Ambigüedad del sector empresario-industrial: ¿Contrariedad o solución ante la problemática ambiental?

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Ramírez, O. (2007). Ambigüedad del sector empresario-industrial: ¿Contrariedad o solución ante la problemática ambiental? Revista Ingeniería Sanitaria y Ambiental, 91, 104 -112.

Ambigüedad del sector empresario-industrial: ¿Contrariedad o solución ante la problemática ambiental? 1

Por: Omar Ramírez Hernández

“Las leyes de la termodinámica suponen un universo en camino hacia la entropía. No es, pues, un universo que se conserve en su pureza. Si existe el orden, la tendencia natural es hacia al desorden o, mejor aún, hacia el agotamiento de las fuerzas que trabajan por el orden. La energía no tiene retorno. El universo como totalidad va en una dirección y no precisamente hacia el orden o la organización sino hacia el desorden” (Augusto Ángel Maya, El retorno de Ícaro, 2002) Resumen No es extraño encontrar, al interior de un sector crítico de la sociedad, una visión conflictiva de la relación entre el sector empresario-industrial y la contemporánea problemática ambiental. No obstante, desde hace un par de décadas presenciamos la consolidación de un enfoque (aparentemente) contrario: la emergencia de un conjunto de perspectivas que reconocen en dicho sector productivo, una potencial instancia de resolución y mitigación de la problemática ambiental. Ante esto, ¿es posible asentir con toda certeza, que tales posicionamientos se configuran como visiones opuestas de un mismo fenómeno? Es decir ¿ambas representaciones parten, por ejemplo, de un mismo marco conceptual de la relación sociedad/medioambiente? Para intentar aproximar alguna respuesta a tales interrogantes, se tratará, en primer lugar, la supuesta tensión conceptual entre un tipo de producción natural y uno de producción industrial. Posteriormente, se hará referencia a aquellos argumentos que procuran exponer el sector empresario-industrial en términos de “problema ambiental” y de “solución ambiental”. Para así, finalmente, ofrecer algunas reflexiones que permitan entrever la existencia de disímiles marcos conceptuales como trasfondo de cada uno de ellos. 1. Introducción Dentro del contemporáneo movimiento ambiental parece existir cierto consenso en reconocer que, tras la multiplicación, diversificación y extensión del Sector Empresario-Industrial (SEI), se presenta una agudización de la denominada crisis ambiental. Esta última es caracterizada, básicamente, por el agotamiento de los recursos naturales no renovables y la creciente generación de desechos. Mientras el primero de ellos se origina por la extracción, el aprovechamiento y la utilización de dichos recursos en una primera instancia de algún proceso empresarial o industrial, el segundo se manifiesta como un sobrante o remanente del mismo. En términos generales, este planteamiento ha llevado a caracterizar el SEI como un foco de degradación y contaminación del ambiente. Es decir, dicho sector productivo, constituido por la sumatoria de una diversidad de actividades, estrategias y procedimientos con fuertes cimientos en sistemas tecnológicos, es relacionado -directa o indirectamente- como un excelso agente causal del agotamiento y del "síndrome del desastre" de los ecosistemas2. Tal característica logra fundamentarse, por un lado, en los crecientes ritmos de demanda de insumos, energía y materiales necesarios para sostener e incrementar la productividad del propio sector. Dentro de esto, los cambios de los estados de la materia y de la energía, junto a la variabilidad de los niveles de concentración de ciertos elementos y compuestos físicos, químicos o biológicos, se

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Ing. Ambiental y Sanitario. Esp. Evaluación del Impacto Ambiental para Proyectos. Mgs. en Sistemas Ambientales Humanos. Centro de Estudios Interdisciplinarios (CEI). Universidad Nacional de Rosario. Rosario - Argentina. E-mail: [email protected] 2

Para la ecología, un ecosistema es saludable y libre del "síndrome del desastre" si y solamente si es globalmente estable y sustentable. Esto es, si es activo y mantiene su organización y su autonomía en el tiempo y además es resistente y capaz de absorber y usar creativamente todas las posibles perturbaciones externas (estrés) que puedan afectarlo (Costanza, 1991). Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (AIDIS Argentina)

