Ana Lydia Vega: Ensayando Puerto Rico en la escritura

July 23, 2017 | Autor: Paola Formiga | Categoría: Postcolonial Literature
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Prácticas Intelectuales y Discurso Crítico en las Transiciones Democráticas: Ensayo[s] de Escritores

Ana Lydia Vega: ensayando Puerto Rico en la escritura Paola Alejandra Formiga Facultad de Lenguas (U.N.Co)

... es sólo una flor de minorías: mujer (aunque seamos mayoría en el planeta, ¿quién carajo se entera?); puertorriqueña (hija de esa colonia cinco veces centenaria que amenaza con ser el vertedero tóxico y nuclear de Occidente); y escritora (oficio, como hemos visto, harto sufrido). Ha cometido el gravísimo desliz de no evitar la consagración en vida. Ha tenido la mala pata de ver su nombre en la lista de los autores menos ignorados por los lectores. Y ahora tendrá que atenerse a las consecuencias: la sacarán del armario cada vez que haya un foro sobre “literatura femenina” en o fuera del país [...] tendrá que confesar sin tregua lo que opina del aborto, el incesto, la infidelidad y el divorcio; y figurará en las principales antologías de la Falocracia Plumífera internacional, la honrosa excepción que confirma la regla, como quien dice: ¿lo ven, que en Puerto Rico hay de todo? Hasta escritoras... (Vega: 1996, 100)

Uno de los objetivos de este seminario es reflexionar acerca del carácter “marginal” de la escritura de ensayos de escritores y de su función en los contextos políticos y culturales de su producción. Tal vez fue al ver la condición de “marginal” que decidí analizar los escritos de una autora puertorriqueña, ya que el término la define en más de un aspecto: escritora de profesión en una sociedad altamente tradicional y patriarcal, donde se espera que la mujer sea la “gerente de lo doméstico”; mujer en una cultura machista; y puertorriqueña en un mercado internacional donde sólo los grandes centros culturales son reconocidos. Como se ve, tiene “cualidades” suficientes para encuadrarse en esta categoría. Ana Lydia Vega nació en Santurce, Puerto Rico, en 1946. Estudió en la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, donde actualmente trabaja como Profesora de Lengua y Literatura Francesa y obtuvo su PhD en la Universidad de Provenza, Francia. Los ensayos que seleccioné para el presente trabajo fueron compilados en Esperando a Loló y otros delirios generacionales. Los ensayos que componen este libro fueron escritos entre los años 1985 y 1994, año de su publicación, y aparecieron en distintas revistas culturales, suplementos culturales de diarios y periódicos, y aperturas de diversos eventos (congresos, año lectivo de la Universidad de Puerto Rico, entre otros). Verdaderos escritos de ocasión. La compilación se divide en tres secciones: Nostalgia para llevar, Acá en la losa, y Gajes del Oficio. Los temas que la autora aborda son diversos, desde el nacimiento de su hija

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hasta reflexiones sobre religión, atravesando tópicos característicos de la literatura , y de la vida, puertorriqueña, como la condición de colonia por elección, la imposición del idioma inglés, la escritura femenina, la academia y la crítica; siempre expresando su visión con una fuerte inscripción del “yo”, haciéndose cargo de sus opiniones a través del uso de un humor altamente irónico, pero sin quitar “seriedad” a lo que dice. De los catorce ensayos que componen la compilación he decidido trabajar sobre tres de ellos, uno de cada sección, en un intento por mostrar la diversidad de temas abordados por Vega en su escritura no ficcional. “La felicidad (ja ja ja ja) y la Universidad”, incluido en la primera sección, fue escrito para la lección inaugural del Bachillerato en Estudios Generales, de la Universidad de Puerto Rico, en el año 1989. La autora se dirige a los ingresantes a la universidad, con la ironía que la caracteriza, recorriendo su experiencia universitaria en la década del 60. Después de haber asistido a un colegio católico, cuya instrucción era casi exclusivamente en inglés, la Universidad de Puerto Rico era “la Encarnación Institucional del Mal” (Vega: 1996, 37), donde se podía poner en peligro la fe, según decían las monjas irlandesas que dirigían el colegio. Y si algo le ocurrió a Ana Lydia Vega en la universidad fue que perdió todo tipo de fe. El contraste entre el mundo “irreal”, pre-fabricado, del que ella provenía y aquel al que estaba ingresando era de tal magnitud, que todas sus creencias, percepciones y pensamientos se modificaron abruptamente al enfrentarse a una realidad heterogénea, donde se daban cita jóvenes de diversos orígenes, clases sociales, creencias religiosas, formas de pensar, con percepciones distintas de la realidad; no ya ese grupo homogeneizado, de manera forzada, del que la autora había formado parte en su educación primaria y secundaria. Los sesenta fueron una década de revueltas en todo el mundo, y Puerto Rico no era la excepción. Para esta escritora puertorriqueña romper con los dogmas impuestos y adquiridos a regañadientes representó un cambio radical en la forma de ver el mundo, y de vivirlo. En el recorrido por sus años de universidad, la autora visita la época de represión, con listas negras incluidas; el aprendizaje obtenido, mayormente de sus compañeros; y, fundamentalmente, “la liberación verbal” (Vega: 1996, 42) que experimentó en aquellos años, que ella define como “la posibilidad de expresarse sin ningún tipo de censura [que] representó una guerrilla simbólica de reafirmación personal contra los tabúes de lo establecido” (Vega: 1996, 42). La

