ANTROPOLOGÍA, SEXO, SÍMBOLO, Y COMUNICACIÓN

July 21, 2017 | Autor: F. Sedano Perez | Categoría: Comunicación y cultura, Psicoanálisis, Antropología, Sexología
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S E P A R A T A Rev i s t a P I NAC O Investigaciones sobre Antropología Cognitiva Volumen VIII 2014 - 2015

ANTROPOLOGÍA, SEXO, SÍMBOLO Y COMUNICACIÓN Javier Sedano & María Serrano

Indice de Impacto AIO (Anthropological Index Online, UK) ISSN 1668-1754 (LATINDEX)

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SEDANO, JAVIER & SERRANO, M.

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PINACO - Investigaciones sobre Antropología Cognitiva Vol. VIII, 2014-2015

ANTROPOLOGÍA, SEXO, SÍMBOLO, Y COMUNICACIÓN JAVIER SEDANO* & MARÍA SERRANO**

Resumen Mientras que otras orientaciones del psicoanálisis generalmente destacan un determinado aspecto – pulsiones, emociones, lenguaje, relación- de ese complejo conjunto de datos objetivo-culturales que constituyen lo inconsciente, el psicoanálisis de base antropológica, se propone la tarea de abordar integralmente las realidades cognitivas e intuitivas desde un planteamiento holístico de la antropología, centrado en la intimidad, y refiriéndose a sus múltiples dimensiones. En diferentes textos como “Mito, semántica y realidad”, “El hombre, noción científica”, “Interacción yconocimiento”, Cencillo insiste en la idea de que las cadenas semánticas son la esencia del lenguaje. Se trata pues de algo más que peculiaridades expresivas y conforman una especie de código genético, al ir trenzándose, en diferentes campos de significación: emocional, práctico, corporal, existencial; pero es precisamente en “Sexo, comunicación y símbolo”, donde se perfilan con más precisión las múltiples dimensiones de la identidad en relación a la sexualidad humana, que no es única para toda la especie y este dato constituye su historicidad. En otras especies la sexualidad es vertebral, como si su existencia consistiera en la mera reproducción; en la especie humana el eje se desplaza y la vitalidad transcurre por el cauce de la personalización individualmente realizativa y abierta a otras dimensiones como puede ser la creatividad cultural y la expresividad vinculativa, estética e interactiva, sin olvidar la función dinamizadora de la fantasía en relación con la motivación y el deseo. La sexualidad humana y sus posibles anomalías o patologías, así como su correcto funcionamiento, implican siempre factores biológicos, pero nunca exclusivamente, sino que éstos se hallan en constante interacción con otros factores y concausas como pueden ser: afectivas simbólicas, ideológicas y comunicacionales. Todos estos agentes los encontramos dentro de un sistema de redes, constituyendo una estructura de interacción estocástica –no determinista- que debe analizarse cuidadosamente en la terapia sexual y en la investigación antropológica. Palabras Clave: antropología, sexo, símbolo, comunicación

El siguiente artículo se enmarca en la epistemología del psicoanálisis de base antropológica, que es la nueva orientación del psicoanálisis que propone el Instituto Psicoanalítico de Salamanca y está basado en el libro de Luis Cencillo (1993) titulado: “Sexo, comunicación y símbolo”, que es una referencia ineludible para sexólogos y psicoanalistas de todas la orientaciones.

El autor, Luis Cencillo, Madrid 1923-2008, podría decirse que fue un erudito, un sabio con mentalidad renacentista, que se doctoró en Filología Clásica y se licenció en Derecho por la Universidad Central. Además, se licenció en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas, en Teología por la Universidad de Innsbruck y se diplomó en Psicología en la Universidad de Friburgo. Su lega-

Trabajo recibido diciembre 2014 Trabajo aprobado mayo 2015

 Psicólogo, Psicoanalista, Profesor y Secretario del Instituto Psicoanalítico de Salamanca.  Licenciada en Psicología, Máster en Mediación Familiar y Diplomada en Psicoanálisis por el Instituto Psicoanalítico de Salamanca.

