Análisis actual del conflicto Chino-tibetano

July 9, 2017 | Autor: Nikolaz Ulloa | Categoría: Peace and Conflict Studies, Conflict and Conflict Resolution
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Descripción





Pontificia Universidad Javeriana
Clase: Teoría del conflicto
Germán Rodríguez
Nicolás Ulloa
22 de Abril 2014

Análisis del conflicto Sino-tibetano
Resumen
El presente estudio busca hacer un diagnóstico del conflicto actual entre la República Popular de China (RPC) y la Región Autónoma del Tíbet (RAT) basado en los parámetros y pilares del proceso conflictual establecidos por Dennis Sandole (1998). En primera instancia, se optará por identificar los actores principales del conflicto, los antecedentes de sus relaciones, sus intereses y los medios para alcanzar dichos intereses. Luego, basado en las conclusiones de lo anterior, se determinarán las posibles causas del conflicto y la tipología del mismo. Por último, se evaluará las posibilidades e imposibilidades de solucionar el conflicto.

Actores del conflicto
Estableciendo los actores principales del conflicto y los antecedentes de sus relaciones
Parece obvio, y sería absurdo no decir lo contrario, que el título mismo del presente estudio delata a los actores principales del conflicto que hemos de tratar aquí. Sí, claramente los actores del presente conflicto son la República Popular de China y la Región Autónoma del Tíbet –que llamaremos por sus nombres abreviados la RPC y la RAT–. Ahora lo que debemos hacer para direccionar nuestra investigación es preguntarnos: ¿Cuáles son los objetivos, y los medios para llegar a esos objetivos, en la actualidad de ambos actores? ¿A lo largo de la historia, ha habido un cambio de dichos objetivos? ¿Por qué hay conflicto entre la China y el Tíbet hoy en día y cuál es su origen?
Hoy en día, el objetivo de la RPC respecto a sus relaciones con el Tíbet son muy claras, en apariencia, busca mantener el dominio sobre el Tíbet. Como dijo alguna vez Deng Xiaoping al Dalai Lama, en el 59, –y como han repetido los demás presidentes de la RPC a la RAT– China está abierta al diálogo mientras el Dalai Lama deje a un lado sus ideas separatistas e independentistas (Soto, 2009). Asimismo, las intenciones de la RAT son claras, proclaman su soberanía y autodeterminación. Pero ¿Acaso es posible hablar de soberanía tibetana? ¿Desde cuándo el Tíbet es parte de la República China?
La RAT y la RPC han tenido una relación conflictiva desde mucho tiempo atrás. Un poco antes del siglo III d.C la etnia tibetana, antes de la llegada del Budismo, ocupó el territorio que hoy conocemos como el Tíbet (Hernández, 2009). "El budismo traído de la India se fusionó con la tradición religiosa nativa Bod para desarrollar la forma específica de budismo tántrico dirigido por lamas o monjes líderes sagrados." (Hernández, 2009, P. 44). Más tarde en el año 1720, la dinastía Qing estableció al Tíbet como su protectorado. En consecuencia, le envió tropas chinas para defender al, recién posicionado, séptimo Dalai Lama de amenazas externas. Luego de unos años, el Dalai Lama se convirtió en el gobernante del Tíbet que respondía a los representantes de la dinastía Qing (Hernández, 2009).

Con el paso del tiempo, el Tíbet pidió a las tropas chinas que desalojaran su territorio, los tibetanos ya no necesitaban de su protección. Sin embargo, la dinastía Qing se rehusó y manifestó que el territorio del Tíbet era parte de China (Hernández, 2009). Debido a su falta de tecnología bélica y formación militar, los tibetanos no intentaron ninguna acción violenta.

Fue en el año 1912, que constituyó un período crítico para la dinastía Qing, que los tibetanos, liderados por el Dalai Lama, se levantaron en pro de su independencia (Ceinos, 2003). En ese momento, los británicos vieron la oportunidad de intervenir para colonizar el Tíbet y crearon la convención de Simla. "En la conferencia de Simla, ciudad de India (1913-1914), Gran Bretaña junto con individuos pro británicos intentaron separar al Tíbet de China. La creación de la Línea McMahon, negociada entre tibetanos y británicos, era uno de los mecanismos a través de los cuales se pretendía cumplir con este objetivo. Los representantes chinos a la conferencia rechazaron el reconocimiento de la Línea McMahon sobre la base de que el Tíbet era parte integrante de China, no obstante sus problemas internos." (Hernández, 2009, P.50). No obstante, las intenciones de Gran Bretaña eran dobles, no solo buscaba delimitar el territorio tibetano sino colonizarlo (Ceinos, 2003). Finalmente, viéndose entre la espada y la pared, el Dalai Lama optó por quedarse bajo el protectorado chino antes que ser una colonia inglesa (Ceinos, 2003).

