Annabel Murray- Solo para dos

July 23, 2017 | Autor: Kathy Tax | Categoría: Love, Novel, Novelas Romanticas
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Descripción

Sólo para dos Robbie pensó que sus problemas se acabarían cuando su amiga Caroline le propuso que solicitara el trabajo que ella acababa de dejar y que se alojara con su "hermana" Fen. Pero se quedó estupefacta cuando descubrió con quién estaba compartiendo la vivienda. La supuesta hermana de Caroline era un hombre alto, fuerte y guapo, que no estaba dispuesto a compartir su hogar con nadie...

Capítulo 1 Que ha sido eso? -Robbie se despertó sobresaltada y se sentó en la cama. Su corazón palpitaba con fuerza. Todo estaba muy oscuro y por un momento no pudo recordar dónde estaba. Luego se acordó de que se encontraba muy lejos de su hogar, en los Cotswolds; a bordo de La gitana del mar, el yate de su amiga Caro, que se hallaba anclado en una aislada zona del canal. Era agosto y hacía mucho calor. A pesar de que la ventana del camarote estaba abierta, Robbie no tenía la sensación de que entrara el aire; sin embargo no estaba sudando de calor, sino de miedo. Aguzó el oído, segura de que un ruido había interrumpido su pesadilla. .. Una pesadilla que tenía con frecuencia. En su sueño, Robbie atravesaba una iglesia, vestida de novia, hacia Hugh. La embargaba una gran tristeza, pues el interior de la iglesia estaba en penumbra y ella no podía ver a sus familiares y amigos, a quienes parecía cubrirlos una densa bruma. A cada paso que Robbie daba, Hugh parecía alejarse más y más. Ella extendía los brazos y le suplicaba que no la dejará sola, que no se fuera... y como siempre, se despertaba con el rostro bañado en lágrimas. La joven se limpió los ojos y escuchó de nuevo. Sí, podía escuchar el mismo ruido. Entonces tomó su pesada linterna. No era una chica nerviosa, pero sabía que estaba en una situación muy delicada pues se encontraba sola en el barco. Robbie no había esperado pasar esa noche sola, sino en compañía de Fenella, la hermanastra de Caro. Sin embargo, cuando Robbie llegó a La gitana del mar, no encontró a nadie en el yate. Esperó, pero cayó la noche y decidió irse a dormir. Estaba tan cansada debido a su viaje desde el norte de Inglaterra, que no deshizo sus maletas y las dejó junto a la cortina que separaba su camarote de la pequeña cocina. Después se quitó la ropa y, vestida sólo con su ropa interior, intentó conciliar el sueño. Como siempre había vivido en la ciudad, la inquietaban todos los ruidos que podían oírse en el campo por la noche, y tardó un poco en relajarse. Sin embargo, el ruido que escuchó era muy diferente. El barco se balanceó un poco. Robbie pudo ver que había luz en la pequeña cocina

y oyó que alguien abría un armario. Pensó que tal vez Fenella había vuelto... o tal vez se tratase de un ladrón. Robbie no recordaba si había cerrado con llave la puerta de la cabina principal, pero ya no podía soportar la incertidumbre; tenía que saber qué estaba sucediendo. Tomó una bata ligera que estaba al pie de la litera y apartó la cortina con mucho cuidado. Lo que vio la hizo temblar y, ciertamente, no se trataba de Fenella. Robbie no conocía a la familia adoptiva de Caro. Sólo sabía que la madre de su amiga se había casado por segunda vez, hacía pocos años, con un hombre que ya tenía cuatro hijos en edad adulta. Había un hombre en la cocina; se encontraba de espaldas a Robbie y parecía que se estaba preparando la cena. Quizá se tratase de un vagabundo hambriento... Desde su posición, la joven se dio cuenta de que era muy alto y fornido, y no parecía un vagabundo. Vestía unos vaqueros y una camisa a cuadros de buena calidad, muy limpios. Su oscuro cabello tenía algunas canas. Robbie no era ninguna cobarde, pero tampoco imprudente. No sabía qué hacer. Pensó que quizá lo mejor fuera regresar a la cama y esperar a que el intruso se marchara cuando terminara de comer. Retrocedió con cuidado, pero se olvidó de las maletas que estaban al lado de la cortina. Tropezó con una de ellas y cayó al suelo. Robbie sintió un vuelco en el corazón cuando el desconocido se volvió sobresaltado y abrió la cortina furioso. -Dios mío -exclamó atónito, respirando con dificultad-. Por un momento pensé que... -maldijo en voz baja-. ¿Quién demonios eres? ¿Y qué diablos estás haciendo en mi yate? Robbie lo miró fijamente. Sus rasgos eran fuertes y atractivos y la miraba con hostilidad. Robbie no podía ocultarse en el pequeño camarote y empezó a temblar, pues creyó que él tenía intención de atacarla. Sin embargo, después de un instante, la indignación se impuso a su miedo. -¿Qué quieres decir con eso de que es tu yate? -Pues me parece que he sido muy claro. Y no pareces ser una tonta ni una vagabunda. Pareces una chica culta y educada -la observó de la cabeza a los pies. Robbie se dio cuenta de que su bata no ocultaba su atractiva figura y con la mano que tenía libre se cubrió mejor los senos. -No soy una vagabunda -replicó-. Y... -¿Qué pensabas hacer con esa linterna? -inquirió el desconocido-. Sin duda, ibas a darme un golpe en la cabeza -extendió una mano y se la quitó, acercándose más. Robbie también era alta, pero se sentía pequeña y vulnerable frente a ese hombre. Sin embargo, se enfrentó a él valerosamente. -No puedes culparme por tener miedo -replicó-. Me despierto en mitad de la noche y descubro que hay un desconocido en mi yate... Él gruñó con impaciencia y Robbie contempló el fuerte y musculoso cuello que

revelaba la camisa abierta. -Te repito que este yate es mío. -Y yo no te creo. -Pues eso no me importa. Es la verdad. Y espero que me expliques por qué estás aquí. -Estoy aquí -repuso la chica, apartándose un poco de él-, porque aquí voy a vivir durante los siguientes seis meses, por lo menos. -Claro que no -volvió a la cocina y se sirvió un plato de huevos con jamón y tostadas. Con la boca hecha agua, Robbie no perdió detalle de la escena. El día anterior había viajado durante todo el día y sólo había comido unos bocadillos; a pesar de ello, no había querido hacer uso de los víveres de Fenella. Pero en ese momento el miedo y el hambre parecían haberla debilitado y tuvo que apoyarse contra la puerta de uno de los armarios. -Vamos, no finjas más -el hombre se sentó a la mesa y empezó a comer-. No sé a qué estás jugando, pero... -No es un juego -aseguró desesperada. Ese desconocido la intimidaba menos ahora que se había sentado, pero Robbie no sabía qué hacer; se sentía muy vulnerable e inquieta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Los últimos meses de su vida habían sido horribles. El día anterior apenas había comenzado a creer que tal vez lograría sobreponerse a los golpes recibidos y empezar a reconstruir su vida, lejos de Hugh, en ese sitio apartado y seguro... Pero en ese momento ya no se sentía segura debido a la presencia de ese hombre fornido y prepotente al que ya había empezado a detestar. -No empieces a llorar -el intruso la miraba con detenimiento-. Eso no te llevará a ninguna parte -le advirtió con cinismo-. Me conozco todos los trucos de las mujeres, te lo aseguro. Y soy particularmente inmune a las «lágrimas de cocodrilo». Al escuchar esas palabras, Robbie ya no sintió deseo alguno de llorar. La furia la invadió. ¿Quién era él para hablarle de esa forma? ¿Quién era ese desconocido? -Eres un hombre grosero y sin sentimientos -le espetó-. Y tengo todo el derecho del mundo a estar aquí -le informó-. He pagado el alquiler de los próximos seis meses. Pregúntaselo a Fen si no me crees. Vamos a compartir este yate. Él se detuvo cuando se llevaba un bocado a la boca. Parecía sorprendido por algo que la chica había dicho. Bajó el tenedor al plato con lentitud. -Ahora sé que mientes -declaró sombrío-. Al principio estaba dispuesto a creer que habías cometido un verdadero error... te habías confundido de yate. -No me he equivocado de yate. La llave... -Sí, la llave -se puso de pie y se le acercó-. Me gustaría saber dónde la conseguiste. Robbie dio un respingo y trató de alejarse, pero no podía ir a ninguna parte. Nunca había conocido a un hombre que la trastornara de ese modo. No obstante, alzó la barbilla y lo miró desafiante.

-Una amiga me la dio, aunque por supuesto eso no te importa, pues... -¿Qué dices? -se burló-. ¿No tienes la menor idea de quién soy, verdad? -No, y tampoco me interesa saber... -Yo soy Fen -la interrumpió y vio que negaba con la cabeza-. Pues sí. En realidad, me llamo Fenton; pero sólo mis amigos me llaman Fen y yo no te conozco. ¿Acaso esto es un intento de seducción? -inquirió con suspicacia—. ¿Alguien te pagó para que me montaras esta escena? -de nuevo contempló la fina bata-. ¿Qué ganas con todo esto? -No estoy tratando de seducirte -aclaró indignada-. ¿Para qué habría yo de querer algo semejante? ¿Te consideras un símbolo sexual? Vio que fruncía el ceño, molesto; entonces añadió rápidamente: -Mira, sólo quiero que aclaremos esto. Caro me dijo que... —¡Ah! -el hombre se relajó visiblemente—. ¡Caroli-ne! Ahora lo comprendo todo. Robbie deseó poder decir lo mismo. Al principio le había parecido una idea maravillosa abandonar su ciudad natal, el escenario de sus desgracias, y solicitar el trabajo que Caro había dejado, además de irse a vivir a donde su amiga había vivido. -Pero yo no puedo permitirme el lujo de... -había protestado Robbie cuando Caro le hizo el ofrecimiento. -Ya pagué el alquiler de los próximos meses -le aseguró Caro—. Lo hice antes de saber que dejaría mi empleo actual. Si consigues mi puesto, podrás vivir donde yo lo hago hasta que decidas otra cosa -debido a que conocía la situación financiera de Robbie, añadió—: Y no te atrevas a sugerir que me devolverás ese dinero. Es una bagatela. Yo... Alguien me hizo un regalo especial. Robbie supuso que ese alguien debió de haber sido un novio de Caro. En ese momento, al conocer a Fenton, la joven confirmó sus sospechas. Caroline siempre estaba rodeada de amigos que la adoraban y que le hacían toda clase de regalos, pero hasta ese momento no había tomado a ninguno de ellos en serio. Si tan sólo Robbie hubiera tenido la sensatez de imitarla y no hacerle caso a Hugh... Robbie tuvo suerte. A pesar de que había tres can-didatas más para el puesto de Caro, ella consiguió el empleo. Dos semanas después de ser aceptada, se dirigió a Little Kirkton. Aunque le entristecía dejar a su familia, por otro lado estaba entusiasmada por empezar una nueva vida en otra ciudad y con un empleo distinto. Cuando aceptó la sugerencia de Caro, no imaginó que la chica viviera en un yate, y además tan pequeño y estrecho. Robbie simplemente había supuesto que Caro vivía en un apartamento... Y por lo visto, había supuesto demasiadas cosas. Tal vez Caro también había omitido decirle muchas cosas de manera deliberada... Pero, ¿por qué habría hecho eso? Caro había ido a ver a Robbie al yate el mismo día en que ella se iba a Scillies para empezar a trabajar en un nuevo empleo, y le había entregado la llave de la cabina. -Espero que seas tan feliz como yo lo fui aquí -le deseó Caro con cariño. Robbie la acompañó a la estación de tren, donde Caro le dijo, como si no tuviera mayor importancia, que no vivía sola en el yate. Cuando el tren empezó a avanzar con Caroline

a bordo, Robbie tuvo que correr por el andén. -Caro, ¿por qué no me lo dijiste antes? -inquirió-. Espero que le hayas dicho a tu compañera quién soy yo. ¿Cómo se llama ella? ¿Y si no nos entendemos? El tren avanzó con más rapidez y Caro sólo pudo gritarle a Robbie. -No te preocupes, Fen es de la familia. Fen siempre cae bien a todo el mundo. Robbie se dijo que ella no tenía la culpa de haber supuesto que «Fen» era Fenella, la hermanastra de Caro. Fenton volvió a sentarse. Robbie también se sentó; pues las piernas le temblaban. -No saques todas tus cosas de las maletas -le aconsejó él-. Te irás muy pronto de aquí. -No tengo a dónde ir... -Qué lástima —comentó sin ninguna simpatía y eso irritó a la chica. -Siempre pensé que Caro sabía juzgar a las personas... Ella dijo que le caías bien a todo el mundo, pero te aseguro que a mí no me agradas -sabía que no estaba abogando a su favor, sin embargo, se sentía un poco mejor al desahogar su ira. -¿Hace mucho que conoces a Caroline? -inquirió Fenton nada conmovido. —Toda la vida —suspiró—. Fuimos juntas a la escuela. Roberta Alexander y Caroline Graham tenían once años cuando se conocieron en un internado en el norte de Gales. De eso hacía más de doce años, cuando la familia de Robbie gozaba de una mejor situación financiera. Más tarde, las dos chicas estudiaron veterinaria en la misma universidad. Luego la vida profesional las separó, pero se mantenían en contacto por teléfono o se escribían con frecuencia para no perder su amistad. -¿Amigas de la escuela, eh? -Fen parecía más interesado en ese momento-. Sólo por curiosidad, ¿cómo te llamas? -Robbie. Bueno, así me llaman todos. Mi nombre completo es Roberta Alexander. -¡Robbie! -exclamó con impaciencia-. De manera que tú eres Robbie. Debí suponerlo... Esa astuta mujer... Cuando vuelva a verla... -como había terminado de cenar, fue a lavar los platos, luego llenó de agua la cafetera-. Caroline me dejó un mensaje en el contestador en el que me decía que iba a pedirle a Robbie, un colega suyo, que se quedara aquí durante un par de semanas. Pero no me especificó que Robbie era una chica... como tampoco te contó a ti quién era yo. -Aquí no tienes un contestador telefónico -miró a su alrededor. -Claro que no. Lo tengo en casa. ¿Crees que vivo siempre aquí? -inquirió con desdén. Robbie recordó la nota de Caro que encontró al entrar en el yate: Bienvenida a La gitana del mar. Espero que me perdones los pequeños engaños de los que te he hecho víctima. Créeme, todo lo hice pensando en tu bien. A propósito, la cabina principal con la cama grande es de Fen. Pero Fen no está aquí todo el tiempo, así que casi siempre tendrás el barco para ti sola. En ese momento, Robbie, entendió el significado de esa nota.

-¿Cómo es que Caro compartía ese bote contigo? ¿Eres su novio? La joven nunca habría sospechado que su amiga Caro tuviera una relación realmente seria con un hombre, a pesar de que tenía muchos amigos. Fenton se echó a reír. Parecía divertirse mucho, pero Robbie no se sentía con humor para bromas. Lo miró con enfado y él rió aún más. -¿Qué es lo que te parece tan gracioso? -se molestó. -Tú. Es cómico que pienses que soy el novio de Caro. No sabes nada de mí. Caroline nos ha gastado una broma a los dos. Además de que soy once años mayor que ella, Caro es mi hermanastra. Robbie sabía que en la nueva familia de Caro había dos chicos, Angus y Anthony. Su amiga también le había mencionado que tenía un hermanastro mayor, pero Robbie no recordaba que su nombre fuera Fenton. -¿Eres el hermanastro de Caro? -vaciló-. ¿El mayor? -Tienes una admirable capacidad de deducción -asintió. -El sarcasmo es la forma más vil de inteligencia -señaló con desprecio-. Y de todos modos sigo sin entender por qué creyó Caro que tú me caerías bien. -A Caro todo el mundo le cae bien; tiene un carácter generoso y confiado. -A diferencia de ti -repuso la joven-. Y no es cierto que a Caro le caiga bien todo el mundo. Mi novio no le le agradaba en absoluto. -Hugh Forster es un hombre egoísta -le había comentado Caro-. Y siempre le interesó mucho el dinero, incluso cuando apenas era un niño. No me sorprende que su nueva novia sea rica. Es una lástima que te hayas relacionado con un tipo semejante. Con tu experiencia y formación profesional, habrías podido conseguir un mejor empleo con un mejor salario. Pero no, Hugh te convenció de que trabajaras para él. Claro, él sabía que serías una excelente veterinaria, mucho mejor de lo que él podrá serlo jamás. Y además, no dejaba de impartirte órdenes como si fueras... Robbie trató de protestar, pero luego se dio cuenta de que su amiga tenía razón y de que, en el fondo, ella misma había empezado a resentirse del trato de Hugh, incluso antes de que terminara su noviazgo con él. -Y ahora ese hijo de perra te ha dejado. Robbie, créeme, estás mejor sin él. -El problema es que tengo que seguir trabajando para él. No puedo permitirme el lujo de renunciar a mi empleo. -¿Tienes novio? -Fenton Marshall parecía satisfecho-. Bueno, eso me tranquiliza bastante. Robbie lo miró sin comprender. - -Eso significa que Caroline, que es una alcahueta empedernida, no está tramando nada, como es su costumbre. Es decir, que todo esto no es una escena de futura seducción. -Debes de tener una opinión muy exagerada de ti mismo si piensas que todas las mujeres que conoces quieren seducirte -protestó Robbie-. Personalmente, yo no haría nada semejante, aunque fueras el último hombre sobre la tierra. -Qué bien. Me alegra oírlo. Y ahora que sabemos quiénes somos, será mejor que

vayas por tus cosas. -¿Vas a echarme de aquí? -Robbie no podía creerlo-. ¿Aunque sea la amiga de Caro? ¿A esta hora de la noche... ? Acabo de decirte que... -Querida, debes de ser tan ingenua como mi hermanastra, si crees que voy a compartir este pequeño barco contigo. Además del hecho de que utilizo este lugar para un propósito específico que requiere mucha intimidad, tranquilidad y paz, esta situación podría provocar una serie de malos entendidos. La gente podría pensar que... -Ay, no me digas que eres tan anticuado -comentó la chica-. Jamás lo habría creído de un familiar de Caro. En esta época, ya nadie ve mal que un hombre y una mujer compartan un apartamento. -Tal vez no lo hayas notado, pero esto no es un apartamento, Caro y yo no somos verdaderos hermanos y tampoco soy anticuado. Pero no quiero que tu novio venga aquí a vengarse de mí -hizo una pausa y sonrió con satisfacción-. Y dudo mucho que a Petula le guste que vivas aquí también. -¿Petula? -cuando entró en el barco el día anterior, había visto unas fotografías en la cabina principal; se trataba de retratos de una mujer hermosa y morena, unos doce años mayor que Robbie. Pero también parecía una mujer dura. Era obvia que se trataba de la novia de Fenton Marshall-. ¿Ella es Petula? -señaló una de las fotos. -Petula... —hizo una mueca extraña—. Sí, como verás... -Sí, entiendo, pero... -No hay «pero» que valga. Mira -se pasó una mano por el cabello-, no soy ningún desalmado. Puedes quedarte hasta mañana. Entonces te irás. —¿A dónde? -¿Y cómo demonios puedo saberlo yo? -se irritó-. Debe de haber algún sitio a donde puedas ir. ¿Tienes que vivir por aquí? -Sí, he venido a sustituir a Caro en su antiguo empleo, en la clínica veterinaria de Little Kirkton. Tal vez allí haya apartamentos en alquiler, pero no puedo permitirme ese lujo. Por esa razón Caro... -Te prometo que la mataré -maldijo exasperado-. ¿Por qué no puedes pagar un alquiler? Yo pensaba que los veterinarios ganaban un buen sueldo. A Caroline no le iba mal... -Tienes razón, es un buen sueldo cuando no tienes a nadie que dependa de ti. Caro no tiene que mantener a una madre y a dos hermanos. -¿Y tú sí? ¿Por qué? -Porque mi padre nos abandonó hace diez años, cuando mis hermanos gemelos apenas tenían seis años. Perdimos la casa, pues mi madre ya no podía permitirse el lujo de vivir allí... y tuvimos que mudarnos a una casa mucho más pequeña. Mi madre no puede trabajar en un empleo a tiempo completo y yo... -¡Basta ya! -exclamó con tono seco-. Ya entiendo. Lamento que hayas tenido una vida tan dura -por lo menos parecía sincero y eso despertó las esperanzas de Robbie. -Entonces, ¿me dejarás...? -¡No! -gritó-. Ya te lo he dicho. No puede ser.

—A ti no te importó compartir el yate con Caro -señaló Robbie-. Como has dicho, en realidad no sois verdaderos parientes. La gente también podría pensar que... -Claro que no -la interrumpió-. Parientes o no, considero a Caroline como mi hermana y nada más. Me molestaría mucho que alguien imaginara otra cosa. -De acuerdo. Y, claro, también tienes que tener en cuenta a Petula, pero si le explicas que... -No, no puedo hacer eso. -¿Quieres decir que ella no confía en ti? -lo desafió Robbie, irritada por la complaciente expresión de ese hombre. Detestaba a los individuos que mostraban tanta seguridad en sí mismos... -No se trata de eso -declaró Fen-. Mira, aparte de eso, no quiero que nadie esté aquí. Aprecio demasiado mi soledad. -Entonces eres muy egoísta -se molestó Robbie-. Acabas de decirme que no vives aquí todo el tiempo. Tienes dos hogares. Y piensas echarme cuando yo no tengo a dónde ir -los ojos se le inundaron de lágrimas y se volvió para que Fen no las viera-. Me voy a dormir. Si quieres echarme mañana, tendrás que sacarme a empujones, porque yo no pienso irme de aquí por mi propia voluntad. Caro dijo que te había pagado el alquiler de seis meses. Dijo que yo podía sustituirla aquí y disfrutar del alojamiento porque ya estaba pagado. Se volvió, regresó a su cabina y cerró la cortina con fuerza. Supuso que Fenton la seguiría para seguir discutiendo, pero no fue así. Seguía haciendo mucho calor, de modo que Robbie se quitó la bata y se acostó en la cama. Pensó que tal vez su nuevo jefe pudiera recomendarle un lugar barato dónde vivir, pero jamás lo sería tanto como el alojamiento de ese yate, que era gratis. Robbie contaba con esos seis meses de no pagar alquiler para ahorrar algo de dinero, con el cual esperaba algún día comprarse un coche. La chica sabía conducir, y de hecho utilizaba la ambulancia de la clínica veterinaria, pero nunca había podido ahorrar gran cosa, pues además de darle dinero a su madre para los gastos de la casa, le ayudaba a comprarles ropa y zapatos a sus dos hermanos. Se había puesto muy contenta al saber que iba a vivir en un yate durante seis meses. Le parecía algo muy romántico, además de que el barco era muy bonito. Las paredes de madera tenían dibujos en colores brillantes de castillos, corazones, rosas y diamantes. En la cabina principal había una estufa y una cama grande oculta detrás de una cortina. Las puertas de los armarios de la cocina se abatían para hacer las veces de mesa. Era obvio que todo estaba limpio y bien cuidado. Pero en ese momento, al parecer, ya no iba a vivir allí. Maldijo a Fenton Marshall; era un hombre arrogante y egoísta, y Robbie lo odiaba. Ese hombre la inquietaba mucho, aunque no sabía por qué. La joven permaneció despierta durante mucho tiempo y al fin se quedó dormida. Robbie pensó que eso también formaba parte de su pesadilla. -No, Hugh, no lo hagas. ¡Por favor, no me hagas esto! Te amo... -fue despertándose poco a poco. Estaba temblando y tenía el rostro bañado en lágrimas una

vez más. La luz de la cabina estaba encendida y Rob-bie se dio cuenta de que Fen se encontraba muy cerca de ella, tan cerca que la chica advirtió que tenía la barba muy cerrada y pensó inconscientemente que él debía de afeitarse más de una vez al día... -¿Qué demonios te pasa? -inquirió-. ¿Quieres que mis vecinos piensen que te estoy violando o algo así? -¿Qué... yo...? -Robbie se sentó confusa. Fenton sólo estaba vestido con los pantalones cortos de su pijama. Su pecho desnudo estaba cubierto de un vello oscuro. La joven se dio cuenta de que estaba a solas con un hombre fornido y muy masculino. Se sintió amenazada por él... Fen se apartó, como si percibiera el miedo de la joven. -Estabas gritando como una loca, de modo que tuve que venir a despertarte... -Entiendo -se recostó en las almohadas-. Creí que... Perdóname, he estado muy intranquila últimamente. -Eso parece. A juzgar por tus palabras y acciones, se trata de un tipo llamado Hugh, el cual debe de ser un sádico. Llorabas por él y sin embargo le decías que lo amabas -añadió con desprecio-. Bueno, dicen que en cuestión de gustos no hay nada escrito. —Él no... -de pronto Robbie recordó que Fen prefería creer que. ella aún era novia de Hugh, de modo que no le contó la verdad-. El no es un sádico. Bueno, los sueños no siempre son lógicos. -Ja -se burló-. Menos mal que no vamos a compartir este barco si es que tienes la costumbre de estar siempre medio desnuda -la miró con detenimiento y Robbie se cubrió con la bata, aunque ya era demasiado tarde-. Ya no es necesario. Ya he visto todo lo que había que ver y, a menos que esto sólo sea una treta para llamar mi atención, té aconsejo que tengas más cuidado en el futuro. -No es una artimaña como tú piensas -apretó los dientes-. Y, según tú, no habrá un futuro. Además, supuse que eras inmune al resto de las mujeres puesto que ya tienes una... -Es cierto que estoy comprometido, pero también soy un hombre normal capaz de sentirse tentado por una mujer deseable. Y te aseguro que no tengo la menor intención de sucumbir a esa tentación. Robbie se sonrojó al darse cuenta de que Fenton le había insinuado que ella le parecía deseable. -Está bien, ya lo he entendido -replicó-. No lo hice con intención de molestarte. Y si no hubieras entrado aquí no habrías visto... -Estabas gritando -le recordó-. Yo sólo actué de manera humanitaria... -¡Humanitaria! -rezongó la joven-. ¿Acaso eres el mismo hombre que me amenazó con echarme a la calle? -No voy a volver a discutir sobre eso -se dispuso a alejarse, enfadado-. ¿Crees que ahora ya vas a estar bien? -inquirió antes de correr la cortina. -Sí, gracias -de inmediato se dijo que no tenía por qué darle las gracias. Estaba segura de que había vuelto a sufrir esa pesadilla debido a la preocupación que la

embargó al saber que Fenton tenía la intención de echarla del yate. -Bueno, buenas noches -Fen se despidió y se fue. Buenas noches... Eran las cuatro de la mañana y Robbie se dio cuenta de que sólo le quedaban dos o íres horas más antes de que Fenton la obligara a marcharse. Apagó la luz, segura de que ya no podría conciliar el sueño. Esa vez lo que soñó fue algo totalmente diferente. Era un sueño cálido y alentador. De nuevo, Robbie estaba vestida de blanco y caminaba por el largo pasillo de una iglesia. Pero en ese momento el interior estaba iluminado por la luz del sol y podrá oírse una música de órgano. La luz daba de lleno en su futuro esposo, de modo que Robbie no podía verle la cara. Sin embargo, cuando él abrió los brazos y ella se acercó, la chica comprendió que era muy feliz. Al fin estuvo lo suficientemente cerca de él como para verle el rostro. No era Hugh, sino Fenton Marshall. Estaba muy guapo y su gesto no era de exasperación, sino de alegría. Era un hombre amable y cariñoso que estaba enamorado de ella. Robbie sintió que el sueño terminaba y se esforzó por retenerlo. Quería que él la abrazara, que la besara y acariciara... La chica se sentó en la cama. Ya estaba totalmente despierta, pero aún recordaba el sueño. ¡Qué sueño tan absurdo y ridículo! ¡Y con Fen, el nombre que más le desagradaba! La noche anterior le había dicho a Fen que los sueños no eran lógicos, pero de todos modos se sintió incómoda. No quería enfrentarse a ese hombre cuando los detalles de aquel sueño aún estaban frescos en su mente. De pronto, pensó en otro problema. ¿Cómo iba a bañarse y vestirse? Al recordar el pequeño baño, se dijo que allí no podría tener ninguna intimidad. El día anterior, cuando vio el yate por primera vez, pensó que iba a necesitar mucho tacto para compartirlo con otra persona. Había muy poco espacio, y aún sería más difícil tratándose de dos personas que no se conocían. Entonces Robbie estuvo de acuerdo con Fen. Le resultaría imposible convivir en un sitio tan reducido con un hombre... y sobre todo con un hombre tan varonil. Se estremeció al evocar el momento en que se despertó y lo vio tan cerca de ella que sintió un vuelco en el estómago. Fen tenía rasgos fuertes y atractivos, pero además poseía algo que... que... Robbie tragó saliva. «Tonterías», se dijo molesta. Se sentía avergonzada por haber soñado con él. En cuanto volviera a verlo, la anterior hostilidad surgiría de nuevo entre ambos. Robbie pensó con cierto resentimiento que, si los dos hubieran estado dispuestos a hacer concesiones, quizás habrían logrado compartir la La gitana del mar. Se puso la bata, se la ató con fuerza y se asomó a la cocina. Fen no estaba. Robbie vio que había una puerta con cerrojo que separaba la cabina principal del baño y la cocina. Corrió el cerrojo y fue a buscar sus artículos de tocador. Pensó que, en el caso de que hubiera tenido que permanecer más tiempo en el barco, le habría sido necesario saber cómo se las arreglarían para compartir el baño. Pero, al fin y al cabo, Robbie ya no tendría ese problema.