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do intelectual ronda las 20.000 páginas, en más de 60 textos académicos. Cencillo fue un psicoterapeuta apasionado y activo e investigador incansable, el cual dejo importantes aportaciones como la que aquí nos concierne ya que esta obra es necesaria para conseguir integrar toda información referente a la sexualidad humana, desde su base antropológica, es decir, considerando los aspectos culturales comunes a los seres humanos de todos los lugares, épocas y civilizaciones. Para situar la sexualidad humana en su adecuado contexto, no solo se ha de tener en cuenta su retroalimentación social y sus caracteres personales, sino que además, debemos atender a la combinación de recursos orgánicos, procedimientos de propagación y conservación de la vida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la sexualidad como: “un aspecto central del ser humano presente a lo largo de su vida. Abarca el sexo, las identidades y los papeles de género, la orientación sexual, el erotismo, el placer, la intimidad y la reproducción. La sexualidad se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos y creencias, actitudes, valores, conductas prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir estas dimensiones, no obstante no todas ellas se expresan siempre. La sexualidad está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos y espirituales”. Así pues, podríamos matizar en que no hay una sexualidad humana general para toda la especie, sino que existen unas disposiciones dotadas de extraordinaria plasticidad, que cada cultura y sociedad van modelando para configurar unos perfiles y un tipo de sexualidad humana. El hecho de no poder determinarse una sexualidad humana universal, constituye su historicidad. La naturaleza de está sexuación tiene su origen en un conjunto de sistemas que interactúan entre sí en un complejo dinámico, de modo que cualquier cambio en uno de esos sistemas afectará a aquellos con los que se encuentra en relación. Por todo ello, podríamos entender la sexualidad como una composición conformada por la sexuación biológica, por la identidad individual, por los roles sociales que de dicha sexuación se derivan, por la genitalidad orgánica, psíquica y sus funciones, así como por los mecanismos de funcionamiento sexual y por la actividad sexual con sus condiciones psicosociales. Tanto la sociedad como la persona individual avanzan mediante ensayo y error en sus procesos de maduración y de aprendizaje. Procesos que son indispensables para que la sexualidad humana lle-

gue a ser plena y racionalmente vivida. La evolución social y su constante y progresiva maduración psíquica conllevan la aparición de una serie de conflictividad sexual. El hecho de que los seres humanos arrastremos una cultura y nos insertemos en una sociedad con unos valores y creencias determinados nos condiciona no solo en la manera en la que vivimos, sino en cómo nos relacionamos sexual y afectivamente. La sexualidad permite que la vida evolucione hacia niveles de organización cada vez más complejos. De modo que, todos los organismos complejos son sexuados. Ahora bien, la sexualidad es aquello que la especia humana parece tener más en común con el resto de especies botánicas y zoológicas. No obstante, en la especie humana, las relaciones sexuales se fundan en una identidad personal, pertenecen a su esfera de intimidad más primitiva y constelan en una serie de símbolos y asociaciones arquetípicas y afectivas más profundas que en el resto de seres vivos, donde solo se encuentra una función meramente reproductiva. Así pues, podemos decir que la sexualidad humana aparece como históricamente evolutiva e investida de significados diversos según el momento temporal, tipo de sociedad y área cultural. Por ello, todas las sociedades han generado usos y pautas sexuales y estos, a su vez, han modelado la personalidad y la identidad sexual de los miembros de cada sociedad. Además, han tenido como repercusión la constitución de un tipo particular de sexualidad humana que colinda con el modo concreto en que los individuos se relacionan entre sí, y con una distribución de funciones e identidades y unas ritualizaciones que configuran el perfil de la personalidad sexual en ese momento y sociedad establecida. Determinadas necesidades son creadas por el sistema social en el cual estamos inmersos. En la sociedad occidental por ejemplo, existe el derecho a una vivienda digna o a la escolarización y, en cambio, en otros países no se han concebido nunca tales necesidades. De tal modo, podemos afirmar que no son necesidades absolutas y biológicas, sino creadas por el sistema simbólico en el cual nos insertamos y socializamos. Por tanto, no se puede comprender la sexualidad humana si no se tiene en cuenta en contexto sociocultural y momento temporal en el que nos encontramos. Cambiar el entorno social, en el cual desarrollamos nuestra personalidad, va a tener como consecuencia cambiar la manera en la que percibimos el mundo, en los significados que le atribuimos y, por supuesto, en la manera en la que experimentamos y vivimos nuestra sexualidad como perso-