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consolidan como las principales instancias que demarcarán, de forma contextual y particular, la potencial existencia de una problemática ambiental. Por otro lado, el SEI no sólo ha logrado afianzarse como una de las principales fuentes productivas de bienes y servicios dentro de la moderna sociedad hiperindustrializada, también, y especialmente, se ha consolidado como una de las primordiales fuentes generadoras de materia y energía residual de diversas características (contaminación), conllevando un cúmulo de gastos y dificultades para el conjunto del aparato social. No obstante, desde hace un par de décadas presenciamos, de forma análoga, la consolidación de un enfoque (aparentemente) contrario: el florecimiento de un conjunto de perspectivas que reconocen en el propio SEI un eximio potencial de resolución y mitigación de la problemática ambiental. Más allá de pretender comparar algunos autores o textos emblemáticos de cada una de estas posturas, o intentar asumir un tipo de defensa argumentativa de alguna de ellas, se considera pertinente -para efectos del presente documento- partir de una instancia de mutua aceptación, donde ambas posiciones son reconocidas como orientaciones parcialmente resultantes de procesos dinámicos más amplios. Para ello, y teniendo en cuenta que uno de los pilares del SEI es la producción, se tratará, en primer lugar, la supuesta tensión conceptual entre un tipo de producción natural (o espontánea) y uno de producción industrial (o tecnológica). Posteriormente, se hará referencia a aquellos argumentos que procuran exponer el SEI en términos de “problema ambiental” y de “solución ambiental”. Para así, finalmente, ofrecer algunas reflexiones que permitan entrever la existencia de disímiles marcos conceptuales como trasfondo de cada uno de ellos. 2. Producción: ¿natural o industrial? Una de las primeras instancias comúnmente recorridas al momento de ahondar en un análisis energético y de materiales dentro del SEI, es aquella en la que se representan las dinámicas de transformación de los elementos en tres estadios o etapas secuencialmente relacionadas entre sí: en un primer momento, se identifican las entradas del sistema, es decir, el conjunto de insumos, recursos, servicios, materiales y energía necesaria para la obtención de un determinado producto de interés. Dichos elementos, en un segundo momento, son procesados, transformados, aprovechados o simplemente utilizados de forma conjunta, elemental o energética, para, finalmente, llegar a conseguir aquel producto (o productos) objetivo de la implementación de todo el sistema. Junto a éste (o estos), se generan otras salidas, es decir, un complejo de elementos, materiales y compuestos energéticos que, presentes en diferentes estados fisicoquímicos, conforman el marco residual del proceso productivo. Como parte de lo anterior, la tecnología (el tipo de tecnología) ocupa un papel vital en el SEI, no sólo porque gracias a su avance ha sido posible la extensión y la modernización de los procesos de producción, sino porque hoy en día, enfrentados a una intrincada crisis de tipo socioambiental, se confía en la misma tecnología para lograr reducir -y hasta resolver- tales circunstancias adversas. El SEI actúa, entonces, como una “unidad de producción privada” (Samuelson, Nordhaus, 1990) que emplea y requiere de cierto conjunto de recursos para poder producir un determinado “objeto”. Las empresas y las industrias, así, pueden ser representadas como “unidades donde se realiza un proceso llamado producción, en el cual se combinan factores productivos, para dar lugar a un producto” (Martínez-Echevarría, 1997:103-104). Conforme a lo anterior, es factible definir la producción como un “llevar a cabo”, donde a partir de una situación inicial, y mediante una serie de pasos sucesivos, se logra alcanzar una prevista situación final (Martínez-Echevarría, 1997:104). Este concepto puede ser utilizado en dos sentidos: por un lado, en relación a la “producción natural” dada en los ecosistemas, haciendo referencia con ello a aquella producción de biomasa y entidades naturales que sucede y logra darse de forma independiente de la intervención del ser humano. Por ejemplo, es posible afirmar que una planta de algodón produce algodón. Es decir, la planta parte de un Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (AIDIS Argentina)

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estado inicial donde “no hay algodón”. Transcurrido un tiempo, y gracias a la influencia de diferentes, sucesivos e interdependientes procesos (en los cuales no se pretende profundizar) se llega a un estado final donde “hay algodón”. Frente a este último caso, ya no se afirma con toda certeza que es la planta la fuente de producción de tal elemento (aunque así sea), sino que ahora es el ser humano, el agricultor, la técnica o el sistema económico el responsable de éste. Por otro lado, también es posible remitir dicho concepto a la “producción industrial”. Imprimiendo cambios sobre las características de los elementos entrantes, este tipo de producción altera ciertas propiedades llegando a obtener un producto “no-natural” (artificial). Es decir, un “objeto” que no se encuentra como tal en el entorno natural. Por ejemplo, siguiendo con el caso de la planta de algodón, haría referencia a una distribución controlada e intervenida de la producción de algodón (bajo la forma de monocultivo mecanizado, por ejemplo). La producción natural, tal como ya fue mencionado anteriormente, se lleva a cabo independientemente de la acción humana, lo cual, en otras palabras, quiere decir que la producción logra darse de forma “espontánea” e indiferente de la utilidad que pueda representar para el cuerpo colectivo. Entre tanto, la producción industrial se encuentra fuertemente condicionada por la intervención laboral, la aplicación de insumos energéticos externos, las estructuras sociopolíticas, las dinámicas económicas, la utilización de sistemas tecnológicos, entre otras variables. Ahora bien, abandonando la idea de situar estas dos perspectivas bajo algún enfoque desavenido, es preciso asentir que la una (producción industrial) es posible gracias a la existencia de la otra (producción natural). Lo que lleva a pensar que la producción industrial, al depender de recursos naturales para la satisfacción de su propia productividad, precisa de la producción natural. Por lo tanto, “la artificialidad no sólo no quiere decir oposición a la naturaleza, error muy grave que está en la raíz de las dificultades para enfrentarse con el problema ecológico, sino que la requiere y la presupone” (Martínez-Echevarría, 1997:105). No obstante, en la moderna sociedad altamente industrializada, donde los ritmos de transformación se expresan insensibles a una idea de freno o mesura, es importante no confundir lo que es producción con lo que es extracción. Siguiendo a Martínez-Alier (1998:11), es erróneo -o al menos confuso- hablar de producción de petróleo, por ejemplo, de la manera como habitualmente lo hacen los economistas. El petróleo (o el carbón o el gas) no se produce, porque ya se produjo; se extrae y se destruye. Si bien podemos afirmar que el petróleo se produjo por acción de fuerzas naturales (producción natural), es un desatino proclamar su producción en términos de producción industrial. Así, a la hora de reflexionar bajo el prisma de la sustentabilidad3, es importante tener en cuenta los diferentes periodos de tiempo involucrados en los procesos de producción industrial: el biológico (de formación íntimamente ligado con la producción natural) y el económico (de extracción y aprovechamiento). Ante esto, es posible inferir que toda actividad económica (empresarial o industrial) precisa de la producción natural, entre otras formas, para emplearla como entradas de la producción industrial. Pero además, es factible admitir que la requiere como “recipiente” (Van Hauwermeiren, 1998:35) para disponer y descargar sus salidas residuales. En un sentido más amplio, y siguiendo considerables aportes de la Economía Ecológica, de lo que se trata es de interpretar el sistema económico como un sistema abierto a la entrada y salida de energía y materiales, es decir, como un subsistema de un sistema físico mayor (Gráfico 1). De esta forma, al expresar la relación entre la producción natural y la industrial en términos de complementariedad y requerimiento, y no como lejanas instancias adversas, se resalta la posibilidad de entablar correspondencias entre ellas. Para este caso, la valoración (positiva o negativa) del papel del SEI ante la actual perspectiva ambiental. 3