Al lavarse la cara, se dio cuenta de que el barco se balanceaba con fuerza, no con el suave vaivén que la noche anterior la había arrullado. De pronto la embarcación chocó contra un objeto sólido, lo cual hizo que se tambalearan las cosas que estaban en las repisas de la cocina. Robbie terminó de lavarse, se vistió con rapidez y salió a averiguar qué estaba sucediendo. Al salir de la cabina principal y mirar a su alrededor, descubrió que el barco había cambiado de posición. No vio la larga hilera de embarcaciones del día anterior, sino un muro muy alto y húmedo. La gitana del mar se encontraba en una esclusa. -¿A qué demonios estás jugando? -le gritó a Fen, que estaba al timón-. ¿En dónde estamos?

Capítulo 2 Fen la miró de arriba abajo, apreciando cada detalle de la vieja camiseta y los vaqueros de Rob-bie. Molesta, la chica lo miró con ira. Sabía que no vestía sus mejores galas, pero... ¿qué esperaba él? ¿Una chica vestida a la última moda, como Petula? La joven no había querido deshacer sus maletas, puesto que sabía que no tardaría en abandonar el barco. Pero se dio cuenta de que Fen no la miraba con desagrado, sino más bien con aprobación... una aprobación muy masculina. Debido a lo sucedido en las últimas semanas, Rob-bie había perdido algo de peso y los vaqueros le quedaban un poco holgados de la cintura. Pero su pérdida de peso no había afectado a la talla de sus senos y la vieja camiseta se adaptaba a ellos como una segunda piel. Tímida, la chica cruzó los brazos sobre el pecho. -Me estaba preguntando qué apariencia tendrías vestida -comentó. Robbie se ruborizó de vergüenza, pero no había nadie más en los alrededores que hubiera oído ese comentario. No obstante recordó lo detallado que fue su sueño con Fen y le irritó que él pudiera molestarla tanto al hacer alusión a la noche anterior. -Te he hecho una pregunta. ¿A dónde crees que vas? ¿En dónde estamos? -Eso son dos preguntas. -Contéstame, maldita sea -se enfureció. Pensó que era el hombre más exasperante que había conocido. -Bien. Estamos quince kilómetros más lejos de donde nos encontrábamos, río arriba. -¿Qué? ¿Por qué...? -Porque uso este yate para pasear. Anoche vine a dormir aquí para zarpar temprano. Y no vi motivo alguno para cambiar de planes. -¿Y yo? ¿Por qué no...? -¿Por qué no te lo dije? ¿Por qué habría de hacerlo? Los polizones siempre deben aceptar lo que les sucede. -Yo no soy un polizón... -Anoche declaraste que te quedarías a bordo, a pesar de que yo te di un sinfín de motivos en contra. De modo que para mí eres un polizón. -Vamos -replicó con burla-, según tus palabras, tal parecerá que mantuvimos una

razonable conversación. La verdad es que me amenazaste con echarme de aquí. Y no me parece que seas un hombre que amenace en vano. -Es cierto -asintió-. Pero había muchas personas en el canal esta mañana. Además de que no me agrada la violencia física, la gente de aquí me conoce bien. Yo no quería que me vieran llevando a una mujer se-midesnuda a tierra firme... Y eso me amenazaste con hacer si yo trataba de echarte. Así que tomé la decisión de esperar. -Pero no esperaste. Zarpaste y me trajiste hasta aquí sin consultarme. -Vamos a dejar una cosa muy clara —la miró fijamente-. No le pido a nadie permiso para hacer en mi propiedad lo que me venga en gana. Tendrás que adaptarte a la situación. Tú tienes la culpa por haberte quedado en tu camarote. A mí eso no me importa. -Estaba dormida, maldición. De haber estado despierta... -¿Acaso habrías sido más amable? -alzó las cejas-. Lo dudo. Robbie sabía que de todos modos no habría querido irse del barco. Lo que pasaba era que no tenía alternativa. Físicamente, nunca podría enfrentarse con Fen. -Esto es una locura. Tú estás loco -masculló-. ¿Qué hago ahora? -Toma el timón y dirige la embarcación mientras yo abro la esclusa. -No sé cómo hacerlo -se quedó atónita ante aquella inesperada respuesta. -Ahora tienes la oportunidad de aprender -como estaba empezando a hacer más calor, Fen se quitó el suéter. Vestía una camisa de manga corta que revelaba sus bronceados y fuertes brazos. Tomó el molinete y subió por la escalera que corría a lo largo de la alta pared de la esclusa. Con cierta aprensión, Robbie tomó el timón mientras Fen cerraba la puerta detrás de ellos. El agua entró por las compuertas y la gitana del mar subió al nivel del otro trecho del canal. Mientras el barco subía con lentitud, Robbie pudo admirar la serena belleza de los alrededores. El canal que se extendía hasta el horizonte. El campo estaba verde y tranquilo. Ese día sería tan caluroso como el anterior. La única señal de vida eran unas vacas que pastaban cerca de allí. Fen saltó a bordo de nuevo y tomó el timón. -Bien hecho. -Tuve más suerte que buen juicio -reconoció, ruborizándose ante el cumplido, pero la experiencia le gustó. Pensó que sería muy divertido recorrer en barco todo el canal; sería algo muy agradable de hacer con la compañía adecuada. —Aún no me has dicho qué debo hacer ahora —lo miró-. Estamos a varios kilómetros de... -¿Sabes preparar café? Estoy levantado desde las seis. Robbie estuvo a punto de decirle que ella no pensaba atenderlo, y menos después de la poca hospitalidad que había recibido por su parte, pero se contuvo. Pero luego pensó que, tal vez, si ella le demostraba que su presencia era de utilidad, Fen se decidiría a ayudarla mientras encontraba otro alojamiento. -¿Cómo te gusta el café?

-Solo, fuerte y sin azúcar. Robbie estuvo a punto de decirle que quizás él no tomaba azúcar porque ya era bastante dulce, pero se calló. No estaba de humor para bromas. Además, no quería que Fen pensara que quería coquetear con él. Si tan sólo pudiera mantener una relación simplemente amistosa con él... -¿Ya has desayunado? -No. No he tenido oportunidad de comprar provisiones -Robbie negó con la cabeza. -Hay huevos y jamón en la nevera, suficiente para dos personas -indicó. La chica estuvo a punto de recordarle que había comido lo mismo a las tres de la mañana, pero de nuevo decidió guardar silencio. -¿Estás sugiriendo que también te prepare el desayuno? -¿Tienes alguna objeción? -No -masculló, aunque le disgustaba la forma en que él estaba pidiéndole las cosas. -Entonces, te sugiero que bajes a la cocina. Llámame cuando todo esté listo. Robbie se dijo que Fen se parecía mucho a Hugh, con sus modales autoritarios. Una vez abajo, observó los retratos de Petula con detenimiento. -Es todo tuyo, Petula -expresó en voz alta-. Es más, creo que estáis hechos el uno para el otro. Desahogó su furia maldiciendo en voz baja a Fen-ton Marshall mientras preparaba el desayuno. Si al menos no dependiera de ese hombre... Se preguntó cuánto duraría la buena voluntad de Fenton. Aún no la había echado, pero tal vez él estuviera esperando a volver al otro trecho del canal. Mientras tanto, era obvio que quería que ella le resultara útil. Dos minutos antes de que el desayuno estuviera listo, Robbie avisó a Fen, que de inmediato ancló el barco a un lado del canal. Cuando bajó, se encontró con la mesa servida. Para entrar en la cabina, Fen tuvo que inclinarse. Era tan alto y corpulento que parecía llenar ese pequeño espacio con su presencia. Al sentarse rozó las rodillas de Robbie, que se movió, incómoda. Fen no dijo nada mientras comía con gran apetito. Robbie lo observó con disimulo. Se preguntó qué otros apetitos tendría Fen. ¿Acaso hacía el amor con el mismo entusiasmo? Ese pensamiento la sorprendió por completo y se sonrojó. -¿Por qué estás roja como la grana? -inquirió Fen-. Espero que no estés teniendo fantasías románticas. -¿A qué te refieres? -Un hombre y una mujer solos... la cercanía física... «El camino hacia el corazón de un hombre pasa por su estómago», etcétera. Estoy familiarizado con todos esos trucos. Robbie palideció de rabia. —¿Corazón? -comentó con sarcasmo-. No creo que tú tengas corazón, al menos

no en cuanto a las mujeres se refiere. Me sorprende que tengas una relación con Petula. Y respecto a que si fantaseo contigo... -se estremeció-. Preferiría soñar despierta con King Kong. -Claro que tengo un corazón -no parecían molestarle las palabras de la joven-. Y tengo mucho cuidado con él. En cuanto a Petula, ella no tuvo que valerse de ninguna artimaña conmigo. Yo suelo acercarme a las mujeres y no ellas a mí. Robbie sonrió con cinismo. No conocía mucho a los hombres, pues solamente había mantenido relaciones con Hugh Forster, pero sí conocía a las mujeres muy bien. Y había visto la fotografía de Petula. «Petula... qué nombre más ridículo...», añadió para sus adentros. Si Fen pensaba que él la había acosado, estaba muy equivocado. Fen terminó de comer y suspiró satisfecho. Robbie le sirvió el café y él tomó un sorbo. -Vaya, cocinas tan bien como preparas el café. -Como mi madre no goza de muy buena salud y tengo dos hermanos que no pudieron aprender nunca a cocinar, te aseguro que tengo mucha experiencia. -Tuviste que ayudar mucho en tu casa, ¿verdad? ¿Fue por eso por lo que te fuiste de allí? -inquirió sin simpatía alguna. -Claro que no -protestó-. Yo aún seguiría en casa... -se interrumpió a tiempo para no confesarle su ruptura con Hugh—. Pero encontré un trabajo mucho mejor. Así puedo darle más dinero a mi madre todos los meses. -Mmm -Fen estiró las piernas y tomó otro sorbo; parecía relajado-. Cuéntame más cosas de tu familia. Robbie apartó la vista de sus musculosas piernas. ¿Realmente Fen quería conocerla mejor? ¿Por qué? Decidió que tal vez de esa forma sentiría más simpatía por ella y ya no la echaría de la embarcación. -Sólo tengo a mi madre y a mis dos hermanos. Ella ha tenido una vida muy dura. Estuvo al borde de la muerte cuando dio a luz a los gemelos. Y cuando mi padre la abandonó... -se estremeció-. Todavía recuerdo sus discusiones. Hubo un tiempo en que mi madre cuidó de nuestros cuatro abuelos, además de nosotros. Neil e Ian ya están a punto de terminar el bachillerato. Son buenos chicos -se encogió de hombros—. Yo le doy a mi madre todo lo que puedo. Por eso, cuando Caro me ofreció un alojamiento gratuito, la idea me pareció maravillosa. Fen la escuchaba con detenimiento. -Necesito dar un paseo para digerir este excelente desayuno -comentó mientras se ponía de pie. Robbie se dijo que no debía sorprenderse de que él no estuviera conmovido-. ¿Quieres acompañarme? -¿Y esto? -inquirió la chica, señalando los platos sucios. -Déjalos. Puedes lavarlos cuando volvamos. -Igual que en casa -masculló Robbie. -Los polizones deben pagarse su billete de alguna manera. Fen había anclado el bote en una hermosa parte del río que unía los dos canales. Había muchos árboles en la ribera y se veía un pueblo cercano. -Necesitamos ir a buscar algo de comida.

-Yo te pagaré lo que he comido -intervino Robbie. Fen gruñó en respuesta y empezó a caminar. Robbie tuvo que correr para alcanzarlo. -Oye... todavía no me has dicho... Estamos a varios kilómetros de donde zarpamos. ¿Cuándo regresamos? -Dentro de un mes. La chica se quedó paralizada, pero Fen siguió caminando. Entonces Robbie echó a correr tras él de nuevo. -Fen, por favor, detente... -jadeando, lo tomó del brazo. Advirtió que su brazo era fuerte, musculoso, y su vello suave y sensual al tacto. El se detuvo de inmediato y miró la forma en que ella lo sujetaba. Alzó la mano derecha y retiró la de Robbie de su brazo. -¿Y bien? -inquirió con tono cortante. Desconcertada por su reacción, Robbie tartamudeó: -Tú-tú has dicho... un mes. No entiendo por qué no vamos a volver hasta dentro de un mes... -Al parecer oyes muy bien, pero tardas mucho en digerir lo que oyes. -No es cierto. Lo que pasa es que no puedo creer... Tengo que volver a trabajar dentro de tres semanas. -Bueno, hay transporte público y taxis. -No -declaró Robbie-. Ya sé lo que estás tramando. Y te aseguro que no te vas a deshacer de mí de esta manera. Tú me has traído aquí y ahora me vas a llevar de regreso a donde estábamos. Fen se pasó una mano por su espeso y ondulado cabello. -¿Qué demonios he hecho para merecer esto? -preguntó exasperado-. Sólo quería estar tranquilo durante un mes para poder trabajar y ahora tengo que soportar a una mujer indeseable, molesta e insistente que no acepta ninguna negativa -comentó con cierto sentido del humor que alentó a la joven. -Yo no te molestaré con tu trabajo -aseguró-. Si me dejas quedarme en el barco, no te molestaré. No te darás cuenta de que estoy a bordo. No soy una persona ruidosa y estaré trabajando durante casi todo el tiempo. Estoy convencida de que tu novia lo entenderá si le explicas que soy amiga de Caro y no tuya. Podrías considerarme como a... una hermana. -¡Otra! -explotó-. Ya tengo suficiente con Caro. Además -añadió esbozando una mueca-, creo que nadie se creería el cuento de la «hermana». Para mí, eres totalmente distinta de Caroline. -Ah -Robbie no sabía si eso era un insulto o un cumplido, pero Fen ya no dijo nada más. Al fin llegaron al pueblo. Al entrar en la pequeña tienda, Fen sacó una larga lista de artículos. Cuando salieron, estaban cargados de bultos. -Ahora entiendo por qué me pediste que te acompañara -se quejó Robbie mientras caminaba cargando parte de los bultos-. ¿Así tratas a todas las mujeres?

-¿A qué te refieres con «así»? -Como sirvientas y bestias de carga -jadeó, ya que tenía que caminar muy de prisa para no perderle el paso. -Creí que querías que te tratara como a una hermana -comentó Fen por encima del hombro-. A Caroline nunca le importó hacer su parte del trabajo. -Pues parece que yo estoy haciendo el doble -repuso Robbie. No solía discutir todo el tiempo, pero en ese momento le parecía importante decir la última palabra. Sin embargo, parecía que Fenton tenía una respuesta para todo. -No eres ninguna debilucha -comentó-. A pesar de tu apariencia de mujer delicada y etérea del renacimiento italiano, eres alta y fuerte. La joven pensó que Fen no había dicho eso para halagarla, pero recordó otro comentario que Caro le hizo cuando Robbie se quejó de que la nueva novia de Hugh era muy hermosa. «Tú eres más que hermosa... eres despampanante», le había asegurado Caroline. «Yo solía envidiar tu físico. Eres alta, esbelta, elegante. ¡Y tu cabello rojizo! Uno de mis amigos me comentó que eras como una de las modelos que pintaba Rossetti», había añadido su amiga. -Bueno, puedes ir a guardar todo esto -comentó Fen devolviéndola a la realidad cuando subió al yate—. Quiero irme de aquí de inmediato. «Sí señor, de inmediato señor», masculló Robbie para sus adentros y contuvo el impulso de lanzarle a la cara una caja de cereales. -¿Vamos a volver? -inquirió al verlo alejarse. -Claro que no. No voy a cambiar de planes sólo para darte gusto. Y antes de que protestes, permíteme recordarte que si decides quedarte conmigo, irás a donde yo vaya. Robbie guardó todos los víveres. «Si decides quedarte conmigo...», pensó. ¿Acaso eso significaba que Fen había cambiado de opinión y que ya no la echaría del barco? Robbie no pensaba que Fen ya estuviera dispuesto a aceptar su presencia sin ninguna protesta. Pero él mismo había confesado que no le gustaba la violencia. Claro que también era posible que Fen quisiera hacerle la vida imposible para que fuera ella quien se decidiera a irse por propia voluntad. Robbie se prometió en ese momento que el plan de Fenton no daría resultado. Su situación económica le impedía dejar La gitana del mar... al menos durante unos meses. Sin embargo, Robbie se dijo que se vengaría sutilmente de Fen, si tenía la oportunidad de hacerlo... Sonrió y se dio cuenta de que, desde que conocía a Fenton, por lo menos había recuperado el sentido del humor. Tal vez Fen Marshall creyera saberlo todo acerca de las mujeres, pero no tardaría en descubrir que tenía mucho que aprender de Robbie. Robbie guardó las provisiones y se preguntó qué haría. Ya se encontraban navegando otra vez. Estaba indecisa entre quedarse en su camarote o subir a cubierta... Le pareció un desperdicio pasar el día en su camarote cuando hacía un día tan

soleado. Decidió que se tumbaría en la proa para broncearse un poco, pues no quería estar con Fen junto al timón. Se puso unos pantalones cortos, y una camiseta holgada con la esperanza de que él ya no se fijara en su figura. Subió a cubierta con cierta tensión.Tuvo que pasar junto a Fen para alcanzar su objetivo y lo hizo tan rápido como pudo. Él no hizo ningún comentario; sólo mantuvo la vista fija al frente. Parecía estar muy relajado. Robbie se tranquilizó cuando llegó a proa. Extendió su toalla, se acostó sobre ella y se puso las gafas de sol. Suspiró satisfecha; necesitaba unas deliciosas vacaciones... Como había dormido poco la noche anterior, Robbie empezó a sentirse soñolienta por estar tumbada al sol, disfrutando de la brisa en el rostro. Cerró los ojos y se quedó dormida. Por fortuna, ninguna pesadilla perturbó su sueño. Se despertó al oír una voz y sentir que alguien la sacudía con suavidad. Abrió los ojos y vio a Fen. Se quitó las gafas y lo contempló, adormilada aún. —Has estado acostada demasiado tiempo -dijo con tono cortante y se alejó de ella. Robbie advirtió que el barco estaba anclado. -¿Qué pasa? -repuso-. ¿Tienes otro trabajo para mí? -Sólo quería evitar que te diera una insolación. Es mediodía y el sol está muy fuerte. Sin embargo, si quieres arriesgarte a tener una piel arrugada y con cáncer... Robbie se puso de pie de inmediato. Su piel era muy delicada y ella tenía la costumbre de cuidarse bastante; por supuesto, tampoco solía quedarse dormida al sol... -Por supuesto que no quiero quemarme. Gracias, has sido muy amable, Fen... -Lo hago por instinto de conservación —comentó, al parecer molesto de que ella lo considerara amable-. No quiero que caigas enferma... tendría que interrumpir mi viaje para llevarte a un hospital. Robbie se dijo que estaba loca por haber pensado que él era capaz de ser amable con alguien. -Como ya estás despierta, ¿qué te parece si comemos? —se volvió y se metió en la cabina. -Lo sabía -protestó Robbie, siguiéndolo-. Sabía que tenía que haber otra razón para que me despertaras. -¿A qué te refieres? -preguntó Fen. Robbie se quedó asombrada y se sintió como una tonta al ver que la mesa estaba servida. -Nada -masculló y se sentó. -¿Ni siquiera me vas a dar las gracias? -Estás tratando de hacerme sentir mal, ¿verdad? —se irritó la chica—. Estás decidido a odiarme, a no aceptarme. -Así es -comentó con alegría-. ¿Cómo lo has adivinado? Vamos, cómete la ensalada y deja de mirarme con esa expresión de tristeza. Yo tampoco te agrado, pero no tenemos que pelear todo el tiempo.

De pronto, Robbie dejó de compadecerse a sí misma. Por lo menos, Fen no le había repetido que debía marcharse. A partir de ese momento, le estaría más agradecida y trataría de tomarse las cosas con calma. Con el tiempo, lograría que él la aceptara, que fuera su amigo. Más tranquila, la chica empezó a comer y la ensalada le pareció deliciosa. -¿Cuánto hemos recorrido esta mañana? -Sólo veinte kilómetros. Viajar por los canales es algo muy tranquilo y lento, por fortuna. El límite de velocidad es de seis kilómetros por hora... un contraste absoluto con el ritmo de la vida cotidiana. Ese comentario fue muy revelador para Robbie. Se dio cuenta de que Fen era un hombre al que le gustaba estar solo y pensó que estaba empezando a conocerlo un poco mejor. Parecía un ser solitario. Intrigada, volvió a mirar la foto de Petula. ¿Cómo podía una chica como ella encajar en un estilo de vida como el de Fen? Petula parecía muy elegante, la clase de mujer a quien le gustaba divertirse en los locales nocturnos de moda. Seguramente a ella no le disgustaría el ruido y el bullicio del resto del mundo. -¿Estás viajando sin rumbo o acaso nos dirigimos a algún sitio en particular? -Sé muy bien a dónde voy. -Claro que eso no me incumbe -concluyó la chica cuando él no dijo nada más. —¿Realmente te interesa eso o sólo quieres hablar por hablar? -la miró con detenimiento. Su pregunta era sincera, de modo que Robbie dejó de molestarse. -Depende de con quién esté. Si me encuentro con alguien a quien conozco bien, con quien me siento cómoda, no me parece necesario hablar todo el tiempo. El silencio, con la persona indicada, puede ser algo muy agradable. -Entonces, lo que pasa es que no te sientes a gusto conmigo porque no me conoces bien. -Supongo que sí, pero eso tampoco significa que no me interese saber... -Entonces mi compañía te resulta incómoda y difícil -insistió él. Robbie pensó deprimida que ese hombre era demasiado perspicaz-. Te advierto que no toda la gente me conoce bien. Soy muy reservado -continuó-. Tengo a mi familia y a unos cuantos amigos muy buenos, pero no suelo entablar amistad con cualquiera. -¿Tanto te desagrada la gente? -Claro que no. No soy un misántropo, ni tampoco un ermitaño. Pero mi trabajo absorbe gran parte de mi tiempo. Además es una actividad muy solitaria, de modo que no sería práctico tener muchas amistades. -¿A qué te dedicas? De nuevo Fen la miró con detenimiento. -Haces muchas preguntas. Creo que desde el principio soy el objeto de tu curiosidad. Me pregunto por qué te interesa tanto. -Bueno, eres un hombre misterioso, así que es normal que la gente sienta curiosidad por ti. Está bien -se molestó—. Ya lo he entendido. No me cuentes nada -se puso de pie y llevó su plato a la cocina-. Te dije que no me entrometería en tu vida íntima y es cierto. Ya no te preguntaré nada más. -Hay un poco de helado en la nevera -señaló Fen-. Por favor, sirve dos porciones.

Y que la mía sea muy generosa. Robbie apretó los dientes y su modo de protestar fue tomar los platos y servir el helado con ostentosa brusquedad. -Cuando te dije que «sirvieras», no me refería al servicio de un juego de tenis —comentó Fen. Robbie se volvió, dispuesta a discutir con él. Sin embargo, de pronto recuperó el sentido del humor y se echó a reír ante el comentario de Fen; después le tendió uno de los platos. -Eso está mejor -observó él-. Empezaba a preguntarme si siempre estabas de mal humor. Por lo general, las amigas de Caroline son muy agradables. -Mi sentido del humor ha recibido un duro golpe últimamente —susurró Robbie mientras probaba el helado. -¿Es algo que tiene que ver con tu novio Hugh? ¿Quieres hablar de eso? -inquirió con naturalidad engañosa. -No -declaró la chica. Le parecía muy aburrido estar continuamente compadeciéndose de sí misma. Ya le había contado a Fen el hecho de que ella tenía que ayudar a su madre a mantener a sus dos hermanos. Se dijo que, además, era importante que él pensara que mantenía una buena relación con Hugh. De lo contrario, temía que fuera a echarla del barco de inmediato. -Como quieras -se encogió de hombros-. Pero me pareció que sería un intercambio justo. -¿Un intercambio de qué? -se indignó-. No quieres que sepa nada de ti, entonces, ¿por qué quieres saber acerca de mi vida? -Tienes razón -terminó su helado y se puso de pie-. ¿Quieres volver a tratar de llevar el timón? -No, gracias -contestó con frialdad. Se dijo que él no tenía por qué esforzarse en ser sociable con ella-. Como tú preparaste la comida, yo lavaré los platos. Fen emitió un gruñido. -Bueno, tal vez más tarde me gustaría intentarlo... -añadió la joven. -Más tarde tendremos que navegar por una serie de esclusas. Será un poco difícil para un novato. Necesitas practicar un poco antes de eso. -La última vez lo hice bastante bien -le recordó. -En ese momento todo estaba tranquilo y nos encontrábamos solos en la esclusa. No quiero arriesgarme a que choques contra otro barco. Mira, yo lavaré los platos mientras tú preparas el café. -Está bien. Robbie pensó que Fen necesitaba que alguien lo ayudara; eso evitaría que él la echara del barco. Preparar café, mientras Fen lavaba los platos con rapidez, no le resultó nada sencillo a la joven. La cocina y el fregadero estaban juntos y Fen prácticamente ocupaba todo el espacio. Al pasar junto a él, Robbie decidió que no tenía ni un gramo de más en el cuerpo. Era un hombre alto y muy fuerte, a diferencia de Hugh, que con

el paso de los años estaba engordando cada vez más. Cuando el agua para el café empezó a hervir, Robbie se dio cuenta de que las tazas estaban debajo del fregadero. Se lo dijo a Fen, que se limitó a desplazarse levemente, de modo que Robbie tuvo que inclinarse cerca de sus fuertes piernas para poder ver dónde estaban las tazas. La joven fue consciente de la calidez masculina de Fen, de su piel limpia y de algo indefinible que era casi como un aura y que, por alguna razón, la hizo estremecerse. Por accidente, le rozó un muslo con la mejilla y se ruborizó; de inmediato se volvió para que Fen no la viera. -Tienes que abrir el frasco nuevo de café -le dijo él. Robbie se dijo que ese era su día de suerte; masculló una maldición mientras trataba en vano de abrir la tapa. -A ver, dame eso -se impacientó Fen. Al tomar el frasco rozó los dedos de Robbie, que emitió un jadeo al sentir que algo parecido a una corriente eléctrica le recorría el brazo. Sin querer, lo miró a los ojos. Fen no comentó nada, a pesar de que la miró con detenimiento. Robbie esperó que no se hubiera dado cuenta de su sobresalto por sentirse atraída sexual-mente hacia él... No obstante, se dijo que había sido una reacción totalmente ridicula puesto que ella no se sentía atraída por Fenton Marshall. De hecho, ese hombre ni siquiera le resultaba simpático. Fen no le devolvió el frasco abierto, sino que lo puso encima del mostrador. -Cuando esté listo, tomaré el café en cubierta -le informó bruscamente. A pesar de que Fen se fue de manera abrupta, Robbie sintió un gran alivio al quedarse sola. No le habría gustado que él hubiera visto cómo le temblaron las manos al servir el café instantáneo y el azúcar en las tazas. Robbie vertió demasiada azúcar en la taza de Fen y tuvo que repetir la operación. Imaginó que él la habría mirado con diversión y que tal vez se habría burlado de ella. «Tienes que aprender a no perder el dominio de ti misma, Robbie», se dijo con enfado.