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nas complejas y particulares. Por ende, resulta inevitable denotar la importancia que no solo el marco sociocultural representa, sino también la repercusión que genera el socializarse en una u otra familia, puesto que el modelo parental y los vínculos establecidos con nuestras figuras de apego va a condicionar y modular el desarrollo de una identidad concreta, así como de unos valores y unas creencias determinadas que encaminarán nuestros pensamientos y, en consecuencia, también nuestras acciones. Nuestra visión pragmática de los objetos, nuestro sistema de preferencia, de necesidades y de valoraciones, son también consecuencia de un sistema de símbolos adoptado claramente por la cultura occidental tardía. Un sistema donde los símbolos aprendidos tienen su caldo de cultivo en la cultura en la que nos insertamos puesto que, si cambiásemos de cultura la visión con la que percibiríamos nuestro medio más próximo también cambiaria. Los seres humanos nos desarrollamos en constante interacción dialéctica con el mundo más próximo que nos rodea, por ello somos el resultado de su influencia más directa. En este sistema de símbolos, podríamos decir que los símbolos dominantes de nuestra época son: la posesión, el poder manipulativo, el placer individualista y constante, la eficacia pragmática y económica, el individuo desvinculado (libre de ataduras), lo corpóreo y el éxito, englobando dentro de éste el lucro, el triunfo, la imagen pública, el estatus y las relaciones sociales. La base dinámica de toda conducta humana está formada por el fondo energético constitutivo de la psique, sus canalizaciones y estructuras apoyativas, además de la configuración conductual de los impulsos y de la afectividad derivada de todo ello. El fondo energético se halla constituido por la libido. Todas las personas integramos una energía libidinal que es el origen del deseo, de las pulsiones sexuales más intensas. Así pues, el fondo energético, que es la vida inconsciente, está compuesto por la libido o energía indiferenciada. La libido tiene funciones tan importantes como mantener la comunicación viva actual y pre-cognitiva con el entorno, dinamizar a la persona en forma de pulsión, tendencia y deseo. Asimismo, alimenta las áreas superiores de la emocionalidad y la fantasía, donde se constelan las cadenas semánticas, las cuales son la base de la creatividad cultural y del lenguaje. En diferentes textos como “Mito, semántica y realidad”, “El hombre, noción científica”, “Interacción y conocimiento”, Cencillo insiste en la idea de que las cadenas semánticas son la esencia del lenguaje. Se trata pues de algo más que