En este contexto se entiende la sustentabilidad como aquél principio que “emerge en el contexto de la globalización como la marca de un límite y el signo que reorienta el proceso civilizatorio de la humanidad […] La sustentabilidad ecológica aparece así como un criterio normativo para la reconstrucción del orden económico, como una condición para la sobrevivencia humana y un soporte para lograr un desarrollo durable, problematizando las bases mismas de la producción” (Leff, 2004:21). Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (AIDIS Argentina)

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3. El SEI como “problema ambiental” Son múltiples y extensos los argumentos que han emergido en las últimas décadas tendientes a asentir la íntima relación existente entre el SEI y la intensificación de la crisis ambiental. Por ello, advirtiendo con antelación la amplitud del tema tratado, y por lo tanto la limitación del abordaje realizado en este trabajo, a continuación se expondrán de forma general, y sólo a modo de aproximación, cuatro grupo de argumentaciones que señalan el SEI como un sector ambientalmente problemático. 3.1. Industria e impacto ambiental La civilización industrial, apoyada en los usos intensivos de combustibles fósiles, metales, sustancias químicas y plásticas, ha impreso una inmensa gama de alteraciones sobre el medioambiente. Bosques boreales, praderas templadas, sabanas, bosques tropicales, planicies costeras, sistemas acuáticos continentales, litorales y marinos, todos muestran alteraciones en sus estructuras o en sus funciones. Esto es (Toledo, 1998:40): en sus flujos energéticos, a través de la adición de volúmenes masivos de combustibles fósiles a sus flujos naturales; en sus ciclos de nutrientes, a partir de la adición de fertilizantes químicos y otros desechos domésticos e industriales; en su productividad biológica, al reducir drásticamente la productividad de los ecosistemas por su sobreexplotación o por la contaminación provocada por desechos tóxicos; en sus dinámicas poblaciones, reflejada en la extinción de miles de especies; en sus estados sucesionales, al alterar los ritmos de maduración de los ecosistemas y, finalmente, en sus diversidades biológicas, al simplificar ecosistemas enteros sometiéndolos a las monoculturas. Acompañando este planteamiento, Arroyo, Camarero y Vásquez (1997:55) identifican cuatro formas de alteración de los ciclos ambientales por acción de la industria. El primer caso es la sobreexplotación de la productividad natural del sistema que, incapaz de regenerarse, se empobrece y degrada. El ejemplo más característico es la erosión agraria que, cuando no se corrige, lleva rápidamente a la degradación edáfica. El segundo caso es el de la explotación indiscriminada de recursos no renovables, lo que conduce inevitablemente a su agotamiento. Es el caso de todas las industrias extractivas. El tercer proceso consiste en el vertido al medio –y la consiguiente incorporación al mismo- de residuos propios del sistema, pero en una proporción muy superior al que éste puede absorber y transformar. Es el caso de los residuos orgánicos, la elevación térmica en las ciudades, la contaminación acústica, etc. El cuarto caso es el de los residuos “nuevos” en el sistema natural, donde este último no puede asimilarlos ni