En 1913 la dinastía Qing le otorgó pequeñas libertades políticas y administrativas al Tíbet. El conflicto se mantuvo pasivo hasta 1949 tras el triunfo del partido comunista (Ceinos, 2003). El período de 1949 – 1957 fue el segundo más crítico de todo el proceso conflictual sino-tibetano. En primera instancia, esto se debe a la alianza entre los nacionalistas y los comunistas chinos –durante los dos primeros años– unidos bajo la consigna de recuperar los territorios colonizados por los países occidentales y reunificar China (Fanjul, 1994). Luego, la consigna de una China unidase volvió más fuerte con el partido comunista y con la fundación de la República Popular de China y la guerra fría.

Durante 1949 los tibetanos intentaron establecer diálogos entre Mao Zedong y los representantes del Dalai Lama, con el gobierno de India como intermediario (Goldstein, 2007). Este intento fracasó porque la RPC manifestó que solo era posible establecer diálogo con el Tíbet hasta que reconociesen su nacionalidad china y aceptasen que el Tíbet era parte integral de China. Solo así se les garantizaría su independencia como región autónoma –que se consolidó como tal en el año de 1965 (Henders, 2010) –.

Es importante recordar que en 1950 inició la guerra de Corea, es por ello que cobra tanta fuerza el discurso de unidad nacional china. En ese momento Mao Zedong vio la posibilidad de una invasión directa de los ejércitos norteamericanos a China. Por esa misma razón, unida al silencio de las autoridades tibetanas respecto a su estatuto como región autónoma pero también como parte integral de la RPC, Mao envió tropas con el fin de tomarse las poblaciones de Kham y Amdo. El porqué de estas tomas consistía en una estrategia de presión para apresurar la respuesta positiva del Tíbet y evitar que el Dalai Lama apelara a la comunidad internacional, lo último que necesitaba China en ese momento era los ojos de la comunidad internacional encima (Goldstein, 2007).

Entrada la década de los sesenta, Mao empezó a percibir un fortalecimiento de la burocracia (King Fairbank, 1992). Asimismo, nació la facción moderada del partido comunista, llamada la facción pragmática, por esta razón más de mil quinientos miembros del partido comunista fueron investigados por traición y por conspiración contra el orden del establecimiento (Fanjul, 1994). Estos dos sucesos tuvieron dos repercusiones importantísimas en la región del Tíbet.

En primera instancia, ante el creciente poder burocrático, Mao decidió apoyarse en el campesinado, puesto que para él era el campo el que debía ser el principal beneficiario de la revolución comunista. Por ende, en 1964, empezó a descentralizar ciertos poderes administrativos (King Fairbank, 1992). De esto también se vio beneficiada la administración tibetana que, un año después, tras diálogos con el gobierno central chino se estableció como Región Autónoma (Henders, 2010).

De igual manera, la RPC dio inicio a la prestación de servicios a los tibetanos, estableció un sistema de salud y mandó medicinas a Llhasa, construyó vías de comunicación entre poblaciones y desarrolló infraestructura e industria. Todo esto dividió a la población de la RAT. Por un lado, el Dalai Lama, como representante político en el exilio, le dio el visto bueno a los beneficios del régimen comunista y abandonó la idea de la independencia total (Henders, 2010; Hernández, 2009). Por otro lado, la postura conservadora tradicionalista condenó todo acto de modernización como una amenaza a la tradición, a la cultura e identidad tibetana (Henders, 2010). Esta dicotomía será tratada con más detalle posteriormente.