peculiaridades expresivas y conforman una especie de código genético, al ir trenzándose, en diferentes campos de significación: emocional, práctico, corporal, existencial. La libido es el primer elemento básico que nutre la vida y la actividad sexual. Freud usaba este término para expresar a la masa psíquica y energética que dinamiza el carácter, el cuerpo y sus relaciones con el mundo de los objetos. Esta libido se va desarrollando a lo largo del ciclo vital; ya desde la primera infancia va gestándose la presencia de esta energía pulsional en el niño. Por tanto, todo trauma que se dé va a entorpecer o a paralizar la buena marcha de la libido, pudiendo incluso hacerla retroceder. De aquí se desprende la importancia que tiene que el niño establezca un vínculo seguro con sus figuras de referencia que, por lo general son los padres. Esto es así porque, todas las situaciones que se desarrollen durante la infancia del niño van creando las bases de su carácter social y sexual, que se acabará de completar con las primeras relaciones objetuales edípicas, es decir, por las relaciones “de amor” o “afecto” que primariamente establece el niño hacia uno de sus progenitores. De tal modo, podemos afirmar que la personalidad, cuya evolución libidinal no se haya retrasado y no esté fijada en ninguna etapa anterior, habrá integrado sus energías, sus pulsiones y sus cadenas sémicas para irlas recombinado y gestionando en conexión con las actividades sociales y con las exigencias interpretativamente objetivas de su realidad. Dentro de este inconsciente o fondo energético, diferenciamos cuatro estratos. El primero, denominado radical, es el foco dinámico indiferenciado que recibe, percibe y emite información constantemente, aún prescindiendo de los sentidos orgánicos y de los procesos mentales. El segundo, es el pulsional, estrato donde se enmarcan las pulsiones eróticas, agresivo defensivas y destructivas. El tercer estrato, el emocional, transforma la pulsión en tendencia, deseo y afecto, abriéndose paso hacia la constelación simbólica. Por último, el sémico posibilita la formación del lenguaje, como capacidad totalizadora y compendiaría de la especie humana para denotar y controlar cualquier realidad. Estos estratos tienen una funcionalidad clara. Si seguimos a Freud, por un lado, tienen la importante función de permitirnos identificar la presencia del síndrome. Lo cual quiere decir que gracias a los estratos podremos descubrir algún aspecto observable en la persona que puede significar y/o ser la manifestación latente de un problemática inherente. Por otro lado, los estratos nos dan la

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posibilidad de elaborar el cuadro clínico, de manera que seamos capaces de describir el conjunto de signos y síntomas que se presentan en un tipo de enfermedad o padecimiento concreto. Es importante tener en cuenta que, un mismo síntoma en distintas personas puede tener un origen y/o significado diverso. Asimismo, siguiendo a Cencillo, los estratos inconscientes, aportan una anatomía psíquica que permite intervenir analógicamente sobre los estratos profundos de la personalidad, a través de los índices de salud mental. Atendiendo a los índices de salud mental, nos parece conveniente citarlos muy brevemente. En primer lugar, está el emocional, que sería representado por la capacidad de empatía, por la alegría, la tranquilidad y la facilidad para instaurar relaciones afectivas, así como relaciones de amor, enamoramiento y amistad. Además, engloba la capacidad de asumir riesgos y de establecer y mantener compromisos, junto al predominio de los sentimientos positivos sobre los negativos. El segundo índice es el práctico, el cual comprende características como el control del tiempo y de los recursos personales, la canalización de la energía en proyectos realizables, la atención y concentración en las tareas, la auto-eficacia, el saber tomar decisiones en función de las circunstancias objetivas de la realidad, la capacidad de controlar y resolver situaciones difíciles, la puntualidad y el orden. En tercer lugar, el corporal, está caracterizado por la capacidad de disfrutar de la sexualidad, de dormir con sueño profundo y reparador, de experimentar sensaciones de plenitud y bienestar o de despertarse con ganas de comenzar un nuevo día. También abarca la capacidad para establecer relaciones eróticas gratificantes, para alimentarse adecuadamente, así como para realizar ejercicio físico, evitar las somatizaciones, tener potencia sexual y poder experimentar el orgasmo. Por último, atendemos al índice de salud mental denominado existencial. Éste integraría la aceptación de sí mismo y de los cambios que se producen en la trayectoria vital, la seguridad moderada y auto-identidad, la aceptación de las limitaciones sin necesidad de aparentar más de lo que se es, el tener en cuenta los intereses de los demás al tomar decisiones, el vestirse con sencillez y construir con paciencia los medios para alcanzar los objetivos. Dichos índices de salud mental se presentaran en distinta intensidad o grado en cada persona. No hay dos personas iguales, por lo que tampoco es común encontrar a distintas personas con unos índices de salud mental exactamente idénticos, ya que éstos se encuadran dentro de un cuerpo determinado y de una individualidad concreta. El cuer-

