Amar a Dios en Tierra de Indios, Apariciones de Santos y Vírgenes en el Virreinato de la Nueva España. El Cristo de Santa Teresa, el Cristo de Chalma y la Virgen de Guadalupe.

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Descripción

AMAR A DIOS EN TIERRA DE INDIOS “Para comprender una obra de arte, un artista, un grupo de artistas, es preciso representarse con exactitud el estado general del espíritu y de las costumbres del tiempo a que pertenecen” –

Hipólito Tain

Me atrevo a decir que todos los aquí presentes hemos escuchado de boca de nuestros padres o abuelos alguna de las frases: “Pa´ que sepas lo que es amar a Dios en tierra de indios” o “Ahora si vas a saber lo que es amar a Dios en tierra de indios”. Y ya sabíamos que la acción que le seguía era un castigo. Y si nos remitimos al significado original de la frase, es aplicada usualmente en circunstancias que en las que se sabe vendrán tiempos difíciles o tareas arduas.

Acuñada en tiempos del virreinato, Amar a Dios en tierra de indios resume de manera acertada el ambiente social y cultural que le engendró. Si bien sabemos que tras la llegada de Hernán Cortés en 1519 a las costas del Golfo de México, se inicia un arduo proceso de evangelización de las etnias americanas, también sabemos que se inicia junto con este, un proceso violento de cambios socioculturales que afectan enormemente a las culturas precolombinas.

El investigador francés Serge Gruzinski en su libro Colonización de lo imaginario, se cuestiona lo siguiente: ¿cómo construyen y viven los individuos y los grupos su relación con la realidad, en una sociedad sacudida por una dominación exterior sin antecedente alguno? No existe precedente alguno a este choque cultural. No existe ningún otro suceso histórico de esta magnitud. Y es entonces, cuando yo me cuestiono si existe forma alguna de acercarse, de estudiar el impacto que tuvo el arribo de los europeos en las culturas prehispánicas. Los documentos que consideramos prehispánicos, fueron en su mayoría elaborados en los años inmediatos a la conquista. Son muy raros los documentos que lograron salvarse de las hogueras. Y como sucede la mayor parte de las veces, tenemos la versión del conquistador y perdimos de muchas maneras la versión de los conquistados.

Esto no quiere decir que no tengamos testimonios que demuestren el tortuoso proceso de conquista visto desde el lado de los indios. Pero son pocos.

No es fácil imaginar de qué manera la población indígena recibe a estos españoles deseosos de implantar una nueva cultura, una nueva religión, una nueva forma de vivir. De qué forma reaccionan cuando se ven obligados a dejar su estilo de vida, su forma de alimentarse, de vestirse, de construir, a dejar su religión, sus templos. Deben reconstruirse como sociedad a partir de un modelo de vida totalmente ajeno, extraño. Les han dicho que lo que ellos hacen, lo que sus padres y abuelos les han enseñado, está mal, es incorrecto,

A partir de aquí, de lo que les queda, deben continuar. De los despojos de sus templos, mezclados entre etnias rivales, confinados en pueblos alejados de sus hogares, con nuevas reglas y bajo el dominio de españoles deben iniciar una nueva vida, la vida que es la correcta. Pero al mismo tiempo el español atraviesa por un periodo de readaptación y de reconstrucción de si mismo. Debe luchar contra una tierra que le es ajena, que le presenta retos al tener un clima al que le cuesta adaptarse, un paisaje que debe aprender a dominar. Ha pasado mucho tiempo lejos de su hogar, ha comenzado a romper lazos con su pasado y ha comenzado a construir su presente, pero debe reinventarse así mismo como español y reafirmarse como autoridad. Retomando nuevamente a Serge Gruzinski, éste afirma: “La complejidad del enmarañamiento y la imprevisión de las situaciones hacen que la supervivencia de unos y la adaptación de otros se vuelvan un ejercicio de miope”.1

Es aquí, bajo estas condiciones, en las que se inicia el verdadero proceso de evangelización, de conversión de estos indios idólatras a indios cristianos.

Al llegar Cortés a la Nueva España lo acompañaban su capellán, el mercedario Fray Bartolomé de Olmedo, el clérigo Juan Díaz, el cronista y mercedario Fray

1

Gruzinski, Serge, El pensamiento mestizo: cultura amerindia y civilización del renacimiento, Paidós, Barcelona, 2007, pp. 104.

