ANTIMANUAL DEL MAL HISTORIADOR

June 30, 2017 | Autor: P. Ediciones | Categoría: Historia, Historiografía
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Descripción

Antimanual del mal historiador O cómo hacer hoy una buena historia crítica

Carlos Antonio Aguirre Rojas

Rosario, 2015

Sólo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence... Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia, tesis VI, ca. 1940

Índice Introducción.................................................................................. 11 Capítulo I De antimanuales y antidefiniciones de la historia.............................................................................................. 15 Capítulo II Los siete (y más) pecados capitales del mal historiador.................................................................................... 27 Capítulo III En los orígenes de la historia crítica......................................................... 41 Capítulo IV Por los caminos de la buena historia antipositivista............................................................................................ 53 Capítulo V Las lecciones de 1968 para una posible contrahistoria radical................................................................................. 67 Capítulo VI ¿Qué historia debemos hacer y enseñar hoy? Un modelo para (des)armar...................................................................... 85 Bibliografía esencial del buen seguidor de este antimanual ...................................................... 99

INTRODUCCIÓN

Creo en el futuro porque yo mismo participo en su construcción. Jules Michelet

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n México, algo muy importante comenzó el primero de enero de 1994. Hasta el punto de que podemos afirmar que el “breve siglo XX”, que a nivel general comienza con la Primera Guerra Mundial y con la Revolución Rusa de 1917, para cerrarse con la caída del Muro de Berlín, ha comenzado en cambio, en México, con el estallido de la Revolución de 1910, para concluir precisamente en esa fecha simbólica importante que representa la irrupción pública del movimiento neozapatista mexicano. Porque los siglos verdaderamente históricos se construyen, precisamente, a partir de las diversas duraciones de los fenómenos que dentro de ellos se despliegan, dándole temporalidad y sentido a las distintas curvas evolutivas que esos mismos siglos representan. Entonces, cuando se cierra un siglo histórico, distinto del simple siglo cronológico, se cierran con él esos mismos procesos fundamentales que le dieron vigencia y sustancia, cambiando la página de la historia, para inaugurar nuevos procesos y nuevas situaciones, igualmente correspondientes al nuevo siglo y al nuevo ciclo histórico que comienza. Por eso, entre tantas otras razones, es que se impone también la construcción de un nuevo tipo de historia. Y esto, en el doble sentido de participar activamente en la transformación de esa historia real que los hombres y las sociedades construimos todos los días, pero también en la línea de intentar edificar un nuevo tipo de saber histórico y de discurso historiográfico, capaz de aprehender y de reflejar adecuadamente a esas nuevas realidades de la historia real, pero también capaz de proveernos de algunas de las herramientas intelectuales necesarias para intervenir eficazmente en dicha construcción renovada de esa historia real. Algo que por lo demás, ha sido también planteado por los indígenas rebeldes de México. Pues ellos, han insistido constantemente en que su lucha es también una lucha de la memoria contra el olvido, lo que significa que

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es también un intento por recuperar y por mantener viva la memoria de su propia historia, la memoria de sus luchas y de sus reclamos, tanto como la reivindicación del pasado, del presente y del futuro que ellos, como indígenas, representan, y que la historia oficial ha borrado e ignorado sistemáticamente durante siglos. Porque si la historia la escriben siempre los vencedores, y si cada clase que domina reinventa al pasado y a las tradiciones para legitimar su propia dominación, entonces es claro que el papel que han tenido los indígenas mexicanos, dentro de las múltiples historias oficiales escritas durante siglos en este país, ha sido un papel completamente marginal e irrelevante. Ya que lo mismo en la visión abiertamente racista, que trata al indígena como si hubiese sido una simple “materia prima” de los conquistadores, como presa y punto de apoyo de la sociedad colonial que “lo mestiza”, que en la visión paternalista y despreciativa que lo quiere “normalizar”, “modernizar” e incorporar al “progreso” de nuestra modernidad capitalista, el papel que se le ha asignado a los pueblos indígenas de México, ha sido siempre el de simples objetos pasivos y receptivos de la historia, pero nunca el de sujetos activos, rebeldes, actuantes y poseedores de un proyecto propio y específico de vida, de sobrevivencia, de resistencia y de modernidad alternativas, e incluso de propuestas de caminos diferentes para el desarrollo de ciertos procesos en México. Así que cuando los neozapatistas reclaman mantener viva la herencia de sus muertos y de sus antepasados, lo que está reivindicando es justamente ese pasado que ellos mismos han construido, y en el que siempre han sido los sujetos de su propia historia, pasado que a través de luchas, insurrecciones, rebeliones y resistencias prolongadas y continuas, han logrado preservar y mantener vivo hasta el día de hoy. Por eso urge reescribir toda la historia de México, incorporando de manera orgánica y sistemática dentro de su trama, entre varios otros, también a este sujeto indígena y al conjunto de sus acciones, intervenciones, luchas y resistencias específicas. Como también urge comenzar a ver la historia, en general, de un modo nuevo y diferente, haciéndola, escribiéndola, investigándola y enseñándola de una manera radicalmente distinta a como lo hemos hecho hasta ahora, una manera diferente que sea realmente acorde con estos nuevos tiempos que han comenzado a vivirse en México después de 1994. Pero es claro que es imposible construir una historia nueva, con las viejas y desgastadas herramientas que corresponden a los también ya anacrónicos