po humano es pura dinámica comunicativa y práxica, de intercambio de diversos tipos de información y de trasmutación de intenciones e impulsos en acción eficaz sobre el mundo real. Cada persona es un conjunto de posibilidades energéticas, estructurales y canalizadoras que han de irse organizando desde el nacimiento. Aquí, la corporeidad se presenta como una mediación dialéctica entre estas energías y procesos. De tal modo, estas energías irán configurándose de manera distinta según sea el sujeto individual, los grupos en que se inserte, la historia de infancia particular, el ambiente familiar y educacional, entre otros factores que influirán directamente sobre la propia realidad pulsional, somática, afectiva, social y cultural. Es por ello, que el cuerpo no le viene dado a cada persona como un objeto sensible solamente, sino que el cuerpo se percibe, se vive y se experimenta simultáneamente de formas muy diversas e ilimitadas entre sí. Por eso, no basta con liberar los impulsos reprimidos, sino que se ha de ayudar a la persona a que los integre metódicamente. Es en este momento cuando se puede decir que un sujeto esta auto-realizado, puesto que posee una identidad definida, ha sido capaz de integrar información objetiva, es capaz de expresarse libremente y está en armonía con lo real. En definitiva, para ajustar el perfil y la conducta sexual de un sujeto hay que explorar y reorganizar la esfera de los símbolos, las imágenes, las investiciones afectivas y libidinales y la identidad inconsciente de la persona en cuestión. En una conducta erótica, es el cuerpo el resonador del deseo, de la identidad seductora, de la vitalidad que se ofrece a participar o a invadir al otro, y de la expresividad afectiva que a través de nuestra piel se manifiesta. No obstante, todo ello viene catalizado por la fantasía, en cuanto poder ideativo, proyectivo y asuntivo de lo meramente real. Es decir, sin la fantasía los cuerpos, los sucesos y las cosas en sí mismo no tendrían poder de interesar a la persona si no fuese investido de un significado, de valor y de emoción; pero la síntesis de todos estos factores, estrechamente asociada a la afectividad y a la libido, no es la razón, sino que es la fantasía quien la realiza y a partir de ella se crean ideas de las cosas y de los acontecimientos, se proyectan expectativas y correspondientemente, se asumen emocionalmente y acaban integrándose en el sistema de objetos internalizados que orienta a cada persona en su praxis y en su vida más intima y personal. La sexualidad, por tanto, engloba al cuerpo como la representación física de un deseo carnal y estético. El cuerpo representa el objeto de deseo

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sexual, No aparece sólo como una fuente de placer o de amor, o como un factor económico, sino como portador de valores estéticos, de belleza. No obstante, aquí también es importante tener en cuenta los factores históricos, sociales y culturales puesto que si cambiamos éstos también cambiara la concepción de dicha belleza. La belleza es un constructo que se construye y percibe socialmente, por tanto, las pautas que determinan lo que es bello o no lo es solo podrán ser comprendidas atendiendo al contexto temporal y sociocultural en el cual nos situamos. La importancia que le concedemos actualmente a los cánones de belleza roza limites extremadamente peligrosos, por tanto, no está de menos cuestionarse hasta qué punto la estética persigue una belleza pura y racional o es más bien una atracción erótica, a través del cuerpo, lo que se persigue tratándonos de aproximar a unas pautas corporales consideradas bellas. Hasta el punto que no se puede precisar dónde acaba la pura estética y empieza la atracción erótica. El amor no es lo mismo que el sexo. No solo basta tener belleza para que se dé el amor, sino que debe de haber alguna característica en la otra persona que trascienda y nos haga sentir el deseo real de permanecer junto a él o ella. Si el amor solo se concentrase en la belleza externa, éste no llegaría a producirse. Cuando en una sociedad se busca más el placer orgánico que otro tipo de satisfacciones intelectuales o afectivas, estos tipos de amor no llegan a darse y provoca el efecto de que el ser humano no sea capaz de amar. El proceso de contacto genital o de cortejo previo constituyen ocasiones de vivencias estéticas y de cultivo de la belleza por ambos sexos. No obstante, si la persona solo se queda en este paso el amor, profundo y sin condiciones tal y como es concebido actualmente en la cultura occidental, no nacerá. Este tipo de amor genuino posibilita o beneficia para que no se presenten anomalías genitales, las cuales provienen, o de una relación mal establecida o de una personalidad mal estructurada y que, por lo tanto, tampoco será capaz de establecer adecuadamente una relación de pareja sana. La sexualidad humana y sus posibles anomalías o patologías, así como su correcto funcionamiento, implican siempre factores biológicos, pero nunca exclusivamente, sino que éstos se hallan en constante interacción con otros factores y concausas como pueden ser: afectivos simbólicas, ideológicas y comunicacionales. Todos estos agentes los encontramos dentro de un sistema de redes, constituyendo una estructura de interacción estocástica. Con el término de interacción estocástica nos referimos a aquel sistema cuyo comportamiento