Capítulo 3 Cuando le ofreció a Fen su taza de café, Robbie ya estaba más tranquila. Se convenció de que se había inquietado al ser tocada por Fen por aversión, y no porque se sintiera atraída por él. De todos modos, le agradó que él se mantuviera apartado cuando le permitió ponerse al timón. Fen le daba instrucciones verbales, pero sin acercársele. Poco a poco, la técnica de Robbie fue mejorando y La gitana del mar se deslizó por el río pasando junto a granjas y campos. En las riberas había sauces llorones y muchos riachuelos desembocaban en el canal. Algunos cisnes nadaban a lo lejos y Robbie quedó maravillada al divisar unos jardines llenos de flores. Todo parecía encontrarse a gran distancia de la ciudad más cercana que, en realidad, sólo se encontraba a cinco o diez kilómetros de donde se encontraban en ese momento. Casi sin darse cuenta empezaron a charlar, aunque Robbie ya no le hizo preguntas a Fen y dejó que él tomara la iniciativa. -¿Por qué decidiste ser veterinaria? -inquirió cuando pasaron junto a un hombre que paseaba a un pastor alemán por la ribera y Robbie señaló que el animal estaba muy bien cuidado. -Siempre me han gustado los animales. En el internado había algunas mascotas y teníamos permiso para cuidar de ellas. Además siempre estábamos rescatando a las aves de las garras del gato de la escuela. Creo que allí empezó mi interés por la veterinaria. ¿A ti te gustan los animales? -Mucho. En casa tengo un par de perros. Suelo traerlos conmigo, pero no era conveniente en esta ocasión. -¿De qué raza son? ¿Quién cuida de ellos? ¿Y dónde vives? —Robbie guardó silencio cuando se dio cuenta de que nuevamente la curiosidad había sido más fuerte que ella. -Uno es un labrador y el otro un dálmata. Mi ama de llaves cuida de ellos. Y mi casa no está lejos de donde estaba anclada La gitana del mar. Es una vieja mansión construida por uno de los mercaderes de lana que quiso aumentar la posición de su familia, hace varios siglos. Sin embargo, cuando la mansión quedó terminada, la industria de la lana sufrió una fuerte crisis y la familia ya no pudo conservar la casa. A través de los siglos, ha cambiado de dueño varias veces. -Y ahora es tuya. -Así es -estaba muy satisfecho-. Hace un par de años que vivo allí. La he estado restaurando en mi tiempo libre, pero es un trabajo eterno puesto que no puedo dedicarme a ello completamente. Robbie deseaba preguntarle en qué trabajaba, pero se contuvo. Ya empezaba a conocer algo más a Fen y sabía que debía esperar a que él le contara cosas acerca de sí mismo, pues no le gustaba que lo interrogasen. La chica suspiró. -Vaya, veo que este medio de transporte te parece demasiado lento -comentó Fen, interpretando mal la razón de su suspiro-. Es difícil recorrer apenas treinta

kilómetros en un día. La gente joven siempre tiene prisa por llegar a todas partes. Robbie se dijo que ese no era su caso. Ella necesitaba esa lentitud, esos paisajes tranquilos que cambiaban poco a poco. Además, había muchas cosas que hacer: evitar chocar contra las piedras o los otros botes, pasar por debajo de los puentes, anclar en los grifos de agua para volver a llenar los tanques... -Lo estoy disfrutando -fue sincera-. Siento que empiezo a relajarme. ¿Acaso te consideras viejo? -Claro que no, pero es posible que tú sí me consideres viejo. Si tienes la misma edad de Caro, yo soy once años mayor que tú. Claro que la madurez no llega con los años; es un estado mental, un amalgama de las experiencias de la vida. -Vaya, qué serio eres -rió la chica. -Y me imagino que también te parezco presuntuoso. No temas decírmelo; muchas mujeres ya me han acusado de eso antes. -Yo no te consideraría presuntuoso -lo miró y sonrió-. Claro que tampoco me atrevería a decírtelo, aunque lo pensara. ¿Tú sí crees que lo eres? -No, pero quizá doy esa impresión porque tengo puntos de vista muy definidos con respecto a ciertas cosas, y porque no me gusta alternar mucho con la gente, ni me interesan los coches rápidos, ni las mujeres frivolas. Robbie sintió la tentación de preguntarle cómo describiría a la elegante Petula, pero en ese momento llegaron a la primera esclusa. Fen le dijo que a partir de allí había una esclusa cada medio kilómetro, a veces en grupos de dos o tres. Como otro yate navegaba delante de ellos haciendo el mismo recorrido, tuvieron Fen estaba tratando de hacerle creer que no era capaz de hacer frente a las exigencias de la vida en los canales. Tal vez la había hecho cansarse de modo deliberado. De pronto, Robbie tropezó con una piedra. Se habría caído si no hubiera sido por Fen, que la tomó del brazo con firmeza. -Cuidado. Ya casi hemos llegado. Estás exhausta, ¿verdad? -comentó con cierto tono de reproche hacia sí mismo, pero Robbie no estaba en condiciones de percibirlo. Frente a ella, Robbie vio las ventanas iluminadas de la posada del Cisne y sintió un gran alivio. Se dijo que estaría bien en cuanto se hubiera sentado y comido algo. La posada era vieja y acogedora, y Robbie pensó que tal vez existía desde la época en que los canales constituían la principal vía de comunicación con los alrededores. Era un lugar popular entre la gente, de modo que Fen y Robbie tuvieron que esperar un poco para que los atendieran. La joven se reclinó contra el alto respaldo del asiento y empezó a sentir una abrumadora somnolencia. Creía ver doble, pero se dijo que debía mantenerse despierta; de lo contrario, Fen se lo echaría en cara. -¿Estás bien? -inquirió él con un inesperado tono de preocupación. «Qué tarde se interesa por mi bienestar», pensó la joven, molesta. -Sólo tengo hambre -trató de sonreír y de mostrar una alegría que estaba lejos de sentir. Además, no sabía si podría comer, pues experimentaba la náusea que a veces acompaña a un excesivo cansancio físico.

Se alegró al ver que la sopa llegaba. El líquido calíente y nutritivo le hizo revivir un poco. Pudo comer el pollo con patatas, que le pareció delicioso. Cuando terminó su tarta de manzana con helado, se sintió casi restablecida. Sin embargo, después de haber comido tanto y debido al cansancio, volvió a invadirla un sueño irresistible. La posada ya estaba casi vacía, y Fen parecía encontrarse muy a gusto. Se tomó varias tazas de café mientras charlaba con el dueño de la posada; era obvio que iba a ese lugar con frecuencia. Robbie pensó que no tendría nada de malo si se recostaba en su asiento y cerraba los ojos. Tal vez si descansaba un poco podría emprender el camino de regreso al barco. Se quedó dormida por el agotamiento. Creyó escuchar que una voz profunda le decía algo y tuvo la sensación de que unos fuertes brazos la alzaban en vilo, pero no pudo despertarse ya que era presa de una intensa fatiga física y mental. Al fin, cuando su cabeza descansó sobre algo suave, se acurrucó y disfrutó de un profundo sueño. Despertó al oír ruidos desconocidos: voces y sonidos de pasos en el suelo de madera. Abrió los ojos con dificultad. La luz del sol se filtraba por las cortinas de la ventana. -¿Cortinas? ¿Ventana? -exclamó Robbie. Se volvió y se dio cuenta de que estaba en la habitación de un hotel. Se despertó por completo y corrió hacia la ventana. El sol iluminaba las aguas del canal y muchas personas caminaban por los alrededores. El pánico la invadió. Pensó que Fen, queriendo deshacerse de ella, se había aprovechado de su cansancio para abandonarla en ese lugar. -¡Maldito! -exclamó y se dio cuenta de que su ropa estaba doblada en una silla. No vio sus maletas por ninguna parte. Se dio cuenta de que sólo iba vestida con la ropa interior. Alguien la había desnudado la noche anterior antes de meterla en la cama Se turbó intensamente al imaginar las fuertes manos de Fen realizando esa íntima tarea. Se duchó y se vistió a toda velocidad. Su reloj se había detenido, de modo que no podía saber qué hora era. Estaba dispuesta a apostar a que Fen había tomado ventaja de la situación. Él debía de haber zarpado temprano, tal vez ya estaría a varios kilómetros de allí... Robbie decidió que lo alcanzaría sin importar cuánto tardara en hacerlo y entonces... Pero, ¿quién pagaría la habitación? Ella no tenía dinero. Como Fen la había invitado a cenar, había dejado su bolso en el barco. Todas sus pertenencias estaban a bordo de La gitana del mar. Al salir de la habitación y bajar por la escalera, se dijo que quizá podría escabullirse sin que nadie se diera cuenta. Pero Robbie nunca había hecho nada deshonesto; tendría que pedirle al hostelero que le diera un plazo de tiempo para entregarle el dinero que le debía por el hospedaje. Pensó que tal vez podría aceptar su reloj mientras esperaba. De inmediato se irguió, decidida a enfrentarse a lo peor, y entró en el bar restaurante. -Buenos días, señorita. Ya es un poco tarde para servirle el desayuno, pero puedo

ofrecerle... -Gracias, pero no podría pagarle -Robbie negó con la cabeza. -Su cuenta ya ha sido saldada -parecía sorprendido-. El señor Marshall ha pagado por la habitación y por el desayuno... -Sí, el señor Marshall -repitió la joven con los dientes apretados-. Tengo que encontrarlo... -No tendrá que ir muy lejos, señorita. Se encuentra a un par de kilómetros, río arriba. Dijo que estaría... -Gracias -Robbie ya no dijo nada más y salió de la posada, con los ojos relampagueantes, dispuesta a vengarse de la traición de Fen. En otra ocasión habría apreciado la belleza del lugar, así como la mañana clara y soleada. Pero tenía que caminar hasta el lugar donde se encontraba Fen cuanto antes. Esperaba que el dueño de la posada tuviera razón y que Fen estuviera cerca de allí. Pero aunque tuviera que recorrer quince kilómetros, lo encontraría. El sol ya estaba alto y cada vez hacía más calor. La camiseta empezó a adherírsele a su cuerpo de una manera muy incómoda. La chica tenía sed y mucho calor. De pronto, lo vio al dar la vuelta en una curva. La gitana del mar estaba anclada en la ribera. Y allí, junto al sendero, se encontraba Fen. De espaldas a ella, estaba sentado delante de un caballete. Robbie se irritó todavía más. La había dejado sola en la posada y allí estaba disfrutando de su pasatiempo sin pensar siquiera en ella. Avanzó hacia él, abriéndose paso por entre los arbustos llenos de flores. Fen ni siquiera alzó la vista cuando Robbie se detuvo a su lado. Parecía que era consciente de la presencia de la chica debido a un sexto sentido. -Buenos días, Robbie... o más bien, buenas tardes -expresó divertido. Robbie jadeó ante el descaro de ese hombre y el insulto que se disponía a pronunciar murió en sus labios. Pensó que a Fen le parecía muy gracioso que ella se hubiera despertado tan tarde. No parecía en absoluto arrepentido por haberla abandonado de ese modo. -¿Cómo te atreves? -explotó-. ¿Cómo te atreves a dejarme así y largarte con todas mis cosas y mi dinero? -Tienes una mente muy desconfiada, querida -replicó con tono cortante-. No me fui de aquí. Si hubiera tenido intención de dejarte en este sitio, como aseguras, lo habría hecho mucho mejor. Ya estaría a veinte kilómetros de aquí, en vez de haberte dejado un mensaje con el dueño de la posada. -Tú no dejaste... —Sí, lo hice. ¿No se lo preguntaste? -No -confesó, pero se dijo que Fen no ganaba nada con echarle la culpa a ella-. De cualquier modo, no tenías por qué dejarme en esa posada toda la noche... -¿Y qué debía hacer? -se molestó-. ¿Llevarte de regreso al barco en mis brazos? Te aseguro que no eres tan ligera como una pluma y que ya tuve suficiente con llevarte en brazos por la escalera de la posada. Además, no logré despertarte cuando lo intenté. Así que decidí que lo mejor era meterte en la cama y dejar que durmieras en

paz. -¿Tú me metiste en la cama? ¿Y también...? -¿Te desnudé? ¿Acaso esa idea te inquieta? —se burló. -Claro que sí! Eso fue... una invasión a mi intimidad. —Te aseguro que no vi nada que no hubiera visto antes -comentó con cinismo-. Acuérdate de que ibas vestida igual cuando... -Eso no importa. De todos modos no tenías derecho a... -Mira -se levantó y casi derribó su caballete, donde Robbie advirtió que había un dibujo detallado y muy hermoso de una planta-. Hice lo que me pareció más práctico. Y, en vista de que estabas agotada, también me pareció lo más indicado para ti. Considerando que no tengo ninguna obligación para contigo y que te has inmiscuido en mi vida... -Está bien -Robbie se dio cuenta de que debía ceder-. Confieso que me precipité a sacar conclusiones. Pero no puedes culparme por ello, has tratado de deshacerte de mí desde que nos conocimos. Y eres un hombre... sin sentimientos. -Para tratarse de una disculpa, las he oído mejores -empezó a guardar sus cosas-. Pero bastará... por ahora. Apresúrate, el retraso de esta mañana me va a causar problemas. -Creí que te molestaba la velocidad; que te gustaba hacerlo todo con lentitud. -Pero también me gusta cumplir mis promesas. Dije que estaría en cierto lugar mañana, a esta hora, y eso haré. Así que será mejor que estés dispuesta a trabajar hoy con rapidez. Comeremos por turnos y los dos nos haremos cargo del timón. Robbie se dijo que él le estaba impartiendo órdenes, dando por sentado que ella lo ayudaría. Eso debería causarle alivio, pero... -¿Te molestaría mucho decirme dónde estaremos mañana? -se irritó. -Claro que no -Fen sacó un mapa y lo desdobló-. Estamos aquí ahora mismo. Mañana, estaremos a treinta kilómetros, después de cruzar media docena más de esclusas. Así que éste va a ser otro día agotador -añadió. -No me doy por vencida con facilidad -aseguró Robbie, firme. -Ya lo he notado. Pero recuerda que la próxima vez que estés cansada, no te meteré de nuevo en la cama. Robbie se ruborizó al pensar que él la había desvestido. Se volvió con demasiada rapidez y resbaló pues en el sendero había algo de barro. Una mano fuerte la tomó del brazo y evitó que cayera al suelo. Robbie contuvo el aliento al apoyarse contra el pecho de Fen y sentir los fuertes latidos de su corazón. Él la ayudó a incorporarse y luego comentó con enfado: -Esos malditos zapatos que llevas no son adecuados para esta clase de vida. Si hubiéramos estado a bordo de La gitana del mar, te habrías caído al canal. -Apuesto a que lamentas que ese no haya sido el caso -repuso Robbie. Estaba apabullada por la cercanía de Fen y reaccionó con rabia-: Así habrías tenido otro motivo para decirme que no puedo quedarme en el bote.

—No digas tonterías —se irritó-. No tengo que buscar razones para echarte de esta embarcación; puedo hacerlo cuando me venga en gana. -Y es probable que lo hagas cuando ya no necesites una asistenta gratuita. -¿Qué quieres decir con eso? -inquirió amenazador. -No tengo por qué explicártelo, pero lo haré -lo miró con desprecio-. Habrías tenido que trabajar mucho más de no ser porque yo te he ayudado con las esclusas, porque te he preparado la comida e incontables tazas de café. Te ha venido muy bien que me quedara, ¿verdad? Apuesto a que cuando llegues a tu destino me echarás de aquí. -Pues estás preparando muy bien el camino para que quiera echarte —la miró con furia—. ¿Qué pasó con tus deseos de complacerme? ¿Así eres en realidad? ¿O acaso tus problemas financieros ya han desaparecido? -No, sabes muy bien que no es así -la ira de la joven desapareció de súbito, aunque le molestaba sentirse turbada por la cercanía de Fen-. ¿Vas... a echarme del yate ahora? -inquirió preocupada. -No -encogió los hombros-. Caroline me haría pasar un mal rato si se entera de que traté mal a su mejor amiga. Puedes quedarte por ahora. Haz lo que quieras y no me molestes. Si me estorbas, te meteré en un taxi con todas tus cosas y al demonio con las consecuencias. -No te estorbaré -intervino Robbie con rapidez-.Lo prometo. -Bueno. Vamonos de una vez, ¿quieres? -la tomó de los hombros y la condujo hacia el barco. Robbie sintió de nuevo que una extraña debilidad la invadía. -Bien -se apartó-. Iré a preparar la comida. -De acuerdo. Y no creas que eres indispensable. Esto no es un acuerdo permanente. «Nunca dejará de recordarme que tiene que soportar mi presencia», pensó Robbie mientras preparaba algunos bocadillos y café. Lo que la sorprendía era que Fen no hubiera fijado una fecha límite para que ella se marchara. Claro que él era un enigma. No lo comprendía en absoluto. Como hacía calor en la cocina, Robbie llevó la comida a cubierta. Fen sólo emitió un gruñido; parecía concentrado en manejar el timón. Por un tiempo, sólo se oyó el ruido del motor de La gitana del mar. Pero Robbie no se sentía a gusto con ese silencio. -Ese dibujo que estás haciendo... -comentó-. Es bueno. ¿Pintas con frecuencia? ¿Eres artista? -Me preguntaba cuánto tardarías en volver a someterme a un interrogatorio -la miró con ironía-. Eres como una gota de agua erosionando una piedra. Robbie recuperó el sentido del humor y se arriesgó a hacer una broma: -Estoy de acuerdo con que eres duro como una roca, pero a mí no me gusta que me comparen con una gotera. Los duros rasgos de Fen se disolvieron en una sonrisa tan atractiva que Robbie sintió un vuelco en el estómago. -Creo que tú y Caroline tenéis mucho en común -observó-. Ella también tiene el talento de revertir la situación en mi contra. Muy bien, te daré una breve descripción

de mi trabajo. Soy naturalista... -¡Ay! -exclamó la chica y él la miró intrigado-. Ahora recuerdo; entonces sí que eres el hermanastro de Caro. -¿Acaso lo dudabas? -preguntó él, nada contento con la idea. —Sí, un poco. Bueno, fue por el nombre. «Fenton» no me parecía familiar. Pero ahora recuerdo que Caro me dijo que su hermanastro era el naturalista Robert Marshall. Supongo que ese eres tú... —Sí, es mi seudónimo. -¿Por qué no usas tu propio nombre? A mí me encantaría ver mi verdadero nombre en el lomo de un libro. -Mi nombre completo es Fenton Robert Marshall, de modo que mi seudónimo no se aleja de mi nombre real. Pero prefiero el anonimato. La fama a veces es contraproducente -comentó con amargura-. Viajo mucho por este país y por el extranjero, a veces voy a lugares muy remotos. Registro la flora y la fauna de diferentes regiones... Sobre todo las especies que están en peligro de extinción o las que son poco conocidas. Yo mismo hago las ilustraciones de mis libros. ¿Ya he contestado a todas tus preguntas? —Sí, aunque creo que te haré más preguntas cuando haya digerido lo que acabas de contarme -confesó la joven. Ese día navegaron sin descanso. El sol era muy intenso. Al atardecer, ambos se encontraban rendidos, no tanto por el trabajo físico, sino por realizarlo a la intemperie. En ocasiones, Fen insistió en que Robbie bajara al camarote. -Estoy acostumbrado a todo tipo de tiempo... A las condiciones del polo, a la selva tropical, a la jungla, al desierto; a todo. Pero tú no lo estás -le había explicado. Esa noche, anclaron en el campo, lejos de cualquier pueblo. Eso no le importó a Robbie, pues ya había decidido preparar la cena. Lamentó que las provisiones existentes no le permitieran preparar algo más exótico, pero sus esfuerzos fueron recompensados por el resultado final. Se burló de sí misma al pensar que en realidad estaba tratando de serle indispensable a Fenton. Éste no comentó nada acerca de la cena, pero comió con gran apetito y Robbie frecuentemente tuvo la sensación de que él la contemplaba detenidamente, lo cual la inquietaba mucho. Ella evitó mirarlo a los ojos para no darle la oportunidad de hacer algún comentario mordaz y cínico. Después de lavar los platos, Fen se tumbó en su cama y se frotó los párpados. -Estoy muy cansado. ¿Hay más café? A Robbie también le habría gustado descansar y que alguien le preparara algo de beber. -¿No sería mejor que durmieras? Si bebes café, no podrás conciliar el sueño. -Nada podría mantenerme despierto en este estado -le aseguró y miró con elocuencia hacia la cocina. -Está bien -suspiró resignada-. Pero tendré que poner de nuevo a hervir agua.

-Aquí tienes... -se detuvo al ver que, mientras ella preparaba el café, Fen se había quedado dormido-. ¡Oye! -exclamó-. ¿Fen? -no obtuvo respuesta. Pensó que tendría que moverlo para despertarlo. Dejó la taza sobre la mesa y se acercó, pero no se atrevió a tocarlo. De pronto recordó la inquietud que la había invadido cuando sus dedos se rozaron. Lo miró y experimentó una extraña compasión. Para haberse quedado dormido de esa manera, Fen debía de estar más cansado que ella. Tomó un sorbo de café, se sentó en el otro extremo de la amplia cama y observó a Fen con detenimiento. Era la primera oportunidad que tenía de estudiarlo sin que él lo notara. Era muy atractivo, pues tenía rasgos fuertes y decididos. Le gustaba la forma de su nariz y de su boca... Fen irradiaba una especie de magnetismo masculino muy poderoso. Pero Robbie se dijo que no era su tipo de hombre. Hugh era rubio, poco corpulento. Fen era mucho más alto y fuerte que Hugh y estaba muy bronceado... Robbie terminó su café y vio que Fen respiraba tranquila y regularmente. Su camisa de manga corta revelaba unos antebrazos musculosos y con poco vello y sintió curiosidad por corroborar sus sospechas. Esa curiosidad, acompañada de una fuerte emoción, la sorprendió. ¿Por qué estaba pensando en esas cosas? ¿Y por qué pensaba todo aquello con respecto a Fen? Como todavía estaba desilusionada por el abandono de Hugh, Robbie no había considerado entablar otra relación... hasta que conoció a Fen. Se dijo que eso era algo ridículo y poco realista; el producto de una mente cansada. Apartó la mirada de Fen; ella también estaba agotada y debía irse a dormir a su propia cabina. Pero ni siquiera tenía fuerzas para levantarse... Sin poder evitarlo, se quedó dormida junto a Fen. Por un momento, creyó que estaba soñando que La gitana del mar se convertía en un barco que navegaba por el océano. -Creí haberte advertido que no te acostumbraras a quedarte dormida en otro lugar que no fuera en tu propia cama -la recriminó una voz gruñona y Robbie se dio cuenta de que la sensación de estar navegando se debía a que Fen la llevaba en brazos a su propia litera. -Lo si-siento -tartamudeó-. Por favor, bájame -trató de apartarse de él, pero las manos de Fen parecían dos tenazas de acero. -Bueno, será la última vez. Me imagino que tu novio se molestaría mucho si supiera que te quedaste dormida junto a otro hombre. Fen la dejó caer sobre la cama, como si deseara deshacerse de un fardo. -Mañana nos levantaremos temprano. Vendré a despertarte, ¿te parece bien? -Sí, gracias. Robbie se quedó sola y se sentó en la cama, analizando los extraños sentimientos que habían hecho presa en ella antes de que se quedara dormida. Se dio cuenta de que desde hacía un par de días cada vez pensaba menos en Hugh, y cada vez sentía más curiosidad por conocer mejor a Fen. Empezó a dudar que alguna vez hubiera amado de

verdad a Hugh. Él había sido su único novio y tal vez ella había querido creer que era un enamoramiento auténtico. Sin embargo, si podía sentirse atraída por otro hombre tan pronto... aunque fuera sólo un poco... «¡Tonta! No empieces a pensar estupideces. La gente se enamora por despecho», se regañó. Pensó que sentirse atraída por Fen sería algo desastroso. No quería volver a sufrir. Además, Fen ya estaba comprometido con otra mujer, la gustara a Robbie o no. En lo que a Fen se refería, ella sería un estorbo del que no tardaría mucho en querer deshacerse. Fen despertó a Robbie temprano. Hacía otra mañana soleada. Sin embargo, al contemplar el tranquilo paisaje, la joven no se entusiasmó. Empezó a preguntarse qué rumbo estaría tomando su propia vida. Era la primera vez que se hacía esa pregunta desde que trabajaba como veterinaria. La noche anterior, Robbie se había dado cuenta de que para ser feliz iba a necesitar algo más que la satisfacción profesional que ya tenía. Esa mañana, cuando Fen fue a despertarla, la chica se sobresaltó. Pudo aspirar el masculino aroma de Fen y eso le provocó una extraña sensación en el estómago. En ese momento se dio cuenta de que ya podía sentirse muy atraída por otro hombre que no fuera Hugh. No obstante decidió que eso simplemente era una complicación que no necesitaba. Como si el cielo reflejara el estado de ánimo de la chica, empezó a llover a media mañana. -Esto sucede con frecuencia -comentó Fen cuando la oyó quejarse-. Puedes quedarte bajo cubierta o ponerte uno de los impermeables de Caroline. Robbie decidió ponerse el impermeable. No quería que Fen la acusara de ser una inútil. Además, no quería estar a solas con sus conflictivos pensamientos, aunque la compañía de Fen también la inquietaba. Durante toda la mañana, Robbie trató de convencerse de que el efecto que Fen ejercía sobre ella era un simple producto de su imaginación y de que una chica no se recuperaba tan pronto del fin de una relación amorosa. A media tarde, Fen le señaló: -Ya casi hemos llegado. Anclaremos cerca de la esclusa, cerca de los demás barcos. Era un lugar muy pintoresco. A un lado de la esclusa se veía una posada y algunas casas de campo. En el muelle, un anciano estaba pescando. Detrás de la posada había una iglesia y a lo lejos de divisaban las colinas verdes. Una vez más, el sol calentaba el ambiente. -¿Y ahora? -inquirió Robbie al bajar con Fen a la cabina. -Puedes hacer lo que quieras -se encogió de hombros-. Yo tengo que acudir a una importante cita. -Ah -Robbie se deprimió mucho, a pesar de que le había prometido que no estorbaría y que lo dejaría en paz. No obstante se dijo que debería sentirte contenta por estar sola por un rato. Lo observó mientras metía pinturas y cuadernos de dibujo en una bolsa vieja.

-¿Cuánto tardarás? -le preguntó, un tanto desconsolada. -Lo que sea necesario -dijo en tono cortante-. Eso es lo peor de estar con una mujer. Siempre quieren comprometerte con el tiempo. Robbie se indignó ante ese comentario. -Me importa un comino cuánto tardes o a dónde vayas... -Entonces, ¿por qué me lo preguntas? -Bueno, como seguramente prepararé la cena... -Dios mío, te comportas como si fueras mi esposa. Comeré fuera -anunció-. Así que puedes ir a cenar a donde quieras y cuando quieras. Y si no tienes nada que hacer, puedes tomar un autobús e ir a la ciudad más cercana para comprarte unos deportivos con suela antideslizante para que no te resbales al estar en cubierta. -Lo haría si mereciera la pena gastarme el dinero en eso -repuso la joven-. Pero nunca sé a qué atenerme contigo... -Ya te lo he dicho un montón de veces. Puedes quedarte, maldita sea. -¿Durante cuánto tiempo? -Robbie decidió que era un momento oportuno para sacar ventaja de la situación. -¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo? -se exasperó-. No lo sé. Me imagino que durante el período que Ca-roline te prometió que podías quedarte. ¿Cuánto era? ¿Seis meses? -¡Sí! Ay, Fen, ¿hablas en serio? Muchas gracias -obedeciendo a un impulso, Robbie se acercó a él con expresión radiante, pero Fen la detuvo al extender una mano frente a ella. -No es necesaria la gratitud. Estoy tratando de sacar todo el provecho que pueda de esta situación. El viaje de este mes ya estaba planeado, de modo que tengo que llevarlo a cabo. Tendré que hacer algo diferente para los otros cinco viajes que debo realizar. «Vaya, ahora ya lo sabes, chica», se dijo Robbie al verlo alejarse del barco. «Y tú que creías que habías empezado a caerle simpática a Fen...»

