“Antofagasta, moderna y multicultural: el patrimonio local como factor de desarrollo en la ciudad de Antofagasta”

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Descripción

UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE INSTITUTO DE ESTUDIOS AVANZADOS

DIPLOMADO “PATRIMONIO CULTURAL, CIUDADANÍA Y DESARROLLO LOCAL”

“Antofagasta, moderna y multicultural: el patrimonio local como factor de desarrollo en la ciudad de Antofagasta”

Alumno: Camilo Kong Pineda Fecha: Martes 2 de diciembre de 2014

Índice I. Introducción………………………………………………………..……………

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II. Marco teórico.………………………………………………………………….

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1. Estudiar el patrimonio y sus resignificaciones…………………….............

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2. Los usos sociales del patrimonio………………………………………….

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3. Patrimonio e identidad…………………………………………………….

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4. Identidad nacional…………………………………………………………

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5. Identidad regional y local………………………………………………….

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6. El patrimonio a nivel nacional…………………………………………….

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7. Gestión del patrimonio…………………………………………………….

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8. Patrimonio local…………………………………………………………...

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9. La memoria en el patrimonio local: “recursos para vivir”………………...

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III. Metodología…………………………………………………………………...

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IV. Desarrollo……………………………………………………………………...

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Capítulo 1: Antofagasta hoy………………………………………………

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Capítulo 2: Inmigrantes actualmente………………………………………

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Capítulo 3: Pequeño recorrido histórico por el origen de Antofagasta……

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Capítulo 4: Antofagasta y su patrimonio…………………………………..

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Capítulo 5: Protección del patrimonio…………………………………….

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Capítulo 6: Patrimonio “oficial” de Antofagasta………………………….

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Capítulo 7: Patrimonio arquitectónico moderno…………………………..

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Capítulo 8: El "otro" patrimonio de Antofagasta…………………………

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V. Reflexiones Finales…………………………………………………………….

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VI. Bibliografía……………………………………………………………………

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Anexo N°1………………………………………………………………………....

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I. Introducción

Distintos elementos son los que han contribuido a la construcción de identidades locales, manifestadas a través de distintas expresiones sociales y culturales. Son los mismos actores locales quienes se identifican, se apropian y van actualizando, a lo largo del tiempo, los elementos identitarios que los hacen sentir parte de una comunidad. En nuestro país, y en el contexto de una sociedad donde, por un lado, se plantea una identidad nacional homogénea y, por otro, el fenómeno de la globalización ha tendido a debilitar las identidades locales afectando, en consecuencia, las relaciones sociales, se comprende la necesidad e importancia de poner en valor a las comunidades a escala local. En este sentido, el tejido social se ha visto cada vez más atomizado en la medida que, entre otros factores, las fuentes colectivas que tradicionalmente han otorgado significado a los individuos se ha ido diluyendo. El fenómeno globalizador ha contribuido a conducir al individuo hacia una búsqueda de identidad de forma independiente, muchas veces perdiendo el sentido de pertenencia con lo local. Ahora bien, dicho proceso de individualización podría ser revertido o, al menos, disminuido en sus consecuencias, rescatando y poniendo en valor las identidades de las comunidades locales. Asimismo, otras problemáticas actuales, como la creciente inmigración, pueden ser abordadas desde una mirada más participativa. Así, el patrimonio cultural, definido como una construcción social que reúne la herencia cultural, tangible e intangible, que configura la identidad de una comunidad y aporta al arraigo a un territorio y a la cohesión social, es un factor clave para contribuir al desarrollo local. En este sentido, el concepto de patrimonio y lo que implica éste ha tomado gran importancia en los últimos años, donde los procesos de patrimonialización constituyen fenómenos socioculturales necesarios de comprender y poner en práctica. Esto trae numerosas e importantes oportunidades así como grandes desafíos para el desarrollo local –en primera instancia-, como para nuestro país. En el caso de Antofagasta, capital regional y comunal, donde se funde el Desierto de Atacama con el Océano Pacífico y desde donde se han extraído grandes riquezas, ha visto pasar a lo largo de su historia a un sinfín de personajes que han echado raíces en sus tierras y han contribuido a su desarrollo. Entre ellos, inmigrantes desde distintos lugares del 3

mundo, quienes llegaron en busca de oportunidades y que muchos las encontraron. Hoy en día, las nuevas generaciones también se comprometen a contribuir a la solución de problemáticas que aquejan a la ciudad. Buscan asumir los desafíos urgentes de una urbe que crece sostenidamente en términos espaciales y demográficos, y por sobre todo, esperan ser participantes activos del desarrollo humano, social y cultural de Antofagasta. Lo anterior hace imperante la necesidad de comprender observar y transformar el presente, desde nuestra historia, nuestro pasado común, con miras a un futuro esperanzador, con una sociedad más tolerante, justa y solidaria. En consecuencia, el presente trabajo expone de forma general cómo se vincula el patrimonio con la identidad y la memoria, constituyéndose como un factor de desarrollo local. Del mismo modo, comprende la distinción entre patrimonio nacional y local, en la medida que el primero se sustenta en una idea de Estado-nación que no es compartida por el autor. Por el contrario, se propone que a través de la promoción, restauración, defensa y difusión del patrimonio local y las diferentes manifestaciones artísticas y culturales, es posible resignificar la identidad local, comprendiendo que ésta es de raíz multicultural y constituye la base de la sociedad antofagastina. Dicha comprensión plantea que es necesario el reconocimiento de este componente identitario común para fortalecer un sentido de pertenencia, pero que al mismo tiempo promueva el respeto, la tolerancia y la empatía respecto a la diversidad cultural.

II. Marco teórico

1. Estudiar el patrimonio y sus resignificaciones En los últimos años, en nuestro país el ámbito patrimonial ha tomado fuerza, tanto por el creciente trabajo realizado desde diversas disciplinas académicas, a nivel teórico, metodológico y práctico, como por la importancia que ha tomado para las comunidades la salvaguarda de su herencia cultural, en cuanto refleja su identidad y las pone en valor. Lo que tradicionalmente se ha conocido como “patrimonio cultural”, ha sido objeto de resignificaciones en la medida que se han comprendido nuevos elementos dentro de éste. En este sentido, el patrimonio cultural ya no se limita a aspectos materiales como 4

monumentos, museos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes,

cuya

inmaterialidad

se

vincula

a

tradiciones

orales, artes

del

espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, así como a saberes y técnicas vinculadas a la artesanía tradicional. En otras palabras, se ha desmontado la mirada “tradicional y tradicionalizante de lo monumental” (Alegría, 2013) para dar paso a un nuevo paradigma sobre el uso social del patrimonio. Pensar nuevas formas de comprender el patrimonio ha significado considerar un tránsito hacia un trabajo transdisciplinario, el cual constituye los “estudios patrimoniales” como aproximación a una teoría social del patrimonio (García Canclini, 1990; García Canclini, 1999; Alegría, 2013). En este sentido, se ha adoptado el patrimonio ya no como una noción inmóvil, sino más bien se considera como una construcción social, lo que ha permitido un análisis más global y que se encarga de las transformaciones a nivel social, político, económico y cultural que ha supuesto el fenómeno globalizador. Esto ha redundado en la creciente preocupación por el carácter social y simbólico del patrimonio, producto del alejamiento de los “tradicionalistas sustancialistas”, como diría García Canclini, preguntándose por el presente y futuro, desde un pasado que se basa en las huellas, ruinas, marcas, objetos, bienes materiales e inmateriales que persisten al paso del tiempo (García Canclini, 1990; García Canclini, 1999; Alegría, 2013). Al respecto, se señala que por mucho tiempo el patrimonio fue campo casi exclusivo de la ideología de los sectores oligárquicos, al menos en América Latina, desde las independencias nacionales hasta la década de 1930. Estos grupos hegemónicos, tradicionalmente dueños de la tierra y la fuerza de trabajo de las otras clases, dispusieron un alto valor de ciertos bienes culturales y, también, dispusieron de bienes populares, denominándolos “folclor” y diferenciándolos del arte “culto”. La propuesta, más crítica y reflexiva, de considerar las nociones vinculadas al sociólogo francés Pierre Bourdieu, acerca de la reproducción y el capital cultural como ejes articuladores de lo patrimonial ha sido importante para sostener esta nueva visión. En efecto, desde la teoría de la reproducción cultural, “los bienes reunidos en la historia por cada sociedad no pertenecen realmente a todos, aunque formalmente parezcan ser de todos y estar disponibles para que todos los usen” (García Canclini, 1999, p.18). Esto quiere decir 5

que el saber transmitido de cada sociedad, a través de los museos y las escuelas, han mostrado que los diversos actores y grupos se apropian de la herencia cultural de forma diferente y desigual, principalmente originadas por la también desigual participación de los grupos en su formación, sosteniendo de esta forma una jerarquización de los capitales culturales o simbólicos. Pensar el patrimonio en términos de capital cultural tiene la ventaja de presentarlo como una construcción social, en tanto éste se desenvuelve en forma de disputa de capitales simbólicos activados en el proceso de patrimonialización (Prats, 1997, Canclini, 1999; Alegría, 2013). Tal disputa se desarrolla en un campo que plantea sus propios actores y reglas del juego, que bien es un artificio, ideado por una persona o un grupo, que puede ser cambiante de acuerdo a nuevos criterios o intereses. De esta manera, se define lo patrimonial como un habitus, es decir, como una estructura estructurante que manifiesta empíricamente un forma de institucionalización de dichas estructuras (Bourdieu, 2002). Pese a los avances realizados, aún la jerarquía del tiempo histórico no se ha transformado significativamente en reemplazo por la jerarquía simbólica del patrimonio, compartida por diferentes sectores sociales, y por el contrario, se ha institucionalizado y perpetuado. Esto puede ser motivado por la aún desigual participación de los grupos sociales en la formación del patrimonio, donde “los grupos subalternos tienen un lugar subordinado, secundario, dentro de las instituciones y los dispositivos hegemónicos”. Por ello, se hace necesario reflexionar respecto a la red de conceptos en que se halla envuelto el ámbito patrimonial. Tradicionalmente se le asocia a la identidad, tradición, historia, monumentos, nociones que delimitan un lugar en el cual su uso tiene sentido. Esto refleja el enfoque conservacionista aún presente en el ámbito patrimonial, donde se vincula el trabajo a los “especialistas en el pasado” (García Canclini, 1990; García Canclini, 1999). No obstante, en la actualidad –y no exento de críticas por su posible animadversión- se ha comenzado a relacionar al patrimonio con ámbitos como el turismo, desarrollo urbano, mercantilización, comunicación masiva. García Canclini señala que esta enemistad postulada por algunos autores entre ambas redes conceptuales son “síntoma de una relación fundamental entre el patrimonio y lo que suele considerarse ajeno a su problemática. Muchas de las dificultades que obstaculizan la teorización y la política cultural en esta área

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provienen de una inadecuada ubicación del patrimonio en el marco de las relaciones sociales que efectivamente lo condicionan” (García Canclini, 1999, p.16).

