Amor y fantasía http://revistaik.com/amor-y-fantasia/

May 18, 2017 | Autor: J. López Benedí | Categoría: Values Education, Filosofía, Psicología, Antropología, Valores, Educación En Valores
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Descripción

Amor y fantasía Juan Antonio López Benedí Ph.D [email protected] Nos acercaremos a la comprensión del amor a través del contraste con las creencias populares. Como todos sabemos por experiencia, el impulso "amoroso" despierta en la adolescencia como resultado de los procesos hormonales que en tal época de nuestra vida se producen. También a veces aparecen conatos en la infancia, que deberíamos considerar más bien como reflejos derivados de observaciones conductuales en el entorno y transferencias afectivas de diferentes tipos. Ya habíamos hablado sobre la pasión y el cansancio que se suele generar por saturación o satisfacción del deseo. En este caso consideraremos otros impulsos románticos, a veces más idealizados que la experiencia pasional, que suelen ponerse como representaciones del amor perfecto, como en el caso de los ampliamente conocidos y citados "Romeo y Julieta". Al margen de tratarse en su origen de una obra literaria, mucho se ha fantaseado después con respecto a los prototipos de estos personajes. En esa forma ha llegado a convertirse en una expresión popular, por ejemplo "ser un Romeo", para el prototipo de hombre que enamora a una mujer. Tales fantasías sobre el amor ideal, como referentes muy comunes en la cultura popular, terminaron por confundir a muchas personas sobre el sentido de la realidad en las relaciones y el verdadero sentimiento del amor. En la mayor parte de los casos tiende a darse por hecho que cada persona tiene claro en qué consiste "ser un Romeo", por ejemplo. Pero la realidad no es esa. En este sentido las ideas suelen ser confusas y a veces contradictorias, cuando se profundiza un poco más. Lo cual da lugar a muchos malentendidos y frustraciones posteriores, totalmente injustificadas. Veamos el caso de un "Romeo" que declara su amor intenso y su pasión, con la suficiente behemencia y tacto como para subyugar a una mujer. Se trata de un hombre joven, de agradable aspecto y facilidad de palabra. Cree dominar aquello que lo hace irresistible. Consigue combinar el grado justo de seguridad y timidez. Mira fijamente y con ternura a la mujer que desea. Se confiesa seducido irremediablemente por la inteligencia, la belleza y el trato de esa mujer. Pero dice no sentirse merecedor de ella. Deja tales comentarios en el aire y continúa hablando de lo que a ella le interesa: moda, deporte, películas o espiritualidad. Él ya sabe cúal es el tema importante porque se lo preguntó directamente. Pasado un tiempo expresa, como en un suspiro pasajero, lo feliz que sería teniendo a su lado a una mujer como ella. Después sigue conversando y la trata con respeto y gentileza, hasta que llega el momento de despedirse. Él entonces dice que desearía besar sus labios pero que no lo hará; es demasiado pronto. Deja un casto beso en su mejilla y hace amago de retirarse, dejándose retener por ella. Descubre ese brillo especial en sus ojos y sonríe con ternura, hasta que es ella quien pone un beso en sus labios. Entonces se deja arrastrar por la pasión. Haciéndose pasar por su esclavo, se convierte en su dueño. Cuando él descubrió su don se sintió poderoso. Logra satisfacer su deseo. Pero ¿se trata de verdadero amor, por más que la mujer en cuestión lo crea y cada día se sienta subyugada por él? Tal vez muchos piensen que esto no importa; que lo importante es el resultado. ¿Qué piensas tú? La paradoja se encuentra en que muchos seductores jóvenes pueden conocer y dominar las habilidades precisas para encender el deseo y conquistar a una mujer, pero no por ello la aman. En estas fases puede tratarse tan sólo de un juego de conquista puntual, como vemos también en el reino animal. Las hembras se dejan seducir por el

macho más llamativo del momento. Tal impulso sigue existiendo entre los seres humanos y se confunde con el verdadero amor. Pero éste no es un acto de seducción. Es otra cosa. No es fácil descubrirlo ni llegar a vivirlo, a compartirlo. Antes se atraviesan diferentes fases de deseos puntuales que, precisamente por ser puntuales, terminan pronto. No debe verse en ello ningún mal sino la presencia del instinto animal que puja por elevarse hacia lo más propiamente humano o divino del amor. Cuando se logra, se alcanza el paraíso. Mientras tanto, nos mantenemos en la danza del deseo, en las experiencias de vértigo, entre el placer y el dolor. Nunca es objetivo de seducción alguna sufrir. Muy al contrario, tan sólo se desarrolla tal danza para gozar. Este gozo es necesidad imperiosa para calmar el fuego que la naturaleza enciende en nuestras entrañas. Pero sus llamaradas generan siempre sombras. Tal es su ritmo, su música, hasta que conseguimos elevar ese impulso desde el vientre hasta el corazón; hasta que logramos que florezca el verdadero amor.

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