando lugar a la enfermedad. En palabras de Freud: «el histérico padecería principalmente de reminiscencias»6. Estos histéricos están predispuestos a la enfermedad ya que existen estados hipnoides en ellos antes de que se dé una aparición manifiesta de la sintomatología histérica, pero se nos indica también la existencia de una derivación de la histeria, conocida como ‘histeria psíquicamente adquirida’, que surgiría a raíz de un trauma mayor o una «penosa represión», usualmente de carácter sexual. Es entonces cuando la teoría del inconsciente, de una parte de la conciencia a la que cualquier humano no puede acceder de forma normal, cobra fuerza. Encontramos antecedentes de esta idea de inconsciente —nunca subconsciente para Freud porque entendía que el inconsciente está al mismo nivel que la conciencia, no por debajo de ella— ya en San Juan de la Cruz y sabemos que Freud no era ajeno a estas ideas clásicas7 ya que era ávido lector de Cervantes —al que admiraba profundamente sobre todo por El Quijote— entre otros. De hecho, esta faceta de crítico literario quedó reflejada en la publicación de El delirio y los sueños en la «Gradiva» de W. Jensen (1906) o en El sueño diurno/fantaseo y el creador literario (1908). Para no extender más esta breve introducción a las ideas sobre la histeria de Breuer y Freud diremos que los pacientes suelen presentar lo que ambos psicoanalistas califican como «sueño diurno» (también llamado «teatro privado» de forma lírica por Breuer en el caso clínico de Anna O., como veremos más adelante) o lo que es lo mismo, los estados hipnoides sobre los 5

Freud, 2012, p. 17.

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Freud, 2012, p. 15.

7«Freud

compaginaba la psicoterapia [...] de sus pacientes con la interpretación de obras literarias, pinturas y esculturas, como fuente de conocimiento y estímulo de análisis ulteriores» Tomsich, 1986-1987, p. 499. !6

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que se construye la patología y a los que antes hemos aludido. Señalan también Breuer y Freud que sus pacientes suelen ser individuos con una inteligencia reseñable, una gran fuerza de voluntad, un carácter enérgico y un juicio crítico sutil.

EL CASO CLÍNICO DE ANNA O., PRIMERA PACIENTE DEL PSICOANÁLISIS. Bertha Pappenheim, más conocida por el apodo que le otorgó el doctor Breuer, Anna O., está considerada como la paciente cero del psicoanálisis. Era una joven judía procedente de una familia estrictamente ortodoxa, que recibió una educación tradicional. Dentro de esta educación recibida se recogen, entre otros, los estudios religiosos sobre la Biblia y el hebreo, lenguas extranjeras (inglés, francés e italiano), equitación, piano y bordado. Como vemos, el nivel económico de la familia Pappenheim era lo suficientemente desahogado como para proporcionar este tipo de educación —bastante variada— a la joven Bertha. La joven, a la que nos referiremos desde este momento por su pseudónimo: Anna O., comenzó a ser paciente del doctor Josef Breuer al cumplir los 21 años, aquejada de una tos nerviosa intensísima derivada de la histeria que sufría. Sobre Anna, Breuer nos dice que era una joven de una «inteligencia sobresaliente», con «ricas dotes poéticas y fantasía», en la que se notaba el «sólido alimento espiritual» que había recibido en su educación y con una «voluntad enérgica, tenaz y persistente». Se nos señala también que «el elemento sexual estaba asombrosamente no desarrollado» y que su vida era «en extremo monótona» 8. En julio de 1880, cuando Anna acababa de cumplir los 21 años, su padre contrae un absceso de peripleuritis del que moriría en abril del año siguiente. Desde ese momento, Anna consagrará su vida a cuidar de su padre enfermo, dejando a un lado su propia salud y su juventud incipiente. La enfermedad del padre enclaustra a Anna en su propia casa, lo que llegó a empeorar el estado físico de la joven de tal forma que, la anemia, el asco a los alimentos y otros síntomas derivados de lo delicado de su salud que desarrolló en ese tiempo, la alejaron del cuidado de su progenitor. El cuadro sintomático presentado por Anna O. se agravó notablemente con la sucesión de días. A principios de ese diciembre, tras la tos nerviosa, apareció el strabismus convergens, un tipo de estrabismo en el que los ojos convergen en un punto común, sobre la nariz, 8

Freud, 1978, p. 47. !7

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normalmente. Ese mismo mes, la paciente cayó en cama. El estrabismo acarreó dolores en el sector izquierdo de la cabeza, dolores que son muy comunes en casos de niños estrábicos, ya que se colocan en posiciones muy forzadas para tratar de enfocar. Además de la bizquera, la paciente presentaba también perturbaciones de la visión; se quejaba de ver inclinarse las paredes. Desarrolló a la vez una parálisis y anestesia del brazo derecho que, pasado algún tiempo, llegó a ser una parálisis de la mitad derecha del cuerpo. Estando ya en este estado, Breuer empezó a tratar con la paciente, notando en seguida dos estados de la conciencia diferenciados: uno en el que la paciente presentaba un comportamiento relativamente normal, aunque angustiada y triste, y otro en el que insultaba y se mostraba violenta e irritada con los que le rodeaban. Estos estados fueron empeorando progresivamente, hasta que la paciente comenzó a presentar alucinaciones. Veía como sus cabellos se convertían en serpientes negras, aunque ella misma se decía que eran tonterías. En los momentos de claridad se quejaba de la ausencia sensorial, es decir, se volvía sorda y ciega. También profería quejas sobre los dos yoes que vivían en ella, por lo que podemos intuir que aún en su estado mental era capaz de percibir que algo estaba sucediendo en su consciencia. A la hora de la siesta se sumía en un estado somnoliento que duraba hasta el anochecer y del que salía repitiendo la palabra «martirizar». Mientras se desarrollaban los problemas motores derivados de la parálisis de la parte derecha del cuerpo, la paciente sufrió una «profunda desorganización funcional del lenguaje»9, una parafasia que comenzó con la falta puntual de palabras, pasó por la creación de un dialecto fruto de la unión de las cuatro o cinco lenguas que sabía y acabó con un mutismo absoluto que se alargó dos semanas. Con el retorno de la movilidad en los miembros, en marzo de 1881, la parafasia desapareció, pero la paciente entonces sólo era capaz de hablar inglés, en lugar de su alemán natal. Curiosamente, Anna no era consciente de este hecho. En sus mejores momentos, hablaba francés e italiano. En estos momentos, desapareció también el estrabismo, que sólo volvería a presentarse en caso de grandes emociones. En 1 de abril de 1881 dejó la cama por primera vez. El 5 de abril, finalmente, falleció su padre, dejando a Anna durante dos días en un estado muy alterado. La noticia hizo que la paciente sufriera un estrechamiento del campo visual, según cuenta Breuer «de un ramillete de flores, que la alegraba mucho, sólo veía una flor por