2. Los usos sociales del patrimonio Este conservacionismo ha sustentado la primacía de la mera protección de los bienes patrimoniales, situación que ha ido cambiando en la medida que se dan nuevas interacciones entre capital, Estado y sociedad. Hoy, se considera como desafío la investigación, reconceptualización y desarrollo de políticas culturales que pongan el foco en los “usos sociales” del patrimonio, cuestión que en los debates de la modernidad latinoamericana sigue ausente (García Canclini, 1990, p.150; García Canclini, 1999, p.22). Ahora bien, dentro de los diversos paradigmas existentes, la perspectiva participacionista es capaz de superar las dudas sobre los usos sociales otorgados a ciertos bienes patrimoniales, la que si bien no ofrece respuestas certeras a las problemáticas históricas, sí brinda una referencia para avanzar en la democratización de la cultura. Como señala Seguel, “la cultura y el patrimonio cultural promueven la libertad de expresión y el respeto a la diversidad, impulsan la creatividad e innovación, fortalecen las identidades y el sentido de pertenencia, impulsan a la participación y a la acción, y contribuyen a mejorar la calidad de vida de las personas en armonía con su entorno y con los otros” (1999, p.13). En conformidad con lo anterior, la perspectiva mencionada hace bien en poner énfasis en la participación ciudadana y la experiencias locales (Lefebvre, 1968), o bien a través de los movimientos sociales provocar una transformación estructural del sistema urbano, apuntando a una nueva relación entre sociedad civil y Estado (Castells, 1980), lo cual tiene repercusiones a nivel identitario.

3. Patrimonio e identidad En la actualidad, nos encontramos en un momento crucial de la humanidad que expresa un tránsito hacia una sociedad más conectada, debido a la inmediatez de las comunicaciones, pero que ha supuesto cierto deterioro de las relaciones humanas a medida que se ha avanzado en ello. Este paradójico proceso, se ha visto asociado a las diversas identidades existentes tanto a nivel nacional, regional como local, donde muchas veces su 7

construcción y su utilización responden a aspectos políticos-ideológicos, económicos, sociales, entre otros. En este sentido, se ha entendido por identidad un “espacio fundamental para la concreción de la conciencia social de un grupo humano; espacio en el cual la cultura se despoja de su papel de norma ideal, para pasar o asumirse como desempeño real; como organizadora y reproductora de la matriz de conductas propias de una colectividad dada” (Bartolomé, 1997, p.84). En tanto estado de conciencia compartido por una comunidad, y que supone una selección de rasgos culturales por parte de ésta, la identidad se relaciona con la memoria, de manera que el recuerdo manifiesta una apropiación e incorporación de éste como sentimiento de pertenencia al grupo o comunidad (Bartolomé, 1997; Barrera, 2000; Candau, 2006).

4. Identidad nacional También, es paradojal lo que ha ocurrido en el caso chileno, con el vínculo entre identidad, territorio y Estado. Dicha situación podemos observarla respecto al concepto de Estado-Nación, el cual ha buscado definir y fortalecer una identidad única y homogénea a lo largo y ancho del territorio. Quisiera ejemplificar lo anterior a través de pasajes del libro “Conversaciones con Carlos Altamirano. Memorias críticas” de Gabriel Salazar. Altamirano señala que “… Somos todavía una sociedad tradicionalista, “seria”, fome… Por eso me preocupa también el problema de cuál es, en definitiva, la identidad de Chile […] Todo es importado. Todo es emulación… Por eso, creo, somos un país sin identidad” (Salazar, 2007, p.568-569). Al respecto, Salazar, a partir de la historia de un periodista norteamericano que había visitado nuestro país por motivos de investigación, propone que “…La identidad de los que dominan aquí no es chilena, la de los dominados sí. La identidad oficial, la que el Estado tiene que forjar para mostrarse como “chileno”, tiene que echar mano de la cultura popular, pero la estiliza, hace de ella un estereotipo y un símbolo abstracto que tiene mucho de falsete…” (Salazar, 2007, p.570). Ello señala que son las élites gobernantes quienes han escrito la historia oficial del país, al mismo tiempo que han construido una identidad que es más bien alejada de lo popular, o bien han utilizado dichos elementos ligados al pueblo (al cual han excluido y ocultado) para luego incluirlos en un discurso “oficial” que tiende a ser 8

una invención. De esta manera, se hablaría de “tradiciones inventadas”, al constituir un grupo de prácticas que se consideran, se piensan o se reconocen de forma abierta o tácita, simbólica o ritualmente significativas, dirigidas a inculcar valores o normas de comportamiento a través de la repetición o emulación (Hobsbawm & Ranger, 2002). En consecuencia, a través de la historia de nuestro país, hemos observado no sólo procesos circulares (en tanto en muchos períodos se ha “repetido” la historia) sino que seguimos bajo lógicas que son comandadas desde las élites dominantes, o bien, los “vencedores”. Mientras, el “bajo pueblo”, o los vencidos, han sido callados (generalmente de forma violenta), siendo excluidos del discurso oficial. Esto no ha sido más que el fiel reflejo de la construcción del Estado-Nación chileno, proceso –que como hemos visto- se ha sustentado en una construcción hecha por los dominantes ante los dominados, y que ha buscado fortalecer una identidad única y homogénea a lo largo y ancho del territorio. En virtud de lo anterior, es menester comprender que la construcción de la historia chilena y de la identidad nacional se ha constituido como un campo o espacio de disputa, donde los distintos actores sociales se han ubicado y se han relacionado de cierta forma y bajo determinadas reglas. Bourdieu (1990), señala que dicha disputa integraría la lucha de ciertos capitales simbólicos o “capacidad de otorgar un valor especial a ciertos bienes”, que puede ser objetivado (por el Estado y las leyes) o difuso (perteneciente a las comunidades). En el caso latinoamericano, y particularmente el chileno, el Estado aristocrático, en sus múltiples manifestaciones, ha construido la nación mediante distintos mecanismos. La “identidad chilena” que se ha construido, ha sido precisamente en el espacio de disputa señalado, pero bajo las lógicas hegemónicas que representa la “victoria” de las clases dominantes por sobre las clases populares. De esta manera, se sostiene que se “asegura la hegemonía cuando la cultura dominante utiliza la educación, la filosofía, la religión, la publicidad y el arte para lograr que su predominio les parezca natural a los grupos heterogéneos que constituyen la sociedad” (Lloyd & Thomas, 1992, en Miller & Yúdice, 2004). Esto, en definitiva, afirma la manera en que se ha sostenido la construcción identitaria de nuestro país, es decir, centralizando el concepto y, más aún, ligando y significando nuestra identidad respecto a la de un grupo específico (clase dominante) de la sociedad chilena.

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5. Identidad regional y local La identidad, en tanto representa elementos comunes integradores –por un lado- y diferenciadores –por otro- de personas, grupos y comunidades a través de la representación de objetos, bienes, prácticas y modos de vida, desde el nivel regional también es comprendida como “forma espuria, pseudodemocrática, de incorporación del pueblo o la ciudadanía a la institucionalidad política, lo cual, de ser así, haría de ésta una instancia más representativa que lo que expresa la toma de decisiones de naturaleza elitista y frecuentemente tecnocrática. Ello puede convertir las identidades regionales en metáforas de representación, en dispositivos aparentes de inclusión, de los cuales se derivaría, siempre discursivamente, una política a su servicio” (Méndez & Gayo, en Figueroa, p. 105). No obstante, se debe comprender que tras esta construcción histórica de Chile, las realidades locales muchas veces han distado de aquella uniformidad planteada desde el discurso oficial nacional. Se ha discutido acerca de la instrumentalización y utilización de las identidades locales y regionales para sostener las bases de un proyecto chileno de nación, que desde el centro político ha imaginado a las regiones como espacios a su semejanza. Esto, más que manifestar procesos de mayor autonomía y sentido de pertenencia con lo local como obstáculos, ha favorecido la gobernabilidad, desde un enfoque político-administrativo (Méndez & Gayo, en Figueroa, 2013, p. 105). De esta forma, podemos hablar de un centralismo que impacta en las diferentes políticas, en tanto ha construido y utilizado como dispositivo o herramienta a las identidades e imaginarios regionales para engrosar el concepto unitario de Estado-Nación, fortalecer el desarrollo económico en las regiones, al contrario de otorgar mayor participación de la comunidad en las decisiones políticas (p.e. políticas culturales relacionadas a la salvaguarda del patrimonio son dirigidas desde el centro político, delimitando lo llamado “patrimonio nacional” respecto al “patrimonio local” en cuanto a la injerencia de instituciones como el Consejo de Monumentos Nacionales). Ahora bien, como señala Abarzúa, “la afirmación de la identidad local se basa en reconocerse en una historia colectiva, donde los componentes que integran esa historia viviente en común, cobran real importancia transformándose en elementos significativos 10

para actuar e innovar. De ahí su estrecha asociación con los caminos de búsqueda para un desarrollo local” (2004, p.5). Ello lleva a pensar en el ámbito local –municipal, en efectocomo un lugar primordial para comprender el patrimonio como factor de desarrollo, en tanto articula lo singular y lo universal, y permite constituir una realidad a escala, constitutiva como particular frente a la homogeneización que proponen las identidades nacionales.