Capítulo 4 Robbie pasó la tarde como Fen se lo sugirió. Cuando bajó del viejo autobús que estaba lleno de gente, no tenía ninguna gana de volver al yate. Aún hacía demasiado

calor para tomar el sol y para estar dentro de la cabina. Entonces decidió ir a visitar la vieja iglesia de piedra, cuyo interior seguramente estaría muy fresco. La pesada puerta de madera se cerró haciendo eco, y los pasos de Robbie resonaron en la nave. Dos hombres que se encontraban sentados en un banco se volvieron. Demasiado tarde, Robbie se dio cuenta de que uno de ellos era Fen. Este se levantó. -¿Me buscabas? -parecía molesto y Robbie se sintió irritada ante su falta de modales. La joven era perfectamente consciente de que no quería que ella se entrometiera en su vida íntima... -No -negó con rapidez-. Sólo quería ver la iglesia por dentro. Yo no sabía que... Perdón, no os interrumpiré. -¿Es amiga suya? -inquirió el otro hombre al ponerse de pie. Robbie vio que se trataba de un clérigo-Es amiga de mi hermanastra -explicó Fen y la chica se indignó al ver que él negaba tener cualquier relación con ella. Se dio cuenta de que el anciano clérigo estaba esperando a estrecharle la mano. —No sabía que el señor Marshall estuviera acompañado. Lo he invitado a mi casa a cenar. Usted vendrá con nosotros, ¿verdad? -Ay, no -repuso Robbie-. Yo no quiero imponerle mi presencia, de ninguna manera... -Insisto en que nos acompañe. Así mi hija tendrá con quién charlar. Dudo que le interese el tema de Epipogium aphyllum. -Así se llama la orquídea fantasma -indicó Fen con impaciencia. La joven se dijo que tal vez a él le disgustara que ella fuera a cenar con sus amigos. Quizá pensaba que lo había seguido a propósito, cuando lo último que quería era buscarse problemas con él. -El señor Taylor ha descubierto que existe una pequeña colonia de orquídeas en el bosque, detrás de su casa. -¿Se trata de un hallazgo importante? -inquirió Robbie con interés. -Es una especie poco conocida y rara en esta parte del país. -El señor Marshall ha aceptado registrarla y certificarla, ha sido muy amable -añadió el reverendo con entusiasmo-. Por favor, síganme. Mi hija me regañará si llegamos tarde a cenar. Robbie señaló que su hija también protestaría si él llevaba a una invitada de última hora a cenar, pero el clérigo hizo caso omiso de esa objeción y los llevó a ambos a su casa. El señor Taylor los hizo sentarse en el sencillo comedor mientras iba en busca de su hija. Reinó un silencio muy incómodo. -Lo lamento -tartamudeó Robbie, mirando con disimulo las rígidas facciones de Fen-. Yo no quería inmiscuirme en esta velada. No me habría acercado a la iglesia de haber sabido que... -Lo hecho, hecho está -la interrumpió furioso-. Y preferiría que no les dijeras a

los Taylor que estamos compartiendo el barco. Robbie lo miró intrigada. ¿Acaso a Fen le interesaba la hija del señor Taylor? Eso no le gustó nada. -Septimus Taylor no es un hombre mundano -explicó Fen-. Es un clérigo y puede considerar impropia nuestra situación. Y yo no quiero ofenderlo ni avergonzarlo. Ella asintió y en ese momento entraron sus anfitriones. Al ver a la señorita Taylor, Robbie se dio cuenta de que sus sospechas no tenían fundamento alguno. Era una mujer que tenía edad suficiente como para ser la madre de Fen. A la señorita le encantó tenerla como invitada y durante toda la cena charló con ella, lo cual le impidió a Robbie escuchar la fascinante conversación que mantuvieron Fen y el reverendo. A pesar de lo poco que pudo oír, Robbie descubrió más cosas acerca de Fenton Marshall. No le sorprendió enterarse de que era un experto en su profesión, pero sí la forma en que Fen trataba a los Taylor. Fen escuchaba con cortesía al reverendo, en deferencia a su posición y a su avanzada edad. Con la señorita Taylor se mostró encantador, incluso coqueteó un poco con ella; lo suficiente como para hacerla sentirse bien. Robbie no podía creer que ese fuera el mismo hombre que había tratado de mantenerse alejado de ella. -¿Y la señorita Alexander lo está ayudando con su trabajo? -inquirió el reverendo de pronto-. ¿Usted también es naturalista? -No, reverendo, aunque me encantaba la botánica cuando era estudiante. Y me gustaría mucho ver esas orquídeas de las que usted ha hablado. -Por supuesto, querida, pero dejaré que el señor Marshall sea quien le dé todas las explicaciones necesarias. Mañana tengo que oficiar una boda, de modo que por desgracia no tengo tiempo para ir a dar paseos por el jardín ni por el bosque. Todos siguieron hablando después de la cena; el señor Taylor habló acerca de las ruinas romanas situadas en los Cotswolds y luego les contó historias acerca de los fantasmas que se aparecían en la zona, y que según se decía, eran las almas de los soldados romanos que se habían suicidado al no poder soportar los fríos inviernos de la región. Ya era más de media noche cuando Fen anunció que debían irse. El señor Taylor le indicó que podían llegar al canal por un atajo que pasaba junto al cementerio. Por fortuna, esa noche había luna llena, de modo que Robbie y Fen pudieron localizar el sendero sin problema alguno. La hiedra del cementerio proyectaba extrañas sombras sobre las lápidas. El silencio reinante inquietó mucho a Robbie y la hizo acercarse más a Fen. -No me gustaría volver sola por aquí -comentó la chica. -¿Te asustaron las historias de fantasmas del señor Taylor'? -preguntó Fen divertido, y Robbie negó con la cabeza. —Claro que no. Me asusta más la idea de que alguien nos asalte por aquí. ¿Qué ha sido... eso? -inquirió al escuchar de pronto algo parecido a un gemido. Antes de que

Fen pudiera contestarle, una sombra los cubrió y la joven se echó en los brazos de su compañero. Robbie gritó y Fen, instintivamente, la abrazó con fuerza. Entonces la chica apoyó la cara contra su pecho y sintió que él reía con suavidad. -Tranquilízate, sólo es una vaca. Como hay un prado contiguo, desde allí debe de haber pasado al cementerio. Robbie alzó la vista cuando el animal se alejaba tranquilamente. -Perdóname -miró a Fen a los ojos-. No suelo ser nerviosa y tampoco soy supersticiosa. Lo que pasa es que... -dejó de hablar al advertir que Fen se tensaba. Luego él la soltó bruscamente y se apartó. -Eres veterinaria, seguramente puedes reconocer los mugidos de una vaca -comentó con tono cortante, y su actitud exasperó a Robbie. -No esperaba ver una vaca por aquí -le espetó-. Además, yo sólo trabajo con animales domésticos. Durante el resto del trayecto, se concentró en maldecir en silencio a Fenton Marshall. Ese hombre la irritaba de una manera increíble, pero Robbie no podría decir que era detestable; tuvo que reconocer que cada vez se sentía más atraída por él. ¿Se debía esa atracción al despecho? Hacía tres meses que había roto con Hugh y después de eso no había tenido otra relación. Y le parecía irónico que el hombre que empezaba a atraerla ya estuviera comprometido con otra. Ya de regreso en el barco, Robbie se sintió muy nerviosa, pero por un motivo bien diferente al de las sombras del cementerio. -Bueno... buenas noches -comentó reacia. -Buenas noches -Fen ni siquiera se tomó la molestia de mirarla mientras cerraban las cortinas de las ventanas. -¿Puedo ir a ver las orquídeas contigo mañana? -susurró la chica antes de entrar en su camarote. -No puedo impedir que me acompañes -se encogió de hombros dándole la espalda. -Si no quieres que vaya... Él se volvió. Su rostro reflejaba una emoción que Robbie no pudo definir. -Parece que no importa lo que yo quiera en cuanto a ti respecta. Si me hubiera salido con la mía, hace varios días que ya no estarías en este barco. Ahora, por el amor de Dios, vete a la cama y déjame dormir a mí también. Robbie obedeció y corrió la cortina. Permaneció despierta durante largo rato, preguntándose la razón de la inexplicable conducta de Fen. ¿Por qué estaba enfadado? No podía ser porque también ella había cenado con los Taylor, ¿o sí? Robbie suspiró aliviada, a la mañana siguiente, al ver que Fen ya estaba tan tranquilo como siempre; cuando salió de la cabina, descubrió que él ya había desayunado. -Si todavía quieres venir conmigo, será mejor que te des prisa. Y sería bueno que llevaras unos bocadillos -añadió. -¿Acaso eso significa que quieres que te prepare uno? -inquirió irritada, sin

poder olvidar cómo Fen la había alterado la noche anterior. -Mi comida ya está lista. Me voy en diez minutos. Robbie se dijo que Fen tal vez esperaba que ella no estuviera lista a tiempo. O quizás esperaba que, si se comportaba de una manera tan grosera, Robbie decidiera quedarse en el barco. La joven desayunó mientras se preparaba sus bocadillos. Diez minutos más tarde, subió a cubierta. En una mano llevaba la bolsa de la comida, y en la otra una manta doblada. -Estoy lista -anunció triunfante. Fen la recorrió con la mirada. Como ese día no iban a seguir navegando y como hacía mucho calor, Robbie se había puesto una falda corta y una blusa sin mangas. Calzaba las sandalias que Fen había criticado el día anterior y la joven esperó que él le hiciera algún comentario en contra, pero no fue así. Fen sólo masculló algo incomprensible y se volvió. Como de costumbre, Robbie tuvo que seguirlo. A pesar de que llevaba sus cosas para pintar y su equipo fotográfico, Fen caminaba muy rápido y a Robbie le costó trabajo seguir su paso. Detrás del jardín de la casa del pastor había un bosque de abetos. Robbie se alegró de que hubiera sombra, pues tal vez ese día sería el más caluroso de todo el verano. Las orquídeas fantasmas crecían junto a unas ruinas romanas y todo el bosque estaba fresco y olía a flores silvestres. Robbie se desilusionó al ver que la orquídea fantasma era una planta de apariencia ordinaria. El tallo no tenía hojas y las flores eran de un blanco pálido. -Parece una flor común y corriente -declaró-. No sé por qué esto suscita tanto entusiasmo. -Sabía que no te parecería muy interesante, pero tú insististe en venir. Me quedaré aquí durante un rato, pues tengo que hacer dibujos muy detallados y tomar varias fotos. Si te aburres, supongo que podrás volver sola al yate. -No estoy aburrida -se indignó-. No soy tan superficial. Hay muchas otras cosas que ver además de tus adoradas orquídeas. Me imagino que la villa debe de estar restaurada como todos los lugares arqueológicos cercanos al muro de Adriano. —Tal vez así será algún día —Fen se encogió de hombros-. Este bosque es propiedad de la iglesia y nadie sospechaba siquiera que aquí hubiera una villa romana hasta hace muy poco tiempo. Además de ser un gran botánico, el señor Taylor también tiene cierta afición por la historia. Personalmente, y desde el punto de vista de la conservación de la naturaleza, yo preferiría que nadie viniera por aquí. Robbie extendió la manta junto a un árbol, cerca de donde Fen estaba sentado con su cuaderno de dibujo; se sentó y se apoyó contra el tronco para mirar a Fen. Éste empezó a dibujar, pero no parecía estar muy concentrado pues rompió varios bocetos. Irritado, al fin dio rienda suelta a su ira. -¿Tienes que sentarte justo donde puedo verte? -inquirió molesto-. Me distrae mucho el hecho de que estés en mi campo de visión. Robbie se dijo que Fen estaba culpándola por su propia incapacidad de trabajar, pero no quiso empezar una discusión, de modo que le pidió una disculpa y se puso de

pie. -Iré a visitar las ruinas romanas —anunció. -Ten cuidado —le advirtió-. Algunas de estas viejas y deterioradas piedras están sueltas. Robbie caminó con cuidado. En ocasiones, miraba intrigada hacia Fen. Ya estaba acostumbrada a que su presencia le resultara indeseable, pero suponía que a esas alturas Fen ya se habría resignado. Sin embargo, las quejas de Fen eran distintas de las de la noche anterior. Robbie no sabía por qué, pero la incomodaba su estado de ánimo. Era como estar sentada en las faldas de un volcán esperando a que se produjera una erupción. No obstante, había algo en todo aquello que la emocionaba al mismo tiempo que la aterrorizaba. El suelo de piedra estaba cuarteado y en las hendiduras crecían hierbas y flores. La hiedra cubría los viejos muros, dándoles un aspecto melancólico. Le resultaba triste pensar que ese había sido alguna vez el hogar de una familia romana. ¿Acaso sus antiguos ocupantes eran en ese momento fantasmas que merodeaban por la región? Robbie se estremeció, casi como si hubiera visto a uno de esos fantasmas. De pronto, sintió la necesidad de estar cerca de Fen y se volvió hacia donde él se encontraba sentado. Lo miró, al parecer, estaba muy absorto en su trabajo. Una piedra suelta la hizo dar un paso en falso y cayó al suelo. No se lastimó el tobillo, pero cayó sobre unas ortigas. En unos cuantos segundos, los brazos y la parte del pecho que llevaba al descubierto por el escote de la blusa comenzaron a arderle. Su exclamación de dolor llegó a oídos de Fen, que de inmediato corrió hacia ella, preocupado. -Te dije que tuvieras cuidado -se irritó-. Si te has torcido el tobillo... -Claro que no -jadeó y lloró de dolor-. Pero me pica por todas partes... Fen pudo ver las manchas rojas en la blanca piel de Robbie. Sin decir nada más, la tomó en brazos y volvió a depositarla sobre la manta junto al árbol. Se alejó y empezó a buscar algo entre la maleza y las plantas. -Son hojas de romanza -anunció al arrodillarse de nuevo junto a la chica y empezó a aplicarle las hojas sobre la piel, dándoles la vuelta constantemente para que absorbieran el calor del cuerpo de Robbie. La chica tenía los ojos cerrados por el dolor, pero cuando la romanza empezó a surtir efecto gimió, ya más aliviada. -Pronto estarás mejor -aseguró Fen. La joven detectó una leve alteración en su voz y abrió los ojos. Fen estaba muy cerca de ella, sus manos se habían inmovilizado sobre las hojas que le estaba aplicando, justo arriba de sus senos. Ella no pudo dejar de mirarlo a los ojos y vio que se humedecía los labios con la lengua y que tragaba saliva. De nuevo, la chica volvió a experimentar la anterior sensación de peligro y se olvidó del ardor de su piel mientras otras sensaciones empezaron a invadir su cuerpo. Los senos se le sensibilizaron y fue consciente de una intensa palpitación en la parte baja del vientre. Un segundo más y ya no podría ocultar sus reacciones...

-Señor Marshall, señorita Alexander... Me alegra que aún estén aquí. ¿Cómo van las cosas? Yo... El señor Taylor se acercó, pero se detuvo desconcertado al contemplar la escena que se estaba desarrollando frente a él. Fen se puso de pie en un santiamén. -La señorita Alexander se ha picado con unas ortigas. Estaba administrándole un poco de romanza para que se sintiera mejor. -Ay, querida -exclamó el clérigo, inquieto-. Venga a casa conmigo. Creo que lo indicado en estos casos es la loción de calamina. Mi hija tiene un botiquín muy bien surtido. Más tarde, Robbie pensó disgustada que Fen ni siquiera se había tomado la molestia de acompañarla. Fue como si un gran alivio lo hubiera embargado al ver que el señor Taylor se hacía cargo del asunto y se llevaba a la chica. ¿Qué habría pasado si Septimus Taylor no hubiera llegado justo en aquel momento? Robbie tenía la certeza de que Fen había estado a punto de besarla. La simpatía y la loción de calamina no fueron suficientes para apagar la otra clase de ardor que embargaba a Robbie y que, a diferencia del picor de las ortigas, no desaparecía con rapidez. Robbie al fin logró convencer a la señorita Taylor de que ya estaba bien y de que ella y Fen iban a comer en el campo, por lo cual no podían quedarse a comer con ellos. Robbie se apresuró a volver al bosque de abetos, nerviosa, como una adolescente en su primera cita. Tenía la garganta seca y el corazón acelerado; quería ver de nuevo a Fen y saber si podían sentir de nuevo lo que habían experimentado antes... Pero cuando llegó al claro, Fen ya no estaba. Incluso se había llevado la manta de Robbie. La chica se quedó inmóvil, deprimida, sin saber qué hacer. Luego, se dio cuenta de que Fen ya había terminado su trabajo y había regresado a La gitana del mar. Tal vez allí estaba esperando... Caminó de prisa, experimentando otra vez el ansia de ver a Fen. A pesar de que hacía mucho calor, casi corrió por el sendero que llevaba al canal. -Fen, Fen, ya he vuelto y... El barco estaba desierto. Ni siquiera parecía que Fen hubiera estado allí antes. Robbie se sentó en la cama de Fenton y sintió deseos de llorar. Se sentía estúpida y humillada por su propia conducta. Ya ni siquiera estaba segura de haber interpretado bien la escena del bosque. Tal vez todo había sido producto de su febril imaginación... Se alegró de que no le hubiera revelado sus sentimientos a Fen. Él le había dejado muy claro que no la quería en el barco y que ya tenía novia. Robbie se prometió que, a partir de ese momento, sería más cauta con sus propias emociones. Lo que sentía debía de tratarse de algo normal, puesto que estaba a solas con un hombre muy atractivo. La cercanía física creaba situaciones poco realistas. Y al parecer Fen sabía que algo parecido podía suceder y por eso había intentado que Robbie se fuera de allí.

Cayó la noche y Fen seguía sin aparecer. Robbie se preguntó si se habría ido para siempre. Y si ese era el caso, ¿cómo iba a manejar el yate sola? Jamás podría regresar por todas esas esclusas... Al fin Robbie se fue a la cania. Se dijo que si Fen no había regresado al día siguiente, ella tendría que hacer su equipaje, cerrar el barco con llave y regresar a Little Kirton en autobús. Y entonces Fen habría logrado su objetivo... deshacerse de ella. ¡Qué pensamiento tan deprimente! Estaba a punto de conciliar el sueño cuando Robbie se incorporó sobresaltada. Escuchó unos ruidos y el barco se movió. Pensó que Fen ya había vuelto. El alivio la invadió y luego fue el turno de la ira. ¿Cómo se atrevía él a hacerle eso? Marcharse así sin más, sin decir nada... Pensó que tal vez Fen había sufrido un accidente o había sido víctima de un asalto... Robbie se puso la bata y salió de su cabina. -¿En dónde rayos has estado durante todo este tiempo? Fen se volvió. Se había desvestido y ya tenía puestos los pantalones del pijama. La tela de algodón se amoldaba a su cuerpo, revelando más que ocultando. Al verlo, Robbie tragó saliva. -Esperaba que estuvieras dormida -se enfadó-. Y no te importa dónde haya estado. No tengo por qué darte explicaciones de lo que hago. Me has hecho perder un valioso día de trabajo. Regresa a la cama y deja de enseñarme tu cuerpo. -Yo no... -Robbie bajó la vista. En su prisa por verlo, no se había atado bien el cinturón de la bata que en ese momento estaba abierta, revelando parte de sus senos. Robbie se apresuró a cubrirse. -Desde que nos conocimos, te he visto más veces sin ropa que vestida. -Eso no es culpa mía... -¿Estás segura de ello? Tal vez no lo hagas deliberadamente. Quizás en tu inconsciente experimentas la necesidad de desafiarme, de afirmar tu sexualidad. -¿Cómo? -lo miró incrédula. -Desde el principio, dejé muy claro que no quería que estuvieras aquí ni que me complicaras la vida. Y tú has querido demostrar que... -No necesito ni quiero probarte nada -estaba pálida de rabia-. Ya te dije antes que eres muy vanidoso si crees que me interesas y que atraes a todas las mujeres. Además, aunque estuviera interesada en ti, no tengo la costumbre de salir con el novio de otra. También me aclaraste que tenías un compromiso sentimental. —Entonces, ¿cómo explicas lo que pasó esta tarde en el bosque? Estabas decidida a acompañarme. Te pusiste una ropa provocativa y te sentaste en un lugar donde yo no pudiera dejar de mirarte. -¿Qué? -jadeó furiosa-. Yo jamás... -Tal vez tu caída en esas ortigas sí fue un accidente. No creo que seas tan insensata como para hacerte daño a propósito, pero... después, cuando yo sólo trataba de aliviar tu dolor, tú me miraste de esa manera tan invitadora... -¡Cállate! -gritó Robbie al recuperar el habla-. Eres un hombre

insoportablemente vanidoso... No sabes de lo que estás hablando. Todo lo que has dicho ha sido un producto de tu imaginación... -¿Eso crees? -inquirió sombrío-. Estoy dispuesto a apostar a que de no ser porque el señor Taylor llegó... -No habría pasado nada -insistió la chica aunque hacía apenas unas horas ella misma había deseado que él la hubiera besado. -Pues yo creo que si repitiéramos la escena... -Por fortuna, eso es imposible... Y yo de todos modos no lo haría, si fuera posible -estaba muy molesta, y no sólo por lo que Fen estaba diciéndole, sino también por la forma en que la miraba, como si estuviera dispuesto a lanzarse sobre ella. -Es cierto que ya no estamos en el bosque y tampoco se siente el poderoso calor afrodisíaco del sol. Pero estamos solos, nadie va a venir a interrumpirnos y la noche es cálida como... -No -exclamó al percibir su mirada intensa-. Aléjate de mí. No te atrevas a ponerme siquiera un dedo encima. -¿Qué harías? Vamos, dime que gritarás, como lo hacen todas las mujeres. -Si lo hago, la gente de otros yates acudirá a ver qué pasa -le advirtió seria. -Yo no estaría tan seguro. Más bien no querrán tener problemas -la miró a los ojos, como si quisiera hipnotizarla. A Robbie se le hizo un nudo en la garganta y el corazón empezó a latirle con fuerza. Fen la tomó de los hombros. Su rostro estaba muy cerca... más cerca que nunca y su expresión era insondable. -Todo lo que tengo que hacer es besar esos hermosos labios y... -No, Fen, no... por favor... Robbie le puso las manos en el pecho, con la intención de empujarlo, pero fue un error. Al sentir sus músculos y la calidez de su cuerpo, la invadió un intenso temblor. En ese momento, Fen la besó en la boca. Le apretó los hombros con fuerza, pero Robbie no se dio cuenta de ello debido a las otras sensaciones que la invadían y que hacían que todo su cuerpo ardiera de deseo. Sólo se resistió durante unos segundos; no pudo contener su propia ansia. Cerró los ojos, arqueó el cuerpo hacia Fen y le echó los brazos al cuello con un pequeño gemido. Apretada contra su poderoso pecho y sintiendo los duros músculos de Fen, Robbie sintió que la habitación giraba a su alrededor. Luego separó los labios, invitándolo a aumentar la intimidad del beso. Él empezó a acariciarle la espalda con sensualidad, acercándola más a su cuerpo. Robbie era consciente de la dureza de sus músculos y de lo firme de su piel... El corazón de Fen latía cada vez con más rapidez. El delgado pijama de algodón no podía ocultar su excitación. Fen empezó a respirar con mayor dificultad cuando alzó las manos para abrir la bata de Robbie y comenzó a acariciarle los senos. La chica fue invadida por una intensa y ardiente ansiedad. Ese primer beso le revelaba todas la cosas que había tratado de negarse a sí misma. Estaba temblando en

los brazos de ese hombre y tuvo que reconocer que lo deseaba. Deseaba a Fen con una pasión que nunca antes había experimentado. Robbie había luchado contra la atracción física que ese hombre ejerció sobre ella desde que lo conoció, pero en ese momento sabía que el fuego que la consumía ya no podría extinguirse. Sin embargo, Fen la apartó de su lado bruscamente. -¿Ves a qué me refiero? -inquirió con frialdad; no parecía contento por demostrar que tenía razón. Robbie no podía creerlo. Fen ya se alejaba, a pesar de que ella misma había sentido su respuesta incontenible y ansiosa. Robbie sabía que Fen la deseaba tanto como ella a él y, sin embargo, en ese momento él se comportaba como si nada hubiera sucedido. Se dijo que evidentemente no sentía nada por ella... Sólo había comprobado un punto y, para vergüenza de Robbie, lo había logrado con mucho éxito. Robbie quería decirle lo que opinaba de un hombre como él, pero estaba demasiado temblorosa como para sostener otro enfrentamiento. Nerviosa, se ató la bata. Estaba pálida y tensa por el esfuerzo de no perder el control, pues su cuerpo aún palpitaba por el deseo que Fen había despertado en su interior. -Fen... -¡Vuelve a tu cabina! -rugió-. Maldita sea, vuelve a la cama... desaparece de mi vista. Por un momento, la chica quiso suplicarle que terminara lo que había iniciado. Extendió un brazo para tocarlo, pero por fortuna se dio cuenta de que Fen se encontraba demasiado alterado. Entonces el orgullo acudió en su ayuda. Robbie decidió que no le diría lo que necesitaba. Se irguió, dio media vuelta y regresó dignamente a su camarote, a pesar de que Fen no se volvió a mirarla. Cuando se acostó en su cama, se olvidó de la dignidad una vez más. Hundió el rostro en la almohada y trató de tranquilizarse, de no llorar. Si Fen iba a la cocina, la oiría sollozar y él nunca debía saber lo mucho que la había herido al rechazarla de esa manera. Dos horas después, Robbie aún estaba despierta, invadida por la desazón. «¿Por qué tuve que encontrarme con un hombre como Fen?», se preguntaba una y otra vez. Jamás deseó sentirse atraída por un hombre que no estaba interesado en ella... Al fin, se quedó dormida. Estaba muy deprimida cuando despertó, como cuando Hugh la abandonó. ¿Se preguntó cómo iba a enfrentarse con Fen esa mañana? Consultó su reloj, pero otra vez se había olvidado de darle cuerda, así que no sabía qué hora era. Se arrodilló en la cama y alzó la cortina de la ventana. Afuera el sol lo iluminaba todo. Ya debía de ser muy tarde. Mientras se bañaba, trató de escuchar cualquier ruido, pero no oyó nada que proviniera de la otra cabina. Pensó que tal vez Fen ya se había ido a dibujar las orquídeas, para compensar el trabajo perdido del día anterior; la joven esperó que eso lo mantuviera ocupado durante todo el día.

Se preguntó qué haría ese día. La cabeza le dolía y no tenía apetito; de pronto, el acogedor interior del barco le resultó claustrofóbico y decidió ir a dar un paseo por la ribera para despejarse la cabeza. Se puso unos pantalones cortos y una camiseta, y se hizo una cola de caballo con su espeso cabello rojizo. Al pasar de la cocina a la cabina principal, se detuvo de inmediato. El cuarto estaba a oscuras y la cama aún estaba ocupada. Robbie miró con nerviosismo el bulto que se distinguía debajo de la fina manta y trató de detectar la rítmica respiración que le indicaría que Fen todavía estaba dormido. Contuvo el aliento y empezó a caminar, sin hacer ruido, hacia la salida. En la penumbra, no vio dónde ponía el pie y tropezó con un zapato. Fen se despertó sobresaltado, extendió una mano y tomó a Robbie de la muñeca con tal fuerza que la hizo proferir un gemido de protesta. -Ah, eres tú. Por un momento, pensé que... -la soltó, luego abrió la cortina de la ventana que estaba encima de su cama. Tenía el cabello despeinado, lo cual le daba una apariencia infantil. Robbie ansió alisárselo y luego acariciarle la incipiente barba. -¿Qué demonios estás haciendo levantada tan temprano? -No es tan temprano... -Claro que sí -extendió el brazo-. ¿Ves la hora que es? -consultó su reloj-. Son las cinco y media. -Ah... creí que era más tarde. -¿Ibas a alguna parte?

Capítulo 5 Fen avanzaba con rapidez y vigor de modo que Robbie se alegró de llevar puestos sus nuevos deportivos. Aunque hacía mucho sol, la temperatura ambiente no era calurosa. Caminaron durante lo que a Robbie le pareció una eternidad. A pesar de que le había dicho que tenían que hablar, Fen guardaba silencio. Robbie pensó en tomar la iniciativa, pero decidió que no tenía prisa. Al fin llegaron a una verja que bloqueaba el sendero, Fen se detuvo, se apoyó contra ella y miró hacia el frente dándole la espalda a Robbie. -Bien, lo que pasó anoche... -No tienes que preocuparte -intervino Robbie con rapidez-. Yo sé que eso no significó nada, que tú sólo estabas tratando de... -Lo que iba a decirte era que no está dando resultado el hecho de que compartamos el barco, ¿verdad?