En cuanto al tema de la crítica al régimen comunista, Mao temía por la transformación de la RPC en un gobierno capitalista, por ello inicia lo que llamó la revolución cultural, periodo que duró de 1966 a 1976 (King Fairbank, 1992). Durante la revolución cultural Mao prohibió todo tipo de práctica cultural que pudiese amenazar con el régimen comunista, ello incluía tanto influencias provenientes de occidente como las tradiciones retrógradas que impedían la modernización y la igualdad del pueblo chino. En palabras de Fanjul: "Si por cultura nos referimos a las manifestaciones de la vida espiritual e intelectual de un pueblo, en las que están comprendidas el arte, la literatura, etc., no cabe duda de que la Revolución Cultural tuvo una dimensión cultural, pero en el sentido de destrucción de la cultura." (Fanjul, 1994, P. 53).
Claramente la revolución cultural tuvo lugar en los centros urbanos, puesto que era allí donde residían los centro de poder y la mayor actividad política, intelectual y de intercambio cultural con occidente (King Fairbank, 1992). Sin embargo, la ocupación militar del ejército popular y los guardias rojos también llegaron a la RAT. Para la RPC el Tíbet con su sistema económico feudal, su predominante ruralidad y su alianza entre la religión y la élite gobernante representaban a todas luces el espíritu de la opresión y todo aquello que tenía que ser eliminado para poder construir una China comunista. Por lo tanto, destruyeron monasterios, estatuas del Buda Gautama, encarcelaron y desaparecieron monjes, prohibieron el uso de vestimentas budistas e incluso iniciaron una campaña para exterminar la lengua tibetana y promover el mandarín (Henders, 2010).
Después de la muerte de Mao Zedong, el gobierno a cargo del pragmático Deng Xiaoping reconoció el gran error de la RPC respecto al periodo de la revolución cultural (Golsdstein, 1997). Con Xiaoping las reformas y las políticas modernizadoras se retomaron y con más fuerza. En consecuencia, el sector conservador y tradicionalista de la RAT se opuso y, a principios de la década de los ochenta, hubo algunos brotes de violencia (Goldstein, 1997).
Tras la muerte de Mao en 1978 y la transición al poder de Deng Xiaoping la administración y la economía cambió gradualmente. Luego de la captura de la Banda de los cuatro (el brazo derecho de Mao durante la revolución cultural), Xiaoping abrió China al mercado mundial, iniciaron las exportaciones de tecnologías (García, 2009). La consigna de Xiaoping era el salto transformador –haciendo referencia al salto delante de Mao–. Ahora China empezó a ser, lo que el presidente llamó, una economía de mercado de corte socialista (García, 2009).
Después de la apertura al mercado internacional China obtuvo un basto crecimiento económico, su desarrollo industrial fue exponencial. Del 2006 al 2007 el PIB de China subió en un 11,4% (García, 2009). En cuanto a las exportaciones del 2007 sobre pasan el billón doscientos dieciocho mil millones de dólares, esto quiere decir que hay un incremento de casi un 29% en relación al año anterior (García, 2009).
Claramente, esta prosperidad económica también se vio reflejada en la RAT. "El apoyo especial para el Tíbet se dirigió al desarrollo de capital, tecnología y personal. Desde 1984 hasta 1994, se realizaron 43 proyectos, con una inversión total de 480 millones de yuanes por parte del Estado y entre 1994 y 2001, el Gobierno Central financió 62 proyectos, de modo que desde el año 2000 (XI plan quinquenal), la economía del Tíbet creció a una tasa anual del 12%." (Del Mar Montes Vásquez, 2012, P. 27). Sin embargo, a pesar de este cambio en la calidad de vida y en las garantías de subsistencia que le había proporcionado la RPC a la RAT seguía habiendo descontentos, especialmente de los sectores más radicales y tradicionalistas (Goldstein, 1997). Entonces si no es un problema político y económico ¿El conflicto sino-tibetano actual está fundamentado en un problema de diferencia netamente cultural?