6. El patrimonio a nivel nacional García Canclini señala que “ese conjunto de bienes y prácticas tradicionales que nos identifican como nación o como pueblo es apreciado como un don, algo que recibimos del pasado con tal prestigio simbólico que no cabe discutirlo. Las únicas operaciones posibles – preservarlo, restaurarlo, difundirlo- son la base más secreta de la simulación social que nos mantiene juntos” (1990, p.150). Esto hace imaginar que su valor es indiscutible y los considera como factor determinante de integración, sin considerar las divisiones y diferencias de los actores al apropiarse de los bienes patrimoniales. El patrimonio cultural no solo identifica, también es un lugar de complicidad social, al mismo tiempo que constituye un recurso para generar diferenciación entre diferentes grupos y la hegemonía de unos sobre otros. En las sociedades contemporáneas, el ámbito patrimonial es primordial para unificar al Estado-nación, aun cuando también exige estudiar el campo de lucha material y simbólica en que se desenvuelven los diversos agentes. En este sentido, la gestión del patrimonio es condicionada por las interacciones producidas entre tres tipos de agentes: el sector privado, el Estado y los movimientos sociales. En consecuencia, se consideran tres rasgos distintivos de dichas interacciones: lo relativo al patrimonio no se comprende como responsabilidad exclusiva del gobierno, sin movilización social no hay vinculación de las necesidades de la población por parte del gobierno, y la salvaguarda efectiva del patrimonio supone la apropiación colectiva y democrática de condiciones materiales y simbólicas para que pueda ser significativo para una amplia comunidad. A juicio personal, según García Canclini, podríamos entender el patrimonio nacional desde una teatralización de éste, donde se simula una sustancia

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fundante, es decir, una ritualidad en base a la cual deberíamos actuar para apropiarnos del patrimonio (García Canclini, 1990) Como hemos visto, el sector patrimonial, se ha transformado y ha experimentado un desarrollo aún desconocido en su magnitud, lo que ha significado la necesidad de diseñar e implementar políticas a nivel patrimonial (Hernández, 2008, p.264). En el caso chileno, la riqueza de esta nueva concepción, más amplia, y que pone en valor la diversidad cultural en tiempos de creciente globalización, ha sido considerada por diferentes organizaciones sociales que de forma articulada han buscado recuperar y defender el patrimonio cultural, trabajando fundamentalmente desde el nivel local y territorial. Esto ha tenido grandes repercusiones a nivel de políticas públicas en nuestro país, considerando que recientemente agrupaciones de la sociedad civil, reunidas en la Asociación Chilena de Barrios y Zonas Patrimoniales (Comunidades del Patrimonio) no sólo convocaron a una movilización a nivel nacional –en el marco del Día del Patrimonio 2014- sino también generaron un acta que ha llegado a manos de diversas autoridades políticas, con el fin de aportar a la creación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, con participación activa y vinculante de la comunidad (Corporación Santiago Innova, 2014). Si bien dichas agrupaciones no son las únicas que han velado por la salvaguarda del patrimonio, bien es cierto que es creciente el número de personas que se está asociando para velar y defender lo que consideran como elementos comunes, integradores e identitarios.

7. Gestión del patrimonio No se halla en Chile una visión compartida sobre su patrimonio cultural, ni se cuenta con directrices que ayuden a gestionar de forma racional las prácticas económico-sociales y tomar buenas decisiones, menos aún cuando el contexto institucional es impreciso y da poco espacio a la sostenibilidad del patrimonio (Adán, 2008, p.18). La gestión del patrimonio en nuestro país se ha considerado en un estado de subdesarrollo, en tanto los bienes patrimoniales han exhibido un estado de conservación y difusión de beneficios económicos y sociales para la población bastante despreocupados respecto a las su potencialidad y oportunidades que representa. Por el escaso desarrollo de la actividad, en la actualidad, los beneficios sociales que se derivan del uso y goce de los bienes no han 12

ofrecido grandes posibilidades ni espacios de desarrollo de identidades locales y participación activa de la ciudadanía. La falta de una “política única, coherente y eficiente hacia el tema” (Adán, 2008, p.14), que considere las dimensiones de conservación, participación y rentabilización ha redundado en que no se generen grandes expectativas respecto a los beneficios económicos y sociales derivados de la gestión del patrimonio. Desde la academia, se comienzan a vislumbrar esfuerzos por contribuir en el desarrollo de teoría y metodología para la gestión patrimonial en nuestro país. Como señala Javier Adán, “el patrimonio cultural podrá mejorar su estado de precariedad y deterioro (conservación), condición elemental de cualquier modelo de manejo del patrimonio cultural, en la medida que concibamos un uso social y económico que lo inserte adecuadamente en la trama del sistema mayor donde se sitúa, es decir el territorio y sus interacciones, cuyo resultado debiera asociarse al nivel de apropiación social por habitantes y visitantes (participación)” (2008, p.18). Lo anterior, nos regresa a la idea del patrimonio como un capital simbólico, una construcción social que responde, simultáneamente, a constituir “espacios de recreación, de generación de sociabilidad, de fomento a la identidad y de disfrute de la belleza, además de fuentes de oportunidades para transacciones, empleo y rentas (rentabilización)” (Adán, 2008, p.18).

8. Patrimonio local Hemos señalado que el patrimonio se considera actualmente como una construcción social. Al mismo tiempo, se considera que los procesos de patrimonialización obedecen, por un lado, a una sacralización de la externalidad cultural, es decir, la conservación de los bienes patrimoniales –objetos, lugares o manifestaciones que proceden de la naturaleza virgen, o indómita, del pasado, o de la genialidad (Prats, 2005, p.18)- se torna algo absoluto e indiscutible, a la luz de ser un ideal cultural que desborda la capacidad de explicación humana –es considerado sobrenatural-. Por otro lado, dichos procesos responden también a la puesta en valor o activación patrimonial, donde si bien ambos se han entendido como sinónimos, guardan diferencias entre valorar y activarlos o actuar sobre ellos de alguna forma. Dicha activación es menester de los poderes políticos, quienes en la medida que

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negocian con otros poderes fácticos y sociedad misma, adquieren mayor grado de consenso (Prats, 2005). Ahora bien, dichos procesos no pueden entenderse sin la existencia de los discursos. Para ello, se basan en escoger ciertos elementos integrantes de la activación, la organización de estos y su interpretación. La interpretación utilizada por Prats corresponde no sólo a bienes patrimoniales considerados individualmente, sino también como sinónimo de activación, de puesta en valor, o de gestión patrimonial en conjunto. Éste señala que, “si bien en ambos casos se infiere en la generación de discursos, en la primera se utiliza de forma instrumental dentro de un discurso preestablecido y en la segunda es la misma interpretación la generadora del discurso y directriz de la gestión del patrimonio (aunque los poderes siempre definen el terreno y reglas del juego)” (Prats, 2005, p.20) Dichos discursos son capitales en las activaciones patrimoniales, ya que tomando en cuenta el soporte de identidades e ideologías que constituye el sistema de representación patrimonial, son preponderantes para el poder político, sea a nivel nacional, regional o local. Prats define como patrimonio local “todos aquellos objetos, lugares

y

manifestaciones locales que, en cada caso, guardan una relación metonímica con la externalidad cultural. Pero precisamente el factor escala introduce variaciones significativas en la conceptualización y gestión del patrimonio local” (2005, p.23). No obstante, para mayor claridad, propone distinguir entre el patrimonio localizado y el local, propiamente tal. El primero de estos, “es aquél cuyo interés trasciende su ubicación y es capaz de provocar por sí mismo flujos de visitantes con relativa independencia de la misma. Su capacidad de trascender su ubicación es constitutiva y distintiva, pero no absoluta” (Prats, 2005, p.24) Como tal, forma parte destacada del patrimonio local (pero no en viceversa) ya que el interés que puede producir hacia el exterior puede contribuir a revalorar internamente, aunque la interpretación a nivel local no coincide necesariamente con la que se tenga en general o por parte de los visitantes. Ahora bien, al hablar de patrimonio local, paradojalmente hacemos referencia a las localidades “sin patrimonio”, es decir, cuyos referentes patrimoniales tienen escaso interés más allá de la comunidad local. Lo local es un todo, y se constituye por una delimitación territorial

o

administrativa

caracterizada

por

una

comunidad

personalmente 14

interrelacionada, sin un grado de desconocimiento o anonimato significativo. Al respecto, cabe recordar lo significativo del factor escala, de manera que entendemos que la comunidad –escala de una sociedad más amplia, como implicaría considerar un Estadonación- es un conjunto de “grupos, unidades y sistemas sociales que organizan el comportamiento, relaciones y pertenencia de los individuos en patrones que la caracterizan y en un territorio determinado”, y se delimitan en base a tres criterios: vínculos sociales, función social y límites territoriales (Munizaga, 2014, p.102). En las comunidades -como la antofagastina, por ejemplo-, se comparten ciertos rasgos culturales y un estado de conciencia, el cual se torna identitario en la medida que se liga estrechamente con la memoria subjetiva e intersubjetiva. La apropiación del pasado y las relaciones sociales establecidas dentro de la comunidad, se constituyen en una identidad local que comparte cierto nivel de cohesión a través de normas, costumbres y valores comunes, dentro de un territorio (Candau, 2006; Munizaga, 2014). Es decir, aquí adquiere valor el significado que se le da a ciertos objetos, lugares y manifestaciones, patrimoniales o no, ya que estos bienes se relacionan intensamente con la biografía de los individuos y sus interacciones. En esta medida, según Prats, “el patrimonio [local] es concebido como una realidad esencial preexistente, no como una construcción social y, por tanto, las políticas de conservación y difusión del patrimonio identifican los referentes a partir de esos principios de legitimación implícitos, pero en ningún caso los cuestionan, ni tan siquiera reflexionan al respecto” (2005, p.25), al contrario del patrimonio que sustenta la idea del Estadonación. Lo que adquiere significado para la comunidad y se constituye como importante a nivel patrimonial, se desenvuelve como una estrategia eficaz y abierta de preservación. Aquí, lo ideológico se hace vivencial y responde al campo de interpretación subjetiva e intersubjetiva, hecho que refleja la naturaleza del patrimonio local ligada a la memoria.