es intrínsecamente no determinista, siendo aquello que una psicoterapia sexual bien enfocada debe descubrir para poder resolver el caso que se presente. Los modelos más determinantes de la sexualidad los construye la fantasía. La fantasía en unión con la imaginación interviene en la dinámica de la sexualidad humana. Por una parte, entendemos la imaginación como la actividad más o menos consciente de la persona, que puede construir imágenes de manera voluntaria y, además, representarse ciertas situaciones, objetos o asociaciones de los mismos mediante la fantasía. Por otra parte, la fantasía se entiende como el trasfondo del inconsciente y del preconsciente de arquetipos, fantasmas y cadenas simbólicas que subyacen en los procesos cognitivos e ideativos de los seres humanos; los cuales emergen de vez en cuando a la conciencia y en la actividad perceptiva. De tal modo, las percepciones más reales se ven influidas e incluso determinadas por estas emergencias inconscientes de la fantasía. Así pues, la fantasía tiene un papel relevante en la vida de todas personas puesto que gracias a ella se genera la razón. Esto es así porque la fantasía posibilita el salto de llevar a la realidad los eventos que primariamente hemos desarrollado en nuestra mente. Pues bien, cada ser humano, tanto en las relaciones con su propio cuerpo como con los demás seres humanos y con las cosas que constituyen su mundo, expande constantemente su propia y particular fantasía. Por tanto, la fantasía puede movilizar, paralizar y retroalimentar los estados energéticos y afectivos y, asociadas a ellos, la formación de los sistemas de defensas y de canales de comunicación. Esto es así porque la fantasía es capaz de llevar a la conciencia cualquier elemento que hayamos construido ilusoriamente en nuestra mente. De manera que nos va a permitir generar no solo elementos de comunicación complejos, sino que también nos va a permitir emplear un razonamiento lógico para movernos por el mundo, No obstante, no podemos dar menos importancia a la imaginación puesto que es el depósito donde se guarda lo vivido, donde se sintetiza el mundo en el que experimentados y que permite generar previamente toda la abstracción. La imaginación retiene y recombina lo pasado y lo presente, mientras que la fantasía permite que anticipemos el futuro y, ambas, vienen a componer una realidad paralela a la cotidiana. Atendiendo a todo ello, podemos comprender como la realidad se encuentra en toda su extensión impregnada de imaginación y fantasía. Fantasía e imaginación integran experiencias pasadas, in-