Juan de las Varillas y dos franciscanos, Fray Pedro Melgarejo y Fray Diego Altamirano; primeros evangelizadores en llegar a nuestro país. Cortés se encuentra obligado a propagar la fe cristiana, pues desde la promulgación de la bula Inter caetera en 1493 la conversión de los indios se convierte en una obligación jurídica; en ella el papa Alejandro VI pedía que se enviasen a las Indias: “hombres buenos, temerosos de Dios, doctos y sabios y expertos (…)” Es importante entender, que los españoles no consideraban que los pobladores de las Indias fuesen personas. Esto es, que no tenían capacidad de juicio, por lo que no eran capaces de cuidarse por ellos mismos, eran más bien “niños” a quienes debían cuidar, educar y proteger. Esta posición fue más visible a través de los escritos de religiosos, pero no quiere decir que sólo ellos lo hayan pensado, esta era una idea generalizada El clero secular es el primero en iniciar la tarea evangelizadora, y es hasta 1523 que llegan a México los primeros franciscanos: Juan de Ahora, Juan de Tecto y Pedro de Gante. Un año después, el 23 de junio de 1524, llegó la primera misión franciscana, con doce misioneros2 quienes fueron enviados por órdenes del Vaticano. Dos años después de la llegada de los franciscanos, desembarcaron en las costas de la Nueva España los primeros dominicos, y fue hasta 1533 que los agustinos llegaron a estas tierras. Hay que entender la mentalidad con la que llegaron a tierras novohispanas la mayoría de los frailes franciscanos, dominicos y agustinos a partir de los decretos del Concilio de Trento (1545-1563). Empapados de un ambiente de Reforma de la Iglesia, llegan con un sentido del deber cuasi mesiánico, en la que se saben superiores a los indios y estos, al ser idólatras se encuentran condenados, por lo que su única opción es someterse a las leyes de la iglesia y sufrir castigo por sus pecados. Son frailes reformados que llegan con este nuevo aliento de la Iglesia enmendada. Con el ardiente deseo de mostrar el verdadero camino a las

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Estos fueron conducidos por fray Martín de Valencia, sus nombres eran: Francisco de Soto, Martín de Jesús (o de la Coruña), Juan Suárez, Antonio de Ciudad Rodrigo, Toribio de Benavente (Motolinía), García de Cisneros, Luis de Fuensalida, Juan de Ribas, Francisco Jiménez, y los frailes legos Andrés de Córdoba y Juan de Palos.

pobres almas de los indios. Baste ver simplemente el ejemplo de los “Doce Apóstoles Franciscanos”, quienes son recibidos como salvadores a su llegada a la Nueva España, a su paso a través de los diferentes pueblos que los separan de las costas de Veracruz de la Ciudad de México, son recibidos con repiques de campanas, tapetes de flores y cruces que se alzan a los costados de las veredas. Cortés, los recibe personalmente a su llegada a la Ciudad de México, haciéndose acompañar por Cuauhtemoc. El conquistador al verlos, en señal de respeto, desciende de su montadura, se arrodilla frente a Fray Martín de Valencia y pretende besar su mano, el fraile rechaza tal gesto y Cortés decide entonces, besar sus hábitos.

La historia nos cuenta como tras la llegada de los evangelizadores, los indios poco tardaron en mostrarse ávidos de cristianización, construyendo pronto las iglesias con las piedras de sus santuarios. Pero ¿será verdad? También sabemos que muchos de ellos se negaron a practicar la religión católica y continuaron adorando a sus dioses y practicando ofrendas y ritos. Gracias a los métodos de análisis actuales, sabemos que muchas esculturas religiosas que datan de primer siglo del virreinato, guardan en su interior pequeñas figurillas de dioses prehispánicos o están fabricadas con hojas que se presume pueden ser códices prehispánicos. Al continuar en secreto con sus ritos y profesiones de fe, los indios mantienen vivos a sus dioses y hacen a un lado las profesiones de fe cristiana. Es entonces que los evangelizadores se ven en la “necesidad” de eliminar todo rastro de idolatría. Queman códices, destruyen y entierran imágenes de los dioses, amenazan con castigos ejemplares a aquellos que intenten continuar con sus prácticas religiosas.