Determinando los objetivos y medios de los actores del conflicto
Ya hemos hecho una revisión rápida de los antecedentes de las relaciones sino-tibetanas y sus cambios a lo largo de la historia. Asimismo, se ha mencionado, a grandes rasgos, los objetivos de ambos actores inmersos en el conflicto. En primera instancia, está el debate de la soberanía de la RPC sobre la RAT y la cuestión del protectorado. De igual manera, los intereses geopolítico y económico de la RPC en relación con el territorio de la RAT. Por otro lado, tenemos la fragmentación de los tibetanos entre el ala tradicionalista conservadora, que no acepta reformas ni políticas modernizadoras y que proclama la independencia, y el ala central, que está dispuesta a abrirse a ciertos cambios sin olvidar su identidad étnica, sus costumbres, creencias, etc. (Goldstein, 1997).
En cuanto a la soberanía, es el claro interés del ala tradicionalista tibetana, como alguna vez lo fue para todos los tibetanos. No obstante, el Dalai Lama cambió de postura al ver los beneficios que la modernización podía ofrecerles a los tibetanos y al ver su imposibilidad de independizarse y liberarse de la RPC en su totalidad (Goldstein, 1997). Sin embargo, tanto los tibetanos tradicionalistas como los de una postura más moderada desean un Tíbet donde puedan preservar sus tradiciones y tomar sus propias decisiones administrativas (Goldstein, 1997; Anand, 2007).
Hay que recordar que China posee otra serie de conflictos internos con otras regiones de su interior (Mesa Lora, 2010). Está el conflicto de la demarcación territorial con India, la proclamación de independencia de Mongolia interior y de Xinjiang y la disputa por las islas Senkaku con Japón (Mesa Lora, 2010). Hay dos semejanzas en la relación de estos conflictos con el del Tíbet. La primera es que el interés de la RPC en todos los continentes es de corte primariamente económico. La segunda es que en todas las regiones habitan minorías étnicas alejadas del centro administrativo estatal (Mesa Lora, 2010).
En el caso específico del Tíbet, resulta una excelente ubicación geográfica para el comercio con otros países como Bhutan, Burma, Nepal e India. Asimismo, hay zonas de petróleo inexploradas, glaciares y el nacimiento de los ríos más importantes del continente asiático (Del Mar Montes Vásquez, 2012). Por ello, el dominio sobre la RAT le ha dado a China un mayor poderío comercial sobre sus vecinos.
Ahora que se han establecido las principales diferencias entre los intereses de la RPC y la RAT es necesario preguntarnos por los medios que se han usado para alcanzar dichos objetivos.
Claramente la estrategia China para alcanzar su objetivo ha sido la violencia y la fuerza. De hecho, a principios de la década de los cincuenta, cuando el ejército popular de la RPC se tomó por la fuerza Amdo y Kham el ejército tibetano intentó contratacar. Sin embargo, por la falta de entrenamiento militar y de tecnología bélica carecían de las mismas condiciones que las tropas chinas (Goldstein, 2007). Por ende, lo que se libró fue una guerra asimétrica (Kalyvas, 2009) en la cual el ejército tibetano –aliado con algunos monjes budistas– jugó bajo la táctica de guerra de guerrillas. Finalmente fueron derrotados en menos de un año por el Ejército popular chino.
Más tarde, tras la oleada de protestas que terminaron en hechos violentos, durante la década de los ochenta, el gobierno chino persiguió a los autores de dichos hechos, y en especial a los monjes, con el discurso de eliminar los actos terroristas en el Tíbet (Goldstein, 1997). En este caso podemos ver la estigmatización de la protesta y de la etnia tibetana. Algo similar ocurrió en el año 2008, lo que empezó como protestas pacíficas terminó en muertos y detenidos (Hernández, 2009).
En este sentido, las protestas son los medios a partir de los cuales los tibetanos buscan contrarrestar la relación asimétrica con la RPC. No obstante, no podemos olvidar los constantes diálogos que generaciones de Dalai Lamas han sostenido con el gobierno de la RPC, las apelaciones que han hecho los tibetanos a la ONU y al derecho internacional y la presión de grupos pro-Tíbet de carácter mundial (Goldstein, 2007).
He aquí un tercer actor importante. Los movimientos y colectivos que se han creado a nivel internacional son terceros que, de alguna manera, son un brazo táctico de apoyo para la RAT en la contienda por su soberanía. Aunque este tercer actor no tenga un verdadero poder de decisión legal sobre el devenir de la soberanía y autonomía del Tíbet, sí sirve para hacer presión pública y mundial y ha ayudado a mantener a la RPC al margen sobre ciertos asuntos culturales (Goldstein, 1997). Incluso, en una conferencia acerca de derechos humanos, el Dalai Lama manifestó haber recibido en el periodo de 1956 – 1970 unos documentos en nombre de la CIA (desclasificados por el gobierno de los Estados Unidos y por la misma CIA hasta el día de hoy) en el que los Estados Unidos le ofrecía armamento y apoyo logístico para llevar a cabo su independencia y ejercer su soberanía (Hernández, 2009).
En conclusión, podemos ver que la RPC tiene el poder administrativo central tanto económico como militar y es a partir de estos dos ejes que maneja las políticas de desarrollo y el control étnico sobre la RAT. Sin embargo, la población tibetana no se deja vencer fácilmente e intenta por medio del diálogo y la apelación a organismos internacionales defender su identidad cultural.

