Andy Watson, prestador de sentido

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Descripción

Andy Watson, prestador de sentido Conferencia sobre autorreferencialidad en una antología de microrrelatos Luis R. Cedeño Pérez

ANDY WATSON, PRESTADOR DE SENTIDO

Es muy fácil encontrar en muchos textos las expresiones de la autoconciencia y la autorreferencialidad; textos que usan y explican un proceso de su construcción. Yo, al tomar una antología que me gusta mucho de Marcial Fernández, compuesta en su mayoría por textos híperbreves, puedo señalar fácilmente con el dedo varios que tratan de la escritura, la lectura y la ficción, y en dicho tratamiento reflexionan sobre ellas. Pueden no ser las grandes reflexiones o las más sorprendentes, pero siempre están ahí. Eso lo considero ya algo normal, acaso en mis lecturas es recurrente o en general en la literatura lo sea. Un grado de reflexión inherente al texto no me sorprende tanto como lo que sucede con Andy Watson, contador de historias. El nombre de la antología de Marcial Fernández es ese, Andy Watson, contador de historias, donde el autor recopiló sus propios textos. El nombre de la antología proviene del primer texto que se nos presenta y ostenta el mismo título. Ese texto, por sí solo, contiene ya alguna idea sobre la censura, por ejemplo, o la calidad de una historia, y eso ya lo consideraría de cierta forma metaliterario, sin embargo, el proceso que me parece sumamente interesante no está presente en el texto solo, la obra aislada, sino en la antología completa donde toma una dimensión mayor. Primero, hay que ver el texto.

Se castigaba con severidad a todo aquél que escribiera una mala historia. Andy Watson supo de este ajusticiamiento: luego de publicar su primera novela, misma que era aburridísima, los soldados del emperador simplemente le cortaron las manos. Los revisteros de moda reseñaron el hecho. Dijeron que Watson sería siempre —de permitírsele seguir escribiendo— un pésimo escritor, y se olvidaron de su nombre. Andy Watson, sin embargo, aprendió a escribir con los pies y publicó otro libro. La ley, en esta ocasión, de nueva cuenta fue implacable: le cortaron las piernas. Watson ya no publicaría más obras. En cambio gustó de contar cuentos, invariablemente insulsos, en el ágora del pueblo. Todos los que por casualidad lo oían, temerosos de perder las orejas —según el más reciente decreto—, le arrancaron la lengua. Hoy, lo único que hace es tomar el sol en una banca del parque, y quien lo mira, piensa inevitablemente en una buena historia…

El primer detalle que debemos notar proviene del título del texto. Andy Watson, personaje principal de la historia tiene un oficio específico o, por lo menos, realiza la actividad de contar historias. Sea por este oficio de contar, Andy Watson es presentado como un personaje obstinado que cuenta y sigue contando a pesar de las consecuencias. Los oponentes de Andy Watson son varios, de los cuales el primero y más importante es la ley. La ley es un actante sincrético, en cierta forma, pues su “voluntad” —si podemos hablar de voluntad— es llevada a cabo por los soldados del emperador en un primer momento y posteriormente por el pueblo; a medio texto su voluntad se realiza como una abstracción, sin alguien que “encarne” a la Ley. Esta ley que se opone al sujeto, a diferencia de Andy, no está humanizada en ninguna forma y simplemente se realiza constantemente cada vez que es infringida.

Siguiendo con esta línea de reflexión, Andy Watson no tiene ayudantes o destinadores, sino herramientas: sus manos, sus pies y su lengua. Las herramientas le son arrebatadas para impedirle su oficio, mismo que eventualmente se perpetúa sin la necesidad de ellas. El personaje va sufriendo un proceso de degradación que, paradójicamente, al final lo llevará a sublimar su arte, y si en un principio las historias que contaba eran malas, para el final del texto, cuando la posibilidad de contar le es negada, Andy Watson verdaderamente transmite una “buena historia”, como dice el texto. El destinatario de la acción de contar es algo que tampoco es importante en el texto. Andy Watson es contador de historias y esa es suficiente razón para que las cuente. Así esbozado, podemos ver que el eje en el que se mueve la historia está en la relación sujeto-oponente, Andy Watson intentando contar y la Ley procurando impedirlo. Esto puedo decirlo ya que el único otro eje que existe en el texto, el de sujeto-objeto, tiene una realización temprana: Andy Watson, desde el principio, cuenta. La oposición sujeto-oponente se resuelve en victorias sucesivas de la Ley sobre Andy Watson como represalias del contacto del sujeto con su objeto de deseo. El conflicto en el texto queda claro en las primeras dos lexías. La primera nos avisa que el texto trata sobre el personaje Andy Watson y la segunda nos habla de las malas historias y el castigo. Para que ese conflicto se resuelva hay varias posibilidades, por ejemplo, que Andy Watson, quien contaba malas historias, dejara de contar, caso imposible debido a que Andy Watson es contador de historias. Otra opción sería que Andy Watson aprendiera a contar buenas historias y, precisamente, es ésta la que ese impone. La resolución del conflicto