Y es en este momento, en esta difícil etapa de transición que suceden apariciones de santos, de vírgenes que piden a los indios dejar sus prácticas religiosas. Apariciones milagrosas que infunden fe a las nuevas almas cristianas, que siembran un sentimiento de pertenencia. Ya no son santos extraños y lejanos, ya no es un hombre muerto en la cruz, es Jesús quien se ha presentado ante los indios, quien desea ser adorado sobre todos los demás dioses. Ya no es sólo la madre de Cristo, es la Virgen con apariencia indígena

quien se ha trasladado al Nuevo Mundo, que ha reconocido a sus habitantes como sus hijos.

Habiendo dicho lo anterior podemos tener ya un contexto social sobre el cual se presentan los primeros hechos milagrosos en la Nueva España. 

El Cristo de Santa Teresa.

Se cuenta que en el año de 1545 llega a tierras novohispanas un crucifijo traído desde los reinos de Castilla. Su dueño, Alonso de Villaseca, era uno de los hombres más acaudalados de aquel entonces y poseía las minas del Plomo Pobre. Es ahí, en el actual estado de Hidalgo, a donde llega este Cristo a adornar la iglesia del ya mencionado real de minas y es ahí también donde realiza sus primeros actos milagrosos. Al paso de los años se comenzó a conocer como el Cristo de Ixmiquilpa, de Zimapán, del Cardonal, de las minas de Plomo cobre, de las minas de Guerrero. Habiendo pasado sólo 70 años de su llegada (1545-1615) el Cristo comenzó a mostrar los estragos del tiempo, al estar hecho de “papelón y engrudo” lo hacía presa fácil para las polillas y la humedad.

En el la Historia Milagrosa de la renovación de la soberana imagen de Cristo Señor Nuestro Crucificado que se venera en la iglesia del Convento de Santa Teresa la Antigua, escrito por el Dr. D. Alfonso de Velasco en 1845, se menciona lo siguiente:

“se había maltratado tan sumamente, que estaba de arriba a abajo

muy negra y desfigurada del todo, de calidad que tenía perdida toda su forma (…) y se le había comido toda la cabeza de polilla, faltándole la boca, narices y ojos; de suerte que sólo le había quedado la barba, e cuyo hueco por arriba anidaban los ratones; y con lo muy negro y prieto que estaba todo el cuerpo, no tenía ni se le veía señal alguna de sangre en todo él”

Al llegar el arzobispo de México, D. Juan Pérez de la Serna a la iglesia que resguardaba al Cristo en 1615 y “reconocida la indecencia de la santa imagen” ordena quitarla, dividirla en pedazos y enterrarla con el primer adulto que

falleciese. Pero pasaron cinco años después de la promulgación de dicho auto y nadie en el pueblo había fallecido. Este hecho resulta verdaderamente milagroso en el contexto de aquellos días, en que la vida de los novohispanos giraba alrededor de la muerte, en la preparación para aquel momento en el que se abandona el mundo terrenal. Y el que no hubiese acontecido ningún fallecimiento en cinco años, resultaba algo extraordinario, pues sabemos que las condiciones de vida y salubridad de aquella época no permitían a la mayoría llegar más allá de los cincuenta años. “y desde este tiempo hasta el año de {1623} se oyeron frequentem[en]te en el templo golpes extraordinarios, gemidos dolorosos, repiques de campanas, procesiones de penitentes, de q[u]e fueron testigos los vecinos, y aun el mismo cura q[u]e rehusaba dar crédito a semejantes novedades.” Poco tiempo después, el pueblo se ve afectad por una gran sequía. Y habiendo sido testigos de los hechos antes mencionados, los pobladores deciden sacar en procesión al Cristo con la finalidad que la sequía termine. Casi al término de la procesión las súplicas de los pobladores son escuchadas y son sorprendidos por una gran lluvia. Finalmente en mayo de 1623, sucede el milagro de la renovación del Cristo, pues habiéndolo dejado esa misma mañana tan deteriorado como había estado por varios años, a las cuatro de la tarde lo encuentran totalmente renovado: “su rostro perfecto, su color vivo y claro, sus ojos entreabiertos y luminosos y sus partes todas en la formación de un hombre el mas perfecto. Advirtiere también alguna agua en su cuerpo q[u]e fue un sudor copioso y duro hasta las ocho de la mañana de día siguiente habiéndose procurado enjugar con muchos paños y algodones y notándose q[u]e estando la imagen con algún polvo este jamás se confundió con el agua. Repitiere este mismo unas tres o quatro v[ece]s alguna ves acompañado de abundante sangre y haviendo precedido unos movimien{tos} extraordinarios en la imagen a vista de todo el pueblo resultando de uno de estos una abertura en el costado.”