Causas del conflicto y su tipología
Estableciendo las causas
Entre la determinante posición de la RPC y la latente fragmentación de la RAT hay un factor que vertebra todo el conflicto hasta nuestros días y que ha venido haciendo eco desde 1720, esto es, el problema de identidad étnica. Los chinos son de la etnia Han, esta etnia ha sido la predominante en China incluso antes del siglo III d.C, cuando la etnia tibetana se estableció en lo que hoy denominamos como la RAT (Bauer, 2006). Por consiguiente, nos es posible formular la siguiente hipótesis: el conflicto sino-tibetano inicia como un conflicto de soberanía y étnico que hoy en día se ve manifestado tanto en la economía como en la política.
El asunto de la soberanía ha sido un problema latente y que, como ya vimos, emerge desde 1720 en el origen del proceso conflictual. No obstante ¿Si tanto los chinos como los tibetanos formaran parte de la misma etnia el conflicto seguiría existiendo hasta el día de hoy? Es imposible responder a ciencia cierta esta pregunta. Sin embargo, podríamos alegar que no existiría el conflicto, porque tanto la RAT como la RPC tendrían los mismos intereses y se enmarcarían en las mismas lógicas de desarrollo. ¿Entonces el problema es étnico? En cierta medida sí y hasta cierto punto no.
El problema es étnico en la medida de que la etnia tibetana posee una cultura, una memoria colectiva y una identidad que se enmarcan bajo una lógica de desarrollo y espiritualidad distinta a la lógica occidental, de estas mismas categorías, profesadas hoy en día por la etnia Han de la RPC (Anand, 2007). En este orden de ideas, es la cultura la que reproduce y legitima una estructura social y unos modos de producción particulares. En el caso de la RAT esa estructura socioeconómica se fundamenta en el feudalismo y en una estructura eclesiástica donde los Lamas, que son los sacerdotes de alto rango, son poseedores de tierras y riquezas mientras los demás no (Goldstein, 2007). Sin embargo, no podemos reducir el conflicto sino-tibetano a un problema étnico, puesto que se ve afectado por otra serie de variables de suma importancia.
Paul Collier (2006) sostiene que la diversidad étnica de una nación la hace menos propensa a caer en conflictos. El problema es cuando hay una etnia predominante que tiene el control político y económico del país. Según el censo del 2001, el 92% de la población china pertenece a la etnia Han, mientras que el otro 8% de la población representa a 55 etnias minoritarias (Mesa Lora, 2010). Por lo tanto, podemos decir que el caso sino-tibetano sí cumple con la tesis de Collier.
En este orden de ideas, ya hemos establecido la primera causa, y tal vez la más importante, del conflicto de intereses sino-tibetano. Claramente el problema de la soberanía tiene su raíz en la diferencia étnica y es esta misma la que la lleva a la diferencia de intereses económicos.
Continuando con Collier (2006), el autor sostiene que es más probable el conflicto en un país que esté en decadencia económica. Asimismo, comprende la rebelión como una actividad predatoria a las formas habituales de producción económica (Collier, 2006).
En cuanto al primer punto, vemos una contrastante y antagónica diferencia con la realidad china, puesto que, como lo vimos anteriormente, China está en un constante crecimiento económico desde la década de los ochenta (García, 2009). La segunda premisa no nos concierne, ya que no podemos hablar de un conflicto armado en sí. De hecho el Dalai Lama ha optado por una solución del conflicto de manera pacífica y los actos de violencia que se han dado han sido espontáneos (Hernández, 2009). Por lo tanto, no se puede catalogar el conflicto sino-tibetano como una guerra civil con una parte de la población en rebelión.