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Freud, 1978, p. 50. !8

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vez»10. Además se quejaba de no poder reconocer rostros que para ella habían sido fáciles de reconocer por ser los de amigos y parientes. El arduo ‘recognizing work’ (‘tarea de reconocimiento’) llegó a tal extremo que comenzó a sufrir alucinaciones negativas. Si alguien entraba en su habitación, Anna le reconocía por un lapso brevísimo de tiempo y luego desaparecía para ella. Curioso es sin embargo, que este fenómeno nunca se diera con el doctor Breuer, al que reconocía siempre que iba a visitarla. Siguió hablando inglés y dejó de comprender el alemán por lo que hubo de comunicarse con la paciente en inglés únicamente. Además si se le pedía leer en voz alta un texto en francés o italiano, ella, automáticamente, ofrecía una traducción en inglés. Fue en esta época cuando empezó a negarse a comer completamente, salvo que fuera Breuer quien la alimentara. Tras cada ingesta se lavaba minuciosamente la boca, incluso si no había comido nada. Por las tardes entraba en un estado semi-hipnótico al que ella misma denominó ‘clouds’ (“entre nubes”), en el que, si conseguía narrar las alucinaciones del día, quedaba tranquila, empleando las noches en tareas como dibujar o leer, siendo la noche el momento del día en el que más lúcida se encontraba. Sobre este hecho apunta Breuer: «Es muy verosímil derivar esta periodicidad simplemente de las circunstancias que rodearon su cuidado del padre, al que se había consagrado durante meses. Por la noche velaba junto al lecho del enfermo, o permanecía en su cama despierta hasta la mañana, al acecho y llena de angustia; a la siesta se recostaba para reposar algún tiempo»11 . Breuer entonces desarrolló un método que ayudaba a la paciente con sus fantasmas. Llegaba a la casa donde vivía Anna en el periodo de ‘clouds’ y la hacía mantener una charla sobre lo que le había atormentado ese día. La propia Anna bautizó al sistema como ‘talking cure’ (‘tratamiento conversacional’) o más humorísticamente como ‘chimneysweeping’ (‘limpieza de chimenea’) ya que ella misma era consciente de lo beneficioso de las charlas mantenidas con Breuer para su estado de salud. Así fue desapareciendo el somnambulismo persistente y remitió la parálisis que se había extendido a la pierna derecha desde el brazo. A pesar de las claras mejoras que las charlas con su médico producían en Anna, Breuer apunta sobre ella: «al día siguiente de una declaración, estaba amable y alegre; el segundo día, irritable y desagradable, y el tercero, directamente, “antipática”»12. Evidentemente, había algo 10

Freud, 1978, p. 51.

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Freud, 1978, p. 53.

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Freud, 1978, p. 56. !9

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que hacía que la paciente mejorara pero no se curara por completo. Ese mismo otoño, su estado psíquico empeoró. Para las navidades de ese año los dos estados de la conciencia se disociaron de tal manera, que por las tardes, con la manifestación del estado díscolo, Anna vivía en el invierno del año anterior, es decir, que vivía en el invierno de 1880-1881 en lugar de en el invierno de 1881-1882. Sufría alucinaciones con la habitación que ocupaba el año anterior y olvidaba todo lo que había transcurrido desde ese momento hasta la fecha actual en la que estaba. Sólo parecía tener consciencia plena de la muerte de su padre en esos momentos. Curiosa es, sin duda, la anécdota que narra Breuer sobre este periodo tan especial en el caso clínico de Anna O.: «Ocurrió que una mañana la enferma me dijo sonriendo que no sabía qué tenía pues estaba enojada conmigo; gracias al diario íntimo supe de qué se trataba, y esto se corroboró en la hipnosis del atardecer: en 1881, ese mismo anochecer, yo había causado mucho enojo a la paciente»13. Fue este el momento en el que los síntomas histéricos comenzaron a desaparecer con las narraciones nocturnas. El trabajo del chimney-sweeping se había visto incrementado ya que no sólo tenía que librarse de los fantasmas de 1882, si no también de los que veía con las alucinaciones del año anterior. El primer síntoma que desapareció, por casualidad, fue la hidrofobia. Anna la había contraído en el verano, con un periodo de intenso calor en el que tuvo una inmensa sed y, sin razón alguna, se le hizo imposible beber. Cuando llevaba seis semanas en ese estado, en estado de hipnosis, comenzó a hablar sobre una dama de compañía inglesa, a la que a todas luces odiaba, que había dado de beber a un perro de un vaso. Anna no había regañado al ama, por educación, pero el suceso le había producido un tremendo asco. Una vez relatado el episodio, Anna comenzó a beber, despertándose de la hipnosis con el vaso en los labios. La hidrofobia desapareció para siempre con el relato de este modo. Con este método desapareció también la contractura de la pierna. Los síntomas se eliminaron «por vía de relato»14, todos y cada uno de ellos, sin que fuera posible abreviar el proceso tratando de evocar de manera directa el recuerdo que causaba el trauma y por lo tanto el síntoma. De esta forma, Breuer descubrió que las alucinaciones y la anestesia del brazo se debían a un episodio en el que Anna, velando a su padre en ausencia de su madre, se encontraba sentada en una silla, con el brazo derecho colgando del respaldo de ésta. En un estado de 13

Freud, 1978, p. 57.

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Freud, 1978, p. 59. !10

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duermevela creyó ver una serpiente negra acercándose al enfermo para morderlo. Quiso hacer huir al animal, pero se encontró con que el brazo se le había dormido, paralizándose. Al observarse la mano inerte, sus dedos le parecieron pequeñas serpientes rematadas en calaveras. De este episodio también se derivó la parafasia, ya que tras la alucinación quiso la paciente rezar para consolarse, no pudiendo recordar nada, salvo una oración infantil en inglés. Desde aquel instante, cualquier objeto con forma de serpiente provocaba la alucinación y le hacía extender y mantener rígido el brazo derecho. Las alucinaciones negativas se explicaron con la narración de un episodio en el que Anna esperaba al cirujano para que atendiera a su padre y en la espera cayó en una ausencia, de tal forma que no oyó llegar al médico de su padre. El asco por la comida se produjo por el constante estado de angustia al que se vio sometida debido a la situación en la que se encontraba su padre, que la impedía comer. La tos también le sobrevino cuidando al padre, cuando le llegaron los sonidos de música bailable de la casa de al lado. Anna sintió el deseo de encontrarse en la vecina casa en lugar de junto al lecho de su padre, que recordemos que sufría una enfermedad respiratoria, lo que la hizo sentir remordimientos. Desde ese momento y hasta el momento en el que la narración del episodio que acabamos de citar se produjo, Anna sufría ataques de tos cada vez que escuchaba música bailable. Uno de los síntomas con causa más curiosa es sin duda el del estrabismo. Dicho síntoma quedó suprimido cuando Anna narró el momento en el que estaba sentada, con lágrimas en los ojos, junto al lecho del padre cuando éste le preguntó por la hora. Ella, que no veía con los ojos empañados del lágrimas, hizo un gran esfuerzo por mirar el reloj tras el velo acuoso acercando el reloj a sus ojos, viendo entonces la esfera muy grande. A comienzos de junio de 1882, Anna expresó su deseo de acabar con el tratamiento, entregándose a las sesiones de talking cure con gran energía. El último día de tratamiento fue aquel en que relató el episodio del rezo en inglés siendo así capaz de volver a hablar alemán de nuevo y acabando así con las numerosas perturbaciones que la afectaban.

LA PRESENCIA DE LA HISTERIA EN EL PERSONAJE DE LA REGENTA LA

HISTERIA DE

ANA OZORES

EN LA PRIMERA PARTE DE

LA REGENTA (CAP. I

A

CAP.