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palabra pasó a representar acción, lo que la ayudó a liberarse de nociones patriarcales de autoridad e identidad que le habían sido impuestas sin derecho a ser cuestionadas. Las lecturas que ella hiciera también influyeron la nueva identidad que la autora fue construyendo. La crítica que hace al programa de estudios revela una perspectiva amplia e inclusiva que Ana Lydia Vega fue formando durante sus años de estudiante, y después. Leer a los clásicos europeos, o como ella dice, a “los escritores y pensadores que integran el fondo cultural común de la humanidad” (Vega: 1996, 43), le permitió un cambio de focalización, una nueva forma de pensar, al subvertir la visión de mundo que hasta ese entonces tenía. Como resultado de su experiencia universitaria la autora rescata el haber desarrollado lo que llama una “híper-conciencia”, que ella define como “un estado de alerta permanente contra la mentira, [...] una declaración de guerra a todo dogma que no sea el del respeto a la vida y la dignidad humana” (Vega: 1996, 44). Es por esto que ella considera que el valor más acabado que puede adquirirse en la universidad es el pensamiento crítico. Aunque una vez adquirido, la tranquilidad se ve amenazada para siempre, ya nada vuelve a ser como era, todo se ve y analiza desde un nuevo lugar. “Ciudadano dios” fue publicado originalmente en el periódico Claridad, en febrero de 1991, y está incluido en la sección Acá en la losa. En la jerga puertorriqueña, la losa es el municipio capitalino; y los ensayos recopilados aquí, publicados en periódicos o revistas, se refieren a cuestiones urbanas. Esto permite ver que la autora aborda una gran variedad de tópicos en sus ensayos, hay una toma de posición pública en ellos, una voz que quiere expresarse, y si es oída, mejor. En este ensayo la autora se refiere a lo insoportable que puede llegar a ser lo religioso cuando interviene en todos los aspectos de la vida diaria. Su educación ultra-religiosa sólo consiguió que Ana Lydia Vega perciba a Dios como alguien absolutamente alejado de los mortales, distancia que ella confiesa le resulta “demasiado acomplejante”. Una vez más, a través de frases sumamente irónicas, la autora expresa su poca religiosidad por rebelarse en contra de la idea de un “Señor Feudal de los Cielos” habitando un “penthouse celestial” (Vega: 1996, 72). También se rebela ante lo que ella llama el “terrorismo de la culpabilidad”, método no sólo utilizado para subsumir a los creyentes a un orden religioso, sino que esta sumisión también se “aprovecha” para trasladarla al orden político. Todos estos elementos hacen que la autora plantee el tema de la religión como medio de supervivencia de psiquiatras y

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trabajadores sociales, y abogue por la liberación del cuerpo, las ideas, la moral y el espíritu. Por esto ella habla de un ciudadano dios, con minúscula, más cercano a los mortales, más desestructurado, que sea un vecino más de cualquier ciudad, al que se le pueda “rezar” con el pensamiento, dejando los dogmas inquebrantables para otra ocasión. Esta clara toma de posición, este enfrentamiento a lo establecido en su sociedad puertorriqueña, establece con fuerza el “yo” de la autora como portadora de una voz diferente, de una voz que ayuda a ampliar perspectivas y formas de pensar. En “De bípeda desplumada a Escritora Puertorriqueña (Con E y P machúsculas)” la autora aborda el tema de la escritura femenina, motivo por el cual está incluido en el segmento Gajes del Oficio. Con la ironía constante como arma, Vega empieza “renegando” de la automarginación de las mujeres, poniendo como ejemplo los foros, conferencias, artículos, celebraciones, etc. en los que sólo se habla de la condición de minoría, y de temas “exclusivamente” femeninos. Ella se cuestiona por qué a ningún escritor se le pregunta por su opinión sobre el aborto, la infidelidad o el divorcio, o por qué no hay congresos sobre “literatura masculina”. Ella misma dice que la respuesta es obvia, que no existe una literatura masculina, sino simplemente una literatura a secas, “que se trata, que siempre se ha tratado de un oficio de hombres” (Vega: 1996, 91), lo que ella denomina literatura con ele “machúscula”. Es por esto que Vega dice que es más difícil para una escritora llegar a ser reconocida, ya que no basta con escribir bien. La selección de temas sobre los cuales escribir también es una dificultad, hay que poder encontrar un equilibrio para no ser presa de la crítica feminista ni ser defenestrada por la masculina. ¿Qué género elegir? Otro problema. Siempre hubo géneros lícitos y géneros ilícitos para mujeres. La poesía se ha reconocido como terreno femenino, según dice la autora “en Puerto Rico hay más poetisas que plátanos” (Vega: 1996, 94). Por otro lado, se dice que la poesía no vende, por lo que lograr ser publicada es otro obstáculo más. La narrativa, en cambio, es terreno masculino. No quiere decir esto que no haya escritoras puertorriqueñas que hayan “intentado” adentrarse en este territorio, sino que la academia no las reconocerá fácilmente. Sin embargo, en los últimos veinte años, la literatura producida por escritoras puertorriqueñas ha vivido un boom, tal vez por tratar temas cotidianos, actuales, con “buena”