satisface a la ley severa y permite que Andy Watson, en cierta forma, continúe siendo el dicho contador de historias. Si pensamos que el conflicto se produce porque Andy cuenta malas historias y el final está marcado por la aparición de la buena historia, podemos ver que el contar una buena historia es un motivo muy importante en el texto. Tal vez, incluso, ese motivo sea el tema de la obra. La pregunta es, entonces, ¿cuál o cómo es esa buena historia? ¿En qué consiste? Ciertamente, el texto no nos dice en qué consiste una buena o mala historia. No hay referencia alguna a cómo se califican esos adjetivos de la historia contada más allá del “aburridísima” que califica a la primer novela de Andy Watson y lo “insulsos” que eran sus cuentos. No se sabe más y, probablemente, si no se sabe más es porque las cualidades no son lo importante. Hay en el texto la alusión a los soportes de las historias de Watson y sabemos que las primeras dos novelas fueron publicadas, estaban escritas, mientras que sus cuentos del ágora eran orales. Esas son las malas historias de Andy, escritas u orales, eran malas. La historia buena, en cambio, no era ni oral ni escrita, la buena historia estaba solamente en la mente del lector al ver a Andy Watson. ¿Es eso, acaso, lo que nos quiere decir el texto? Como sustento para esa idea debo de hacer notar que en dos ocasiones la censura hacia Andy Watson provino de la opinión pública. Los revisteros de moda calificaron la novela de Watson y el pueblo mismo es quien castiga a Andy Watson quitándole la lengua. Definitivamente los calificativos de bueno o malo estaban en una opinión y no en una razón específica u objetiva. Creo que esa es la propuesta del texto, que la buena historia depende del lector y la manera en que completa los silencios del contador de historias.

Y esa sería una propuesta autorreferencial, según yo, que nos estaría hablando del sistema literario como un producto social. Y esa propuesta, sinceramente no me agita o sorprende mucho. Es la función en conjunto de este texto la que le da valor agregado a esta propuesta. No es gratuito que la antología de textos de Marcial Fernández lleve el mismo nombre que este texto con el que, además, inicia. Al menos, eso creo yo, que el nombre de la antología es parte de una construcción semántica más grande que cada uno de los textos individualmente. No pretendo decir de ninguna forma que la antología completa sea un solo texto o una unidad de sentido, quiero decir que el cúmulo de individualidades es de alguna manera organizado por la propuesta de este primer texto o que este texto crea un contrato que nos avisa a qué atenernos como lectores. Francisca Noguerol tiene un trabajo sobre el silencio y la minificción donde señala la importancia de lo que no se dice en los textos breves; Dolores M. Koch también señaló como estrategias para lograr la brevedad en el micro-relato el uso de la elipsis. En un texto breve el procedimiento es común, la participación lectora es una necesidad muchas veces señalada de las expresiones mínimas, así que, en general, podemos ver que se cumple en los breves la “poética de Andy Watson”. Al interior de la antología hay ciento dieciocho textos. Ciento dieciocho es un número difícil para lograr homogeneidad. Ciertamente, los textos de la antología son variados como sólo ciento dieciocho textos pueden serlo, pero eso es parte de su encanto. Hay cuentos muy directos, como el titulado Filípedes, donde la elipsis no está presente en toda la narración, se rompe hacia el final, es decir, sólo es un elemento retardatario del conocimiento. Hay cuentos

mucho más misteriosos donde para comprender los sucesos hay que hacer acopio de diversos ideologemas y leer entre líneas, como en el caso de La montaña de Mahoma. Los más de los textos tienen, en fin, algún nivel de indeterminación en su construcción. Esa indeterminación es el común denominador de la antología y es lo que nos anuncia Andy Watson. El lector ideal del texto no tiene que ser un erudito, pero verdaderamente tiene que ser cooperativo. Si ha leído bien el primer texto de la antología, esta “poética” que le da su nombre al libro, debe de entender que la mejor historia está en su cabeza pues sólo en su cabeza el texto encontrará compleción. Andy Watson, el prestador del sentido, nos da las claves de lectura de su propio libro.

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