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degradarlos; por lo menos en un periodo de tiempo de relevancia para la sociedad. Como ejemplo representativo se encuentra el de los residuos nucleares, tan característicos de la contemporánea sociedad del riesgo (Beck, 1998). Es entonces en este contexto, en el que las fuerzas económicas, que operan en favor de la especialización y la sustitución, se han apropiado de los productos de la fotosíntesis, han alterado ecosistemas, han impreso cambios y alteraciones sobre los paisajes y territorios y han llegado a monopolizar, entre otras cosas, los recursos genéticos. 3.2. Objetivación de la naturaleza: los recursos naturales Según Vandana Shiva, la palabra recurso: “originalmente significaba vida y evocaba la imagen de una fuente que continuamente surgía del suelo. Como una fuente, un “re-curso” surge una y otra vez, aún cuando ha sido repetidamente usado y consumido. El concepto destacaba de esta manera el poder de autoregeneración de la naturaleza y llamaba la atención a su prodigiosa creatividad […] Con el advenimiento del industrialismo y del colonialismo, sin embargo, se produjo un quiebre conceptual: los “recursos naturales” se transformaron en aquellas partes de la naturaleza que eran requeridas como insumos para la producción industrial y el comercio colonial” (1996:319).

Bajo esta mirada, la naturaleza ha sido claramente despojada de su poder generador, convirtiéndose en un depósito de materias primas que esperan su transformación en insumos para la producción de mercancías. Los recursos son ahora meramente "cualquier material o condición existente en la naturaleza que puede ser capaz de explotación económica" (Meeker, 1987, citado por Shiva, 1996). Con la capacidad de regeneración agotada, la actitud de reciprocidad ha perdido también su fundamento, siendo ahora simplemente la creatividad y diligencia humanas las que impartirán valor a la naturaleza. Desde el mismo momento en que un “producto” resultado de la producción natural ingresa o es aprehendido por la lógica económica dominante, éste pasa a ser representado y valorado como un recurso natural potencialmente aprovechable, útil. Así, actualmente se habla de recursos naturales (agua, madera, minerales, petróleo, gas, aire, entre otros) como uno de los principales “ingredientes” del SEI. En este proceso de objetivación, el devenir industrial resignifica la naturaleza en términos instrumentales, transformándola en medio ambiente al otorgarle un preciso significado: actuar como un conjunto de recursos disponibles a la voluntad del desarrollo, donde ella -la naturaleza-, convertida ahora en un enorme dispensador de materiales, “ya no significa una entidad autónoma, fuente de vida y de discurso” (Escobar, 1998:369), sino por el contrario, es abstraída a una posición pasiva, dependiente, delimitable y administrable como recurso natural requerido para la producción industrial. 3.3. La unidimensionalidad de la sociedad: la utilidad económica Teniendo claro que la producción industrial se encuentra relacionada con la producción natural, ¿qué pasa cuando la primera se intensifica, cuando el ritmo económico se agudiza y cuando dicha objetivación de la naturaleza se exacerba? La pregunta planteada lleva directamente a reflexionar sobre las instancias modernas de producción, donde el beneficio económico se consolida como uno de los principales objetivos del SEI. Así, es posible asentir que este último no se encuentra motivado tanto por la finalidad de satisfacer las necesidades de la sociedad, o de producir cosas que respondan a una 4 demanda general, como por responder a una racionalidad capitalista .

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Según Leff (2004:177), “el concepto de racionalidad conecta los procesos ‘superestructurales’ de la razón, con la racionalidad de los procesos que constituyen la base productiva. De esta forma, en las prácticas de apropiación y transformación de la naturaleza se confrontan y amalgaman diferentes racionalidades: la racionalidad capitalista (presente y dominante), la racionalidad ecológica de las prácticas productivas (en formación y emergencia) y la racionalidad de los estilos étnicos de uso de la Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (AIDIS Argentina)