XV) Muchos son los estudios que se han realizado a lo largo de los años sobre la presencia de la histeria en la gran novela de Clarín, encarnada en la figura de su protagonista, Ana Ozores de !11

A.O.: Las iniciales de la histeria

Quintanar, la Regenta —o ex-Regenta— de Vetusta. Como es por todos sabido, en los primeros quince capítulos de la obra cumbre de Clarín se nos hace la presentación, de forma paulatina, de los personajes fundamentales de la obra. Esta primera parte recoge el pasado de la Regenta en forma de recuerdos, que nos ayudará a comprender la psicología de Ana de cara a los acontecimientos que en la segunda parte se desarrollarán. Todos estos episodios del pasado son los que ayudan al lector a comprender el porqué de las acciones de Ana, el tratamiento que Vetusta le da a la mujer del ex-Regente y la intrincada red de pensamientos y represiones que se ocultan en la conciencia de Anita Ozores. Tal y como nos la presenta Clarín, Ana es una joven de veintisiete años al comienzo de la novela. Huérfana de madre desde su nacimiento y de padre, siendo ya adolescente. Por las reminiscencias de la infancia y la adolescencia que tiene Ana en la novela, sabemos también que siempre ha tenido una tendencia fuerte a la fantasía, a la imaginación y a la literatura. Sobre éste último rasgo se hace mucho hincapié a lo largo de la narración. Se nos dice que Ana siente desde pequeña una inclinación hacia la lectura —«¡Saber leer! Esta ambición fue su pasión primera»15 — y que tiene acceso íntegro a la amplia biblioteca de su padre, salvo por algunas excepciones puntuales como San Agustín, al que Ana, aun así, lee a escondidas. También se nos hace saber que Ana supera los límites de la lectura y comienza a producir su propia literatura, al chocar su pasión por la letra escrita y su fantasía con un misticismo y un fervor religioso mal visto por sus tías: «la falsa devoción de la niña venía complicada con el mayor y más ridículo defecto que en Vetusta podía tener una señorita: la literatura. Era éste el único vicio grave que las tías habían descubierto en la joven y ya se le había cortado de raíz [...] La persecución en esta materia llegó a tal extremo, tales disgustos le causó su afán de expresar por escrito sus ideas y sus penas, que tuvo que renunciar en absoluto a la pluma; se juró a sí misma no ser la “literata”, aquel ente híbrido y abominable de que se hablaba en Vetusta como de los monstruos asquerosos y horribles»16. Aquí aparece uno de los rasgos fundamentales para la concepción del personaje y que analizaremos en lo sucesivo: la represión externa que Ana sufre por sistema durante la vida que se nos muestra en la novela. Sobre el aspecto físico, se nos deja claro la gran belleza de Anita desde su más temprana edad y se la compara con la Virgen de la Silla e incluso con un monumento, sufriendo una cosificación extrema por parte de la sociedad vetustense como vemos en el siguiente ejemplo: «En poco tiempo se consolidó la fama de aquella hermosura y Anita Ozores fue por 15 Alas

«Clarín», 1984, p. 178.

16 Alas

«Clarín», 1984, pp. 203-204. !12

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aclamación la muchacha más bonita del pueblo. Cuando llegaba un forastero, se le enseñaba la torre de la catedral, el Paseo de Verano, y, si era posible, la sobrina de las de Ozores. Eran las tres maravillas de la población»17. Adelantábamos que la represión externa va a ser fundamental para la configuración de la idiosincrasia de Ana. Para ver la paulatina configuración del ser de Anita Ozores bajo el yugo represivo que se ejerce sobre ella debemos viajar por todos los pasajes del pasado narrados paulatinamente en la novela; hechos de la vida de la Regenta que ocurrieron antes del consabido «La heroica ciudad dormía la siesta» con el que Leopoldo Alas arranca la historia. Clarín agrupa todos estos recuerdos en tres capítulos —el tercero, cuarto y quinto— que preceden a la confesión general de la Regenta con el Magistral de Vetusta. Es este hecho, el de la confesión con el Provisor, el que desencadena los recuerdos de Ana, exaltándola y provocándole el ataque. En las páginas que nos ocupan, Ana rememora el célebre episodio de la barca, que, a nuestro entender, es la clave para entender el comportamiento de la Regenta. Ana, siendo sólo una niña se escapa y pasa la noche con un niño, Germán, en una barca. A los niños, que han pasado inocentemente la noche en la barca durmiendo y contándose cuentos, se les acusa de un pecado que, sin duda, no han cometido y se les hace sentirse culpables por ello, sobre todo a la jovencita Ana, como el propio autor señala «se la quiso convencer de que había cometido un gran pecado» y más abajo también leemos: «la trataron como un animal precoz»18. Desde este ignominioso momento, la sociedad comienza a tratar a la niña de forma diferente, haciendo que Anita tenga que convertirse en un ejemplo de rectitud para contrarrestar las vergüenzas del pasado; gracias a la calumnia de la que se le acusa aprende «a guardar las apariencias» hasta que consigue cambiar por completo su fama injusta, de tal forma, que se llega a afirmar: «en Vetusta, decir la Regenta era decir la perfecta casada»19 . Pero, ¿quiénes actúan como primigenios agentes represivos en la infancia y la adolescencia de Ana? La respuesta es clara: su aya inglesa, cuando don Carlos Ozores vive, y sus tías, a la muerte del padre. Al aya se la describe como a «una mujer seca, delgada, fría, ceremoniosa» que obliga a acostarse a la niña antes de que esta tenga sueño y que no tiene ningún tipo de gesto cariñoso con la jovencita Ana. De hecho, es de esta aya de donde surge la calumnia

17 Alas

«Clarín», 1984, pp. 198-199.

18 Alas

«Clarín», 1984, p. 165.

19 Alas

«Clarín», 1984, p. 172. !13

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sobre la barca y la vemos afirmar «Delante de ella no, que es muy maliciosa»20 en presencia de Anita cuando el aya está en compañía de su amante. Ya en el capítulo IV, donde se indaga y se nos da una visión algo más amplia de la infancia de la Regenta, también se habla del aya en más profundidad. Se nos da el origen inglés de la mujer, se trata su carácter lujurioso —proyectado injustamente en la hija de su amo— y se aborda la crueldad del trato a la niña, ya que el aya hace ayunar a Ana, creyendo que la niña será una perdida sólo por ser hija de una costurera italiana. Además, priva a Anita, en ausencia del padre, de toda muestra de afecto o cariño; necesidades fundamentales para el correcto desarrollo psíquico de los niños. Así, Ana comienza a refugiarse en su fantasía —dentro de su cabeza— para luchar contra la represión impuesta por el ama. Aún con esta revolución interna, su comportamiento exterior sigue estando modificado, en un fuerte ejercicio de carácter y fuerza de voluntad, para ajustarse al modelo de moralidad que la sociedad le exige tras el episodio de la barca, sin entender muy bien dónde está el pecado que ha cometido: «Así como en la infancia se refugiaba dentro de su fantasía para huir de la prosaica y necia persecución de doña Camila, ya adolescente se encerraba también dentro de su cerebro para compensar las humillaciones y tristezas que sufría su espíritu»21. A la muerte del padre —figura que funciona casi como un soplo de aire fresco para Ana, ya que le deja mucha más libertad que la estricta aya, doña Camila— Ana pasa al cuidado de sus tías, ya en la ciudad de Vetusta. El estado de salud de la joven, a su llegada a la heroica ciudad, es lamentable, debido a una fuerte enfermedad que la mantiene en la cama, pero sobre la que Clarín no da más información que un escueto «la enfermedad había coincidido con ciertas transformaciones propias de la edad»22 . En Vetusta, Ana siente que los accesos de religiosidad que sufre antes de la muerte de su padre, la abandonan. Sabemos que estos accesos pusieron en peligro su vida ya que desencadenaron una crisis violenta; según nos indica Clarín en el capítulo V le habían producido insomnios, exaltaciones nerviosas, delirios, visiones místicas, enternecimientos repentinos. Como vemos, su tendencia mística había sumido a la joven Ozores en una sintomatología histérica que comenzaba a despuntar, y que, como veremos más adelante, tenía mucho que ver con la sintomatología presentada por Anna O.

20 Alas

«Clarín», 1984, p. 164.

21 Alas

«Clarín», 1984, p. 181.