La noticia de los numerosos milagros realizados por este Cristo finalmente llega a la Ciudad de México. El arzobispo ordena se traslade la santa imagen a la ciudad. Al llegar las personas encargadas del traslado, se dan cuenta que la imagen se niega a ser retirada de su Iglesia. Son testigos de una luz intentsísima que irradia el cuerpo del Cristo, de una milagrosa recuperación de

un moribundo, del peso extraordinario de la imagen, tal que impide ser levantada. Finalmente el amotinamiento de los pobladores en su iglesia con la finalidad de impedir que su Cristo saliera del pueblo. No obstante, la imagen es trasladada a la ciudad y se envía a resguardo al convento de las Carmelitas Descalzas y es gracias a este hecho que se le conocerá de aquí en adelante como el Señor o Cristo de Santa Teresa. Ya en la ciudad de México, el Cristo también es protagonista de hechos milagrosos, el más recordado es el fin de la inundación de la ciudad tras la procesión con el Señor de Santa Teresa. En resumidas cuentas, esta imagen de pasta de caña, seguramente de factura indígena, ha permanecido hasta nuestros días como una figura milagrosa. Se trata, como veremos también en el caso del Cristo de Chalma, de un ejemplo de la conjunción y mestizaje entre la tradición europea y la tradición indígena. La técnica de pasta de caña se trata de una técnica prehispánica, que si bien se sabe era utilizada como base del arte plumario, es retomada y modificada para adaptarse a las nuevas necesidades artísticas de los españoles. “Eran imágenes de culto, por lo que adquirían la esencia de lo que representaban, lo cual se expresa por ejemplo en la importancia atribuida al realismo de las mismas. Por tal motivo, las esculturas se presentaban como imágenes articuladas, de vestir, con ojos de vidrio y pelucas naturales”.3 Hoy en día, resguardada en el convento de las Carmelitas Descalzas de San José en la colonia Tlacopac al sur de la ciudad, sigue siendo visitada y venerada por los fieles. Aunque olvidados casi por completo los milagros que la llevaron a ser una de las imágenes más veneradas del virreinato, la imagen ha sobrevivido ha innumerables acontecimientos trágicos por poco más de siete siglos.

3

FUENTES González, Alejandra. Españoles e indígenas frente al Mestizaje: adaptaciones a través del arte. Siglos XVII y XVIII. Cuadernos de Historia Cultural, nº 1, ISSN 0719-1030, Viña del Mar, 2012. p. 48.



El Cristo de Chalma

El prodigio de la imagen del Cristo o Nuestro Señor de Chalma se diferencia del Cristo de Santa Teresa en un aspecto importantísimo. El Cristo de Chalma viene a erradicar la idolatría de los indios del lugar. Es un parte aguas en la historia de la zona, en antes, en el que los indios siguen adorando a sus dioses y reclamando sus ritos, tradiciones y costumbres, y el después, en el que esos indios son convertidos por el mismo Cristo, que destruye sus ídolos y se impone como dios único.

La zona en la que se encuentra Chalma predominaba la etnia otomí. Los dioses a los que adoraban, eran dioses antropomorfos representados generalmente en piedra o madera. Noemí Quezada, en su libro Los Matlatzincas menciona: “en Chalma se veneraba a Oztocteotl, “Dios de la Cueva”, cuyas ofrendas consistían en “…olores, sangre y corazones de niños y animales en cajetes de piedra…” como lo anota Mendizábal, el sacrificio de niños sugiere una advocación de Tláloc (…) por lo tanto aceptamos la hipótesis de que Chalma fue un centro de peregrinaje prehispánico.”4

La historia de la aparición del Cristo comienza así:

“A distancia de dos leguas que median entre Ocuila y Malinalco, pueblos que debieron las primeras luces de la fé y de la doctrina á los religiosos de mi sagrada orden Agustiniano, (…), hay una barranca abierta á lo largo, (…) seguida de una frondosa cañada, poblada de árboles y altos riscos de uno y otro lado, que viene desde Ocuila, distante dos leguas de Chalma, y por ella un rio, no muy caudaloso, que baxa de la parte del norte con precipitado curso hasta el plan de dicha barranca, desde donde corre mas dilatado hacia el sur, tomando aumento sus corrientes del raudal que brota del pie de la ladera en que están las cuevas. (…) En este sitio, y à un lado de la misma barranca, (...), se dexa ver entre otras una cueva ò gruta, que fabricó la misma naturaleza, en forma de bóveda, sin artificio hermosa: capaz para el santo empleo à que la destinó la divina Providencia. En esta cueva, pues, liábia erigido la superstición gentílica de los naturales de la provincia de Ocuila, un altar donde tenían colocado el ídolo arriba referido, en quien sacrificaban al demouio abominables cultos, ofreciéndole inciensos y perfumes, y tributándole en las copas de sus caxetes (así llaman sus vasos), los corazones y sangre vertida de niños inocentes, y de otros animales.” 4