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La producción industrial actúa, entonces, como un medio para obtener un fin (productobeneficio), siendo éste el que logra impulsar y dar sentido a toda la instalación de aquellos pasos secuenciales tanto de tipo administrativo, como tecnológico. Sin embargo, el producto previsto no adquiere importancia por sí mismo. Por el contrario, su “causa móvil” reside en el grado de relevancia relativa que pueda representar dentro de un sistema de valoración colectiva. Así, el “rol” que el producto ocupe dentro de la estructura social general, y del ámbito económico en particular, justifica -en buena parte- su producción. En otras palabras, el producto en sí mismo no logra ser del todo la única razón que incita al SEI a invertir en su realización, más bien las relaciones del mercado existentes, su costo de producción, su nivel de demanda, los ingresos netos conseguidos, los costos totales, entre otras variables de tipo económico, son las que finalmente justifican su existencia. Esta perspectiva conduce a cavilar sobre el carácter fuertemente individualista y utilitarista del SEI, ya que al estar movilizado por la obtención de una mayor utilidad económica, antepone la consecución de objetivos sectoriales sobre algún tipo de responsabilidad general. Además, los beneficios perseguidos se mantienen dentro de los márgenes de interacción de los empresarios, industriales o del sector en cuestión (en un sentido restringido y privatista), sin responder propiamente a un mejoramiento social (en un sentido amplio y colectivo). Es decir, se advierte que la responsabilidad social del SEI debería actuar en un doble sentido: por un lado, al aproximar la producción de bienes y servicios a las demandas y necesidades sociales existentes, procurando alcanzar el bienestar colectivo por encima del sectorial. Y, por otro lado, al responsabilizarse de los daños, impactos o alteraciones derivados de los correspondientes procesos productivos que, de una u otra forma, pueden generar problemas (ambientales o sanitarios, por ejemplo) y costos (externalidades económicas) para el conjunto de la sociedad. 3.4. La unidimensionalidad del ambiente: el producto Partiendo de un contexto global donde “no hay una tendencia a la desmaterialización de la economía en términos absolutos” (Martínez-Alier, 2003:16) es comprensible el hecho de que la propia finalidad de la producción (es decir, el producto) se transforme en el objetivo cardinal del proceso productivo. Inevitablemente, tal perspectiva encausa los intereses hacia un aspecto parcial de la totalidad, del sistema, es decir, concentra su atención en la obtención de un producto particular deseado, obviando otros elementos y otras dimensiones presentes. Siguiendo las ideas de Martínez-Echevarría (1997:107), “una de las caras de la producción conlleva prescindir de otros aspectos de la naturaleza, que son considerados inútiles o perjudiciales para el fin buscado”. Este planteamiento permite entender parcialmente por qué el sector agrícola, por ejemplo, tras los procesos de revolución verde y tecnificación de la agricultura, se ha concentrado en el fortalecimiento y apoyo de extensos monocultivos, es decir, en el otorgamiento de mayor importancia a la producción de cierto elemento por encima de otros con igual o similar potencialidad productiva. Sin duda, uno de los agentes causales de tal proceso (como fue mencionado anteriormente) radica en el dominio de la racionalidad económica dentro de la producción social. Junto a ello, la producción industrial resulta ser tanto exclusiva, como excluyente; no sólo con otras unidades con posibilidad latente de emerger, sino también con aquellos ya existentes; ahora minusvalorados. Esto último puede verse cuando, tras la extensión de una monoproducción agrícola, la frontera agrícola avanza fomentando un incremento en los índices de deforestación. Al hacerlo, el producto programado logra destinar y transformar un territorio – junto al conjunto de dispositivos e interrelaciones presentes- con el propósito de aprovechar y sacar el mayor beneficio de éste. Es más, el pensamiento utilitario logra ser tan perspicaz que, bajo esta lógica, sólo adquiere relevancia dicho producto proyectado. En otras palabras, en un monocultivo de algodón (transgénico o no), por ejemplo, única y exclusivamente es considerado útil la fibra de algodón. La raíz, las hojas, las flores y otros elementos de la biomasa emergentes durante el proceso, al igual que la aparición de otras especies, son ahora considerados “innecesarios” o “inútiles” por no ser primordiales para la producción.

naturaleza (en resistencia, olvido y exclusión)” (Las palabras en cursiva no se encuentran en la cita original). Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (AIDIS Argentina)

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4. El SEI como “solución ambiental” De forma paralela a un incremento de la preocupación pública e institucional por la temática ambiental (especialmente desde la década del setenta y ochenta), el SEI ha pasado de una postura pasiva o defensiva a una activa y diligente. Teniendo en cuenta que este sector se enmarca en un contexto social, es razonable suponer que, con el paso del tiempo, dichas preocupaciones, inquietudes y exigencias colectivas hayan logrado acercarse al sector productivo, incitando cambios en éste. Hoy en día, es posible afirmar que ninguna empresa puede permitirse el lujo -o la irresponsabilidad- de ignorar o hacer caso omiso a la problemática ambiental, ya que por parte de la administración pública, los medios de comunicación, las asociaciones de grupos ambientalistas, de vecinos u otros actores sociales con ingerencia en el 5 tema (Gráfico 2), se genera una presión colectiva para que dicho sector tome en cuenta criterios ambientales en sus prácticas.

De esta manera, organizaciones de todo tipo están reconociendo cada vez más la relevancia de tales cuestiones. No obstante, “la importancia relativa de los diferentes beneficios -y penalidades- potenciales variará dependiendo de factores como la naturaleza de la empresa, su posicionamiento en el mercado con respecto al ámbito ambiental o a las expectativas de las partes interesadas. Para algunas, las presiones para alcanzar un cumplimiento satisfactorio de la ley de una manera económicamente eficiente, puede ser la clave para mantener la rentabilidad de la empresa. Para otras, esta mayor exigencia medioambiental les permitirá considerar productos o servicios nuevos como una oportunidad para aumentar su cuota de mercado y su rentabilidad” (Hunt; Johnson, 1996:3-4).