9. La memoria en el patrimonio local: “recursos para vivir” “La memoria determina los referentes en que la comunidad va a fijar sus discursos identitarios, con un carácter casi totémico, pero también los contenidos mismos de esos discursos” (Prats, 2005, p.26). En tanto construcción social, la memoria es compartida antes que colectiva, constituyendo el discurso que tiene la comunidad sobre sí misma. Como 15

podemos ver, la reproducción social opera en su máxima expresión, ya que dicho discurso o conjunto de ellos, son un recurso que permite volver al pasado para interpretar el presente y avanzar hacia el futuro, mediante valores e intereses compartidos. Al operar desde la reproducción social, los procesos de patrimonialización locales poseen, por un lado, un potencial de reflexividad y complejidad dialéctica en la formalización de los discursos y, por otro, un panorama amplio para mostrar la realidad igualmente cambiante y con múltiples aristas. El patrimonio local, cuya puesta en valor y activación corresponde a los poderes locales, no puede desligarse de la participación de la población. En este sentido, las actuaciones sobre el patrimonio local deben garantizar rentabilidad más o menos inmediata en su ejecución y en el consenso respecto a la población. Por otra parte, cabe señalar que el patrimonio a escala local puede significar una desventaja o bien ser conflictivo frente a problemas como reconversiones económicas, despoblamiento, crecimientos demográficos o alta presencia de inmigrantes que puedan significar una amenaza a la identidad preexistente. De esta manera, los discursos patrimoniales locales se constituyen como una autodefensa donde la comunidad originaria hace el intento de reproducirse a sí misma y escudarse ante amenazas externas. Prats señala que ello ha dado pie a la “museología de la frustración”, a una cierta trivialización de la identidad, a legitimar diferencias e imponer límites a los forasteros, que llegan al extremo de actitudes y prácticas con carácter xenófobo” (Prats, 2005, p.27). Así como lo anterior expone amenazas para el desarrollo y bienestar comunitario, el patrimonio local también presenta oportunidades indiscutibles. Éstas sólo son posibles en la medida que se priorice el desarrollo capital humano, donde se considere en procesos de participación activa a toda la población, autóctona o no. Esto se trata de la integración, por ejemplo, de colectivos de inmigrantes en actividades que permitan la interactividad y conocimiento mutuo, de forma que aunque no den solución a problemas acuciantes, al menos avancen en la comprensión de estos. Al respecto, el autor plantea que el patrimonio local no se considere como “un conjunto de referentes predeterminados por principios abstractos de legitimación, sino como un foro de la memoria, en toda su complejidad”, permitiendo reflexionar desde diferentes ángulos, problematizando el presente, mirando hacia atrás para proyectar de forma participativa el futuro. A esa comprensión del 16

patrimonio, Prats le llama “recursos para vivir” (Prats, 2005, p.32). Dicho de otro modo, el patrimonio local, al asociarse a la representación de la memoria colectiva, puede considerarse como un lugar antropológico, en términos de que constituye algo identitario, relacional e histórico, o en otras palabras, que supone una “identidad y sentido apropiado por colectividades o grupos que comparten una historia en un territorio determinado” (Augé, 1994).

III.

Metodología

El presente trabajo, consiste en la lectura y análisis de fuentes primarias y secundarias, lo que ha constituido la elaboración de una reflexión académica sobre la situación del patrimonio en la ciudad de Antofagasta y una contribución al desarrollo de la temática patrimonial a nivel local. Aunque de forma humilde, el documento tiene pretensiones de constituir un análisis del ámbito patrimonial ligado a la identidad local antofagastina. A partir de éste, se pretende potenciar lo ya existente y crear nuevas instancias para abordar al patrimonio como una herramienta de transformación social, enfocado en el fortalecimiento de la identidad local y el respeto por la diversidad, instando a la formulación de estrategias que favorezcan la participación de la comunidad. Además de la literatura que ha sido consultada para la elaboración del documento, se aborda una perspectiva que implica la experiencia personal respecto a los temas de patrimonio e identidad a nivel local. Al respecto, el autor se encarga de cualquier discusión respecto a lo que se pueda considerar o no patrimonial, entre otras posibles objeciones o críticas, debido a que el trabajo sostiene en buena parte una interpretación subjetiva del tema. En este sentido, se considera la experiencia del autor en tanto observador e investigador de dichas temáticas a escala local, como un actor que busca generar conocimiento y masa crítica en ese nivel. Para ello, el autor se sitúa desde una posición que le permite, como ya señalábamos, observar pero al mismo tiempo tener capacidad de acción a través de diferentes estrategias y de forma participativa junto a la comunidad. De esta forma, el autor se acerca al objeto de estudio a través de métodos etnográficos.

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La etnografía se constituye como un método de investigación basado en la observación de grupos sociales y la participación –en mayor o menor medida- en estos, con el fin de recolectar datos y conocer dicha realidad. Entre sus técnicas podemos hallar la observación participante, el análisis de documentos, entre otros. El etnógrafo debe tener una participación abierta u oculta durante un tiempo relativo, mientras observa, escucha y recoge todo tipo de datos sobre el tema a articular (Hammersley & Atkinson, 1994; Aguirre Baztán, 1997). Ahora bien, la etnografía tiene como técnica asociada la observación participante. Ésta no puede desentenderse de la etnografía, siendo hoy considerada más como un método etnográfico clave (Guasch, 1997). Por observación participante se entiende “la compenetración del investigador en una variedad de actividades durante un extenso periodo de tiempo que le permita observar a los miembros culturales en sus vidas diarias y participar en sus actividades para facilitar una mejor comprensión de esos comportamientos y actividades” (Kawulich, 2006). Taylor y Bogdan (1987) plantean que toda investigación social se sustenta en la capacidad humana de realizar observación participante. Dentro de ella, hallamos el enfoque del observador como participante en donde hay mayor implicancia del investigador en el grupo estudiado, quienes son conscientes de sus actividades de recolección de datos. Si bien, el presente trabajo tiene un sello de observador participante, en definitiva se constituye como una reflexión personal del investigador. Esto también responde a lo que Prats (2005) considera como procesos de participación activa, en tanto la importancia de la existencia de técnicos en gestión patrimonial que sean, a la vez, científicos sociales con formación en trabajo de campo. Estos, junto a agentes culturales locales, deben implicarse con el devenir de la comunidad y fomentar el desarrollo de capital humano. Para ello, se ha utilizado la observación realizada a través de redes sociales, principalmente dos, donde se rescata la visión de parte de la comunidad respecto al patrimonio e identidad de la ciudad de Antofagasta. La primera de ellas corresponde a las respuestas que tuvieron algunos adherentes a una causa en contra de la posible demolición de un inmueble de carácter histórico de dicha ciudad, mientras que la segunda corresponde a las respuestas generadas tras preguntar sobre el turismo en Antofagasta. Lo planteado por los opinantes, la gran mayoría de ellos ciudadanos antofagastinos por supuesto, es objeto de un análisis (no sistemático) e interpretación del autor, ya que refleja posturas y opiniones respecto a la 18

identidad antofagastina. Además, el investigador considera la experiencia adquirida en distintas instancias y eventos relacionados al ámbito patrimonial, y principalmente la asistencia a un curso-taller de valor patrimonial del Centro Histórico de Antofagasta, desarrollado por agrupaciones ligadas al tema. De esta manera, se buscará establecer el vínculo entre los conceptos de patrimonio, identidad y memoria. También, se hace la distinción entre el patrimonio nacional y patrimonio local. Finalmente, se propone que la ciudad de Antofagasta posee un patrimonio ligado íntimamente a un factor multicultural, el cual distingue una identidad local alejada del concepto de Estado-nación, por un lado, constituyéndose como una percepción a escala. En este sentido, se vislumbra que, a través de la conservación y difusión del patrimonio local es posible resignificar la identidad local con el fin de cohesionar a la sociedad antofagastina y dialogar con otras culturas que interaccionan con la comunidad originaria, promoviendo valores como el respeto por la diversidad.

IV. Desarrollo

Capítulo 1: Antofagasta hoy Antofagasta es una ciudad ubicada en el norte de nuestro país y que se enclava en el borde costero y a los pies de la Cordillera de la Costa. Consolidada como la ciudad capital de la región y de la provincia del mismo nombre, Antofagasta concentra el mayor porcentaje de población y la mayor parte de las actividades a nivel regional, tales como la económica y comercial, siendo una ciudad tradicionalmente ligada a la industria minera, lo que le ha valido su reconocimiento, o más bien, una degradación de tipo simbólico al ser considerada una “ciudad de paso”. En este sentido, se señala que “como muchas ciudades que se han desarrollado alrededor de una industria que hace uso intensivo de los recursos naturales, Antofagasta es ampliamente percibida como un lugar para trabajar, antes que, un lugar para vivir”. Esto, que no ha repercutido negativamente en sus resultados económicos, si ha constituido una preocupación para las autoridades locales quienes tienen presente que no se ha potenciado plenamente la calidad de vida ofrecida a sus residentes y la necesidad

19

de una diversificación económica, dentro y fuera de la industria minera (OCDE, 2013, p. 17). No obstante Antofagasta ha sido desde sus orígenes una ciudad puerto e industrial ligada a la minería del salitre y del cobre, desde hace unos años se ha vivido una especie de nuevo “boom” de la minería. Hoy, la ciudad se considera la sexta más poblada de Chile, representando el 2,1% de la población nacional. Al mismo tiempo, se considera su importancia en el comercio exterior, contribuyendo con el 5,8% del PIB total del país, ligado a la industria cuprífera que representa más de la mitad del total de exportaciones chilenas (OCDE, 2013). Pese a contar con el segundo PIB más alto del país, con aproximadamente 48.000 dólares per cápita, estando por sobre el promedio nacional y de algunos países de la OCDE, esto no se ve reflejado en el ingreso per cápita por hogar promedio. Este último, de casi 9.000 dólares, se eleva producto de la industria minera y, al mismo tiempo, no se condice con altos estándares en calidad de vida, constituyéndose además esta ciudad como la ciudad con el costo de vida más alto de Chile. Esto, sin lugar a dudas, ha atraído población inmigrante proveniente del interior como del exterior del país, situación que no es desconocida para la ciudad. De hecho, podemos hablar de una tercera o cuarta oleada de migraciones ya que históricamente la zona del Norte Grande, ha recibido cantidades importantes de inmigrantes en busca de nuevas oportunidades ante el desarrollo minero. Lo anterior, ha significado una sostenida expansión urbana y demográfica ante la falta de mano de obra y la búsqueda de buenos ingresos, fenómenos que han llevado a cierta transformación de la urbe. Al respecto, el rápido crecimiento demográfico que ha tenido la ciudad es visiblemente mayor que el de nuestro país en el mismo período. Mientras en Antofagasta se pasó de 4.670 habitantes en 1875 a 346.126 en 2012, en ese mismo período de 146 años, Chile creció de 2.075.971 a 16.572.475. Dicha alza ha sido sostenida en la última década, en donde el crecimiento anual de la población ha constituido un 1,8% en el período 2002-2012 (OCDE, 2013)