Estableciendo la tipología del conflicto
Hemos llegado a un callejón sin salida en nuestro análisis. Por ende, es necesario re direccionarlo, con el fin de encontrar nuevas respuestas, a partir de la siguiente pregunta: ¿Si el conflicto sino-tibetano no es una guerra civil, no hay dos actores armados y actos constantes de violencia, entonces qué clase de conflicto es?
Para responder a esta pregunta sería importante, en primera instancia, determinar el grado de intensidad del proceso conflictual. Un conflicto es dinámico y, por tanto, su grado de intensidad nunca es constante (Entelman, 2002). En este orden de ideas, – explica Entelman (2002) – el conflicto tiene episodios en el que el grado de intensidad sufre una escalada y otros en el que sufre una desescalada.
En el caso del conflicto sino-tibetano, este grado de intensidad parece, en un principio, estático. Sin embargo, tras los hechos de violencia espontáneos que han ocurrido alrededor de la historia sino-tibetana, se puede observar un patrón de escalamiento súbito, luego una desescalada súbita, de igual manera, y finalmente un momento de aparente quietud. Estos periodos de quietud suelen ser aquellos en los que se está a la expectativa de los diálogos entre representantes de ambos grupos. Por el contrario, cuando los diálogos se interrumpen por alguna intransigencia de la RPC, un malentendido o se lleva a cabo alguna política que atente contra la identidad cultural tibetana, el grado de intensidad del conflicto se dispara.
Este comportamiento se asemeja al descrito en la tipología de Charles Tilly (2003). Tilly realiza una cartografía del conflicto y dentro de la misma construye unas categorías a partir de las cuales se puede medir, de cierto modo, la gravedad o la magnitud del conflicto. El grado de intensidad del conflicto entre la RAT y la RPC se podría situar entre las categorías de negociaciones rotas y ataques espontáneos.
En primera instancia, las negociaciones rotas, como su nombre lo delata, es cuando ya se ha establecido un diálogo entre los actores mas no es posible llegar a un acuerdo que los satisfaga a ambos. Por tanto, se cierran las negociaciones y un actor arremete contra el otro en busca de solucionar aquello que no pudo con el diálogo, normalmente es el actor que menos tiene que perder o que se encuentra en un alto grado de asimetría respecto al otro.
Claramente es el caso del Tíbet en los actos de violencia del año 2008. En este caso, se cumplían cincuenta años de exilio del Dalai Lama y al ver que los diálogos entre los representantes tibetanos y los representantes chinos estaban estancados, la frustración de los monjes tibetanos llevó al desorden público y a disturbios de gran magnitud (Hernández, 2009). No obstante, estos disturbios también podrían ser catalogados como ataques a objetos simbólicos de autoridad –como las estaciones de policía chinas– y, por tanto, ser categorizados como ataques espontáneos.
Aunque el conflicto sino-tibetano no alcance a la categoría de guerra de ningún tipo, no significa que no sea un conflicto grave. Las categorías de negociaciones rotas y ataques espontáneos no llegan al nivel de ataques coordinados, pero sí poseen un nivel alto en la magnitud del conflicto expuesto en la cartografía de Tilly (2003). Por consiguiente, es importante construir una estrategia que si no puede terminar el conflicto, al menos que lo pueda mantener en ese patrón de intensidad y que no crezca más.