QUEZADA, Noemí. Los Matlatzincas. Época Prehispánica y época Colonial hasta 1650. UNAM. México. P.61

Se cuenta también que se realizaban peregrinaciones de los pueblos cercanos hasta este templo. La llegada de los agustinos a la zona sucede en 1537, y son Fray Sebastián de Tolentino y Fray Nicolás de Perea. Son ellos quienes encabezan la misión evangélica logrando convertir a numerosos indios a la fe católica, y es gracias a la buena implantación de los deberes cristianos que los mismos indios advierten a los religiosos de la existencia de la cueva en donde seguía siendo venerado el ídolo, piden ser llevados inmediatamente al lugar. Al entrar a la cueva son testigos de las ofrendas y sacrificios que se habían estado llevando a cabo.

Arrebatado entonces de ardiente y fervoroso zelo, uno de los religiosos, el mas diestro en el idioma Ocuilteca , comenzó á predicar con tal ardor y eficacia, y con tan persuasivas razones, á un gran mí mero de indios que habían concurrido, que les hizo ver palpablemente su engaño y ceguedad, y les dio á conocer „que aquel ídolo no era Dios, sino demonio que les pretendía su ruina y muerte eterna, y la de todos los miserables que allí morían sacrificados.

El relato continúa con el sermón que da Fray Perea a lo indios, tratando de convencerlos sobre la falsedad de su dios e incitándolos a que le destruyan y pongan en su lugar la imagen de Cristo.

Hijos mios, este ídolo no puede quedar aquí, ni permanecer en este altar, porque no es Dios ni puede serlo, sino una figura detestable, formada por las manos antojadizas de los hombres, por medio de la qual os ha reducido el demonio á la mas dura esclavitud, el qual como enemigo común y padre de la mentira, solamente pretende perder vuestras almas: quien por la falsa adoración que le dieron vuestros mayores y vosotros le dais: por los torpes, cruentos é inhumanos sacrificios que le hicieron vuestros padres, y con los que aun vosotros manchais vuestras manos, de la misma suerte que aquellos los tiene sumergidos en el fuego eterno del infierno, quiere también que vosotros vayais á acompañarlos.

Los frailes deciden no retirar la imagen, sino dejar que los mismos indios sean quienes destruyan la figura. Les dan un plazo de tres días. Finalmente, los frailes se dirigen a la cueva junto con un grupo de ocuiltecas con la finalidad de retirar el ídolo y colocar en su lugar una cruz.

Lúego que ponen el pie en aquel lugar los sagrados ministros con la demás comitiva, advierten asombrados el suceso mismo, que allá con los filisteos obró la diestra del Todopoderoso pues hallaron á la sagrada imagen de nuestro soberano redentor Jesucristo crucificado, colocada en el mismo altar en que estaba antes el ídolo detestable, y á este derrumbado en el suelo, reducido á fragmentos, y sirviendo de escabel á las divinas plantas de la santa imagen, (…)y aísimismo todo el altar y el pavimento de la cueva, alfombreado de varias y exquisitas flores.

El culto al Señor de Chalma se inició en la misma cueva en la que aconteció el milagro, fue hasta 1683 que el Cristo se traslada al convento que mandó a construir fray Diego Velásquez de la Cadena y en donde permanece hasta hoy en día. Después del Santuario de Guadalupe, el de Chalma es el segundo más visitado en nuestro país. Las peregrinaciones a este lugar se realizan anualmente y muchas de ellas van acompañadas, sobretodo en época de Pascua, de ritos de autoflagelación, ya sea por medio de látigos o por cargar tallos de cardos espinosos. Estos elementos remiten inmediatamente a los rituales prehispánicos de sangramiento voluntario, en los que se punzan o atraviesan partes del cuerpo por medio de espinas de maguey o de algún otro artefacto. Si bien, también remite a los rituales medievales en donde se castiga el cuerpo para purificar el alma, se debe ver a través de los ojos de los habitantes de la zona. Quienes incorporan parte de sus antiguas prácticas religiosas al cristianismo, permitiendo así un mestizaje entre ambas. 

