Alteridad y avatar: el egosistema de la autoría digital

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Descripción

Escandell Montiel, Daniel (2015). "Alteridad y avatar: la red de egos telemáticos en la autoría digital". En: Francisca Noguerol et al. (eds.). Letras y bytes. Escrituras y nuevas tecnologías. Kassel: Reichenberger. pp. 107-118.

Alteridad y avatar: la red de egos telemáticos en la autoría digital Daniel Escandell Montiel Universidad de Salamanca

1. El ente tecnológico

La máscara que permite ocultar el rostro en juego carnavalesco es, en realidad, una constante en los entornos de sociabilidad digital: no importa siquiera si en realidad se usa un nick o si está empleando el nombre real dentro de una red de contactos. Cuando el usuario se conecta a la red lo hace a través de su dispositivo de acceso y entra en webs o servicios digitales que le exigen que dé una serie de datos personales (que nadie, en esencia, comprobará) y que acompañe a ese perfil —habitualmente— de fotografías o ilustraciones que le identifiquen o bien permitan configurar y personalizar el entorno de su espacio en esa red. Ese es el funcionamiento básico de cualquier espacio digital, desde un foro hasta un blog, pasando por todo tipo de redes sociales, como las hoy populares Facebook o Twitter. Los datos que se aporten, pese a lo que se pueda exigir en las normas de uso de los extensos contratos de estos sitios web, no tienen que ser reales, por lo que es campo abonado para la creación de múltiples perfiles (conocidos tradicionalmente como clones) que no se corresponden con la realidad o bien lo hacen solo de manera parcial. Incluso si el perfil se corresponde, en efecto, con el ‘yo’ de quien lo ha creado, la proyección que se dará de la persona dependerá de sus elecciones personales: decir lo que le gusta, publicar mensajes determinados, decidir quién ve cada cosa… todas las herramientas de socialización digital están orientadas a facilitar una segmentación del retrato propio, una situación que solo puede reforzarse con los comportamientos conscientes o inconscientes que ponga en práctica la persona. Dicho de otro modo: la imagen que alguien proyecta en un espacio virtual no tiene que ser correspondiente con la entera personalidad del individuo y puede, a su vez, ser diferente en cada uno de los entornos digitales que habite. En un entorno virtual como LinkedIn se puede ser un exitoso hombre de negocios, en otro

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como Facebook un especialista en ocio nocturno y en un videojuego masivo en línea una hábil ladrona. De la misma manera, puede concentrarse en su ocio en un foro especializado del tema que le apasione (pues hay comunidades de usuarios de prácticamente cualquier tema) sin que eso implique compartir su vida privada en el mismo de la misma manera que lo haría en una red social de mayor privacidad y concebida, al menos en su origen, para esas funciones. La segmentación de la personalidad en los entornos sociales digitales es un comportamiento común y eso tiene, por supuesto, su reflejo en los modelos de creación de textos fictivos en los mismos espacios de virtualidad. En estos contextos de relación social el individuo es muchos individuos y, en consecuencia, muchos otros. Todas estas pautas de conducta son un reflejo natural de lo que sucede en el entorno real, pues las personas no son tampoco iguales en el trabajo que en su vida privada, por ejemplo. La capa de interacción digital que supone la mediación de la tecnología —el dispositivo que nos sirve de puerta de acceso a la red— es en sí mismo un demiurgo del individuo: lo filtra, (re)genera en cada uno de los entornos que habita y refuerza la segmentación poliédrica de su persona. Según apunta Turkle: Muchas manifestaciones de la multiplicidad en nuestra cultura, incluida la adaptación de personalidades online, están contribuyendo a un replanteamiento general de las tradicionales concepciones unitarias de la identidad en este contexto, las experiencias con la comunidad virtual nos ayudan a elaborar estas nuevas visiones del yo. (1998: 51)

Es en este contexto donde el autor literario recurre a los mismos recursos que le ofrece la red socializada para construir los entes de las obras que se nutren de esos mismos recursos digitales, tanto si son textos cimentados en plataformas como Twitter o bien en blogs de espectro mucho más amplio. La creación de personajes fictivos (originales, paródicos, revisiones de personajes históricos e incluso casos de autoficción) ha proliferado en las principales tradiciones culturales del mundo conectado a internet1 y estos se canalizan a través del uso del avatar, entendido

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En el contexto anglosajón, Paul Davidson (2006) compila un amplio muestrario de blogopersonajes. Como es habitual en esta tradición, el libro se centra en versiones fictivas de personajes históricos (y, a su vez, reales o no). En el contexto español e hispanoamericano la tradición se ha centrado sobre todo en personajes creados ad hoc para la ficción sin que esto excluya la creación de personajes extraídos de la realidad (Escandell 2012).