Capítulo 2: Inmigrantes actualmente Antofagasta siempre se ha desenvuelto como una ciudad cosmopolita, cuyo desarrollo se ha dado en el contexto de un mundo globalizado, principalmente por la cantidad de población 20

inmigrante que ha llegado a aportar. No obstante que las distintas oleadas migratorias se han caracterizado por un factor común –la búsqueda de oportunidades en estas tierras- y que se considera a las poblaciones inmigrantes como fuente importante para diversificar la fuerza laboral, la dinámica actual se ha constituido como un problema reconocido para la ciudad. La inmigración, principalmente de población colombiana, ha generado un claro impacto –manifestado desde actitudes de racismo y xenofobia, hasta transformaciones en las actividades económicas-, principalmente en la percepción de los ciudadanos, quienes consideran a los inmigrantes como competidores por trabajo pese a que estos se desempeñan preferentemente en sectores no ocupados por los chilenos. Por lo tanto, se ha hecho necesario apuntar hacia la integración social y económica de los inmigrantes, de manera que se identifiquen maneras de comunicar las ventajas de la inmigración y crear conciencia de sus beneficios (OCDE, 2013)

Capítulo 3: Pequeño recorrido histórico por el origen de Antofagasta La historia de Antofagasta se remite, por un lado, al Tratado de límites entre Bolivia y Chile de 1866, donde ambos se comprometen a repartir los productos de los depósitos de guano y los derechos de exportación respecto a los minerales extraídos en la división territorial estipulada entre el paralelo 23 y 25 latitud sur (el límite lo constituía el paralelo 24). Por otro, a la llegada y poblamiento del lugar por Juan López, proveniente de Copiapó, y que comienza a explotar mineral de forma precaria. En aquel entonces, Antofagasta era conocida como Peña Blanca, por las rocas características del litoral que estaban cubiertas por guano, y también se denominaba La Chimba (Bermúdez, 1966; Recabarren, 2002) Posteriormente, ocurre un hecho jurídico fundante, constituido por la concesión de la posesión y goce de depósitos salitre y bórax otorgada a José Santos Ossa y Francisco Puelma, de parte del gobierno boliviano. Una expedición liderada por el primero de estos, tiene como resultado el descubrimiento de mineral en el Salar del Carmen por el cateador Juan Zuleta. Tras dicho hallazgo, Ossa, Puelma y Manuel Antonio de Lama, acuerdan la constitución de la Sociedad Exploradora del Desierto de Atacama, siendo el Salar del Carmen el lugar del que se extrae el salitre que será exportado desde los muelles de Antofagasta. 21

La explotación del salitre por aquellos años se tornó complicada para los capitales locales, por lo cual, ante su incapacidad, buscaron inversionistas en Valparaíso. Allí aparecieron Guillermo Gibbs y Agustín Edwards, quienes junto a Francisco Puelma constituyeron, el 19 de marzo de 1868, la Compañía Melbourne Clark, de intereses chilenos e ingleses. El 5 de septiembre del mismo año, dicha sociedad recibe la concesión para explotar, elaborar y exportar salitre en el Desierto de Atacama por 15 años. Previo a ello, el terremoto que afectó a Iquique y Cobija el 13 de agosto, instó al reconocimiento de La Chimba como poblado minero, lo cual desencadena en la fundación de Antofagasta (este nombre lo recibe posteriormente a su fundación) por la República de Bolivia, el 22 de octubre de 1868. De esta forma, los terrenos de la ciudad comienzan a ser licitados a los primeros pobladores de la ciudad. El mismo año, en diciembre, Manuel Antonio de Lama adquiere terrenos en remate de la Compañía Melbourne Clark. (Olguín, 2008) El siguiente año, se diseña el primer plano oficial de la población y puerto de Antofagasta, por José Santos Prada. En dicho plano se delimita el terreno de la Compañía Melbourne Clark, 17 manzanas y la plaza principal. Posteriormente, en 1972, la Compañía adquiere la concesión para un ferrocarril hasta el Salar del Carmen -amplía su rubro-, levanta el Muelle del Salitre y pasa a denominarse Compañía de Salitres y Ferrocarril Antofagasta. Al año siguiente, ya se había descubierto el mineral de plata de Caracoles y ya se podían hallar las primeras plantas abastecedoras de agua potable desalada. En 1887, se produce venta de ferrocarril a la Compañía Huanchaca de Bolivia, del señor Patiño, constituyéndose al mismo tiempo la Compañía de Salitres de Antofagasta (que posteriormente será SOQUIMICH). Finalmente, en 1888 The Antofagasta (Chile) and Bolivia Railway Co. Ltd. compra la Compañía Huanchaca de Bolivia, y se constituye hasta el día de hoy como el dueño de dichos terrenos (Clunes, 2012). Con el tiempo, la ciudad se va desarrollando en torno al sector comprendido por los terrenos donde se encuentran las dependencias de FCAB y la llamada Poza Histórica (ésta es una construcción, es cultural; lo natural sería la bahía que se forma), donde se hallaban los muelles que recibían y exportaban productos y materias primas, así como personas que veían de la ciudad una tierra de oportunidades. En los terrenos de la Compañía Melbourne Clark (luego FCAB), se daba cuenta de una situación única en el Norte Grande, que era la existencia de una planta procesadora de salitre en la costa. Esto, sumado a la gran cantidad 22

de muelles (p.e. Barnett, Miraflores, Lihn o Yungay, Fiscal, entre otros) que existía en la Poza Histórica, y que poseían una tecnología de alto nivel, y además, la presencia de lugares de esparcimiento como el Hotel y Baños Maury, dan cuenta de una ciudad con una impronta moderna y de cambios vertiginosos. De hecho, cabe resaltar que en 1879, prácticamente 10 años después de su fundación, y cuando las tropas chilenas desembarcan en la Poza Histórica y son recibidos por la gran cantidad de chilenos habitantes de la ciudad, Antofagasta ya podía considerarse industrializada.

Capítulo 4: Antofagasta y su patrimonio Muchas veces se ha desconocido la historia de la ciudad de Antofagasta, o bien se ha considerado escaso o no ha sido muy reconocido su patrimonio local. No obstante, cabe señalar que el patrimonio antofagastino reúne un gran valor, el cual ha sido históricamente bien documentado, pero que debe ser revisitado en la medida que avanzan los tiempos. Esto se vincula a que el patrimonio constituye una noción que no es inmóvil; muy por el contrario, ésta es una construcción permanente. En el caso de Antofagasta, es menester tener en cuenta dos situaciones respecto a lo que se considera patrimonio: por un lado, la existencia de un patrimonio “nacional” y un patrimonio “local” y, por otro, la mayor vinculación del patrimonio a su dimensión material (monumentos, edificios, etc.) que a los aspectos inmateriales o intangibles de éste, lo que ha redundado en la falta de protección y difusión de éste –por lo demás, problemática no exclusiva del patrimonio local antofagastino-. El patrimonio de la ciudad de Antofagasta es bastante amplio, no obstante se vea limitado a sus manifestaciones materiales. Para profundizar lo anterior, a continuación se explica, de forma general, la forma en que se protege el patrimonio en nuestro país y luego se analiza la situación del patrimonio de la ciudad de Antofagasta. Esto último, detalla lo que es considerado oficialmente como herencia cultural antofagastina, lo que es susceptible de reconocerse como tal y la visión del autor respecto a algunas manifestaciones que podrían tener dicho reconocimiento.

23

Capítulo 5: Protección del patrimonio El patrimonio en Chile se encuentra resguardado mediante algunas normas legales que tienen por objeto velar de forma coordinada y complementaria por su protección y gestión; éstas son la Ley N°17288 de Monumentos Nacionales y la Ley General de Urbanismo y Construcciones. Esto permite identificar dos tipologías de herencia cultural dentro de la normativa patrimonial: mientras la primera se enfoca al patrimonio nacional, la segunda busca proteger el patrimonio local, donde son los Planes Reguladores Comunales los facultados para identificar su valoración. a) Patrimonio Nacional Nuestro país comienza a proteger su patrimonio desde el año 1925, cuando el Decreto Ley N°651 crea el Consejo de Monumentos Nacionales, cuyo foco estaba puesto en la protección del patrimonio histórico, arqueológico y monumental (edificios). Dicha normativa tuvo fuerza hasta 1970, con la promulgación de la Ley N°17.288 de Monumentos Nacionales. Esta modificación, que introduce el resguardo por el patrimonio urbano y rural, considera una mirada más integral del patrimonio, lo cual se ve reflejado en la incorporación de la declaratoria de zonas, sitios, localidades, barrios o poblaciones. La Ley de Monumentos de 1970 aumentó de manera considerable el número de bienes protegidos, el cual ya contaba con 50 monumentos declarados desde la ley anterior. Recién en 1994, con la creación de la Secretaría Ejecutiva, el Consejo de Monumentos Nacionales comienza a consolidar su labor en la protección del patrimonio cultural y natural. Nueve años más tarde, inauguran una sede institucional propia, lo que permite su mejor funcionamiento, sumado al incremento significativo en su presupuesto, desde el año 2006, teniendo acciones más específicas en la protección del patrimonio. El Consejo de Monumentos Nacionales es el organismo encargado de identificar y proteger el patrimonio nacional, y de supervisar sus intervenciones. Depende del MINEDUC, aunque no posee recursos asociados. El Consejo se encarga, por tanto, de la salvaguarda patrimonial a través de las siguientes categorías de protección, establecidas por la Ley 17.288: - Monumento Histórico 24

- Zona Típica y Pintoresca - Santuarios de la Naturaleza (en proceso de traspaso al Ministerio de Medio Ambiente) - Sitios Arqueológicos - Monumentos Públicos Pese a que el Consejo de Monumentos Nacionales establece sus reglamentos, los Planes Reguladores Comunales –que se verán más adelante- también regulan las intervenciones que se realicen en el patrimonio nacional, según las normas urbanísticas que estos definen.

b) Patrimonio Local Respecto al patrimonio local, como se señalaba, es la Ley General de Urbanismo y Construcciones la encargada de prever su resguardo, a través de la denominación de las Zonas de Conservación Histórica (ZCH) y los Inmuebles de Conservación Histórica (ICH), contenidos en los Planes Reguladores Comunales. El artículo 1.1.2 de la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones (OGUC) define a la primera de estas figuras como el “área o sector identificado como tal en un Instrumento de Planificación Territorial, conformado por uno o más conjuntos de inmuebles de valor urbanístico o cultural cuya asociación genera condiciones que se quieren preservar”. Por otro lado, un Inmueble de Conservación Histórica es “el individualizado como tal en un Instrumento de Planificación Territorial dadas sus características arquitectónicas, históricas o de valor cultural, que no cuenta con declaratoria de Monumento Nacional”. Al respecto, cabe señalar que la Ley General de Urbanismo y Construcciones, reglamentada a través de la OGUC, opera a través de los SEREMI del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, quienes son los encargados de autorizar o no, de forma previa, la demolición o refacción en edificios que se encuentren en la ZCH o bien sean ICH. En cuanto a los PRC, estos son facultados por el artículo 60, inciso 2° de la Ley General de Urbanismo y Construcciones para la identificación del patrimonio local (definiendo las ZCH y los ICH. La inclusión de estos, corresponde a una norma urbanística más, lo 25

que significa la obligación de realizar estudios donde se identifique o no –con motivos fundados- del patrimonio local. Definidos los ICH y ZCH, el PRC regula las intervenciones sobre ellos respecto a usos de suelo, cesiones, sistemas de agrupamiento, coeficientes de constructibilidad, coeficientes de ocupación de suelo o de los pisos superiores, superficie predial mínima, alturas máximas de edificación, adosamientos, distanciamientos,

antejardines,

ochavos

y

rasantes,

densidades

máximas,

estacionamientos, franjas afectas a declaratoria de utilidad pública y áreas de riesgo o de protección. La Dirección de Obras Municipales es la encargada de expedir las normas que aplican a los ICH o ZCH, tras solicitud de un Certificado de Informaciones Previas.