Robbie se tensó mucho; aunque esperaba un comentario semejante, no pudo contestarle nada y se retorció las manos, nerviosa. -Te he dicho que no está funcionando el hecho de que vivamos juntos en el barco -se volvió y la miró fijamente. Entonces Robbie dijo con voz ronca: -¿Quieres decir que... de todos modos quieres que me vaya? Yo... creí que habíamos hecho un trato -se dijo que apenas hacía unas horas que Fen le había dicho que podía quedarse. Al pensar en eso, Robbie experimentó una gran sensación de pérdida. No quería que ese episodio de su vida terminara, no quería despedirse de Fen Mars-hall; cuando él regresara a su casa, ellos ya no tendrían motivos para volver a verse. -No tengo la costumbre de retractarme cuando prometo algo -Fen frunció el ceño-. Anoche me porté muy mal contigo. Yo soy quien debería irse. Además no tengo ninguna justificación que darte... salvo que mi mal humor se apoderó de mí. No tenía por qué acusarte de... Es decir, tienes novio, de modo que no... No necesitas... ¡Oh, maldición! Al oírlo hablar, Robbie se alegró un poco. Había temido que él fuera a culparla de lo sucedido; sin embargo, Fen estaba recriminándose a sí mismo por lo ocurrido la noche anterior. Se dijo que tal vez existía una esperanza de que las cosas pudieran funcionar. -¿Podemos olvidarnos de lo que pasó anoche? -inquirió-. Yo estoy dispuesta a hacerlo. Trataré de no entrometerme en tu vida, de no molestarte. Si quieres, puedes... ignorarme. -Es más fácil de decir que de hacer -replicó-. Mira, tengo que seguir adelante con este viaje en particular. Ya todo está arreglado, pero tal vez yo pueda hacerlo todo con más rapidez. No olvides que tenemos que regresar al pueblo para que empieces a trabajar. -Gracias -dijo Robbie, pero Fen continuó hablando sin detenerse: -En cuanto volvamos, dejaré el barco y regresaré a casa. Puedo ir en coche al resto de los lugares que están relacionados con mi proyecto actual. Tendrás La gitana del mar para ti sola durante los seis meses que Caroline te prometió. -PeroFen... Él ignoró sus protestas y continuó: -Dijiste que necesitabas quedarte en un lugar donde no pagaras alquiler. Me imagino que estás ahorrando para casarte, además de ayudar a tu madre. Y, ¿quién sabe? Tal vez en seis meses tu novio se canse de esperar y te pida que os caséis de una vez. Robbie se sintió muy incómoda. Deploró haberle mentido acerca de Hugh. De todas formas, pensó que, de no haberlo hecho, Fen la habría echado del barco de inmediato y ella jamás habría pasado esa semana con él. La chica suspiró. Se dijo que tal vez habría sido mejor que nunca hubiera conocido a Fen Marshall. Lo ocurrido la noche anterior le hizo saber lo importante que

él se había convertido para ella. Robbie intentó convencerse de que sólo se trataba de una simple atracción física, de algo natural entre un hombre y una mujer sanos, de que simplemente se trataba de un enamoramiento pasajero, pero ya no pudo seguir engañándose a sí misma. Y era algo increíble, porque hacía apenas una semana que conocía a Fen y porque al principio él le había desagradado profundamente. Pero la verdad era que lo amaba. Y en ese momento una separación sólo la haría sufrir. Robbie volvió a suspirar. -¿Por qué suspiras tanto? -inquirió Fen con suspicacia y la chica comprendió que tenía que salvar su orgullo. -Estoy bien, lo que pasa es que me siento culpable por haberte causado problemas. Después de todo, La gitana del mar te pertenece. -Seis meses no es mucho tiempo en el esquema general de la vida -se encogió de hombros-. Es posible que me vaya al extranjero durante una parte de ese tiempo. -Ah -Robbie se deprimió. Si Fen se iba de viaje, ya no podría verlo ni siquiera de forma accidental. -Será mejor que regresemos -consultó su reloj. —Yo preferiría que no regresáramos -comentó ella—. Faltan dos semanas para que yo empiece a trabajar y este viaje me está gustando mucho -vio que se detenía y la miraba fijamente-. Es la primera vez que viajo de esta manera -se apresuró a explicar-. Es tan relajante... Necesitaba tomar unas vacaciones. —Mmm -su expresión era enigmática. -Claro, supongo que debes de tener prisa por volver al lado de Petula. -Sí. -¿Ella... se queda en el barco contigo? -Con frecuencia. -¿Habrías querido estar en el barco con ella, durante los próximos seis meses? -Bueno, ella habría compartido mi camarote -señaló Fen. -Ah, sí claro -se atragantó al imaginar a Fen haciéndole el amor a su novia, mientras ella, Robbie, yacía dormida a sólo unos metros de distancia. Por lo menos, no tendría que soportar ese sufrimiento. -¿Tu novio va a venir a visitarte? A Robbie no le gustaba mentir, pero en ese momento ya no le quedaba más remedio. -Él... no tiene mucho tiempo libre... -Bueno, si va a verte, podéis usar mi cabina. Me imagino que compartís las intimidades de costumbre -añadió con tono cortante. -Si me estás preguntando si hacemos el amor, la respuesta es no. -¿Por qué? -alzó las cejas-. ¿Le sucede algo malo a él? Tú no pareces una mujer frígida. Anoche... -No lo soy -lo interrumpió-. Lo que pasa es que quiero esperar a estar casada. Quizá te parezca anticuada, pero...

-Lo que creas es importante para ti. Eso nada tiene que ver conmigo. —Pero es obvio que no estás de acuerdo con eso. -¿Por qué lo dices? -Bueno, dijiste que Petula... comparte tu camarote. -Mira, lo que yo piense o haga es asunto mío. -Sí, claro... Reinó de nuevo el silencio. A Robbie no le gustaba ignorar lo que Fen pensaba y planeaba. -Me imagino que esta mañana querrás volver al bosque del señor Taylor -comentó la joven cuando se acercaron a La gitana del mar-. No terminaste de trabajar en las orquídeas. -Tengo ya suficiente con lo que pude hacer -dijo Fen mientras soltaba las amarras del bote. -¿Ya nos vamos? ¿No vas a desayunar primero? -inquirió incrédula, pues sabía que Fen tenía un gran apetito. -No tengo hambre. Además, prefiero zarpar ahora. Pero desayuna tú si quieres. Yo comeré algo después. -Yo tampoco tengo ganas de comer -confesó con tristeza al saber que su amor por Fen no era correspondido—. Preferiría ayudarte, si no te molesta... -Bueno, ¡sujeta el timón! -le ordenó con tono cortante. La embarcación se puso en marcha. Los campos estaban muy verdes y el yate pasó por debajo de un viejo puente de ladrillo cuyo color rojo amarillento brillaba a la luz del sol. Pero Robbie no vio nada; actuaba por inercia mientras pensaba en otras cosas. Se acusaba de ser una hipócrita, de haberle mentido de nuevo a Fen. Era cierto que ella y Hugh nunca habían hecho el amor, pero no era verdad que ella creyera en aquello de esperar a hacerlo hasta estar casada. En ese momento se alegraba de no haber cedido a los ruegos de Hugh, pues lo que alguna vez había sentido por él no era nada en comparación con la intensa emoción que estaba experimentado por Fen. Si él estuviera enamorado de ella, si él empezara a acariciarle como la noche anterior y luego le pidiera... Fen ni siquiera tendría que pedirlo. Todo sería tan natural... tan natural como respirar... -¡Vira a la derecha, a la derecha! -gritó de pronto Fen-. ¡Robbie, por el amor de Dios...! Fue demasiado tarde. Se produjo una colisión inesperada. La gitana del mar se estremeció de proa a popa. El impacto lanzó a Robbie a un lado y le hizo golpearse en la cabeza contra el suelo. Todo quedó envuelto en la oscuridad. . -¡Robbie! Robbie, ¿puedes oírme? Lentamente, la chica fue recobrando la conciencia. La cabeza le dolía mucho. No quiso abrir los ojos para no llorar. Estaba acostada sobre una superficie suave y alguien le había puesto algo fresco en la cabeza.

-¡Robbie! -gritó Fen-. Abre los ojos. La chica obedeció. Fen tenía el rostro muy cerca de ella y le había puesto un trapo húmedo sobre la frente. A pesar del dolor, su proximidad física aún la alteraba. Robbie volvió a cerrar los ojos. -¿Qué... ha pasado? -murmuró. -Por poco te rompes la cabeza. Después de dejar que el barco chocara contra otra embarcación. ¿A qué demonios estabas jugando? Robbie lo recordó todo. Estaba tan distraída... -Yo... no vi el otro barco. -¿Qué? -preguntó incrédulo-. No podías dejar de verlo, pero no lo viste. -Perdóname -lo miró a los ojos para ver si estaba muy enfadado y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. -Por el amor de Dios —dijo exasperado, pero no dejó de ponerle otro trapo húmedo sobre la frente. -¿El barco... se ha estropeado? -No. Por fortuna, la estructura de La gitana del mar es mucho más dura que tu cabeza. -¿Y qué pasó con el otro barco? -Lo mismo... No hubo daños. -¿No van a demandarte? -No. La dueña de la otra embarcación comentó que un accidente le sucede a cualquiera. -Eso no habría pasado si tú hubieras estado al timón -comentó con tristeza. -No -convino él. Le quitó el trapo de la frente y le examinó la cabeza con detenimiento. Robbie sintió el aliento de Fen en las mejillas, ia calidez de su cuerpo tan viril... y gimió en voz alta. Para alivio de la chica, Fen pensó que había gemido de dolor. -Tal vez deberíamos ir a un hospital para que te hagan una radiografía. -Claro que no -se incorporó con rapidez. Pensó que si Fen la llevaba al hospital, tal vez la obligarían a quedarse allí. Y le quedaba tan poco tiempo de estar junto a Fen... Pero ese súbito movimiento fue un error. Todo comenzó a girar a su alrededor y se desplomó en los brazos de Fen, que la sostuvo por un maravilloso instante. -Quédate quieta, maldita sea. Es obvio que todavía no estás en condiciones de moverte -se puso de pie y metió las manos en los bolsillos-. Por suerte, estamos cerca de una pequeña ciudad. Iremos allí para que alguien te examine con cuidado. Sin esperar su respuesta, dio media vuelta y salió. Instantes después el yate se ponía nuevamente en marcha. Debió de quedarse dormida, puesto que de pronto sintió que Fen la estaba sacudiendo con urgencia y le decía con tono preocupado: -Robbie, despierta. Por el amor del cielo, despierta... -¿Qué... pasa? —trató de incorporarse, pero Fen la tomó de los hombros y se lo

impidió. -Menos mal -suspiró-. Por un momento, creí que habías entrado en estado de coma. ¿Te sigue doliendo la cabeza? -No, ya casi no tengo jaqueca -se tocó la frente. —Siéntate despacio -le advirtió. La contempló condetenimiento mientras la joven se sentaba y extendió una mano hacia ella cuando se puso de pie. Sin embargo no la tocó y Robbie se alegró por ello; sabía que si Fen la tocaba, sería víctima de otro tipo de mareo. -¿Lo ves? Estoy muy bien. -¿No te mareas? ¿No ves doble? -Claro que no. -De todos modos, te llevaré a que te vea un médico. Y no discutas más. Me disgusta, pero por el momento estás bajo mi responsabilidad. Llegaron a una pequeña ciudad, muy pintoresca, que tenía un pequeño hospital. Cuando atracaron Fen pidió un taxi por teléfono. Después de una breve espera, le tomaron varias radiografías a Robbie y el médico declaró que todo estaba bien. La joven insistió en volver andando al yate, pues la ciudad era muy agradable y acogedora, al estilo del resto de la región. -Ya has oído al médico, estoy bien. Además, caminando uno ve más cosas. Me encanta este tipo de piedra amarillenta que usaron para construir todas las casas. -Sí, parece haber desarrollado la habilidad de capturar la luz del sol -asintió Fen. -Sí, eso creo yo también -sonrió, admirada por su sensibilidad. Como empezaba a hacer calor, Fen sugirió que fueran a beber algo. Se acercaron a la posada del León de Cotswold. Tomaron unas bebidas refrescantes mientras consultaban la carta. Robbie tenía mucho apetito. -¿Te gusta leer? -le preguntó a Fen. -Sí, mucho. ¿Y a ti? -Sí, sobre todo ahora que ya no estudio todo el tiempo. Empezaron a charlar de sus libros y autores favoritos y luego de música y arte. Robbie descubrió que tenían gustos en común. -Me pregunto por qué esta posada se llama el León de Cotswold -comentó Robbie al mirar a su alrededor, mientras esperaban la comida. -Así se llamaba la variedad de ovejas que se criaban por aquí. Eran animales enormes. Fen sabía muchas cosas acerca de la región. Mientras comían unos bocadillos y una ensalada le contó muchas cosas a Robbie, que sospechó que su intención era no tocar temas más personales. -¿Nunca has recorrido el viejo camino de los Cotswold? -inquirió Robbie. -Claro. Petula y yo lo recorrimos casi todo después de que nos vinimos a vivir aquí. Solíamos dormir en las posadas para continuar caminando al día siguiente. -¿A Petula le gusta caminar? -Robbie no podía creerlo. La chica de las fotos no

parecía encajar con esa descripción. -Mucho -Fen sonrió y Robbie se dijo que él debía de estar evocando algunas anécdotas graciosas de la excursión... tal vez las noches en las posadas... Maldijo en silencio a Petula, deseando en su fuero interno que aquella mujer no existiera. -A mí me gustaría recorrer aunque sólo fuera un trecho —susurró. -Es probable que lo hagas, puesto que vas a vivir por aquí. Robbie se recriminó a sí misma. ¿Qué esperaba, que Fen se ofreciera a guiarla? Apuró su bebida y se puso de pie. -Será mejor que volvamos. Mis problemas ya te han hecho perder casi todo el día otra vez. Lo siento. -Bueno, así son las cosas —Fen se levantó con menos prisa-. Y ya no merece la pena apresurarnos. No llegaríamos muy lejos de todos modos. Será mejor que disfrutemos de este día y que mañana zarpemos temprano. -¿Disfrutar de este día? -Estoy seguro de que quieres ir de compras. Según mi experiencia, a las mujeres les encanta comprar cosas. -¿Y tú? Según mi experiencia, a los hombres les disgusta mucho esperar a las mujeres mientras compran cosas. -Como no he estado en esta ciudad en particular, me gustaría mucho visitar un par de iglesias. -¿Podría acompañarte en vez de ir de compras? -inquirió con naturalidad, para no darle la impresión de que lo estaba abrumando. No quería pasear sola por la ciudad. -¿No vas a ir de compras? -inquirió. -No tengo dinero. -Podría prestarte... -No, gracias. No estoy arruinada. Lo que pasa es que no puedo permitirme el lujo de comprar cosas su-perfluas. -¿Porque tienes que enviarle dinero a tu madre? -frunció el ceño-. Dijiste que ella trabajaba, ¿verdad? -No tiene un empleo adecuado -negó con la cabeza, pero le sorprendió el cambio de tema-. Sólo trabaja dos días a la semana en la agencia publicitaria de la ciudad. Nunca estudió una profesión. Se casó muy joven, de modo que no tiene experiencia en nada... salvo en el cuidado de una familia y de una casa. -¿Y es buena para eso? -Sí -respondió. -¿Tienes una buena relación con tu madre? —La quiero mucho. -¿Y con tus hermanos? -Ellos también son maravillosos, pero dan bastantes problemas. -¿En qué sentido? ¿Son rebeldes, irresponsables? -¡Claro que no! -se indignó-. Estamos muy bien educados. Lo que pasa es que son traviesos y la ropa nunca les dura -suspiró.

Habían salido de nuevo a la calle iluminada por el sol. -¿De verdad quieres dar un paseo, o prefieres ir a acostarte al barco? Por un momento, Robbie se imaginó una larga y cálida tarde en su cabina, atormentándose con el conocimiento de que Fen estaba tan cerca de ella y tan lejos al mismo tiempo. Se dijo que tal vez fuera cierto lo que él le había dicho acerca de que el sol era un gran afrodisíaco... Pensó convencida que lo mejor era quedarse en la ciudad. Fen le explicó que casi todas las casas de la ciudad, las posadas y las tiendas habían sido edificadas con los beneficios de los mercaderes de telas. Muchas databan del siglo XV, cuando el comercio de la lana vivió su momento de apogeo. Sin embargo, Robbie se sorprendió cuando Fen se dirigió primero a la iglesia del lugar. Ella no había sospechado que él fuera un hombre religioso. -No, no soy religioso -declaró cuando ella se lo preguntó-. Lo que me gusta es el aspecto histórico, arlístico. En esta región hay iglesias pequeñas y sencillamente decoradas que me parecen muy hermosas, las más importantes de los mercaderes de la lana; hay iglesias hermosas, excéntricas, feas... ¿A ti te gusta ir a la iglesia? -le preguntó a su vez. -Me temo que sólo voy en raras ocasiones, en Navidad y en Pascua. Pero me gustaría casarme en una iglesia. Robbie hizo ese comentario porque el interior de la iglesia en la que habían entrado estaba adornada con las flores de una boda reciente. Había margaritas, lilas y flores silvestres de todos los colores. Fen también sonrió al ver esa escena. -Me imagino que tu novio piensa lo mismo que tú. Robbie sintió cierto alivio cuando se dio cuenta de que Fen había relacionado su anterior observación con Hugh. En realidad la joven estaba pensando en su sueño, en el que Fen aparecía como su futuro esposo, ante el altar de una iglesia. Pero no quiso empezar a hablar de Hugh en ese momento. Cambió de tema e hizo una observación acerca de las viejas puertas de madera y de las coloridas vidrieras. -Mira, aquí hay unas flores -comentó. Fen se acercó más y tomó a Robbie del hombro, con naturalidad. Ella tuvo que hacer un esfuerzo para no temblar y concentrarse en las explicaciones de Fen. -Allí está la orquídea fantasma -señaló una sección de la vidriera-. Vaya, en aquella época ya había esas flores por aquí... Robbie apenas podía respirar y tuvo que tragar saliva para poder contestar: -Me pregunto si el señor Taylor conocerá la existencia de esta vidriera -no supo si sentir alivio o decepción cuando Fen la soltó para observar otros vitrales. Esa tarde, fueron a la plaza de la ciudad y admiraron varios edificios del siglo XVIII. Robbie disfrutó de cada sensación, de cada minuto, de cada palabra. Estaba alimentándose de recuerdos, pues sabía que eso sería lo único que le quedaría cuando ella y Fen inevitablemente se separaran. La culminación de la tarde llegó cuando Fen le sugirió que fueran a tomar el té a un café muy acogedor y pintoresco. Pudieron sentarse junto a la ventana y tener un

poco más de intimidad, pues el local estaba lleno. -Este día ha sido muy agradable -comentó Robbie. -¿Aunque no haya empezado bien porque te golpeaste en la cabeza? -Sí. No creas que me disgusta la vida en el barco, me encanta, pero me gusta eso de detenernos en algún lugar y visitarlo. Claro que eso no puedes hacerlo con mucha frecuencia. Necesitas tener mucho dinero para poder vivir de ese modo. -¿Te gustaría ser rica? -inquirió mirándola con mucho detenimiento. -Sí, pero no por el hecho de tener mucho dinero -contestó con sinceridad-. Me gustaría ser rica para tener un hermoso hogar, y para que mi madre y mis hermanos pudieran vivir con mayor comodidad y tranquilidad. -¿En una casita de campo, con rosas en la entrada? -sugirió a modo de broma, pero Robbie asintió con seriedad. -Sí, eso le encantaría a mi madre. —Si decides quedarte a vivir en esta parte del país, tal vez tu madre consideraría la posibilidad de trasladarse aquí también... Ah, pero me olvidaba de que tienes que volver para casarte. -Esto... sí... supongo que sí. -No pareces muy segura de ello -la miró intensamente y de nuevo Robbie maldijo el hecho de tener que mentirle a Fen. -Nadie puede prever lo que el futuro le va a deparar -comentó con naturalidad-. Además, todavía no podemos permitirnos el lujo de casarnos. Hugh tampoco tiene mucho dinero. -Entonces, ¿jamás considerarías la posibilidad de casarte por interés económico? ¿Ni siquiera para proporcionarle a tu madre una vida mejor? -¡Claro que no! -se indignó-. Estoy segura de que mi madre también estaría de acuerdo conmigo... el amor es más importante que el dinero. -Hay algunas mujeres que no estarían de acuerdo contigo -comentó Fen con seguridad. Robbie decidió que él debía de conocer a chicas muy poco generosas. Se preguntó cuál sería el punto de vista de Petula con respecto al dinero. -Bueno, pues me dan lástima. El dinero en sí no es una garantía de felicidad. -Es cierto, pero algunas personas piensan que les ayuda a sobrellevar la desgracia. -Pareces... muy desilusionado -Robbie lo miró a los ojos. -No con respecto a todo el mundo... sólo con respecto a unas cuantas personas. -¿Mujeres? -sugirió. -Sí, mujeres. -Pero no incluyes a Petula... -Es extraño lo mucho que hablamos de ella -sonrió Fen-. No, a Petula no. Creo que ella te gustaría, Robbie. Ella estaba segura de que no sería así. Al fin, esa hermosa tarde finalizó y Robbie se entristeció cuando Fen le comentó que ya era hora de que regresaran al barco.

Conforme se acercaban a La gitana del mar, dejaron de charlar. A Robbie le asaltó un nerviosismo creciente. Pensó que no necesitaba la luz del sol para estimular su amor por Fen... y que al cabo de poco tiempo volverían a estar en la intimidad del barco. Miró de reojo a Fen. ¿Acaso él también recordaba lo sucedido la noche anterior? Se dijo que era poco probable, ya que Fen creía que Robbie estaba comprometida con Hugh y él ya tenía a Petula. De nuevo, maldijo en silencio a aquella mujer. -Sabes, no tienes por qué preocuparte -Fen se detuvo de pronto. -¿Acerca de qué? -Acerca de esta noche. -¿Por qué? -el corazón le dio un vuelco-. ¿Qué va a suceder esta noche? -Nada... precisamente -se tensó-. Eso es lo que trato de decirte. No sé por qué me comporté como lo hice anoche, pero eso no volverá a repetirse. Nunca. -Ah -de repente se sintió muy deprimida. Cuando llegaron a la embarcación, ya estaba oscureciendo. -Creo que iré a acostarme temprano -comentó Robbie. No podía estar a solas con Fen, pues temía revelarle sus sentimientos. -Todavía no son las ocho de la noche -comentó sorprendido. -Ha sido... un día muy largo. -¿Te duele la cabeza otra vez? -se acercó un poco y Robbie se apartó. -No, claro que no. -¿No quieres cenar algo antes de acostarte? -Esto... no. He tenido suficiente con el té y los pastelillos de la tarde. -Hace tres horas de eso. Bueno, como quieras -se encogió de hombros-. Pero yo sí me prepararé algo. ¿Por qué le había dicho que no tenía hambre?, se preguntó Robbie. La pesada cortina que separaba su cabina de la cocina no había impedido que la chica percibiera el aroma de la cena favorita de Fen: huevos fritos con jamón. Robbie se desvistió. Esa noche hacía menos calor y ella ya no se atrevía a dormir sólo con su ropa íntima, así que sacó un camisón corto que sus hermanos le habían regalado antes de que ella partiera hacia Lit-tle Kirkton. Pensó con afecto en sus hermanos y en el hecho de que ellos debieron de haber ahorrado cada céntimo del poco dinero que recibían. Deseó hacer más cosas por ellos y por su madre... Hacía años que soñaba con hacerse rica y proporcionarle más comodidades a su madre. Pero sabía que ese era un sueño imposible. Su madre se escandalizó el día que Robbie abrió el paquete y sacó el camisón. -¡Chicos! -había exclamado indignada-. ¿Dónde habéis comprado eso? No es decente. Robbie no puede ponérselo. -Claro que sí -había insistido la joven pues no quería herir los sentimientos de sus hermanos, quienes habían escogido el camisón con toda inocencia—. Nadie va a verlo, sólo yo. Y me encanta -aseguró-. Es... diferente. Robbie se puso a leer un rato mientras Fen cenaba, al otro lado de la cortina.

Pero siguió pensando en comida cuando ya no oyó ningún ruido. Yació en la cama y trató de conciliar el sueño, pero le resultó imposible. Resignada, se levantó. Se dijo que Fen ya debía de estar dormido, de modo que no podía prepararse unos huevos con jamón, pero al menos comería un bocadillo. Sin hacer ruido entró en la cocina. La cabina principal estaba a oscuras y en silencio. Robbie encendió su linterna y se preparó dos bocadillos. Satisfecha porque Fen no se había despertado, se dispuso a regresar a su cabina. De pronto, la luz de la cocina se encendió. Robbie se volvió con tal brusquedad que se le cayeron los bocadillos al suelo. Con los brazos cruzados, Fen se hallaba apoyado contra el marco de la puerta, observándola. Miraba a Robbie con una extraña expresión en los ojos que la turbó mucho. Fen sólo iba vestido con unos pantalones cortos y la chica trató de no mirarle el pecho y las fuertes piernas. El pesado silencio la tensaba mucho; recuperó su comida y puso el plato en el mostrador. -Perdóname, ¿te he despertado? Traté de no hacer ruido. -No estaba dormido. De modo que sufres de hambre nocturna, ¿eh? Su comentario, que era inocente, parecía estar cargado de un significado mucho más sensual. Robbie se sonrojó. -Yo... después de todo, sentí apetito -confesó. Fen no pareció oírla y comentó con voz ronca: -Vaya, tu camisón es muy atractivo. Sin duda es un regalo de tu novio, aunque él no está aquí para verlo -hizo una pausa, pero ella guardó silencio pues no sabía qué decir; entonces Fen añadió-: Me pregunto porqué te lo pusiste. ¿Acaso él ya te lo ha visto puesto? Por primera vez, Robbie deseó que sus hermanos no le hubieran hecho ese regalo. La prenda le llegaba hasta la mitad de los muslos. Era de un tono rosa pálido; y tenía impresas dos manos colocadas estratégicamente, de modo que cada una cubría un seno. Debajo del dibujo, podía leerse: Trátelo con cuidado. -Tal vez esto sea una invitación -musitó Fen acercándose-. Tal vez esto sea como el zapato de cristal de Cenicienta... Robbie retrocedió, pero chocó contra el mostrador. —¿Qué quieres decir con eso? -Pues que el hombre cuyas manos encajen en el dibujo... -No -exclamó la chica-. No, Fen, aléjate de mí. Recuerda que prometiste... -Yo no pensaba encontrarme con semejante provocación -murmuró con voz ronca-. Tienes ese defecto de... Me pregunto si lo haces sin querer o... -No -se cruzó de brazos, ocultando el diseño de la tela-. No, no es deliberado. ¿Por qué habría yo de...? Además, y tú siempre te encargas de recordármelo, tengo a Hugh. Y tú tienes a Petula... -Hay algunas mujeres -comentó Fen con una amargura que extrañó a Robbie-... que no se oponen a tener más de un hombre. -Bueno, pues yo no soy una de ellas -sus ojos relampaguearon-. Si esa es la clase

de mujer con la que te relacionas, me temo que has sido muy desafortunado. Y tampoco tengo la culpa de que no poseas la fuerza de voluntad suficiente como para cumplir tu palabra. Robbie vio que un brillo intenso relampagueaba en sus ojos. Una emoción primitiva... tal vez ira... Robbie no estaba segura, pues fue algo pasajero. -Querida Robbie, estás exagerando -murmuró divertido-. Es cierto que eres una mujer provocativa y te creo, ya que afirmas que no lo haces a propósito. Pero soy muy capaz de resistirme a tus encantos. Y nunca rompo mis promesas. Por eso, a pesar de tus desafortunadas tendencias de crear un caos en mi vida, sigues a bordo de La gitana del mar. -Entonces, ¿por qué has dicho todo eso? -inquirió exasperada. -Lo he hecho para demostrarte, en caso de que existiera la menor duda, que nuestra situación actual es muy poco recomendable. Cualquier otro hombre con menos decencia... -Ah, bueno -se burló-, si sólo haces esto para demostrarme lo considerado que eres... Se dio cuenta de que lo había provocado una vez más con ese comentario. Sin embargo, al pasar junto a él para dirigirse a su camarote, se dijo que la furia era sin duda un sentimiento más seguro. -¿Siempre tienes que decir la última palabra? -inquirió molesto Fen. Robbie se quedó asombrada al darse cuenta de que ese nunca había sido su propósito... hasta que conoció a Fen Marshall. -Sacas a relucir lo peor que hay en mí -masculló. -Bueno, sólo recuerda -repuso Fen, dando media vuelta-, que ese es el efecto que tú ejerces en mí.