Posibilidades e imposibilidades para solucionar el conflicto
Evaluando las causas del conflicto y los objetivos de los actores involucrados en el proceso conflictual en miras a una solución
El problema étnico
Como establecimos en las secciones anteriores, el eje rotativo del presente conflicto es el problema étnico y la proclamación de la soberanía tibetana. Aunque hemos mencionado ambos problemas no los hemos abordado cuidadosamente. Por lo tanto, en primera instancia, desarrollaremos el problema étnico y luego el de la soberanía.
Para comprender las dinámicas del conflicto sino-tibetano, las reacciones sociales y las posturas políticas algunos autores optan por dividir al Tíbet en dos categorías principales (Goldstein, 1997; Henders, 2010). La primera, la denominan el Tíbet etnográfico. La segunda, la denominan el Tíbet político.
El Tíbet etnográfico hace referencia a toda la Región Autónoma del Tíbet que comparte una lengua, unas costumbres, unos símbolos, unas creencias, unas prácticas y una memoria colectiva. Por otro lado, el Tíbet político representa al centro administrativo del Tíbet situado en Llhasa –la capital del Tíbet–, allí se toman las decisiones administrativas importantes, se hacen los cambios de la estructura socioeconómica y es la entidad responsable con quien se entablan las conversaciones para la resolución del conflicto (Goldstein, 1997; Henders, 2010). No obstante, esta diferenciación es excluyente y fracciona la sociedad tibetana en dos, cuando las dimensiones de la organización interna de la RAT son harto más complejas.
Uno de los argumentos principales de Henders (2010) para dividir el Tíbet en dos territorios distintos, es que las posturas más radicales y tradicionalistas se han caracterizado por su emergencia en la periferia tibetana, en el seno de poblaciones como Amdo y Kham. De hecho, históricamente, es en la periferia donde se han originado los actos violentos (Henders, 2010). Por el contrario, los representantes del gobierno de Llhasa suelen ser más abiertos al cambio y, de una u otra manera, son los que están liderando los diálogos y los que tienen un mínimo de participación en cuanto a la administración del Tíbet. Por ejemplo, después de constituida la Región Autónoma del Tíbet como tal y después de finalizada la revolución cultural, se le permitió a la administración central de Llhasa decidir qué se cultivaba y qué porcentaje de esa materia prima se exportaba, puesto que anteriormente era el gobierno chino que tomaba dichas decisiones (Goldstein, 1997).
Sin embargo, estos argumentos no son lo suficientemente fuertes para dividir de tal manera la población tibetana. Dibyesh Anand (2007) argumenta que dichas categorías son fruto de un reduccionismo occidental, es falaz establecer las categorías con que se comprende a occidente como universales. El principal problema de esta reducción es la generalización y discriminación que ejercen dichas categorías, aunque haya un menor nivel de tradicionalismo en Llhasa, no quiere decir que los residentes en dicha ciudad no hagan parte de la etnia tibetana. Asimismo, hay una imposibilidad en comprender que los factores culturales y religiosos también determinan e influyen en la reproducción de la estructura social y en los modos de producción y distribución de la riqueza (Anand, 2007). En última instancia, Anand argumenta que la población y la identidad nacional del Tíbet no solo se reduce a la población residente en la Región, también hay un gran número de tibetanos en el exilio que siguen manteniendo sus tradiciones culturales, reproduciendo sus costumbres, que anhelan retornar a su país y que promueven grupos pro-Tíbet en el extranjero y hacen campañas e investigaciones por los abusos de las autoridades chinas (Anand, 2007).
De igual manera, a nuestro juicio, hay una tensión entre lógicas que chocan entre el estilo de vida tibetano y las políticas modernizadoras chinas. El problema reside en evaluar la estructura feudal tibetana como retrógrada y su forma de vida centrada en la espiritualidad como primitiva. Son juicios de valor infundidos desde el narcisismo occidental. Un claro ejemplo de ello es la imposición del gobierno chino a terminar con el nomadismo, porque era símbolo de un estilo de vida primitivo que impedía el fortalecimiento del trabajo y la colectivización de tierras (Goldstein, 1997). Asimismo, la imposición de un Estado moderno, una educación laica fundamentada en la razón, la apertura al mercado mundial y el consumo han deteriorado las costumbres y creencias del budismo tibetano.
Claramente las circunstancias han cambiado, podemos ver que una parte de la población tibetana ha tomado una postura más moderada respecto a las reformas modernizantes. Esto se debe a la capacidad de transformación de una cultura con el fin de sobrevivir y mantener su esencia constitutiva (Zubiría Samper, Abello & Sánchez, 1998). Zubiría Samper et.al construyen la identidad de las culturas desde la dialéctica hegeliana.
Para Hegel, A = A porque A B, así A se define gracias a B, sin B no se podría definir A. Sin embargo, A y B se construyen a partir de sus diferencias internas y su relación entre sí está supeditada a sus contradicciones y diferencias internas (Abello, et al. 1998). Para Hegel es de esta manera como se construye el pensamiento, es por eso que habla del conocimiento del pensamiento objetivo y no del conocimiento objetivo del mundo. En el mismo sentido, la relación pensamiento-mundo solo tiene posibilidad en el existir, puesto que el objeto es la consecuencia del efecto que el pensamiento ejerce sobre el mundo, pero al mismo tiempo el objeto tiene una influencia sobre el mundo y sobre el pensamiento, lo que causa un entramado complejo de relaciones y crea como resultado la identidad (Abello, et al. 1998).
A partir de este razonamiento, Zubiría Samper et.al (1998) llegan a la conclusión de que la identidad de una cultura se construye gracias a la diferencia y a un entramado complejo de relaciones. Asimismo, este entramado complejo forma una esencialidad, es decir, aquello que permanece idéntico a pesar de los cambios extrínsecos de ciertas estructuras y relaciones. A nuestro juicio, ese es el reto al que se enfrenta el budismo tibetano en la actualidad, porque el mundo globalizado y sus estrechas relaciones de sometimiento con la RPC le están demandando un cambio en algunos rasgos de sus tradiciones. Esto no quiere decir que tenga que ceder a todas las demandas de la RPC, pero sí a algunas o sino solo logrará arraigar y aumentar la intensidad del conflicto.