Capítulo 6: Patrimonio “oficial” de Antofagasta Como se señala más arriba, el patrimonio antofagastino ha sido vinculado principalmente a su dimensión material, lo que se ha expresado en la protección de un patrimonio considerado “nacional” y uno “local”. Esto está contenido en diferentes normas, lo que permite establecer que tras su protección legal, se sostiene una especie de patrimonio “oficial” de la ciudad. Al respecto, cabe decir que, independiente del carácter que se le otorgue y los organismos que se vinculen a su salvaguarda (me refiero específicamente a la calidad de patrimonio “nacional”, constituido por la Zona Típica y Monumentos Históricos), el Plan Regulador Comunal permite vislumbrar la distinción que hacemos entre los dos tipos de patrimonio protegidos. En este sentido, el PRC de Antofagasta determina, por un lado, una Zona de Conservación Histórica (ZCH) y, por otra parte, edificios “afectos a protección”, constituidos tanto por los “Monumentos Históricos” y “Zona Típica” (afectos a un marco legal definido por la Ley 17.288) como por edificios de “Carácter Monumental” y de “Primer Orden” (Inmuebles de Conservación Histórica (ICH), afectos a las disposiciones del PRC). Éste define las categorías antes señaladas de la siguiente manera: a)

Z ona de Conservación Histórica

26

No obstante la declaración del Barrio Histórico como Zona Típica de Antofagasta, el cual podemos comprender como parte del patrimonio nacional, el Plan Regulador Comunal establece la Zona Centro Cívico (CC) como objeto de preservación. Al mismo tiempo, el PRC vela por el fortalecimiento del espacio público central característico del área, su volumetría y equipamiento de valor patrimonial y la reglamentación de las nuevas edificaciones, con el fin de conservar el carácter original y propio del conjunto. Para ello, define como principios rectores los siguientes atributos: a. La Plaza Colón es el espacio público más significativo e importante de la ciudad, desde el punto de vista histórico, simbólico y urbano. b. En general los edificios que conforman su entorno poseen interés y constituyen un conjunto de armonía arquitectónica y urbana, que amerita su conservación. c. La existencia del sector de la Poza Histórica y parcialmente la propiedad de FCAB y SOQUIMICH, todos ellos incluidos en la Zona Típica. d. El reconocimiento de un Eje Existencial Histórico, que comienza en la Poza Histórica, continúa en la Plaza del Registro Civil, Calle Bolívar, calle Sargento Aldea, Plaza Colón, calle Prat, calle Matta, Plaza y edificio del Mercado y Parque Brasil. e. Poseer la calidad de Corazón del Centro de la Ciudad, f. Ser reconocido como el Centro de actividades institucionales y comerciales y sede de la autoridad y gobierno regional. h. Lugar de encuentro social, comercial y de servicios, con alta potencialidad de constituirse en Mall Abierto del Centro de Antofagasta, cuya primera iniciativa es la incorporación de vías peatonales, y cuyo futuro es reconquistar para el centro urbano de Antofagasta toda la fuerza histórica, comercial y de servicios a disposición del peatón mediante amplias veredas y calles arboladas, asientos y lugares de conversación; para el vehículo, lugares de estacionamientos cercanos; y para ambos, seguridad pública, buena atención y ofertas. 27

b) Monumentos Históricos Son monumentos históricos los lugares, ruinas, construcciones y objetos de propiedad fiscal, municipal o particular que por su calidad o interés histórico o artístico o por su antigüedad, sean declarados tales por Decreto Supremo, dictado a solicitud y previo acuerdo del Consejo de Monumentos Nacionales (Artículo 9º Ley de Monumentos Nacionales).

c) Zona Típica Área de resguardo cuyo objetivo es preservar la edificación y equipamiento de valor patrimonial y urbano y reglamentar las nuevas edificaciones, de modo de preservar el carácter original y propio del conjunto, que sean declarados tales por Decreto Supremo, dictado a solicitud y previo acuerdo del Consejo de Monumentos Nacionales (Ley de Monumentos Nacionales). En 1985, se logra la declaración de dicha categoría al denominado Barrio Histórico de Antofagasta, a través del Decreto 1.170. Allí, se argumenta “que, este conjunto patrimonial corresponde a un período formativo y de posterior desarrollo de Antofagasta, desde la creación de la ciudad hasta los albores del siglo XX, y constituye un valioso marco a los monumentos allí concentrados” y “que, se tomó este acuerdo a que dicho barrio conforma un conjunto que reúne monumentos nacionales, casas y edificios de alto interés arquitectónico o de valor ambiental e instalaciones portuarias y ferroviarias”. Dicha Declaratoria, sin embargo, no posee un Reglamento asociado que regule las acciones que recaigan sobre la Zona Típica, reduciéndose a lo que establece el artículo único de dicho Decreto, que establece que “podrán desarrollarse las faenas de carga y descarga y otras funciones de la estación del ferrocarril que le son propias y que, quedan autorizadas la construcción de nuevas bodegas o supresión de otras, derivadas de requerimientos funcionales, debiendo informar al Consejo de Monumentos Nacionales tales cambios”.

28

d) De Carácter Monumental Son los edificios, lugares, ruinas u objetos que poseen interés monumental expresado en un conjunto de aspectos o valores relevantes que ameritan su postulación a Monumento Nacional.

e) Primer orden Son

aquellos

edificios

y

lugares

que

poseen

interés

notable

expresado

fundamentalmente en su valor arquitectónico y/o urbanístico, que ameritan su restauración y puesta en valor como patrimonio comunal.

Ahora que ya se encuentran definidas las categorías establecidas en el Plan Regulador Comunal de Antofagasta, se detallan las zonas y edificios que están afectos a protección, es decir, se indica el patrimonio “oficial” de la ciudad (Municipalidad de Antofagasta, 2009): a) Zona de Conservación Histórica Como señalábamos, está se constituye por la Zona Centro Cívico de la ciudad. En consecuencia, el artículo 23 del PRC determina como límites de la ZCH los siguientes: calle Bolívar, entre Balmaceda y Latorre; calle Latorre, entre Bolívar y Sucre; calle Sucre, entre Latorre y Matta; calle Matta, entre Sucre y Baquedano; calle Baquedano, entre Matta y Balmaceda; y calle Balmaceda, entre Baquedano y Bolívar1. b) Monumentos Históricos Son considerados como Monumentos Históricos los siguientes inmuebles o edificios: Nº

Monumento histórico

Decreto

Ficha registro

1

Antigua

Estación

de

Ferrocarriles

DS 0074

002A

Antofagasta a Bolivia

1

Se presentan los límites de Zona Típica y Zona de Conservación Histórica en el Anexo N°1.

29

2

Ex Gobernación Marítima

DS 0980

004

3

Antigua Aduana (Museo Regional de

DS 2.017

005

Antofagasta) 4

Edificio Ex Banco Mercantil de Bolivia

DS 0468

008

5

Torre Reloj (Plaza Colón)

DS 0151

018B

6

Kiosco de Retreta (Plaza Colón)

DE 0512

018 C

7

Casa de La Cultura (Ex Municipalidad

DE 1

045

de Antofagasta) 8

Cuartel General de Bomberos

DS 0340

049

9

Escuela Fiscal de Niñas Nº73 (Teatro

DS 1.001

062

Pedro de la Barra) 10

Muelle Salitrero Melbourne Clark

DS 0980

145

11

Muelle y Molo Ex Compañía del Salitre

DS 3.803

145A

(Terminal Pesquero) 12

Muelle Miraflores (Club de Yates)

DS 3.803

145B

13

Ruinas de la Fundición de Metales de

DS 0009

146

Huanchaca 14

Plaza José Francisco Vergara

DS 10.224

148

15

Fundición Orchard

DS 0556

S/n

c) Zona Típica Como señalábamos, la Zona Típica, está declarada a través del Decreto 1.170 del 31 de Diciembre de 1985. Esta corresponde al denominado Barrio Histórico de Antofagasta, principalmente a los terrenos del Ferrocarril Antofagasta-Bolivia (FCAB) y al eje constituido por la calle Bolívar. De esta forma, dicha zona alberga dentro de sus límites los siguientes inmuebles

30



Zona Típica

Ficha registro

1

Conjunto de edificios de SOQUIMICH

001

2

Informática y Laboratorio de Análisis de YODO-SOQUIMICH

001-A

3

Conjunto de edificios de FCAB

002

4

Casa Jefe Superior de FCAB

002-B

5

Ex Casa Gibbs & Cía.