22 Alas

«Clarín», 1984, p. 190. !14

A.O.: Las iniciales de la histeria

Bajo el cuidado de sus tías, Ana se empeña en jugar el papel que sus protectoras quieren para ella en la sociedad vetustense. Se centrará en engordar tras su enfermedad sólo para darles el gusto a sus tías, y comenzará a asistir a las tertulias en las principales casas por el mismo motivo. Incluso toma partido para casarse, aunque no con quién sus tías quieren en un primer momento —don Frutos Redondo, el indiano— si no con Víctor Quintanar, regente de Vetusta, constituyendo así casi el único acto de rebeldía que realizará Ana en esta primera parte de la obra, si le sumamos, quizá, la iniciativa de leer a San Agustín contra la orden de su padre. Por supuesto, con el fin de la adolescencia y el matrimonio de Ana no desaparece la represión ejercida sobre el personaje que da nombre a la obra de Clarín. El agente represor sólo cambia de cara: pasa a ser toda la sociedad de Vetusta. Tal y cómo indica Gullón en su artículo sobre el valor cultural de La Regenta: «Nunca ni nadie mirará a Ana Ozores con ojos limpios [...] todos, todos ellos la observarán con los ojos llenos de envidia, conveniencia o deseo». La óptica de la envidia será la que conduzca la mirada de las amigas de Ana, si es que así se las puede considerar, Obdulia y Visitación, dos mujeres cuya motivación, como vamos descubriendo poco a poco, es hacer de Ana una mujer como ellas: baja, rendida a los más bajos instintos. Su mayor deseo es hacerla caer del pedestal de «la perfecta casada», hacerla una vetustense más, una mujer vulgar, para que deje de ser la sublime mujer del ex-regente. Por eso, no dudarán en ayudar en lo que sea necesario a Álvaro Mesía con su conquista a la presa más suculenta de Vetusta. Pero incluso ellas, con su mirada envidiosa nos dan claves fundamentales del comportamiento de Ana. De hecho, Visita, en el capítulo VIII se refiere a las soledades, las cavilaciones y los ataques de la Regenta hablando con Mesía de la siguiente manera, casi lasciva: «¡Cómo se ríe cuando está en el ataque! Tiene los ojos llenos de lágrimas, y en la boca unos pliegues tentadores, y dentro de la remonísima garganta suenan unos ruidos, unos ayes, unas quejas subterráneas; parece que allá dentro se lamenta el amor siempre callado y en prisiones ¡qué sé yo! ¡Suspira de un modo, da unos abrazos a las almohadas! ¡Y se encoge con una pereza! Cualquiera diría que en los ataques tiene pesadillas, y que rabia de celos o se muere de amor... [...] Menudean los ataques de nervios. Ya sabes que cuando se casó cesaron, que después volvieron, pero nunca con la frecuencia de ahora. Su humor es desigual. Exagera la severidad con que juzga a las demás, la aburre todo. ¡Pasa unas encerronas! [...] Ella no tiene más intimidades que las de dentro de su cabeza. Tiene ese !15

A.O.: Las iniciales de la histeria

defectillo; es muy cavilosa y todo se lo guarda. Por ella no sabré nunca nada»23. Este fragmento es fundamental por varios motivos: el primero, porque observamos que la histeria es algo constante en la vida de Ana, que se han dado ataques de forma continuada en un lapso de tiempo muy largo, y el segundo motivo de interés es la falta de amor que Visita advierte en su amiga. Sabemos que el matrimonio con Víctor no fue fruto del amor, que duermen en habitaciones separadas y que Víctor la trata más como a una hija que como a una esposa, lo que sin duda será su perdición en la segunda parte de la novela, ya que Ana acabará por sucumbir a los deseos de Mesía y se convertirá en una adúltera. En esta primera parte de la obra encontramos también un episodio fundamental de la novela, nos referimos al episodio del sapo. Tras la confesión con Fermín, Ana siente una alegría misteriosa que la invade y decide ir con Petra, su criada, al campo. Allí, cavilando sobre su confesión, se da cuenta de que no le ha hablado al Magistral de sus pulsiones secretas por el don Juan de Vetusta. Así, comienza a sentir escrúpulos y la alegría se desvanece, siente frío y las ranas que oye a lo lejos se le antojan un «himno de salvajes paganos»24. Es entonces cuando ve al sapo frente a ella sobre una raíz que parece una garra. La imagen que se le muestra ante los ojos aterroriza a Ana, la asquea y la hace pensar que el sapo se burla de sus pensamientos. El sapo pudiera ser el sentimiento de repulsa que el Magistral sentiría por Ana al saber de sus inclinaciones por Mesía, sentimiento que se cierra y consuma al final de la novela cuando Ana siente en su boca el vientre viscoso del sapo 25 tras acudir a por el perdón de De Pas y ver cómo Fermín arremete contra ella, con una intención asesina —según le parece a Ana— que no se llega a consumar, pero que hace que la Regenta se desmaye del terror. Para concluir con las muestras de histeria de esta primera parte de la novela —con las que sin duda nos podríamos detener más si nos lo permitiera la extensión del este trabajo— queremos resaltar los dos ataques reales que se muestran en estos primeros quince capítulos. El primero lo encontramos en el capítulo III y ya hemos hablado sobre él en nuestra introducción sobre el contexto científico, por lo que nos centraremos en el segundo, acontecido en el capítulo X. Si el primero viene provocado por los recuerdos de la infancia de Ana, este segundo ataque tiene como agente desencadenante a Álvaro Mesía y su presencia 23 Alas

«Clarín», 1984, pp. 262-263.

24 Alas

«Clarín», 1984, p. 272.

25

Notable es destacar que existe otra referencia al sapo en la obra, en el episodio del teatro, en el que de nuevo une el adjetivo viscoso con el vientre del sapo que aparece en el párrafo que cierra la novela. Véase en Alas «Clarín», 1984, p. 439. !16

A.O.: Las iniciales de la histeria

casi fantasmagórica y por sorpresa junto a la puerta del huerto de los Ozores cuando Ana se encuentra reflexionando sobre él. Al volver don Víctor del teatro, se encuentra a su mujer hecha un manojo de nervios que se deshace en lágrimas. Don Víctor parece hacer más caso a este ataque que al anterior, ya que le manifiesta a Ana sus preocupaciones por su estado —«Parece que todo te aburre; tú vives allá en tus sueños...»; «Frígilis me lo repite sin cesar: “Anita no es feliz”»26— y propone una serie de actividades que alejen a la Regenta de sus cavilaciones, para mantenerla ocupada, pero aún así, su disposición no es la adecuada para suprimir los síntomas histéricos, tal como Breuer hubiera hecho con Anna O. Víctor en el primer ataque está más preocupado por tener que salir de caza en pocas horas que por el ataque de su mujer, y en el segundo está tan cansado que los nervios se le hacen antipáticos, le irritan. LA

HISTERIA DE

ANA OZORES

EN LA SEGUNDA PARTE DE

LA REGENTA (CAP. XVI

A

CAP. XXX) La segunda parte de La Regenta es la que recoge los efectos que tienen todos los síntomas presentes en Ana, que ya hemos analizado más arriba, sobre la vida de ésta y de los habitantes de Vetusta; aunque, por supuesto, no está exenta de nuevos síntomas y consecuencias de los desequilibrios psicológicos que afectan a la Regenta debido a la histeria que manifiesta. Esta segunda parte arranca el día de Todos los Santos. Un día que afecta profundamente al ánimo de la Regenta y en el que vemos el primer acercamiento entre Ana y Mesía. Antes de la aparición del galán, la tristeza que siente Ana le provoca incluso fallos en la visión: «Ana veía los renglones desiguales como si estuvieran en chino; sin saber por qué no podía leer, no entendía nada»27. La aparición de Mesía, cambia el ánimo de la Regenta y la hace olvidarse de la pena que la había poseído hasta ese momento al ritmo fúnebre de las campanas. Es el primer capítulo de esta parte también el que nos introduce en el mundo de los sueños de Ana. Sabemos que Anita está tratando de resistirse a los envites románticos de Mesía y que durante la vigilia los ataques parecen no tener efectos sobre ella, pero al llegar la noche, la inconsciencia genera en su cabeza imágenes oníricas que afectan tanto a Ana que incluso llega a confesárselas a su «hermano mayor del alma», a don Fermín De Pas, siempre guardándose de no desvelar el objeto de sus deseos; lo que hace que Fermín se crea el objeto de los sueños de la Regenta, hecho que como ya sabemos será una de las claves para entender el desenlace dramático de la novela. Es importante, asimismo, el nivel que alcanza la relación de Fermín y 26 Alas

«Clarín», 1984, p. 294.