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calidad escrituraria que atrae a lectores en busca de una nueva narrativa, diferente y femenina. Escribir ensayos ha permitido a las mujeres acceder a las “altas esferas” del poder literario. En este campo, considerado espacio de hombres por excelencia, las escritoras puertorriqueñas han podido compartir “ideas serias” y establecer posturas públicas, y a través del humor, subvertir “los esquemas discursivos tradicionales” (Vega: 1996, 95). Es decir, ya no quedan géneros que las mujeres no hayan abordado, con cierto éxito, para hacerse oír y para dejar en claro que la literatura, sin apellido, también puede ser escrita por escritoras. Otro aspecto que la autora aborda en este ensayo es el del lenguaje. Un nuevo obstáculo. Los hombres pueden usar el lenguaje que les venga en gana, las mujeres no. Aquí nuevamente, la crítica de uno y otro lado se encargará de desmerecer el trabajo. Si se escribe en el lenguaje de las mujeres, cualquiera que éste sea, la crítica masculina tildará la obra de poseer una “fina sensibilidad” o “cordialidad de tono” (Vega: 1996, 96). ¿Quién querría leer algo así? Por otro lado, la crítica feminista dirá que se reafirma un arquetipo sexista, “deplorando la flagrante ausencia de abogadas, médicas y mujeres de negocio” (Vega: 1996, 96) cuya inclusión le valdría al texto algún tipo de reconocimiento. Entonces, se puede elegir adoptar el lenguaje de los hombres, el poderoso. ¿Qué dirá la crítica ahora? Los hombres se quejarán de que se quiere escribir como ellos, que se es “agresiva”, o “machista al revés” (Vega: 1996, 96). ¿Y las mujeres? Peor, dirán que esa escritora que osó utilizar el lenguaje de los hombres es una “traidora infiltrada, una víctima recuperada por el sistema” (Vega: 1996, 96). Como se ve, no es fácil ser escritora. Ana Lydia Vega también analiza en este ensayo las lecturas que los consumidores de literatura imponen al texto escrito por mujeres. Más que en cualquier otro caso, se confunde ficción con realidad, autora con personaje, cargando así las creadoras con los “crímenes” cometidos por sus criaturas. Escribir un artículo, cuento, ensayo, o libro, con algún dejo de femenino no conseguirá otra cosa que lectoras que pedirán a las autoras consejos para la vida, como si las escritoras tuvieran un secreto conocimiento que deben facilitar a sus congéneres. Los lectores, por otro lado, acusarán a estas mismas escritoras de tener “algún problema” con los hombres. No se podría entender de otra manera por qué escriben lo que escriben.

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Han llegado a arrancarnos la confesión de que estamos casadas y tenemos hijos. Así esquivamos la sospecha de lesbianismo con que se quiere despachar toda gestión feminista y también perdemos por lo menos el 30% de nuestro fan club nacional. (Vega: 1996, 97-8)

Entonces, como ya mencionáramos anteriormente, no basta con escribir bien. También hay que conseguir quién publique los textos. Es necesario un prólogo de alguien reconocido, algún que otro premio, cierto prestigio en el mundo académico... o dotes de actriz dramática para convencer a la editorial de las condiciones de ese primogénito escrito. En un pasado, no tan lejano, las obras escritas por mujeres más fácilmente publicadas eran la literatura infantil, libros de cocina (que más si no) y, tal vez, poesía escrita por poetisas. La crítica tampoco es una excepción en este “macabro” juego de alcanzar la fama como escritora. Novelas importantes suelen tildarse de “novelitas”, ya sea por el número de páginas o por cierto intimismo en la escritura. Escritoras de calidad pueden ser “obligadas” a cargar con el título de “joven narradora”, lo que condenará a esta autora a ser “prometedora” eternamente. ¿Y la crítica feminista? Lamentablemente, tampoco ha encontrado su equilibrio. Se suele cometer el error de sobrevalorar toda obra escrita por mujeres, sólo por contar con esa única cualidad. ¿Será esta imposibilidad de mantenerse neutral ante la obra femenina una extensión de la antigua Maldición de Eva? Parirás en el dolor, dijo Dios en uno de sus arranques machistas. Y eso, que todavía no contemplaba el que nos atreviéramos a hacer literatura. (Vega: 1996, 99-100)