Capítulo 6 Que había querido decir Fen con ese comentario. Robbie se quedó despierta pensando en eso. Deseaba creer que Fen había querido decirle que, muy a pesar de sí mismo, se sentía atraído por ella. Pero Robbie sabía que Fen se había referido a que lo exasperaba y que le costaba trabajo tratarla con amabilidad... -Dime algo -le pidió Fen a la mañana siguiente, cuando zarparon-. Hace una semana que estás aquí y no has ido al correo ni al teléfono público. ¿No tienes que

llamar a tu novio para darle noticias? ¿Ni a tu madre? -El día que fui a comprarme los deportivos, cuando fuiste a ver al señor Taylor, le envié una postal a mi madre. -¡Claro! Se me olvidó. ¿Y por qué no le escribiste a tu novio? Robbie se irritó al ver que de pronto Fen parecía preocuparse mucho por Hugh. —Bueno, él sabe que lo llamaré en cuanto pueda. -¿Le enviaste un mensaje por medio de tu madre? -Sí -asintió. Pensó que se había visto obligada a mentir de nuevo... y todo por la paranoia de Fen. -Si quieres enviar alguna carta... tengo que ir a la próxima ciudad. Estaremos allí un par de días. Se me están terminando algunos colores y tengo que comprar más carretes fotográficos. Ayer, me olvidé de ello por completo. «Y seguramente me culpa a mí por ese olvido», se dijo enfurruñada, pero Fen no parecía estar molesto con ella. —Escribiré algo, pero yo misma puedo enviar las cartas por correo. -Me temo que no podremos bajar los dos del barco, cuando lleguemos a la ciudad. El muelle está demasiado cerca del centro urbano. Alguien tendrá que quedarse a bordo por razones de seguridad. «Y ahora, líbrate de este lío», se dijo Robbie. Estaba cansada y tensa, pues la noche anterior no había podido dormir bien y Fen la había despertado esa mañana a las cinco y media. Ni siquiera el hermoso paisaje pudo ponerla de buen humor. El hecho de que Fen no correspondiera a su amor la entristecía mucho. Decidió que lo mejor era mantenerse alejada de él, pues temía revelar sus propios sentimientos. -Creo que iré a caminar un poco -le dijo Fen. Acababan de pasar por una esclusa y esa vez Robbie fue quien tuvo que bajar a tierra firme. Frente a ella, el canal giraba a la izquierda, pero después de unos metros, el camino de sirga se interrumpía. Había sido borrado por el río. -No importa -dijo Fen al darse cuenta de ello casi de inmediato-. Pronto nos detendremos e iremos a tierra firme. -Ah -exclamó deprimida-. Dijiste que pasarían dos días antes de... -Vamos a caminar -la interrumpió-. Dijiste que te gustaría recorrer el camino de los Catswolds. Creo que te sentaría bien un poco de ejercicio. No sé qué te pasa, pero te has portado como una leona enjaulada durante toda la mañana. Nos llevaremos algunos bocadillos en caso de que no encontremos un lugar para comer. -Creí que tenías muchas prisa... -Es cierto. Pero puedo incluir el paseo en mi itinerario. Puedo combinar la caminata con algo de trabajo. -Por favor, no cambies de planes por mí -se tensó. -No lo hago -replicó con tono cortante-. Mis razones son puramente egoístas. Una vez que Fen le había hecho esa sugerencia, Robbie se entusiasmó por la excursión. Preparó unos bocadillos con rapidez y se puso ropa adecuada para caminar.

No tardaron en llegar al punto del que partirían. -Espero que te guste caminar -comentó Fen al anclar el bote-. A mí me gusta hacerlo rápido. -Ya lo he notado -repuso secamente. -Por estas tierras pastaban antes las ovejas -le explicó Fen cuando el sendero se volvió escarpado. Unas cuantas ovejas todavía pastaban por allí. Aparte del césped había mucho tomillo y a Robbie le sorprendió ver que los animales se lo comían. -Es el tomillo que le da buen sabor a la carne -explicó Fen-. Debes probarlo alguna vez. En la cima de la colina había un bosque. A Robbie le agradó caminar a la sombra. Era mediodía y hacía mucho calor. -Esto les encantaría a mis hermanos -comentó—. Sería más saludable para ellos que las calles de la ciudad en la que viven... Ay, ¿son fresas de verdad? ¿Fresas silvestres? -se arrodilló y empezó a mordisquear una frutilla. Fen se unió a ella. —Tus labios son más rojos ahora -murmuró y se le acercó más-. No te maquillas mucho, ¿verdad? Eso me gusta. No me gusta que el rostro de una mujer tenga apariencia artificial. Robbie, que tenía las mejillas rosadas por el calor y el ejercicio, se ruborizó aún más y, antes de que pudiera reaccionar, Fen se inclinó hacia ella y le rozó los labios con los suyos dulcemente. Fue un beso tan suave que Robbie creyó que había sido producto de su imaginación. -Besos de fresa -musitó él-. Deliciosos -de pronto, se irguió-. Ven, todavía tenemos que recorrer varios kilómetros. Robbie lo siguió turbada, colina arriba. ¡Ese beso! Si tan sólo Fen hubiera insistido, si tan sólo hubiera sido sincero... Pero Robbie sabía que Fen sólo había obedecido a un impulso. En ese momento ya no podría volver a comer fresas sin evocar ese beso... El camino hacia la cima era muy empinado. Pero incluso cargado con la mochila de la comida, la cámara y sus utensilios para pintar, Een no parecía cansado. Caminaba con rapidez, como si un demonio lo persiguiera. Robbie se esforzó por no alejarse demasiado de él; de cualquier modo, el ejercicio la estaba tranquilizando un poco. Al fin llegaron a la cima desde donde se divisaban profundos valles a cada lado de la colina. Siguieron caminando y después de un rato Fen se detuvo y anunció que era hora de comer. Eso alegró a Robbie, que no se había atrevido a confesar que tenía apetito y que estaba cansada. -La comida siempre sabe bien al aire libre -comentó la chica con entusiasmo. Se tumbó sobre la hierba y aspiró el aroma del tomillo. Ese sería otro recuerdo que siempre atesoraría... Se preguntó si alguna vez tendría recuerdos que no estuvieran relacionados con Fen. -Esto sí que es vida -murmuró y cerró los ojos, relajándose. -La vida al aire libre parece sentarte muy bien -comentó Fen.

Robbie abrió los ojos por un momento. Lo vio tumbado de lado, apoyado en un codo, mirándola. Llevaba la camisa entreabierta y revelaba su fuerte pecho, el vello oscuro... Robbie tuvo que contener el impulso de acariciarlo... En esa postura, relajado, Fen parecía un hombre más tierno y amable. No había en su expresión rastros de la irritabilidad con la que a veces trataba a Robbie. ¿Acaso eran imaginaciones suyas o Fen se había acercado más a ella? Robbie cerró los ojos con rapidez, pero todos sus sentidos estaban alerta. Su cuerpo palpitaba como si apenas en ese momento despertara a la vida. El ambiente estaba cargado de una tensión expectante... «Bésame, bésame», le pidió en silencio. «Sólo por un momento, haz que este sea el día más maravilloso de mi vida. Únicamente es necesario que me beses, pues todo lo demás es perfecto: el cielo, las colinas, el sol, los sonidos y los aromas de la naturaleza... Ay, Fen, por favor, bésame...». Estaba temblando y se preguntó si él se daría cuenta de su agitación. Jadeó un poco cuando un ansia interna la invadió. ¿Por qué no la besaba? Él tenía que percibir su ansiedad... Robbie abrió los ojos. Fen no se había movido de su sitio. La joven encontró el valor suficiente para sostenerle la mirada, como si de esa forma pudiera hipnotizarlo. Entreabrió los labios y se los humedeció con la punta de la lengua. Fen no se movió; parecía petrificado. Robbie lo vio tragar saliva y apretar la mandíbula. -¿Nunca te han dicho...? -carraspeó para poder seguir hablando-. ¿Nunca te han dicho que te pareces mucho a las mujeres de los cuadros de los pintores prerafaelistas? Robbie asintió en silencio. Sabía que no debía hablar para no romper el hechizo. -Mujeres apasionadas, voluptuosas. El ideal de la femineidad -alargó la mano y tomó un mechón de cabello entre los dedos-. «Te puede atraer hacia ella con un solo cabello» -susurró. -¿Qué es eso? -musitó Robbie. -Un poema de Dryden -explicó-. Si yo fuera poeta... -dijo, mientras seguía contemplando el sedoso mechón. Robbie quiso preguntarle si su cabello le parecía digno de ser mencionado en un poema, pero había algo que deseaba más. Se movió un poco para descansar sobre un costado y acercarse a él. Sabía que sus emociones eran tan fuertes que por fuerza debían reflejarse en su mirada. Fen la miró a los ojos y le acarició la mandíbula. Y el deseo de Robbie le fue concedido cuando él inclinó la cabeza hacia ella. La joven profirió un gemido de felicidad cuando sus cuerpos se tocaron. Fen la besó con fiereza mientras la acariciaba con pasión. Robbie podía sentir cada músculo de Fen. La fuerza de su tórax, la dureza plana de su estómago y... un delicioso bulto palpitante que le hizo saber que la deseaba. Se movió contra Fen gimiendo de expectación, demostrándole que estaba ansiosa y dispuesta. Se olvidó de la dureza del incómodo suelo al deslizar las manos debajo de

su camisa. Al tocar la piel de Fen se estremeció de emoción. Nunca había experimentado tanto placer en su vida... Su ardiente respuesta hizo que Fen perdiera el aliento. El beso se profundizó, se tornó más exigente. Él le deslizó las manos bajo la camiseta y le acarició los senos, por debajo del sostén, hasta que los pezones se le endurecieron... Alzó la cabeza y miró fijamente a Robbie, haciéndole una silenciosa pregunta. La chica supo de qué se trataba y lo miró con deseo, y no con miedo. No quería negarle nada a ese hombre. Fen le bajó la cremallera de los vaqueros y se apartó un poco para poder acariciarla y excitarla hasta que la chica empezó a temblar. A Robbie la embargaba un ansia que la hacía derretirse; entonces Fen empezó a jadear y hundió la cabeza entre sus senos. -Fen, ay, Fen... —le murmuró al oído. Apresurada, empezó a desabrocharle el cinturón, queriendo darle el mismo placer que él la estaba haciendo experimentar. -No, Robbie -susurró sobre sus labios y ella protestó—. Ten paciencia. No puedo hacerte el amor como quiero, aquí... Este lugar no es íntimo, cualquiera puede pasar por aquí. Vamos a buscar un sitio más apartado. La ayudó a ponerse de pie y contempló su cabello despeinado y sus ojos brillantes antes de abrazarla con fuerza. Robbie supo entonces que el deseo de Fen no había disminuido. Él recogió la mochila, tomó la mano a Robbie y caminaron en silencio. Ella sólo estaba concentrada en que debían encontrar un lugar donde pudieran amarse, donde pudiera entregarse a Fen y disfrutar de las delicias que sabía que él le brindaría. Fen se apartó del sendero y se dirigió hacia un bosque de abetos, abriéndose paso entre el espeso follaje. Todo estaba silencioso y ni siquiera la sombra lograba disminuir el calor de ese día. Podía escucharse el canto de algunos grillos y de algún ave en la lejanía. Robbie comprendió que para ella el verano siempre significaría Fen. En ese momento él se volvió para mirarla con pasión. Robbie comprendió que los minutos transcurridos no habían extinguido su ardor. Fen le tendió las manos y Robbie se las tomó, dejando que él la acercara hacia sí y volviera a besarla. Sintió que todo le daba vueltas y se arqueó contra él. Suave y lentamente, Fen la hizo acostarse a su lado en una especie de nido de césped fragante. Se desvistieron en silencio. Sus movimientos eran sensuales pues tenían prisa, una vez que habían encontrado el sitio adecuado. Fen volvió a besarla y Robbie empezó a temblar otra vez; hundió los dedos en el espeso y negro cabello de su compañero y le devolvió el beso con ansia. Él empezó a explorar el cuerpo de la joven de un modo atormentadoramente placentero. Robbie no podía creer que estuviera sintiendo tal deleite... Fen la abrazó con fuerza. Profundizando el beso empezó a jadear y de pronto rodó encima de Robbie; los dos se acariciaron con pasión. Robbie ya no podía pensar en nada que no fuera el ansia creciente que la invadía. —Ay, Fen, por favor... —le suplicó que la poseyera y le acarició la espalda,

sintiendo cómo sus músculos se tensaban a modo de respuesta. El susurró algo pero a Robbie sólo le importó su tono de voz, ronco y apasionado. Sus cuerpos se fusionaron. Una vez que todo aquello ya estaba sucediendo, a Robbie le pareció como si todo hubiera sido inevitable desde el principio. Fen gimió con fuerza al poseer a la chica. Un increíble remolino de sensaciones hizo presa en Robbie, que jadeó de placer invadida por la agonía de la pasión. La liberación fue como ahogarse en una profunda sensualidad, casi como una sensación de desfallecimiento. Cerró los ojos y vio un torbellino de colores mientras escuchaba a Fen gruñir de deleite. Yacieron abrazados, sin fuerza, maravillados por la intensidad de su experiencia. Robbie empezaba a dormirse, fascinada por lo sucedido... -Dios mío... La chica alzó la cabeza para mirar a Fen, que se había alejado de ella y en ese momento se ponía la ropa con mucha rapidez y nerviosismo. Estaba tenso, sombrío. -¿Fen? ¿Qué te pasa? -se sentó. -¿No te das cuenta'/ -inquirió incrédulo y la miró con frialdad. Robbie negó con la cabeza-. Debí estar loco -masculló enfadado. -Pues muchas gracias -repuso Robbie con acritud. Si eso era lo único que se le ocurría decir a Fen acerca de algo que para ella había sido la experiencia más trascendental de su vida... -Después de todo lo que te dije... ¿por qué dejaste que hiciera eso? -se molestó. -No soy tu conciencia -espetó la joven. La invadía una mezcla de furia y náusea. Creyó que, después de hacer el amor, su relación tomaría un rumbo nuevo, que todo empezaría de nuevo entre ella y Fen... -¿Y tú no tienes conciencia por lo que se refiere a tu novio? -¿Tanta conciencia como tú con respecto a Petula? -inquirió decidida a no dejar que él la hiciera sentirse culpable. -¡Vístete! -la miró con furia-. Ya te dije que sacas a relucir lo peor que hay en mí. Creí que si salíamos un rato del barco... Robbie se vistió con precipitación. ¿Cómo se atrevía Fen a culparla de lo sucedido? La culpa también era de él, que en ese momento ya se alejaba como si ansiara marcharse para siempre de ese lugar. Robbie miró a su alrededor con angustia, memori-zando los detalles de ese bosque. Pensó que sus recuerdos siempre serían felices, que la esperaba un futuro esplendoroso... pero en ese momento formaría parte de una serie de lamentos. -¿Por qué vamos por aquí? -preguntó Robbie cuando lo vio tomar el sendero de regreso. -Vamos a volver al barco -respondió en tono cortante-. Y regresaremos de inmediato. -¿A Little Kirkton? Pero, ¿qué pasará con tu trabajo de...? -¿Cuánto he podido trabajar hasta ahora? -se volvió para observaría con furia—. Casi nada. Yo sabía que era un error dejar que te quedaras en el yate. Bueno, pues

ahora tendrás el yate para ti sola. Yo me las arreglaré de otra manera. -¿Cuánto tiempo tardaremos en regresar a Little Kirkton? -inquirió Robbie cuando llegaron al muelle. No sabía si lo mejor era desear que el tiempo pasara volando o si debía atesorar cada minuto que pasara en compañía de ese hombre. Parecía que él ya no quería estar más tiempo con ella... -Varios días -masculló tenso-. Recuerda que tenemos que pasar por todas esas malditas esclusas. Qué lástima que no puedas volver sola; el viaje es pesado para una mujer. Y si no fueras una mujer, nada de esto habría ocurrido -añadió sombrío. -¿Por qué siempre, según tu opinión, la mujer es la culpable? -inquirió con ira—. Me parece que tuviste una desafortunada relación amorosa que te hace prejuzgar -añadió con mucha intuición-. Pero no es justo que pienses que todas las mujeres están cortadas por el mismo patrón. Fen esperó a adelantar a otro barco para contestar: -No suelo generalizar con respecto a las mujeres, pero tu conducta no me ha convencido de que tú seas distinta. -¿Mi conducta? ¿Y qué es lo que he hecho? ¿Y distinta de quién? Fen no respondió a sus preguntas, pues sólo le interesaba demostrar que tenía razón. —Cuando te vi por primera vez, por un momento creí que eras Sybil, que había vuelto para hostigarme. -¿Te llevaste una desilusión cuando viste que no era ella? -Claro que no. Pero las similitudes que existen entre tú y Sybil son asombrosas. Cuando te conocí me pregunté si Caroline... Pero, en vista de que ya tenías novio, decidí que mi hermanastra no había estado haciendo las veces de casamentera. Robbie no entendió bien a qué se refería Fen, pero recordó que ella también sospechó que Caro le había tendido una trampa al hacerle creer que compartiría el barco con otra chica. ¿Acaso Caro había intentado que su hermanastro y su mejor amiga tuvieran un idilio? Pero Fen continuó: -Podrías ser la hermana menor de Sybil. Tenéis la misma altura, el mismo tono de cabello y de ojos... La única diferencia es que... -se detuvo para frustración de Robbie-. ¿Te contó Caroline algo de esto? -gruñó. -No. En sus cartas sólo te mencionó un par de veces, cuando tu padre acababa de casarse con su madre. Y se refirió a ti con tu seudónimo. Además, ya sabes que yo esperaba compartir el barco con Fenella. -¡Fenella! -rezongó-. Es mi hermana y la quiero mucho, pero se quedaría horrorizada ante la idea de tener que pasar siquiera un día en un barco tan pequeño como este. A Fenella no le gusta el campo. -¿Y a Sybil sí? -Así es. Cuando la conocí, creí que había encontrado a la mujer ideal. Parecía que éramos afines en todos los sentidos... Robbie suspiró involuntariamente. Pensó que, seguramente, también habían sido afines en el aspecto sexual. Y Fen la estaba comparando en ese plano con Sybil.

-Era una hermosa hija de perra. No, eso es ser injusto con los perros. Era más bien como un felino. Tenía la gracia de un gato, pero también poseía la misma crueldad y desapego. Los perros se relacionan con sus dueños, pero los gatos se van con cualquiera que les dé de comer... En el caso de Sybil, ella se fue con quien más alimentó su vanidad. -Debiste de quererla mucho para haber sufrido tanto... -Eso creía en ese entonces. Estábamos comprometidos e íbamos a casarnos, pero unas semanas antes yo descubrí que Sybil veía a otro hombre. Ella tuvo una infancia llena de carencias. Quizás eso la hizo mostrarse ávida por las cosas que podía comprar el dinero. Yo no soy pobre en absoluto, pero aquel hombre era mucho más rico de lo que Sybil habría imaginado jamás. -Debiste superar esa mala experiencia... con el tiempo -señaló Robbie-. Ahora tienes a Petula. -Claro que la olvidé -comentó sombrío-. Y también aprendí un par de cosas muy importantes. -Todos aprendemos de las experiencias... yo también -Robbie se encogió de hombros-. Pero no me parece justo desquitarse con los demás. A juzgar por la forma en que te portas conmigo, debes de hacer sufrir mucho a Petula. -Por el contrario. De lo único que no dudo es del amor y de la fidelidad de Petula -sonrió-. Petula y Sybil se odian. Robbie sacudió la cabeza asombrada, incrédula. Cuanto más veía las fotos de la novia de Fen, menos le agradaba aquella chica. Claro que el amor era ciego, y era obvio que Fen estaba cegado por lo que sentía... y quizá también por su deseo físico. Robbie ya sabía que ese deseo era muy poderoso en Fen, que a pesar de sí mismo, acababa de hacerle el amor. De pronto, a Robbie se le ocurrió algo. —Si conoces bien a Petula, entonces no eres justo con ella. No le fuiste fiel hoy... a menos que pienses que los hombres pueden tener una moral distinta a las de las mujeres... y te advierto que no podrás culparme de lo sucedido. -Para tu información, no creo en una doble moral, ni para los hombres ni para las mujeres. Sin embargo, parece que tú sí puedes portarte mal, pues estás comprometida con Hugh. Robbie se dispuso a decirle que ella no le había sido infiel a Hugh ya que, por lo que a ella se refería, él había dejado de existir. Pero luego decidió que no lo haría, pues con ello no conseguiría cambiar la situación. -No merece la pena seguir hablando de esto -susurró-. Creo que será mejor que los dos olvidemos lo sucedido. -¿No le dirás nada a Hugh? -No. ¿Tú se lo confesarás a Petula? -Sí, creo que sí -sonrió un poco divertido-. Es mi principal amiga y confidente. Robbie pensó que Petula también debía de ser una mujer muy tolerante y comprensiva. Pensó que debía de ser maravilloso tener una relación en la cual las dos

personas se lo contaran todo. Si tan sólo Fen pudiera ser su amigo y amante... Llovía cuando anclaron el barco para pasar la noche. Robbie empezó a preparar la cena mientras Fen terminaba de asegurar las amarras. -Creo que el buen tiempo ya ha terminado -comentó al bajar a la cabina-. Hace bastante frío y creo que seguirá lloviendo. Qué bien que regresamos a casa... No hay nada peor que estar encerrado en un sitio pequeño debido al mal tiempo. «A menos que una esté enamorada de la persona que comparte ese encierro», pensó Robbie. Se imaginó lo encantador que habría sido ver llover mientras ellos no tenían nada que hacer excepto proporcionarse un mutuo deleite. Robbie sirvió la cena, pero no tenía apetito. Las estrechas mesas del bote resultaron una tortura cuando la chica sintió que Fen le rozaba las rodillas de manera accidental. La conversación fue tensa. Fen parecía ensimismado en sus pensamientos, los cuales seguramente no eran nada agradables, según suponía Robbie. La joven se alegró cuando terminaron de cenar y pudo irse a la cocina a lavar los platos. Pero, ¿cómo lograría pasar el resto de la noche? -Supongo que quieres que desaparezca, que me retire a mi propia cabina -comentó. Fen la miró en silencio durante un momento. -No, me parece exagerado que te recluyas en tu cabina, sobre todo ahora que es tan temprano. Mira, los dos somos adultos. No volveremos a cometer los mismos errores. ¿Quieres jugar a las cartas? Es una ocupación inofensiva que mantiene ocupada la mente... y las manos. Robbie se alegró un poco. Por lo visto Fen ya no estaba enfadado. -Me encanta jugar a las cartas. Era algo que hacíamos con frecuencia en casa -sonrió con calidez. Poco a poco se relajaron y lograron disfrutar del entretenimiento, haciendo bromas y jugadas divertidas. La velada transcurrió con rapidez. -Bueno, será mejor que me vaya a dormir -declaró Robbie de pronto—. Y gracias. -¿Por qué? -se sorprendió Fen. -Por esta noche. Pudiste hacerme pasar un mal rato, pero no fue así. -Robbie... -se puso de pie; parecía inquieto-. No quiero ponerte las cosas difíciles. Lo que pasó hoy fue un accidente desafortunado. Yo no tenía la intención... Soy humano y tú... eres una mujer joven, extremadamente hermosa y deseable. En otras circunstancias... -se interrumpió mientras Robbie esperaba en silencio y con el corazón acelerado—. Pero las cosas son como son. Y yo espero que ambos seamos lo bastante maduros como para tratarnos con amabilidad durante el resto del trayecto. «Amabilidad...», Robbie pensó que eso era algo bastante frío. Ya se estaba acostumbrando a no poder conciliar el sueño. Esa noche pensó en varias dudas que la atormentaban. ¿En qué difería ella de Sybil? ¿En un sentido bueno o malo? ¿Y a qué circunstancias se había referido Fen cuando le dijo que las cosas habrían podido ser distintas? ¿Acaso lamentaba que ninguno de los dos fuera libre para poder disfrutar de esa forma de su mutua atracción? Esos problemas y el hecho de estar encerrada en su cabina, con tan poca

ventilación, le provocaron una fuerte jaqueca. De haber estado en su casa, habría salido a dar un paseo. Le pareció irresistible la idea de salir de su camarote. El pequeño espacio le provocaba claustrofobia. Tenía que salir, pero recordó que la vez anterior Fen la había sorprendido. Se sentó y encendió su linterna. Contempló la ventana de la cabina. No era grande, pero tal vez podría salir por allí. Ya no llovía y la luna iluminaba el paisaje. Merecía la pena intentarlo... Se puso unos vaqueros y una camiseta, abrió la ventana al máximo y logró sacar la cabeza y los hombros. Sin embargo, a pesar de su precaución, sus movimientos hicieron que el barco se meciera. No obstante, Fen no parecía darse por enterado. Al fin, Robbie consiguió salir y se aferró a un lado del bote. Desde allí podría saltar los cincuenta centímetros que la separaban de la ribera. Se dispuso a saltar y midió la distancia. -Oye, ¿qué demonios...? A punto de dar el salto, Robbie perdió la concentración y cayó en las turbias aguas del canal. Aunque sabía nadar, nunca le había gustado ese deporte. Además, nunca había tenido que nadar en esas condiciones, con la ropa puesta. Tragó agua y se hundió. Fue consciente de que algo saltaba al agua y tuvo la visión de una rata acuática. Golpeó en el agua con una mano y de pronto sintió que alguien la agarraba con fuerza. Trató de hablar, pero en vez de eso tragó agua otra vez. -¡Cállate y quédate quieta! -le advirtió una voz familiar-. Por el amor de Dios, no te resistas. Robbie se desmayó. Cuando recobró el conocimiento se dio cuenta de que estaba acostada boca abajo y de que Fen le estaba aplicando una técnica brusca, pero efectiva, de reanimación. -Fen... -empezó a toser y él la ayudó a levantarse. -¿A qué demonios estabas jugando? -inquirió furioso. La llevó a su cabina y, a pesar de las débiles protestas de la joven, empezó a desvestirla-. Podías haberte ahogado. -Yo... quería dar un paseo en tierra firme -los dientes le castañeteaban al hablar. Fen la envolvió en una toalla grande y empezó a secarla con fuerza. Después de unos segundos, la sensación fue placentera, sobre todo cuando Fen empezó a frotarle las piernas y a secarle los muslos. Cuando la sensación fue demasiado agradable, Robbie trató de apartarse. -¡Quédate quieta! -le ordenó-. ¿Por qué no saliste por la cabina principal? -No quería molestarte. -Pues yo no estaba dormido. Ni siquiera estaba en la cama. Y tu conducta insensata me está provocando muchos problemas. Por fortuna, yo estaba en la ribera... -Eso no fue algo afortunado -protestó temblando-. De no haber sido porque me gritaste, yo jamás habría caído al agua. —No estoy seguro de eso —Fen se detuvo y, sin pensarlo se quitó la ropa mojada

y maloliente. Robbie bajó la vista con rapidez. —Yo... regresaré a mi cama -masculló Robbie. -Claro que no -se ciñó una toalla alrededor de las caderas-. Te quedarás aquí hasta que yo te haya preparado una bebida caliente. Está haciendo mucho frío y sólo Dios sabe qué gérmenes habrás ingerido del agua del canal -la hizo acostarse en su cama y la cubrió con la manta. Tomó otra toalla y empezó a secarse el cabello. -Por favor -susurró la joven-, déjame... -Quédate bien arropada y no te muevas. Yo me haré cargo de esto. Y va a tomar mucho tiempo... Tu cabello es largo y espeso... y muy hermoso -musitó. Robbie pensó que era algo muy sensual que Fen le secara el cabello. El se encontraba de pie junto a la cama y tenía las caderas muy cerca de la cara de Robbie. Un letargo indescriptible, nacido del susto y del deseo, la hizo querer apoyar la cabeza contra Fen, acercar la boca a esa parte de su cuerpo que, con anterioridad, le había hecho experimentar un éxtasis sublime. Se estremeció y Fen maldijo: -Maldita sea, tal vez pesques un resfriado. Y no tenemos bolsas de agua caliente ni más mantas en el barco. Iré a prepararte algo de beber. Le dio leche caliente con whisky y Robbie hizo una mueca al olerlo. -jBébelo! -le ordenó Fen-, y tómate esto -le dio dos aspirinas-. ¿Te sientes mejor? -Sí, ya no tengo tanto frío -mintió y Fen se dio cuenta de ello. -Házte a un lado -le pidió él y cuando ella lo miró sin entender, Fen se molestó-. Tengo que hacerte entrar en calor de alguna manera y lo único que se me ocurre, en estas condiciones, es transmitirte el calor de mi cuerpo. Dame la espalda. Al sentir que se tumbaba a su lado, Robbie se apartó. -No, Fen, yo... -¡Quédate quieta, maldita sea! No voy a atacar tu virtud... al menos no por esta vez -añadió sombrío. Fen apagó la luz y Robbie sintió que la rodeaba con un brazo para atraerla con firmeza hacia sí. -Ahora, trata de dormir -dijo él.