Empero, si bien las condiciones particulares de algún SEI determinarán los beneficios o perjuicios adquiridos tras contemplar cuestiones ambientales en sus procesos, es posible reseñar, de forma general, ciertas ventajas para las empresas “respetuosas” con el 5

La literatura medioambiental y de marketing reconocen que las organizaciones empresariales tienen la necesidad de satisfacer los intereses de una gran diversidad de “stakeholders” (Garrod, 1997). Según Clarke y Clegg (1998), los principales “stakeholders” asociados a las organizaciones empresariales son los clientes, empleados, accionistas y proveedores. Entre tanto, Henriques y Sadorsky (1999), siguiendo esta misa perspectiva, proponen cuatro categorías principales de “stakeholders”: organizacional, comunitario, regulativo y medios de comunicación. Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (AIDIS Argentina)

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medioambiente (Sadgrove, 1993): i) Aumento en las ventas: las exigencias del mercado en materia ecológica hacen que los productos respetuosos se vendan más que aquellos perjudiciales para el ambiente; ii) Menor riesgo judicial: si la empresa ha realizado una auditoría ambiental, por ejemplo, habrá identificado sus problemas y podrá tomar acciones preventivas; iii) Mejor capacidad técnica: la empresa consigue una mayor capacidad de adaptación al cambio y logra una excelencia técnica en sus operaciones; iv) Menores costes de energía: al reducirse los costes de eliminación de residuos; v) Mejores relaciones con la comunidad local: al ser considerada como una empresa con menor riesgo de desastre ecológico, menores ruidos, polución, etc. Sin duda, el interés masivo, mediático e institucional por el medioambiente se ha caracterizado por fenómenos de corte contemporáneo. Estos nuevos fenómenos han provocado cambios en diferentes estadios del SEI, entre ellos, en las políticas empresariales, en la aparición del llamado “marketing ecológico” y en la emergencia de la gestión ambiental. 4.1. Cambios en las políticas empresariales Reconociendo que “la adaptación de las sociedades contemporáneas a los retos de la sostenibilidad y elevada calidad del medioambiente requiere de la participación activa de todos los sectores y, de modo muy especial, de las corporaciones económicas” (Tàbara, 1997:207), es comprensible que el SEI, frente al innovador panorama planteado, desarrolle cambios en sus lineamientos generales para modificar las directrices que, de una u otra forma, suscitan acciones que afectan el entorno ambiental. Siguiendo algunos planteamientos de Bañegil (1997:132-135), es posible identificar diferentes cambios en las políticas empresariales, a saber: i) políticas de dirección: incluye el medioambiente dentro del diseño estratégico de la empresa como un factor diferenciador de competencia; ii) políticas económico-financieras: considera algunos principios generales como “quien contamina paga” o “quien usa los recursos paga”; iii) políticas de producción: reconoce en la innovación tecnológica un nuevo paradigma de competitividad global, exigiendo a la empresa una capacidad de cambio constante en sus sistemas de producción; iv) políticas de recursos humanos: considera dentro de la planificación de recursos humanos el medioambiente, puesto que, tras la emergencia de estándares homogéneos a nivel mundial, es necesario un proceso de adaptación a las condiciones sociales de cada entorno; v) políticas de marketing: conforme a la transformación del modelo socioeconómico, las empresas, para ser y mantenerse competitivas, deben conseguir entrelazar bien la calidad, la innovación y el medioambiente; vi) políticas de alianza y cooperación: incluye la investigación y el desarrollo de tecnologías limpias, la cooperación y la transferencia de tecnología entre el SEI y los gobiernos, y la cooperación de empresas de un mismo sector para promover campañas de publicidad sectorial o desarrollar nuevos mercados. Entre tanto, Hopfenbeck (1993) identifica diferencias en los siguientes tipos de política empresarial: i) política de producto: tiende a minimizar la contaminación generada por los productos, sustituir materiales escasos por materiales abundantes y fabricar productos reciclables; ii) política de precios: considera la escasez de recursos y de la contaminación al calcular los precios, y avala una discriminación positiva en el precio de los productos verdes; iii) política de comunicación: busca una mayor conciencia sobre temas ambientales e informa sobre procesos y productos respetuosos con el entorno ambiental; iv) política de distribución: asegura la devolución de los productos usados a través del canal de ventas. 4.2. Consumo verde o marketing ecológico Desde los años ochenta, cuando el desasosiego ambiental ocupa una instancia central en los debates públicos e institucionales, el consumo de productos verdes, es decir, aquellos que de una u otra forma se producen de forma más “amigable” con el medioambiente, adquiere una significativa importancia. La interconectividad y pluralidad de otros sectores sociales con el SEI (gráfico 2) provoca una incidencia sobre los proveedores, los medios de comunicación, la competencia, los consumidores, entre otros. Con relación a estos últimos (los consumidores), Ottman (1994), Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (AIDIS Argentina)

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basándose en un estudio realizado en los Estados Unidos, sugiere diferenciar distintos tonos de verde dentro de este sector. Encontrando que una parte de los consumidores están dispuestos a pagar un plus por productos y servicios más verdes, surge una oportunidad para las empresas cuyos productos incorporen ventajas medioambientales: el marketing ecológico. Este referente conceptual cambia el imaginario negativo atribuido al mercado (como agente causal de explotación de recursos naturales o generador de residuos) y lo instala ahora como una táctica económica capaz de contemplar adecuadamente los problemas ambientales dentro de sus prácticas. En palabras de Lambin: “una nueva raza de consumidores (los verdes) han incitado a productores y distribuidores a desarrollar o a distribuir productos más sanos y ecológicamente limpios, constituyendo el marketing verde la respuesta de la industria para poder satisfacer estas nuevas necesidades que representan costes e inconvenientes nuevos para la empresa” (1995:51, citado por Bañegil, 1997:145).