007

6

Colegio Antofagasta (Ex Hospital Inglés)

141

7

Edificio Patiño

009

d) De Carácter Monumental Dentro de la categoría de edificios considerados Monumentales de Antofagasta, encontramos los siguientes: Nº

Inmueble, lugar, ruina u objeto

Ficha registro

1

Digeder (Ex Resguardo Marítimo)

003

2

Edificio Fiscal de Correos, Telégrafos y Juzgados de Letras

013

3

Plaza Colón

018

4

Monumento Colonia Española (Plaza Colón)

018A

5

Templo Vicarial de Antofagasta (Iglesia Catedral y sus vitrales)

022

6

Casa Jiménez

078

7

Iglesia Corazón de María

120

8

Kiosco de Retreta Orchard (Parque Brasil)

128

9

Casona Regimiento Exploradores

147

31

e) Primer orden Poseen la categoría de Edificios de Primer Orden de Antofagasta, los siguientes inmuebles: Nº

Inmueble, lugar, ruina u objeto

Ficha registro

1

Hotel Antofagasta

006

2

Banco de Crédito e Inversiones

012

3

Ladeco y Casa Familia Vidal

014

4

Banco BHIF

020

5

Banco de Concepción

021

6

Banco Santander

023

7

Banco del Estado de Chile

024

8

Banco Bice

032

9

Banefe y Servicopy

033

10

Centro Español y Banco del Desarrollo

034

11

Plaza del Mercado

083

12

Obelisco Plaza del Mercado

083A

13

Casa Camus

096

14

Mercado Municipal

103

15

Casas del Ferrocarril (ex Huanchaca) en Avenida Argentina

117

16

Casas del Ferrocarril (ex Huanchaca) en Maipú

118

17

Infoland (ex casa Doctor Rossi)

119

18

Portal y Capilla Hospital El Salvador

121

19

Casa Familia Barrios

127

20

Casa Familia Farandato Politis

130

32

21

Casa Abaroa

131

22

Portal Cementerio General

135

23

Estación Nueva de Ferrocarriles

137

24

Iglesia San Francisco

140

25

Parque Brasil

151

Capítulo 7: Patrimonio arquitectónico moderno Volviendo a los aspectos históricos de la ciudad, un elemento que es necesario contemplar es que desde sus orígenes –que se puede observar incluso hasta el día de hoy-, la composición de la población se involucraba dos fenómenos migratorios, por una parte, chilenos procedentes del centro y sur del país, ligados al modo de vida agrario y del inquilinaje y por otra, los inmigrantes europeos y de otros lugares del mundo. Ambos sectores se ven sorprendidos ante las escasas áreas verdes existentes, lo que les hace rememorar sus lugares de origen. Antofagasta, en su período formativo, comienza a dividirse en diferentes quintas, al estilo de la zona centro-sur del país, donde incluso la ciudad es capaz de abastecerse de variados productos agrícolas. Al mismo tiempo, cabe recordar que la ciudad nace en el período de la segunda Revolución Industrial, donde el capitalismo moderno comienza a consolidarse en grandes potencias mundiales como Inglaterra, país muy ligado a la historia de Antofagasta. Según historiador local, Héctor Ardiles2, no hay otra ciudad que tenga identidad moderna y cambios tan vertiginosos como Antofagasta. No es una ciudad colonial, de tiempos lentos; Antofagasta es rápida, es diversa, hay lucha de clases y es una ciudad burguesa, Además, lo moderno se constituye como identitario. Ejemplo de ello, podemos encontrarlo en un hito específico: la Plaza Colón. Ésta guarda varias particularidades, como por ejemplo su carácter histórico como lugar de encuentro de la sociedad antofagastina; su relación con la historia y geografía boliviana, al no definirse como una Plaza de Armas, como solía hacerse en Chile. También, la Matanza Palabras recogidas en el marco del Curso Taller “Valor Patrimonial del Centro Histórico de Antofagasta”, realizado del 25 al 28 de noviembre en la Biblioteca Regional de Antofagasta. 2

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de obreros del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia que se produjo el 6 de febrero de 1906, en el contexto de la llamada “cuestión social” (Recabarren, 2002). Además, su valor arquitectónico: es parte central de la Zona de Conservación Histórica, podemos encontrar importantes monumentos obsequiados por colonias extranjeras y mantiene en su entorno edificios con características arquitectónicas de distintos estilos. Así, podemos hallar arquitectura clásica, neogótica, neoclásica, inglesa y moderna, lo cual le otorga un valor excepcional. Al respecto, cabe señalar que estos estilos se traen a la ciudad de forma posterior, es decir, llegan transformados o bien no se encuentran en un estado puro. El ejemplo anterior es presentado para reafirmar la idea de una Antofagasta progresista, donde las demandas del ciudadano y las ideas visionarias de ciertos personajes han contribuido a la construcción de una ciudad con impronta moderna. Se argumenta que ha sido en la arquitectura principalmente donde se ha entendido el progreso de la ciudad, donde “esa proyección moderna fue promocionada por políticos que incentivaron un crecimiento basado en la economía, racionalidad y sanidad necesaria en una ciudad progresista, principalmente como una solución social que había empeorado por la crisis del nitrato desde el fin de la Primera Guerra Mundial” (Galeno, 2007, p. 12). Al respecto, el arquitecto local, Claudio Galeno, postula que Antofagasta ha sido una especie de laboratorio del movimiento moderno en Chile. Pero, ¿cuál es el objetivo de señalar lo anterior? Sin lugar a dudas, hacer un panorama de la identidad antofagastina desde la arquitectura. Sin embargo, dicha lectura es ampliada para considerar la existencia de un patrimonio –al menos desde lo material- ligado a la arquitectura moderna, cuya protección y difusión no ha sido de mayor preocupación por parte de las políticas patrimoniales. Como señala Galeno, “a pesar de su potencial interés, existe desconocimiento y escaso reconocimiento de su valor patrimonial, lo que denota la fragilidad actual de la memoria, una amnesia simbólica, donde la necesidad e importancia del reconocimiento del universo simbólico asociado a la modernidad es una meta innegable en una ciudad que tiene un breve pasado arquitectónico, con sólo 3 etapas, la efímera arquitectura del nitrato, la reformadora modernidad asociada al cobre, y la amnésica arquitectura contemporánea. Antofagasta nació de forma artificial, como una ficción de la vida moderna, donde muchos de sus actores han sido héroes idealistas en la proyección de

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un artificio en el desierto donde ficción y realidad coexisten junto a la vastedad del sublime territorio” (2007, p.15). En cierto modo, la identidad antofagastina se ve reflejada a través de edificios o hitos patrimoniales “no oficiales” y de arquitectura moderna, que nos legaron personajes como Luciano Kulczewski, Alfonso Campusano, Jorge Tarbuskovic y Ricardo Pulgar. Algunos de los edificios que son, a juicio personal, necesarios de proteger (además de otros no considerados aquí, pero que vale la pena detallar en otra ocasión) son los siguientes: a) Edificios Colectivos de la Caja del Seguro Obrero b) Grúa Titán (ubicada en plazoleta del Puerto de Antofagasta) c) Hospital Regional d) Aeropuerto Cerro Moreno e) Edificio Caliche f) Edificio Huanchaca (conocido como Edificio Curvo) g) Gimnasio Luis Bisquertt (Universidad Católica del Norte) h) Edificio Intendencia de Antofagasta i) Edificio Colón j) Teatro Municipal

Capítulo 8: El “otro” patrimonio de Antofagasta En párrafos anteriores, hemos visto lo que hoy en día es indudablemente parte del patrimonio local antofagastino y, además, hemos hecho referencia a otros edificios que, si bien no han sido reconocidos oficialmente en su valor patrimonial, perfectamente podrían formar parte de las categorías mencionadas en el PRC. Al respecto, la historia de la ciudad ha sido reflejada a través de sus expresiones arquitectónicas, lo cual, entendiendo el patrimonio como un conjunto de bienes y prácticas sociales cuyo valor puede ser transmitido y resignificado, nos revela la necesidad de avanzar hacia la protección más amplia de nuestro patrimonio. No obstante la importancia de dicho patrimonio, es menester señalar que en Antofagasta –dentro del discurso oficial- no ha existido mayor preocupación por la dimensión inmaterial. En este sentido, según la información del Sistema de Información 35

para la Gestión del Patrimonio Inmaterial (SIGPA), la comuna de Antofagasta registra dos elementos: la Agrupación Luis Tabalí Todo: Baile Religioso Chinos del Carmen de María Elena (cultores colectivos) y el Restaurante Puerto Viejo (gastronomía). Ahora bien, lo anterior no quiere decir por ningún motivo que no existan más expresiones de patrimonio inmaterial. Muy por el contrario, nuestra ciudad es rica en ese tipo de manifestaciones, sin embargo no ha existido –al menos desde las autoridades- mayor preocupación por “oficializar” algunas de éstas. Lo importante es que se vislumbra a un grupo de ciudadanos que ha comenzado a involucrarse en la temática patrimonial, y no sorprendería que en un corto plazo se empiece a gestar un movimiento ciudadano preocupado de la puesta en valor y activación del patrimonio “olvidado”. Como no reconocer dentro de éste, a los literatos Andrés Sabella, Mario Bahamonde, entre otros, cuyas obras dedicadas al mar y el desierto son de un valor incalculable. El legado de otros grandes personajes que han sido parte de la historia local constituye también parte importante de nuestro patrimonio. Sin embargo, también podemos hallar algunas manifestaciones que forjan nuestro patrimonio inmaterial (Clunes, 2012). Éstas son los siguientes festivales: a) Feria del Libro ZICOSUR (FILZIC): Es un encuentro cultural que convoca a expositores literarios nacionales e internacionales. Durante el mes de mayo, las instalaciones del FCAB y, por supuesto, la comunidad antofagastina, tienen el privilegio de recibir escritores, editoriales y agrupaciones de distintas procedencias.

b) Festival de Teatro ZICOSUR (FITZA): Nace de un esfuerzo que inició el maestro Pedro de la Barra, quien desde 1962 soñaba con la realización del “Festival de Teatro Andino”. No obstante, recién en 1998 se pudo cumplir dicho anhelo, desde que se aprueban recursos para la realización de dicho festival. Éste, ya ha desarrollado 16 versiones durante la primera quincena de enero de cada año, reuniendo a compañías nacionales y extranjeras, provenientes de países como Argentina, Bolivia, Cuba, Paraguay, Perú y Uruguay, quienes exponen su arte de forma gratuita. Tanto FILZIC como FITZA reconocidas a nivel latinoamericano, son parte de las iniciativas de la Zona de Integración del Centro Oeste de América del Sur por apoyar el desarrollo y 36

complementariedad económica, comercial y cultural entre las regiones de los países aledaños al Trópico de Capricornio

c) Festival Internacional de Cine del Norte (FICNORTE-FICIANT): En 1927, seis de las nueve películas filmadas en Chile se realizaron en Antofagasta, lo que produjo la denominación de la ciudad como el “Hollywood de Sudamérica”. Tal antecedente motivó la realización del Festival Internacional de Chine del Norte, el cual, durante el mes de agosto de cada año, reúne a la industria cinematográfica y audiovisual, donde la máxima distinción de la crítica especializada es el premio Perla del Norte.