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formación, sensaciones presentes y actuales, símbolos y anticipaciones del deseo, y lo condensan en totalidades objétales, que por ello mismo vienen a presentarse fundidas con la vida más concreta y personal del sujeto. Todo esto viene a conformar el objeto del deseo; ya que el psiquismo humano comienza nada más y nada menos que con la dinámica libido-fantaseada. Es relevante también atender a la regulación socio-institucional puesto que ésta interviene en todos los aspectos de la vida de las personas. Es más, es gracias a esta regulación que sabemos cómo actuar en diversas situaciones sociales. Si no existieran unas normas sociales, así como unas pautas comportamentales que todos conociésemos e integrásemos, no sabríamos como movernos por el mundo. De manera que podríamos no ser funcionales para desempeñar los diversos roles con los que actuamos a lo largo de nuestra vida. Atendiendo a ello, podemos afirmar que es falsa la suposición de que la regulación socio-institucional, que a su vez contempla la sexualidad y toda la vida personal, afectiva y pulsional, funciona de por sí de un modo natural y que los factores sociales constituyen una traba. Los dinamismos humanos no autoregulados requieren una regulación supletoria de carácter social, ya que biológicamente ésta no existe, que instaure unos ritmos, unos límites y un acompasamiento de conductas, así como que ayude a coordinar las libertades y las aspiraciones ilimitadas de cada sujeto (dentro de unas normas de convivencia concretas y preestablecidas). Para entrar ahora a abordar el término de tensión sexual, nos parece conveniente hacerlo tomando a diversos autores, puesto que éstos no se quedan indiferentes al tratar el tema. En primer lugar, para Freud, por una parte, la tensión sexual incumplida es la responsable de las enfermedades psicológicas. De manera que toda tensión sexual no resuelta o reprimida será el origen de diversos síntomas y/o patologías en la persona. Por otra parte, gracias a la sublimación de la energía libidinal resultan los logros culturales del hombre. Sin embargo, Freud no le concedió demasiada importancia al orgasmo mismo, centrándose principalmente en las consecuencias que dicha tensión sexual podría producir sobre la persona. En segundo lugar, Reich investigó la capacidad de alcanzar el orgasmo. En 1927 escribió la primera monografía sobre el tema, La función del orgasmo. En este trabajo propuso utilizar la potencia orgásmica como indicador para la salud mental, basándose en sus experiencias como terapeuta y estudios empíricos. Según Reich, las enfermedades neuróticas revelan una impotencia para expe-

rimentar un orgasmo completo. Este acontecimiento bloqueaba a la libido, de manera que la energía pulsional no sería liberada y esta represión es lo que daría lugar a dicha patología neurótica. Como meta para curar estas patologías, propuso lograr que el paciente acepase el acercamiento al orgasmo, aunque éste no se pudiera competar. En tercer y último lugar, Lowen modificó y amplió las teorías de su maestro, enfocándose hacia el análisis bioenergético. El análisis bioenergético pone aún mayor énfasis en la satisfacción sexual que la psicoterapia de Reich, practicando movimientos, respiraciones y manipulaciones para rescatar las emociones secuestradas y liberar la energía sexual. De modo que, gracias a esta liberación de la energía libidinal se evitasen o previniesen las enfermedades patológicas. Acorde con ello, encontramos el constructo de placer sexual, el cual se siente o experimenta al estar excitado sexualmente, siendo esta excitación la respuesta del cuerpo a la estimulación sexual. El ser humano puede excitarse por estímulos que oye, ve, huele, saborea o toca. Además, resulta curioso el hecho de que el estímulo pueda ser real, es decir, estar presente en el mundo real, o ser fruto de la imaginación e incluso del sueño. El placer sexual tiene, sin duda, efectos beneficiosos para la persona ya que mejora la salud y el bienestar, contribuyendo por tanto en la calidad de vida que subjetivamente experimentará la persona en cuestión. En el placer sexual participan diversas sensaciones: visuales, olfativas, auditivas, táctiles y gustativas. El conjunto de todos estos factores hacen del placer sexual uno de los más intensos que es posible sentir. Es una motivación básica de casi todo comportamiento sexual. El placer sexual puede ser experimentado con cualquier persona, sintamos amor hacia ella o tan solo atracción, puesto que este placer se da indistintamente de la inclinación sexual que tengamos. Esto es así porque la inclinación o tendencia sexual hace referencia a un patrón de atracción sexual, erótica, emocional o amorosa hacia un determinado grupo de personas definidas por su sexo, aunque esta atracción se sienta hacia alguien del mismo sexo, del sexo opuesto o por ambos. De tal modo, podemos encontrarnos con personas heterosexuales (sienten atracción hacia personas del sexo opuesto), homosexuales (sienten atracción hacia personas del mismo sexo), bisexuales (sienten atracción hacia personas de ambos sexos), u otros tipos de orientación sexual pueden ser considerados (asexualidad). El comportamiento sexual humano, la identidad de género y la identidad sexual son términos