Así, el marketing ecológico llegaría a interpretarse como la respuesta por parte del SEI a la aparición de un consumidor ecológico preocupado por cuestiones de esta índole. Tal respuesta se ejemplifica en la producción y comercialización de productos menos impactantes sobre el medioambiente, en la adopción de nuevas estrategias de comunicación (tanto al interior de las empresas como a nivel intersectorial) y en la satisfacción del consumidor y del SEI en un marco de sostenibilidad. 4.3. Gestión ambiental Como consecuencia de los procesos de transformación anteriormente referidos, aparece la gestión ambiental como una forma de cumplir con la normatividad ambiental existente, pero también, como una estrategia administrativa que contempla y aporta aspectos ambientales en los procesos de toma de decisiones. Un Sistema de Gestión Ambiental (SGA) proporciona un marco en el que cada empresa puede gestionar su actuación medioambiental de manera activa, permanente y sistemática. Es decir, la gestión ambiental (Hunt; Johnson, 1996:101): i) contribuye a desarrollar un enfoque activo de las cuestiones medioambientales, ii) asegura una visión equilibrada de todos los departamentos de la empresa, iii) permite la fijación de objetivos y metas medioambientales concretos y iv) optimiza la efectividad del proceso de auditorias ambientales6. De esta forma, la gestión ambiental es entendida como una parte del sistema general de gestión que comprende la estructura organizativa, las responsabilidades, las prácticas, los procedimientos, los procesos y los recursos para llevar a cabo los objetivos establecidos y los principios de acción de una empresa con respecto al medioambiente (AECA, 1996). Así, la implantación de un SGA trae aparejadas una serie de ventajas para el SEI, entre ellas:    

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Mejor y más racional utilización de los recursos: insumos, materias primas, energía, control de gastos, disposición de residuos. Mayor eficiencia global. Mayor competitividad ante los requisitos de los clientes. Mayores oportunidades de mercado: al buscar soluciones que minimicen el impacto ambiental del producto, se logra un producto de mejores características y calidad con la consecuente mayor oportunidad de mercado. Mejor imagen corporativa: el hecho de disponer de un SGA indica que la organización está comprometida con la protección del ambiente. Menores costos por sanciones y mejores relaciones con el Estado: el sistema garantiza el cumplimiento de las regulaciones y limita las posibilidades de sanciones y pleitos legales.

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Una auditoría ambiental puede interpretarse como aquella “herramienta de gestión que comprende una evaluación sistemática, documentada, periódica y objetiva de cómo está actuando la organización con el propósito de ayudar a proteger el medioambiente, facilitando el control de gestión de las prácticas medioambientales y evaluando el cumplimiento de la política de la compañía que debe alcanzar el grado exigido por la legislación” (ICC, 1988). Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente (AIDIS Argentina)

Ramírez, O. (2007). Ambigüedad del sector empresario-industrial: ¿Contrariedad o solución ante la problemática ambiental? Revista Ingeniería Sanitaria y Ambiental, 91, 104 -112.