d) La Tirana Chica: Esta celebración es realizada en la Plaza Ana Giglia Zappa, sector centro-norte de la ciudad, y convoca a las cofradías de bailes religiosos antofagastinas que han participado de la Fiesta de la Tirana. Esta fiesta es una expresión cultural, social y religiosa, donde los bailes y procesiones se dedican a la madre de Jesús, representada por la Virgen del Carmen.

e) Antofagasta BodyBoard Festival: Este festival, pese a su corta existencia, representa fielmente el respeto y la conexión con la naturaleza, la cual a través del deporte del bodyboard reúne exponentes locales, nacionales e internacionales, quienes buscan las olas perfectas en el sector de playa Llacolén. Diferentes muestras artísticas y culturales se dan cabida durante el mes de agosto, en este festival que busca consolidarse como el principal del norte de Chile y que poco a poco comienza a ganar espacio entre los jóvenes y la comunidad antofagastina en general.

f) Festival de Colectividades Extranjeras: Esta tradicional fiesta, que en 2014 realizó su XXIX versión, es una muestra de música, danzas, trajes y gastronomía típica de las distintas colonias extranjeras que se establecieron en la ciudad, dejando un gran legado cultural. El Parque Croata es 37

testigo año a año de las costumbres de los descendientes de árabes, argentinos, bolivianos, chinos, croatas, griegos, y de la participación como anfitrión de Chile. El presente año, se presentaron como países invitados Japón y Ecuador, mientras que se consolidó la participación de la colectividad colombiana, bastante numerosa en la ciudad.

Si bien hemos considerado algunas expresiones del patrimonio inmaterial, no significa la inexistencia de otras que tengan las mismas características. A pesar de ello, las anteriormente señaladas tienen una gran valoración y son tanto tradicionales como identitarias de nuestra ciudad. En este sentido, todas ellas manifiestan un vínculo con esta tierra que las ha visto desarrollarse, algunas con mayor antigüedad que otras. Por lo demás, cabe señalar que éstas son o no consideradas patrimonio en la medida que la misma comunidad local se apropie de ellas. Para ello, ya existen instancias que buscan su reconocimiento. Finalmente, se pone énfasis en que estas manifestaciones dan muestra de una Antofagasta con una identidad multicultural, en tanto la ciudad ha sido permanentemente construida por inmigrantes, tanto extranjeros como nacionales. Además, exponen claramente la integración no sólo regional sino que en el contexto global que posee esta ciudad. De manera que la comprensión de Antofagasta como una ciudad cosmopolita, no sólo permite simbolizar e interpretar la identidad antofagastina desde la multiculturalidad, sino que a la vez nos permite establecer diferencias respecto a una identidad “nacional” homogénea. Al respecto, los antofagastinos estamos destinados inexorablemente a nuestro vínculo con el mar y el desierto, La Portada, los farellones costeros y las hermosas puestas de sol; a las bellas playas y el Cerro Moreno al que se enfrenta nuestra vista hacia el horizonte. Si bien no nos detuvimos en analizar el patrimonio natural, o a plantear una integralidad de nuestro patrimonio (entendido, a juicio personal, como patrimonio cultural más el natural), sin duda que ello es de un inmenso valor patrimonial y genera sentido de pertenencia con este hermoso lugar.

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V. Reflexiones finales

El presente documento ha constituido, como se ha señalado, no sólo la revisión de literatura para sustentar las ideas plasmadas anteriormente y las siguientes, sino además la experiencia acumulada sobre el tema, al menos adquirida desde el inicio del diplomado cursado por el autor. Por consiguiente, estas reflexiones son más bien personales, pero agrupan un sentimiento en común con los grupos que me he vinculado y, por supuesto, con la ciudad de Antofagasta. En primer lugar, hemos visto que los conceptos patrimonio, identidad y memoria están muy ligados, formando una red conceptual clave para poder, luego, vincularla con nuevas concepciones. Esto ha permitido no sólo pasar de una noción del patrimonio de lo material (objeto) a lo inmaterial (sujeto), sino que también considerarlo integral. Al mismo tiempo, ha dejado de ser una noción estática, por lo que se le ha vinculado a otros conceptos como turismo, nuevas tecnologías y comunicaciones, entre otros. Esto, que se ha considerado tanto una amenaza como una oportunidad, está sometido a las dinámicas de cada caso en particular, debido a que cada espacio o lugar tiene sus propias características, como mayor sentido de pertenencia, mayor empoderamiento ciudadano, además de constituir diferentes escalas respecto al patrimonio. Al respecto, en el trabajo se comprende a Chile como escala nacional y Antofagasta como escala local, la primera en tanto unidad territorial y administrativa más amplia y la segunda siendo una comuna –importante para país- que se constituye como una unidad más pequeña que la nacional e incluso que la regional. Lo anterior responde a que, en el caso de la Región de Antofagasta existe un amplio patrimonio, pero que puede enriquecerse aún más con la mayor gestión y difusión de los bienes, prácticas, costumbres y la memoria de cada comuna. En este sentido, tanto el patrimonio de Antofagasta como comuna y como región, son subescalas de un patrimonio nacional, el cual pareciera asociarse a una identidad más bien estática y homogeneizante, sin considerar la diversidad de culturas que interactúan en el país. Esto nos ocupa en revalorizar el patrimonio a escala local, de manera de contribuir a la recomposición de tejido social, fortalecer la identidad y el sentido de pertenencia, integrando a la comunidad en ello.

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Lo anterior, constituye un fuerte potencial como factor de desarrollo local el que, a mi juicio, a veces se ve sobrepasado por las lógicas de mercado y la actuación de la institucionalidad. No obstante ello, ha tomado fuerza dentro de las comunidades y la sociedad civil, lo que ha posibilitado un gran avance en el ámbito patrimonial, en la medida que se trabaja por valorizar y activar sus bienes patrimoniales. Esto requiere de una gestión participativa e integrada que se ocupe en la promoción, restauración, defensa y difusión del patrimonio local y las diferentes manifestaciones artísticas y culturales que rescatan y constituyen la identidad local. La comunidad es clave en esta gestión, pero debe estar organizada. A modo de ejemplo, en Antofagasta se ven grandes oportunidades para actuar, pero que requieren su participación, como lo constituye la posibilidad de fortalecer la protección al Centro Histórico, en donde confluyen una Zona Típica y una Zona de Conservación Histórica, que no se corresponden entre ellas. Al respecto, dicho lugar guarda la historia, es un espacio de encuentros y relaciones sociales y exhibe lo más puro de la identidad de Antofagasta, a través de sus edificios, de las prácticas y costumbres, y cada persona que recorre sus calles; tampoco se puede pasar por alto la presencia del Cerro El Ancla, que se impone desde las alturas de la ciudad hasta proyectarse en la Poza Histórica. La historia plasmada por los numerosos extranjeros y sus familias -ingleses, alemanes, croatas, chinos, griegos, árabes, españoles, en algún momento, colombianos, peruanos, bolivianos, entre otros, en la actualidad-, no sólo se refleja en manifestaciones arquitectónicas de distinto tipo, sino que en sus costumbres y culturas que se fueron entrelazando en este territorio donde el desierto y el mar se funden, junto a nacionales del centro y sur de Chile. No debemos olvidar tampoco, que la ciudad de Antofagasta se fundó cuando estas tierras eran bolivianas y que, en la medida que avanzó su desarrollo, siempre ha estado conectada en el contexto internacional, tanto con los países vecinos como otros más lejanos. Reflejo de ello son las distintas festividades, que expresan en patrimonio inmaterial de la ciudad. Es importante también, poner el foco en su rápido crecimiento, tanto demográfico como urbano, y su desarrollo, ligado a la industria minera principalmente. Esto ha traído –y traerá- ciertas implicancias, las cuales han constituido parte de la historia de la ciudad y deben ser revisitadas constantemente para comprender las nuevas dinámicas y fenómenos sociales. Un botón de ello es la impronta de una ciudad

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moderna, reflejado a través de su arquitectura, lo cual hemos revisado respecto al patrimonio arquitectónico no considerado de manera “oficial”. De esta manera, se sostiene que la identidad de Antofagasta, plasmada en su amplio y rico patrimonio local, constituye un factor de desarrollo para el futuro. Esto, pensando en que ésta es una ciudad que no es colonial, que, por el contrario, desde su origen vive tiempos rápidos y cambios vertiginosos y su desarrollo ha estado ligado a la interacción de diferentes culturas en el contexto de una industria minera que ha requerido de las más altas tecnologías, y que muchas veces se enfrenta a la calidad de vida de los ciudadanos. Por lo tanto, lo moderno y lo multicultural es la impronta que constituye la identidad antofagastina, o como se ha comenzado a utilizar recientemente, la “antofagastinidad”. En definitiva, la comprensión de todo lo anterior, permite distinguir una identidad local que escapa de una noción ligada a lo “nacional”, lo que no sólo se refleja a través de diversas manifestaciones sino que al mismo tiempo debe ser un fuerte componente de cohesión social. Dicho componente constituye un factor de desarrollo que contribuya a dar respuesta a los conflictos y fenómenos actuales y futuros de la ciudad, es decir, debe, desde el presente, comprender el pasado y pensar el futuro. Para ello, Antofagasta debiera optar por ser una comunidad empoderada, que comprenda su pasado y tome lecciones de ello, y que sean tan visionarios como personajes públicos y anónimos que han forjado la ciudad. Al mismo tiempo, generar un sentido de pertenencia con el lugar, componente que permitirá mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Esto, tomando en consideración que –a mi juicio-, muchas veces el Estado sólo se ha interesado en la capacidad productora de la zona, dejando de lado su preocupación por el desarrollo humano, social y cultural de los antofagastinos. Esta crítica al marcado centralismo que exhibe el Estado chileno, se sustenta en la necesidad de la revalorización de nuestra identidad local, para que no sucumba ante una identidad nacional asociada a un imaginario de un Chile campesino, y que sea capaz de dialogar con éste en función de construir una sociedad chilena más justa, solidaria y diversa.

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Anexo N°1: Mapa Zona Típica y Zona de Conservación Histórica

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