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como un retrato que puede ser visto “hacia adentro, hacia fuera, el rostro como la verdadera máquina del espíritu” (Brea 1991: 106) que es capaz de exteriorizar lo interno-subjetivo de un lado del poliedro del individuo, o incluso varios de ellos, cuando no los totalmente simulados.

2. La red de egos telemáticos

Es imposible eludir el origen hinduista del término avatar como encarnación de Visnú (‘el que desciende’) en el mundo humano: en el digital, es el ser humano el que se sublima en bits que —precisamente, cada vez más— no están en la solidez del disco duro, sino en el vapor de la nube2 de datos. El avatar no puede entenderse limitadamente como una imagen representativa del usuario, un personaje virtual, o un nick, sino todo el conjunto de ese y otros rasgos de personalización que permiten identificar a un usuario en un espacio digital determinado. Así, en un foro este avatar se compone de una imagen (a modo de retrato, pero puede usarse con otros fines), el nombre de usuario y campos adicionales como firmas. Todo ello constituye una “teleidentidad que no requiere de presencia física del sujeto sino de la concreción de las herramientas informáticas” (Tortosa 2008: 262) en una constitución de un tecnocuerpo capaz de modificar la propiocepción (Echeverría 1995: 16). No se trata de la implantación del metal en la carne para hacer realidad el sueño del cíborg, sino de que la asociación entre individuo y ente virtual se hace real: el usuario se identifica con su avatar, pues este le define de un modo u otro. De este modo, el avatar es la proyección de su creador (al menos, de uno de los lados de la personalidad) que resulta de la suma de todos sus descriptores textuales y multimedia, lo que hace inevitable que haya una propiocepción en el mismo, puesto que debe asumirse como un reflejo (deformado en diversos grados) del usuario mismo. A su vez, es también fruto de la interpretación de un papel, razón por la que es habitual encontrar comportamientos diferenciados de una misma persona en entornos digitales no interconectados (la máscara avatárica facilita que se asuma ese ‘otro yo’).

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Del inglés cloud computing o cloud working. Tecnología que ofrece servicios de computación a través de la red como un servicio remoto, de modo que los usuarios puedan acceder a servicios disponibles no instalados en el ordenador, pues están alojados en el servidor.

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En esta pluralidad de egos, la subjetividad se erige como uno de los focos de atención más destacados en la arquitectura de la socialización digital y también como elemento capital de modelos de negocio que resultan ya ampliamente extendidos. Por un lado, los usuarios dejan de ser consumidores para ser los propios motores del producto (pues son estos los que dan valor e impulsan una red social); por otro, ha florecido el negocio del periodismo ciudadano y de la revista subjetivista, bloguera, que tiene en la aportación definitoria de la opinión de uno o más redactores su punto fuerte con respecto a la —teórica— neutralidad de los grandes medios. Estos nanomedios3 son reflejo de la exaltación de la subjetividad y, con esta, del ‘yo’, que se da en la red: la visión personal, intransferible y cargada de subjetivismo será la que dé valor distintivo a las aportaciones de una persona o medio en el océano de información replicándose a toda velocidad. Solo ese ‘yo’ puede aportar el valor distintivo en el mundo de copiar, pegar y enviar que supone internet: una red de egos telemáticos (una amalgama egotista —y, por tanto, asimétrica en las relaciones y percepciones— que constituye un impostado ‘nosotros’ comunero) construida sobre la monetización de lo propio y lo subjetivo al amparo de internet como negocio social. Toda persona es un foco emisor: tiene su perfiles en red sociales, galerías de fotografías, canales de vídeo, blogs, etc. Dentro de su zona de influencia son agentes culturales que redistribuyen o crean información como un nodo más de la estructura rizomática4 de la red, por lo que no solo son redifusores y creadores, sino también filtros mismos de lo emitido a través de su propio proceso de selección de lo que consideran relevante para ellos mismos o para sus círculos de contactos, que, además, no tienen que ser coincidentes en los diferentes entornos digitales que emplee. La eclosión de egos es resultado de la descentralización de la red, de la democratización (resultante tras el sesgo de acceso que implica la tecnología empleada en este ámbito) que permite que un internauta se exprese más allá de los espacios jerarquizados de la red para componer sus espacios propios (o con la percepción de que estos son propios) y resulta también en una colectividad. 3