27 Alas

«Clarín», 1984, p. 416. !17

A.O.: Las iniciales de la histeria

de Ana en esta segunda parte. En la primera hemos sido testigos de cómo Ana y Fermín se acercan y mantienen una relación cordial que empieza a parecer de amistad, pero es en la segunda parte de la novela cuando esta relación se torna más íntima y donde se nos hace evidente que las intenciones del clérigo para con Anita son más románticas de lo que él mismo quiere admitir en un principio. Ana, considera a Fermín como guardián de su honra, afirmando incluso «Para don Víctor había que guardar el cuerpo, pero al Magistral ¿no había que reservarle el alma?» al pensar en don Álvaro. Así, Víctor y Fermín se convierten en dos caras de la misma moneda; con ellos Ana mantiene un matrimonio a tres bandas, por así decirlo: un matrimonio carnal no consumado con Víctor y un matrimonio espiritual con Fermín; matrimonio que, evidentemente, tampoco ha podido ser satisfecho en el lecho. Fermín se aprovecha de este hecho, de la inclinación, del cariño, del respeto e incluso la adoración que la Regenta le tiene, para favorecer sus intenciones con Ana. Tras el episodio de Ana en el teatro, donde siente impulsos místicos viendo la representación del Tenorio de Zorrilla, el Provisor se persona en casa de los Ozores para entrevistarse con la Regenta y regañarla dulcemente por asistir al teatro un día prohibido por la Vetusta más beata. Viendo a Ana encandilada por él y con un ánimo favorable para sus propósitos, el Magistral sugiere que se vean más a menudo, pero fuera de la sombra de la iglesia. Así, las confesiones de Ana de nuevo, como pasaba con Víctor, pierden la fuerza curativa que pudieran tener, porque aunque Fermín tiene interés en la salud mental de su amiga, más interés tiene en mantenerla a su lado con intenciones menos santas. Además, las confesiones de Ana nunca son completas, ya que como hemos señalado con anterioridad, se calla todo lo relacionado con sus inclinaciones hacia Álvaro Mesía, entorpeciendo por sí misma su mejoría en la histeria que la aqueja. También son destacables los cambios de parecer que sufre Ana. Hemos visto cómo adorara a Víctor tanto como para no sucumbir a sus deseos y al adulterio, pero en el capítulo XVIII este pensamiento parece tornarse en lo todo lo contrario. Piensa Ana sobre esto: «Su Víctor, a quien en principio ella estimaba, respetaba y hasta quería todo lo que era menester, a su juicio, le iba pareciendo más insustancial cada día [...] Mientras pensaba en el marido abstracto todo iba bien; sabía ella que su deber era amarle, cuidarle, obedecerle; pero se presentaba el señor Quintanar con el lazo de la corbata de seda negra torcido, junto a una oreja [...] y ella, sin poder remediarlo, y con más fuerza por causa del disimulo, sentía un rencor sordo, irracional, pero invencible por el momento, y culpaba al universo entero del absurdo de estar unida para

!18

A.O.: Las iniciales de la histeria

siempre con semejante hombre»28. Más tarde, al caer enferma en lo que Somoza llama ‘Primavera médica’, Ana vuelve a cambiar de impresión sobre su marido y siente la necesidad constante de tenerle cerca de la cama en la que está pasando la convalecencia, segura de que es el único amor que tiene en el mundo. Víctor sentirá una ternura dulce por su mujer al inicio de la convalecencia que vendrá acompañada de una dedicación poco usual por su esposa, dedicación que se irá desgastando con el paso de los días. De ser un marido entregado a los cuidados de su mujer como un devoto enfermero, pasará a descuidarla cada vez más, hasta casi olvidarla sin ningún tipo de remordimiento. Con la soledad que va apoderándose de la habitación de la enferma, llegan de nuevo los impulsos místicos. Ana, de nuevo, siente la tendencia de acercarse a Dios y es entonces cuando empieza a leer a Santa Teresa de Jesús por recomendación del Magistral. La lectura de la santa de Ávila desata en Ana un fervor religioso que, como todo en la vida de la Regenta, toca el fanatismo. Quizá uno de los problemas derivados de la histeria de Anita sea éste; el no encontrar un punto medio entre las pasiones que siente.

El ataque definitivo de la histeria aparece en los capítulos finales, del XXIV al XXX. Unida de nuevo en amistad con don Fermín y para cumplir con las exigencias de su marido, Ana va al baile del Carnaval en el que se desmaya en brazos de don Álvaro, presa de una exaltación por verse tan cerca del prohibido objeto de deseo. Al narrarle el suceso al confesor, Ana percibe en Fermín la llama de la pasión que está inflamando al clérigo y siente asco por los amores del cura. De nuevo, Ana se aleja de sus pasiones místicas. Pero Anita se siente sola sin la amistad de Fermín y resuelve ignorar la pasión por ella que ha creído ver en el Provisor y decide hacer por su «hermano mayor del alma» un sacrificio que le demuestre a todo Vetusta a quién le pertenece el alma de la Regenta. De este modo, Ana toma la decisión de desfilar descalza el Viernes Santo, lo que supone una revolución en Vetusta —leemos en esta parte declaraciones de los distintos miembros de la sociedad de Vetusta sobre el carácter de Ana que podríamos resumir en las afirmaciones que hacen don Víctor Quintanar, «Señores, mi mujer está loca... Yo creo que está loca...»29, y la propia Regenta: «Yo soy una loca — pensaba—, tomo resoluciones extremas en los momentos de la exaltación y después tengo que cumplirlas cuando el ánimo decaído, casi inerte, no tiene fuerza para querer»30 y que 28 Alas

«Clarín», 1984, p. 467.

29 Alas

«Clarín», 1984, p. 627.

30 Alas

«Clarín», 1984, p. 628. !19

A.O.: Las iniciales de la histeria

sentencia de manera magistral, aunque con una terminología poco apropiada, la Baronesa de la Deuda Flotante: «estos extremos no son propios... de personas decentes»31— y la hace caer en cama una vez más. Este nuevo empeoramiento en la salud de Ana va a ser el fundamental para la obra. Somoza, temiendo la muerte de su paciente y amiga, envía a Benítez para que se ocupe de ella, un médico mucho más competente que él y que se preocupa no sólo por el bienestar físico de Ana, si no también por el mental. Con el tratamiento de Benítez, que sugiere una privación de los malos estímulos externos y de la lectura que como hemos visto es agente causante de muchos de los ataques, Ana sufre una notable mejoría que ella misma va recogiendo como si de un historial clínico se tratase en su diario y en las cartas que escribe a su médico y a su amigo Fermín, con el que mantiene la amistad a pesar de darse entre ellos un clarísimo distanciamiento tras el episodio de la procesión, y que nos da testimonio de sus pensamientos de manera directa. A Benítez, el médico, le escribe: «Ya no hay aprensiones: ya no veo hormigas en el aire, ni burbujas, ni nada de eso; hablo de ello sin miedo de que me vuelvan las visiones [...] Continúo mi diario, en el cual no me permito el lujo de perderme en psicologías ya que usted lo prohíbe también»32 mientras que en la carta a don Fermín De Pas leemos: «y Benítez me acaba de salvar la vida, tal vez la razón... Ya sé que a usted no le gusta que yo hable de mis miedos a volverme loca... pero es verdad, los tuve y le hablo de ellos, para que me ayude a agradecer al médico [...] mi salvación intelectual»33. Pero sin duda, los testimonios más interesantes son los que encontramos en el diario de Anita. En él Ana afirma lo ridículo que le parece abstenerse de escribir sólo porque los demás repriman ese sentimiento cuando ella siente que es una actividad que la ayuda en su mejora, como puede notar el lector como testigo. También leemos en el diario: «Benítez cuando se decide a hablar parece también un confesor. Yo le he dicho secretos de mi vida interior como quien revela los síntomas de una enfermedad. Conocía yo cuando le hablaba de estas cosas, que él, a pesar de su rostro impasible, me estaba aprendiendo de memoria...»34. Este testimonio nos presenta a Benítez como casi un psicoanalista, alguien capaz de ganarse la confianza de la Regenta de tal forma que ella se confiese, verdaderamente por fin, y que haga que sus síntomas histéricos comiencen a remitir, haciéndola gozar de buena salud, nos atreveríamos a decir, de verdadera buena salud por primera vez en la obra. 31 Alas

«Clarín», 1984, p. 634.