El problema de soberanía
Dice Anand (2007) que la principal falacia acerca del dominio chino sobre el territorio tibetano es que el gobierno que en el siglo XIX rechazó el modelo occidental de relaciones internacionales, más tarde se apropió del territorio tibetano bajo el concepto moderno europeo de soberanía. No obstante, no es la única inconsistencia en los argumentos chinos acerca de la soberanía de la RPC sobre la RAT.
El gobierno chino acogió a la región del Tíbet como protectorado mas nunca proclamó su dominio soberano sobre la misma. La PRC está confundiendo el concepto de soberanía con el de protectorado, conceptos que son harto distintos (Anand, 2007). El protectorado se refiere a un Estado que actúa como guardián de otro que solicita su protección en un momento de vulnerabilidad. De igual manera, este último es representado por el Estado guardián en los organismos internacionales de manera absoluta o parcial (Anand, 2007).
Por otro lado si hacemos una revisión del término soberanía encontramos una noción diferente en su sentido moderno. En palabras de Carpizo:

La soberanía no es arbitrariedad, sino que se encuentra limitada por sus principios mismos; que es indivisible, que es inalienable, que es imprescriptible y porque persigue asegurar su propia libertad y dignidad. Así, no es concebible que la noción de soberanía pueda prestarse a la violación de los derechos humanos o al desconocimiento de que los gobernantes son sólo los representantes de la voluntad del pueblo. En esta forma, la misma idea de soberanía contiene sus límites para no autodestruirse y poder libremente decidir su Estado y su orden jurídico que son instrumentos a su servicio para poder vivir bien, con libertad y con justicia. (Carpizo, 1982, P. 13).

Con esto Carpizo hace referencia a que la soberanía la dicta, en principio, la población. Claramente el pueblo se tiene que valer de representantes para crear estatutos jurídicos y políticos por medio de los cuales se pueda establecer un contrato social y unos parámetros de convivencia. Asimismo, estos parámetros tienen que estar dentro del orden internacional y garantizar la libertad, la dignidad, la justicia y proteger los derechos humanos (Carpizo, 1982).

En este orden de ideas, la RPC no ha cumplido su deber ni como protector de la RAT ni como parte integral de su territorio soberano. En primera instancia, el gobierno chino nunca ha sido aceptado como soberano por el pueblo tibetano, únicamente a la fuerza después de la muerte de Mao Zedong. De igual manera, durante la década de los sesenta, según la comisión internacional de juristas de Ginebra (1960), la RPC violó los derechos humanos considerados en los Artículos: 3, 5, 9, 12, 13, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 24, 25, 26 y 27 –es importante considerar que en ese entonces aun no había acontecido el periodo de la revolución cultural–.

Entonces, vale la pena preguntarnos ¿Por qué el Tíbet no ha sido consolidado como Estado soberano? Porque para ello necesita que otro Estado soberano lo reconozca como tal y ninguno lo ha hecho (Ceinos, 2003). India optó por hacerlo a principios de los cincuenta, pero tras el conflicto por la demarcación territorial con China se retractó (Hernández, 2009). En el siglo XXI Inglaterra estaba apoyando fervorosamente al proceso de la RAT en la ONU, pero tras la crisis económica en Europa tuvo que pedirle a China que subiera su aporte al fondo monetario internacional y, en consecuencia, se vio obligado a retractar su apoyo al Tíbet (Hernández, 2009).

En última instancia, queda claro, a grandes rasgos, las causas del conflicto, su tipología, el entramado complejo de relaciones que se establecen entre sí y las relaciones de los actores del conflicto. No obstante, queda pendiente la creación de una estrategia concreta para un plan de intervención al proceso conflictual en miras de solucionar el conflicto.


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