Medios de comunicación de pequeña escala centrados en temáticas muy determinadas o de periodismo ciudadano. Su existencia es posible gracias al acceso generalizado a internet y a la posibilidad de crear webs sin coste económico ni grandes requisitos en cuanto a conocimientos técnicos específicos, sobre todo canalizándose mediante la plataforma blog.

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En referencia a la ordenación no jerarquizada y sin centro definido de la red de acuerdo al modelo establecido por Gilles Deleuze y Félix Guattari (1976).

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De hecho, lo llamativo de la construcción de la red de egos es que no parece suponer un gran lastre para las tendencias de refundición de contenidos. En la red de egos vive la pauta esencial del sample como consecuencia directa del fin del paradigma de la era de la reproducción técnica, donde las técnicas de duplicación suponían un límite en la calidad de las copias. Esto, evidentemente, no sucede a la hora de copiar y pegar secuencias de unos y ceros. Afirmaba Benjamin que “hasta la reproducción más perfecta tendrá siempre algo que falta: el hic et nunc de la obra de arte, la unicidad de su existencia en el lugar en que se encuentra” (1939: 9), pero esto ya no se puede aplicar a la digitalidad, ya que no se da traslación y reproducción de un medio a otro, sino ‘creación misma’ en un medio digital multiplicable hasta el infinito sin alteraciones. Si los contenidos generados (artísticos, literarios, filosóficos…) se crean en un contexto hiperconectado de relación entre pares, el reciclaje de los mismos (cuando no el plagio o la asimilación) es parte de una conexión comunitaria. En la red, uno de los rasgos principales del internauta es su sensación de identidad constitutiva de una cultura propia, una comunidad o medio social generada a través de servicios, sistemas y herramientas intangibles que están enlazándose recíprocamente, retroalimentándose no solo en secciones concretas de la estructura propia del la sociedadred, sino a través de la citación, la paráfrasis y exégesis que nace de una sociedad de pares, igualitaria, en la que la palabra está en un viaje continuo y compartido. Enunciaba el Critical Art Ensemble que: Quizás el plagio pertenece por derecho propio a la cultura postlibro, puesto que sólo en una sociedad semejante puede ponerse de manifiesto lo que la cultura del libro, con sus genios y autores, tiende a ocultar: que la información es más útil cuando interactúa con otra información que cuando se deifica. (1998: 38).

Esto nos sitúa en la línea del semionauta de la era de la posproducción que define Bourriaud, para quien el ámbito de creación artística y cultural ha alcanzado ya un punto de saturación tan grande que ante la imposibilidad factual de inventar desde la nada se parte de la reformulación de lo ya existente: el espacio para la innovación está en los nuevos vínculos e interpretaciones. Los internautas (autores de facto) se convierten, por tanto, en remezcladores que encuentran en la unión de los puntos el camino a la originalidad: ‘Semionauts’ who produce original pathways through signs. Every work is issued from a script that the artist projects onto culture,

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considered the framework of a narrative that in turn projects new possible scripts, endlessly. The DJ activates the history of music by copying and pasting together loops of sound, placing recorded products in relation with each other. Artists actively inhabit cultural and social forms. The Internet user may create his or her own site or homepage and constantly reshuffle the information obtained, inventing paths that can be bookmarked and reproduced at will. (Bourriaud 2002: 18)