32 Alas

«Clarín», 1984, p. 639.

33 Alas

«Clarín», 1984, p. 640.

34 Alas

«Clarín», 1984, p. 643. !20

A.O.: Las iniciales de la histeria

Pero de nuevo el tratamiento de Anita Ozores se ve truncado. El día de San Pedro, tras la tormenta en la que Víctor se ve arrastrado por Fermín al monte para buscar a Ana, creyendo que ella estará sucumbiendo a las varas que le pone el Tenorio de Vetusta, y una vez que el canónigo vuelve a Vetusta avergonzado por su comportamiento, Mesía, al ver el buen estado de Ana y notarla alejada de la influencia del Provisor, emponzoña la mente de Ana, resaltando el extraño comportamiento de su «hermano mayor del alma» y se decide lanzar por fin su ataque, consiguiendo que Ana caiga, por fin, en el adulterio. Con la consumación de su deseo por Mesía, la Regenta parece mejorar, ligeramente, de su estado mental, ya que aún consumida por los remordimientos de la deshonra, por fin ha satisfecho su deseo. Pero un último golpe va a terminar por desestabilizar a Ana: el descubrimiento de Víctor, con la ayuda sibilina de Petra y el Magistral, de los amores de Álvaro y su mujer. Como consecuencia de la muerte de Quintanar en el duelo al que reta a Mesía, Ana cae de nuevo en un estado psíquico lastimoso, que Benítez y Frígilis ya conocían, aunque lo callaran. De hecho, es Crespo quién advierte a Víctor de no decirle nada de lo que ha descubierto a Ana, ya que, en sus propias palabras, «Ana podía morir de repente cualquier día; una impresión extraordinaria lo mismo de dolor que de alegría, mejor si era dolorosa, podía matarla en pocas horas»35 . Al contrario de lo que vaticina, Ana no muere con las dolorosas noticias de la muerte de su marido y la huída cobarde de su amante a Madrid, pero su salvación es casi milagrosa. Leemos que «ocho días había estado Ana entre la vida y la muerte, un mes entero en el lecho sin salir del peligro, dos meses convaleciente, padeciendo ataques nerviosos de formas extrañas, que a ella misma le parecían enfermedades nuevas cada vez»36. De hecho, es la lucha que Benítez mantiene afanosamente con el delirio lo que salva a Anita, que se ve dada de lado por toda Vetusta de nuevo. Pero poco a poco parece recuperarse. Y de nuevo va a la Iglesia a buscar a su «hermano mayor del alma», en busca del único amigo que parece haber sentido verdadero. Y Fermín la rechaza, en una escena con una carga dramática espectacular que hace desmayarse a Ana, iniciando —podemos suponer— de nuevo el delirio casi mortal para la viuda de Quintanar. «La Regenta, que estaba de rodillas, se puso en pie con un valor nervioso que en las grandes crisis le acudía… [...] El Magistral extendió un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que horrorizada retrocedió hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir socorro y no pudo. Cayó sentada en la madera, abierta la boca, los ojos espantados, las manos 35 Alas

«Clarín», 1984, p. 711.

36 Alas

«Clarín», 1984, p. 732. !21

A.O.: Las iniciales de la histeria

extendidas hacia el enemigo, que el terror le decía que iba a asesinarla. El Magistral se detuvo, cruzó los brazos sobre el vientre. No podía hablar, ni quería. Temblábale todo el cuerpo, volvió a extender los brazos hacia Ana… dio otro paso adelante… y después clavándose las uñas en el cuello, dio media vuelta, como si fuera a caer desplomado, y con piernas débiles y temblonas salió de la capilla. [...] Ana vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro; cayó sin sentido [...] Volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo»37. Así acaba la novela de Clarín, con un último ataque histérico, quizá el definitivo, quizá el pueda acabar con la vida de la enferma Ana Ozores de Quintanar.

COMPARACIÓN DEL CASO DE ANNA O. Y EL PRESENTADO EN LA OBRA POR ANA OZORES Como hemos podido ir viendo con el desglose de los síntomas presentados por la paciente real, Anna O., y por la paciente ficcional, Ana Ozores, las similitudes entre ambas mujeres son, como poco, curiosas. El primer nexo de unión como no podía ser de otra manera —ya que fue el nexo precursor para iniciar el presente trabajo— aparece en los nombres de las dos mujeres, cuyas iniciales son idénticas. No sabemos qué llevó a Breuer a otorgar a su paciente, Bertha Pappenheim, el pseudónimo de Anna O. Nos atrevemos a conjeturar que la ‘O.’ que se toma como inicial de la paciente responda a que se la ha considerado paciente cero del psicoanálisis y podamos interpretarla como un ‘0’. El nombre, Anna, podría haber sido elegido por ser su primera letra la que inicia el abecedario, pero nos movemos únicamente en el terreno de las conjeturas, por lo que sólo aventuramos estas suposiciones como posible origen, sin atrevernos en ningún momento a ser categóricos con respecto a esta afirmación. Además de estas similitudes entorno a los nombres de las pacientes, también son comunes a ambas los síntomas presentados en el desarrollo de sus respectivas histerias. Como ya viéramos en el apartado del cuadro clínico de Anna O., la paciente de Breuer presentaba los siguiente síntomas: tos intensa, estrabismo, perturbaciones variadas en la visión, parálisis del cuello (posiblemente derivada del estrabismo, al igual que los dolores en el cuello que la paciente presentaba), estados díscolos de la conciencia, cambios repentinos de humor, 37 Alas