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modos en que se ha practicado hasta hoy el oficio de historiador en nuestro país. Pues son esas viejas concepciones de la historia, y esas viejas fuentes y técnicas consagradas durante tantas décadas, y repetidas durante lustros y lustros en las aulas, las que han forjado esa historiografía oficial que no sólo ha ignorado a los indígenas, sino también a las mujeres, e igualmente a los campesinos, a los obreros y a las grandes masas populares, a la vez que se concentraba solamente en el estudio de la vida de los presidentes y de los políticos mas conocidos, en las pugnas de los pequeños y elitistas grupos o facciones de las clases dominantes, o en el análisis de los discursos y las obras de tal o cual literato, científico, o ‘gran personaje’ de nuestra historia nacional. Poniendo entonces el énfasis en ese estudio de las guerras, de los tratados, de las acciones del Estado y de la biografía de los supuestos “grandes héroes” de la nación, la historia oficial e incluso una inmensa mayoría de la historia académica ha hecho hasta el dia de hoy caso omiso de las realidades económicas, sociales, culturales y civilizatorias que, en profundidad y de una manera esencial, han definido las grandes líneas de la evolución de nuestra historia en general. Por eso, hace falta llevar a cabo una doble tarea transformadora dentro del vasto espacio de nuestros estudios históricos actuales: en primer lugar, un trabajo sistemático de crítica permanente de esa historia oficial, positivista y tradicional, trabajo que al mismo tiempo que denuncia y demuestra las inconsistencias y la pobreza de los resultados historiográficos producidos por esta historia limitada que ha sido dominante en México hasta el día de hoy, hace evidente también la clara función conservadora del statu quo que ha cumplido y que cumple este mismo tipo de historia perezosa y complaciente con los actuales grupos y clases dominantes. Pero también y en segundo lugar, es ahora necesario mostrar con claridad los nuevos rumbos por los que debe transitar la nueva historia que urge comenzar a elaborar, explicando con paciencia y detalle el conjunto de herramientas intelectuales y de puntos de apoyo que habrá que utilizar en la construcción de esa otra historia diferente y crítica, a la vez que avanzamos, audazmente, en las primeras aplicaciones y reconstrucciones de los diferentes temas y períodos que comprende nuestra propia historia nacional. De este modo, promover e impulsar una historia nueva, actualizada, científica y crítica en nuestro país, no es otra cosa que intentar asumir, dentro de nuestro propio oficio de historiadores, las consecuencias importantes de la situación histórica también nueva que ahora vivimos. Pero no para renovar

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y reciclar una vez más, vistiéndola con nuevas ropas, a la vetusta y siempre bien vista historia oficial, complaciente con el poder y dispuesta eternamente a legitimarlo y a servirlo, sino más bien para volver a conectar a esta renovada ciencia de la historia con sus raíces fundadoras esenciales, pertenecientes a las mejores tradiciones del pensamiento social crítico contemporáneo. Es decir, renovar a la historia para restituirle su dimensión profunda como historia crítica, vinculada a los movimientos sociales actuales y a las urgencias y demandas principales del presente, a la vez que dispuesta a contribuir y a colaborar, en la medida de lo posible, en la construcción de un futuro diferente, donde se elimine la explotación económica, el despotismo político, y la desigualdad y discriminación sociales, y en donde el porvenir no sea visto, como sucede hoy, con aprehensión y con temor, sino por el contrario, con verdadero optimismo y con profunda esperanza.

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