Capítulo 7 Trata de dormir», se repitió Robbie, con ganas de echarse a reír. ¿Cómo esperaba Fen que con-ciliara el sueño, cuando la embargaba una necesidad y un deseo tan intensos por estar tan cerca de él? Cada vez que Robbie se había imaginado que Fen y ella compartían una cama, la chica se había estremecido de deleite. Y en ese momento, aquello era una realidad. Se

movió inquieta. -No te muevas -gruñó él y su cálido aliento fue como una caricia para la joven, -No puedo -jadeó-. Yo... no estoy acostumbrada a dormir con otra persona. -¿Esto te turba? -susurró con voz ronca. -Ya sabes que sí -musitó y sintió que Fen empezaba a excitarse de manera inconfundible-. Fen, por favor, déjame ir. Ya estoy bien, de verdad. Yo... quiero irme a mi propia cabina. Esperó haber hablado con convicción; en realidad no quería irse, deseaba quedarse junto a Fen, acurrucada entre sus brazos. Quería volverse y hundir el rostro en su musculoso pecho, sentir que él se emocionaba cada vez más hasta que... La joven gimió, torturada por sus propias fantasías. -¿Robbie? -Fen se relajó y empezó' a acariciarle la curva de la cintura-. Robbie, ¿qué te pasa? -murmuró con voz suave. -Ya lo sabes -respondió ella-. Ya sabes qué es lo que pasa, Fen. Esto no lo puede resistir nadie. Ya sabes qué efecto ejercemos el uno sobre el otro. Y esto es buscarnos un problema. -Sí -le resultó difícil siquiera articular esa sola palabra. Excitado, subió la mano y le acarició un seno; luego frotó el pezón con el pulgar. La chica contuvo un gemido de placer. -Fen, por favor... no hagas nada de lo que después vayas a arrepentirte. «Hipócrita. No haces nada por resistirte a Fen», se recriminó a sí misma. A pesar de que sabía que debía alejarse e insistir en irse a dormir a su propia cama, Robbie quedó prisionera de su propio deseo. Se dijo que sólo disfrutaría de esas caricias por unos segundos... Fen la abrazó y la hizo volverse hacia él. La joven trató de resistirse por última vez e intentó empujarlo. No obstante, al tocar su pecho fuerte, velludo, ligeramente sudoroso... El movimiento defensivo se convirtió en otra caricia. -Fen, esto es una locura... Él la interrumpió al besarla y empezó a acariciarla con las dos manos. Una voz interior le advirtió a Rob-bíe que no debía dejar que eso sucediera, que después sólo ella sufriría las consecuencias... Pero la advertencia quedó ahogada bajo la avalancha de sensaciones que la embargaban. La chica suspiró y le echó los brazos al cuello, para acariciarle la nuca y dejar que él la abrazara con fuerza acercándola a la deliciosa seducción de su masculi-nidad. Fen emitió un gemido de satisfacción y la besó con mayor pasión. Ambos empezaron a respirar con dificultad. Él la besaba con ansia, devorando la boca de Robbie, insinuando con la lengua futuras intimidades. De pronto él extendió un brazo y se apartó. -Fen, ¿por qué enciendes la luz? -Quiero verte. Quiero contemplarte -explicó, con voz ronca. Robbie no pudo mirarlo a los ojos, de manera que desvió la vista. Al hacerlo vio

las dos fotografías de Petula, que parecía acusarla con la mirada. Por un momento increíble, había logrado olvidarse de la existencia de la otra chica; en ese momento, su recuerdo le proporcionó la fuerza necesaria para separarse de Fen. -¿Qué demonios...? -exclamó Fen cuando ella saltó de la cama. La joven no se quedó a darle una explicación; huyó a su cabina y cerró con llave la puerta de la cocina para que él no pudiera seguirla. Una vez en su propio camarote, se puso su camisón y se acostó en la cama, invadida por una profunda tristeza. Ya no tenía frío. La embargaba una profunda vergüenza. Sabía que cuando Fen recuperara la sensatez, sentiría desprecio por sí mismo y por ella. Recordaría que ambos estaban comprometidos con otras personas. Robbie no estaba molesta con Fen. Se daba cuenta de que aquella situación era imposible y que podía terminar con la paciencia de un santo. Y Fen había demostrado que, lejos de ser un santo, era muy humano. Sin embargo, temió que él se enfadara con ella. Tal vez estaba furioso por su rechazo. Pero, de todos modos, Robbie estaba segura de que su rabia sena mucho menor de lo que habría sido si los dos hubieran cedido a las tentaciones de la carne. Al despertar, Robbie advirtió que el barco ya estaba en marcha. Al consultar su reloj, se dio cuenta de que ya era media mañana. No estaba sorprendida de que Fen no hubiera ido a despertarla. Intuyó que el encuentro de esa mañana sería tenso y difícil. Ni siquiera ella sabía cómo se comportaría delante de él. Al ver la puerta de la cocina cerrada, Robbie comprendió que Fen no había podido desayunar todavía. Eso debía de haber aumentado su mal humor. Decidió prepararle algo para que pudiera comer mientras manejaba el timón. Después de lo sucedido la noche anterior, él debía de estar ansioso por regresar a Little Kirkton. -Te preparé unos bocadillos de jamón -anunció la chica diez minutos más tarde. Fen ni siquiera la miró. Asintió cuando vio el plato que Robbie colocaba cerca de él y gruñó algo. -¿Hace cuánto tiempo que... zarpamos? —inquirió la joven, mirando a su alrededor con la esperanza de reconocer el paisaje. -Desde las siete de la mañana -respondió en un tono cortante que no fomentaba la conversación. Sin embargo, Robbie no guardó silencio. Aún estarían juntos durante tres o cuatro días y no podían estar molestos y tensos durante todo ese tiempo. -¿Quieres que te ayude con el timón? -No, gracias. Los ojos de Robbie se llenaron de lágrimas. No soportaba que Fen se mostrara otra vez frío y hostil con ella. Por supuesto, él no sabía cuánto la hería con su actitud; no podía adivinar que lo amaba. Tal vez se quedaría horrorizado si se enteraba de que ella sentía por él algo más que una simple atracción física. -Lo siento -sollozó-. Anoche... -Lo que pasó anoche -la interrumpió-, fue por mi culpa. Por la mañana, ya no es atrayente la locura que te invade de noche. No me siento orgulloso de mí mismo y quiero olvidarme de todo eso. Y si vas a llorar -la miró con furia-, hazlo donde no

pueda verte ni oírte. Robbie huyó a su cabina. Se dijo que no lloraría por ese hombre insensible y cruel. Él no se merecía su amor... Era detestable. Estaba tan ensimismada en su dolor, que no se dio cuenta de que La gitana del mar ya no seguía navegando. Advirtió que se habían detenido cuando sintió que Fen le acariciaba el cabello. -Robbie... -¡Vete! -le gritó. Fen se sentó en la cama, cerca de ella. -No suelo portarme como un canalla —musitó él-. No tenía derecho a desahogar mi rabia contigo. Robbie ahogó un sollozo en la almohada, pero se estremeció de pies a cabeza. Se preguntó por qué Fen elegía ese momento para ser amable. La dulzura de su voz y sus caricias fueron el catalizador del llanto que Robbie intentaba contener. -Robbie, Robbie -gruñó-. No soporto ver llorar a una mujer... —Entonces, vete, maldita sea —masculló mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. -No puedo dejarte... así no -suspiró. La tomó de los hombros para levantarla y hacerla volverse hacia él. La abrazó y la hizo apoyar la cabeza contra su pecho. -Yo... no estaba llorando —sollozó Robbie mientras trataba en vano de controlarse-. De verdad... hasta que llegaste. Yo habría estado bien... Pero cada vez que alguien es cariñoso conmigo, no puedo dejar de llorar. Fen aspiró profundamente y siguió acariciándole el cabello. Robbie sabía que debía insistir para que la dejara sola, pero no pudo hacerlo. -¿Hugh... también te hace llorar? —inquirió Fen. -Sólo me hizo llorar una vez -murmuró ella con la voz entrecortada. La única vez que lloró por Hugh fue cuando él la abandonó. Robbie se dio cuenta de que, a lo largo de tres años, Hugh nunca le había hecho experimentar la intensidad de las diferentes emociones que en ese momento sentía junto a Fen. -¿Sólo una vez? -le preguntó furioso-. ¿Por qué? ¿Qué fue lo que te hizo? Robbie sintió deseos de reír al pensar que Hugh le había hecho un gran favor al dejarla, evitando que ella cometiera el peor error de su vida casándose con él. La joven ya sabía que nunca había amado a Hugh, que lo que había sentido por él sólo fue una mala imitación de lo que Fen la hacía sentir. Pero su encuentro con Fen había tenido lugar demasiado tarde. De nuevo, comenzó a llorar. Fen la separó un poco y le levantó la barbilla para mirarle el rostro bañado en lágrimas. Robbie cerró los ojos para tratar de sobreponerse, pero oyó que Fen jadeaba con fuerza. -Sólo un hijo de perra te haría llorar -declaró-. De modo que eso es lo que debo de ser yo -le besó los párpados con ternura-. ¿Por qué no puedo mantenerme alejado de ti, cuando sé muy bien que no tengo el derecho de...? -no terminó de hablar y le besó los temblorosos labios. De inmediato, Robbie experimentó una intensa emoción

que la hizo sentir una calidez en el vientre. No supo quién de los dos profundizó el beso, ni quién se movió primero hasta terminar abrazados con fuerza. Lo único que Robbie supo fue que percibió la excitación del musculoso cuerpo de Fen y que la cabina giraba a su alrededor. -¡La gitana del mar! -gritó alguien afuera, destruyendo la magia del momento. Fen maldijo y se puso de pie de un salto. Corrió a cubierta y Robbie lo oyó hablar con otro hombre. Momentos después, el motor se puso en marcha de nuevo. Robbie comprendió que Fen ya no bajaría con ella. Mucho después, se enteró de que Fen no había anclado bien el barco, que se había ido a la deriva bloqueando el paso de otra embarcación. En ese momento, Robbie se quedó en su camarote tratando de tranquilizarse. Se dijo que era positivo que hubieran sido interrumpidos. Lo que habían estado haciendo sólo habría tenido un final obvio y eso ya no debía volver a ocurrir entre ella y Fen, pues ese deseo insatisfecho y el desgarramiento emocional le estaban destrozando. Fen pareció tomar la misma resolución que Robbie. Durante los días que siguieron la trató con una fría amabilidad. Evitaba estar cerca de ella y no mencionó lo que había estado a punto de suceder entre ambos. Cuando al fin llegaron al muelle de La gitana del mar, Fen recogió sus pertenencias y se fue, después de despedirse muy rápidamente de Robbie. Cuando se quedó sola, la chica se sentó en la cama de Fen, invadida por una profunda tristeza. Una vez más, sentía que su vida ya no tenía una dirección definida. De pronto, su existencia se había centrado en ese barco y en Fen y en ese momento volvía a estar sola. Miró la almohada de Fen y vio que allí había unos cuantos cabellos oscuros. Los acarició y de pronto la invadió un fuerte deseo de guardarlos como recuerdo. Sin embargo, exasperada consigo misma, sacudió la almohada. Debía olvidarse de una vez por todas de Fen Marshall. Llegó a trabajar dos días antes de lo acordado, pues ya no soportaba la soledad sin tener nada que hacer en el barco. El consultorio veterinario era muy grande pues cubría una zona muy extensa. Por lo menos Robbie siempre estaba ocupada durante el día. Sólo por las noches echaba de menos a Fen y eso le impedía conciliar el sueño. Trató de ocultar su cansancio en el trabajo ya que no podía permitirse el lujo de perder ese empleo. Era la primera vez que realmente podía ayudar a su madre cubriendo casi la totalidad de los gastos de la familia. Después de trabajar tres semanas en el consultorio, Robbie tuvo que hacer una visita médica a domicilio. -Es una perra preñada que pronto tendrá a sus cachorros -le explicó la recepcionista-. Parece que hay complicaciones y no hay quien la atienda. El lugar se llama Chimeneas. Está lejos de aquí, pero es fácil llegar. Es una casa grande con una alta verja de entrada, adornada con leones de piedra. Robbie tomó una de las camionetas del consultorio y el paseo le agradó pues era la primera vez que podía explorar los alrededores. Todos los días solía regresar en

autobús al barco y llegaba demasiado cansada como para salir a pasear. El verano ya estaba terminando, pero aún hacía un poco de calor. Algunos árboles empezaban a perder las hojas. La carretera era larga y pasaba por varias colinas donde pastaban algunas ovejas. Robbie encontró la casa con facilidad. Vio una verja de hierro forjado, enmarcada por dos pilares sobre los que había unos leones. Era una casa preciosa de estilo isabelino, con ventanas y puertas antiguas, y hermosas y altas chimeneas. Era una casa fantástica; parecía un poco misteriosa, pero acogedora. Una mujer abrió la puerta y sonrió al escuchar la razón de la visita de Robbie. -¡Qué alegría que ha llegado! -comentó la señora mientras conducía a la chica por un amplio vestíbulo. La perra estaba en la cocina de estilo moderno. El animal alzó la cabeza al oír el ruido de los pasos, pero al ver a las dos mujeres pareció recibir una gran desilusión. -Me temo que echa de menos a su dueño -comentó la señora al ver que la perra suspiraba y hundía la cabeza entre las patas. -Entonces, ¿usted no es...? —No. Yo soy el ama de llaves —explicó. Robbie tuvo la sensación de que había caído en una trampa, al ver que otro perro entraba en la cocina. Una vieja casa, dos perros: un dálmata y un labrador... -¿Cómo se llama el dueño? -inquirió, aunque ya intuía la respuesta. -Es el señor Marshall. Ahora está de viaje en el extranjero. Ese es el problema. Yo estoy sola aquí y acabo de recibir una llamada de mi cuñado. Al parecer, mi hermana está enferma y tengo que ir a verla. Pero no puedo dejar aquí a los perros, así que quería saber si ustedes podrían admitirlos en la pensión de la veterinaria. No están acostumbrados a eso, pero... -se encogió de hombros. Robbie se tranquilizó al darse cuenta de que no iba a encontrarse de nuevo con Fen Marshall. -Entonces, ¿la perra no tiene nada malo? -inquirió Robbie y el ama de llaves asintió-. Muy bien, me los llevaré. Tenemos dos jaulas disponibles. ¿Cuándo regresará el señor Marshall? -No lo sé. Y no quise preguntárselo. Estaba de un humor muy raro cuando se fue. Normalmente es un hombre encantador, pero últimamente siempre está furioso, es algo increíble. Robbie metió a los perros en la camioneta. Los animales ladraron molestos durante todo el trayecto a la clínica veterinaria y la chica se sintió aliviada al entregarlos al guardián de la perrera. -¿Cómo se llaman? Sólo tienen un número de teléfono en sus placas. -No lo sé -Robbie se quedó sorprendida-. Todo ha sucedido con tanta rapidez que no se me ocurrió preguntar eso. La recepcionista consultó su registro, pero los perros no estaban inscritos allí. Como pertenecían a Fen, Robbie se interesó mucho por su bienestar, y los visitaba con frecuencia.

Todo el mundo en la clínica no tardó en darse cuenta de que los animales se habían puesto muy nerviosos. El viernes por la noche, la perra dálmata estuvo muy inquieta y no dejaba de gemir. Robbie se dio cuenta de que el animal tendría en muy poco tiempo a sus cachorros. -¡Maldita sea! -comentó la veterinaria jefe-. Y mañana es sábado. El director de viaje y yo tengo que estar de guardia mañana. Es probable que esté fuera durante todo el día, atendiendo animales; alguien debería vigilar a esta perra. -Tengo una idea -comentó Robbie—. El barco donde vivo es del señor Marshall. Los perros están acostumbrados a estar con él allí. Tal vez en ese lugar estén más contentos... -Es una idea brillante. Llévatelos de inmediato. Por lo menos, esa vez alguien ayudó a Robbie a meter a los animales en la camioneta. Los perros volvieron a protestar, pero al ver el barco empezaron a ladrar de felicidad y la joven comprendió que había acertado con su decisión. Ya a bordo, les quitó las correas. El labrador se instaló en cubierta, pero la perra se adueñó de la cama de Robbie, en la cabina más pequeña. Cuando Fen se fue, Robbie había seguido usando su antigua cama. Habría sido más cómodo dormir en la de Fen, pero no quería pensar en él. En ese momento, no pudo bajar a la perra de su cama, de modo que se resignó a dormir en el camarote principal. Robbie dejó a la perra en paz y fue a cenar en cubierta. El labrador era mucho más cariñoso y Robbie le dio una galleta, a pesar de que sabía que eso no era muy conveniente para la educación del animal. Pero, a partir de entonces, el perro la siguió fielmente a todas partes. -Pero tú eres muy diferente, ¿verdad? -inquirió Robbie esa noche, cuando fue a ver a la perra, que apenas se dignó a probar la comida que la chica le sirvió. Robbie fue a pasear con el otro perro y, cuando regresaron al barco, vio algo que llamó su atención. Tres muchachos se estaban acercando; como estaba muy oscuro no pudo distinguirlos con claridad, pero pudo ver que lanzaban una bolsa al agua del canal. Al ver aquello, el labrador salió corriendo y ladró en dirección de los chicos, que salieron huyendo despavoridos. En vez de perseguirlos, el animal se lanzó al agua y recuperó la bolsa. Esa raza de perro era excelente para recuperar objetos. Robbie se acercó a la ribera cuando el labrador depositó allí su carga y se quedó mirando a la joven. Esta escuchó un sonido que provenía de la bolsa de plástico. La abrió y advirtió que algo se movía en el fondo. Oyó un maullido lastimero y comprendió que se trataba de unos gatitos. -Vándalos -se irritó. Nada le molestaba más que la crueldad con los animales. Tomó la bolsa y se fue con rapidez al barco. Había tres gatitos: uno blanco, otro gris y otro de pelaje anaranjado. Por fortuna, todos estaban vivos. De no haber sido porque su salvador actuó con tanta rapidez... -Bien hecho, chico -acarició la cabeza del labrador, que movió la cola con alegría-. Pobrecitos, creo que ni siquiera han sido destetados.

Tomó una caja de cartón y puso allí una toalla. Metió a los animales en el interior, y a continuación les dio un poco de leche tibia. Le resultó algo difícil pues los tres animalillos estaban muy hambrientos. -Este va a ser un trabajo de tiempo completo -masculló. Robbie programó su reloj despertador para que sonara cada hora durante la noche, y se fue a dormir. Sin embargo, se depertó antes de que sonara la alarma. -¿Qué pasa...? Ay, no, la perra... -cansada, Robbie se puso su bata y fue a la otra cabina—. Vaya, tú sí que sabes escoger el momento menos indicado. Y parece que vas a necesitar de mi ayuda. Media hora después, Robbie sonreía con satisfacción mientras contemplaba cómo dos perritos recién nacidos mamaban la leche de su madre. Pensó que por eso había escogido esa profesión, para recibir esa clase de recompensa. Acarició la cabeza a la perra y recibió una sorpresa cuando el animal le lamió la mano. -Vaya, vaya -rió—. Después de todo, no eres tan desdeñosa. Parece que ya tengo una amiga de por vida. Un par de días después, recibió otra sorpresa. El gatito de pelaje anaranjado, el más atrevido de los tres, había ido a la cabina pequeña y estaba tomando leche junto a los dos perritos. La dálmata parecía tolerar bastante bien la presencia del intruso. -Vaya, ahora sí que lo he visto todo -exclamó la chica. Cuando llevó a los perros de regreso a su casa, Robbie se dijo que los iba a echar de menos. -¿Cómo está su hermana? -le preguntó al ama de llaves. -Está mejor, gracias a Dios. Pero continúa débil. Me gustaría estar más cerca de ella. -Me imagino que no ha recibido noticias del señor Marshall -comentó Robbie con naturalidad. -No. Me habré enterado de que ha llegado cuando lo vea entrar por la puerta -declaró la señora. Una semana más tarde, mientras se preparaba la cena, Robbie oyó que alguien subía a cubierta. Como no había cerrado la puerta con llave, salió a ver de quien se trataba. -¡Ah, eres tú! -dijo la chica secamente. Su tono de voz no reflejó su turbación interna. -Vaya, he recibido saludos más entusiastas -comentó Fen. -No esperaba volver a verte. -Como este es mi barco, te recuerdo que puedo venir aquí cuando me plazca. -¿Quieres usarlo? -inquirió con preocupación. -No... ¿Qué es eso? -inquirió al oír un maullido y se acercó a la caja de cartón-. ¿Gatitos? ¿Acaso piensas tener un zoológico a bordo? Robbie le explicó lo sucedido y Fen sonrió. -De modo que el viejo Boris se ha convertido en un salvavidas. -No te molesta, ¿verdad? No me quedaré con todos, sólo con éste. Es mi

preferido -tomó al gatito anaranjado. -Vaya, pues tiene casi tu mismo tono de cabello -sonrió. Alargó una mano para acariciar al felino y Robbie se estremeció. Era como si Fen acariciara al animalito porque no podía acariciarla a ella. -¿Cómo vas a llamarlo? -Creo que Raf. Y no te preocupes. Encontraré un hogar para los demás gatitos. Tal vez tú quieras llevarte uno -comentó al verlo acariciar a Raf-. Te gustan los animales... -Sí, pero prefiero a los perros. Y Petula odia a los gatos. Más que nunca, Robbie detestó a la novia de Fen. Le pareció una mujer egoísta y superficial. -¿Cómo puede alguien odiar a criaturas tan adorables? -se indignó. A Robbie le desagradaba la gente que no trataba bien a los animales o a los niños. Le habría gustado expresar su opinión ante Fen, pero decidió que no era bueno destruir su buen humor-. No me has dicho para qué has venido —le recordó. -Para darte las gracias por cuidar de los perros cuando mi ama de llaves tuvo que irse. Me imagino que tú ayudaste a la perra a tener a sus cachorros. -Sí, pero, ¿cómo te...? -Primero fui al consultorio y allí me dijeron que tú te hiciste responsable de mis dos perros. Te estoy muy agradecido. Ninguno de ellos puede estar en una perrera durante mucho tiempo. -Era lo menos que podía hacer después de que tú me dejaras quedarme a bordo de La gitana del mar, a pesar de que la idea no te gustó al principio -se dijo que jamás le diría que cuidar a los perros había sido como acercarse un poco más a él. -Creo que les eres muy simpática a los animales -prosiguió Fen-. Mis perros normalmente sólo responden a mí. -Los animales se sienten bien con la gente que los quiere. Dijiste que a Paula no le gustan los gatos. ¿Los perros sí le agradan? -inquirió con audacia. -A Petula le encantan los perros -repuso Fen con seriedad, pero sus ojos brillaron con diversión, como si supiera por qué Robbie no podía dejar de hablar de Petula. En ese momento, la joven se prometió que jamás volvería a preguntarle nada a Fen sobre su novia. Sería humillante que adivinara lo que sentía por él, y lo mucho que envidiaba a la otra mujer. Reinó un largo silencio y Robbie trató de pensar en algo más que decir... para que Fen se quedara más tiempo con ella. -¿Cómo te...? -¿Cómo...? Ambos hablaron al mismo tiempo y Fen le indicó a Robbie que hablara ella primero. -Sólo quería preguntarte cómo te fue en tu viaje. Tu ama de llaves me dijo que fuiste al extranjero. ¿Acaso eso tiene algo que ver con tu nuevo libro? -No, me fui de vacaciones; a escalar una montaña. Sentía la necesidad de

descansar un rato y de practicar un ejercicio vigoroso. Robbie lo miró con detenimiento. Ella también se había sentido inquieta últimamente y había experimentado la necesidad de desahogar esa inquietud física. Pero no tenía tanto tiempo libre como Fen para hacerlo. -¿Y te lo pasaste bien? -Más o menos -se encogió de hombros. -¿Qué ibas a decirme tú? -inquirió la chica. -Sólo iba a preguntarte cómo estás, ahora que el verano se está acabando. El barco te va a parecer muy frío cuando llegue el invierno. -Me las arreglaré. Estoy acostumbrada al frío. Nuestra casa no tenía calefacción central. -Tu madre debe de ser una mujer admirable -comentó Fen con sinceridad y a Robbie se le llenaron los ojos de lágrimas. -Lo es -respondió. No quería echarse a llorar-. ¿Ya has cenado? Yo iba a preparar... -De hecho, no. Mi ama de llaves tuvo que salir de nuevo. Me imagino que ya sabes cómo está su hermana. Parece que ha sufrido una recaída. Iba a cenar en un restaurante, pero lo que tienes en la cocina huele muy bien. -Entonces, ¿por qué no cenas aquí? -inquirió Robbie, preguntándose por qué su adorada novia no lo atendía un poco mejor-. Sólo son unos huevos con jamón, pero... -Pero ya sabes que eso me encanta -rió-. Hemos comido eso muchas veces, ¿verdad? Robbie no quería recordar aquello porque entonces evocaría todo lo demás. No podía olvidar los besos de Fen, ni el día en que él le hizo el amor; recordaba cada sensación, como si volviera a experimentarlo. -Tal vez prefieras no quedarte, yo... -Me gustaría quedarme, aunque te prometo que esto no se convertirá en una costumbre por mi parte -añadió con rapidez. «No, me imagino que no», pensó la joven con tristeza.

Capítulo 8 Por fortuna para Robbie, preparar huevos con jamón no requería de mucha habilidad ni concentración, pues las manos le temblaban visiblemente. La chica era consciente de que Fen la observaba con detenimiento, apoyado contra el marco de la puerta de la cocina. -¿Qué has estado haciendo? -inquirió él. -No gran cosa, aparte de trabajar. -¿Ya has escrito a tu madre? ¿Tu novio no ha venido a visitarte? -Llamé a mi madre. Prefiero oír su voz a enviarle una carta. -¿Y todos están bien en tu casa? -Sí, pero mi madre me echa mucho de menos. -Lo entiendo —murmuró y Robbie bajó la vista-. ¿Y tu novio? -Ya te dije que está muy ocupado. ¿Y cómo está Peíula? -No podría estar mejor -sonrió satisfecho. Esa respuesta hirió mucho a Robbie y se dijo que lo que Fen sentía por su novia debía de ser algo mucho más importante que la atracción sexual que experimentaba por ella misma.

La cena estuvo lista, y los dos cenaron en silencio. Sin embargo, Fen parecía enfurruñado. En ocasiones miraba a Robbie con una expresión indefinible y el ambiente se volvió muy tenso. Robbie perdió el apetito. No sabía qué era peor: no ver a Fen o verlo y saber que para ella no existía un futuro con él. -¿Ya te vas? -inquirió Robbie cuando Fen terminó de cenar y se puso de pie. -Sí, sé que no es correcto irme tan pronto, pero creo que es lo mejor. Quizá no debía haber venido. No lo habría hecho de no ser porque quería darte las gracias por haber cuidado a mis perros. Y, si me quedara... —se interrumpió—. Permíteme que te devuelva tu hospitalidad en otra ocasión. -No es necesario -se molestó. -Insisto en ello. Siempre pago mis deudas. Además, no hay razón para que no seamos amigos. Tu novio no puede oponerse a ello. Además, Caroline es tu amiga y es mi hermanastra, así que tenemos algo más en común. «Y esto es todo lo que tenemos en común», pensó Robbie con tristeza. -Debo escribirle a Caro -dijo Robbie, aunque sabía que no lo haría puesto que su amiga podría leer entre líneas y adivinar lo que sentía por Fen. -¿Qué te parece mañana por la noche? Yo saldré con frecuencia a comer fuera, ahora que mi ama de llaves no está. Robbie sabía que debía negarse, pero se dijo que sólo estaban tratando de entablar una amistad. Además, irían a un restaurante, no a la casa de Fen. -Está bien -aceptó. Al día siguiente, la joven no tuvo mucho trabajo en el consultorio, pero estuvo muy distraída y una colega le dijo que debía de estar enamorada. No fue a comer para poder ir de compras. Tomó dinero de sus ahorros y se compró un hermoso vestido, pues sabía que necesitaría de toda su seguridad para hacer frente a Fen y tratarlo sólo como un amigo, sin revelarle lo que en realidad sentía por él. Aún era de día cuando Fen fue a buscarla y observó a la chica con una admiración que la hizo ruborizarse. -Con el color de tu cabello, deberías usar ese tono de verde con más frecuencia -comentó al hacerla subir en su coche-. Es igual que el verde de tus ojos. Robbie frunció el ceño al darse cuenta de la dirección que tomaba Fen. -¿A dónde vamos? Por aquí se llega a tu... -Sí, a mi casa. No te preocupes —aseguró con tono seco-. Nuestra ruta nos obliga a pasar por allí, nada más. Al ver los pilares de piedra, Robbie miró de lejos la casa de sus sueños. Pensó que era bueno el hecho de que jamás volvería a poner un pie en ella, pues seguramente Fen se iría a vivir allí con su novia. Unos cuantos kilómetros después llegaron a un pintoresco pueblo, típico de la región de los Cots-wolds. Las casas eran de piedra, con ventanas de madera y tejados de teja. Fen aparcó el coche frente a una posada. -Me imagino que habrá mucha gente, este lugar es muy popular -comentó Fen-.