La Virgen de Guadalupe

La aparición de la Virgen de Guadalupe en el cerro de Tepeyac, se ha convertido en el mito sobre el cual se sustenta el sentimiento y orgullo patriótico mexicano. Es una de las imágenes con mayor reconocimiento a nivel mundial.

La imagen, como sabemos, se encuentra plasmada en tela y muestra a una Inmaculada Concepción, con manto azul y estrellado y rodeada de un halo de luz. A sus pies, una media luna y un querubín sosteniendo un listón tricolor. El rostro presenta una tez morena con rasgos finos y juveniles. La mirada baja y las manos en posición orante sostienen una rosa que recuerda al milagro del ayate.

La Virgen de Guadalupe hace su aparición en la Nueva España en 1556. Se presenta ante un indio, Juan Diego y únicamente se manifestará ante él. Su deseo es que se le construya un santuario en donde pueda ser venerada.

Las primeras referencias a la imagen provienen de mediados del siglo XVI. Es en el sermón de Alonso de Montúfar de 1556, al que después haría referencia el virrey Martín Enríquez, en una carta fechada en 1575, se menciona la existencia de una imagen en una ermita a la que se le ha nombrado Nuestra Señora de Guadalupe. Pero aún no se hace alusión a Juan Diego ni a la milagrosa aparición. Aunque si se menciona el milagro acontecido a un ganadero enfermo. Posteriormente Bernardino de Sahagún, en su Historia general de las cosas de la Nueva España de 1575 hace mención que en el lugar en el que se adoraban dioses prehispánicos se venera ahora a Nuestra Señora de Guadalupe, a quién también se refieren como Tonantzin. Sahagún critica la permisión de este hecho, pues cree que puede tratarse del ocultamiento de la adoración a un ídolo a través de la imagen de la Virgen. De nuevo, al igual que en el caso de Chalma, el lugar en el que acontece el milagro solía ser o continuaba siendo un lugar sacro para las etnias. Aquí, acontece el hecho milagroso que viene a erradicar de raíz la antigua religión y a imponer al catolicismo.

La Virgen de Guadalupe llega a unificar a la Nueva España. Le confiere identidad y reconocimiento ante el mundo occidental. Pues se trata de una Virgen mestiza, hecha a semejanza de los habitantes originales de estas tierras, que se presenta ante el más humilde de los novohispanos y es a él a quien le solicita la edificación de su templo. Por su condición de indio, su palabra parece no tener peso ni credibilidad ante los demás y es entonces en cuando la Madre de Dios, decide presentarse milagrosamente ante los ojos incrédulos de los religiosos. La aparición de Guadalupe parece reposicionar la imagen del indio ante los españoles y pareciera también comenzar a revindicar la imagen del mestizo, de ese que no es ni español ni es indio, de aquel que es fruto de la conquista.

CONCLUSÍÓN

Como conclusión puedo decir que las advocaciones Novohispanas son el fruto de un proceso de mestizaje y aculturamiento de dos mundos completamente ajenos el uno del otro. Pareciera un esfuerzo de ambas partes por encontrarse en un punto medio, en el que si bien hay una renuncia implícita del pasado, también hay una aceptación del mismo. Al llegar los españoles e iniciar la tarea evangelizadora que sustenta la empresa militar, no tienen posibilidad de traer suficientes imágenes religiosas para la cantidad de almas que deben convertir y la vastedad del territorio al que se enfrentan. Es entonces, hacen uso de la habilidad artística de los pobladores para crear nuevas imágenes que puedan servir a la empresa misionera. Se retoman técnicas prehispánicas para elaborar crucifijos, vírgenes e imágenes de santos. Los indios plasman en estas imágenes partes de su propia cosmovisión y es clara su presencia cuando contemplamos estas piezas o cuando observamos los frescos que quedan en algunos de los conventos de la época. Finalmente, los indios aceptan el catolicismo y comienza un verdadero culto a las imágenes que adornan las iglesias. Pero nuevamente, podría atreverme a decir que hay un traspaso de la adoración de los ídolos prehispánicos, a la adoración de las imágenes. Y se le otorga nuevamente un poder sacro a la imagen en sí.

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