AMORES ENCONTRADOS: LA REGION Y LA NACION

September 18, 2017 | Autor: S. Aldana Rivera | Categoría: Historia Regional, Historia del Perú, Historia del Norte del Perú
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Descripción

AMORES ENCONTRADOS: LA REGION Y LA NACION

Susana Aldana Rivera Periódico Expreso. Sección cultural (1999) Lima, domingo 8 de agosto Lima, domingo 1 de agosto

Las líneas limítrofes sólo existen en los mapas; punteadas y de colores dividen, sin embargo, no sólo las imágenes de países en un atlas sino la realidad cotidiana de regiones que quedan a uno y otro lado de esas líneas y sobre todo de gente que viven en esas regiones. Una verdad que no es difícil de entender para cualquier norteño peruano, más si es de Piura y Tumbes, Porque, ¿qué nos hace percibir que hemos cambiadode país si subimos deTumbes a Machala o de Las Lomas a Loja?.Sólo un puesto de vigilancia,con policías vestidos de un color no muy diferente, y quizás, prestando algo de atención, las mejores carreteras. Nada,en realidad, fundamental. No obstante,los temores de que esas líneas sean alteradas son muchos y tocan la fibra más sensible de nuestro corazón. La violencia de nuestra respuesta puede llegar a sorpendernos: de pensar que la guerra no es una solución, podemos encontrarnos apoyándola con todas nuestras fuerzas ante la sola idea de la amenaza al territorio patrio cuya imagen, muy bien definida, hemos aprendido desde niños. Pero, ¿qué pasa cuado otro grupo de gente, no muy diferente de nosotros, ha aprendido, también desde niño otra imagen que, además se superpone a la nuestra?. Un grupo de gente que, visto desde la región PiuraTumbes, tiene rostro y hasta nombre pues está conformado de parientes, amigos o simples conocidos con los que se trata en lo cotidiano. No debe olvidarse que detrás de esas aparentemente inofensivas líneas trazadas en los mapas hay toda una construcción social, que llamamos Nación, y que con tinta y con sangres se erigió penosamente a lo largo del siglo XIX. Un proceso que arrancó hace muchísimo tiempo, íntimamente vinculado al devenir histórico europeo y por tanto, del que el Perú comenzó a participar prácticamente desde que llegara Francisco Pizarro. ¿Acaso cuando pienso en la nación peruana, no imagino de inmediato el mapa del Perú?. Pero es sólo un territorio, nada más. Nuestra idea de nación se sustenta en realidad en la gente que vive en dicho territorio, con las particularidades de su lengua, sus creencias, su historia, sus hábitos y sus costumbres. Por eso ha tenido tanto éxito la definición que hiciera B. Anderson1 sobre la nación como una comunidad imaginada, limitada y soberana. 1

ANDERSON, Benedict (1993).- Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo.- México: FCE, 313p.

Imaginada porque pensamos en gente que comparte con nosotros su pertenencia a un grupo, a una comunicada (la peruana); limitada por cuanto no imaginamos que es todo el mundo el que participa de esa comunidad sino un grupo reducido (los peruanos) y soberana porque esa comunidad tienen derecho a su gobierno y su reconocimiento en un territorio establecido. El problema de fondo, entonces, es ese territorio y, sobre todo, los límites que lo definen. Aquí se encuentran y se sobreponen las expectativas de las diferentes comunidades que para cohesionarse como tales tuvieron que dibujar una imagen del territorio y hacerselo aprender a la gente, utilizando una lengua única (castellano en el caso del Perú) e intentando establecer patrones nítidamente 2 definidos como propio y distintivos de los de otros . Definición signada por el continuo enfrentamiento y contraposición de intereses “nacionales” que en la mayoría de las veces terminó en guerra y que, en nuestro caso, tras un siglo de vida republicana (ca. 1930) implicó que se fijaran todas las fronteras, excepción hecha de la con Ecuador. Muros (mentales) gruesos y muy altos que establecían sin ninguna duda cual era nuestro espacio y cual el de los otros. Pero faltaba uno por terminar y el problema nos estalla hoy en la cara: por un lado, intentamos vivir nuestra época porque percibimos que caminamos a la mundialización en la que esos muros tienen que convertirse en traslúcidas cortinas que permitan la integración. Pero por otro, no estamos dispuestos a pensar de una manera distinta a nuestros abuelos -manera que, para ellos, probó ser segura y funcional- y levantar de frente la cortina sin pasar por el muro. La conclusión lógica al desfase de tiempo en la construcción de la nación unida a los temores propios de las épocas de cambio, las (siempre elusivas) identidades que pueden perderse en una globalización que rebase lo económico. 1941 nos dio instrumentos diplomáticos, el Protocolo de Río de Janeiro y el Arbitraje de Bras Diaz de Aguiar, que para nosotros sustenta sin ninguna duda nuestros derechos pero que el Ecuador se negaba a aceptar. Durante más de cincuenta años, con dos conflictos bélicos serios (1981 y 1995) y numerosas situaciones tensas en la frontera, ni el Perú ni el Ecuador estaban dispuestos a dar un paso atrás. No hay que dejar de reconocer que, a pesar, de una no siempre afortunada diplomacia directa presidencial y gracias a los países garantes de por medio, Ecuador reconoció que la frontera estaba abierta en sólo 78 km. y dejó de reivindicar toda frontera como planteaba el discurso de la inejecutabilidad del Protocolo. Como contraparte, Perú reconoció que había un problema, cosa que en rotundo se había negado a aceptar. Los intentos de conciliar ambos 2

Conflcitivo problema en América latina, con un decurso histórico diferente del europeo y en la que, detrás de una aparente homogenización planteada por la colonización española- europea, se levantan particularidades culturales nativas que determinan que los latinoamericanos podamos percibir nuestras diferencias pero que, desde el exterior, nuestros intereses contrapuestos sean prácticamente inentendibles.

intereses han llevado hoy en día a aceptar un arbitraje por parte de los presionados garantes. Discursos chauvinistas de uno y otro lado, explicitados en la “pérdida” de dignidad en un lado por “aceptar arbitrajes en un territorio definido y soberano y de reivindicación militar y reconocimiento de la justicia de una causa en el otro; en ambos el problema se rodea de un halo político que traduce más el problema interno de cada país. No obstante la voluntad de paz del conjunto de las sociedades en uno y otro lado de la frontera es más fuerte que ese marco político interno y no han obstaculizado la firma de la paz entre Perú y Ecuador. Unica en su género, por el momento en que se firma, es la muestra de que, en efecto, puede lograse la integración y el desarrollo conjunto de los pueblos latinoamericanos. Afortunadamente hemos entendido que la tozudez de uno y otro país no ha valido una sola de las vidas que se han perdido en los últimos conflictos y tampoco la continua derivación de fondos hacia armamento en vez de hacia el desarrollo. En el fondo, hemos enfrentado, con éxito, el termino de la construcción de un imaginario que sustenta a la Nación; que es legítimo en cuanto que nos posibilita insertarnos e identificarnos en esa comunidad que llamamos peruana - y en el caso de nuestros vecinos, ecuatoriana- pero que resulta, por completo, inválida cuando se convierte en una amenaza para ella misma: la gente es lo realmente importante y no los límites trazados en un papel. Peor aún desde esta región, en donde esos límites si bien existen no se sienten de igual modo que en el centro y que por supuesto tienen rostro, como ya hemos dicho; un espacio que para desarrollarse requiere de la paz y la integración entre regiones que quedan de uno y otro lado de una línea, que divide sus sentires y sus necesidades entre la región y la nación.

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