Del mismo modo, se entiende que es legítimo recombinar, reutilizar y regenerar, mediante esos mecanismos, los elementos preexistentes, ejerciendo como una suerte de caja de resonancia de las líneas ajenas. Esto no implica una ausencia de originalidad, algo que está igualmente asumido en la sociedad-red como un cambio en la percepción de la autoría y en los derechos del receptor sobre la obra emitida. Asimismo, señala Fernández Porta que “la diferencia entre samplear y plagiar es bien clara, y la resistencia a reconocer la originalidad del sampleador es un prejuicio posmoderno” (2008: 161). Quizá de esta tendencia al sample (a la refundición total), el ego salga reforzado: cuando toda la información —y, por extensión, todo el arte— es compartida, reformularla impregnándola del ‘yo’ es una de las vías de escape de la voz media que retrató Felipe Núñez (1998): lo anodino y lo mediocre incapaz de alzarse entre la turba digital. Un pilar más de la sociedad-red es la extimidad, esto es, la exposición pública de la intimidad. Mediante la red social, el blog y los demás recursos de la sociedad digital se exhiben públicamente elementos de la vida privada que pueden ir desde la frivolidad ya recurrente de las fotos de lo que se come en Instagram hasta contar las mayores intimidades en el diario privado público que puede ser —y, de hecho, fue en origen— el blog. La bitácora está vinculada a una pulsión extimista de exaltación del yo como formato hipermoderno: lo doméstico se convierte en público, como adelantaba Echeverría: La principal novedad de la organización telepolitana estriba en haber transformado el ámbito doméstico en algo público, aunque sólo sea de manera unidireccional. Gran parte de lo que pasa a ser público en las plazas de Telépolis ha sido elaborado para ser consumido en las casas. La invasión de lo privado por lo telepúblico, siendo un fenómeno ampliamente extendido, puede traspasar en los próximos años un nuevo umbral, llegando a los ámbitos estrictamente íntimos, ya no sólo privados. (1994: 161)

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Así pues, lo subjetivo como valor comercial para un producto, la constitución definitiva de cada individuo como nodo de información en el rizoma de internet, y el enaltecimiento de lo privado en la esfera pública son los elementos que ayudan al florecimiento de egos en la red que, a su vez, acepta que se diluya la autoría a través de la colectivización y el propio proceso de alteración de lo procesado mediante el sample.

3. Máscaras digitales para los muchos narcisos

Con el jardín de narcisos digitales —egotistas conectados entre sí— como entorno de producción de contenidos en red (institucionales, empresariales o individuales), el avatar como recurso para la creación de imposturas ha dado el salto desde el usuario hasta el narrador, que aprovecha la facilidad de los entornos digitales para constituir personalidades fragmentadas para dar forma a sus nuevos personajes, habitantes no solo de su mundo (fictivo) sino también de su hipermundo. Los autores emplean, por tanto, los mismos recursos que están a disposición del usuario de un espacio digital a la hora de crear su obra literaria, si es que así lo desean. Por supuesto, hay espacios de la Web 2.0 que son más maleables que otros y no resulta en absoluto extraño encontrar blogs que alberguen colecciones de relatos, poemas u otros textos que no se diferencien en nada significativo de lo que podría imprimirse y distribuirse como un libro tradicional: habitan ese espacio digital pero no se funden con él. Otros, en cambio, son el resultado de autores que han analizado la plataforma, han visto cuál es su funcionamiento y también su función mayoritaria, y han decidido explotarlo nutriéndose de sus características definitorias. Se establece, así, una relación simbiótica en la que los textos generados en estos espacios solo son posibles en ellos mismos, al menos en la manera que se conciben. Como hemos visto, en la sociedad-red la pluralidad de teleidentidades es un fenómeno generalizado, por lo que resulta natural que sea una de las características definitorias de una de las corrientes de creación y composición textual en la literatura digital. De la misma manera que se ha generado toda una corriente de literatura integralmente hipermedia y que, por tanto, aprovecha los elementos de interacción de la web visual para construir formas literarias como las hiperficciones narrativas de tipo explorativo, los diferentes tipos de ciberpoemas o los diversos hiperdramas que emplean los recursos de la web (hipertexto, Flash, etc.)