Es decir, son varias y diversas las “censuras” que las mujeres deben sortear para llegar a ser reconocidas y valoradas como escritoras; es como “una conspiración de alto nivel para que soltemos las plumas y volvamos al plumero” (Vega: 1996, 98). Analizando estos ensayos en su conjunto, podemos concluir que son de naturaleza “marginal”, ya que, en primer lugar, expresan la voz de una mujer, son una clara toma de posición en todos los temas abordados, y ello en la forma de ensayo, que, como ya mencionáramos, es la puerta de acceso a las altas esferas de lo público. En segundo lugar podemos calificarlos de marginales por su naturaleza híbrida, es decir, la autora hace uso de características de su escritura ficcional, como la ironía, el tono amigable y cómplice con el lector, una “narrativa” liviana en cuanto a la lengua utilizada, pero pesadamente cargada de Paola A. Formiga

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contenido, para trasponerlas en un texto no ficcional, un texto de opinión. Esta hibridez provoca por momentos que el lector crea que está ante una historia más escrita por Vega, y se deje llevar por lo que ella “cuenta”. Sin embargo, al leer estos ensayos más detenidamente, uno debería advertir esos detalles que hacen de estos escritos lo que son: ensayos de escritora, escritos de opinión. Debería también percibirse esa personalidad que se responsabiliza por lo que está enunciando, y que eventualmente hace uso de un “nosotros” , colectivo a veces, inclusivo otras, en un gesto de complicidad con sus lectores. En cuanto a la función de estos textos, ya hemos mencionado que sus orígenes son diversos: suplementos culturales de periódicos, revistas culturales, eventos públicos; todos espacios de toma de palabra que necesitan posturas contundentes con las que el lector pueda acordar o disentir. Espacios donde la autora no puede “esconderse” detrás de la palabra del narrador o de algún personaje para que diga lo que ella querría decir; espacios donde se inscribe una individualidad que debe hacerse cargo de sus dichos. Espacios, en fin, donde se dice algo sobre la estética de la literatura y de estos ensayos mismos; sobre la ética de la escritura, y otras éticas tal vez; y también sobre cuestiones políticas y/o públicas, que dan cuenta de la posición de esta autora en su sociedad, en la academia, y en el mundo de las letras en general. Los textos que utilicé para el análisis pueden ser considerados ensayos, además de lo ya dicho, por su naturaleza conjetural; no encontramos en ellos conceptos cerrados ni verdades absolutas; están compuestos por un sinnúmero de hipótesis, puestas en juego sólo para que el lector les dé algún sentido o intente encontrar las respuestas que no están dadas. También su brevedad nos permite calificarlos como ensayos. En no más de diez páginas se dice lo que hay que decir, y se calla lo que el lector avezado debe descubrir. Las lecturas que la autora recorre dan muestra de una amplia biblioteca, donde se encuentran “clásicos universales” y puertorriqueños, y otros no tan clásicos, que Vega considera deberían ser leídos como parte fundante de una tradición literaria puertorriqueña, para enriquecer los anaqueles y la identidad nacional, es decir, márgenes que deberían ser parte del centro reconocido, o bien seguir siendo marginales, pero aceptando su calidad, equiparable a los autores u obras pertenecientes al canon. Todos estos ensayos hubieran sufrido poco análisis si no se hubieran recopilado en un libro. Sólo hubieran cumplido su función en la coyuntura para la que fueron escritos, y se

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hubieran perdido después, para ser rescatados, tal vez, por algún ocasional “asalto” al archivo. Sin embargo, así reunidos, estos textos que originariamente surgieron como efímeros, logran permanecer en el tiempo, y a la vez, ayudan a delinear una temática común que ocupa a Ana Lydia Vega, ya que el lector puede establecer cuáles son esos temas que (pre)ocupan a la autora y que atraviesan sus ensayos en general. Al considerarlos en su totalidad, la opinión de la escritora se hace más clara, más definida, nos da una idea más acabada de qué es lo que piensa esta mujer cuando escribe. Evidentemente, no piensa en complacer, ni escribe para ser reconocida por la crítica, feminista ni machista. Simplemente intenta ser una Escritora Puertorriqueña, con E y P mayúsculas.

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