Supongo que eso no te molestará, dado que parece que temes quedarte a solas conmigo. Robbie tuvo ganas de recordarle que era él quien se había ido de manera precipitada la noche anterior, pero no lo dijo para no estropear la velada. Seguramente no habría otra ocasión como aquella. La posada tenía una hermosa fachada y anunciaba que allí se preparaba una buena cerveza. El interior era muy sencillo. -La comida es muy buena -le aseguró Fen-. ¿Te agrada tu nuevo trabajo? —le preguntó cuando se sentaron y pidieron la comida-. ¿Crees que te quedarás en Little Kirkton? -No puedo permitirme el lujo de irme -comentó Robbie con amargura-. Me encanta mi trabajo y mis colegas me caen muy bien. Además, me he enamorado de esta parte del país. Pero el dinero es la razón más importante por la que me quedo. Mi sueldo es muy bueno y me está sacando de muchos aprietos. De hecho, si no fuera por dos cosas, todo sería maravilloso. -¿Y cuáles son? -inquirió Fen. Una de ellas se refería a Fen, de modo que Robbie no estaba dispuesta a revelársela. -Echo mucho de menos a mi familia. Como no tenemos más parientes, sólo somos nosotros cuatro y siempre hemos estado muy unidos. -Y me imagino que el otro problema es el hecho de estar lejos de tu novio -comentó Fen y Robbie deseó confesarle la verdad, como tantas veces antes. Sin embargo, sabía que si le confesaba todo acerca de Hugh, Fen podría hacerle más preguntas comprometedoras. En lugar de eso, la joven se encogió de hombros. -Gracias por la cena -dijo Robbie cuando Fen la acompañó de regreso al yate. Sabía que no sería prudente invitarle a tomar café en la cabina. -Ha sido un placer. No es divertido cenar solo -y a continuación subió al coche y se marchó. Robbie estaba segura de que ya no volvería a verlo, de modo que recibió una sorpresa cuando el sábado siguiente, Fen volvió a visitarla. La joven se molestó pues, como estaba haciendo la limpieza, estaba vestida con ropa vieja y tenía las manos sucias. -Llamé primero al consultorio, pero me dijeron que este era tu fin de semana libre -explicó Fen antes de que ella pudiera comentar cualquier cosa. -¿Necesitas de mis servicios profesionales? ¿Les pasa algo a tus perros? -No, no es nada de eso. Me preguntaba si podrías otorgarme una hora de tu tiempo. -¿Para qué? -se mostró cortante; le molestaba que Fen fuera a verla cada vez que él lo deseaba. -Bueno, podemos ir a tomar café primero y luego me gustaría mostrarte algo. -Acabo de tomar café. ¿Por qué no me dices de qué se trata? Estoy muy ocupada. -¿Demasiado atareada como para hacer algo que podría beneficiar a tu madre? -Claro que no, pero...

-Espera y lo descubrirás. -Tengo que ducharme y cambiarme -Robbie se miró avergonzada. -Tonterías, estás muy bien. Pero sí sería bueno que te lavaras la cara -extendió una mano y le acarició una mejilla sucia. Robbie contuvo un estremecimiento a fuerza de voluntad. No estaba dispuesta a permitir que Fen la turbara. Subieron en el coche de Fen y se dirigieron a su mansión. -¿Por qué hemos venido aquí? -inquirió la joven con suspicacia. Si Fen iba a ayudar a su madre, ¿acaso esperaba algo de ella a cambio? Él no contestó. Siguió por un sendero que rodeaba el terreno de la casa y al fin llegaron frente a una verja más pequeña. Allí había una hermosa casita de campo. El techo era de teja y por todas partes había arbustos llenos de flores. -Esto es Ivy Cottage -explicó Fen-. ¿Crees que tu madre querría vivir aquí? -¿Mi madre? -estaba atónita-. Pero... no entiendo nada. -En realidad es muy simple. Mi ama de llaves ya no volverá. Necesita cuidar a su hermana y a su cuñado. Y, por lo que me has dicho, tu madre parece la persona ideal para el puesto. -Esto... ella no puede aceptarlo -masculló. -No es un acto de caridad -gruñó Fen-. Tu madre tendría un trabajo. Y la casita es parte del sueldo. -Entonces, tu ama de llaves vivía aquí. -No, vivía en la casa. Pero ya no quiero que el ama de llaves viva en mi casa. Quiero tener más intimidad. Me conviene más tener a alguien que vaya a la mansión todos los días. Robbie se dijo que, al parecer, Fen tenía la intención de casarse muy pronto. Deseó conocer sus planes. «Y no es justo», se lamentó. Tenía la oportunidad de hacer algo por su madre y sus hermanos, pero en ese momento tendría que negarse. Si su madre se fuera a vivir a esa casita, insistiría en que Robbie también lo hiciera. Y aun cuando Robbie pudiera conservar su independencia, de todos modos iría a visitar a su familia... que viviría a un tiro de piedra de la casa de Fen... y de su mujer. De nuevo, Robbie sacudió la cabeza y esa vez se le ocurrió un buen pretexto para rechazar el ofrecimiento de Fen. -Mi madre jamás podría atender una casa tan grande como la tuya. Ya te dije que no es una mujer fuerte. -Vamos, Robbie, ¿crees que soy tonto? No espero que ella haga el trabajo pesado. Contrato a varias mujeres del pueblo para que se hagan cargo de esas cosas. El trabajo de tu madre consistiría en planchar, preparar las comidas y supervisar que todo funcione como debe ser. -¿No debería cocinar tu esposa? —inquirió con acritud. -Tal vez lo haga ocasionalmente -sonrió-. Pero espero que ella esté mucho más ocupada en otras cosas.

-¿Otras cosas? -Robbie quiso morderse la lengua. Imaginaba muy bien la clase de ocupaciones en las que estaba pensando Fen. -Sí, bueno; para empezar, ella trabaja y yo no le pediré que deje de hacerlo. Además espero formar pronto una familia. ¿Quieres ver el interior de la casita? Robbie apretó los puños con fuerza. -No merece la pena. -¿No le vas a dar a tu madre la oportunidad de que ella decida lo que quiere hacer? -preguntó incrédulo-. Esto no concuerda con la impresión que me diste; con todo lo que dijiste acerca de tu madre y de tus hermanos -al ver que ella iba a guardar un obstinado silencio, declaró-: Bueno, por lo menos, ven a ver lo que estás rechazando. Salió del coche y la obligó a seguirlo. La casita era muy sólida en realidad, a pesar de que parecía haber surgido de un cuento de hadas. -Es cálida en el invierno y fresca en verano -explicó Fen. Y también era mucho más grande de lo que aparentaba. Había dos habitaciones amplias y una cocina en la planta baja. En el piso superior había tres dormitorios y un baño. Era un lugar ideal en todos los aspectos. —Necesita una nueva decoración -añadió Fen—. Hace un par de años que nadie vive aquí. Pero me parece que tus hermanos son fuertes y entusiastas. Creo que si yo les proporciono los materiales, ellos podrían hacer los arreglos necesarios. Y podría pagarles por su trabajo. Creo que les gustaría ganar un poco de dinero. Robbie sabía que tenía razón. Cada vez le resultaba más difícil rechazar lo que Fen le ofrecía, además de que ella no tenía derecho a negarle esa gran oportunidad a su madre. -No entiendo por qué quieres hacer esto -susurró. -Es muy sencillo. Necesito otra ama de llaves y prefiero contratar a alguien que tenga recomendaciones personales. Bueno, ¿vas a escribirle a tu madre para contarle esto? -No... lo sé. Tengo que pensarlo. -¿Por qué? -explotó-. Te estoy ofreciendo la oportunidad de que tu familia tenga una vida mas cómoda. Eso es algo que tú tardarías varios años en conseguir. ¿Vas a dejar que tu madre te espere y que mientras tanto tenga una vida miserable, sólo porque tú eres demasiado orgullosa? -No sólo es cuestión de orgullo. -Entonces explícame de qué se trata. Robbie no podía decirle que temía que sus caminos se encontraran con más frecuencia. Ella jamás podría ser amiga de Fen, tal y como él quería. Lo mejor era terminar con todo aquello de una vez por todas... -¿Y bien? -insistió Fen. -Ya te he dicho que necesito tiempo para pensarlo. -Bueno, pues no tardes mucho o le daré el trabajo a otra persona. ¿Cómo reaccionaría su madre ante Fen?, se preguntaba Robbie. Ese día, ella y los gemelos llegarían a Little Kirkton. Fen iría a recogerlos a la estación de tren debido a

que la joven tenía que trabajar. Estaba lloviendo, al igual que los días anteriores, algo que Robbie lamentaba, pues le habría gustado que su madre viera el pueblo con sol. -¿Quieres que lleve a tu familia al barco o prefieres ir a la casa a verlos? -inquirió Fen. -Puedo verlos en el hotel. Les he reservado unas habitaciones... -Lo sé, pero yo he cancelado las reservas. -¿Qué? Eres un descarado, Fen. No puedes interferir de ese modo en lo que yo hago -se enfadó Robbie. -Mira, creo que tu madre podría tomar una decisión mejor si pasa la noche en mi casa -explicó Fen muy tranquilo. Sin embargo, ese día Robbie no pudo ver a su familia. -¿Dónde están mi madre y mis hermanos? -inquirió cuando Fen fue a verla a La gitana de mar. -Se fueron. -¿A dónde? -A su casa. -Entonces, mi madre rechazó tu oferta -Robbie no estaba contenta, sino deprimida, lo cual hizo que se enfadara consigo misma. Antes no había querido que su madre aceptara ese empleo y en ese momento se entristecía cuando sus deseos se hacían realidad. -Fue todo lo contrario -sonrió Fen satisfecho-. Ella se enamoró de mi casa y de Ivy Cottage. -Entonces, ¿por qué...? -Regresó porque ansiaba volver cuanto antes para arreglarlo todo. Mañana avisará al municipio de que se trasladará aquí y empezará a hacer las maletas. Me dijo que, con suerte, todos estarán instalados en la casita a finales de la semana que viene. Robbie se quedó sin habla. Al cabo de diez días, su madre estaría viviendo en Little Kirkton. Ella debería de sentirse muy contenta por eso, pero pensó en todas las complicaciones que eso representaría en su propia vida. -¡Vaya! -se exasperó Fen-. Parece como si acabaran de sentenciarte. ¿Estás segura de que quieres a tu familia tanto como me has hecho creer? -inquirió suspicaz. -¡Claro! -se indignó Robbie-. No soy una mentirosa y tú lo sabes bien -cuando él guardó silencio, lo miró a los ojos—. ¿Fen? -Quizá no seas una mentirosa, pero digamos que no has sido completamente sincera con respecto a ciertas cosas. Robbie se dispuso a protestar, pero suspiró frustrada. Fen tenía razón. Ella le había hecho creer que Hugh era su novio... ¿Y si su madre y Fen habían hablado de Hugh? A Robbie no se le ocurrió advertirle a su madre que no le dijera la verdad. Pensó que tal vez a eso se refería Fen cuando le dijo que no había sido sincera. Claro que lo mejor era no averiguarlo, de modo que cambió de tema con rapidez. -No creas que no te estoy agradecida por lo que has hecho por mi familia -masculló.

-¿Hasta qué punto me estás agradecida? -susurró con voz ronca. Robbie lo miró con aprensión y se quedó de una pieza cuando estalló en carcajadas. Había algo que le parecía muy gracioso. -Deberías haber visto tu expresión -rió-. Robbie, no te preocupes, sólo estaba bromeando. Era obvio que esperabas que tendrías que pagar un precio y no pude resistirme a... -Eres un... un... -sin pensarlo, Robbie se lanzó sobre él. Fen la esquivó al tomarla de las muñecas y la mantuvo a distancia. -Vaya, tu carácter hace juego con el fiero color de tu cabello. Me preguntaba si sería así. -Tú haces que hasta un santo pierda la paciencia -le espetó la chica, forcejeando. -Y tú estás lejos de ser una santa, ¿verdad? -inquirió travieso-. Gracias al cielo que no lo eres. -¿Qué insinúas con eso? -Bueno, los santos se resisten a la tentación, cuando no son inmunes a ella -de pronto dejó de reír y la miró con tanto detenimiento que la asustó. -Ninguno de los dos es un santo -repuso con acritud-. Y la santidad se obtiene, al parecer, evitando las situaciones en las que uno puede incurrir en pecado. Así que, en el futuro, mantente lejos de mí, Fen Marshall. Mi madre va a trabajar para ti, pero eso no te da el derecho de pernada. Sus palabras ejercieron el efecto deseado. Fen se apartó de Robbie como si de repente le resultara detestable. -Eso es lo que piensas de mí, ¿eh? Bueno, me parece muy bien haberlo descubierto ahora. Tú realmente piensas que ayudé a tu madre pensando en otro objetivo. -¿Y no es así? -lo desafió. -Pues, sí, es cierto -declaró, provocándole una fuerte impresión-. Espero que tus sospechas estén confirmadas ahora. Lejos de sentirse satisfecha, Robbie se sintió desolada. Era muy romántica, pero también realista. Sabía que nadie podía ser perfecto, pero le resultó muy desagradable darse cuenta de que Fen sólo era un ídolo de pies de barro. -Creo que sería mejor que te marcharas -musitó. -No te preocupes, ya me voy -Fen se detuvo en el umbral-. Y espero que disfrutes de tu soledad, ya que por lo visto eso es lo que prefieres. Pero te advierto que esta noche será terrible, así que asegúrate de que todo esté bien seguro cuando te vayas a la cama. El viento ha arreciado y parece que se avecina una tormenta. Robbie subió a cubierta y con dificultad verificó que el barco estuviera bien anclado. Fen no la ayudó, pero eso no la sorprendió después de la forma en que se habían enfadado. Se dijo que Fen tenía razón. Ella tenía un carácter que hacía juego con el tono de su cabello. Robbie no solía perder la paciencia, pero cuando lo hacía, decía cosas que siempre lamentaba después. Ella no había hablado en serio, pero Fen no podía saberlo.

Tal vez había terminado con la buena opinión que él tenía de ella. De pronto, se puso a pensar en que su comportamiento tal vez influiría en el ofrecimiento que Fen le había hecho a su madre. ¿Acaso él se retractaría debido a la discusión que acababan de tener? La chica se dijo que era una estúpida. Cuando rompió con Hugh, no quiso preocupar a su madre y ocultó lo que sentía. En ese momento, cuando había muchas cosas en juego, se dejaba llevar por sus emociones. Tal vez ya todo estaba perdido. Cuando Robbie se enfadaba, su explosión siempre era seguida de un gran remordimiento. No era vengativa y siempre se disculpaba con rapidez. Pero esa noche no podía hacerlo; sería una imprudencia tratar de llegar a pie a la casa de Fen, con ese tiempo. Bajó de nuevo a su cabina y decidió que lo mejor que podría hacer era acostarse. Hacía mucho frío y parecía que el viento se filtraba por todas las rendijas del pequeño barco. -Ven, Raí" -le dijo a su gatito. Ya había encontrado gente que se hiciera cargo de los otros animalitos—. Tú me darás calor. El gatito no tardó en acurrucarse y se durmió, pero Robbie no pudo conciliar el sueño. La lluvia azotaba el casco de La gitana del Mar y el viento mecía la embarcación. Robbie se preguntó si estaría corriendo el riesgo de que el yate perdiera sus amarras. No le agradaría despertarse a la mañana siguiente y descubrir que estaba a la deriva. Recordó con ironía las palabras de Fen cuando le dijo que la vida en un barco no era fácil. Entonces, se le ocurrió algo. Ya no tenía por qué quedarse en el pequeño barco. Si su madre aún conservaba el empleo como ama de llaves, Robbie ya no tendría que mantenerla, por lo cual podría pagar el alquiler de un pequeño apartamento. De ninguna manera se iría a vivir a Ivy Cottage, puesto que deseaba ver a Fen lo menos posible. Se sintió más tranquila, pero a pesar de ello no pudo dormir. Segundos después se levantó de la cama al oír un ruido extraño. Se dio cuenta de que alguien llamaba a la puerta de su cabina y consultó su reloj. Era más de la medianoche. Suspiró y se dirigió a la puerta. Alguien parecía llamar con desesperación. -¿Quién es? -Robbie no estaba dispuesta a cometer la imprudencia de abrir hasta no saber de quién se trataba. -Soy yo, Fen, abre. -Vete. Es muy tarde ya. -Robbie, no discutas. Abre, esto es urgente. -No te creo. -Maldición, Robbie, no estaría aquí a esta hora y con esta lluvia si no fuera cierto. Robbie se convenció de su sinceridad y abrió la puerta. ¿Acaso le había sucedido algo al tren en el que viajaban su madre y hermanos? ¿Acaso Fen había ido para darle una mala noticia...?

-Ven rápido -le dijo Fen cuando entró—. Toma tus cosas más importantes. Tenemos que salir de aquí cuanto antes. -Espera un momento -se apartó de él cuando la tomó del brazo-. ¿Qué está pasando? Creí que habías venido a... -He venido a anunciarte que la presa que se encuentra río arriba se ha desbordado. Y el agua está bajando con rapidez. Viene hacia aquí. Cuando llegue al canal, sólo Dios sabe lo que pasará. -¿Cómo lo sabes...? -Lo oí en la radio de mi coche. Maldita sea, no discutas, no pierdas el tiempo. -¿Y qué pasará con el yate? -La gitana del mar tendrá que enfrentarse a esto sola. Lo que importa es que tú estés a salvo. Robbie no estaba del todo convencida, pero se puso unos vaqueros, un suéter y sus deportivos con increíble rapidez, antes de coger al gatito y reunirse con Fen. -Si lo que dices es cierto, no voy a dejarlo para que se ahogue -anunció cuando Fen quiso protestar. -Está bien, pero que se atenga a las consecuencias. Los perros... -Este no es momento para hablar de tus perros ni de mi gato. El tiempo había empeorado mucho desde que Robbie se metió en la cama. Tuvo que apoyarse en Fen para poder bajar a la ribera y acercarse al coche, pues el viento soplaba con una fuerza increíble. -¿No debemos quedarnos a ver qué pasa? -No podemos ver nada en esta oscuridad y hace demasiado frío como para quedarnos aquí. Ya estás empapada y temblando. Quiero llevarte a la casa y hacer que te metas en una cama caliente. «¿En la cama de quién?», quiso preguntarle Robbie. Fen la dejó delante de la puerta principal de su casa. -La puerta está abierta. Voy a aparcar el coche lejos de la casa, por si el viento desprende las tejas. Los perros estaban en el vestíbulo y se sorprendieron al ver a Robbie. La perra empezó a gruñir antes de reconocer a su fiel partera. Cuando Fen volvió, el animal estaba lamiendo alegremente a Robbie y también al gatito. —Te dije que todo estaría bien —le dijo Robbie a Fen, al verlo tan asombrado-. Es como su hijo adoptivo. -Bueno, iré a prepararte una bebida caliente -Fen empezó a organizado todo-. Y luego te meterás en la cama. -No quiero beber nada -estaba temblando, pero no de frío ni de miedo por haber estado tan cerca de la muerte. Era el hecho de encontrarse con Fen y de evocar lo que él le había hecho antes para infundirle calor en el cuerpo lo que la hizo estremecerse. -Como quieras -se encogió de hombros-. Te llevaré a tu habitación. Los perros los siguieron por la escalera y en ese momento Robbie pudo admirar el brillo de la madera bien pulida y barnizada. En la planta alta, la casa tenía distintos

niveles. Había escaleras que subían, e inesperados recovecos. En cada uno de ellos había flores o algún otro adorno cuidadosamente elegido. A Robbie no le sorprendía que su madre se hubiera enamorado de aquella casa. Estaba segura de que sería feliz trabajando allí como ama de llaves... si él aún conservaba ese empleo... Obedeciendo a un impulso, Robbie se volvió hacia Fen. -Iba a venir a verte mañana. —¿Ah, sí? -alzó las cejas. -Sí, quería pedirte una disculpa por algunas de las cosas que te dije la otra noche. -¿Sólo algunas? -inquirió con curiosidad. -Sí... bueno, la verdad es que... temía que cambiaras de opinión acerca de darle el empleo a mi madre y... -¿Crees que yo podría ser tan vengativo? Vaya, creí que me conocías un poco mejor -abrió una puerta-. Puedes usar esta habitación mientras te quedes aquí. ¡No entréis! -les ordenó a los perros. Fue necesario bajar dos tramos de escaleras para entrar en un dormitorio de paredes blancas y vigas oscuras. La alfombra era roja y las cortinas de un tono rosa oscuro. Y la cama era enorme. -Esta cama es demasiado grande -señaló Robbie sin pensar, aunque echaba de menos dormir en una cama convencional. -De nuevo estás sospechando de mí, Robbie -comentó con intensa frialdad. -No, claro que no. Yo no esperaba... Cualquier habitación habría estado bien. Incluso una de los sirvientes. Después de todo, eso será mi familia para ti, la servidumbre. No quiso mostrarse tan provocadora; no obstante, Fen maldijo con una rabia explosiva. Miró a Robbie con ira y se acercó para tomarla de los hombros. -No puedo soportar esto por más tiempo -gruñó-. Ya es hora de que aclaremos un par de cosas, pero antes... -la besó sin ternura, con furia. Eso aterró a Robbie. El beso sólo duró un par de segundos y cuando Fen se apartó de ella, la joven no pudo decir nada. Él la observó con detenimiento. En sus ojos brillaba una extraña luz. -Perdóname. Ya sabes que sacas lo peor que hay en mí. Volvió a besarla con una ternura que la asombró. La abrazó con fuerza y Robbie experimentó un deseo inmediato que le impidió resistirse a Fen. Cuando él la soltó, la chica temblaba. Era un tormento recibir semejante beso y no poder continuar con lo que seguía. -También me afectas de otra manera -murmuró Fen con voz ronca-. Y ahora, vamos a hablar. -Ya es tarde... -Mañana podrás dormir todo lo que quieras. Puedes quedarte todo el día en la cama si quieres. Pero no vas a posponer esto por más tiempo, Robbie. Ella lo miró sin entender.

-Siéntate -le señaló la orilla de la cama, pero Robbie negó con la cabeza. Sentada, estaría en una posición más vulnerable que si se quedaba de pie-. Muy bien, veo que te mostrarás desafiante hasta el fin. Dime, Robbie, ¿por qué me mentiste acerca de Hugh? No niegues con la cabeza. Me hiciste creer que era tu prometido, que estabais a punto de casaros. -Yo no dije nada de eso. Tú supusiste... -se interrumpió y añadió con ira-: Estabas tan aterrado de estar junto a una mujer que no estuviera comprometida con otro, que dejé que pensaras... Me imagino que mi madre fue quien te lo contó todo. -Sí, yo quería averiguar hasta qué punto era seria tu relación con Hugh. A mí me parecía que todo era muy raro. Yo sé que cuando una mujer está enamorada, escribe cartas o llama con frecuencia a su novio. Tú no te tomabas las cosas en serio. Y luego, la forma en que reaccionaste ante mí... No pudiste ocultar tus sentimientos. Me preguntaba si eras una mujer hipócrita, a la que le gustaba engañar a los hombres, como Sybil. Pero no, no fue así. Tu relación con Hugh terminó antes de que tú vinieras a esta ciudad. -Sí y ya no me importa que lo sepas —lo retó-. Ahora carece de importancia porque ya no me importa que me eches de tu barco. No necesito seguir viviendo allí. -¿Esa fue la única razón por la que me hiciste creer que Hugh era tu novio? ¿Para no perder tu alojamiento? -entornó los párpados. -¿Qué otro motivo podía haber? -Robbie se encogió de hombros. -¿Acaso no fue para mantenerme a distancia, para hacerme saber que no podías relacionarte con otro? -Tú mismo me dijiste que no te gustaba sentirte atraído por mí —replicó ella-. Además, no tenías por qué necesitar que yo te mantuviera a raya. Tu relación con Petula debería haber impedido que te relacionaras conmigo. Por lo menos, yo no fui una hipócrita. No le fui infiel a nadie -se dio cuenta de que él permanecería muy callado y confuso-: Debiste de sentirte muy avergonzado por la forma en que te comportaste... Tenías las fotos de tu novia por toda la cabina. -Sólo eran dos fotos -comentó Fen con sequedad-. Y mi conducta habría sido muy distinta si hubiera sabido que tu relación con Hugh pertenecía al pasado. -No veo cómo habría podido ser peor la situación. Esa tarde, cuando fuimos a caminar al campo, ambos tuvimos la culpa de lo que sucedió. Los dos nos dejamos llevar por nuestros sentimientos. Pero en tu barco, con todos esos recordatorios de tu relación con... -¿Crees que las cosas serían diferentes si yo te dijera que esas no son fotos de Petula? -Lo son —insistió incrédula-. Tú dijiste... -No, no te dije nada. Sólo dejé que pensaras que así era. Confieso que dejé que lo supusieras, pero eso fue antes de... -Entonces, ¿quién es la mujer de las fotos? -inquirió con tono escéptico. -Mi hermana Fenella. Ella es modelo. Me envió dos copias de las últimas fotos de su álbum.

-¿Y para qué tienes fotos de tu hermana en tu cabina? -En primer lugar, porque estoy orgulloso de sus logros. Fenella y yo siempre nos hemos llevado muy bien. Yo sólo soy un año mayor que ella. Fuimos la «primera generación». Mis hermanos son mucho más jóvenes que nosotros. —¿Y en segundo lugar? —insistió la joven. -También las tengo allí para que no me asedien las mujeres inoportunas, como ya lo habrás imaginado. Ya te dije antes que la fama tiene su precio. Sybil sólo estaba conmigo por interés material, al igual que muchas otras mujeres a las que conocí después. Últimamente he tenido que enfrentarme con las maquinaciones de Caroline. Sigo pensando que tú eres su último intento por buscarme novia -añadió. -Bueno, no lo sé. Yo no conocía los planes de Caroline -repuso con aspereza-. Yo no me habría prestado a ningún truco semejante. Caro nunca me dijo que su hermanastra también era famosa -comentó. -Caroline y Fenella no se entienden muy bien -sonrió—, y Caroline jamás se referiría a mi hermana llamándola «Fen». Eso despertó mis sospechas cuando te conocí. -¿Y me imagino que Petula tampoco le cae bien a Caro, verdad? -Vamos a olvidarnos de Caroline y de Fenella por ahora -sonrió enigmático-. Vamos a hablar de nosotros... de ti y de mí. Fen se acercó a ella y, al ver la expresión de sus ojos, Robbie sintió que su corazón empezaba a latir con fuerza. Retrocedió en dirección de la cama y levantó una mano para evitar que él se acercara más. -No existe nada entre nosotros. No puede haber nada. Tú... Pero Fen la abrazó con fuerza. -Niega que me amas -susurró y antes de que pudiera hablar la besó en los labios. Fue una caricia sensual, excitante, que provocó una respuesta apasionada en Robbie-. Niega que me deseas -repitió Fen. Robbie trató de liberarse, pero no lo logró. -Está bien —sollozó-. Está bien, tú ganas. Te deseo, te amo. Pero no tengo derecho a amarte y tú no puedes hacerme esto. Es despreciable por tu parte que me obligues a confesártelo. Sólo porque yo no tengo novio eso no significa que... Petula está contigo y... Fen se apartó un poco, pero no dejó de abrazarla. -¿Es ese el único obstáculo para que nos amemos? Sé sincera conmigo, Robbie. Esto es muy importante. La joven asintió con tristeza. -¿Me amas? —insistió Fen-. ¿De verdad me amas? ¿Lo suficiente como para casarte conmigo y...? -Sí, sí. Maldita sea, si tú fueras libre... pero no lo eres. ¿Qué más quieres? Fen, por favor, vete. Ya no soporto esto. No sintió ningún alivio cuando él la soltó y se dirigió a la puerta. Se sentía humillada. Se preguntó por qué Fen la había obligado a confesarle su amor.

Fen abrió la puerta de la habitación y Robbie deseó que se alejara para poder desahogar la tristeza que la invadía. Sin embargo, él se quedó en el umbral. -¡Petula! -exclamó. Robbie sintió que las piernas se le doblaban y se sentó en la cama. ¿Su novia estaba en la casa mientras Ferí la había estado besando? Era increíble. Y en ese momento él la estaba llamando, para terminar de humillarla... Fen se volvió y se acercó a la chica. -Ya es hora de que te la presente. Ya conoces a Boris. Esta es Petula. Robbie miró a la perra dálmata, con los ojos llorosos. -¿Qué...? Yo no... -Piénsalo, Robbie -Fen se sentó a su lado-. Todas las cosas que te conté acerca de Petula podían explicarse a una perra celosa tanto como a una mujer celosa. Me convenía hacerte creer que tenía un compromiso emocional con otra mujer. Pero, cuando me di cuenta de que estaba enamorado de ti... y cuando pensé que tú no eras libre... Robbie lo miró angustiada, tratando de saber si Fen era sincero. —No me estás mintiendo, ¿verdad? -A partir de ahora, Robbie... -la abrazó-... sólo habrá una total sinceridad entre nosotros. Y voy a empezar por contárselo todo... El momento preciso en que descubrí que te amaba... las cosas que me encantan de ti. Y luego... -se detuvo y carraspeó muy conmovido. -¿Y luego...? -Robbie tragó saliva. -Y luego te voy a hacer el amor... Ahora... Durante toda la noche... y tal vez mañana también. Pero, primero... -se puso de pie y tomó a Petula del collar para sacarla de la habitación. Cerró la puerta con firmeza y volvió al lado de la chica. -En el pasado se ha acostumbrado a dormir al pie de mi cama -le dijo-. Pero esta noche... -empezó a acariciarla y a besarla-... esta noche tendrá lugar algo que sólo nosotros dos compartiremos. Annabel Murray - Solo para dos (Harlequín by Mariquiña)

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