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relacionados con la orientación sexual, ya que psicológicamente conforman la percepción sexual en una persona. De tal modo, cada sujeto, determinado por unos rasgos de personalidad y unas preferencias determinadas y concretas, va a tener una marcada preferencia sexual hacia uno u otro género. Esta preferencia sexual sugiere un grado de elección voluntaria, que determina la vida sexual de una persona al establecer un género como objeto de deseo. Por todo ello, podemos comprender el hecho de que la sexualidad humana sea paradójica y conflictiva. A diferencia del resto de especies, donde la sexualidad es vertebral, como si su existencia consistiera en la mera reproducción; en la especie humana el eje se desplaza y la vitalidad transcurre por el cauce de la personalización individualmente realizativa y abierta a otras dimensiones como puede ser la creatividad cultural y la expresividad vinculativa, estética e interactiva. Sólo la especie humana tiene praxis y, en las demás especies tienen hexis, que sería a lo que denominaríamos coloquialmente como hábito o al modo estable e inmutable de estar en el mundo. Esta libertad de orientación sexual es un derecho que todos y cada uno tenemos. Todos somos libres de elegir cómo, dónde y con quién disfrutar de nuestra sexualidad. Cuando nombramos la libertad sexual nos estamos refiriendo a que cada sujeto tiene derecho a la libertad de su elección sexual, sin más limitaciones que el respeto a la libertad ajena. Asimismo, cada persona tiene derecho a utilizar el propio cuerpo conforme a su voluntad, a seguir en cada momento una u otra tendencia sexual y a hacer y a aceptar las propuestas que se prefieran, así como rechazar las no deseadas. Según la OMS, y en relación con la salud sexual, es necesario un “acercamiento positivo y respetuoso hacia la sexualidad y las relaciones sexuales, así como la posibilidad de obtener placer y experiencias sexuales seguras, libres de coerción, discriminación y violencia. Para que la salud sexual

se logre y se mantenga los derechos sexuales de todas las personas deben ser respetados, protegidos y cumplidos”. Es importante tener en cuenta que la libertad sexual viene limitada por el límite de edad de consentimiento sexual y que la violación de la libertad sexual del individuo es considerada un delito. No solo es importante permitirnos el derecho de disfrutar libremente de nuestra sexualidad, sino que es vital respetar este derecho en las demás personas. En relación a ello, debemos de considerar los conceptos de libertad positiva y negativa. Por una parte, la libertad positiva es aquella que implica el tener la voluntad o el querer realizar una acción determinada. Asimismo, es autodeterminación en aquella situación en la que una persona tiene la posibilidad de orientar su voluntad hacia un objetivo, de tomar decisiones sin verse determinado por la voluntad de otros. Por otra parte, la libertad negativa es la libertad de obrar y supone realizar u omitir el comportamiento sin que un tercero no autorizado interfiera en dicha realización u omisión. Y si es vital tener y permitirnos el experimentar esa libertad sexual, también es importante cuidar de nuestra salud sexual. La OMS la define el termino de salud sexual como: “un estado de bienestar físico, emocional, mental y social relacionado con la sexualidad; la cual no es solamente la ausencia de enfermedad, disfunción o incapacidad. Para que la salud sexual se logre y se mantenga, los derechos sexuales de todas las personas deben ser respetados, protegidos y ejercidos a plenitud”. Por su parte, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha definido la salud sexual como: “la experiencia del proceso permanente de consecución de bienestar físico, psicológico y sociocultural relacionado con la sexualidad”. Ambos organismos consideran que, para que pueda lograrse y mantenerse la salud sexual, deben respetarse los derechos sexuales de todas las personas.

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