La protección ambiental, pues, no sólo significa gastos y costos para las empresas, sino en realidad –bajo el prisma de la gestión ambiental, el marketing ecológico y la adopción de políticas ambientales empresariales- viene a ser también una inversión al abrir numerosas oportunidades para el SEI. En palabras de Seoánez (1999), “la protección del medioambiente, potenciada por la nueva conciencia ecológica y por la presión social, ofrece amplias posibilidades económicas y de nuevos mercados”. Se trata, entonces, de enfocar las necesidades en materia de protección del medioambiente, no como una restricción al crecimiento, sino como una eventualidad de competitividad empresarial. 5. Consideraciones finales Tal como fue mencionado en la parte introductoria del presente trabajo, una de las finalidades del mismo era poder ampliar aquella mirada simplista que enuncia el SEI en términos valorativos como “bueno” o “malo” frente a la problemática ambiental. Dicha simplicidad llega a darse, por un lado, al presuponer que tanto la posición “negativa” como “positiva” del SEI responde a una única y homogénea argumentación. Es decir, desconoce la posibilidad de diferenciar posturas, razonamientos y fundamentos (bien en términos de complementariedad, oposición o especificidad) al interior de cada una de estas valoraciones. Dentro de la visión “problemática”, por ejemplo, es posible encontrar (como fue expuesto con anterioridad) argumentos de tipo epistemológico, estructural, económicos, entre otros, que si bien en conjunto elevan una mirada crítica del SEI, cada uno de ellos identifica particularidades causales y consecuentes de la crisis ambiental. Por otro lado, la simplicidad también logra presentarse al suponer que la orientación problemática y satisfactoria del SEI se estructura a partir de una relación dual entre opuestos. Esto implicaría que una de ellas adquiere sentido a partir de la existencia de la otra y que, implícitamente, cada una responde a consideraciones fundamentalmente contrarias entre sí. Un posible acercamiento no-simplista a la discusión propuesta conlleva a admitir la presencia de diferentes marcos teóricos como trasfondo de las disímiles posturas emergentes. Uno de los temas subyacentes a la discusión, entonces, podría vislumbrarse en la forma de interpretar la relación sociedad/ambiente en cada uno de tales posicionamientos. El propósito es reconocer una multiplicidad de caminos para representar las situaciones enfrentadas. Esto llevaría a ampliar, ineludiblemente, las categorías de análisis más allá de una mera relación dual como la aquí expuesta. Es decir, detrás de los procesos y de los elementos referidos como ejemplares de una perspectiva problemática o satisfactoria del SEI, descansa una singular estrategia de traducir “la realidad”, una peculiar manera de entender la forma como se relaciona la sociedad con su entorno ambiental y, por lo tanto, una particular atribución de los agentes causales responsables de una crisis ambiental. En este sentido, una aproximación de la relación SEI/ambiente es posible hacerla, siguiendo la propuesta de Prades (1997), desde una orientación radical, crítica o reformista. La orientación radical, al atribuir la crisis ambiental a componentes estructurales que profundizan la explotación y degradación del ambiente, exige de entrada un cambio extremo del sistema social. Conforme a esta perspectiva, las soluciones de la crisis ambiental no pueden venir más que de una acción estructurante global que cambie profundamente las relaciones de poder económico (orientación marxista elemental), los sistemas de producción dominantes (orientación marxista elaborada), la noción utilitarista de la naturaleza y la actitud antropocéntrica de la sociedad (orientaciones de la deep ecology y del ecofeminismo). Así, dentro de este grupo es posible encuadrar los argumentos expuestos de la “objetivación de la naturaleza: los recursos naturales” y de “la unidimensionalidad de la sociedad: la utilidad económica”. La orientación crítica, entre tanto, es aquella que ofrece argumentaciones reflexivas en un marco general de análisis. Es decir, son aquellas que resaltan uno o más elementos potenciadores de la problemática ambiental (tecnología, por ejemplo) sin entrar a profundizar en los actores, los intereses y las responsabilidades involucradas. En esta orientación es

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posible ubicar los argumentos de la “industria e impacto ambiental” y “la unidimensionalidad del ambiente: el producto”. Finalmente, la orientación reformista, sin pretender cambios radicales en la estructura social, propone nuevas formas de acercamiento entre medioambiente y sociedad en el mundo contemporáneo. Como parte de ésta es posible encontrar una orientación managerial y una educativa. La primera, “[…] afronta la problemática ambiental a partir de operaciones diplomáticas y burocráticas fundadas sobre los análisis costo/beneficio y destinadas a mejorar, uno por uno, diferentes tipos de políticas gubernamentales […] lo que se propone aquí es una gestión medioambiental basada en el diálogo constructivo y en la negociación constante entre fuerzas sociales” (Prades, 1997:24-25).

La segunda identifica la problemática ambiental en la blandura de las normas y de los valores sociales ante la conservación del patrimonio natural. Así, las perspectivas de “gestión ambiental”, “consumo verde o marketing ecológico” y “cambios en las políticas empresariales” se insertan dentro de este tipo de orientación reformista, más exactamente dentro de la orientación managerial. A manera de corolario, y teniendo en mente la pregunta que acompaña al título de este trabajo, es posible asentir la existencia de un conglomerado de argumentaciones que advierten en el SEI una causa de contrariedad o de solución ante la problemática ambiental. Empero, dejando de lado alguna interpretación simplista de este hecho, por un lado, y reconociendo la existencia de diversos enfoques conceptuales que caracterizan la problemática ambiental de diferente forma, por el otro, se advierte que el SEI puede ser valorado al mismo tiempo, bien como agente causal de degradación ambiental, o bien como estrategia satisfactoria de la misma... esto dependerá, claro está, del posicionamiento conceptual desde el cual se aborde tal reflexión. Bibliografía AECA (1996). Contabilidad de gestión medioambiental. Madrid: comisión de principios de contabilidad de gestión. Ángel Maya, A. (2002). El retorno de Ícaro. La razón de la vida. Muerte y vida de la filosofía, una propuesta ambiental. Bogotá: ASOCARS, IDEA, PNUMA, PNUD. Arroyo, F.; Camarero, C.; Vázquez, C. (1997). “Análisis de los problemas medioambientales”. En: Ballesteros, J.; Pérez, J. (eds). Sociedad y medio ambiente. Madrid: Editorial Trotta. pp. 4981. Bañegil, T. (1997). “La empresa como solución”. En: Ballesteros, J.; Pérez, J. (editores). Sociedad y medio ambiente. Madrid: Editorial Trotta. p. 129-154. Beck, U. (1998). La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós. Clarke, T.; Clegg, S. (1998). Changing paradigms: the transformation of management knowledge for the 21st Century. London: HarperCollins Business. Costanza, R. (ed) (1991). Ecological Economics: the science and management of sustainability. New York: Colombia University Press. Escobar, A. (1998). La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo. Bogotá: Editorial Norma. Garrod, B. (1997). “Business strategies, globalization and environment”. En: Globalization and Environment. Paris: OECD. pp. 269-314.

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