«Clarín», 1984, pp. 742-743. !22

A.O.: Las iniciales de la histeria

alucinaciones. ceguera y sordera, desorganización funcional del lenguaje (parafasia), mutismo, imposibilidad de reconocer rostros, rechazo del alimento, sopor por las tardes, alucinaciones negativas, hipnosis profunda, actividad nocturna muy notable en la que se dan pensamientos de extrema lucidez en comparación con los que sufre la paciente por las mañanas, creación literaria y ausencias. Por supuesto, cada paciente del psicoanálisis presenta distintos síntomas, que dependen y se derivan de su experiencia vital y de los traumas que causaran la histeria en un momento primero, por lo que no deja de ser, de nuevo, notablemente curioso, que Anita Ozores presente en la novela una serie de síntomas comunes con Anna O. Quizá debamos resaltar llegados a este punto, lo que el propio Breuer dice de su paciente, cuya peculiaridad explica comparándola con los huevos de equinodermo —el erizo de mar— que son interesantes por el mero hecho de ser transparentes y permitir la total visualización de lo que ocurre dentro de ellos. Del mismo modo, el caso clínico de Anna O. nos resulta interesante por «la notable transparencia y el carácter explicable de su patogénesis»38 y por eso, al compararla con Ana Ozores, tenemos tantas facilidades para explicar la histeria de la Regenta. Como decíamos, ambas pacientes presenta síntomas similares. Salvo la tos, el estrabismo y los síntomas derivados, la parafasia, la imposibilidad de reconocer rostros y las alucinaciones negativas, Ana presenta el resto de sintomatología que presentara Anna O. Las perturbaciones en la vista son continuadas en la obra, durante el primer ataque recogido en el libro siente visión de chispas en los ojos y en la carta al médico Benítez afirma que la estancia en el Vivero ha eliminado de su visión las hormigas en el aire y las burbujas. Los estados díscolos de la conciencia de la Regenta podríamos encarnarlos en los dos estímulos de los que dependen: el Magistral y Álvaro Mesía. Cuando Anita está bajo el influjo de Fermín su conciencia tiende a lo místico y se olvida por completo de lo mundanal, mientras que cuando está bajo el influjo del don Juan de Vetusta, Ana no se acuerda —o, si lo hace, lo hace de forma irónica, viendo lo absurdo de sus exaltaciones— de la religión y sus impulsos místicos por llegar a santa. No se da en la Regenta, por tanto, un estado de equilibrio entre sus dos conciencias, la mística y la mundana, lo que, como hemos señalado en puntos anteriores, es el principal problema que Anita presenta. La pasión desbocada con la que Ana asume cualquier tarea, la hace situarse en extremos que no son beneficiosos para su salud mental, como deja

38

Freud, 1978, p. 65. !23

A.O.: Las iniciales de la histeria

entrever Benítez al retirarla al Vivero para su recuperación después del episodio de la Semana Santa durante los últimos capítulos. Los cambios de humor, presentes en su homóloga austriaca, también están presentes en la protagonista de La Regenta y son notados por otros personajes. Ya hemos recogido en el anterior punto del trabajo cómo Visita se refería a humor de Ana como «desigual» y cómo Ana pasaba de estar taciturna a alegre con la mera visita de Mesía el día de Difuntos, por lo que no vemos necesidad de detenernos más en este síntoma en particular. Mucho más interés merece, sin embargo, el siguiente síntoma: las alucinaciones. Sabemos que Anna imagina que sus dedos se convierten en serpientes y sus uñas en pequeñas calaveras que los coronan. En el caso de Anita Ozores su alucinación está unida al sapo, al que imagina riéndose de ella en el campo y por el que cree haber sido besada en el famoso final de la novela. De nuevo la coincidencia entre las dos pacientes es pasmosa; ambas tienen alucinaciones con dos animales, un reptil y un anfibio, respectivamente, que biológicamente están emparentados y poseen muchas características comunes, como su sangre fría o su reproducción por medio de huevos. La ceguera, sordera y mutismo de Anna O. también se dan en la Regenta: ante la inminencia del ataque, es la propia Ana la que se pasa la mano frente a los ojos para comprobar que continúa viendo. De su ataque durante la adolescencia se dice que «no oía siquiera» y que tampoco puede articular palabra «aún de pura debilidad»39. Es en esta enfermedad misteriosa, sin duda, derivada de un cuadro histérico muy temprano, cuando Ana, también como Anna O. rehúsa comer. Como hemos visto, sólo accede a ello al oír a sus tías hablar sobre el tema para encontrar un marido y poder aliviar la carga que les resulta ser su sobrina. Los insomnios de ambas, la lucidez nocturna, parecen estar unidas en ambos casos a la creación literaria, la fantasía. Mientras que Anna O. le cuenta historias al estilo Andersen a Breuer, vemos cómo Ana se pierde, ensoñada y prácticamente ausente, como lo hacía la paciente austriaca, en los recuerdos de infancia y tiende a imaginar sobre su vida, casi como si se tratara de una novela. Estos hechos, unidos a que el apetito de ambas no suele ser demasiado voraz, nos evoca ciertas resonancias quijotescas, ya que sus problemas psicológicos se ven agravados en gran medida por sus lecturas y sus creaciones —el famoso «teatro privado»—.

39 Alas

«Clarín», 1984, pp. 192-193 !24

A.O.: Las iniciales de la histeria

Hemos obviado en este trabajo los impulsos suicidas de la paciente de Breuer por creer que responden más a una consecuencia de los delirios que a un síntoma propio de la histeria, pero en este aspecto, la paciente real y la de Clarín no podrían ser más distintas. Mientras que Anna O. sí tiene estas tendencias suicidas, Ana Ozores siente un gran terror por la muerte en varios momentos de la novela. Esta diferencia tan radical entre las dos mujeres se pone en manifiesto más aún cuando tenemos en cuenta la gran religiosidad de ambas. En este caso, Anna O. se comportaría de manera muy anómala, ya que el judaísmo, como hace el cristianismo, condena severamente el suicidio, llegando incluso de prescindir de los ritos funerarios y del luto en estos casos. Esta tendencia, entonces, sería un comportamiento muy inusual en una persona tan profundamente religiosa como lo era Anna O. según los testimonios, lo que nos hace reafirmarnos en la opinión de que estas tendencias son fruto de un estado psíquico anormal, que hace a la paciente olvidarse de sus más profundas creencias. Ana Ozores, por otra, parte, nunca llega a pensar en el suicidio y, como ya hemos señalado, es presa de un gran miedo al pensar en el fin de su vida, manifestando, en ocasiones, un notable temor a las penas del infierno.

Debemos destacar también la ‘transferencia’ que se presenta en ambas pacientes. Sobre este fenómeno, Freud advertía en sus estudios que en el tratamiento psicoanalítico se podían desarrollar proyecciones psicológicas de los afectos amorosos y las emociones fuertes del paciente al terapeuta. Tal es el caso de las dos mujeres que nos ocupan. En el caso de Anna O. la trasferencia que se produjo fue clara. No tenemos testimonio directo de ella en los Estudios, pero muchas son las referencias al motivo por el que Breuer terminó el tratamiento con su paciente. Según el artículo de 2012 de Mikkel Borch-Jacobsen, «Mathilde Breuer comenzó a ponerse celosa del interés de su marido por su extravagante paciente y comenzaron a circular los rumores. Así que cuando Breuer terminó el tratamiento en junio de 1882, no fue porque Bertha Pappenheim estuviera recobrada […] si no porque decidió tirar la toalla y transferirla al Sanatorio Bellevue»40. En el mismo artículo se nos señala cómo Bertha sufrió un embarazo 40

En el original: «Mathilda Breuer had become jealous of her husband’s interest in his flamboyant patient and rumors had begun to circulate. So when Breuer terminated the treatment in June 1882, it was not because Betha Pappenheim had recovered […] but because he had decided to throw in the towel and transfer her to the Bellevue Sanatorium». !25