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y que son posibles gracias a estos: Bacterias argentinas (2004), de Santiago Ortiz, es posible gracias a la programación de una interfaz gráfica que genera una suerte emulación de ecosistema en la que los organismos se fagocitan entre ellos según su información genética, que viene dada por los textos de una narración fragmentada; al devorarse entre sí las bacterias absorben su información textual-genética y la incorporan a su propia narrativa, creando organismos cada vez más grandes y dominantes con mayores capacidades de absorción. El sistema funciona de manera autónoma una vez lo hemos iniciado, aunque al mismo tiempo el lector se convierte en un ente activo creador al interactuar, seleccionando bacterias para poder oír su mensaje, gracias a la voz grabada de Edgardo Manzetti. Este tipo de obras hipermedia usan la pantalla como un lienzo sobre el que, gracias al diseño y la tecnología, ‘pintan’ sus contenidos con libertad. En cambio, las obras que se crean en plataformas previamente establecidas no tienen esa libertad pues se encuadran en los límites y restricciones que se derivan de esos formatos, así como en los prejuicios que generan. Por ejemplo, un autor que cree una cuenta en Twitter para publicar aforismos, microcuentos o componer incluso tuitficciones de cierta extensión encadenando mensajes se verá supeditado a las normas que impone este espacio, tanto en la web como en sus múltiples clientes para móviles, tabletas y ordenadores, siendo la restricción más conocida la de los 140 caracteres como máximo por cada mensaje. La creación se subyuga, así, a unos rasgos concretos, a unas ideas preconcebidas y a una comunidad de usuarios en la que están operando tradiciones concretas que conducen a una reformulación de la ejecución homodiegética actoral de la narración (Lintvelt 1981) a través del avatar. Cuando se crea una cuenta-parodia en la red social Twitter, se retoma un personaje de una ficción externa (como el caso del personaje Mauricio Colmenero, de la teleserie Aída, con varias cuentas5) o se crea un personaje original se emplean los mismos recursos de constitución de la teleidentidad que están a disposición de todos los usuarios: en este caso, estos recursos se convierten en máscara, en avatar, para crear el tecnocuerpo del personaje digital tras el que se esconde el autor. Lo mismo sucede cuando se crean narraciones más complejas, como la que Eduardo Iriarte forma a través de la cuenta @dimasesparza para crear una narración en Twitter que complementa la de su novela Ya falta menos para ayer (2013): un 5

Algunas de ellas son: @Colmenero (441.920 seguidores), @MColmenerro (19.503 seguidores) y @_SrColmenero (8.419 seguidores) (7-8-2013).

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libro tradicional (que se vende en formato digital) y una cuenta de Twitter se complementan al hacer que el personaje protagonista y narrador en la novela, Dimas, viva avatáricamente fuera de esa obra para cobrar entidad propia en un espacio social, colectivo, donde se expresa nuevamente como lo haría cualquier otra persona en el servicio de nanoblog: se crea una nueva estética a partir de la novela original. Esta proliferación de personajes digitales en Twitter puede emplearse también para aprovechar la potencia dialógica de la plataforma para componer obras en las que los avatares son los actores-personajes de una representación teatral digital, como en el caso de la adaptación de Romeo & Juliet que la Royal Shakespeare Company organizó bajo el nombre de Such Tweet Sorrow (2010) con seis personajes principales y una metodología esencialmente teatral: la directora instruyó a los actores, quienes publicaron mensajes en Twitter a través de las cuentas de usuario creadas para la ocasión, asumiendo los papeles de los diferentes personajes de la obra, improvisando sus tuits a través de los avatares que habían creado: @julietcap16, @romeo_mo @mercuteio y otros6. La propia lista de personas a las que sigue Julieta es definitoria del personaje: aunque no es una relación muy extensa, destaca la presencia de cantantes pop (Britney Spears, Shakira, etc.), e incluso la cuenta oficial de la serie de novelas adolescentes Twilight; este Romeo, por su parte, muestra interés por actores como Simon Pegg y actrices como Lindsay Lohan o Denise Richards. Los personajes que crea Hernán Casciari en sus blogonovelas son los gestores de sus blogs y los emplean para contar su vida personal, como Mirta en Más respeto, que soy tu madre (2003-2004), o para una suerte de autopromoción en el caso del adivino de Juan Dámaso, vidente (2005). Arturo Vallejo, por ejemplo, crea en el Diario de una miss intelijente (2005-2006) a una chica de provincias poco dotada intelectualmente que persigue la fama tras pasar por el certamen de miss España. En la mayoría de los casos, por tanto, los avatares son personajes que encuentran en el blog la vía de escape para las pulsiones extimistas con diferentes objetivos: el avatar ocupa todo el espacio de inscripción y el estilo literario de los autores se postra ante el idiolecto de sus avatares para constituir una estética de simulacro. El avatar devora todos los huecos de reclamación de autoría porque no son blogs de los autores li6