A.O.: Las iniciales de la histeria

psicológico, cuya paternidad atribuía a Breuer, llevando los límites de la transferencia a uno de los extremos más desorbitados posibles. Max Eitingon, en 1909, propuso una lectura del caso de Anna O. como muestra de unas fantasías incestuosas con el padre muerto que se transfirieron a Breuer, tomando al doctor como nueva figura paterna. En el caso de Ana Ozores la transferencia de afectos fundamental la recibe, a nuestro entender, del Magistral, que es el que funciona en mayor medida como terapeuta para Ana. Él mismo afirma en la obra: «Usted está enferma; toda el alma que viene aquí está enferma. Yo no sé cómo hay quien hable mal de la confesión; aparte de su carácter de institución divina, aun mirándola como asunto de utilidad humana, ¿no comprende usted, y puede comprender cualquiera que es necesario este hospital de almas para los enfermos de espíritu? […] El alma tiene, como el cuerpo, su terapéutica y su higiene; el confesor es médico higienista […] No bastaba una conferencia para curar un alma»41. No podemos dejar pasar el hecho de que Ana y Fermín apenas se conocen en el momento de la primera confesión y que, por tanto, las confidencias son las que hacen que estén unidos hasta llegar a considerarse «hermanos» en un relativo poco tiempo. Por él, por la figura que Fermín representa, Ana es capaz de ponerse en ridículo delante de toda la ciudad de Vetusta en la ignominiosa procesión del Viernes Santo, como hemos visto en el anterior punto de este trabajo. Pero al contrario que en el caso de Anna O. la transferencia con su confesor-terapeuta no tiene un interés romántico detrás —podemos afirmar, creemos que sin temor a equivocarnos, que Ana jamás tendría un embarazo psicológico del Magistral— y este lazo que une a ambos se deshace como papel mojado en cuanto Ana se percata del interés pasional que Fermín tiene en ella, cosa que la repugna soberanamente, pero que no por ello le impide volver al Magistral al final de la obra, al que ella siente —junto con Frígilis— como único ser que pudiera guardarle afecto tras la estigmatización a la que la somete Vetusta después de la muerte de don Víctor Quintanar. Para desgracia de Ana, Fermín parece no guardarle ya ningún afecto a la que antes fuera su hermana del alma. CONCLUSIONES Aunque de ninguna de las maneras nos atrevemos a afirmar que Clarín pudiera ser un precursor de las ideas de Freud, dado que, a pesar de ser contemporáneos, Clarín no tuvo 41 Alas

«Clarín», 1984, pp. 269-270. !26

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noticias de las ideas de Freud y sabemos que La Regenta no pudo ser traducida al alemán, y por tanto accesible de manera regular para el público germano, hasta los años 70, cuando E. Hartman realizó su traducción, el presente trabajo viene a demostrar lo que Freud afirmaba sobre los poetas y los escritores, que gozaban de una sensibilidad y una intuición especiales cuando se trataba de configurar a sus personajes. Dice Freud sobre esto: «los poetas son valiosísimos aliados, cuyo testimonio debe estimarse en alto grado, pues suelen conocer muchas cosas existentes entre el cielo y la tierra y que ni siquiera sospecha nuestra filosofía»42. Y así lo vemos en La Regenta, una obra en la que Clarín dibuja magistralmente el carácter de los pacientes de histeria que Freud psicoanalizaría años más tarde con gran éxito. No deja de ser notable, además, que Clarín sólo se refiera a Ana en una ocasión como histérica, en boca de don Álvaro Mesía que dice: «En su casa no se puede adelantar nada. Es una mujer rara..., histérica...»43 y habla así sobre ella pensando que no hay manera posible de conquistar a la Regenta, que es una fortaleza inexpugnable entregada al Magistral y, que por lo tanto, su empresa ha sido una pérdida de tiempo. En las palabras de Mesía notamos el poso amargo del resentimiento de un hombre herido en el orgullo. Pero Ana no es el único personaje aquejado de histeria de la novela. Por la extensión fija de este trabajo no nos podemos detener en observar bajo la óptica freudiana el comportamiento del otro gran protagonista de la novela en opinión de muchos críticos: don Fermín De Pas, Provisor y Magistral de Vetusta, pero sin lugar a dudas, detrás de la figura del canónigo se esconde una ‘histeria psíquicamente adquirida’, en terminología freudiana. En origen la histeria es una enfermedad más femenina que masculina, pero no podemos olvidar que el Provisor se mueve en un mundo de mujeres (su madre, Teresina, Anita, las mujeres que con él se confiesan...) Esto hace del Magistral un personaje profundamente reprimido, tanto por su madre —origen del superyó opresor y tirano que vive dentro de Fermín, ya que la madre nunca se ha prodigado en cariños ni ternuras con él y Fermín se acaba por convertir en un mero instrumento de la codicia de doña Paula— como por el voto de castidad y la sotana, que repudia por ser casi una prenda femenina bajo la que tiene que permanecer, que le hace verse menos hombre al lado de su competidor en la novela, Mesía, al que está seguro de superar tanto intelectual como físicamente. La sotana debe esconder las pasiones del hombre que se

42

Freud, 1972, p. 1286.

43 Alas

«Clarín», 1984, p. 469. !27

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viste con ellas, convirtiéndose en «una cadena estridente que no ha de romperse»44. Tal y como afirma Tomschin en su artículo: «La sotana le humilla además como símbolo que pone en entredicho su masculinidad» 45. La histeria psíquicamente adquirida concuerda, además, con los arrebatos de ira que provoca Ana en el Magistral. Ana se convierte para él en el reemplazo de todas sus ambiciones, por eso desata esas iras tan profusas cuando se siente traicionado, iras que culminan al inducir a Víctor a que mate a Mesía, en contra del misterio de la caridad y sus votos religiosos. Pero, como hemos dicho, no nos podemos detener más en esta visión del Magistral, por interesante que pudiera ser.

La Regenta y su autor, como decíamos, apoyan la teoría de Freud sobre la sensibilidad del escritor. Sabemos que Clarín, al contrario que Emilia Pardo Bazán —que como naturalista plagaba sus novelas de descripciones de enfermedades y leía tratados de medicina para documentarse sobre ellas— no sentía ningún tipo de inclinación por estas lecturas científicas. Como dice Baquero Goyanes en su prólogo a La Regenta las enfermedades, tanto la que mantiene en cama a Ana a la muerte de su padre, como la que hace a Benítez temer por la vida de Ana si se da cualquier estímulo fuerte en los últimos capítulos de la novela, se describen de manera muy imprecisa y hace que «el carácter predominantemente nervioso, propio de las mismas»46 explique la ausencia de datos más pormenorizados sobre ellas. Entonces, debemos suponer que el conocimiento de Clarín deriva de la observación y el trato con mujeres, quien en un trabajo sobre Tormento, recogido en el prólogo de Sobejano al primer tomo de La Regenta, afirma admirando el tratamiento que da a la obra Galdós: «Apela, sobre todo a la necesidad de estudiar los interiores (de almas, clases, instituciones) y de tratar a la mujer no en abstracto, sino inseparablemente “de su ambiente, de su olor, de sus trapos, de sus ensueños, de sus veleidades, de sus caídas, de sus errores, de sus caprichos”»47 . Si este era el objetivo que Clarín se marcó para su Regenta después de leer la obra de Galdós, sin duda podemos afirmar que lo consiguió de una forma tan sublime que ha

44 Alas 45

Tomschin, 1986-1987, p. 515.

46 Alas 47

«Clarín», 1984, p. 715.

«Clarín», 1984, p. 12.

Sobejano, 1990, p. 25. !28

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encumbrado a su novela tanto, que hasta ha sido considerada por muchos como la novela más importante del siglo XIX. Como señala Javier Marías en su artículo sobre la traducción de Rutherford al inglés de La Regenta «es una obra adelantada a su tiempo, sobre todo en lo que respecta a ciertos hallazgos psicológicos que, de haberla escrito Clarín cuarenta años más tarde, habrían dado lugar a numerosos estudios sobre la influencia de Freud en La Regenta»48 y el propio Rutherford en el prólogo a su traducción afirma: «Cuando hablo de la psicología moderna de La Regenta, pienso también en los sueños y su interpretación, en particular en los suelos de Ana en el capítulo XIX y la interpretación que ella les da en capítulo XXI, con sus reveladores puntos oscuros: el deseo suprimido de una relación sexual con el canónigo De Pas se encarna de forma disfrazada en sueños, y luego sigue suprimiendo ese deseo cuando recuerda los sueños más adelante»49 lo que sin duda nos remite a la famosa obra de Freud La interpretación de los sueños. Sin duda, La Regenta y «Clarín» son ejemplo, tanto de la intuición del poeta, como del profundo estudio del género humano —y de la mujer en este caso— que llevó a cabo el movimiento naturalista español. 


48

Marías, 1984, p. 38.

49

Rutherford, 1984, p. 41. !29

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