Aunque la web que se publicó en 2010 para promocionar el proyecto y seguir fácilmente los tuits publicados por los distintos personajes ya no está en línea (caducó aproximadamente al año de terminar el proyecto), los perfiles en Twitter siguen disponibles en el momento de redacción, por lo que la obra puede leerse a través de la red social.

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terarios, sino de los avatares mismos. La simulación —la suplantación, el simulacro— debe ser total, pues si el autor reclamara esos recursos de producción de presencia (Gumbrecht 2004) que han sido conquistados por el avatar para constituirse como una teleidentidad más del sistema de la sociedad-red la simulación se desmontaría por completo al hacerse patente que no es sino el ‘engaño’ de un autor literario: nuevos recursos (narrativos y tecnológicos) para la creación homodiegética que se basan en ceder los espacios de inscripción y definición de las identidades en internet para formar personajes, definirlos ante la comunidad, y emplearlos como canal para componer la historia que se desea contar a través de la adaptación a los medios digitales de las tradiciones del diario y la autobiografía, cuando no incluso del monólogo interior. Toda la corriente de narraciones avatáricas en los entornos y espacios digitales florece en un entorno que favorece las personalidades narcisistas mediante la exaltación del ‘yo’ al permitir situar al individuo como eje de un microcosmos de relaciones virtuales, con independencia de la relevancia con las que la perciba o el alcance real que pueda llegar a tener su esfera social y de influencia. Es la sociedad del nuevo ególatra hipermoderno (eficaz y organizado en oposición al Narciso posmoderno) (Lipovetsky 2004: 27) que convive con la cultura participativa, pero quizá como suma de una multitud de narcisos que persiguen su propio reconocimiento en la sociedad-red. Se constituyen las sociedades microgrupales de internet, grupos de personas que revolotean en torno a intereses comunes muchas veces muy concretos, y cuya afinidad hace florecer el extimismo. El proceso de creación de estas obras está asociado a la simulación como resultado del desarrollo de las tecnologías actuales, puesto que “the technologies that have advanced since the seventies are mainly either medical technologies or information technologies —largely, technologies of simulation” (Graeber 2012: 1). Es, de este modo, un simulacro (sustitución plena de lo real) como suplantación de los egos digitales en su propio sistema en el que el avatar es un intermediario demiúrgico (Baudrillard 1978: 7-80) por el que el autor consigue ser otro en un ejercicio de alteridad que da pie una tecnoestética de lo impostado, y lo simulado es la sustitución plena de lo real. Se es, en la red, otro a través de la fragmentación y segmentación de los rasgos de la personalidad en los múltiples usuarios-avatares que se encarnan en los espacios de virtualidad y el autor literario se convierte en esos otros: la perspectiva sigue siendo la misma y, al mismo tiempo, la propia, en unos casos por la propia personalidad y en otros por la asumida para la ejecución del juego literario-interpretativo que supone la avatarización de lo narrado. Se asume el punto de vista del otro en el

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avatar para ponerse en el lugar de ese ‘yo’ exógeno y encarnar, así, ese lado de la persona simulada que se proyecta a través de la red. La tecnoestética del avatar solo es posible cuando ese ‘falso yo’ se convierte en encarnación real de un tecnocuerpo. Se deriva de una concepción teatralizante del papel del autor que consiste en un acto performativo con el que se pretende engañar a los lectores, haciendo de la propia narración un ejercicio de hoax en la que se simula ser un usuario bloguero estereotipado y, por tanto, en la tendencia narcisista de la sociedad-red. Es una simbiosis mutualista entre obra y formato en un sistema capitalizado por los egos; en consecuencia, el resultado de este hábitat digital condiciona las creaciones que surgen de él.

Bibliografía

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